Literatura de viajes en cinco revistas literarias madrileñas de la década de 1840
Borja Rodríguez Gutiérrez
Catedrático de Literatura del Inst. Albert Pico, de Santander, y Profesor Asociado de la Universidad de Cantabria, (Dep. de Filología)
—67→
La década de 1840 contempla una gran proliferación de revistas literarias. Solo en Madrid aparecen en esa década 482 revistas diferentes1. Los artículos de viajes son colaboraciones habituales en este tipo de revistas. En este trabajo vamos a reseñar los artículos aparecidos en cinco revistas: El Laberinto (1843-1845)2, El Museo Literario (1844)3, El Siglo Pintoresco (1845-1846)4, Revista literaria de El Español (1845-1846)5, y El Renacimiento (1847)6.
—68→A la altura de
1844 el viaje se ha convertido en un elemento más de la vida
social «imprescindible». Tal es la opinión, al
menos, de Bretón de los Herreros que publica en ese
año, en El Laberinto, una «Epístola
satírica a mi amigo, compañero y padrino el
señor M.(ariano) R.(oca) de T.(ogores)7»
titulada La manía de viajar. Se lamenta
Bretón de no poder comunicarse con Roca de Togores que
está, según él, en viaje constante. Admite que
también a él le gustaría buscar el fresco en
medio del verano madrileño, pero no quiere ser como otros
«que por huir del purgatorio / se meten de
rondón en el infierno»
. Satiriza después a
los madrileños que van a pasar el verano en un pueblo,
sufriendo incomodidades y estrecheces. Continua lamentándose
de la moda que ahora obliga a viajar, comparándola con las
costumbres de sus abuelos, que nunca salían de su casa.
|
Prosigue Bretón dando la lista de los destinos mas típicos, -o al menos mas deseados y mencionados en las conversaciones de buen tono-, de los viajes de su época: Pau, Suiza, los Pirineos, Lyon, París, Lila, Ostende, Berlín, Varsovia.
Los viajes se han convertido en un atributo de la elegancia y el buen tono, y las revistas, que junto a la literatura y la historia publican dibujos y viñetas de la última moda parisiense incluyen artículos sobre viajes.
Muchos de estos artículos son plenamente románticos, en los que el viaje es una consecuencia del estado especial del autor de tristeza, aburrimiento, incomodidad consigo mismo, de ese fastidio universal que busca en el viaje la esperanza de una evasión de la realidad que aprisiona. Juan del Peral8 al principio de su «Viaje a Toledo» (El Laberinto, 1844, pp. 170-171 y 194-195) lo declara de forma muy explícita:
—69→(p. 170) |
El disgusto
existencial que aquí se apunta da lugar a un viaje triste y
melancólico, en el que priman sobre todo las impresiones de
autor. Los restos destrozados de edificios incendiados durante las
guerras carlistas, las ruinas del Alcázar y la visita final
a la casa de locos de Toledo mantienen el nivel general de
pesimismo y de tristeza. El autor consigna como lema de su
artículo «una inscripción
[en uno de los muros del Alcázar] puesta al carbón y
firmada por nuestro desaparecido amigo Larra. Aquellos rasgos nos
los han destruido los elementos y una mujer destruyó a su
autor»
(p 170):
Este tipo de experiencia de viaje triste y melancólica, relacionada con la insatisfacción romántica aparece en otras ocasiones. «Una visita al sepulcro de Abelardo y Eloísa» de Ángel Fernández de los Ríos9 (El Siglo Pintoresco, 1845, pp. 133-139) nos ofrece una buena muestra. El protagonista está en París. Triste e insatisfecho sin un objetivo claro, sale a pasear. Pronto la gente le agobia y se —70→ acerca al cementerio del Pére Lachaise. Allí se encuentra con un escritor francés, conocido suyo, que le enseña la tumba de Abelardo y Eloísa. La vaga tristeza que siente el protagonista y la tumba de los célebres amantes culmina en el momento de emoción que es la cima del artículo.
(p. 138) |
Fernández de los Ríos plantea una visión romántica del escenario de su efusión sentimental: el crepúsculo le permite dibujar un paisaje de contornos no definidos, borrosos. Esteban Tollinchi, a propósito de los paisajes románticos, recuerda que en la iconografía literaria la atmósfera ensoñada suele manifestarse en la preferencia por los paisajes en que se pierde el perfil preciso y se obtiene lo borroso o lo ambivalente, como sucede en los paisajes de otoño, los crepúsculos, nocturnos y claros de luna10. Para conseguir este efecto de crepúsculo y claro de luna Fernández de los Ríos lleva a cabo una transposición de elementos, sustituyendo lo real por una serie de detalles imaginarios muy propios del romanticismo sentimental. Así nos consigue presentar un cementerio en el interior de una ciudad como un lugar solitario. Las luces de los edificios se convierten en estrellas lejanas y el rumor de la ciudad en el ruido de una cascada. La naturaleza, el paisaje se transforman para que coincidan con el estado de ánimo del protagonista.
En otros muchos artículos aparece esta impresión romántica del paisaje, subjetiva e individual, en la que lo fundamental es el estado de ánimo del autor, las sensaciones que experimenta al contacto con los elementos de la naturaleza, de la arquitectura o de la sociedad. Gil y Carrasco, el paisajista literario por excelencia del Romanticismo español, en un bello artículo («Rouen», El Laberinto, 1844, pp. 300-303) queda subyugado por un instante del crepúsculo que contempla desde una barca que pasea por el río. La estampa resultante tiene algo de pintura de Millet:
(p. 302) |
Lo que llama la atención a Gil y Carrasco es un paisaje descontextualizado, es decir que no tiene ningún elemento identificador de país o de localidad, y cuya importancia es que sintoniza con la melancolía siempre presente en su espíritu, y que produce una impresión más honda en el autor que otros elementos presumiblemente más importantes. Todavía bajo esta impresión el autor regresa a la estación de ferrocarril, mientras la noche se va cerrando lentamente.
(p. 302) |
El destino concreto del viaje ya no tiene importancia frente a las impresiones que experimenta el viajero, que en ocasiones como esta van más allá de lo que es el viaje en sí y llevan a consideraciones personales o filosóficas.
Incluso en los viajes más objetivos y descriptivos aparece el sentimiento romántico, individual del paisaje. Rafael Monje publica en El Siglo una serie de artículos de descripción de monumentos históricos. En uno de ellos, «El monasterio de San Pedro de Cardeña» (El Siglo, 1845, pp. 128-131) el detallista descriptor cede espacio al romántico que se extasía con la pureza del paisaje solitario y primitivo:
(p. 120) |
La vuelta a la naturaleza, al primitivismo, a la sensación pura e ingenua del hombre natural... Monje concreta la diferencia entre el viajero que ve y el viajero que siente: el afán de ver los objetos le hace incapaz de examinar sus impresiones. El viajero romántico va a estar siempre muy atento a sus impresiones, que en muchas ocasiones hacen desaparecer el viaje en sí.
Impresiones que no son sólo estéticas y paisajísticas. La guerra, la política, la decadencia nacional acechan en la mente del viajero romántico y hay elementos —72→ del paisaje o del viaje que hacen que estas ideas aparezcan. No es raro encontrarlo en el muy pesimista «Viaje a Toledo» de Juan del Peral. Desde el coche en el que viaja divisa
(p. 171) |
El tono pesimista y triste del artículo de del Peral encaja totalmente con estas consideraciones. Pero incluso en un artículo de Antonio Flores11 «Un viaje a las provincias vascongadas, asomando las narices a Francia» (El Laberinto, 1845, pp. 26-28/42-44/56-58/67-70/87-90/120-122/152-154/171-172/188-191), donde el costumbrismo bienhumorado es la nota dominante, aparece el tono amargo cuando se introduce la política. Flores, en Bayona, observa los cafés donde se reúnen los exilados:
(p. 153) |
La situación calamitosa de los monumentos españoles, de su estado de conservación, de lo escasa protección que se les presta, da pie a numerosas reflexiones, que, en general, se lamentan de las vergüenzas de la patria. Juan del Peral, como no, es uno de esos autores.
(p. 194) |
Pero no solamente del Peral. Un autor aséptico en el estilo y científico en sus contenidos como es José Amador de los Ríos no deja de manifestar su indignación —73→ al contemplar el estado de las ruinas de Itálica («Las ruinas de Itálica», El Laberinto, 1845, pp. 9-11):
(pp. 10-11) |
Este lamento por la condición del país se hace más agudo cuando se considera el juicio que los extranjeros están haciendo sobre la situación de la cultura española. José Giménez Serrano12 («La casa de la moneda en Granada», El Siglo, 1845, pp. 150-153) se siente invadido por la vergüenza:
(pp. 152-153) |
Magro consuelo es éste, sin duda.
Paulatinamente, esta literatura de viajes que va dejando en la sombra el destino del viajero y sacando a la superficie sus sensaciones y sus emociones, va ganando terreno. Pudiera pensarse que esto ocurre por la limitación de los destinos de los viajeros españoles, que mayoritariamente se circunscriben a la península y los países limítrofes. Pero aparece también en autores como Sinibaldo de Mas y Sans13 uno de los viajeros de más amplio recorrido de estos años. En la Revista literaria de El Español (1845) aparecen unas cartas de Mas escritas desde China precedidas de una breve biografía del autor (n. 1, pp. 9-14). El itinerario de Mas es impresionante (de ser cierto): Constantinopla, Alepo, Palmira, Damasco, Belén, Gaza, El Cairo, el desierto de Arabia (que cruza), Calcuta, Afganistán, Persia, Georgia, Moldavia, Servia, Benarés, Manila, Hong-Kong, Shanghai, etc. Autor de diversas obras, entre ellas una Ideografía en la que propone una escritura —74→ común a todos los idiomas, para lo cual utiliza sus dotes lingüísticas (en el libro hay ejemplos en quince idiomas diferentes). Tiene por lo tanto, gracias a sus viajes, escenarios exóticos más que sobrados para describir. Pero su artículo «Un paseo por la muralla de Ning-Po» (El Español, n. 11, pp. 7-8) renuncia casi por entero a la descripción de monumentos y paisajes, y apenas menciona la muralla de la ciudad, a pesar de formar parte de la famosa Muralla China. Prefiere Mas hablarnos de sus sensaciones e impresiones al encontrarse el cadáver abandonado y medio putrefacto de un mendigo en una de las torres de la muralla:
(p. 8) |
Esta modalidad impresionista de la literatura de viajes, no es la única existente en estas revistas pero sí la más dominante. Es fácil pensar que así debía de ocurrir en la generalidad de las publicaciones de la época, sobre todo si tenemos en cuenta un curioso artículo de Nemesio Fernández Cuesta14, titulado «Impresiones de viaje» (El Siglo, 1845, pp. 185-186). Fernández Cuesta plantea su crítica a esta modalidad de literatura de viajes de modo irónico ya desde el comienzo del artículo:
Llegado el autor a esta parte de su artículo recibe la visita de un amigo, hombre serio y reflexivo, que al enterarse de que está escribiendo una relación de sus viajes le comenta lo que el cree necesario para este tipo de literatura:
—75→A todas estas
consideraciones, que sin duda Fernández Cuesta consideraba
necesarias para una buena literatura de viajes, responde el
protagonista del artículo con desprecio. Las consideraciones
sobre las artes, la industria, el comercio, las costumbres ya a
nadie interesan. El quiere hablar de sus impresiones. Si hubiera
procedido como su amigo le aconseja no habría podido viajar
tanto en tan poco tiempo. Admite el protagonista que antes «se necesitaba todo cuanto has dicho y algo
más para escribir sobre viajes»
. Pero ahora es muy
distinto:
Prosigue el
protagonista explicando su método. Gracias a sus impresiones
se da cuenta que después de la paliza tuvo hambre, por lo
cual concluye que los golpes estimulan el apetito. A
continuación deduce que, como el hambre aguza el ingenio,
para hacer que un español sea ingenioso no hay más
que aplicarle unas cuantas tandas de garrotazos. Todo eso sin
contar los estudios realizados previamente ni las erudiciones que a
nadie interesan. Insiste poniendo como ejemplo obras de franceses
en España como Thiers15
y Walewski16,
de quien dice: «advierte de cuán
ingenioso modo te da a entender que cuando más te acercas a
Madrid viniendo del Pirineo, más te alejas de París,
cuestión dificilísima y que todavía estaba por
resolver hasta la venida de Mr. Walewski»
. La misma
crítica hace el autor a los escritos de los franceses sobre
otros países como Alemania o Polonia: se dan detalles
irrelevantes, siempre se cuenta lo mismo, no hay estudio sino un
montón de tópicos. «Así como hay algunos que se ponen a
estudiar por —76→
escribir, hay quien se pone a escribir por no
estudiar»
. Finalmente cuando el protagonista se dispone a
demostrar que los autores españoles proceden de la misma
manera que los franceses el amigo se marcha, cansado ya de
oírle.
Aunque puede parecer severa esta critica lo cierto es que algunos autores diseñan un plan de trabajo que se asemeja mucho al expuesto por Fernández-Cuesta. Antonio María Segovia17, El Estudiante explica de esta manera sus propósitos al iniciar una serie de Cartas de viaje («Viajes de El Estudiante», Revista literaria de El Español, n. 11 pp. 3-5):
(pp. 3-4) |
Hay otras manifestaciones contrarias a un tipo de literatura de viajes demasiado subordinado a las impresiones personales y al efectismo. Como hemos visto la irreflexión y la falta de preparación son criticadas y no sólo por Fernández Cuesta. Enrique Gil y Carrasco en «Viaje de Lyon a París» (El Laberinto, 1844, pp. 276-278) se excusa ante el director por no haberle enviado antes el artículo de viaje prometido. El principio de su viaje a Francia fue hecho a toda velocidad y apenas le dio tiempo a ver nada:
(p. 276) |
Pero aún
más generalizada es la crítica a la dudosa veracidad
de muchas obras. Se supone que muchas de las impresiones o de los
sucesos que las desencadenan son producto de la imaginación
del autor. El Estudiante, es quien lo afirma con
más claridad: «La novedad
consistirá en que yo no hablaré mas que de lo que
sepa y haya visto, y en que diré siempre y solamente la
verdad; esto no deja de ser raro entre viajeros, que los tales
suelen mentir aún más que los cazadores»
.
(p 3).
El viaje impresionista y personalista de estos viajeros, centrados en sus sensaciones, sus sentimientos y sus desventuras, pronto será objeto de sátira. «Un recuerdo de Aranjuez» de Miguel Agustín Príncipe18 (El Laberinto. 1845, pp. 283-284/302-303/311/325-326.) es un cuento centrado en las desventuras de un viajero de esta especie. El protagonista es un perfecto viajero romántico, que decide de pronto viajar por pura necesidad del espíritu:
Así resuelto sale el viajero y coge un billete en la diligencia de Aranjuez, que es el primer viaje que encuentra. Renegando contra un país donde no hay caminos de hierro se dirige a la villa. Cuando llega allí se da cuenta de que con las prisas se ha olvidado dinero y pasaporte y que no tiene suficiente para una habitación para la noche y luego comprar el billete de vuelta. Obligado a dormir en Aranjuez, pues ya no hay diligencias, pasa la primera noche en el palco de un teatro donde se ha quedado encerrado, la mañana siguiente es detenido como sospechoso de haber robado un reloj, después de aclarar el equívoco se mofa de él un pilluelo que le roba el poco dinero que le queda y su propio reloj, haciéndole extraviarse en el laberinto de los jardines del Príncipe, donde debe pasar la segunda noche. Finalmente decide escapar de Aranjuez antes de que le ocurra algo peor y vuelve a Madrid andando, recordando tristemente sus quejas iniciales sobre la falta de caminos de hierro.
Hay otros tipos de artículos de viajes, más atentos a la información del exterior y mucho menos preocupados por los sentimientos del autor. Muchos de ellos se centran en la descripción de monumentos artísticos, como los publicados por José Amador de los Ríos y José Heriberto García de Quevedo19, entre otros. En estos artículos se busca ante todo la descripción clara y la exactitud. García de Quevedo, que viaja por Italia y Grecia tiene claro cual es su objetivo principal:
—78→(Ruinas de Troya El Renacimiento, 1847, p. 21) |
García de Quevedo sí que tiene ocasión de ver esas cosas y a eso se orientan sus artículos descriptivos y minuciosos, que dejan muy poco lugar para los rasgos personales. Se busca la exactitud, la claridad, la minuciosidad: artículos peredianos si se me permite el anacronismo
Cuando la descripción artística se orienta a los monumentos artísticos nacionales aparece, en general, una voluntad de conservación de la memoria de estos monumentos, amenazados de desaparición por la desidia y la incultura. Además del artículo ya mencionado de José Giménez Serrano, sobre la casa de la Moneda en Granada, los artículos de Ivo de la Cortina20 sobre el Monasterio de Poblet (El Siglo Pintoresco, 1846, pp. 121-127/193-197), de Benito Maestre sobre el teatro romano de Sagunto (Revista literaria de El Español. 1846. Tomo II, pp. 1-10), o el publicado anónimo en El Siglo sobre los toros de Guisando (El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 55-58) responden a esta intención.
José Amador de los Ríos es, sin duda, el autor mas minucioso y científico de los que dedican sus viajes a la descripción de monumentos artísticos. Dawn Logan en un artículo sobre El Laberinto, diferencia entre artículos de viajes de este autor y otros dedicados a la España monumental, pero no hay diferencia formal entre unos y otros. Cualquiera de los sitios que describe Amador de los Ríos, sean los pueblos de la Rábida o Sanlúcar de Barrameda, o las iglesias de Segovia, o la Torre del Oro de Sevilla, recibe el mismo tratamiento: una concienzuda investigación histórica con la mayor cantidad de datos posibles, y una detallada descripción, acompañada generalmente de detallados dibujos, sobre todo en los artículos publicados en El Laberinto21, una revista de gran calidad gráfica.
Junto al interés artístico está el interés geográfico. A. A. Camus22, presentando unas cartas de viaje de García de Quevedo publicadas en El Siglo, da como una de las razones para su publicación que
(p. 177) |
El interés por la geografía es causa de los artículos que publica Eugenio de Tapia en El Museo Literario, versión libre de una obra inglesa de 1834: Encyclopedia of Geography. Son, como pude suponerse, exposiciones muy documentadas y detalladas, que tratan no solo de geografía física, sino también de geografía humana, situación política, sociología, etc. Pero la curiosidad por la geografía de los lugares distantes también se manifiesta en artículos como el de Emilio Tamarit, «Gran catarata de Connecticut» (El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 207-208.)
Otra variedad en los artículos de viajes es el costumbrismo. En la época costumbrista los viajes no podían escapar a la atención de los escritores que retratan todas las actividades de la época. Mesonero Romanos había comenzado en 1832 («Un viaje al sitio») la atención al viaje desde una perspectiva costumbrista. Los artículos de Casto de Iturralde («De Madrid a Málaga» Revista literaria de El Español. 1845. N. 18, pp. 11-14. N. 22, pp. 12-15.), Antonio Flores («Un viaje en galera» El Laberinto, 1844, pp. 316-317) y Tomás Rodríguez Rubí («Los baños del Molar» El Laberinto. 1843, pp. 36-37/1844, pp. 73-74.) responden a esta tendencia.
Los artículos de viaje publicados en estas revistas madrileñas son representativos del subjetivismo romántico. La conciencia romántica, según Tollinchi, nace de la filosofía de Descartes, que plantea la autoconsciencia y la reflexión sobre el «yo». La autorreflexión va a llevar al irremediable conflicto entre el contemplante y el contemplado, a observar el curso del propio pensar, sentir y actuar. Esta hiperconciencia generará un efecto en la estética romántica: la sobreestimación del propio yo. Rusell P. Sebold ha estudiado con acierto y brillantez23 la importancia del egoísmo romántico que todo lo ve y lo considera en función de sí mismo. Las impresiones de viaje, los lamentos por la decadencia de España, el —80→ humorismo costumbrista, características, todas ellas, que hemos ido viendo en este artículo se dan en la literatura de viajes de estas revistas porque son formas de subordinar el tema literario al propio yo.
Los autores de estos artículos son por temperamento románticos y como tal escriben. Poco importa que varios abominaran en público de los excesos del romanticismo y que uno de ellos, Antonio María Segovia defendiera la preceptiva neoclásica en un debate en el Ateneo, frente a Antonio Alcalá Galiano que defendía la romántica. Son románticos y por ello Ángel Fernández de los Ríos transfigura la realidad que le rodea por la fuerza de su efusión sentimental; Juan del Peral aprovecha su viaje a Toledo para dar una muestra de su pesimismo patriótico; Sinibaldo de Mas se entrega a consideraciones sobre lo humano en la Muralla China; José Amador de los Ríos se indigna frente a la decadencia de España o Enrique Gil y Carrasco, ante el paso de un tren nocturno, define la vida humana como una rápida luz que atraviesa y apenas ilumina una oscuridad infinita. El escritor romántico aprovecha el viaje o la descripción de éste para proyectar su yo, ya sea nostálgico, escéptico, bienhumorado o lastimero. Su egocentrismo preside su visión de las cosas y de ahí el subjetivismo con que relata los viajes y la apasionante y apasionada manifestación de la personalidad de cada uno de ellos que podemos encontrar en las páginas de estas cinco revistas madrileñas
- A.
- «Un herradero en Casa Luenga». El Laberinto. 1845, pp. 315-316.
- Anónimo.
- «Breve noticia del puente de Martorell, llamado vulgarmente del Diablo». Revista literaria de El Español. 1846. Tomo II, pp. 184-185.
- «Estado de la Industria y Agricultura en Egipto». Revista literaria de El Español. 1845, n. 10, pp. 4-6.
- «Estado y costumbres de los modernos egipcios». Revista literaria de El Español. 1845, n. 9, pp. 9-13
- «La Semana Santa en Roma». El Laberinto. 1845, pp. 131-134.
- «Los baños del Cáucaso». Revista literaria de El Español. 1845, n. 9, p. 16.
- «España monumental». El Laberinto. 1845, pp. 364-366.
- «Toros de Guisando». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 55-58.
- «Un casamiento en Rusia». El Laberinto. 1845, pp. 379-380
- Bretón de los Herreros, Manuel.
—81→
- «La manía de viajar». El Laberinto. 1844, p. 294.
- Camus, A. A.
- «Introducción a los viajes de José Heriberto García de Quevedo». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 176-177.
- Cañete, Manuel.
- «Recuerdos de viaje». El Laberinto. 1845, pp. 167-170/ 183-186/211-214/227-229.
- Cortina, Ivo de la.
- «Monasterio de Poblet». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 121-127/193-197.
- El Estudiante
- «Viajes de El Estudiante. Cartas 1 y 2». Revista literaria de El Español. N. 11, pp. 3-5
- «Viajes de El Estudiante. Cartas 3 y 4». Revista literaria de El Español. N. 12, pp. 1-3
- «Viajes de El Estudiante. Carta 5». Revista literaria de El Español. N. 13, pp. 1-2
- Escalante, Juan Antonio de.
- «Windsor». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 217-218.
- Fernández Cuesta, Nemesio.
- -«Impresiones de viaje». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 185-186.
- Fernández de los Ríos,
Ángel
- «Una visita al sepulcro de Abelardo y Eloísa». El Siglo Pintoresco, 1845, pp. 133-139
- Ferrer del Río, Antonio.
- «Jerusalem». El Laberinto. 1844, pp. 170-171.
- «Recuerdos de un viaje a la isla de Cuba». El Laberinto. 1844, pp. 203-205.
- «Viaje marítimo de Cádiz a La Habana». El Laberinto. 1844, pp. 51-52
- Flores, Antonio.
- «Un viaje a las provincias vascongadas, asomando las narices a Francia». El Laberinto, 1845, pp. 26-28/42-44/56-58/67-70/87-90/120-122/152-154/171-172/188-191
- «Un viaje en galera». El Laberinto. 1844, pp. 316-317
- —82→
- García de Quevedo, José
Heriberto.
- «Cercanías de Roma». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 41-52.
- «Constantinopla». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 269-272/289-292.
- «Del Pireo a Constantinopla, pasando por Sira, Smirna y Los Dardanelos». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 224-227
- «Florencia». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 78-81
- «Roma». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 17-19.
- «Roma antigua». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 25-28
- «Ruinas de Troya». El Renacimiento. 1847, pp. 21-23.
- «Un paseo por algunos puntos notables de Grecia». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 97-101/145-149/193-196
- «Viajes. Cartas 1 y 2». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 176-180.
- «Viajes. Carta 3». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 279-281.
- «Viajes. Carta 4». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 69-69.
- Gil y Carrasco, Enrique.
- «Crítica a Bosquejos de España (Sketches in Spain) por el capitán S. E. Cook, de la marina real inglesa». El Laberinto. 1844, pp. 128-130/141-143/157-159.
- «Rouen». El Laberinto. 1844, pp. 300-303.
- «Viaje de Lyon a París». El Laberinto. 1844, pp. 276-278.
- Jiménez Serrano, José.
- «La casa de la moneda en Granada». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 150-153.
- Iturralde, Casto de.
- «De Madrid a Málaga». Revista literaria de El Español. 1845. N. 18, pp. 11-14. N. 22, pp. 12-15.
- Khun, Julio.
- «Noticias sobre los Thugs». 1844, p 75
- Maestre, Benito.
- «Descripción del Teatro de Sagunto». Revista literaria de El Español. 1846. Tomo II, pp. 1-10.
- Magán, Nicolás.
- «Monasterio de San Martín de Santiago». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 34-37.
- —83→
- Mans y Sans, Sinibaldo de.
- «(sin título)» Revista literaria de El Español. 1845. N. 1, pp. 9-14.
- «Un paseo por la muralla de Ning-Po». Revista literaria de El Español. 1845. N. 11, pp. 7-8.
- Monje, Rafael.
- «El hospital del rey». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 32-34.
- «El monasterio de San Pedro de Cardeña». El Siglo Pintoresco. 1845, pp. 128-131
- M. N. B. (J. M. B.)24
- «Recuerdos de un viaje a Francia en los críticos años de 1792 y 1793». Revista literaria de El Español. 1845. N. 31 pp. 7-10. 1846. N. 33, pp. 9-12; N. 35, pp. 5-9.
- Navarrete, Ramón de.
- «Bruselas». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 169-172.
- Navarro, C. M.
- «El Monte Ararat». Revista literaria de El Español. 1845. N. 5, pp. 13-15.
- Peral, Juan del.
- «Viaje a Toledo». El Laberinto. 1844, pp. 170-171/194-195.
- Pérez Calvo, Juan.
- «Una Semana Santa en Toledo». El Laberinto. 1845, pp. 136-138.
- Príncipe. Miguel Agustín.
- «Un recuerdo de Aranjuez». El Laberinto. 1845, pp. 283-284/302-303/311/325-326.
- Ríos, José Amador de los.
- «Alcalá de Henares». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 300-303.
- «Iglesias de Segovia». El Siglo Pintoresco. 1847, pp. 4-9/41-43/52-54.
- «La Rábida». El Laberinto. 1844, pp. 311-313.
- «La Torre del Oro en Sevilla». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 102-104.
- «Recuerdos de Córdoba». El Laberinto. 1845, pp. 259-262.
- «Recuerdos de Sevilla». El Laberinto. 1845, pp. 103-106/115-118.
- «Ruinas de Itálica». El Laberinto. 1845, pp. 9-11.
- —84→
- «San Isidoro del Campo». El Laberinto. 1844, p 9
- «Sanlúcar de Barrameda». El Laberinto. 1845, pp. 70-72.
- «Un día en Granada». El Laberinto. 1845, pp. 77-78.
- Romero Larrañaga, Gregorio.
- «Un recuerdo de Stambul». El Siglo Pintoresco. 1846, pp. 283-285.
- Rodríguez Rubí, Tomás.
- «Los baños del Molar». El Laberinto. 1843, pp. 36-37/1844, pp. 73-74.
- «La fiesta de San Bernardo en Mallorca». Revista literaria de El Español. 1845. N 10, pp. 14-16.
- Salas y Quiroga, Jacinto de.
- «El Escorial». en 1847 El Renacimiento. 1847, pp. 117-120.
- Tamarit, Emilio.
- -«Gran catarata de Connecticut». El Siglo Pintoresco.1846, pp. 207-208.
- Tapia, Eugenio de.
- «África». El Museo Literario. 1844, pp. 5-15.
- «Berbería». El Museo Literario. 1844, pp. 16-39/65-85.
- «El Egipto». El Museo Literario. 1844, pp. 85-94/129-152.