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Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia

Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler (eds.)



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ArribaAbajoPresentación

Alicia Alted Vigil


UNED-AEMIC


La guerra civil española produjo la expatriación forzosa de una parte de los vencidos en la contienda, iniciándose así el más reciente de una larga cadena de exilios por motivos políticos, étnicos o religiosos que han jalonado la Historia de España desde la Edad Moderna. En contraposición con otros anteriores y coetáneos en la Europa de los años treinta, este exilio de 1939 presenta unos rasgos que lo personalizan desde el punto de vista geográfico, sociodemográfico, político y, lo que aquí más nos interesa, cultural. En el éxodo de 1939 hacia la frontera con Francia iban gentes de la más variada procedencia y significación social. Era una parte del pueblo español que se desperdigaba por tierras francesas o que reemigraba a otros países europeos o americanos.

En cada país en el que se asentaron, los republicanos españoles desarrollaron, al contacto con la sociedad que les acogía, una peculiar forma de vivir su condición de exiliados que se tradujo en unos determinados modos de comportamiento y actitudes en el seno de su colectivo y en el marco más amplio del entorno social en el que estaban inmersos, lo que se proyectó en diferentes culturas de exilio. En este sentido, todo exiliado lleva consigo su propia cultura al país que le acoge. Aquí entra en contacto con otra cultura y como resultado de ello ocurre un doble fenómeno que se va produciendo de forma paralela y progresiva, sobre todo en los casos de exilios que, como el de 1939, tienen una duración temporal muy amplia. Por una parte, el refugiado tenderá a preservar y a recrear la cultura del país de origen en el seno de su grupo como forma de mantenimiento de su identidad. Por la otra, y conforme avance el proceso de integración, irá asimilando formas de cultura de la sociedad de acogida produciéndose, en la mayoría de los casos, una simbiosis enriquecedora, tal y como podemos ver en la obra de creación literaria o artística de muchos refugiados y de hijos de estos que utilizaban indistintamente la lengua materna   —8→   y la lengua de adopción como cauces de expresión de las respectivas realidades culturales.

Aunque los republicanos españoles se asentaron en distintos países de Europa y América, fueron básicamente tres los que acogieron la colonia más numerosa (con diferencias entre ellos): Francia, México y la Unión Soviética. En el primero se produjo claramente ese doble fenómeno que hemos descrito de preservación de la cultura originaria en unos sectores del exilio y de fusión con la del país receptor en otros. En México tuvo mayor fuerza el empeño de conservación y recreación de la cultura natal. César Arconada, exiliado en la Unión Soviética, decía que un buen escritor tiene que alimentarse de su pueblo. Y en cierto sentido esto ocurrió en México y otros países de habla hispana. En ellos los exiliados encontraron un entorno que hundía sus raíces en la patria que habían tenido que dejar y, lo que es más importante, podían seguir utilizando la lengua materna como elemento vertebrador de su propio yo cultural.

En la Unión Soviética el proceso fue diferente. Los cerca de 3.000 niños evacuados en 1937 y 1938 fueron considerados ciudadanos rusos y educados como tales. De otro lado, las peculiares características del exilio en este país, hace que no podamos hablar de la existencia de una cultura de exilio propiamente dicha en el sentido con el que empleamos el término al referirnos a Francia o a México. Algunos nombres nos vienen a la mente como los del ya mencionado César Arconada, el escultor Alberto Sánchez o el poeta Julio Mateu, ya adultos cuando se exiliaron a ese país. La mayor parte de los que fueron niños aprendieron un oficio o cursaron estudios superiores y desarrollaron sus conocimientos integrados en el marco de la sociedad soviética. Ello no quiere decir que no hubiera por parte de ésta un interés hacia lo español. Bien al contrario. La música, el teatro clásico o la literatura estuvieron presentes en el mundo editorial o en el panorama cultural soviéticos, pero ése era un patrimonio del pueblo español y no fruto de una cultura de exilio.

En México, en cambio, los refugiados dieron vida a una rica cultura de exilio que ha sido objeto de numerosas exposiciones, recopilaciones bibliográficas y estudios debido a que la mayor parte de los políticos, escritores e intelectuales reemigraron desde Francia a ese país. Citemos como ejemplos la biobibliografía recogida en el volumen El exilio español en México (México, FCE, 1982); los catálogos de sendas exposiciones (El exilio español en México, Madrid, 1983 y L'exili espanyol a Méxic. L'aportació catalana, Barcelona, 1984); los ensayos publicados por el GEXEL en el volumen colectivo Las literaturas exiliadas de 1939 (Barcelona, 1995); las aportaciones al I Congreso Internacional sobre El exilio literario español de 1939 (Barcelona, 1995); los recientes libros El último exilio español en América,   —9→   coordinado por Luis de Llera Esteban (Madrid, Mapfre, 1996); Hipótesis sobre el exilio republicano de 1939 de Francisco Caudet (Madrid, FUE, 1997); Diccionario del exilio español en México de Eduardo Mateo Gambarte (Pamplona, Eunate, 1997) o, por último, el número monográfico sobre «El exilio español en México, 1939-1977» de la revista Taifa (Barcelona, otoño de 1997).

En Francia se asentó el mayor volumen de exiliados republicanos. Estos crearon también una floreciente cultura de exilio a la que la historiografía ha prestado mucha menos atención que en el caso de México. Ello se debe a las características sociológicas y políticas del exilio francés; a que algunas de las manifestaciones de esa cultura encierran una honda raigambre popular y, por último, al hecho de que escritores, artistas e intelectuales exiliados en Francia con un renombre similar al de la gran mayoría de los que emigraron a México, utilizaron la lengua francesa como medio de expresión, de acuerdo con esa simbiosis, ya aludida, que se produjo entre la cultura española y la francesa. Es importante constatar este hecho porque antes de la llegada de los exiliados de 1939 a Francia existía salvo en determinados círculos intelectuales, un profundo desconocimiento de la cultura española en la sociedad francesa, amén de una imagen peyorativa de lo español alimentada en cierta medida por dos factores: primero, por el carácter que presentó la emigración económica a Francia desde finales del siglo XIX y después, por la propaganda adversa que había calado hondo en la opinión pública francesa sobre el «rojo» republicano. Los exiliados contribuyeron significativamente a cambiar esa imagen despectiva tanto desde el punto de vista sociológico -al compás del proceso de integración- como desde una perspectiva cultural, al producir una de las culturas de exilio -en el sentido que Pierre Milza da a este término- más genuinas y características, aunque poco conocida todavía.

Tradicionalmente la historiografía española se ha decantado más hacia el estudio de los aspectos políticos de ese exilio y la francesa se ha centrado en los temas de acogida, adaptación e integración de los exiliados en ese país. No existen recopilaciones bibliográficas o libros sobre la cultura del exilio en Francia similares a los relativos a México. La pequeña presencia de las aportaciones referidas a Francia en el I Congreso sobre El exilio literario español de 1939 es un claro reflejo de ese olvido o desconocimiento. De ahí que uno de los primeros objetivos que se propusieron AEMIC y GEXEL ha sido el de contribuir a paliar esa laguna historiográfica con la organización de un Seminario en torno a la Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia. (UAB, 19 y 20 de febrero de 1998). La respuesta obtenida a la convocatoria es buena muestra del creciente interés que este tema está cobrando por parte de los estudiosos del exilio, pero también pone de manifiesto cuánto queda por hacer ya que, junto a temas recurrentes,   —10→   hay otros sistemáticamente soslayados, quizás por ausencia o dificultad de acceso a las fuentes o, en algunos casos, porque al ser manifestaciones que se mueven en los márgenes de la cultura popular, no constituyen objeto de interés por parte de quienes normalmente tienden a incluir la creación literaria y artística o el quehacer periodístico en las coordenadas de la «alta cultura».

Las Actas que presentamos se abren con un estado de la cuestión sobre este tema en el que se insiste en ese desconocimiento, a la par que se pretende trazar pistas para futuras investigaciones monográficas. Lo que fue y significó esta cultura del exilio en Francia se expone en el trabajo de Geneviève Dreyfus-Armand, en el que se subraya el hecho de que no se puede hablar de una cultura sino de culturas con diferentes formas de expresión. Por su temática los trabajos se han incluido en cinco secciones: Literatura, Culturas de exilio, Editoriales y revistas, Artes plásticas y De la Memoria a la Historia: oralidad y escritura. La sección más amplia, con diferencia, es la primera referida a creación literaria. Los distintos trabajos se centran en la personalidad y obra de un escritor, poeta o dramaturgo, muy especialmente en la figura de Max Aub, objeto de creciente interés en los últimos tiempos, alentado por la puesta en marcha de la Fundación Max Aub en Segorbe y por el anuncio de la futura edición de sus Obras Completas.

Los textos incluidos en Culturas de exilio nos proporcionan una percepción más colectiva del fenómeno: es la cultura de las arenas, la situación de los estudiantes, las expresiones culturales de los libertarios o la introducción del componente nacionalista, ya que las culturas del exilio en lengua castellana coexisten con las que utilizan el catalán, euskera o gallego. En el epígrafe Editoriales y revistas, junto a esas dos curiosas publicaciones (Mi Revista y Heraldo de España), sostenidas por el periodista de la CNT Eduardo Rubio Fernández, magazines de lujo que en cierto sentido podemos equiparar con la revista Galería, uno de cuyos mentores fue el también libertario José García-Tella, y a la labor del editor Antonio Soriano, fundador de la Librería Española de París, están el conjunto de trabajos que se centran en la figura de José Martínez y su empresa editorial y periodística Ruedo Ibérico. Es importante que uno de estos trabajos haga uso de una fuente, el archivo personal de José Martínez, dejada de lado durante años por quienes se acercaban al análisis de una publicación clave -como podían serlo Ibérica, Cuadernos para el Diálogo o Triunfo- para el conocimiento de las relaciones entre la oposición antifranquista exiliada y del interior, así como de los factores de transformación socioeconómica que estaban operando en la sociedad española de los años sesenta y principios de los setenta.

Los trabajos agrupados en el epígrafe Artes plásticas nos hacen ver la importancia de este tema, y eso teniendo en cuenta que es uno de   —11→   los más necesitados de una investigación en profundidad. Las exposiciones sobre Arte español en el exilio que patrocinó el Movimiento Libertario muestran una realidad artística que dista mucho todavía de ser conocida y valorada. Lo mismo cabe decir de la ilustración periodística, cuyo interés para perfilar rasgos de esas culturas de exilio queda bien reflejada en el acercamiento que se hace a los humoristas literarios en el Semanario CNT, en especial a la figura de Juan Call. Por último, la memoria, esa memoria que es cristalización de recuerdos y reconstrucción de experiencias vividas y que más que asentarse en la realidad se sitúa en el mundo de representación de quien los evoca. Una memoria que opera a modo de esa «doble voz» a la que se alude en uno de los trabajos, rasgo peculiar de la escritura femenina, para dar testimonio de una realidad colectiva vivida a través de la percepción subjetiva, el yo y el nosotros, en la dialéctica de realidad y representación, como instrumentos de aprehensión de una memoria viva, pero que ya es historia.

Cuando pensamos en la organización de este Seminario convinimos en que su mayor interés podía residir en el hecho de debatir sus aportaciones si se contaba de antemano con las Actas. Era indudablemente un reto -Actas y Seminario al unísono- que ha sido posible gracias a la respuesta de todos los participantes y muy especialmente por la gestión de Josefina Cuesta Bustillo y la laboriosidad de Rosario Alonso García. Josefina Cuesta es quien buscó la financiación inicial de Caja Duero que nos permitió lanzar el proyecto y a quien también queremos agradecer su apoyo. Rosario Alonso ha maquetado los textos con una paciencia muy loable habida cuenta de los problemas que han surgido en algunos casos con la conversión de los programas. Tampoco queremos dejar de mencionar a María Luz Varona, de la Imprenta Varona de Salamanca, por el interés mostrado desde el principio para que el libro pudiera estar en la fecha de inicio del Seminario.



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Cubierta

Portada






ArribaAbajoEstado de la cuestión y contexto

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ArribaAbajoLiteratura y cultura del exilio republicano español de 1939 en Francia: el estado de la cuestión

Manuel Aznar Soler


UAB-GEXEL


El desconocimiento del exilio literario español de 1939 en Francia -y me refiero aquí tan sólo a la literatura en lengua castellana- es prácticamente total y absoluto. Si en el caso de México y, en general, de América, contamos ya con una amplia -aunque aún insuficiente- bibliografía1, el exilio europeo permanece sin duda más olvidado. Y aunque es cierto que casi todos nuestros intelectuales republicanos vivieron en Francia, a partir de febrero de 1939, su primera experiencia del exilio, también lo es que la inmensa mayoría acabó embarcando hacia América, continente que les ofrecía unas mejores condiciones de integración por la lengua común y por la política favorable de algunos gobiernos -en este punto evocar la memoria del general Lázaro Cárdenas en México es un acto de estricta justicia-, interesados en acogerles para que pudieran proseguir su trabajo intelectual. Al margen del gobierno, la solidaridad de algunos partidos políticos [Marty: 1939] y de algunas instituciones creadas por el pueblo francés [AA. VV.: 1939b], unida a la solidaridad internacional antifascista [AA. VV.: 1939], posibilitó que muchos republicanos españoles abandonaran aquellos tristemente célebres campos de concentración. Además, la creación en 1939 del Servicio de Evacuación a los Republicanos Españoles (SERE) [Rubio: 1977, I, 130-139] y de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE) [Rubio: 1977, I, 139-150], -aunque marcada por una polémica que puede seguirse a través de publicaciones editadas en Francia como Norte (julio 1939-enero 1940) y Nuestro Norte (1939)-, facilitó esas travesías americanas   —16→   [Mije: 1940]. Pero también es cierto que quienes permanecieron en el continente europeo [Zurita Castañer: 1985] -y concretamente en Francia- hubieron de padecer una experiencia histórica aún más dura que les condujo de los campos de concentración a la Resistencia antifascista [Montseny: 1950; Pike: 1969; Tuñón de Lara: 1976; Carrasco: 1980; Stein: 1981; Carrasco: 1984; Grando: 1991; Dreyfus-Armand: 1995; [AA. VV.: 1996] y a los frentes de combate durante la segunda guerra mundial [Vilanova: 1996; Bravo-Tellado: 1974; Santos: 1995]. En este sentido, si la cronología histórica es fundamental en el exilio republicano español de 1939 [Marichal: 1976], aún lo es más en el caso francés. Porque nuestro exilio en Francia no sólo fue el más numeroso cuantitativamente sino también, sin duda, el más militante y combativo.

Ahora bien, aunque nuestro exilio literario en Francia no tuvo la relevancia de, por ejemplo, el mexicano, y aunque sea cierto que «pocos fueron los escritores de algún renombre, pues casi en su totalidad emigraron a América» [Lloréns: 1976, 105], ello no quiere decir en absoluto que deba ignorarse. En este sentido -sin olvidar la voluntad de desarrollar la cultura en las cuatro lenguas de nuestra República literaria que caracteriza el primer impulso exiliado en 1939 con la edición en lengua catalana de una publicación tan emblemática como la Revista de Catalunya- el propio Vicente Lloréns [1976] realiza un inventario de la intelectualidad republicana refugiada en Francia: no se olvide que en Collioure -donde está enterrado- murió el 22 de febrero de 1939 Antonio Machado [Machado: 1971; Esteral: 1982; Alonso: 1985] y que, tras la conquista de París el 14 de junio de 1940 por las tropas alemanas, fallecieron el 3 de noviembre de 1940 Manuel Azaña en Montauban [Rivas Cherif: 1981; Azaña: 1990] -de quien Jean Camp había traducido La veillée à Benicarló (París, Gallimard, 1939)- y el 18 de febrero de 1941 José Díaz Fernández en Toulouse [López de Abiada: 1980]. Como tampoco puede olvidarse que en la Francia colaboracionista con el nazismo hitleriano que desde el 29 de junio de 1940 -con la firma del armisticio con Alemania- simbolizan el mariscal Pétain y el régimen de Vichy, fueron detenidos el 27 de julio de 1940 por la Gestapo alemana Lluis Companys, Francisco Cruz Salido, Cipriano de Rivas Cherif y Julián Zugazagoitia, fusilados todos -a excepción de Rivas Cherif- por el franquismo en España [Séguéla: 1994]. Pero no puede ni debe olvidarse el estudio de nuestro exilio literario de 1939 en Francia ante todo porque algunos autores (Max Aub, Virgilio Botella Pastor, Corpus Barga, Michel del Castillo, Antonio Espina, Emili Gómez Nadal, Julián Gorkin, Jacinto Luis Guereño, Federica Montseny, Eulogio Muñoa Navarrete, Álvaro de Orriols, Antonio Porras, José María Quiroga Pla, José María Semprún Gurrea, Jorge Semprún o Arturo Serrano Plaja), algunas publicaciones periódicas   —17→   (Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles, Cénit, Cuadernos del Ruedo Ibérico, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, Cultura y Democracia, L'Espagne Républicaine, Independencia, Méduse, Reconquista de España, Solidaridad Obrera. Suplemento literario o Umbral) o algunos periodistas (Mario Aguilar, Felipe Aláiz, Lluis Capdevila, Ignacio Iglesias, Federico Miñana, Antonio Otero Seco, Gabriel Pradal o José María Puyol Albéniz) poseen la suficiente calidad literaria para no ser víctimas del silencio o del olvido, una segunda muerte acaso ya -en los umbrales del siglo XXI- definitivamente irreparable. Afortunadamente, en los últimos años se han celebrado diversos Congresos (Madrid-1988; Madrid-1989; Maryland-1989; Puerto Rico-1989; Salamanca-1991; París-1991; Valencia-1992; Bellaterra-1995) en donde se ha planteado el tema de nuestro exilio literario de 1939 -fundamentalmente el americano- y de todos ellos, felizmente, contamos con Actas ya publicadas. Ese trabajo realizado por diversos investigadores es el que voy a tratar ahora -con las inevitables lagunas bibliográficas- de reflejar en el presente «estado de la cuestión»2.


ArribaAbajo1. De los campos de concentración a la Resistencia (1939-1945)

Los campos de concentración constituyeron en 1939 la primera experiencia de la inmensa mayoría de los exiliados republicanos españoles [Rubio: 1977, I, 287-375; Dreyfus-Armand: 1993; Dreyfus-Armand/Témime: 1995; Rafaneau-Boj: 1995]. En un libro colectivo sobre aquellas plages d'exil [Villegas: 1989] se reproduce facsimilarmente una importante documentación -publicaciones como Barraca, Boletín de los estudiantes y Profesionales de la enseñanza en Argelés; Desde el Rosellón [Guereña: 1990], continuación de Barraca; Hoja de los estudiantes, de Barcarés; L'Ilot de l'Art, de Saint Cyprien- que refleja la actividad cultural en los mismos. Varios trabajos han investigado algunos aspectos específicos de esta actividad intelectual: las educativas [Cruz: 1994] y, más concretamente, la de la FETE [De Luis Martín: 1996]; la educación y cultura [Salaün: 1989]; prensa y edición [Villegas: 1989]; publicaciones exiliadas entre 1939 y 1944 [Dreyfus-Armand: 1989] y noción de patria [Boix: 1989]. La historia oral también está presente en ese libro colectivo con los testimonios de Antonio Gardó y del pintor Manolo Valiente [Soriano: 1989b] y hasta algunos de sus protagonistas nos han dejado, entre la vida y la literatura, sus testimonios personales [Guereña: 1991].

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Algunos relatos testimoniales narran el itinerario dramático de la evacuación, un trayecto que, en el caso de Las hogueras del Pertús. Diario de la evacuación de Cataluña (París, les Éditions La Bruyère, 1995), de Álvaro de Orriols, comprende desde la salida de Barcelona el 23 de enero de 1939 hasta la llegada al refugio de Beyris el 7 de mayo de 1939 a través de la siguiente peripecia geográfica: Girona (25 y 26 de enero), Figueres (27 y 28), la Jonquera (29 y 30), nuevo retroceso hasta Figueres (31 de enero, 1-2-3 de febrero), La Jonquera otra vez (4-febrero), Le Perthus (5 y 6-febrero), Argelès (7-febrero), Saint Cyprien (8), Perpignan (9), Salces (10), de nuevo Perpignan (11 al 16-febrero), Bayona (del 18-febrero al 6-mayo) y, finalmente, el refugio de Beyris (7-mayo), en cuyo mes de junio fecha el escritor el «prefacio» de su libro. Las hogueras del Pertús, al igual que la mayoría de la narrativa testimonial, tiene un valor que -al margen de su calidad estética- transciende la individualidad para convertirse en reflejo literario de una experiencia colectiva, en este caso la de la evacuación y paso de la frontera francesa de nuestro exilio republicano en unas condiciones climáticas hostiles por la dificultad de los transportes, el frío invernal y el hambre: un exilio republicano al que la Francia libre, republicana y democrática [Alba-Esteral: 1990] iba a internar en campos de concentración. Y no se olvide tampoco la presencia en esa evacuación de mujeres [Català: 1984; AA. VV.: 1993; Duroux: 1995] y niños [Pons Prades: 1997], protagonistas también de esa odisea dramática.

De esta experiencia concentracionaria nos queda un corpus literario importante, especialmente en narrativa [Marra-López: 1963; Conte: 1970; Sanz Villanueva: 1977], que Michael Ugarte [1991] analiza: Saint Cyprien, plage, de Manuel Andújar; Campo francés, de Max Aub [Soldevila Durante: 1973; De Jong: 1991; Rodríguez Richart: 1995]; Crist de 200.000 braços, de Agustí Bartra; Así cayeron los dados, de Virgilio Botella Pastor [Gil Casado: 1980, Tovar: 1988 y 1990]; Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve; Nació en España, de Cecilia G. de Guilarte; Éxodo, de Silvia Mistral, así como un par de libros poéticos -Almohada de arena, de Celso Amieva, y Diario de Djelfa, de Max Aub [Candel Vila: 1996; López-Casanova: 1996]-, más una importante serie de poemas escritos por «vocaciones incipientes». La referencia poética maxaubiana a Djelfa nos sirve para recordar la existencia de un exilio republicano español en el norte de África [Santiago: 1981: Muñoz Congost: 1989] y, más concretamente, en la Argelia francesa [Baldó: 1977], en donde existieron también campos de concentración y en donde Isabel del Castillo, por ejemplo, fue redactora del semanario Combat y creó, antes de regresar a París en 1948, la revista literaria As-Salam. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de poetas -a excepción de Dieste, Gaya, Gil-Albert [1975], Sánchez Barbudo [1980] y Serrano Plaja, quienes   —19→   consiguieron sin embargo instalarse pronto en una casa de campo de Poitiers, propiedad del escritor Jean-Richard Bloch [Aznar Soler: 1991]- fueron unos privilegiados que se beneficiaron de la solidaridad expresada por sus amistades intelectuales y políticas para instalarse en París sin tener que permanecer en campos de concentración. A estos libros habría que agregar una larga serie de relatos testimoniales, de autobiografías y memorias que reflejan esa dura e imborrable experiencia. Entre ellos quiero mencionar Entre alambradas (Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1988), de Eulalio Ferrer, dividido en tres capítulos de títulos sumamente expresivos -«Argelès-sur-Mer, 14 de abril-20 de junio 1939», «Barcarès, 21 de junio-24 de septiembre 1939» y «Saint Cyprien, 28 de septiembre-7 de diciembre 1939»- o Alambradas: mis nueve meses por los campos de concentración de Francia (Buenos Aires, Editorial Celta, 1941), de Manuel García Gerpe. Y entre la avalancha de narrativa testimonial durante el período 1939-1945 cabe destacar, a título de ejemplos, Cuatro años en París (1940-1944), de Victoria Kent [Gutiérrez-Vega: 1998]; El incendio. Ideas y recuerdos, de Isabel del Castillo (Buenos Aires, Editorial Américalee, 1954); Mis primeros cuarenta años (Barcelona, Plaza-Janés, 1987), de Federica Montseny; las memorias de Manuel Azcárate [1994], así como Underdog. Los perdedores. Crónica de un refugiado español de la segunda guerra mundial (Caracas, Casuz Editores, 1971, segunda edición), del obrero Vicente Fillol, prologada por José Manuel Castañón. En lo que respecto al teatro mencionemos Las republicanas (Valencia, Pre-Textos, 1984), de Teresa Gracia, obra cuya acción dramática se sitúa en un campo de concentración. La propia autora -una niña cuando atravesó junto a sus padres la frontera en 1939- ha publicado también en la misma editorial dos libros poéticos: Destierro (1982), con un prólogo de María Zambrano -libro fechado en «Saint Cyprien 1939, Roma 1974»- y en 1988 Meditación de la montaña (Liras).

En aquellos meses de 1939 y 1940 anteriores a la ocupación nazi algunos poetas que luego se exiliaron a América (Alberti, Gil-Albert, Giner de los Ríos, Quesada, Serrano Plaja] escribieron versos en Francia: sirva como ejemplo la Vida bilingüe de un refugiado español en Francia (1939-1940), de Rafael Alberti -quien el 3 de julio de 1940 embarcó junto a María Teresa León rumbo a Argentina-, o Galope de la suerte, 1945-1956 (Buenos Aires, Editorial Losada, 1958), de Arturo Serrano Plaja [Miró: 1984; López García: 1998]. También siguieron apareciendo algunas publicaciones como Voz de Madrid (1938-1939), «semanario de información y orientación de la ayuda a la democracia española» y, desde el 15 de abril de 1939, Voz de España, «semanario de la democracia española». Y aunque desde 1940 la prensa estuvo prohibida, recordemos que se editó Reconquista de   —20→   España, que «es la publicación emblemática de la clandestinidad española en Francia durante la segunda guerra mundial» [Dreyfus-Armand: 1994, 440].




ArribaAbajo2. De la liberación a la «guerra fría» (1945-1960)

Tras el desembarco aliado en Normandía el 6 de junio de 1944, la derrota del nazismo hitleriano constituye un proceso irreversible: por ejemplo, las ciudades de Toulouse y París son liberadas, respectivamente, el 20 y 24 de agosto de ese mismo año de 1944. A continuación, y a lo largo del año 1945, las tropas soviéticas liberan Auschwitz (26-enero) y las norteamericanas Buchenwald (11-abril), Dachau (29-abril) y Mauthausen (7-mayo), uno de cuyos supervivientes -Mariano Constante- relató su experiencia en un libro titulado Los años rojos [Alfaya: 1976; Borrás: 1989]. Con el fin de ese horror de los campos de exterminio nazis, en donde hay supervivientes españoles como Jorge Semprún, el 8 de mayo de 1945 acaba la segunda guerra mundial con la derrota del fascismo internacional y a los refugiados españoles se les concede Estatuto jurídico en Francia [1945]. Se inicia así la gran esperanza por la que ha combatido en la Resistencia nuestro exilio republicano, basada en la convicción colectiva de que esa victoria aliada va a significar también la derrota de la dictadura franquista en España. Son momentos de optimismo y hasta de euforia, tal y como expresa la ocupación del consulado español en Toulouse y el mitin organizado el 22 de agosto de 1944 en la ciudad por la Unión Nacional Española (UNE), aunque las divergencias políticas de nuestro exilio se manifestasen inmediatamente con la creación el 23 de octubre de la Junta Española de Liberación [Fernández: 1976]. Sólo en este contexto puede entenderse la invasión del Valle de Arán, bajo las consignas del PCE [Sanz: 1971] y de Radio España Independiente (Estación Pirenaica) -la emisora de la UNE [Galán: 1987]-, por los guerrilleros republicanos: una epopeya fracasada que, sin embargo, antes y después del hecho produce una amplia cosecha poética que comprende desde los versos en Unión de Rodrigo Fonseca, del guerrillero Ricardo Giménez o Efrén Hermida hasta los de Jacinto-Luis Guereña en Méduse.

La primera organización unitaria de intelectuales que se crea en Francia tras la liberación es, en octubre de 1944, la Unión de Intelectuales Españoles (UNE). En el número inicial (diciembre 1944) del Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles -editado en París y en cuya «Comisión de redacción» constan Castro Escudero, Moreno Cañamero, (Emili Gómez) Nadal y Quiroga Pla- se nos informa que el secretario general es Quiroga Pla [González Muñiz: 1980], estando constituida la secretaría de la sección de Letras por Victoria Kent, Corpus   —21→   Barga [Ramoneda Salas: 1985; Mancebo-López: 1998] y José Atienza. Paralelamente, se crean otras organizaciones profesionales, entre las cuales mencionemos a la Agrupación de Universitarios Españoles -cuyo presidente es Félix Montiel-, a la Solidaridad Intelectual Republicana Española -presidida por José R. Xirau- y a la Agrupación Profesional de Periodistas Españoles en el Exilio, presidida por Mario Aguilar. Posteriormente, recordemos la creación en 1957 del Ateneo ibero-americano de París, que editó Anales (1966-1975).

Una verdadera explosión de publicaciones [AA. VV.: 1994] -minuciosamente inventariadas en una tesis doctoral que esperemos pronto sea un libro de consulta sin duda obligatoria [Dreyfus-Armand: 1994]- saluda la liberación de Francia y la esperanza en la inminente crisis de la dictadura franquista en España. París y Toulouse se constituyen en las dos capitales francesas del exilio republicano español de 1939; en ellas actúan los principales partidos políticos españoles (republicanos, socialistas, comunistas, libertarios) [Borrás: 1976; Fernández: 1976; Téllez: 1989] y en ellas aparecen la mayoría de libros, periódicos y revistas culturales y literarias [Risco: 1976] de nuestro exilio republicano.

Desde el 20 de agosto de 1944 en que se produce la liberación de Toulouse y hasta 1960 aparecen en la capital del Languedoc las siguientes publicaciones culturales y literarias: Armas y letras (1945); L'Espagne Républicaine (172 números del 30-junio-1945 al 8-octubre-1948); España popular, órgano de expresión de la UNE (1944-1945); Impulso, «portavoz del grupo cultural Réclus» (1945); Lee, «boletín bibliográfico. Publicación mensual de la Librairie des Éditions Espagnols» (1947); Letras españolas (1948); M. U. R. (1946-1947); La Novela Española (1947); Nuestra Bandera (enero 1945); El Patriota del Sud-Oeste (1944-1945); Tiempos Nuevos (1944-1946); Tribuna (1955); Universo (1946-1948). En Toulouse se ha creado además la Librairie des Editions Espagnoles, de Antonio Soriano, que años después fundará en París -rue Mazarine y luego en la actual rue de Seine- la Librería Española. Además, el propio Soriano ha aportado valiosos materiales para una historia oral de nuestro exilio republicano en Francia [1985, 1989 y 1991].

Por su parte, desde el 24 de agosto de 1944 en que se produjo la liberación de París y hasta 1960 anotemos las siguientes publicaciones del exilio español en la capital francesa, sede por otra parte del gobierno republicano [Giral: 1976; Valle: 1976], para el que trabajó en 1946 el escritor Antonio Espina [Rey Faraldos: 1994] y cuyos archivos han sido ya felizmente inventariados [Alted Vigil: 1993]: Arte y cultura (1952-1955); Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles (diciembre 1944-octubre 1948); Boletín de los estudiantes españoles (1945); Boletín interior de la Unión Federal de Estudiantes   —22→   Hispanos (1945); Bulletin d'information des Comités France-Espagne (1947-1948); Cénit (1951-1992); Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (1953-1965); Cultura y Democracia (1950); Democracia (1955-1956); L'Espagne (15-octubre-1948/2-mayo-1949), continuación de L'Espagne Républicaine, de Toulouse; France-Espagne (1946-1951); Frente universitario (19461947); Galería (1945); Heraldo de España (1946-1947); Iberia (1945); Independencia (octubre 1946-30-junio-1947, 8 números); Juventud (1946-1950); Libertad (1947-1949); Nueva República (1955-1958); Península (1949-1950); Reconquista de España (1944-1945); Solidaridad obrera. Suplemento literario (1954-1961); Trabajadores de la enseñanza (1945-1949) y Unidad y lucha (1945-1946).

Finalmente, constatemos la aparición de otras publicaciones en diversas ciudades francesas: Inquietudes (1947), «revista de las juventudes libertarias» en Bordeaux; Poesía (1946) en Montpellier; Nao en la argelina Orán y, por último, Unión (1944-1946) y el Bulletin d'information des Comités France-Espagne (1944), suplemento de Unión, en Rodez. Por último, merece destacarse la publicación en Basses-Pyrénées de Méduse, «front Franco-Espagnol des Lettres. Revue de création et de combat. Poésie, Littérature, Pensée» (4 números, 1945-1947), revista a la que se ha referido su propio fundador y director [Guereña: 1990, 522-523] y que dedicó un número monográfico -el 4, de 1947- en «Hommage à Federico García Lorca».

Todo este inventario de publicaciones no puede ni debe ocultar la existencia de órganos de expresión vinculados a los partidos políticos, destacando ante todo la prensa de los partidos republicanos (El Pueblo, República, Sagitario), socialista (Adelante, Claridad, Renovación, El Socialista, El Socialista Español, Tribuna), del PCE [Estruch Tobella: 1982; Pike: 1984; Rubio: 1985; Aznar Soler: 1998] (Cultura y Democracia, España Popular, Independencia, Libertad española, Lucha, Mundo Obrero, Nuestra Bandera, Reconquista de España o Unidad y Lucha) y, sobre todo, la libertaria (Arte y cultura, Cénit, Horizontes, Impulso, El mundo al día, Novela ideal, Solidaridad obrera. Suplemento literario, Tiempos Nuevos, Umbral o Universo) [Gómez Peláez: 1974], particularmente en Toulouse [Camprubí-Cobos: 1978]. No olvidemos, sin embargo, que en 1950 se prohíben en Francia todas las publicaciones comunistas españolas, que pasan a editarse en México. Pues bien, el vaciado de estas revistas parece una tarea urgente y necesaria para completar el corpus literario de nuestro exilio republicano en Francia y, desde luego, constituye un trabajo prioritario para nuestro GEXEL, que prepara actualmente un Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio español de 1939. Porque las únicas revistas que hasta la fecha han suscitado el interés de los investigadores   —23→   han sido, según mis noticias, el Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles [Mancebo: 1997, Salaün: 1998] e Independencia [Alted Vigil: 1997].

El ensayo y la crítica literaria ocupan un espacio en las publicaciones de nuestro exilio en Francia pero no adquieren un especial relieve por su calidad [Gullón: 1977]. Sin embargo, un hecho a destacar es la celebración en 1947 del IV Centenario del nacimiento de Cervantes, que origina varios números monográficos -por ejemplo, de Libertad, 15 (29-octubre-1947), «para España, por la República», órgano de Unión Republicana, y Lee-, y numerosos artículos en diversas publicaciones exiliadas, así como los libros Cervantes. IV Centenario de su nacimiento, 1547-1947, texto y selección de José Ballester Gozalvo (París, Aristide Quillet, 1947) y Don Quijote de Alcalá de Henares (París, Solidaridad Obrera, 1947), de José María Puyol Albéniz. En Toulouse la colección de La Novela Española se inicia con la edición de Rinconete y Cortadillo, mientras en París el exilio republicano puede asistir a una conferencia de María Zambrano o a un solemne acto de homenaje a Cervantes en el anfiteatro Richelieu de la Sorbona, en el que intervinieron Quiroga Pla como presidente de la UIE, Quero Molares por Cultura Catalana, Félix Montiel en nombre de los universitarios españoles, Marcel Bataillon como profesor del Colegio de Francia y, por último, Álvaro de Albornoz como jefe del gobierno republicano.

Frente al vigor e impulso de nuestra poesía exiliada en América, su desarrollo en Francia viene determinado por la situación política, que impide su publicación hasta 1945 [Albornoz: 1977]. Así, va a producirse una ruptura del puente de diálogo entre Europa y América, una fractura entre los dos exilios y, en este sentido es verdad que «la Ocupación constituye un hiato político y cultural que será difícil de llenar» [Salaün: 1996, 360]. El corpus poético que se edita durante estos años es notable [Guereño: 1990] y aquí menciono únicamente algunos títulos: Romances populares (1948), de Ariel, seudónimo de José Bort-Vela, editor de la revista Nueva Cultura en Rennes, capital de la Bretaña; En el destierro (Montpellier, Aristide Quillet éditeur, 1945), de José Ballester Gozalvo; Vaso de lágrimas (1946), de Luis Bazal; Seis rosas negras para una blanca (Grenoble, 1946) y Tres voces en el tiempo (Grenoble, 1947), de José Canosa Donate; Cantos rodados (escrito en Francia, aunque editado en Holanda, 1956), de Francisco Carrasquer; Otro Platero (Ibero, 1948), de Francisco Contreras Pozo; 12 sonetos para un año (Ibero, 1948) y Fiesta en España (Toulouse, 1949-verso y prosa), de Ezequiel Endériz; Guerra civil (Editorial Tierra y Libertad, 1947), de J. García Prados; Poema del dolor y de la sonrisa de España (Méduse, 1946), de Jacinto Luis Guereña; Romancero del Sur (1947), de Eulogio Muñoa Navarrete; Romancero de la libertad, de Gregorio Oliván; Arena y viento. Romances del Refugiado,   —24→   1939-1940 (Perpignan, Labau et Viers, 1949; segunda edición: Barcelona, Gráficas El Tinell, 1973), de Juan de Pena, seudónimo de Manuel Valiente, autor también de los 15 grabados en madera que ilustran sus versos; Poesías (1947) de Alejandro Plana; Morir al día (1946), de Quiroga Pla; Romances de sombra y fuego (Perpignan, 1946) y Tres poemas (Perpignan, 1948), de Juan Miguel Romá; Cancionero lírico, de Francisco de Troya, o La canción del exiliado (Perpignan-París, 1948), de Rodolfo Viñas. Además, existen poemas dispersos en revistas de autores como Chicharro de León, Álvaro de Orriols o Martín Perea Romero y, por ejemplo, en el Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles se publican también versos de Jacinto Luis Guereña, Efrén Hermida Revillas, Antonio Porras y José María Semprún Gurrea, o en Independencia de su hijo, Jorge Semprún. A veces en estos poemas publicados en revistas se constata que pertenecen a libros inéditos de inminente publicación, como Pasión de España (1945), de Mateo Santos, u Hospital de desterrados (1946), de Martín Perea Romero. No olvidemos que a veces estos libros poéticos acaban publicándose en México por las dificultades de editarlos en lengua castellana en Francia.

Las actividades de nuestro exilio teatral [Doménech: 1977] se reanudan también en 1945 tras los años de la guerra, principalmente en París [Torres Monreal: 1974] pero, sobre todo, en Toulouse, con los grupos libertarios Iberia (1945-1963) y Grupo Juvenil (1948-1962) o el socialista Tomás Meabe [Archet: 1985; Zatlin: 1990; Serralta: 1991]. Empiezan a aparecer en París publicaciones como Espectáculos, «boletín de la Federación Española de la Industria de espectáculos públicos» de la UGT (1946-1947), o Galería (1945), «revista española. Espectáculos, arte, literatura». Ya por entonces la actriz María Casares, autora de Résidente privilegiée (París, Librairie Arthème Fayard, 1980; traducción castellana de Fabián García-Prieto Buendía y Enrique Sordo: Residente privilegiada. Barcelona, Editorial Argos Vergara, 1981), colabora en todas las actividades culturales del exilio republicano en que se solicita su presencia. Por su parte, en Toulouse se realiza el estreno europeo de Los árboles mueren de pie, de Casona, un autor exiliado en Argentina [Serralta-Archet: 1992] y el Grupo Artístico Iberia estrena con gran éxito el 1 de noviembre de 1958 Don Juan Tenorio, «El refugiao», de Juan Mateu [Serralta: 1995]. Y es que el mayor interés teatral durante aquellos años reside, sin duda, en los grupos vinculados al movimiento libertario, como se prueba en un trabajo que contiene en «Anexo» una «Relación de cuadros escénicos o grupos artísticos promovidos por las Federaciones Locales del MLE-CNT en Francia, en colaboración con Solidaridad Internacional Antifascista (SIA)», en donde se anotan entre 1945 y 1960 diversas puestas en escena de hasta 29 grupos diferentes [Alted Vigil: 1998].



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ArribaAbajo3. Del Ruedo Ibérico a la democracia en España (1961-1975)

Con la frustración de la esperanza en una III República democrática, el vigor político y cultural del exilio de 1939 se va diluyendo progresivamente durante la década de los años sesenta, ya que la posibilidad de un retorno político digno se presenta como una posibilidad cada vez más lejana. Los intereses geopolíticos de Estados Unidos han determinado que su anticomunismo signifique durante la guerra fría la consolidación de la dictadura franquista y su entrada en los organismos internacionales, desde la ONU a la UNESCO [Risco: 1990]. No solamente no cabe el retorno a una sociedad democrática sino que, por otra parte, la presencia de una emigración económica española que se proyecta hacia toda Europa viene a unirse -juntos, pero no revueltos- con un exilio republicano impregnado ahora en parte de un discurso europeísta [Bachoud-Dreyfus: 19971]. Sumemos además a los escritores que, como manera de protesta contra el régimen franquista y contra una España que se siente como un inmenso campo de concentración en donde el intelectual carece de libertad de expresión, deciden vivir en Francia un «segundo exilio» que no puede ni debe confundirse con el de 1939: Fernando Arrabal, Juan Goytisolo o Agustín Gómez Arcos [1992], por ejemplo. Por su parte, hay escritores como Michel del Castillo, Agustín Gómez Arcos, Jorge Semprún o José Luis de Villalonga que adoptan exclusiva o parcialmente la lengua francesa como lengua literaria. A veces, se publica antes la edición francesa -por ejemplo, L'autre face (París, Gallimard, 1960), de José Corrales Egea- que la española -La otra cara (París, Librería Española, 1961)- de una novela. La presencia de los escritores del «segundo exilio» y las transformaciones históricas durante los años sesenta determinan que la presencia española en Francia tenga una mayor complejidad y no se limite únicamente ya al exilio republicano de 1939. En rigor, París se ha convertido en capital cultural de la oposición franquista y no es casual en este sentido que un escritor republicano tan emblemático como José Bergamín vaya a vivir en ella -entre 1964 y 1970 y tras su amarga experiencia española- el penúltimo capítulo de su exilio [Penalva: 1998].

París y Toulouse siguen siendo, aunque sin la pujanza anterior, las capitales de nuestro exilio republicano. Con todo, la prensa libertaria mantiene su vitalidad, como prueba la publicación en esta década de Umbral (1962-1970), «revista mensual de arte, letras y estudios sociales», que es continuación de Solidaridad obrera y de su Suplemento literario.

Por su parte, el PCE edita en París la colección Ebro, cuyo catálogo constituye una prueba contundente de la amalgama entre literatura exiliada y literatura de la oposición antifranquista. Así, en esta colección   —26→   se publican novelas como Las ruinas de la muralla (1965), Madame García, tras los cristales (1968) o Un muchacho en la Puerta del Sol (1973), de Jesús Izcaray [Báez Ramos: 1994], o Cambio de rumbo (1970), de Ignacio Hidalgo de Cisneros -ambos exiliados republicanos de 1939-, mientras que en sus prensas también se editan, por ejemplo, novelas como Los vencidos, de Antonio Ferres (1965), y Tren minero (1965), de José Antonio Parra; libros poéticos como Burgos, prisión central, de Antonio G. Pericás, o Tres dramas españoles, de Alfonso Sastre. En cuanto a las actividades teatrales de nuestro exilio republicano, se circunscriben durante estos años a Burdeos, París y Toulouse. En la capital del Languedoc se crea en 1959 los Amigos del Teatro Español (ATE), dirigidos por José Martín Elizondo [Aznar Soler: 1998b], quien ha reconstruido el repertorio representado por el propio grupo [Martín Elizondo: 1990]. En París desarrollan sus actividades teatrales grupos como el Teatro Candilejas -conocido también por las siglas TEE (Teatro Español de la Emigración)-, creado por Francisco Villegas en 1963 y cuya denominación se vincula claramente al mundo emigrante [Torres Monreal: 1974]. Por último, en Burdeos y al amparo de Noël Salomon y de su universidad surge en 1964 el Teatro del Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos (TIEIT), dirigido por Manuel Martínez Azaña.

Pero el hecho cultural más relevante de esta década es, sin duda, la creación en París durante el año 1961 de la editorial Ruedo Ibérico, en donde va a publicar no sólo el exilio republicano de 1939 sino también la oposición interior a la dictadura franquista, imposibilitada por la censura de hacerlo en España. En rigor, concluye así el proceso de comunicación, el largo y polémico puente de diálogo iniciado entre exilio y oposición intelectual en 1951 [Aznar Soler: 1997]. Y, en este sentido, resulta extremadamente simbólico el que la novela Año tras año, del escritor comunista Armando López Salinas, sea la ganadora del Premio Ruedo Ibérico 1962, fallado el 24 de febrero de 1962 en un lugar tan emblemático como Collioure por un jurado compuesto por una mezcla de exilio republicano y oposición antifranquista: Carlos Barral, Antonio Ferres, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Manuel Lamana, Eugenio de Nora y Manuel Tuñón de Lara.

El director de Ruedo ibérico era el libertario José Martínez Guerricabeitia [Díaz Pardo: 1987] quien, junto al entonces comunista Jorge Semprún, constan como «redactores jefe» en el primer número (junio-julio 1965) de Cuadernos de Ruedo Ibérico, una revista muy influyente entre la oposición intelectual antifranquista, ampliamente conocida y estudiada [Axeitos: 1996] y de la que tenemos sus índices completos [Gómez Rivas: 1996]. Jorge Semprún -un intelectual que ha llegado a ser ministro de cultura durante un gobierno del PSOE presidido por Felipe González- era por entonces un dirigente del Partido Comunista   —27→   de España, en el que había ingresado en 1942 para ser detenido por la Gestapo en septiembre de 1943 y deportado a Buchenwald, de donde salió en 1945, experiencia que inspira en 1963 su primera novela, Le grand voyage, que, como la mayoría de su obra -a excepción de la Autobiografía de Federico Sánchez. Novela- publicará en lengua francesa [Sinnigen: 1982]. Tras expresar sus divergencias [Claudín: 1978] ante el Comité Ejecutivo del PCE en una sesión plenaria que se celebró a finales de marzo de 1964 en un antiguo castillo de los reyes de Bohemia cerca de Praga -reunión evocada por Semprún en el primer capítulo de su Autobiografía de Federico Sánchez-, tanto Semprún como Fernando Claudín fueron expulsados del PCE. Ambos intentaron editar sus textos en Ruedo Ibérico y, aunque no lograron que José Martínez se los publicase, de la entrevista surgió la idea de iniciar conjuntamente una revista. La editorial Ruedo Ibérico y la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico (66 números entre junio-julio de 1965 y mayo-diciembre de 1979) constituyen un elemento fundamental en la reconstrucción de la razón democrática y en la recuperación de nuestra memoria histórica durante aquellos años de la dictadura franquista, demasiados años en que República, exilio y cultura democrática eran conceptos condenados al silencio y al olvido.




ArribaAbajo4. Epílogo

El estudio de la creación literaria publicada por nuestro exilio republicano de 1939 en Francia es una asignatura pendiente de la investigación sobre el tema. La localización de esas obras no es en absoluto fácil la mayoría de las veces y para ello -como para la paralela y necesaria investigación hemerográfica- debe trabajarse en los archivos y bibliotecas de España y Francia: en este sentido, la Fundación Pablo Iglesias, el Archivo del PCE, el CIERE o la FUE en Madrid; el Pavelló de la República en Barcelona; los archivos departamentales y las bibliotecas públicas de Toulouse y París y, ante todo, la BDIC de París-Nanterre, constituyen los objetivos primordiales de un esfuerzo colectivo necesario y urgente en el que nuestro GEXEL está comprometido. La propia publicación de las Actas de este Primer Seminario Internacional sobre la Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia no cabe duda de que significa una aportación bibliográfica importante en la investigación sobre el tema, un valioso suma y sigue al estado de la cuestión.




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