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Lope y los «Sucesos y prodigios de amor» de J. Pérez de Montalbán, con una nota al «Orfeo en lengua castellana»

José Enrique Laplana Gil


Universidad de Zaragoza



Mi intención en el presente estudio es volver a reflexionar, una vez más, acerca de la relación entre Lope y Montalbán, que en esta ocasión pretendo abordar desde el siempre resbaladizo terreno de las amistades y enemistades literarias y personales, y de las múltiples polémicas literarias que generaron durante la primera mitad del siglo XVII. Es éste un terreno en el que la confusión entre las voces de ambos se prolongó, al menos aparentemente, incluso más allá de la muerte del Fénix1, aunque en este trabajo mi interés se centra en la primera obra impresa con la que irrumpió el joven licenciado en el cargadísimo ambiente literario madrileño de los años de 1623-1624: los Sucesos y prodigios de amor. Creo que el estudio de los Sucesos dentro del contexto de las múltiples polémicas literarias en las que se encontraba enzarzado Lope puede ser útil para comprender mejor la casi inmediata aparición del beligerante Orfeo en lengua castellana, obra donde la voz y el eco de Lope se funden hasta confundirse, como es bien sabido y ha remarcado Felipe B. Pedraza en su edición facsímil del poema2. No obstante, dado que el problema de la atribución del Orfeo afecta sólo tangencialmente a este trabajo, lo dejaré de momento, para plantear más abajo una hipótesis acerca de la fecha de redacción y difusión del Orfeo de Jáuregui que aclararía su precipitada impresión, inexplicablemente separada del Discurso poético que debería haberse publicado junto al poema.

Al estudiar la presencia de Lope en la primera obra publicada por el joven hijo del «librero de Alcalá» que tan estrecha relación comercial tuvo con el Fénix3, no está en mi ánimo confundir más la ya de por sí compleja producción literaria de Montalbán con nuevos problemas relativos a atribuciones e influencias, asunto que sólo mencionaré muy de paso, sino que me limitaré a intentar desvelar la presencia de Lope y sus guerras literarias en algunos fragmentos de los Sucesos que no han sido estudiados desde este punto de vista. Lo que sí han resaltado todos los estudiosos de Montalbán es que en su primera obra impresa quiso aparecer ante sus lectores como discípulo predilecto de Lope4, condición explícitamente manifestada en los preliminares de los Sucesos, particularmente en los poemas de Valdivielso, Tirso y Anarda -probablemente Ana Castro Egas-, en la elogiosa aprobación del propio Lope, y en la dedicatoria al mismo de la cuarta novela, La mayor confusión. Dicho sea de paso, no creo que, andando el tiempo, a Lope le hiciera mucha gracia verse como destinatario de la dedicatoria de una novela (cuya aprobación había corrido por su cuenta) que sufrió tres censuras hostiles por parte de la Inquisición (de la que era familiar) en octubre de 1626, agosto de 1629 y enero de 1630 que la convirtieron en una «confusión» textual5, en particular si tenemos en cuenta la trayectoria vital de Lope y sus permanentes intentos de ganarse el apoyo de palacio en un momento en que la reforma moral se consideraba requisito indispensable para la regeneración del cuerpo enfermo de Castilla, según el diagnóstico del Conde-Duque y sus colaboradores6.

Todos estos textos simplemente corroboran la dependencia del discípulo respecto al maestro en su introducción en el ambiente literario madrileño, una dependencia que afecta tanto a su participación en las justas poéticas de 1620 y 1622 capitaneadas por Lope, como a sus inicios como dramaturgo, que permitieron a Quevedo describirle en la Perinola como un «retacillo de Lope de Vega, que de cercenaduras de sus comedias se sustentaba»7. Es muy posible que Montalbán aluda precisamente a sus primeras obras dramáticas cuando recuerda en la dedicatoria a Lope que hay quien atribuye sus obras a su maestro; es difícil pensar que aluda a sus novelas o a sus poemas, aunque Montalbán sólo habla de «obras» de un modo genérico y expresa el deseo de que su novela parezca de Lope (quien acababa de publicar en La Circe sus últimas novelas para Marcia Leonarda), con unas palabras que parecen proféticas en lo que respecta al Orfeo en lengua castellana:

Yo me holgara pareciera de v. m., porque, en efeto, fuera de Lope, aunque esto no sería difícil de creer en muchos que, pensando deslucir algunas obras mías y viéndose convencidos a que están escritas con acierto, se las atribuyen a v. m., error grande de su mala intención, pues no advierten que, mejorándolas de dueño, las califican, y lo mismo que intentan para desconsolarme viene a servirme de panegírico.


Pero esta cuestión es bien conocida e incidir en ella no aportaría ningún dato nuevo, mientras que hay otros aspectos de los Sucesos que, sin ser tan evidentes, merecen ser atendidos desde la perspectiva de la relación entre Lope y Montalbán. En concreto, voy a centrarme en las dedicatorias de sus ocho novelas, aunque la sombra del maestro se proyecta también en otras direcciones, en particular en algunos de los poemas insertados en las novelas de Montalbán8 y en pequeños detalles comunes de la práctica novelística de ambos9. De todos modos, lo que parece claro es que el eco de Lope no se halla en la práctica novelística de Montalbán, tan distinta por convencional de las novelas distanciadamente coloquiales de Lope. Igual que hizo Lope en las dedicatorias de las comedias publicadas en los fecundísimos años que corren entre 1620 y 1624, ya de guerra abierta frente a los cultos, Montalbán en sus ocho dedicatorias suele aprovechar la ocasión para aludir, en medio de los habituales tópicos encomiásticos, a distintos émulos y enemigos literarios que sus contemporáneos identificarían sin dificultad, pero que a nosotros suelen resultarnos de borrosos perfiles10. Para comenzar el estudio de las dedicatorias, creo que lo más oportuno es intentar fecharlas con la mayor precisión posible. Montalbán debió de redactarlas entre mediados de marzo, fecha del Privilegio, concedido en Andalucía durante el transcurso de la jornada real del año 1624, y junio del mismo año, fecha de la tasa. En un caso además podemos estar seguros de ello, puesto que la segunda dedicatoria va dirigida a fray Plácido de Tosantos, obispo de Zamora, y sabemos que fray Plácido aceptó la sede de Zamora en abril de 1624 y murió el 30 de agosto del mismo año, como indica L. Giuliani en su edición de los Sucesos.

Por otra parte, la dedicatoria de la primera novela, al Príncipe de Esquilache, alude a un acontecimiento histórico que tuvo lugar el año anterior y que sirve para dar crédito al ficticio argumento de su novela, dentro de la antigua y extendida tradición de afirmar los novelistas la veracidad de la historia que narraban11. En la novela de Montalbán «se trata del amor curioso y honesto de un príncipe, que, llevado por la fama de una belleza, olvida su patria, aventurándose a diferentes suertes de peligros», y si recuerda que es un «caso que en este tiempo tiene seguro el crédito», es porque alude al novelesco viaje del Príncipe de Gales que el año anterior había dado tantos rompimientos de cabeza al incipiente gobierno de Olivares. Salvo en este recuerdo de un suceso de tal resonancia, no hay en el resto de dedicatorias elementos que permitan retrasar esta datación12, y por ello me inclino a pensar que todas fueron redactadas por Montalbán entre abril y junio de 1624. Si insisto en esta cuestión es porque la redacción de las dedicatorias de los Sucesos es prácticamente coincidente con la impresión del Orfeo de Jáuregui, que lleva censuras del 5 y 17 de junio, y cuyo privilegio es del 26 de junio.

Entrando ya a analizar el contenido de las dedicatorias, hay que decir que en todas ellas, excepto en dos casos, se alude a cuestiones relativas a las polémicas literarias del momento. Estos dos casos son la breve y convencional dedicatoria dirigida a don Juan del Castillo, secretario del rey que lo sería también del Conde-Duque13, que parece inspirada por Alonso Pérez, ya que su hijo se limita a recordar «las obligaciones que confiesa mi padre», y la dedicatoria a fray Plácido de Tosantos. No obstante, en este último caso creo que puede verse la huella de Lope en su presencia entre los destinatarios, teniendo en cuenta la relación de fray Plácido con Lope, quien le dirigió la segunda de las epístolas de la Circe14, y que el propio Montalbán confiesa que ni siquiera había tenido ocasión de oírle predicar en la Corte, por haber estado ausente en Alcalá a causa de sus estudios; en esta dedicatoria Montalbán alude además indirectamente a una de las comedias de Lope cuando dice estar «consolado de que, sirviendo a señor discreto, cuando en admitirme no pueda pagarme, por lo menos conocerá que me debe»15.

El resto de dedicatorias está impregnado de polémica literaria, aunque en algunos casos las alusiones son tan breves y veladas que pasan desapercibidas entre el cúmulo de tópicos retóricos y gratuitas muestras de erudición en forma de citas latinas. Esto último ocurre en la dedicatoria de la última novela, al veinticuatro sevillano Antonio Domingo de Bobadilla. Tras un elogio de la liberalidad y una torpe justificación por haber sido la última la novela dedicada al veinticuatro, al final de la dedicatoria comenta Montalbán en el tono familiar propio de las epístolas las escasas novedades de la Corte: sigue habiendo muchos poetas, es pecado común entre los ignorantes «deslucir y tener en poco los tordos a las filomenas», y se «estima más la bachillería de los extraños, aunque vengan del otro mundo, que el acierto de los hijos propios». Aquí parece que se alude a dos de los enfrentamientos literarios de Lope: en el primer caso, no creo que necesite comentario la presencia de estos tordos opuestos a las filomenas tras los estudios de Entrambasaguas identificando al tordo por excelencia, Torres Rámila, si bien me parece que en el contexto de 1623-1624 el término «tordos» puede aplicarse por extensión a cualquier enemigo de Lope y no recuerda necesariamente la polémica de la Spongia. Por lo que se refiere a los extraños que vienen «del otro mundo», y cuya bachillería se estima más que el acierto de los naturales, es difícil no ver aquí la sombra de «este advenedizo, este criollo, este hombrecillo contrahecho» al que se había elegido para realizar el Elogio descriptivo de las fiestas que se hicieron en honor del Príncipe de Gales en 1623, una obra en la que se cebaron «los malignos poetas de la corte», y especialmente, como es bien sabido, el propio Lope, cuyos enfrentamientos con Alarcón están ampliamente documentados. No parece que Montalbán haya protagonizado choques tan públicos y violentos con el mejicano como su maestro, pero conviene recordar que tampoco faltó su décima entre las burlas contra el Elogio16.

En esta dedicatoria, como vemos, sólo aparecen breves alusiones en las que Montalbán pasa muy por encima por las polémicas conocidas de todos. En otras dedicatorias, sin embargo, el madrileño plantea mucho más por extenso otros conflictos literarios del momento. Es lo que ocurre en las dirigidas al Príncipe de Esquilache, donde el blanco de los ataques parecen los cultos en general, al propio Lope, donde hallamos una encendida defensa del maestro, y a su amigo Francisco de Quintana.

La propia presencia del Príncipe de Esquilache como destinatario de la dedicatoria de la primera novela es por sí misma una muestra muy ilustrativa del tono manifiestamente partidista y combativo de las dedicatorias. Don Francisco de Borja se había convertido en el modelo indiscutible de claridad esgrimido por el Fénix en su batalla contra los cultos en varios textos aparecidos en fechas inmediatamente anteriores a la aparición de los Sucesos: la dedicatoria de la comedia La pobreza estimada en la parte XVIII de sus Comedias y, sobre todo, La Circe, donde se elogia al de Esquilache en la Epístola 4.ª a Francisco de Herrera (versos 304-312) y en la Epístola 7.ª En esta última epístola, respuesta a la carta con la que el historiador segoviano Diego de Colmenares había contestado a la meditada reflexión de Lope sobre la nueva poesía incluida en La Filomena, Lope no se limitó a elogiar a Esquilache con hipérboles más o menos merecidas, sino que incluyó también una égloga del propio Esquilache a modo de ejemplo práctico de poesía realzada pero clara17. El elogio de Montalbán en su dedicatoria a Esquilache sigue por el mismo camino andado por Lope, destacando la práctica poética de Borja como modelo para desengañar cultos: «Yo quisiera que estos críticos pasaran por los ojos muchos versos que yo he visto de V. E., para que se desengañaran de que la blandura y la belleza pueden andar juntas». Antes Montalbán había resumido sus críticas a quienes sobrepasan los límites de la lengua castellana en los tres puntos clave que repite constantemente Lope, los neologismos, las metáforas y el hipérbaton: «sin ofender su pureza con vocablos nuevos, metáforas impropias ni locuciones forzadas».

En la dedicatoria a Lope de La mayor confusión, además de su reconocimiento como discípulo y la alusión a los murmuradores que atribuyen sus obras al maestro, Montalbán nos ofrece el catálogo completo de las virtudes de Lope que sus discípulos, y él mismo ocasionalmente, solían enumerar: víctima de los murmuradores que le envidian y a los que «castiga sin responderles», haciendo «gala la persecución»; la fecundidad monstruosa de su pluma; su condición de primer poeta, que ha puesto los versos «en el estado que hoy tienen» y que además es un poeta científico que «tiene de todas las ciencias noticia bastante para hablar en ellas como si las hubiese profesado»; su dominio de la lengua latina y de las otras tres lenguas, las famosas «cuatro lenguas» de Lope. Así pues, en las dedicatorias a Lope y a Esquilache, lo que hallamos es una defensa del maestro y un ataque a los cultos donde se repiten los argumentos que el propio Lope estaba utilizando con reiteración en fechas muy próximas. Pero me parece interesante resaltar que en cierto modo la presencia de Esquilache en la dedicatoria de la primera novela de los Sucesos es un eslabón más en la cadena de textos en los que Lope intentó equiparar su figura poética con la de Góngora con la finalidad fundamental de diferenciar a don Luis de sus seguidores; es una cadena de textos que va de las dedicatorias de las comedias y La Circe al Orfeo en lengua castellana de Montalbán18.

Sin embargo, en la dedicatoria a su amigo Quintana, en otros fragmentos de las dedicatorias e incluso en la prosa de las novelas, Montalbán se aleja de estos argumentos comunes para emprender una defensa del maestro mucho más virulenta que parece ir dirigida explícitamente contra algunos sujetos particulares que habían tenido la osadía de censurar a Lope, movidos por la envidia, claro. De los destinatarios de los dardos de Montalbán creo que puede identificarse a Diego de Colmenares y, con precauciones, al propio Jáuregui.

Creo que a Colmenares es a quien se dirige el largo excurso que introduce Montalbán en su novela Los primos amantes (precisamente la dedicada a su amigo Quintana) y que se inspira en unas nubes que oscurecen la luz de la luna:

La luna se había recogido con vergüenza de una nube que se quiso oponer a su resplandor, que a la misma luz se atreven las tinieblas, mas no sin castigo, pues luego conocen, aunque a costa de su menoscabo, que son vapores de la tierra y que se opusieron a la claridad del cielo. Pero, ¿qué no intentará la ignorancia apasionada de su misma idea o, lo que es más cierto, envidiosa de los méritos que no alcanza? ¿Quién no se ríe de ver a un hombre (que porque no sabe más de un poco de gramática, se le puede llamar gramático simple), satisfecho de su buen juicio y pagado de sus buenas letras, hablar y tomar la pluma contra quien alaban todos? Hombre, o gramático, o lo que fueres, que bien poco puede ser quien se deja vencer de su envidia, ¿de qué te sirve querer deslucir al sol y oponerte a sus divinos rayos, si naciste nube y es fuerza que su mismo calor te venga a deshacer? ¿Qué importa que se atreva tu ingenio (si acaso le tienes) a vituperar los escritos que todo el mundo estima, si nadie te escucha, porque no tienes autoridad sino para contigo? Escribe algo, intenta algún poema; que no se gana la opinión propia sólo con censurar los trabajos ajenos.


(pp. 282-283.)                


Tratándose de un hombre que se atreve a deslucir al sol, que vitupera los escritos que todo el mundo estima, un gramático simple que habla y toma la pluma contra quien alaban todos, sin autoridad ninguna, y que además es incapaz de escribir nada (de ahí la invitación a que escriba o intente algún poema), sino que busca ganar opinión censurando trabajos ajenos, ¿quién más adecuado que el segoviano Diego de Colmenares, quien se había apresurado a defender la obra de Góngora de la «Respuesta» de Lope de La Filomena y volvería a contestar a la epístola 7.ª de La Circe? Además, los argumentos y las censuras de Montalbán coinciden parcialmente con los esgrimidos por Lope en su Epístola 7.ª de La Circe, primera respuesta a Colmenares. Lope recuerda lo fácil que es censurar con la teoría sin ejemplificar con la práctica: «que viene a ser lo mismo que reprehender y no escribir» y «que no importa hablar magistralmente de una ciencia si el tal razonador no sabe ejecutarla», y que el autor de la respuesta no «quiso defender, sino hacer obstentación de sí para ser conocido» (pp. 1258 y 1263, respectivamente)19.

Si esta identificación es correcta, parece que otras alusiones dispersas por las dedicatorias de los Sucesos podrían ir dirigidas también contra Colmenares. Por ejemplo, cuando comenta a Quintana que no se atreve a elogiarle en su dedicatoria porque es «peligroso decir alabanzas en cartas donde para loar a uno se habla atrevidamente de los demás, desafiando a todos los ingenios (¿quién lo creyera, siendo tantos?)»20, cuando en la dedicatoria a Lope recuerda a «algunos que ponen el crédito de sus obras en el vituperio de las ajenas», o cuando en la dedicatoria a Quintana critica la soberbia de algunos «que apenas saben escribir una carta y por milagro han acertado una vez en la vida, cuando su soberbia no les deja caber en el mundo y no se pagan de cuanto los otros escriben». Parece, pues, que Montalbán se encargó de responder a la segunda carta de Colmenares, fechada el 23 de abril de 1624, es decir, en las mismas fechas en las que Montalbán redactó sus dedicatorias de los Sucesos. Sin embargo, como puede verse, no se trata tanto de una respuesta meditada a los argumentos del segoviano como de una sarta de improperios que le tildan de envidioso, incapaz e ignorante.

Con todo, en esta maraña de referencias cruzadas y sobrentendidas, donde además las acusaciones pueden ser válidas para aplicarlas a diversos sujetos (como decía Lope de los versos en La Dorotea), no parece que todos los ataques vayan dirigidos contra Colmenares, sino que también van dirigidos a un autor que, a diferencia del segoviano, sí que ha escrito alguna obra. Un autor que merece ser blanco de sátiras y murmuraciones cuando publique sus obras, porque, como dice Montalbán en la dedicatoria a don Gutierre Marqués de Careaga, aunque tales sátiras en general son injustas:

Verdad es que algunos lo merecen, porque tienen a los demás tan ofendidos su lengua y presunción, que sólo se espera a que tomen la pluma para margenarles sus escritos; éstos tales no pueden tener queja, porque a los agravios no corresponden encomios.


Sorprende también la justificación que da Montalbán en la dedicatoria a su amigo Quintana después de hablar por extenso de la envidia, la presunción y los ignorantes cuya soberbia «no les deja caber en el mundo y no se pagan de cuanto otros escriben». En gran medida alude a Colmenares, como hemos visto, pero ¿cómo interpretar las palabras finales de Montalbán?: «La disculpa da Horacio; común es, mas viene a propósito: pictoribus atque poesis, y esto basta». Sospecho que en ambos casos Montalbán está señalando a Jáuregui, «pluma valiente, si pincel facundo», como dijera burlonamente Góngora, cuyas obras estaban efectivamente esperando todos para satirizarlas y margenarlas21. Si esta identificación es acertada, resultan muy significativas otras dos alusiones que aparecen en la dedicatoria al Príncipe de Esquilache, una dedicatoria que, como hemos visto, en principio parece dirigida a los cultos en general, pero que se inserta en una serie de textos en los que Lope estaba intentando diferenciar a Góngora de sus imitadores, posiblemente más para censurar a éstos que para ensalzar al cordobés. Estas dos alusiones a nadie cuadran mejor que a Jáuregui, cuya impresión del Orfeo y del Discurso poético iba a tener lugar en los meses siguientes a los Sucesos. En primer lugar, dice Montalbán que en los versos son muchos «los que por singularizarse se despeñan, y en lo que se conoce su yerro es que lo hacen todos y ninguno lo confiesa»; este argumento es el mismo que esgrimirá Lope contra Jáuregui en los preliminares del Orfeo en lengua castellana22. En segundo lugar, aunque pueda ser una casualidad, resulta curioso que inmediatamente antes de incluir las palabras citadas Montalbán haya citado a Quintiliano recordando que: perspicuitas summa orationis vis est, y no creo que esté de más recordar que la clave del lenguaje poético para Jáuregui es la que denomina «perspicuidad» y describe por extenso en su Discurso poético23, donde parece más interesado en diferenciarla de la vulgaridad de los «claros» que de la oscuridad de los «cultos».

Una considerable objeción que puede hacerse a nuestra interpretación es que implica que Montalbán, si alude a Jáuregui en estos casos, cuando redactó las dedicatorias de sus Sucesos, entre abril y junio de 1624, tenía que conocer el Orfeo y el Discurso poético, y está claro que también los conocería Lope. Y en este contexto es donde me gustaría plantear una hipótesis acerca del problema de los Orfeos y de la reacción de Lope ante la deserción del más combativo antigongorino a las filas de los cultos.

En primer lugar, quiero recordar que el Orfeo de Jáuregui (con censuras del 5 y 17 de junio, privilegio del 26 de junio -preliminares tanto para el Orfeo como para el Discurso poético-, fe de erratas del 1 de agosto y tasa del 12 de agosto) se imprimió por intervención de Lorenzo Ramírez de Prado. Ramírez de Prado indica en su dedicatoria al Marqués de Montesclaros, personaje clave en la reforma política y fiscal de Olivares, que Jáuregui había entregado el texto manuscrito al Conde de Olivares: «Este poema escrito de mano, ofreció su autor al Señor Conde de Olivares». La existencia de un Orfeo manuscrito entregado a Olivares, con toda probabilidad acompañado del Discurso poético, está atestiguada por su presencia en el catálogo de manuscritos del Conde-Duque realizado por el p. Lucas de Alaejos en 1627, donde aparece con la signatura 0.2624. Ignoramos cuándo pudo entregar el original manuscrito Jáuregui, pero es posible que fuese con anterioridad al viaje real a Andalucía, iniciado el 8 de febrero de 1624, en una jornada que se prolongaría durante sesenta y nueve días. Si esto es así, parece poco probable que en los mentideros literarios madrileños se desconociesen el Orfeo y el Discurso poético del sevillano, que había preferido entregar manuscrito su texto antes de llevarlo a la imprenta.

En segundo lugar, hay que recordar que una de las censuras del Orfeo en lengua castellana está fechada el 13 de agosto, sólo un día después de la tasa del Orfeo de Jáuregui, lo que implica necesariamente que fue compuesto antes de la aparición impresa del texto de Jáuregui25. Este hecho objetivo invalida la teórica redacción de Lope en cuatro días del Orfeo en lengua castellana como respuesta a la aparición impresa del Orfeo de Jáuregui. A mi modo de ver, si mi identificación de las alusiones a Jáuregui en las dedicatorias de los Sucesos son correctas, Lope y Montalbán conocieron los textos de Jáuregui varios meses antes de su impresión, y es posible que ambos hubiesen preparado e incluso pretendiesen imprimir su respuesta «en lengua castellana» antes de que apareciese el texto de Jáuregui. De este modo podrían explicarse dos hechos: primero, la precipitada aparición del Orfeo de Jáuregui separada del Discurso poético, cuando ambos textos comparten privilegio y censuras; segundo, el disimulado pero hiriente ataque a Lope de Vega, donde más le dolía, que creo que puede verse en la Dedicatoria de Jáuregui al Conde de Olivares, cuando dice:

Sabe V. Ecelencia que nací como los míos en obligación de servirle, i en patria que es tan suya: sabemos que V. E. precisa, como entiende, los escritos de ingenio. Todo me alienta a desear tan gran dueño a esta breve obra: que no por hallar oi a V. E. en singular gracia de nuestro Príncipe, huiremos dedicarle lo que siempre fue suyo, temiendo con superstición indicios de lisonja26.


Jáuregui, sevillano, siempre ha sido devoto de Olivares, no como otros que, por verle convertido en privado de Felipe IV, intentan lisonjearle para conseguir sus favores. ¿A quién mejor que a Lope podía referirse Jáuregui, si tenemos en cuenta la campaña de lisonjas que estaba llevando a cabo Lope para intentar conseguir la protección del Conde-Duque? También a Lope como uno de los que «con brío o con enojo» han escrito «discursos inútiles» que se valen de «doctrinas vulgares» alude claramente Jáuregui en la dedicatoria al mismo Olivares del Discurso poético27. Tal vez la imponente figura de Olivares como destinatario del Orfeo y del Discurso poético de Jáuregui, a quien se otorgarán distintas mercedes en los años siguientes, sea lo que explique, en caso de que Lope sea el autor del Orfeo en lengua castellana, la atribución a Montalbán, rompiéndose la costumbre de Lope de no utilizar nunca nombres de personas reales cuando publica obras íntegras con seudónimo28.

Hasta aquí la hipótesis, falible desde luego, pero que podría ser útil para explicar el repetido intento de Lope en esas fechas de distinguir a Góngora de sus imitadores, y también la inmediata réplica de Jáuregui en su Carta del Licenciado Claros de la Plaza al Maestro Lisarte de la Llana, a la que siguió el Anti-Jáuregui de Lope que prolongó la enemistad de ambos29.

Para finalizar, volvamos a las dedicatorias de los Sucesos de Montalbán para intentar extraer alguna conclusión de todo lo dicho anteriormente. Lo que he intentado demostrar es el fuerte acento polémico con el que Montalbán tiñó la primera obra que llevó a la imprenta, con toda una serie de alusiones indirectas que para nosotros pueden resultar confusas, complejas y discutibles, pero que sin duda identificaron sus contemporáneos, mucho más al tanto de las múltiples polémicas que agitaban la convulsa república literaria madrileña de los primeros años del gobierno de Olivares, cuando todos estaban tomando posiciones que les permitieran ganarse la protección de los nuevos poderosos. La actitud de Montalbán en las dedicatorias de los Sucesos va mucho más lejos de las convencionales burlas a los cultos procedentes del campo de los llanos, y le llevan a participar activamente en los múltiples enfrentamientos personales en los que se hallaba inmerso un Lope «crecido» y desafiante (como lo describe Orozco en los años 1620-1624), con referencias a los «tordos», a Alarcón, a Colmenares y, posiblemente, al propio Jáuregui. De este modo se entiende mucho mejor que la segunda obra impresa de Montalbán, el Orfeo en lengua castellana, cuya elaboración coincide cronológicamente con la redacción de las dedicatorias de los Sucesos, sea una obra en cuyo estudio e interpretación han pesado más las consideraciones externas relativas a la polémica entre Lope y Jáuregui que el análisis del poema en sí mismo.

Como tantos otros autores del momento, como Tirso, Alarcón y, especialmente, Lope, Montalbán utilizó sus obras para dar cuenta a los lectores y espectadores avisados de las distintas polémicas que envenenaban las relaciones entre los ingenios, en las que no parece haber término medio entre la servil adulación y el más absoluto desprecio. En esta actitud parece que el modelo principal de Montalbán fue Lope, igual que lo fue en la actitud que adoptaba Montalbán cuando era él quien se sentía personalmente concernido por los «envidiosos»30. El magisterio de Lope marcó indeleblemente la actitud de Montalbán en su relación con el mundo literario desde su primera obra, aunque a partir de 1625 las preocupaciones vitales del Lope que se introducía en el «ciclo de senectute» fueran distintas y Montalbán emprendiera otras batallas literarias por su cuenta. Lo cierto es que en su primera obra impresa, Montalbán entró de lleno en la polémica, y lo hizo, como también su buen amigo Quintana31, defendiendo a su maestro de quienes le ladraban y envidiaban mientras él seguía escribiendo «impasiblemente»32. Más adelante, Montalbán volvería a utilizar sus obras para seguir combatiendo públicamente frente a sus propios enemigos a lo largo de su tumultuosa carrera literaria, como lo demostró V. Dixon en su estudio del Para todos en relación con Villaizán33. Aunque nos veamos obligados a movernos en el resbaladizo terreno de las hipótesis y muchas veces resulte imposible descifrar con precisión y pruebas documentales las innumerables guerras literarias que reflejan los textos, su correcta compresión exige arriesgarse en esta dirección.





 
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