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Literatura popular y costumbrismo: Imágenes artísticas de la mujer pasiega1

Raquel Gutiérrez Sebastián


Universidad de Cantabria

«A la bisabuela Aurelia Aja, espectadora apasionada de zarzuelas, lectora de novelas de folletín y ama de cría de la familia Calderón»





Los investigadores que se han ocupado de la literatura popular han venido constatando algunos problemas que genera como un objeto de estudio- permítaseme la expresión-multiforme y proteico. Aunque es un lugar común aludir a los inconvenientes que su abordaje presenta2, como su condición de literatura subsidiaria o marginal o el problema de delimitar qué entendemos como literatura popular, es evidente que la complejidad del fenómeno nos proporciona también la oportunidad de analizarlo desde múltiples perspectivas: literaria, antropológica, dialectológica, musicológica, etnográfica...

Desde un planteamiento filológico, histórico-literario y partiendo ingenuamente del significado de las palabras del sintagma «literatura popular» la primera conclusión a la que llegamos es la necesidad de replantearse el corpus de lo que etiquetamos como literatura popular. La primera acepción de la palabra literatura del Diccionario de la Academia la define como «Arte que emplea como medio de expresión una lengua» y en cuanto a popular, la sexta acepción del vocablo en el mismo diccionario aporta la siguiente definición: «Dicho de una forma de cultura: considerada por el pueblo propia y constitutiva de su tradición». Por tanto, en sentido amplio, la literatura popular podría ser definida como el conjunto de hechos artístico-literarios propios del pueblo o asumidos por él y constitutivos de su tradición, considerando que esta no es algo inmóvil y homogéneo, como creyeron los románticos, sino que conlleva procesos de cambio y heterogeneidad y que se mueve en los parámetros de una gramática colectiva dentro de la que podemos analizar variadas producciones artísticas: poemas, grabados, melodías, artículos costumbristas... (Díaz Viana: 1995:20).

Con estos planteamientos de partida, fijaré mi atención en dos de los elementos de la comunicación literaria, el referente y el código, considerando que literatura popular no solamente es la que tiene como emisor o receptor al pueblo, sino también la que lo retrata artísticamente y recrea sus costumbres, formas de expresión o tipos característicos y asimismo la que desde el punto de vista discursivo utiliza intertextos procedentes de ámbitos diferentes pero que tienen en común su pertenencia a esa gramática de la tradición a la que antes aludíamos: oral y escrito, visual y auditivo, etnográfico y literario, letrado e iletrado, verbal y icónico... aspectos que se relacionan siguiendo las reglas de lo que María Cruz García de Enterría llamó «juego intertextual», un elemento definitorio, para esta investigadora, de la literatura popular (García de Enterría: 1997:259, en Álvarez Barrientos et al. 1997).

Situada en este marco de amplias consideraciones, quiero centrarme en este trabajo en el análisis del tipo de la mujer rural, concretamente de la pasiega y su recreación en manifestaciones artísticas diversas: artículos de costumbres, grabados, libros de viajes, tratados etnográficos, zarzuelas...para intentar desentrañar qué aportan esas diversas miradas sobre el estereotipo a la literatura popular. Tomaré como punto de partida los estudios de Fraile Gil sobre las amas de cría, las investigaciones de García Castañeda acerca de los textos que retratan a la pasiega, y las aportaciones de Rubio Cremades, García de Enterría, Álvarez Barrientos, Ayala Aracil, Díaz Viana y Martínez Arnaldos sobre la poliédrica relación entre costumbrismo y literatura popular3.

Indicaba anteriormente que la literatura popular puede ser un conjunto de producciones que retratan al pueblo. El pueblo, junto con las clases medias, fue también uno de los referentes de los artículos costumbristas, pues sus autores eran conscientes de que los rápidos cambios sociales acabarían generando la desaparición de escenas y tipos y que esto sucedería también en el mundo rural. Los costumbristas, como reclamo para sus lectores, buscaban además la singularidad y el pintoresquismo de los tipos que presentaban. Singularidad y pintoresquismo que explican su fascinación por los habitantes de las montañas del Pas, porque pertenecían a un microcosmos cerrado que conservaba, hasta hace muy poco tiempo, un sistema de vida tradicional basado en la trashumancia (las denominadas mudas), el comercio, el contrabando y ciertos movimientos migratorios muy particulares, como el de las amas de cría a la corte.

Un repaso de las distintas manifestaciones artísticas que pintan o describen a la pasiega revela precisamente el intento de los escritores de captar al tipo en su medio, y sucede esto especialmente en los textos costumbristas. En ellos se hace gala de un propósito mimético, en virtud del cual un observador recoge en una imagen estereotipada a un tipo y elabora ricas y detalladas descripciones de su pintoresca vestimenta, su modo de vida y su psicología.

Así, Gil y Carrasco en «Los pasiegos», el último de una serie de cuatro artículos costumbristas dedicados a las gentes del medio rural del norte de España4, aparecidos en El Semanario pintoresco español, se refería a las pasiegas indicando: «Es una bendición de Dios, como suele decirse, verlas tan blancas, tan coloradas y tan alegres con su cuévano a cuestas por montes y hondonadas, siempre cruzando sendas desconocidas y asperísimas y riéndose en su interior de los pobres empleados militares de la hacienda, que así están a punto de dar con ellas como si jugaran a la gallina ciega.» (Gil y Carrasco, 1839:202). Unos años más tarde, en 1851, Antolín Esperón en el artículo «El pasiego» aludía a su carácter reservado y su laboriosidad, haciendo un amplio catálogo de sus características físicas: «Las Pasiegas son de buena estatura, de continente varonil, muy andariegas, incansables en sus expediciones.» (Esperón, 1851:391). También Amós de Escalante en una de las más conocidas colecciones costumbristas, dedicada a los tipos femeninos de las diversas regiones españolas, el álbum Las mujeres españolas, portuguesas y americanas (1872-1876), firma un texto en el que bajo el título de «La mujer de Santander. La Montañesa» hace extensas descripciones, bastante más realistas que las anteriores y también desde el punto de vista de un viajero-observador, referidas a la pasiega, aludiendo a varios aspectos de su indumentaria y de su modo de vida, su vehemente amor maternal, sus cualidades para el trabajo, su dedicación a la venta ambulante y al contrabando de mercancías, así como a la libertad con la que vive: «encuentra el viajero a menudo partidas de cinco, seis o más mujeres, libres a veces de toda varonil tutela, amparadas otras, las menos, de la protección y compañía de un varón único, pobremente vestidas, pañuelo en el pelo, haldas en cinto, calzadas con burda media y tosca coriza, luciendo en las orejas dos valientes zarcillos de cobre de hebraica forma y al cuello holgados hilos de labrados corales, abrumadas bajo el peso de un vasto cuévano, cuya carga desmesurada sobrepuja y domina por encima de la cabeza de la portadora. Del cinto les cuelgan lucientes tijeras y una navaja inofensiva, cuyo filo nunca se probó sino en blando queso y dorada manteca; y en tiempo de aguas o invernizo se cubren con una capellina de lana sin teñir. Estas son las pasiegas, gente dura, sobria, recelosa y arisca: tenaces en sus propósitos, hábiles en su comercio, sibilíticas y misteriosas en sus respuestas.» (Amós de Escalante: 2002: 345-346).

La mayor parte de las características indicadas en estos textos contribuyeron a la creación de un estereotipo de las pasiegas: mujeres duras, trabajadoras, buenas comerciantes, de respuestas crípticas, libres... un estereotipo positivo en general, muy entroncado con el imaginario romántico, y contrapuesto al sentir colectivo que recoge el refranero popular en sentencias como: «Pasiegos y perros de caza, cuantos menos en casa». Su fortuna fue tal que tratados etnográficos como el de Gregorio Lasaga Larreta titulado Los pasiegos (1896), o el de Adriano García Lomas de título similar (1960) incidían en los mismos tópicos, proponiéndose, como muchos costumbristas5, hacer una pintura fiel de la realidad pasiega. Reveladoras son en este sentido las palabras del etnógrafo Lasaga Larreta: «¡Quién tuviera la suerte de presentar un cuadro fiel y acabado de este pueblo!» (Lasaga Larreta: 2003:115).

El costumbrismo contribuyó también a forjar una imagen visual de este tipo, pues proporcionó a los dibujantes y grabadores detalles fisonómicos e indumentarios que aparecieron en muchas representaciones iconográficas de la pasiega6, entre las que destacamos las que acompañan a dos de los artículos costumbristas citados. Concretamente, el texto de Amós de Escalante se editó junto con un cuadro de Ramón Martí en el que se representa a la pasiega ataviada con el traje tradicional, con su hijo acomodado en la cuévana, y con el telón de telón de fondo de un paisaje montañoso y una litografía de Alenza titulada «Los pasiegos» representando una pareja de pasiegos, ataviados a la usanza tradicional en bucólico diálogo que apareció junto con el texto de Gil y Carrasco. Se trata de un grabado muy difundido y conocido en su época, cuyos motivos fueron reiterados en diversos dibujos posteriores. Estos dibujantes repitieron estampas de pasiegas llenas de pintoresquismo, en las que no solían faltar el cuévano, el traje popular y la criatura que portaba la mujer, con un trasfondo natural montañoso en el que se repetían los elementos arbóreos y la frondosa vegetación y con sus producciones contribuyeron a fijar al tipo de la pasiega y a atraer a los lectores hacia la literatura costumbrista. Contamos con grabados desde el siglo XVIII dedicados a la mujer de Santander en general y en particular a la pasiega, cuyo listado incluimos en la nota 6 de este trabajo. Muchos de ellos están disponibles en los fondos de la Fundación Joaquín Díaz.

Ya a finales del XIX, la eclosión del regionalismo pictórico en Cantabria y sus esfuerzos por divulgar una identidad regional, propiciaron la aparición de algunos cuadros en los que la pasiega fue la protagonista7. Entre estas representaciones pictóricas, bastante abundantes, quisiera destacar aquí el cuadro «Pasiegos» de Gerardo de Alvear (1887-1964), uno de los pintores más representativos del regionalismo montañés, que recrea de un modo un tanto idealizado una escena en la que un mozo con su palo espera pacientemente a que las mujeres terminen de acicalarse para asistir a algún festejo popular.

Junto con estas representaciones de la pasiega en su medio, otro grupo de manifestaciones artísticas, más abundante y también más conocido por la crítica, es aquel que recrea al ama de cría. Aunque este tipo había aparecido en textos literarios anteriores al XIX8, es en este período en el que proliferan artículos costumbristas que describen a la nodriza pasiega acompañados en ocasiones de grabados.

La imagen literaria del ama de cría en estos textos incide en una serie de tópicos, algunos más cercanos a la realidad social de estas mujeres y otros empeñados en juzgar positiva o negativamente la moralidad y conveniencia de la costumbre de que las nodrizas, y no las madres naturales, criaran a sus pechos a los vástagos de la aristocracia y burguesía acomodada. Este resabio moral del costumbrismo contra las amas de cría estaba presente también en otras manifestaciones de la cultura popular como las aleluyas o las canciones de corro, como la que indica: «Piensan las amas de cría/piensan que son señoritas/piensan y no piensan bien, /y son burras de alquiler» (citado por Fraile Gil: 2000:30). En la literatura costumbrista se pone de manifiesto también la censura del comercio con la leche materna y se pinta con mirada satírica la rápida metamorfosis de la ruda pasiega recién llegada a Madrid en caprichosa y vanidosa ama de cría, muy preocupada por la indumentaria y que ha olvidado a su hijo en la región natal, mientras se deja tentar por los lujos y comodidades de la vida cortesana. Estas dos ideas aparecen en varios textos de Pedro Antonio de Alarcón o Antolín Esperón9 y en otros de Mesonero Romanos:

«Cien groseras aldeanas del Valle de Pas vienen a ofrecerse para este objeto. El facultativo elige la más sana y robusta, pero la mamá no sirve a medias a la moda y escoge la más linda y esbelta. Al momento, truécanse su grosero zagalejo en ricos manteos de alepín y terciopelo con franjas de oro; su escaso alimento en mil refinados caprichos y voluntarios antojos; y cargada con la dulce esperanza de una elegante familia, puede pasearse libremente por calles y paseos y retozar con sus paisanos en la Virgen del Puerto y disputar con sus compañeras en la plazuela de Santa Cruz.»


(Citamos por Fraile Gil: 2000:15-16)                


Otros textos de tipo costumbrista hacen una descripción superficial del tipo, insistiendo en su ostentación y aspectos indumentarios, como sucede en el artículo «La nodriza» de Bretón de los Herreros, aparecido junto con un grabado representando al tipo en Los españoles pintados por sí mismos:


«¡Qué es ver tan mofletuda y tan rolliza
ostentar en landó y por ese prado
áureo galón sobre la verde falda
la pasiega nodriza,
que ocho arrobas ayer sobre su espalda
de cotón ambulaba y de terlices
un público mercado,
y a riesgo de romperle las narices
un robusto mamón de añadidura
en el cuévano inmenso postergado!»


(Bretón de los Herreros: 1851:106-107)                


Al margen de estas prevenciones morales sobre la actividad de la nodriza pasiega, encontramos una mirada un poco diferente sobre ella10 en el escritor francés Gautier, que las observó y admiró sus cualidades no solamente como amamantadoras, sino como atentas y diligentes cuidadoras de los retoños, además de referirse al perrillo que solían llevar para amamantarlo y no dejar de producir leche11:

«Vi en el Prado algunas pasiegas de Santander... reputadas como las mejores nodrizas de España, y el cariño que profesan a los niños es proverbial, [...] Estas mujeres son muy bellas y tienen un sorprendente aspecto de fuerza y de grandeza. La costumbre de mecer a los niños en sus brazos les da una actitud combada que va bien con el desarrollo de su pecho.»


(citado por Fraile Gil: 2000:48)                


En cuanto a la imagen de la nodriza pasiega ofrecida por las artes plásticas, hemos de señalar, en primer lugar, que es bastante semejante a la pintura literaria a la que acabamos de referirnos y que muchos grabados aparecen como complemento de los textos costumbristas que describen a la nodriza. Posteriormente esos grabados son sustituidos o conviven con óleos en los que aparecen retratadas las nodrizas de la Realeza o de la clase noble, muchas veces representadas junto con la familia en la que sirven, hasta que en los inicios del siglo XX encontremos ya las primeras fotografías de nodrizas pasiegas.

En la mayor parte de estas representaciones gráficas de las amas de cría se repite la imagen tópica de una mujer joven, sanota, lozana, jampuda, con el pelo recogido en un moño y ataviada a la usanza tradicional, es decir, con el traje aldeano al que se sobreponían algunos aderezos indicativos de la riqueza y el nuevo rango social que habían adquirido con su oficio, como los collares, generalmente de coral, o los pendientes12. Excepcionalmente aparece representado el «hijo de leche» que han amamantado, en especial en los repertorios fotográficos y fundamentalmente cuando se trata de los Infantes. Entre las representaciones pictóricas de las pasiegas de mayor interés podemos citar el óleo del pintor Valeriano Domínguez Bécquer «Nodriza en traje de pasiega» (1856) que se conserva en el Museo Romántico de Madrid. En él se representa una nodriza ataviada con un pañuelo rojo y llevando en brazos a un niño ya crecidito, vestido a la manera de la alta sociedad.

Junto con la coincidencia en el mundo recreado y sus tipos característicos, la óptica desde la que este se recoge y las intenciones de su pintura artística, aludíamos al comienzo de esta intervención a ese juego intertextual que caracteriza la literatura popular y que está presente también en el discurso costumbrista. En efecto, el narrador costumbrista reelabora un material preexistente que procede de la etnografía, el folklore, el imaginario colectivo o la iconografía y la presencia de estos elementos híbridos en los textos protagonizados por el tipo de la pasiega es evidente. Ya hemos indicado la relación de los textos etnográficos e iconográficos con los costumbristas, por lo que me limitaré ahora a citar algunos ejemplos referidos a la introducción de intertextos de la tradición folkórica en los cuadros de costumbres. En ellos suele ser bastante frecuente la referencia a las romerías y a los cantos populares del medio pasiego y también la introducción de las propias coplas; incluso podemos encontrar textos costumbristas relativamente tardíos (de 1914) en los que se utiliza una canción popular como elemento constructivo de un artículo de costumbres. Me refiero al titulado «Una noche en el molino (Orillas del Pas)» de Hermilio Alcalde del Río, en el que se pintan las bromas soeces y jocosas de mozas y mozos pasiegos en una noche de espera en el molino, cuadro que como he indicado se estructura y tiene como leiv motiv una copla popular que inicia, media y concluye el artículo de costumbres. Esta conocidísima copla: «Molinera, molinera/qué descolorida estás; /desde el día de las quintas/no has cesado de llorar. /No has cesado de llorar, /ni tampoco de gemir; /molinera, molinera, de pena vas a morir.» (Alcalde del Río: 1999:72), que evidentemente procede de la tradición folklórica popular, funciona como elemento recurrente que permite la división del cuadro en tres partes: introducción, nudo y desenlace, a la vez que ha servido de anécdota argumental para la creación del mismo. Es esta una demostración clara de las fuentes tradicionales de las que bebe el costumbrismo y de esa intertextualidad caracterizadora, según García de Enterría, de la literatura popular.

Y finalmente, para mostrar las interrelaciones entre folklore y literatura en el caso del tipo de la mujer pasiega podemos citar varias zarzuelas de carácter regionalista, en las que no solamente la música recoge aspectos del folklore tradicional montañés, sino que los libretos se entroncan con la mejor tradición del costumbrismo de tipos. De mediados del siglo XIX data la primera de las zarzuelas regionalistas protagonizadas por pasiegas, la titulada El salto del pasiego (1856), con libreto de Luis Eguilaz y al que posteriormente puso música Fernández Caballero13, estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 17 de marzo de 1878. En ella se relata el viaje del cómico doctor Chinchilla, enviado por el rey Carlos IV a la región pasiega para buscar una buena nodriza al futuro infante. La imagen de la pasiega en esta obra recoge una tradición literaria e iconográfica anterior, diseminada por textos costumbristas, estudios etnográficos, grabados y cuadros de la pintura regionalista, además de que su música esté basada en la tradición musical montañesa. Como hemos indicado, uno de los elementos reiterados en la imagen del tipo de la pasiega era precisamente su aspecto externo, su «aliño indumentario», vestimenta con la que la aldeana sueña provocar la envidia:


«Con mis patenas de plata
(Señalándose al pecho)
y sartales de coral;
saya con franjas doradas;
pecherín y delantal
bordados de lentejuelas
y grandes lazos atrás,
con hebillas los zapatos,
que crujan mucho al andar...
las medias con sus cuchillas
que a la pierna hagan mirar
y pañuelo a la cabeza
que diga: "¡Valle del Pas!..."
de envidia las madrileñas
al verme se morirán.»14


En la misma línea de recrear al tipo de los pasiegos se encuentra la obra de Eusebio Sierra, autor de una zarzuela protagonizada por dos pasiegos, La romería de Miera, estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 16 de marzo de 189015. En ella se narran los amores entre Nela y Perico, que acaban en boda cuando la moza vuelve desengañada del mundo cortesano tras su estancia en Madrid. La peripecia argumental retoma un tópico muy presente en el folklore pasiego, recogido en esta copla:


«No vaigas a los Madriles
si quieres que yo te quiera,
que golverás señorita
    y yo te quiero pasiega.»


(Copla popular pasiega)                


Y ya en el siglo XX podemos aludir a otra zarzuela, del compositor navarro Arturo Lapuerta, titulada «La pasiega» (1901), obra en un acto y dos cuadros, que se estrenó en el Teatro de la Zarzuela y que no tuvo fortuna entre el público a causa del libreto, pero que es una prueba más del interés en Madrid por los temas regionales de Cantabria y en particular por el tipo de la mujer pasiega16.

En conclusión, la literatura costumbrista protagonizada por las pasiegas fija por tanto un estereotipo reiterando determinados elementos de su fisonomía, vestimenta, psicología, costumbres y modos de vida; se renueva pues la función y significado del tipo para fijarlo en la memoria colectiva a través del artículo de costumbres.

La inmovilidad inherente al discurso descriptivo que domina la recreación costumbrista de la pasiega, influye, por supuesto en las manifestaciones pictóricas que la retratan, pues hay una coincidencia de intenciones entre el intento de inmovilizar la realidad que representa la mejor tradición «fotográfica» del costumbrismo y la captación del tipo de la pasiega en la iconografía que protagoniza.

Además estos textos costumbristas recrean materiales folklóricos, etnográficos o iconográficos presentes en la literatura popular y son una muestra de la permeabilidad que existe entre distintos géneros literarios y diferentes formas artísticas, permeabilidad reveladora del juego intertextual característico de la literatura popular, juego y permeabilidad que se manifiestan en el trasvase de materiales y fórmulas desde la etnografía, iconografía, folklore o zarzuela hacia el costumbrismo y viceversa, en la reformulación de temas y tópicos sobre la pasiega de los textos costumbristas en el resto de las manifestaciones artísticas. En definitiva, el retrato de la pasiega que dibujan estos múltiples códigos expresivos es lo que Greimas denomina un «objeto semiótico complejo» (Greimas: 1980:194).

Finalmente, el rastreo de estas relaciones intertextuales y la evidencia de ese riquísimo y complejo diálogo entre textos, coplas, grabados o libretos pone en evidencia que es posible ampliar los límites marcados a la literatura popular e incluir en ella a los textos costumbristas, las zarzuelas, los libros de viajes o los tratados etnográficos dedicados a las pasiegas.






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