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Literatura argentina. El viaje como posibilidad de autodescubrimiento

Elena Duplancic de Elgueta






I. Introducción

Dentro de la historia de la literatura argentina es posible destacar algunos momentos en los que la experiencia del viaje resulta especialmente significativa con respecto al autodescubrimiento.

Para enmarcar metodológicamente el corpus de este trabajo nos remitimos en lo teórico a los manuales de Literatura Comparada y a los artículos específicos sobre literatura de viajes1. Allí se ha subrayado la importancia de estas manifestaciones literarias como fuentes de imágenes en torno a otros pueblos y al propio. Como posibilidad de tareas de descubrimiento del otro para el público lector, ante quien el viajero es un intermediario, y como posibilidad de un autoconocimiento por comparaciones con la alteridad o por la revelación de las imágenes que esa alteridad posee sobre el emisor. Nos proponemos ofrecer como ejemplo una gama de textos interesantes para analizar bajo la óptica de la literatura de viajes. Presentaremos primeramente el fenómeno del viaje como experiencia vertida en relatos de viajeros, y luego el viaje en textos literarios de creación2.

El viaje como fenómeno se produjo entre los intelectuales argentinos en distintas épocas. La primera generación del Romanticismo vivió en el exilio y produjo sus obras fuera de la patria en contacto con diferentes sociedades huéspedes. Es un buen ejemplo el libro Viajes (1849) de Domingo F. Sarmiento, fruto de sus viajes como enviado del gobierno chileno. La generación de 1880 estuvo integrada por asiduos viajeros (Lucio Mansilla, Miguel Cané (h.), Eduardo Wilde son algunos representantes), quienes por razones de su actividad política, profesional o diplomática salieron del país, en especial hacia Europa. A comienzos del siglo XX la tradición del viaje a Europa como constitutivo indispensable en la instrucción de la clase alta continuó viva. Así lo comprueba por ejemplo la etapa europea de J. L. Borges -Suiza, España, 1914/1921- o los reiterados viajes de R. Güiraldes, Victoria Ocampo, M. Mujica Láinez. entre otros.

Por otra parte, la Argentina ha constituido el destino -final o intermedio- de muchos viajes realizados por extranjeros. Comenzando con los cronistas del descubrimiento en el siglo XVI, durante los siglos XVII y XVIII se sucedieron los viajes de científicos y estudiosos extranjeros al entonces Virreinato del Río de la Plata. Durante el siglo XIX los ingleses, en especial, recorrieron el territorio argentino ya independiente de España y lo describieron en sus libros de viajes, guiados muchas veces por intereses económicos o diplomáticos.

A este abundante entrecruzamiento de viajes tanto desde la Argentina como hacia ella, se suma durante el siglo XIX el fenómeno de la frontera interior en un territorio nacional aun no bien delimitado. A esta etapa, similar a la conquista del oeste en Estados Unidos de Norteamérica, se la ha denominado «conquista del desierto», aunque no se trataba, en realidad, de tierras infértiles ni despobladas sino simplemente desiertas de blancos. Precisamente en torno a la definición del territorio nacional aparece el viaje en importantes obras de creación.

La presentación de este conjunto de fenómenos relacionados con la experiencia del viaje es el marco necesario para valorar los resultados literarios e interpretar en ellos, desde la perspectiva comparatista, la búsqueda de un autodescubrimiento.




II. Desarrollo


A. La experiencia del viaje en relatos de viajeros


1. Viajeros argentinos

La costumbre argentina de completar la formación con viajes al viejo mundo tiene una razón de ser en la reconocida dependencia cultural de Europa. Esta costumbre se transforma en algunos casos en obsesión y necesidad. La retrata muy convincentemente Manuel Mujica Láinez en su novela Los viajeros (Buenos Aires, Sudamericana, 1955), donde los hermanos de una rica familia porteña en decadencia languidecen en un enfermizo deseo de retornar a Europa y sueñan despiertos ante las guías Baedeker imaginando nuevas visitas a museos y teatros famosos. Por otra parte, en la Argentina, un país de inmigrantes donde la población está constituida por descendientes de europeos, el viaje a Europa es el viaje a los orígenes.

En el corpus bibliográfico de viajeros argentinos se destacan las grandes ciudades europeas como destino y los textos que comentan la organización jurídica, política o cultural de los países visitados. Por haber sido ya estudiada esta constante del viaje a Europa3, tomaremos en cuenta los textos que giran en torno a otros dos ámbitos espaciales que si bien no se alejan del territorio nacional argentino, muestran el encuentro con el otro y la posibilidad de autodescubrirse. En ambos casos se trata de fronteras, aunque de distinto tipo: la Cordillera de los Andes como límite con Chile y la zona poblada por indios en la Patagonia durante el siglo XIX. Con referencia al cruce de los Andes, la experiencia de la difícil travesía en el siglo pasado, que debía realizarse a lomo de mula durante cinco días, está incluida en muchos relatos de extranjeros. En esos textos los Andes surgen como un ámbito espacial interesante4 donde se desarrolla la aventura del cruce, los viajeros protagonizan al héroe, rodeado de peligros, capaz de vencer las dificultades que la naturaleza le presenta. Ese espacio no resulta para ellos una frontera real. Por el contrario, sus comentarios indican que no observan diferencias entre los pueblos argentino y chileno. Muy distinto es el caso de viajeros regionales; en argentinos y chilenos el cruce cordillerano es una buena oportunidad para reflexionar sobre la propia identidad en el encuentro con el otro pueblo al que se siente extranjero. En ciertas ocasiones estas reflexiones se tornan especialmente significativas: en momentos de beligerancias limítrofes entre los dos países o en situaciones de conflictos políticos internos que motivan casos de exilio. Sirvan de ejemplo los textos de B. Vicuña Subercaseaux (chileno) luego de la crisis limítrofe solucionada con el arbitraje de 19005. O el relato de Miguel Cané6, quien en 1879 ve la cordillera como un espacio fuera del tiempo y de las luchas humanas pero al llegar a la cumbre (el límite) experimenta la sensación de abandonar la patria. También podemos citar como ejemplo las páginas de D. F. Sarmiento7 sobre exiliados cruzando la cordillera8.

La zona patagónica conocida durante el siglo XIX como «el desierto» estaba separada del territorio dominado por los blancos por una línea de fortines llamada la frontera. Las tierras incluidas en los mapas de Argentina no formaron parte real de la misma hasta el fin de «la conquista del desierto» (fines del siglo XIX). La presencia del otro, el indio, era ignorada en esta designación aunque se encuentra viva en obras literarias tan representativas como La cautiva (1837) de Esteban Echeverría y Martín Fierro (1872-1879) de José Hernández. Como ejemplo del viaje a ese territorio fronterizo citaremos el texto del general Lucio Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870), único libro de la época donde se plantea la posibilidad de considerar al indio como otra cultura con la cual se pueda intercambiar. Otros protagonistas de la «conquista del desierto» también relataron sus vivencias en esos territorios. Sirva de ejemplo el teniente Prado de quien se conocen Conquista de la pampa y Guerra al malón. Sobre el fin del siglo surgen libros que describen los territorios patagónicos con la expresa intención de dar a conocer estos lugares de la patria a los ciudadanos argentinos9.




2. Viajeros extranjeros

Entre los viajeros que visitaron la Argentina tomaremos en cuenta al grupo de ingleses que recorrieron nuestro país durante el siglo pasado. No abordaremos sus escritos sino la valoración de los mismos por parte de los estudiosos argentinos. El entusiasmo con que los relatos de viajeros ingleses fueron leídos por el público argentino se pone de manifiesto por ejemplo en los epígrafes del Facundo (1845) de Sarmiento quien ya cita allí los textos del inglés Francis Bond Head (por la edición francesa de 1825). Durante el siglo XX los relatos de viajes de los ingleses han sido abundantemente publicados en traducciones totales o parciales (en la década del 20: las editoriales Coni, L. J. Rosso, Vaccaro, Peuser; en la década del 40-50: El Ateneo, Nova, Emecé, Hachette). El interés en realizar estas traducciones y ediciones pertenece especialmente a los historiadores, quienes deseaban divulgar textos de carácter documental como fuente de historia argentina10. Algunos literatos también han demostrado gran interés en los viajes11. Entre ellos deseamos destacar a Ezequiel Martínez Estrada y a Jorge Luis Borges, ya que su calurosa valoración de los viajeros ingleses por sobre la literatura gauchesca argentina resulta una opinión asombrosa en un contexto de posturas nacionalistas de la época12. Rastreando el tema observamos que ya en 1938 en Lecturas de historia argentina. Relatos de contemporáneos 1527-1870 (Buenos Aires, Ferrari, 1938) José Luis Busaniche se había expresado a favor de W. H. Hudson y Cunninghame Graham como observadores perspicaces y veraces de la realidad y en contra de la literatura gauchesca por ser, en ese sentido, convencional y falsa. Este criterio de privilegiar la veracidad de un testimonio de viajero por sobre la labor creativa de los escritores es lógico y comprensible en un historiador. Sin embargo, el mismo juicio por parte de literatos no deja de sorprendernos. En 1941, E. Martínez Estrada y J. L. Borges coinciden con respecto a los valores de autenticidad de Hudson por sobre los autores gauchescos. Dice E. Martínez Estrada: «Nuestras cosas no han tenido poeta, pintor, ni intérprete semejante a Hudson, ni lo tendrán nunca. Hernández es una parcela de ese cosmorama de la vida argentina que Hudson contó, describió y comentó»13. Borges también destaca a los viajeros ingleses como los únicos que supieron percibir los matices criollos14.

El lector argentino (y con él los críticos) busca en los relatos de viajeros extranjeros, en especial europeos y más precisamente ingleses, un retrato de sí mismo, la imagen que el argentino despierta en el extranjero. En este interés imagológico desmedido no se duda en preferir una visión europea de lo propio.






B. El viaje en textos literarios de creación


1. El autodescubrimiento del héroe

En dos grandes libros de la literatura argentina, el Martín Fierro de J. Hernández y Don Segundo Sombra de R. Güiraldes, aparece el viaje como elemento fundamental en el autodescubrimiento del héroe.

El Martín Fierro de José Hernández ha sido considerado por la crítica argentina como mito nacional, y la vida de su héroe como una epopeya. Colaboraron en este sentido Leopoldo Lugones con su estudio El payador (1916) y Ricardo Rojas con los tomos Los gauchescos de su Historia de la Literatura Argentina (Buenos Aires, Coni, 1917, tomos I y II).

Este clásico de la literatura gauchesca fue escrito en dos partes: El gaucho Martín Fierro, en 1872 y La vuelta de Martín Fierro en 1879. El desprecio y abuso del gaucho por parte del gobierno, en la primera parte, transforman al protagonista en un ser antisocial y lo hacen viajar hacia las tolderías y buscar al indio como refugio. La sombría experiencia de su convivencia con los indios, en la segunda parte, sirve para que el protagonista se reconozca como blanco y retorne a la sociedad civilizada dispuesto a acatar sus reglas. La evolución del héroe ha sido posible a través del viaje al mundo de los indios. No en vano se conoce, informalmente, al primer tomo como la ida y al segundo como la vuelta.

En Don Segundo Sombra, una novela de formación en la que el autor logra aunar su amor a la tierra pampeana con sus orígenes cultos, las aventuras que jalonan el proceso de maduración del héroe tienen lugar a lo largo de su vida de aprendiz de arriero en continuo viaje por la pampa. En este viaje, el joven, que desconoce sus orígenes, a medida que aprende el oficio, va descubriéndose a sí mismo. El proceso culmina con el regreso al pueblo natal donde el personaje es informado sobre su filiación con un rico estanciero lo que termina por obligarlo a completar su autodescubrimiento.




2. La reescritura de la crónica como búsqueda de los orígenes

Los primeros textos sobre el territorio argentino fueron obra de los cronistas. De las primeras crónicas de Schmidl y Miranda15 se han hecho eco luego otros conquistadores16, y más recientemente durante el siglo XX los escritores argentinos han retomado el tema de la fundación. Mencionaremos: «Fundación mítica de Buenos Aires» de J. L. Borges, poema incluido en Cuaderno San Martín (1929); Las dos fundaciones de Buenos Aires de E. Larreta (Buenos Aires, Anaconda, 1939); los primeros cuentos de Misteriosa Buenos Aires (Buenos Aires, Sudamericana, 1970) de Manuel Mujica Láinez; y «Buenos Aires 3536», cuento de Bernardo Kordon incluido en Relatos Porteños (Buenos Aires, Círculo, 1982). En estos textos surge claramente la necesidad de reescribir la crónica de fundación como forma de autodefinirse en esa búsqueda de los orígenes.

En el poema de Borges es interesante la yuxtaposición de pasado y presente como modo de apropiación de la ciudad desde sus orígenes: «Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, / durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, / pero son embelecos fraguados en la Boca. / Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo». El poema finaliza en dos versos que anulan el momento fundante y elevan a la altura de mito a la ciudad de Buenos Aires: «A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires; / la juzgo tan eterna como el agua y el aire».

Las estampas descriptivas del Buenos Aires contemporáneo a Larreta también se intercalan en su recreación de las fundaciones.

En «El hambre» de Mujica Láinez, además de las descripciones excelentes que denotan una prolija documentación histórica es importante la reescritura de episodios en la aparente intención de justificar las equivocaciones o abusos como modo de asumir el pasado desde la conquista.

El texto «Buenos Aires 3536» de B. Kordon es un cuento que reelabora la crónica de la fundación de Buenos Aires suponiendo que se trata de una nueva fundación veinte siglos después, luego de una gran catástrofe mundial que habría vuelto a la humanidad a la Edad Media. El autor aprovecha para realizar, a través de la ironía, una crítica a la conquista española, en sus métodos justificados por razones religiosas, a los políticos del siglo XX, ineptos para dirigir el país; y a los hábitos lingüísticos de los porteños. Vemos en esto, además de una visión del otro, el uso de la autocrítica como modo de cuestionarse la propia identidad.

La crónica es el resultado del encuentro con la alteridad en un viaje de descubrimiento. El autor del siglo XX, al recrear la crónica de fundación, viaja en el tiempo en busca de sus orígenes. El encuentro se produce en un sentido diacrónico y «el otro» son los propios antepasados.








III. Conclusiones

Podemos afirmar que del estudio de la literatura argentina bajo la perspectiva de la literatura de viajes pueden surgir excelentes oportunidades para profundizar un análisis del continuo proceso de autodescubrimiento que nuestra literatura revela.





 
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