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Los consejos paternos de un príncipe y de un gaucho. La voz de don Juan Manuel en el «Martín Fierro»

Antonella Cancellier





En su Introducción al Martín Fierro, Luis Sainz de Medrano, en la estela de otros críticos, afirma que en el poema, al lado de las conocidas y directas influencias de las elaboraciones anteriores de la poesía gauchesca, «no faltan ecos muy precisos de la literatura española clásica»1. Entre estas posibles fuentes indica por supuesto a Calderón, a Lope, a Espronceda, etc. a los que añade a don Juan Manuel (1282-1348), justificando su elección con estas palabras:

Por nuestra parte no queremos dejar de apuntar la posible relación existente entre la payada y los capítulos del Libro del caballero y el escudero de don Juan Manuel, en la que un joven escudero es aleccionado por un caballero ermitaño sobre cuestiones de religión, qué son los cielos, los elementos, los planetas, el hombre [...]2,


y señalando en nota, a este propósito, los catorce capítulos (XXXV-XLVIII). La afirmación parece bastante persuasiva ya que puede correr sobre la estela de cierto medievalismo que late en el acervo literario tradicional argentino3 (en este caso sobre todo las adivinanzas, preguntas o ¿cosa y cosa?) y puede abrir el camino hacia el descubrimiento de otras interesantes relaciones entre la literatura española medieval, con referencia justamente a otras y diferentes obras de don Juan Manuel y el Martín Fierro de José Hernández que -como sabemos- aunque no fuera un erudito era sí un lector omnívoro.

Hacia esta búsqueda me ha empujado no sólo esa deformación profesional que casi nos obliga a rastrear pistas allí donde encontramos una intuición sugerente, sino sobre todo el recuerdo de una conversación -lejana sólo en el tiempo- con el querido e inolvidable profesor Paul Verdevoye que me indicaba la posibilidad de esta investigación. Porque es así como quiero y debemos recordarlo -con su entusiasmo, su curiosidad, su inteligencia, su generosidad- los que lo hemos admirado y querido, los que tenemos el privilegio de guardar recuerdos con él, los que no nos hemos acostumbrado a su ausencia.

Por supuesto -como más o menos me explicaba el profesor Verdevoye-, no se trata de ir buscando formas rigurosas de intertextualidad, sino de poner de relieve ciertas afinidades que se notan en el tratamiento de algunos temas que no pueden no detectar la existencia de una veta ininterrumpida que, a través de una infinidad de reelaboraciones (directas o indirectas), une al poeta gauchesco con el escritor medieval.

Sin embargo, la pretensión de señalar una fuente literaria en el Martín Fierro siempre tiene sus riesgos. En esta perspectiva y con respecto a don Juan Manuel, si bien podemos encontrar huellas de coincidencias también en otros lugares (por ej. el más famoso Conde Lucanor), es por supuesto El Libro Infinido (o sea El libro de los castigos ó consejos que fizo don Johan Manuel para su fijo, et es llamado por otro nombre El Libro Infinido)4 que especialmente indica la evidente proximidad con el Martín Fierro. El lugar del Martín Fierro a que me refiero como el privilegiado, ya que más de inmediato sugiere una afinidad a partir del asunto común, no puede ser otro que el Canto XXXII de la Vuelta, más conocido como el de los consejos de Martín Fierro. El Libro Infinido, pues, como primer término, en el que el ilustre Infante don Juan Manuel5, hijo del Infante don Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, nieto de San Fernando, y abuelo, a su vez de Juan I, le da consejos de vida práctica y espiritual a su hijo Fernando. Un eco de sus palabras nos parece que estamos percibiendo, como segundo término, en aquellas estrofas del Martín Fierro en que el gaucho hace lo mismo con sus hijos y Picardía, el hijo de Cruz, antes de la despedida y la separación definitiva. Memorables son los últimos versos del Canto precedente, el XXXI, que merece la pena recordar:


Y antes de desparramarse
para empezar vida nueva,
en aquella soledá,
Martín Fierro, con prudencia,
a sus hijos y al de Cruz
les habló de esta manera


(vv. 4589-4594).                


Dos actos de habla de amor, podríamos decir, que dialogando entre sí, logran acercar dos obras con coordenadas cronotópicas tan alejadas (el palacio medieval y su corte / la pampa y su soledad). La elección de los dos textos que serán el eje de este cotejo parece casi obligada por desarrollar el tema específico de los consejos del padre al hijo6.

No siempre por supuesto la cercanía aparece con igual rotundidad, pero son los casos evidentes los que refuerzan, al mismo tiempo, la impresión de conjunto.

En primer lugar, sin pensar en fuentes directas, hay que pensar, en cambio, en una tradición literaria y paraliteraria de temas y motivos propios de la literatura didáctica, gnómica y sapiencial que se tratan y se disponen conforme a ciertas relaciones, secuencias y contenidos a menudo idénticos o más bien similares, que sin embargo se manifiestan con lenguajes y formas diferentes, asimilados y reelaborados en diversos aspectos de que Hernández sabe apropiarse y reinventar, lo que constituye la prueba de uno de sus virtuosismos miméticos: la adquisición de la palabra del otro, por lo tanto, pero también su continua recreación expresiva, una especie de incesante trabajo de «traducción» cultural y lingüística de un nivel a otro.

Naturalmente esa clase de literatura didáctica conoce muchas obras además de las del Infante castellano que forman parte del substrato cultural y, aunque a menudo, de manera muy subterránea, del patrimonio tradicional argentino: desde el texto muy difundido de la Disciplina Clericalis hasta las obras de Alfonso el Sabio, el tratado de los consejos del rey don Sancho, el Libro de los gatos, el Calila y Dimna y así elencando.

Sin embargo la peculiaridad de ciertos motivos y de ciertos significantes en el planteamiento de la reescritura de Hernández, aunque se encuentren disfrazados con aforismos, epifonemas y manifestaciones de la sabiduría popular (máximas, proverbios) parecería suficiente para establecer la especificidad de la fuente y parecería el resultado de una transformación de la obra juanmanuelina, o por lo menos legitimaría una posible relación entre los textos. La falta del manuscrito de la parte consagrada a los consejos hace más difícil un estudio genético que podría iluminar su proceso creativo, porque está reconocido que esta parte contribuye a caracterizar la Vuelta como más literaria respecto a la Ida7.

Por supuesto, de inmediato salta a la vista la diferencia básica entre el príncipe medieval y José Hernández, que se refleja en seguida en el tono y el planteamiento de los mismos contenidos. Es que don Juan Manuel, escritor culto que explota y ostenta su doctrina, es sustancialmente didascálico, mientras que Hernández, poeta intencionadamente popular, resulta esencialmente gnómico, sentencioso. De ahí descienden la amplificatio, las argumentaciones amplias, a pesar de sus reiteradas declaraciones en favor del uso de «las menos palabras» posibles (págs. 265b, 266b), y las premisas teoréticas de don Juan Manuel8, y, al contrario, la entrada in medias res y el desarrollo práctico de los consejos impartidos por Martín Fierro donde el gaucho, con todo, aparece elevándose a la altura reflexiva que corresponde a un gran poeta sapiencial.

Bastaría, para darse cuenta de la verdad de esa oposición, confrontar los dos inicios. Don Juan Manuel encamina en la premisa un largo razonamiento sobre el saber y el haber (págs. 264a, 264b, 265a) que respalda con consideraciones religiosas, para concluir con una declaración de intentos, de la que aprovecha para ostentar sus títulos de nobleza:

[...] la mejor cosa que puede ser es el saber. Et este saber se entiende por el buen saber; ca el saber engañoso ó mintroso ó en malicia non es dicho saber; ca Dios, que es verdadero sábio, non puede haber cosa sinon todo bien, et el saber en que ha algund mal ó engaño, non es verdadero saber, [...]. Et porque yo don Johan, fijo del infante don Manuel, adelantado mayor de la frontera et del regno, et de Murcia, querría cuanto pudiese ayudar á mí et á otros a saber lo mas que yo pudiese, teniendo que el saber es la cosa por que home mas debria facer, por ende asmé de componer este tractado, que tracta de cosas que yo mismo probé en mí mismo et en mi facienda, et ví que aconteció á otros de las que fiz et vi facer [...].


(págs. 264b y 265ª)                


El incipit del Canto XXXII del poema gauchesco repite parecidas argumentaciones del tratadito medieval, pero en tono más familiar y práctico. Ante todo, a la generosa utilidad en clave universal de la obra de Juan Manuel («ayudar á mí et á otros») se opone la de Martín Fierro que se reduce al ámbito particular aunque sea con destino general9:


Un padre que da consejos
más que padre es un amigo


(vv. 4595-4596);                


y la erudita y larga disquisición que da vueltas alrededor del saber en general y al implícito elogio del propio se convierte, ante todo, en el autorreconocimiento de la ignorancia del gaucho:


No extrañen si en la jugada
alguna vez me equivoco,
pues debe saber muy poco
aquel que no aprendió nada


(vv. 4603-4606).                


La enjuta sentencia moralizadora con que se resuelve la argumentación rescata en cierto modo la precedente admisión, en tanto que el autor aprovecha la oportunidad para expresar su persuasión acerca de la superioridad del buen sentido popular sobre la ciencia de los doctos, lo que puede tener cierta correspondencia con el «buen saber» juanmanuelino:


Hay hombres que de su cencia
tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas;
mas digo, sin ser muy ducho:
es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas


(vv. 4607-4612).                


Agréguense además la afirmación de don Juan Manuel: «ca el saber engañoso ó mintroso ó en malicia no es dicho saber» (pág. 264b) a que se acompaña la afirmación de Martín Fierro sobre la veracidad y la bondad de sus consejos («sepan que no hay falsedades / ni error en estos consejos», vv. 4777-4778), la cual, insistiendo sobre el concepto, cierra con la gnome, de carácter sentencioso y de contenido moral, el discurso del gaucho a los hijos que también concluye el Canto XXXII: «es de boca de viejo / de ande salen las verdades» (vv. 4779-4780).

Y aun, coinciden los dos en la validez directa de la experiencia: «por cierto que son cosas probadas» -dice don Juan Manuel (pág. 265a)-, «acaescieron á mí et vi acaescer á otros» (pág. 267b). Le hace eco Martín Fierro: «por esperencia lo afirmo» (v. 4670). Sin embargo, al gaucho que compendia su conocimiento adquirido en una síntesis de su propia infeliz existencia,


Yo nunca tuve otra escuela
que una vida desgraciada


(vv. 4601-4602),                


y que añade poco después, según su estilo, la sentencia moralizadora subrayando su valor imprescindible,


No aprovechan los trabajos
si no han de enseñarnos nada


(vv. 4613-4614),                


se opone el desarrollo progresivo de la amplificación del príncipe que argumenta sobre el propósito didáctico de su libro y cuyo eco parece percibirse en las estrofas del Canto XXXII del Martín Fierro justamente en la oposición con la «vida desgraciada» del gaucho como única «escuela»:

Et fízlo para don Fernando, mió fijo [...] Et yo fiz este para él [...] porque sepa por este libro cuáles son las cosas que yo probé et vi; et creed por cierto que son cosas probadas et sin ninguna dubda, et ruégol' et mandol' que entre las otras sciencias et libros que él aprendiere, que aprende este et le estudie bien; ca maravilla será si libro tan pequeño putiere fallar de que se aproveche tanto. Et porque este libro es de cosas que yo probé, puse en él las de que me acordé. Et porque las que daquí adelant probare, non sé á qué recudirán, non las pude aquí poner, mas con la merced de Dios ponerlas-he como las probare


(pág. 265a).                


Uno de los motivos fundamentales de El Libro Infinido, que en cambio encuentra escasa correspondencia en el Canto XXXII del poema gauchesco, es el de la salvación -del «salvamiento del alma» ( págs. 265b, 266b, etc.)- con la serie de digresiones y de largas referencias a Dios, a la fe católica, a la «santa madre eglesia de Roma», acompañadas por el consejo urgente de cumplir con las prácticas que dicha religión impone (la confesión, la misa, las devociones, los ayunos, las abstinencias, etc.)10.

Nadie podría imaginar la presencia de consejos parecidos en los labios del gaucho, que seguramente los consideraría una manifestación de «beguinería et de hipocresía» (pág. 266a), lo que sin embargo el propio don Juan Manuel desaconseja. Con todo, Dios no está totalmente ausente en estas páginas: se le menciona una vez en una estrofa cargada de escepticismo por lo que atañe a las relaciones humanas. Amonesta Fierro:


Su esperanza no la cifren
nunca en corazón alguno;
en el mayor infortunio
pongan su confianza en Dios


(vv. 4619-4622).                


Referencia que brota de la desconfianza en los hombres, como por otro lado confirman los dos versos siguientes que cierran la estrofa:


de los hombres sólo en uno;
con gran precaución en dos


(vv. 4623-4624),                


sextilla que, con todo, parece pisar las huellas del pasaje del cap. IV de El Libro Infinido que así recita:

Otrosí conviene que se guarde de dia e de noche en las posadas que posare. Otrosí de se poner en poder de villa nin de home de que non fíe muy cumplidamente; ca lo mas de los homes mucho facen por ganarse con los reyes. Et bien creed que para ser él guardado, que es mucho mester que guarde á Dios; ca si él guarda á Dios, guardará Dios á él, ca proverbio antiguo es et verdadero que Aquel es guardado, que Dios quiere guardar


(pág. 269a).                


Aunque los «artículos» canónicos de la «fe católica», de la «santa madre eglesia de Roma» tan proclamados por don Juan Manuel se encuentren bastante lejos de la ley mental del gaucho, podemos entrever, inesperadamente, disfrazados pero transparentes a la vez, aquellos «mandamientos» y «obras de misericordia» que sin embargo al gaucho le pertenecen de manera muy entrañable, formas de ese sentimiento de pietas que constituye una de las ideas-fuerza en que se rige el intero poema.

A este respecto, Juan Manuel guía al hijo a guardar las «leyes» de Dios y «los mandamientos» y a ser «piadoso» (pág. 268a), quedando en principio en un plan general. Martín Fierro entra más directamente en el asunto, desarrollándolo y dándole más relieve. Esta vez, frente a la brevitas de don Juan Manuel, hay en ciertos casos hasta un amplificatio en el texto gauchesco. A saber, los más evidentes:

Siguiendo al cuarto mandamiento («honrarás a tu padre y a tu madre»), dice:


Respeten a los ancianos;
El burlarlos no es hazaña


(vv. 4697-4698),                


y además refuerza el concepto dedicándole una sextilla entera, a manera de apólogo, que recoge, en la cigüeña, el conocido emblema de la piedad filial:


La cigüeña, cuando es vieja,
pierde la vista, y procuran
cuidarla en su edá madura
todas sus hijas pequeñas.
Apriendan de las cigüeña
este ejemplo de ternura


(vv. 4703-4708).                


Aludiendo al quinto («no matarás»), dice:


El hombre no mate al hombre


(v. 4733).                


Siguiendo al séptimo («no hurtarás»), recita:


Ave de pico encorvado,
Le tiene al robo afición;
Pero el hombre de razón
No roba jamás un cobre,
Pues no es vergüenza ser pobre
Y es vergüenza ser ladrón


(vv. 4733-4738).                


Esa constante espiritual de la pietas, a que se ha aludido, puede encontrar, aunque marginalmente, el interés del gaucho e inducirle a afrontar este tema. Con lo cual se nos ofrece un nuevo material para un cotejo, tal vez más eficaz por su brevedad, en que el contenido es lo de menos y la forma sirve mejor para poner en evidencia las diferencias entre los dos escritores. Empecemos por el período en que el Infante trata de la limosna:

Otrosí la limosna que se da como debe de lo que se debe dar muy bien, señaladamente para los pecadores; ca segund dicen los santos, así amata la limosna al pecado, como amata el agua al fuego


(pág. 266b).                


Don Juan Manuel acomete el argumento en un plano teórico, con un planteamiento que delata al orador que se sirve de todos los recursos retóricos a su disposición para lograr un período rotundamente eficaz.

Hernández en cambio pone en boca del gaucho una expresión breve, en un planteamiento casi icónico que coloca en primer plano a la figura del pobre:


al pobre jamás le falten


(v. 4642)                


Al párrafo de don Juan Manuel sobre la limosna, sigue inmediatamente el dedicado a la contrición:

Sobre todas las cosas es muy aprovechosa la contrición, que es home haber dolor del pecado que ha fecho


(pág. 266b),                


al que agrega una larga digresión sobre el infierno, el pecado, el arrepentimiento, la confesión, la penitencia.

Hernández participa también en el tema del remordimiento, de manera extrema y contundente:


La sangre que se redama
No se olvida hasta la muerte.
La impresión es de tal suerte,
Que, a mi pesar no lo niego,
Cái como gotas de fuego
En la alma del que la vierte


(vv. 4739-4744).                


El desarrollo de las argumentaciones sucesivas del príncipe vierten sobre temas que Fierro ignora por completo o que tratan de la vida de corte (la elección del confesor, la «crianza de los grandes homes», la relación con los reyes, con los otros nobles, con los vasallos, los consejeros, los oficiales y así sucesivamente) y por lo tanto las sucesivas secuencias de los consejos divergen en gran parte en los dos textos, ya que el príncipe castellano trata de brindarle a su heredero esencialmente normas de vida adecuadas a su elevado rango social. Sin embargo, los dos padres se encuentran en la misma posición al precaver a sus hijos contra las insidias del mundo -en el palacio y en la pampa-, donde del mismo modo rige el principio del homo homini lupus, y lo que sumamente importa son la vigilancia y la prontitud de las reacciones. No es casual que el primer consejo de Martín Fierro sea:


que vivan con precaución:
naides sabe en qué rincón
se oculta el que es su enemigo


(vv. 4598-4600),                


añadiendo poco después:


El hombre, de una mirada
todo ha de verlo al momento


(vv. 4616-4617)                


que remite otra vez a las preocupaciones paternales de don Juan Manuel:

Otrosí conviene que se guarde de dia e de noche en las posadas que posare. Otrosí de se poner en poder de villa nin de home de que non fíe muy complidamente


(pág. 269a).                


En el párrafo sucesivo la argumentación se desarrolla ulteriormente:

Otrosí ha menester para esto muy grand entendimiento; ca frascas tan grave cosa es vevir home en tierra de su señor et haber se á guardar dél [...] Et esto guardado, debe facer cuanto pudiere por haber grand poder de fortaleza, et de vasallos, et de parientes, et de amigos para se defender si mester fuese


(pág. 269a).                


Cabe subrayar también el tema de la obediencia: los dos padres aparecen aquí nuevamente separados por la diferencia social. El primero dirige al hijo enseñanzas, en clave de relaciones entre nobles, acerca de la conducta que debe tener con los reyes, a quienes, entre otras cosas, por supuesto debe reverente obediencia («Et débel' ser siempre muy obediente y muy homildoso», pág. 268b). En Hernández, la obediencia no concierne una relación social de ciertos rangos: es más bien un fruto del amargo destino del gaucho que siempre tiene un superior que le manda. La relativa estrofa del Martín Fierro parece por tanto inspirada por una paciente resignación:


El que obedeciendo vive
nunca tiene suerte blanda


(vv. 4715-4716).                


Pero la sabiduría popular que late en el fondo del gaucho acaba por imponerse y sacar una nueva eficaz sentencia:


Obedezca el que obedece
y será bueno el que manda


(vv. 4719-4729)                


que, sin embargo, recuerda la docta argumentación de Juan Manuel sobre el servir y el «deservir» que se compendia al final con un antiguo refrán:

Et en mostrando cuánto cumple para servir, se muestra cuánto se empesceria si hobiese á deservir, ca palabra et retraire antiguo es de Castilla, que Quien bien sirve bien desirve, et quien bien desirve bien sirve


(pág. 268b).                


Otras coincidencias se dan en otros puntos al hablar de las relaciones sociales públicas donde se nota en los consejos el cálculo y cautela, que hoy llamaríamos saber guardar las distancias.

Don Juan Manuel sugiere al hijo: «Et débese guardar cuanto pudiere del' facer enojo» (pág. 269a), Martín Fierro a su vez sentencia:


El hombre, de una mirada,
todo ha de verlo al momento.
El primer conocimiento
es conocer cuándo enfada


vv. 4615-4619.                


Un tema común es también el de la maldicencia. Paralelamente al discurso de don Juan Manuel sobre los sembradores de discordia («antes se muestran por sos amigos et facen que otras personas muy encobiertamente digan mal dellos», pág. 274a) se coloca, en un plano literario e ideológico diferente, el discurso de Martín Fierro:


Si les hacen una ofensa,
aunque la echen en olvido,
vivan siempre prevenidos,
pues ciertamente sucede
que hablará muy mal de ustedes
aquel que los ha ofendido


(vv. 4709-4715).                


El capítulo XVII de El Libro Infinido está dedicado a las rentas (las «rendas»). También aquí el príncipe, después de una larga argumentación, se sirve de un refrán para dar cierta contundencia a su discurso: Cuanto has tanto vales (pág. 273a). A su vez, dice Martín Fierro:


El trabajar es la ley
porque es preciso alquirir.
No se espongan a sufrir
una triste situación:
sangra mucho el corazón
del que tiene que pedir


(vv. 4649-4654).                


Asimismo los dos padres coinciden en amonestar acerca de los peligros que acarrea un uso no moderado del vino. Como de costumbre, don Juan Manuel dedica al argumento largo espacio; tan largo esta vez que me limitaré a extrapolar la parte en que mantiene que el vino crea una peligrosa dependencia en quien abusa de él:

Et ruégovos, et conséjovos, et mándovos que, si queredes el mi amor, que vos guardedes mucho del vino; ca sabed que del día que home nasce fasta que muere, seyendo sano y sin otro embargo, cadal día se paga más del vino e cadal día lo ha más mester, et cadal día le empesce más


(pág. 267a).                


Son, como se reconoce fácilmente, argumentaciones rigurosas, que nuevamente delatan la experiencia retórica del autor, bien visible en las triplicaciones inicial y final que encierran elegantemente el período.

Totalmente opuesto, desde el punto de vista formal, el discurso de Martín Fierro, que, nuevamente también, recurre al tono sentencioso y lapidario, en versión popular, proporcionando al verso una eficacia icástica que el perfecto período juanmanuelino no consigue en absoluto:


Es siempre en toda ocasión
el trago el pior enemigo


(vv. 4745-4746).                


En cambio, mucho más cercanos están los dos escritores, cuando, en los versos siguientes, Martín Fierro parece recuperar ese tono de afectuosa protección y de solicitud paterna que caracterizara a su precursor medieval, quien dirige sus consejos al hijo, de la edad de dos años a la época en que redacta el texto de sus consejos («él que es agora cuando yo lo comencé de dos años», pág. 265a):


Con cariño se lo digo,
recuérdenló con cuidado


(vv. 4747-4748);                


para concluir en fin con otros dos versos que nos llevan al agresivo mundo gauchesco:


aquel que ofende embriagado
merece doble castigo


(vv. 4749-4750).                


En lo que al tema de la amistad atañe: los dos hombres aparecen aquí nuevamente separados por la diferencia social, que obliga a don Juan Manuel a tratarlo en clave de relaciones entre nobles. De hecho don Juan Manuel se enreda en una discusión acerca del mayor o menor grado de nobleza de los posibles amigos del hijo, con consideraciones totalmente ajenas al gaucho. En cambio, hay algunos consejos de valor menos contingente que en efecto reaparecen, con nueva veste, en el poema gauchesco. Aconseja el príncipe:

Otrosí guisad que estos vuestros amigos dichos que sean de vos muy ayudados del cuerpo y de los vasallos et de la vuestra heredat et de vuestro haber


(pág. 270a).                


Frente a ese período en que resalta el procedimiento retórico de la cuadruplicación se colocan dos versos de Hernández que repiten el mismo concepto de la necesidad de ayudar a los amigos, pero en términos mucho más condensados y con tonalidades oscilantes, como es su costumbre, entre lo sentencioso y lo paremiológico:


Al que es amigo, jamás
lo dejen en la estacada


(vv. 4631-4632);                


y agrega:


pero no le pidan nada
ni lo aguarden todo de él


(vv. 4633-4634).                


Otra vez, parece el eco del príncipe que, en un mundo de intrigas y recelos, además de las amistades que el rango impone, en el Apéndice a El libro Infinido -De las maneras del amor-11, enseña:

que amor es amar [...] una persona [...] solamente por amor


(pág. 276a)12.                






 
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