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En otros casos la obra dependía de la abundancia, experiencia o pericia de la mano de obra constructora, que ignoraba en muchos casos, las indicaciones de los tratadistas. Esto definió el academicismo de algunos templos o el carácter popular de otros, a lo que se añaden las influencias arquitectónicas y culturales de las construcciones conventuales según la etapa fundacional a que correspondan. Un caso claro de ello lo tenemos en la edificación del templo de Santa Rosa hacia 1740, en donde:

los sobrestantes voluntarios de esta obra de pie éramos tres eclesiásticos que muchas veces de Propis Manibus solíamos ayudar a los operarios, el principal [constructor] fue un caballero llamado Juan de la Torre que olvidándose de su hacienda se dio con tal eficacia y buena voluntad a este empleo [...] y no queriéndose sujetar a las medidas que quedaron antiguas, procuro iluminarla (la iglesia) con un ventanaje rasgado y garbozo que le hecho y por eso es tan famosa y alegre [...], obra propiamente de milagro por que el maestro que la hizo era un medio cuchara a quien era necesario advertirle y enseñarle como había de sacar pie de un arco, como se había de poner una repisa y formar una pechina y salir tan perfecta y asertada, claro se ve que anduvo por aquí la mano Poderosa y Divina59.



Los constructores de las iglesias de monasterios femeninos reprodujeron el esquema arquitectónico de techumbres con bóvedas de cañón corrido, solución que había sido empleada previamente en algunos templos franciscanos de la región, cuyo diseño permitía unidad y continuidad espacial de manera austera y segura, obteniendo un volumen con carácter de túnel de gran longitud en los interiores. Los techos exteriores de estas iglesias presentaban la combinación de espacios abovedados y cúpulas, algunas de ellas primorosamente decoradas como en Santa Catalina.

Desde la calle, el efecto visual de los exteriores de los templos de monjas presentaba un asombroso, si bien no del todo convincente aspecto militar, gracias al empleo de los contrafuertes60 y estribos. Una descripción de Santa Teresa ilustra el empleo de estos elementos:

La fábrica de la iglesia por lo de afuera en los estrivos que la fortalecen y portadas que la hermosean, es todo de orden toscano, de que se valen los artífices para edificar muros, castillos y fortalezas61.



Parece ser que los estribos continuaron empleándose en templos de posteriores etapas constructivas, y que se colocaban en puntos donde las fallas estructurales se consideraban inminentes. Un caso concreto de este problema se presentó en la construcción de la iglesia de las dominicas de Santa Rosa, donde

hubo suspensión de la obra porque según nosotros la ibamos ordenando se le cargaran las bóvedas se esperimento una lamentable ruina por que una pared de la iglesia, como tengo dicho llevaba treinta años de seca y ya había hecho asiento, siendo mui conveniente el que la nueva, echados los arcos, se dejara descansar el espacio de un año y con todo y eso luego que se le cargaron las bóvedas asentó con la nueva pesadumbre todo lo recién fabricado y rajo el convento de popa a proa que fue preciso encadenarlo [con estribos]62.



Con la utilización del conjunto contrafuerte-estribos-fachadas se obtuvo una homogeneidad visual que dio unidad a todas las iglesias conventuales a pesar de que sus fachadas, disposición y número variaran según la etapa en que fueron construidas. Las diseñadas y construidas entre 1556 y 1680, siempre fueron pares siguiendo modelos herrerianos propios del siglo XVII, como en los conventos de franciscanas concepcionistas. Las Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, siguiendo esos cánones, las mandaron construir de cantera, «en cuyos nichos están colocadas sobre las dos puertas, las Imágenes de la Santísima Virgen del Carmen y el Señor San Joseph que son de piedras blancas de villerías»63. Algunas más elaboradas muestran la utilización de elementos barrocos como en la bellísima fachada de San Jerónimo, ahí sus puertas precedidas por escalones de cantería orientan la perspectiva hacia lo alto donde mascarones y bolutas enmarcan las caídas de agua desde la parte superior de los contrafuertes.

En Capuchinas y La Soledad fundados entre 1680 y 1748, se limitó por primera vez el acceso al templo mediante una sola puerta. En Santa Rosa, a la que todavía se le diseñaron dos, fue el único caso en que se hicieron dispares, como lo muestra la siguiente descripción:

tiene esta iglesia dos puertas con sus portadas de cantería labrada que salen a diversas calles, costeadas, la una por el señor Arcediano y la otra por el Capitán don Joseph Díaz de la Cruz64.



Esta modificación -en apariencia sólo exterior- en el número y disposición de las entradas, alteró varios espacios internos de la iglesia conventual modificando su funcionamiento y con ello el modelo de comunicación entre la comunidad, la iglesia y la sociedad.

Originalmente, en las iglesias conventuales construidas en los siglos XVI y XVII, la nave se limitaba por un lado por el presbiterio y por el lado opuesto por el conjunto de los coros alto y bajo. Desde este último las monjas observaban directamente el altar mayor y participaban en la misa diaria. En los templos diseñados en el siglo XVIII en el lugar que originalmente debía ser ocupado por la sacristía se ubicó el coro, a un costado del altar mayor; por lo tanto, las monjas ya no verían más hacia el frente, el oficio divino se rezaría en el coro alto que enmarcaba la parte superior de la única entrada al templo convirtiéndose en sotocoro, a manera de una gran cornisa.

La sacristía, se convirtió en una prolongación de la iglesia, atrás del altar central. Veamos un ejemplo concreto en Santa Rosa:

La iglesia quedó hermosisima mui clara y alegre de cuarenta varas de largo y diez y media de ancho con su crucero hecho con tal arte que desde el coro, asi alto como bajo y tribuna se descubren los altares, su Presbiterio le circunvala una bolada cornisa [...] que tendrá más de dos varas, tiene quinse ventanas rasgadas, sus cuatro confesionarios con la craticula forrada [...] La sacristía se compone de tres bóvedas tan capases que pudiera servir de otra iglesia [...]65



El esplendor de los conventos era una expresión de la prosperidad de sus rentas. Esto se reflejaba tanto en el interior como en la construcción y adorno del templo, en el cambio de techumbres o en la decoración de sus cúpulas y campanarios. Estos últimos, ubicados a los pies de la iglesia, eran otra manifestación externa de la religiosidad vivida en el interior de los monasterios mediante los sonidos cotidianos66, podían ser de un solo cuerpo forrado de azulejos como en Santa Catalina, de dos cuerpos con columnas salomónicas como en La Concepción y La Soledad, o con estípites como en San Jerónimo. En ellos se resguardaban las campanas, que habían sido consagradas mediante un ritual que confirmaba su simbolismo67.

En los conventos terminados en el siglo XVIII, las edificaciones tuvieron caracteres más austeros debido, entre otras razones, a las recomendaciones que sobre la pobreza señalaban sus constituciones. De esta manera, Santa Mónica, Santa Rosa y La Soledad mostraron mayor austeridad en su construcción exterior y, en algunos casos, tuvieron un carácter más popular que sus antecesores.

Las diferencias arquitectónicas que hemos tratado de remarcar pueden ser indicadores de cambios en la concepción que sobre la religiosidad monacal empezaban a esbozarse a lo largo del siglo XVIII. El hecho de limitar el ingreso al templo por un solo acceso definió también el número y el tipo de circulación de los fieles en el interior de la iglesia. Aunado a ello, el desplazamiento del coro bajo obligó a mirar en primera instancia hacia el presbiterio y suprimió la posibilidad de contacto visual con las religiosas en los coros. Las profesiones ya no serían tan públicas y sus padres o familiares no participarían de la misma manera en el último adiós de su enterramiento.

A la edificación del templo continuarían añadiéndose el conjunto de las oficinas conventuales. Por el exterior, los muros claustrales, porterías, sacristías, pilas de agua y huertas se convertirían en referentes urbanos de gran importancia.




Los caminos procesionales de los conventos. «La calle de la portería y rejas del convento de san Jerónimo»68

Entre 1601 y 1702 existían 28 calles diferentes que conformaban la zona central de la ciudad como un todo orgánico. Su clasificación obedeció a diferentes categorías, siendo la más importante, durante el siglo XVI, la orientación. Ésta implicaba la nominación de grandes vías de comunicación; por ejemplo «la calle del monasterio de santa Catalina que comienza desde las huertas que fueron de Gregorio Díaz y pasan por el dicho monasterio hasta el barrio de Nuestra Señora de los Remedios»69. El nombre también podía atender al toponímico de antiguos e importantes propietarios. El caso más sobresaliente es el de Juan Formicedo, que delimitó la línea que partía de la «calle que comienza desde las huertas de Juan de Formicedo hasta el barrio de san Pablo»70.

Fue hacia principios del siglo XVII cuando los nombres de las calles comenzaron a cambiar en función de los edificios que en ellas se ubicaban. Las nominaciones se limitaron a una sola cuadra o dos y no a líneas de orientación continuas, debido quizás al crecimiento edilicio de la ciudad, pues en cada cuadra se construyó o terminó algún edificio como ordenador exacto, de tal forma que para el siglo XVIII todas las cuadras tenían su propio nombre.

A fines del siglo XVII y principios del XVIII se empezó a precisar la nomenclatura en la que quedaron incluidos los nombres de los edificios o secciones de las construcciones eclesiásticas más importantes. Por ejemplo, la calle de la portería del convento de Santa Catalina se menciona como «la reja y la portería» desde 168971, o «calle de la portería y rejas del convento de san Jerónimo» en 175972.

Los conventos, junto con otras instituciones, asignaron cuatro nombres diferentes a las calles que los rodeaban. Además de las ya citadas rejas y porterías se añadían el nombre de la iglesia del monasterio, por ejemplo calle de Santa Teresa o de la «Sacristía de La Concepción» e incluso en algunos casos «calle de las huertas de Santa Ynés». Así, a mediados del siglo XVIII, los nombres de 44 de las calles de la ciudad respondieron a elementos arquitectónicos de los monasterios femeninos, integrando a su alrededor zonas de importante población urbana como en Santa Mónica y Santa Rosa ubicados dentro del barrio de San José o Santa Catalina; Santa Clara, y la Santísima Trinidad, en torno a Santo Domingo.

La incorporación de los edificios conventuales a la toponimia urbana se realizó en dos fases. La primera fue a partir de su nominación consuetudinaria, sin que necesariamente estuviese reconocido formal y oficialmente, ya fuese como beaterio o como futuro convento, por ejemplo, «casa de Juan Rodríguez que está en la calle del beaterio (de santa Rosa)»73. Posteriormente, ya con el reconocimiento legal, vendría el acto de poblamiento del monasterio y la sacralización del edificio conventual. Entonces las calles se definieron por ser un entorno del convento.

Los conventos eran reconocidos formalmente a partir de la bula de erección aprobada por las autoridades reales y eclesiásticas, documento que era el resultado de peticiones que grupos interesados, particulares y religiosos hacían ante las autoridades. Para la fundación de Santa Catalina en 1568, los principales promotores fueron los frailes dominicos. En otras casos eran las familias importantes las involucradas en la construcción, como fue el caso de los Raboso de la Plaza promotores de Santa Rosa. Otra forma de establecer un convento fue mediante la reunión de intereses coincidentes de diversos grupos sociales. Así, para la fundación de La Concepción estuvieron comprometidos los cabildantes del ayuntamiento74 y miembros del clero secular, mientras que en el caso de la Santísima Trinidad, tres familias vinculadas entre sí hicieron ingresar como fundadoras a dieciséis de sus descendientes.

En el caso de que existiera en la ciudad un monasterio de la misma orden del que se pretendía fundar, el mecanismo de poblamiento consistía en el traslado de las religiosas del convento promotor hacia el nuevo claustro, todo esto avalado legalmente por las autoridades, el caso del poblamiento de La Soledad es ilustrativo.

En una primera instancia se despedían de la comunidad de origen a las elegidas como pobladoras. El anochecer del día 25 de febrero de 1748 fue una de las fechas más importantes en la vida de la religiosa carmelita María Teresa de San Joseph, quien había sido elegida, junto con Michaela de San Elías, María Jacinta de la Assumpción y María Josepha Bárbara de Santa Teresa, como fundadora del que sería el último monasterio de clausura de la época colonial en la ciudad de los Ángeles; el de Nuestra Señora de La Soledad. En el coro bajo, el obispo les había hecho «un breve, santo y discreto razonamiento exhortando a las que se quedaban a mitigar el dolor de la separación»75.

Por la mañana del siguiente día salieron del convento de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa la antigua las monjas elegidas, ellas:

entraron en una carroza, por que su Ilustrísima lo mandó por la gran distancia que ay del convento [de santa Teresa] a la santa Iglesia [Catedral], de donde se había de formar la procesión, adelante de la carroza iva un piquete de soldados de a caballo para desocupar el paso de los forlones, a dichas M.R.M. les servían de cocheros dos caballeros principales y eran escoltadas por todos los caballeros principales de la ciudad y republicanos, junto con una compañía de infantería [...] continuando la comitiva por la calle de mercaderes cuyos balcones y ventanas estaban vistosamente empavesados asta llegar a la santa Iglesia donde salieron a recibirlas el Venerable Cabildo [...] y todo el clero y sagradas religiones de esta ciudad76.



Del convento de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, las fundadoras se dirigieron a catedral donde salieron a recibirlas el venerable cabildo [...] todo el clero y sagradas religiones de esta ciudad, después de oír misa y las exortaciones correspondientes salieron de la basílica de donde:

la procesión empezó a salir por la puerta que llaman del Perdón, el clero en el centro llevaba las imágenes de santa Theresa de Jesús, san Pedro, san Joseph y las santísismas imágenes del Carmen y La Soledad ricamente adornadas. El Venerable Cabildo y la Nobilísima ciudad bajo las Mazas en cuyo cuerpo iban mezclados nobleza i caballeros i principales y siguiendo procesionalemente llegaron a la iglesia del convento de religiosas de la Purísima Concepción y de allí prosiguieron a la Yglesia de la las Rdas. Madres Capuchinas de donde sin demoara alguna a la Yglesia de su nuevo convento de Nra. Sa. de la Soledad [...]77



Esa noche el cabildo de la ciudad había aprobado que para tal celebración se adornaran las calles con luminarias partiendo desde las casas del ayuntamiento donde las hogueras alumbraban la plaza pública y el costado de la catedral, enmarcando a «esta lucida comitiva que pasó por la calle de los mercaderes, cuyos valcones, y ventanas estaban vistosamente empavesados»78.

El imaginario barroco cohesionó la manera incuestionable el poder religioso y el político. Al traslado de las monjas de un convento a otro, seguía la institucionalización y reconocimiento del nuevo monasterio. Con el establecimiento del camino procesional, en el que por primera vez quedaba incluido el nuevo edificio, monacal, se consagraba el nuevo espacio conventual al vincularlo con la catedral y con los otros edificios monásticos (plano 5). Estos actos festivos y religiosos estuvieron sujetos en principio a la topografía y a las condiciones demográficas de la ciudad. A mediados del siglo XVI sólo se conocía un camino procesional como lo muestra esta descripción:

Plano

Plano 5. Los conventos de mujeres y los caminos procesionales, siglos XVI-XVIII

Este día [junio 7 de 1555] los regidores dijeron por cuanto conviene que la procesión del santísimo Sacramento del día de Corpus Christi va por algunas calles, que así por ser larga la procesión como por estar con agua las tales calles [la «acequia» del agua pasaba hasta 1557 por la calle principal] e no tan pobladas como es necesario [...]79

A esta ruta poco a poco se añadirían nuevos puntos de referencia derivados del establecimiento de los conventos. La fundación de Santa Catalina en 1568 modificó el circuito anterior, al prolongarse e incluir por primera vez al único monasterio de mujeres de la ciudad, ubicado a una cuadra de Santo Domingo. El 7 de junio de 1613 el alguacil mayor hizo un llamado para que:

a los vecinos que viven y tienen sus casas en la calle que va de la pila de las monjas de santa Catarina de Sena a la Iglesia de la santa Veracruz, calle principal por donde pasa la procesión del santísimo Sacramento el día de Corpus en cada un año, en razón de que habiéndose pregonado que todos los vecinos de la dicha calle limpiasen sus pertenencias para que uviese buen paso para el día de Corpus80 .



Con el paso del tiempo las procesiones de poblamiento incluyeron al resto de los edificios monásticos, añadiéndose las calles de los conventos de San Jerónimo a partir de 1597, la Santísima Trinidad en 1619 y posteriormente en 1626 la de Santa Inés. La procesión doblaría justo en este convento para incorporarse a la catedral pasando por el convento de La Concepción, fundado en 1593.

Los caminos procesionales de sacralización espacial ratificaban la incorporación del nuevo convento, junto con los ya existentes, a la traza urbana. Esto exigía que la fundación legal estuviese formalizada, con las suficientes rentas para mantenerse, con la iglesia en posibilidades de recibir a las autoridades y de ser consagrada definitivamente. En 1617 se llevó a cabo la fiesta de consagración de la iglesia del convento de la Purísima Concepción de María, hecho que coincidió dos años después con las festividades que marcarían la relevancia del convento de manera definitiva, ya que la advocación conventual era elevada a patronato de la ciudad. Con ello el convento cobraba una importancia jamás imaginada al ser incluida su festividad en una de las procesiones más importantes en la historia de la ciudad81.

Se acordó de conformidad que para el día de la procesión de la fiesta de la Limpia Concepción los indios se encarguen de limpiar las calles desde la casa real hasta la esquina de la calle de Mercaderes [actual 2 norte] a don Juan de Carmona y Tamaríz, la calle de Mercaderes a don Felipe Ramírez de Arellano y la vuelta hasta la esquina a Don Nicolás de Villanueva [actual avenida Reforma], De don Francisco Sánchez Vergara de la casa del Señor Villanueva y desde la esquina de las monjas [calle 16 de Septiembre] hasta la calle de Cholula [avenida Reforma] al señor Berruecos, desde la calle de Cholula hasta la de Herreros [avenida 3 poniente] al regidor don Pedro de Urive [...] Los señores deben acudir al señor alcalde para que les haga dar indios para tener limpias las calles y empedradas82.



Esto significó en adelante que la zona sur de la ciudad fuera considerada parte de la traza central. Para esta fecha, en ese entorno sólo estaba totalmente edificado el hospital de San Juan de Letrán y apenas se estaba iniciando la construcción de otros conventos. Posiblemente a raíz de la consagración de la iglesia de La Concepción, esta área de la ciudad resultó ser ideal para el levantamiento de nuevos monasterios, pues además del de San Jerónimo citado anteriormente, se construyeron en su entorno el de Capuchinas y el de La Soledad.

Con la ritualización de cada ceremonia conventual y de manera festiva, se creaba un sistema generador de prácticas y esquemas de percepción trasmisibles de una generación a otra. Sin embargo, las festividades de poblamiento, consagración o patronatos no reflejan de manera directa el lento proceso que significaba fundar un monasterio pues no siempre se contó con el beneplácito inmediato de las autoridades reales y eclesiásticas. En algunos casos, sobre todo los conventos de la última oleada fundacional tuvieron que pasar por largos y penosos trámites antes de ser aprobados y formalmente establecidos.

Ya establecidos y reconocidos los monasterios, otros elementos urbanos les otorgarían importancia, de manera particular el hecho de que tuvieran garantizado el acceso al agua, lo que contribuyó a que en su entorno se desarrollaran importantes zonas de sociabilidad urbana.






ArribaAbajoLos conventos de mujeres en el camino del agua

Además de ser un elemento esencial para la vida, el agua fue uno de los factores que definieron la morfología urbana. Los conventos estuvieron, al igual que otras instituciones, íntimamente relacionados con su uso y distribución. Entre el abasto del líquido al público y los conventos existió una estrecha relación; los monasterios recibían agua del ayuntamiento mediante mercedes, el excedente del vital líquido salía de los claustros a sus fuentes públicas anexas de las que los parroquianos de los barrios circunvecinos podían surtirse gratuitamente. Esta relación entre el agua y su distribución definió formas de convivencia y civilidad urbana que conviene explicar.

Puebla, ubicada estratégicamente, era irrigada por el cauce de tres ríos, sin embargo, el agua no corría en igualdad de condiciones en las diferentes zonas que constituían la mancha urbana. Ello estuvo determinado de manera definitiva por las diferentes calidades del fluido; circulaban cauces de agua dulce en el norte y en el centro, y sulfurosa en la parte sur poniente. Otro factor diferenciador tuvo que ver con su conducción y distribución.

Dentro de la ciudad el agua nacía en los manantiales y otros mantos acuíferos menores y por medio de tecnología hidráulica se trasladaba al núcleo urbano al que aprovisionaba por medio de acequias (véase plano 6) alcantarillas83 y las cajas de agua84, recipientes que concentraron el vital líquido en determinados puntos y a partir de los cuales se repartía directamente o mediante arcos externos o atarjeas subterráneas que abastecían a las fuentes públicas y privadas. Las alcantarillas se ubicaron aprovechando los ejes de agua y el declive de la ciudad, fueron diseñadas y construidas exclusivamente dentro de la traza urbana española. (Véase el plano 7.)

Plano

Plano 6. Los conventos de Santa Clara y Santa Teresa en un sistema de acequias. Detalle de plano del siglo XVIII

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