Durante los siglos XVI y XVII se fundaron y construyeron el mayor número de iglesias y edificios eclesiásticos entre parroquias, conventos de frailes, de monjas, hospitales, colegios, iglesias y capillas. Aproximadamente setenta y dos construcciones de este tipo se distribuían dentro de la traza urbana sirviendo hasta el siglo XIX como símbolos de ordenamiento urbano al asignar, por ejemplo, el nombre y la orientación de las calles.
El auge de los establecimientos eclesiásticos se debió posiblemente a la importancia que tuvieron para los conquistadores los fines poblacionales y evangelizadores. Estos objetivos definieron que la composición interna de la ciudad consistiera en agrupaciones étnicas y ocupacionales entrelazadas por los criterios de jerarquización espacial de la unidad urbana y de los poblados circundantes. Las autoridades reales y eclesiásticas participaron estrechamente en la empresa fundacional durante las primeras etapas de conformación de la ciudad. La colonización se convirtió en una tarea de urbanización como estrategia de poblamiento encaminada a la apropiación de recursos y la implantación de una jurisdicción39.
Las fundaciones monásticas femeninas respondieron, al igual que la existencia de otras corporaciones, a los objetivos generales antes descritos, pero sobre todo a las necesidades devocionales y religiosas que homogenizaron culturalmente a los sectores dominantes.
Entre 1568 y 1604 se fundaron los siete primeros monasterios femeninos en Puebla: Santa Catalina, La Concepción, San Jerónimo, Santa Teresa, Santa Inés, La Santísima Trinidad y Santa Clara. En otra etapa, 1680 y 1748, surgieron los de Santa Mónica, Capuchinas, Santa Rosa y La Soledad. Los primeros monasterios de mujeres estuvieron ubicados como máximo a cuatro calles de la Catedral. Santa Catalina de Sena, santa Inés del Monte Policiano y Santa Rosa, los tres de dominicas, se localizaban en el eje de abasto del agua dulce (plano 3).
Plano 3. Ubicación de los conventos de mujeres de la ciudad de Puebla en el siglo XVIII
La Purísima Concepción, La Santísima Trinidad, Santa Clara Capuchinas y San Jerónimo estaban emplazados de manera que radialmente confluían hacia el centro tomando como referencia a la catedral angelopolitana. Estos monasterios, excepto San Jerónimo, observaban la regla franciscana.
Santa Teresa y La Soledad, ambos conventos de Carmelitas Descalzas, ocupaban el eje de la actual calle 2 sur-norte. En continuidad con esta orientación, el límite edilicio y urbano era el monasterio de Nuestra Señora de los Remedios del Carmen, su filial masculina.
Situados en la zona norte de la ciudad, Santa Mónica de agustinas y Santa Rosa de dominicas, ambas recoletas, eran los más alejados de la plaza principal, quizás debido a lo tardío de su fundación. Estas dos edificaciones se caracterizaron por haber desempeñado funciones distintas antes de reconocerse formalmente como monasterios. En Santa Mónica a principios del siglo XVII se fundó un hospicio para mujeres casadas40; muerto su fundador en 1609, se convirtió en recogimiento para mujeres perdidas con el nombre de María Magdalena. El obispo Santa Cruz, hacia el último cuarto del siglo XVII lo trasladó a un edificio cercano mudándole de título por el de Santa María Egipciaca y reutilizó el edificio en el que fundó un colegio para doncellas y viudas nobles bajo la advocación de Santa Mónica41, posteriormente fue convertido en beaterio y hacia 1688 en monasterio.
Santa Rosa comenzó en 1683 como beaterio ocupando un sitio que sirvió originalmente para hospital de mujeres convalecientes. Posteriormente se transformó en convento y hacia 1740 ya las monjas habitaban su claustro definitivo. La ciudad no tenía en la zona norte ningún convento femenino hasta la fundación de estos últimos. Con su establecimiento, como continuidad de los ejes 2 y 3 sur-norte, se integraba totalmente esta zona a la traza urbana, cuyos lindes eran las calles de la Pila de Carrasco, del Venado y Ventanas al norte. Con estas erecciones se cerraba el cuadro de ocupación conventual dentro de la traza urbana delimitando su asentamiento dentro de las sesenta manzanas centrales de la angelópolis.
Los conventos de mujeres se establecieron en torno a los tres principales ejes de la ciudad, zonas de agua dulce y, por lo general, con acceso garantizado a ella. En el norte a partir de los receptores de las «cajas», en el centro por medio de conductos subterráneos y alcantarillas y en el sur gracias al acueducto construido por los carmelitas.
La construcción de los templos y de los espacios conventuales involucraban a amplios sectores de la sociedad poblana; a los patronos en la búsqueda de una mayor manifestación de espiritualidad individual y familiar, a los padres de las monjas para proporcionar mejores condiciones de vida para sus hijas, a los feligreses por alcanzar los beneficios de un espacio privilegiado por el Todopoderoso. Sin embargo, la edificación y terminación final pasó por varias etapas y estuvo sujeta a las fluctuaciones de la economía regional y de los estilos arquitectónicos.
Cada templo
conventual se construyó en un lugar especial, como punto de
intersección entre lo terrenal y lo celestial; su
disposición, estructura y construcción tenían
en sí mismos un contenido simbólico43,
que de alguna manera representaba la idea de plasmar la obra
material de Cristo a través de sus iglesias. Para su
edificación se buscó que el sitio estuviera «natural o artificialmente más elevado que
el resto del terraplén»
distante «de todo lodo, cieno, porquería y de toda
clase de inmundicia...»
44
Aunque el sitio fue previamente escogido, los templos empezaron como humildes construcciones que posteriormente adquirieron su carácter definitivo. El programa tipo de las fundaciones monásticas parece haberse iniciado con la adecuación de templos provisionales. Por ejemplo, en el beaterio de Santa Rosa, hacia 1686:
[...] la casa era tan corta y aun no había piesa desente para celebrar el admirable sacrificio [de la misa], fue necesario que se le agregasen [al beaterio] dos cuartos de la casa inmediata el uno para el coro y el otro para la capilla o oratorio tan pequeño que en el se dispuso un altar con un retablo pequeño cuyo lienzo principal era el de la Gloriossisima Virgen santa Ynes con las religiosas debajo de su manto [...] pusose en el un cajón de ornamentos, un misal, un confesionario y comulgatorio [...] el otro cuarto se destino para el coro y se le hecho su reja de fierro afuera y otra de madera para adentro con su velo y dos bancos por asiento de las religiosas de una tercia de ancho y quedo con ello tan embarazado que les era preciso a las religiosas entreverar las cabezas al Gloria Patri del Oficio, las de un choro con las del otro para no toparse entre si [...]45 |
Varias congregaciones femeninas comenzaron su vida de comunidad en casas adaptadas para tal fin mientras conseguían la aprobación formal de erigirse en monasterios. En tanto, se debía levantar una edificación conventual con carácter permanente y de manera paralela construir una iglesia adecuada, para que al momento de la aprobación real y canónica estuviese todo el conjunto terminado.
De varias maneras
se conseguía el sitio para iniciar la construcción de
los conventos. La primera era por compra de casas ya edificadas que
paulatinamente se acondicionaban para las oficinas del convento.
Como ejemplos de ello tenemos los casos de La Purísima
Concepción o de Capuchinas, en este último, la
fundadora, doña Ana Francisca de Zúñiga y
Córdoba compró la finca ya construida al
canónigo Alonso Fernández de Santiago. Así,
desde un principio, este monasterio funcionó en un espacio
integrado a la traza urbana. Estas construcciones fueron lentamente
modificadas de acuerdo con los requerimientos conventuales. Una
variante se presentó en el caso de las Carmelitas Descalzas
de Santa Teresa, a quienes originalmente se les asignó un
solar junto a la parroquia de San Marcos al poniente de la ciudad,
zona despoblada a principios del siglo XVII; posteriormente
adquirieron y se mudaron a un solar ubicado hacia el norte
sirviéndoles de entorno la parroquia de San José, San
Cristóbal y Santa Clara, el «centro y corazón de esta Ciudad y de
todos sus moradores»46
.
Otra variante consistió en que el fundador o los patronos del convento compraran el terreno y con un diseño ex profeso iniciaran la construcción como en Santa Rosa, donde don Miguel Raboso de la Plaza:
atento a la particular devoción y affecto que había tenido a la Virgen de santa Rosa había comenzado a su costa la iglesia y fábrica del convento de las religiosas beatas, para lo cual había comprado el sitio en remate público al Juzgado Eclesiástico de testamentos [...]47Escalona Matamoros, c. 1740, f. 25.
Las edificaciones conventuales se hacían por etapas y a menudo se veían interrumpidas y tardaban años en terminarse. En consecuencia, las estructuras primitivas del templo eran las últimas en recibir atención. Por ello, las fachadas mostraban formas mucho menos ambiciosas que las del resto del edificio pues, al parecer, pocas veces fueron remplazadas o aderezadas con composiciones más elaboradas. En Santa Catalina, su pórtico, que fue diseñado hacia fines del siglo XVI, mantuvo una sencillez que contrastaba con su campanario azulejado observable en el siglo XVIII.
El proceso de construcción de los monasterios no finalizaba con su ocupación. A esta primera etapa proseguía la de terminar y decorar de manera definitiva la iglesia y el convento, lo que dependió de diferentes causas, como la disposición de donaciones o los recursos humanos y materiales. Por estas razones fueron tan marcadas las diferencias entre los años de fundación de los conventos y la fecha de dedicación de sus iglesias. El siguiente cuadro nos ilustra al respecto.
Cuadro 2
Fundaciones y dedicaciones conventuales en la ciudad de Puebla (1568-1748)
Nombre del convento | Año fundación | Año dedicación de la iglesia |
Santa Catalina | 1568 | 1652 |
La Concepción | 1593 | 1617 |
San Jerónimo | 1597 | 1635 |
Santa Teresa | 1604 | c. 1622 |
Santa Clara | 1607 | 1699 |
Santísima Trinidad | 1619 | c. 1673 |
Santa Inés | 1626 | 1752 |
Santa Mónica | 1682 | 1751 |
Capuchinas | 1703 | 1711 |
Santa Rosa | 1683 | 1740 |
La Soledad | 1748 | 174948 |
FUENTES: AGNEP, AAP, Crónicas Conventuales y Toussaint, 1954.
En la mayoría de los casos, el año de fundación corresponde a la fecha en que se autorizó el poblamiento oficial del edificio conventual. El año de dedicación indica la fecha en que la iglesia del monasterio fue consagrada a la protección de una devoción particular. Este desfase constructivo puede ser un indicador de la variedad de estilos y elementos decorativos en los conjuntos conventuales.
La
edificación de los templos no fue en todos los casos una
empresa fácil y continua; de hecho, estuvo condicionada a
las fluctuaciones económicas de los monasterios y a la misma
economía urbana. Esto se reflejó en Santa Rosa donde,
por causa de la peste de 1737, las casas de cuyas rentas se
sostenía el monasterio y se construía su iglesia
«se quedaban vacías y sin
cerraduras y sumamente maltratadas y apestadas por no haber
oficiales en sus oficios para su mantenimiento y las religiosas tan
necesitadas que una semana les pasó el mayordomo veinte
reales y muchas más las pasaron sin residuo alguno, pues
todos estaban para pedir limosna y ninguno la
daba»49
.
Otras veces las
construcciones conventuales se suspendieron por causas legales,
generalmente por los pleitos de los patronatos. Ello originó
que los monasterios tardaran, en ocasiones muchos años, en
aprobarse real y canónicamente, y que se suspendiera total o
parcialmente su edificación, como en el caso de las
dominicas de Santa Rosa que a la muerte del patrón se
quedó «la iglesia con un
sólo lienzo levantado por que servía de muralla y
arrimo al convento, estando la edificación hasta la meza
sobre la que había de formarse la cornisa pasando treinta y
tres años sin ponerle más manos a su
prosecución»
50.
Una vez aprobada legalmente la fundación monástica, establecido el patronato y levantado el edificio de la iglesia, las modificaciones y readecuaciones de las oficinas conventuales eran continuas. En la decoración de las iglesias también se perciben diversas etapas constructivas, en un principio algunas de las techumbres fueron de artesonado, o bien podían ser planas de vigas o de armadura central52. Por el exterior estaban forradas con tejas o con plomo, en los casos de mayores posibilidades materiales. Una crónica concepcionista nos sugiere esta idea:
[...] quien contare todos los años que hay desde 1593 hasta el de 1617, que son 22 y viere que en este se dedicó la iglesia del convento que se estreno en aquel, le pareciere que la obra andubo con passos tan pesados como de plomo; y no discurriría mal, si supiera que con planchas muy gruesas, de este metal, esta por arriba en lo exterior resguardada toda la superficie de la iglesia y coro alto; y no con tejas de barro como es lo común en las fábricas de artesones [...]53 |
La resistencia exterior contrastaba con la belleza y ambientación que estos artesonados podían proporcionar en el interior del templo, como en La Purísima Concepción, cuya nave y coros medían ochenta varas de longitud y el techo:
es de lo mas primoroso que inventó el arte, que enlasando para dar su conssitencia las maderas, quiso emular con ellas las bóvedas más fuertes y lucidas, pues son las vigas tan anchas e incorruptibles que apuestan duración con la peñas de que se forman los mas firmes convexos cerramientos y no solo es admirable la constancia, sino primorosa su labor que recamada de oro y azul quiere imitar al cielo [...]54 |
Hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII, estas techumbres fueron sustituidas por bóvedas y cúpulas como en Santa Catalina en 1705, La Concepción en 1732, San Jerónimo en 1710 y Santa Clara en 171455. Para ello, desde el exterior se reforzaron las estructuras de las naves con contrafuertes para protegerlas de los terremotos.
De acuerdo con las disposiciones de Borromeo56, el tipo de construcción conventual femenina fue de una sola nave paralela a la calle como se aprecia en la mayoría de los conventos57, en los casos de Santa Teresa y Capuchinas la disposición tradicional se presenta precedida por un pequeño atrio.
Las iglesias conventuales eran los espacios sacralizados más importantes para la comunidad pues en ellos se congregaba a cantar sus alabanzas a Dios. Vistas desde el exterior, las cúpulas y las torres, el muro del ábside, y el conjunto de los contrafuertes y las fachadas daban una idea de monumentalidad y armonía en el paisaje urbano.
Las dimensiones
recomendadas para estas iglesias eran de 50 metros de largo por 10
de ancho. Sin embargo, estas proporciones variaron y en general se
proyectaron con mayores dimensiones posiblemente debido a la
disponibilidad de recursos materiales y económicos
proporcionados por los patronatos. En Santa Teresa, por ejemplo,
una vez que compraron los solares circundantes, «llamaron y consultaron Maestros de
arquitectura, para que reconocido todo el sitio, formasen planta
para la edificación de la iglesia y del
convento»
58.
Plano 4. El templo de La Soledad
Fuente: Toussaint, M., 1954.