Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



Especialmente los coros cerraban el vano completo de un arco toral del templo197 quedando un amplio espacio que se distribuyó de la siguiente manera: el coro bajo ocupaba la mitad, arrancando directamente del piso, hasta el arco y bóveda divisorias del coro alto. Llevaba enmedio un gran hueco rectangular adintelado o un arco rebajado en donde se incrustaban las rejas una hacia el exterior y otra hacia el interior. A un costado se encontraba la puerta de la iglesia, comunicación que servía para la entrada de las novicias cuando se despedían del mundo seglar. Del otro lado, oponiéndose simétricamente a esta entrada, estaba el comulgatorio.

El coro alto se diferenciaba con una gran reja que iba de muro a muro hasta el arranque del arco toral, como se ve, por ejemplo en La Concepción, San Jerónimo, La Santísima, Santa Inés y Santa Mónica. En otros casos se relegó la importancia de un enrejado y el coro alto quedó definido por una pequeña retícula de hierro con púas, como en Capuchinas, donde además no existió el «abanico» externo sino que en un muro cerrado se abrió únicamente el cuadro de la reja, rematándose por el exterior con una pintura de la santísima Trinidad.

Visto desde la iglesia, el muro de los coros terminaba en la parte superior con un inmenso «abanico» que llenaba el medio punto. Este elemento se decoraba con lienzos de pinturas al óleo que cubrían todo el arco, que también podía conformarse de madera labrada. El ejemplo más hermoso está en La Santísima Trinidad, donde los calados se basan en dibujos renacentistas retocados con maestría barroca; en su centro resplandece un sol con su redonda cara, el conjunto se remata con un escudo del obispo benefactor de las religiosas y con elementos iconográficos de la orden.

El coro bajo se separaba del templo por unas rejas cuyos hierros presentaban hacia fuera agresivos picos. El de Santa Teresa tenía «rejas de ierrro tupidas y fuertes, la de afuera con espigas de fierro y la de adentro con un bastidor de esterlin con su cerradura y llabe [...]»198 A los lados de estas rejas se encontraban los comulgatorios, que permitían a las monjas recibir la comunión sin que el sacerdote penetrara en la clausura. El coro alto no presentaba una reja tan imponente como la del bajo, pero también estaba cubierta con mamparas de tela que permitían ver desde el interior, pero evitaban la mirada del pueblo.

Las excepciones a esta norma arquitectónica se presentaron en Santa Teresa, Capuchinas, La Soledad y Santa Rosa, los tres últimos monasterios fundados en el siglo XVIII, que contaron con una disposición diferente en la ubicación de los coros bajos. Éstos se vieron desplazados hacia un lado del altar mayor desarticulándose el conjuntó coro alto y coro, esquema de los templos conventuales de calzadas.

Detalle del coro alto

Figura 5. Abanico del coro alto de La Santísima (detalle)

Varias de las más importantes actividades de la vida conventual se desarrollaban en los coros. En el alto comenzaba muy temprano el oficio divino y en el bajo se asistía a la misa. En ambos se desarrollaba la parte más importante de la contemplativa existencia de un convento de monjas. La descripción del ceremonial y la división litúrgica de las horas de un día, en Santa Catalina de Sena en 1765 nos dará una idea aproximada de la importancia de estos sitios. A media noche asistían al coro alto a maitines cantados con pausa, ahí el conjunto monacal elevaba sus alabanzas nocturnas. En días alternos, se disciplinaban. Más tarde leían en voz alta un punto de meditación, y hacían oración mental variando de media a una hora. Regresaban a sus celdas a descansar cerca de las dos de la madrugada y a las cinco volvían otra vez al coro, para el rezo de prima a la hora de la aurora. El resto del día lo dividían en las llamadas horas litúrgicas menores dedicadas a santificar el trabajo que se desarrollaba entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde; en tercia se pedía por el recto uso de los sentidos y el esfuerzo humano de cada día; después de la oración mental, cantaban y comulgaban y asistían a misa en el coro bajo. Terminado esto entre ocho y nueve, comenzaban los trabajos conventuales en la sala de labor y en las oficinas. A las once comían en el refectorio y escuchaban a la hebdómada con una nueva lectura; terminada ésta había acción de gracias en el coro llamada sexta, encaminada a propiciar la concordia y el apaciguamiento en la actividad del medio día. Después de un rato de recreación, se incorporaban a sus actividades. A las tres de la tarde, llamaban a nona, rezo que se relacionaba con la declinación del día y el atardecer de la vida, dedicándolo a la intercesión de la muerte santa. A la caída del sol, entre seis y siete de la tarde, tocaban a vísperas y acudían al coro a rezar el rosario, era la oración de la tarde. Entonces comenzaba el silencio obligatorio hasta el día siguiente; a las nueve se tocaba a completas, dedicadas a la oración de la noche y del descanso nocturno, ahí se rezaba la letanía de los santos y otras devociones; luego cenaban y se recogían, hasta que se tocaba a maitines a media noche199.

De los tiempos de oración y reflexión, de trabajo, de tomar los alimentos, de silencio y oración mental y descanso individual, tenían mayor importancia las obligaciones de comunidad como la asistencia al oficio divino, a misa, a la sala de labor y al refectorio.

Las horas en que se rezaba la liturgia de las horas variaron en cada monasterio según la orden y disposiciones de los obispos. En La Concepción, hacia 1640, el obispo Palafox les permitió mudar la hora de maitines que era la media noche a la tarde200.

En víspera de Santa María Magdalena, con título de recreación, se cambio Prima a la tarde [...] estando la M. R. M. Francisca de los Ángeles a la media noche en el dormitorio con todas las monjas recogida, oyo que en el coro resonaba música, y haciéndole armonía las voces, por que su comunidad estaba toda descansando y ya los Maitines se habían dicho, con claridad percibía los sonoros ecos, que hacía aquella dulce y suave música conjeturo que por que aquella noche no se dejasen de dar a Dios N. S. las acostumbradas alabanzas (aunque las habían adelantado) vinieron los ángeles a suplir por las monjas [...]201



Además de servir de espacio para que las iluminadas tuvieran revelaciones, el coro bajo también servía como punto de intersección entre la comunidad y la sociedad; el día de la toma de hábito, después de ofrecer a la futura novicia una fiesta y tres días de paseo, la joven se presentaba en la entrada del citado coro...

vestida de raso azul pálido con diamantes, perlas y una corona de flores, (entrando en la reja del coro bajo, le esperaban) veinticinco monjas cubiertas con ropas negras, postradas a cada lado de la novicia, sus rostros humillándose en el suelo y en las manos sendos grandes cirios encendidos, en el centro arrodillada la novicia, vestida aún con el raso azul, su velo blanco de encaje y sus joyas también llevando ella un gran cirio encendido en la mano, la bendijo el obispo y cayó la negra cortina [...]202



Posteriormente se le tomarían los votos solemnes previo cambio de sus ropas seglares. Con esto se expresaba que simbólicamente, la joven ingresaba a la vida claustral. Un documento nos revela estos actos cargados de significados:

Habiendo hecho la novicia la Confesión general, y siendo absuelta de todas aquellas excomuniones y censuras eclesiásticas, de las quales puede ser absuelta [...] y no habiendo impedimento y queriéndola vestir, pondrán la ropa que está preparada para vestirla, delante del altar mayor [...]203



Así después de quitarle la ropa y ser cubierta con un lienzo negro las religiosas la rodeaban entonando un himno. La música, los cantos, el cambio de color y textura de su ropa eran una manera de constatar que la joven «Ya había muerto para el mundo»:

[...] incose ante el obispo y recibió la bendición [...] después ella sola fue abrazando a todos aquellos negros fantasmas (las religiosas de velo negro y coro). Concluido el sermón, sonó de nuevo la música, avanzó (la religiosa) y se detuvo delante de la reja para contemplar por última vez a este pícaro mundo [...]204



Para la toma de hábito y profesión como monja de velo negro o lega, la religiosa debía ser aceptada previamente por la comunidad mediante votación, además de someterse a un examen aplicado por su maestra de novicias con testificación de la prelada y el obispo o un representante. Todos estos preparativos significaban un fuerte desembolso familiar pues además de los parientes, la comunidad de religiosas constituía la parte más interesada en la entrada de la postulante. Así se confeccionaban bocadillos para todas las monjas, costeados por supuesto por los padres de la novicia. Un ejemplo muestra el conjunto de gastos erogados, de manera global, para la serie de festejos por la toma de hábito de una novicia:

Para el escribano, el notario, la contaduría de monjas, el vicario de religiosas, el sacristán del sagrario, el arriero que trajo el colchón de la hacienda para la M. R. M., los chirimiqueros, la rueda de cuetes que se quemo el día de la votación, piso, propinas de las criadas, los que se le dio al cochero para que la paseara tres días, más los mamones, viscochos, vino, guajolotes, gallinas y pollo, 3.5 arrobas de azúcar y cinco reales del cargador que la llevó al convento, en cinco libras de cera labrada del día del examen, una vela escamada (para la toma de hábito), la cena de las religiosas del día del hábito, por lo que se le pagó al sastre que le acomodó a su talle la ropa que saco en los tres días de paseo mas lo que se le dio al mismo sastre para que la pusiera en el estado en que estaba cuando se la prestaron, se gastaron aproximadamente $329205.



Como podemos ver, también la ciudad se involucraba en tan solemne acto, añadiendo que cuando la aspirante era una donada de obra pía tenía que participar en procesión pública partiendo de Santo Domingo hasta Catedral. En la calle los cohetes y las chirimías hacían públicas las manifestaciones festivas de la religiosidad conventual.

Los interiores del coro alto se decoraban con altares, retablos, nichos, esculturas, pinturas, y relicarios, siguiendo la normativa del «ajuar eclesiástico»206. Según De la Maza, «parecían otra iglesia en pequeño» el caso de Santa Teresa ilustra esta afirmación:

a mano derecha esta la testera adornada con un altar de un Santo Christo Crucificado que es una imagen de bulto hermosísima y milagrosa, debajo de un valdoquín de tela de china carmesí con guarnición de oro, en lo bajo sobre el altar está en el lado derecho una imagen de Nuestra Señora del Carmen con rostro y manos de marfil [...] los dos lados del choro estan adornados con lienzos y frente a este altar esta la reja que sale a la iglesia [...]207



En algunos casos había relicarios con corazones o entrañas de piadosos obispos que los donaban a sus conventos preferidos. Como ejemplo de ello estaban los corazones de los obispos Diego Escobar y Llamas, Pantaleón Álvarez de Abreu y Manuel Fernández de Santa Cruz, colocados en los coros de los monasterios de La Santísima, de Santa Rosa y de Santa Mónica, respectivamente. El escenario de tan sacro lugar se complementaba con las piletas de agua bendita que estaban incrustadas en los marcos de las puertas de ambos coros, encontrándose en el superior de éstos el órgano, las bancas corridas o los pequeños bancos individuales.

Otra función que se realizaba en el coro bajo era la elección de priora. Para ello se juntaban en capítulo todas las que tenían derecho a votar y a ser electas. Las elecciones se efectuaban con licencia y presencia del obispo o de tres escrutadores «quienes en sus asientos en las rejas del coro, reciban aquellas cédulas en una caja, y después cuéntenlas, léanlas y luego quémenlas [...] y hallando, que alguna tiene un voto más la mitad, o dos, formara el decreto de la elección...»208. Cada periodo prioral duraba tres años con posibilidades de reelección. Una vez confirmada la votación se realizaba un pequeño festejo con los allegados de las religiosas y sus benefactores.

También en este coro se presentaban rituales por medio de los cuales se hacía patente el significado de un gesto individual inmerso en un contexto colectivo; los decesos, la muerte, o la entrada a la vida, se ligaba por lo común a un ceremonial que recordaba la idea de que nadie podía salvarse solo.

En el interior del monasterio se aplicaban los sacramentos de la penitencia, de la eucaristía y de la extremaunción, actos encaminados a ayudar a la moribunda religiosa, y que, aunque parecían ser estrictamente personales afectaban a la comunidad y a la sociedad entera. El día 12 de junio de 1637 se trasladó el cadáver de la venerable Madre María de Jesús de la sala donde lo habían velado hasta el choro baxo pasándolo por el claustro «hecho el oficio de difuntos fue tal la conmoción no sólo popular de afuera sino de los sujetos de adentro para quitarle las flores, pedazos de hábito, que temiendo el sr. vicario alguna piadosa indesencia [...] mando apresurar el entierro [...] no se le dio sepultura especial sino entre las de la comunidad delante del altar que está en el choro baxo de La Purísima Concepción»209.

El hecho de morir, significó hasta la segunda mitad del siglo XIX, que las difuntas permanecieran en el monasterio. Las criptas o los entierros en los coros bajos proporcionaban el espacio en que las monjas permanecerían indefinidamente210.

El día de la muerte era también un día especial en el cual participaba toda la población conventual además de los representantes regulares o seculares ligados a ella. Las cosas empezarían a cambiar a partir del siglo XVIII. Una breve descripción generada durante el conflicto reformista nos ilustra al respecto:

El 2 de noviembre de 1768 sucedió el primer entierro de una prelada que acontece estando nos presente en esta ciudad de los Ángeles, ordeno que el cuerpo de la dicha prelada difunta se ponga en el coro bajo en lugar alto para que se distinga del modo de disponer de las otras; que al tiempo de darle sepultura puedan entrar además de las personas que llevasen la cruz y los ciriales catorce sacerdotes211.



Este acontecimiento le permitió al obispo Fabián y Fuero emitir un decreto en el que señalaba la forma a seguir en todos los entierros de religiosas en los conventos de su filiación. Dicho decreto contravenía prácticas que se habían llevado a cabo durante siglos, como el hacer procesiones en honor de la difunta por los corredores del claustro y exhibir el cadáver para ser velado por sus familiares en el coro, además de tener la compañía del resto de las monjas hasta los límites del sepulcro; en adelante «las conventuales» esperarían afuera.

Los coros bajos se utilizaban como sepulcros de todas las monjas, así que sus oraciones diarias se elevaban siempre sobre los cadáveres de sus predecesoras. Las que morían eran enterradas en el piso, como en Santa Teresa y La Concepción, poniendo losas sepulcrales para las fundadoras. Después de un tiempo se desenterraban las más antiguas y sus restos se echaban a un osario común, que era un agujero en un rincón del mismo coro. En otros monasterios, en un nivel más profundo del coro bajo se ubicaban las criptas constituidas por una o dos bóvedas subterráneas a las que se desciende por una estrecha escalera, como en Santa Mónica, donde ese espacio quedó definido con una bóveda de arista. En el osario en un extremo del muro, se escribió el nombre de las últimas difuntas. A las criadas y las «niñas» no se las enterraba dentro del convento.

Las normas que debían guardar los sepulcros de los coros recomendaban precarias medidas de sanidad. Para que por «algún tiempo no hiedan ciérrense con una cubierta doble, la cuál, sea de piedra sólida, pero de tal modo que entre esa piedra y la cubierta inferior, tosca y sin pulir, se deje algún espacio: la cubierta superior, de piedra pulida al igual que el pavimento de la iglesia, debía unirse aptamente por todos lados de la boca sepulcral, [...] no debiéndose esculpir la cruz ni cosa sacra para que no se manche con la inmundicia y el esputo del polvo o del lodo [...]»212.

Asociado a nexos prolongados de solidaridad y a la no identificación de los umbrales de la nocividad, los sepulcros definían el aire que respiraban las religiosas al estar ellas en contacto directo ya sea en los coros o en la cercanía a otras oficinas colectivas como el chocolatero como en La Santísima Trinidad, donde las monjas se negaban a tomar el chocolate en el refectorio pues:

la pieza que se hizo para chocolatero está frente al coro bajo y que esta tan bien dispuesto y tan cómodo y con todos sus necesarios para tal fin, que les agrada muchisimo a todas las religiosas por que sin estrabio ninguno luego que salen de la Prima ban allí213.



Saliendo de los coros altos o bajos se encontraba el chocolatero, espacio que se vinculaba a la vida privada de las religiosas; en Santa Teresa se le denominó antecoro a la «sala donde se juntan las religiosas dos veses cada día a tener la recreación que manda la sagrada constitución»214.

Como lugar cerrado de recreación y convivencia también fue objeto de duras críticas por parte de los reformistas. El chocolate afianzó su consumo dentro de los conventos de calzadas y recoletas porque frente a la dura observancia de las reglas, representó el momento de sociabilidad entre una actividad y otra. Así, quedó contemplado su consumo, en Santa Rosa, el fundador ordenó que:

Por quanto para el trabajo y necesidad del cuerpo es necesario tengan algún alivio para que puedan llevar los trabajos del espíritu: dispongo que la Priora muela y tenga chocolate para la comunidad, el qual se les de por la mañana y por la tarde a la hora que en diario se dispone215.



En algunos casos se encargó de este menester a las legas, en otros se encargaban de su molienda las mozas de las religiosas o de la comunidad; como decía sor Anna María de los Dolores, «aca nunca an entrado molenderas, por que las mismas mozas lo an molido siempre como desde ahora sera»216. Pero en otros, al igual que todas las actividades ligadas con el trabajo de comunidad, también el moler chocolate fue una actividad en la que participaron todas y cada una de las religiosas, la priora de Santa Rosa

nombraba por semana una de las religiosas, siguiéndose todas a cuyo cargo estaba hasser el chocolate para todas, sin que en el hubiera esepcion para alguna, la priora indicaba cuales eran las que habían de seguir este oficio. Además de tener a su cargo el cuidar los instrumentos para lo necesario para que ninguna los tuviera en particular217.

En la medida en que se asoció el consumo del chocolate con una práctica recreativa colectiva, se señaló su prohibición en los días de «guardar»:

Terminadas la horas de silencio de doce a dos de la tarde, se tocaba a Vísperas, a donde asistían todas las religiosas y hecha la señal por la Priora iban en comunidad al refectorio a beber chocolate en la misma forma que por las mañanas el domingo, acabadas las Vísperas y dicha la segunda parte del Rosario la pasaban a beber chocolate y terminando esta iban a Sala de Laboro a la huerta para recreación, según le pareciere a la priora donde estaban hasta las cinco. Los días que no eran de fiesta se retiraban a sus celdas a las cuatro. Jueves, Viernes y Sabado Santos no se servia chocolate a ninguna religiosa, tampoco se asistía al torno, portería o contaduría218.

Aunque siempre estuvo contemplada la prohibición de compartir el chocolate con la gente del exterior, ésta fue una práctica común y en las rejas de los locutorios, la invitación al chocolate monjil fue una costumbre social reconocida.

Por estas razones se argumentó la existencia del chocolatero en la planta alta, inmediato al coro, cerca de la enfermería como en San Jerónimo:

en la tarde por estar el chocolatero inmediato al coro y juntamente estar en la parte alta con la comodidad de que aun las enfermas que estan en pie van al dicho chocolatero a tomar su chocolate, estando todo dispuesto para la hora en que cada una lo quiere tomar, si a su Ilma. le parese bien que se quede todo en este mismo orden [...]219



Tomar chocolate en los conventos fue una práctica cotidiana, que se incorporó a la dieta de las religiosas y llegó a tener un espacio definido en todos los monasterios de Puebla con excepción de los descalzos de Santa Teresa y La Soledad. Con la aplicación de la reformas de Fabián y Fuero, se pretendió eliminar el espacio, y con él la comunicación amena que en él se propiciaba, ordenando a las calzadas que en adelante se tomara el chocolate en el refectorio; al parecer por las múltiples cartas de rechazo enviadas al obispo, no se modificó ni su función ni su ubicación. Esto lo muestra el siguiente documento:

[...] confiadas en su paternal amor y grande benignidad de V. S. Ylma. todas le hace presente sin embargo de estar siempre prontas para solo executar en todo lo que fuere de su superior agrado que si es posible las escuse de tomar los chocolates en el refectorio permitiendo que lo hagan en la pieza que antes se había destinado para chocolatero pues a mas de que esta es menos fría esta mas inmediata al coro alto y baxo de donde suelen salir con necesidad de descansar ynmediatamente o de tomar alguna refección220.



Éste fue uno de los pocos espacios que el obispo reformista no pudo cambiar. El chocolate se siguió tomado en los conventos de mujeres después de asistir al coro. El caso señalado es un indicador del arraigo de una costumbre y de un modelo de sociabilidad colectiva y privada.

Los coros muestran la primera división entre la vida pública y la vida privada del convento. A través de sus rejas se hacía patente para la sociedad el ingreso de las novicias a la familia conventual o las elecciones de preladas, y a su vez, tal estructura férrea limitaba el contacto de ésta con el monasterio, lo que es muestra de una separación y a la vez de una articulación. En los coros se manifestaba la religiosidad comunitaria durante la misa y el rezo del oficio divino, además de ser el espacio por excelencia de la oración mental individual. Finalmente, en los coros bajos se prolongaban, mediante el enterramiento de las religiosas, los vínculos de su vida cotidiana.






ArribaAbajoLas reglas monásticas y la vida cotidiana

El estudio de los espacios y sus funciones nos proporciona algunos de los elementos necesarios para precisar el significado de los conceptos colectivo y privado en la conformación de la vida cotidiana conventual. Podemos diferenciar cuatro grandes áreas dentro de los espacios monásticos femeninos: el área de trabajo propiamente dicho, que comprendía el gran claustro, la cocina y sus oficinas, el horno, la panadería, el refectorio y sus anexos. Integrando parte del área de limpieza estarían los lavaderos, las zotehuelas y la ropería, además de considerar dentro de esta zona una área semiprivada que incluía la enfermería, la droguería, la peluquería, los placeres y los comunes.

La zona de comunicación externa estaba constituida por los locutorios, el torno y las porterías o rejas, secciones de sociabilidad pública controlada. Este punto será analizado en relación con el seguimiento del voto de castidad.

En relación directa con el uso de los espacios de convivencia de la comunidad de calzadas, estuvo el acato al voto de obediencia, punto de particular importancia durante el conflicto reformista. Además de los coros y el chocolatero, se debían utilizar colectivamente la sala de capítulo, la de labor y el refectorio, pasando por la sala de profundis.

Las variantes interpretativas de la pobreza comunitaria e individual en los conventos calzados nos permitió conocer además de algunos aspectos de la administración conventual, el área privada del monasterio que se integraba con los dormitorios alineados en los cuatro costados superiores del claustro de profesas, además de las celdas de las supernumerarias y de las niñas, conformando claustros secundarios.

La función de algunas de estas áreas fueron modificadas por las reformas conventuales en diferente medida. En ciertos casos se señaló su utilidad distribuyéndose en ellos el trabajo comunitario. En otros, se modificaron las actividades para las que servía el espacio y, finalmente, otras áreas completas desaparecieron. Se materializó de esta manera un cambio en el modelo monástico y un nuevo discurso religioso. Para analizar estas transformaciones estudiaremos primero las características espaciales más generales del conjunto monástico y las áreas de trabajo colectivo. Una descripción espacial más particular se hará a partir de la asociación entre los espacios y actividades de acuerdo con los votos monásticos.

El gran claustro fue el centro mismo de la convivencia interna de las religiosas y de sus sirvientas. Para el inicial funcionamiento de un convento se concebía la existencia de dos claustros, el de profesas y el de novicias. El de profesas estaba junto a la iglesia. Estructuralmente se configuró mediante cuatro portales de arcadas, que en la mayoría de los casos tenían una techumbre simple, con vigas y madera a manera de tejamanil; excepcionalmente los hubo con bóvedas como en Santa Teresa.

En la planta baja del patio se localizaban las oficinas colectivas como cocinas, refectorios, enfermerías, salas de labor, provisoria, huertas, etcétera. En la parte superior se delimitaba el claustro mediante las ventanas de las celdas o dormitorios, mismas que a su vez desembocaban en pasillos de tránsito colectivo. También la ropería se encontraba, en algunos casos, en los segundos pisos.

El claustro de novicias, con duplicidad de funciones con el de profesas, ocupaba un lugar especial dentro de los monasterios. En él se enseñaba a las novicias la vida, las normas y cotidianidad de las religiosas de manera independiente; se mantenía separado por razones muy estrictas señaladas por las reglas y constituciones monásticas: «muy lejos de la concurrencia de las demás monjas, estará el gineceo de las novicias donde la maestra de novicias tendrá especial cuidado en hacer olvidar a las jóvenas la vida del siglo del cual vino la novicia huyendo a la religión»221. Estaba construido este patio muy a semejanza del claustro general pero su acceso era restringido. El noviciado tenía sus propios dormitorios; en Santa Rosa, por ejemplo, «tenía cinco celdas de admirable proporción, y muy para el intento de las novicias con sus ventanas a la huerta [...] en cuios bajos quedaron oficinas muy primorosas para el alivio de las novicias»222.

Las jóvenes aspirantes a monjas tenían horarios diferentes y prácticas y convivencia en ocasiones coincidentes y en otras distintas del resto de las monjas profesas.

El acceso al claustro de profesas desde el noviciado se hacía mediante una escalera portátil de madera que se adosaba a otra construida de mampostería en la pared a la altura media del muro. El objeto de dificultar el acceso se justificaba por la restricción de comunicación que debía existir entre uno y otro patio. Sólo la maestra de novicias estaba autorizada para abrirla y ejecutar el tránsito ritual de una novicia a la zona de profesas. Ejemplos de ellos eran los noviciados de La Concepción y de San Jerónimo.

A diferencia del claustro principal la planta alta del noviciado tenía un lugar destinado para la escuela de las jóvenes y una doble celda especial para la maestra. Arquitectónicamente este patio se distribuía en tres partes: un atrio con su hornillo, despensa, corral con pozo y un pequeño pórtico, una leñera y dos cubículos inferiores. Anexas se encontraban la cocina, las letrinas y las otras oficinas necesarias para el mantenimiento del colectivo. En la parte superior se encontraba el «atrio del sueño»223.

A las sirvientas y las esclavas se les asignó también una sección del espacio conventual. En algunos casos, ellas tuvieron sus propios patios traseros, letrinas, enfermerías, pozos y leñeras. En otras situaciones se les ubicaba cerca de ciertas oficinas de tal manera que convivían en el día en los mismos sitios que las religiosas al estar integradas sus funciones; por ejemplo, cuando un dormitorio colectivo se encontraba cerca de donde eran necesarios sus servicios como en las enfermerías, donde estaban siempre al cuidado de la maestra de mozas.

El crecimiento edilicio de los conventos estuvo condicionado por la existencia de monjas supernumerarias y niñas. La adecuación de espacios que originalmente se habían asignado para huertas se convirtieron en nuevos patios. Estos mantenían las normas constructivas de los originales, arcos, pasillos, bóvedas, pisos enlajados y fuentes, todo ello para comunicar las celdas individuales de manera orgánica; también carecían de oficinas colectivas, las cuales estaban concentradas en los claustros principales.

Varios eran los patios de cada monasterio. En La Concepción se describen cuatro, entre los cuales encontramos el de «san Diego» y el de las «abadesas» y en Santa Inés el «del Refugio». En algunos casos estuvieron enlosados, otros reflejaron la fascinación por el espacio oxigenado al estar adornados por jardines, como en Santa Mónica, Santa Teresa, La Soledad y Santa Rosa. Las huertas en ocasiones funcionaban como los patios a los que se añadían ermitas como en Santa Teresa donde:

al entrar en la huerta a mano derecha, se pasa por una calzadilla enlajada a una ermita de boveda con su pórtico y sobre el una torrecita con dos campanas [...] en el portico esta un lienzo de los Sinco Señores [...] lo demás de la ermita está adornado con lienzos muy devotos. A mano izquierda está la otra ermita [...] a estas dos ermitas se retiran en sus tiempos las religiosas con licencia de la Prelada para tener ejercicios espirituales, oyendo misa en la tribuna del altar mayor y subiendo a dormir a sus celdas224.



Durante el periodo de nuestro estudio, las nociones sobre la vida individual y colectiva conventual fueron fluctuantes. Esto se debió entre otras razones al hecho de que la relación entre el tiempo y las actividades determinaba un uso variable de los espacios. Así el claustro, que durante el día era el lugar de labor y convivencia, al anochecer se convertía en un lugar de oración durante las procesiones y las fiestas; las provinciales y las dobles.

De acuerdo con el calendario litúrgico, se contaba un total de 27 diferentes fiestas añadiéndose los domingos y las celebraciones del patrono de cada monasterio. También se consideraban días de fiesta el del patrono de la ciudad, San Miguel Arcángel el 29 de septiembre y La Purísima Concepción de María, el 8 de diciembre225 . (Véase cuadro 5.)

Aunque el rito de las fiestas variaba de acuerdo con su importancia y solemnidad, las que iban acompañadas de procesiones se iniciaban en el coro alto y una vez en el claustro empezaba propiamente el recorrido:

[...] iniciandolo una religiosa que rija y ordene la procesion, principalmente cuando se comienza, ordenando a las monjas de manera que siempre vayan iguales, primeramente ira una monja con el aceite y el agua bendita y baila echandola con el hisopo por el claustro y después bailan otras de dos cirios encendidos, después la sacristana con la cruz descubierta, buelta la imagen del crucifixo a las monjas [...] Y después de la cruz bailan las monjas cantando de dos en dos [...] al fin de todas baila la Madre Priora226.



Este espacio también estuvo fuertemente ligado a la identificación colectiva, pues servía de marco para los días tristes de la comunidad. Al presentarse un caso de gravedad o agonía, la monja que acompañaba a la enferma tocaba unas «tablas a gran prisa por el claustro y las agonías con la campana acostumbrada». Si la religiosa falleciere se colocaba el cuerpo en algún lugar del claustro en las andas, vestida la saya y el escapulario y puesto el manto sobre la cabeza [...] A manera de despedida las religiosas efectuaban una procesión hasta llegar a donde se encontraba el cuerpo de la monja difunta adornado con flores, llevándolo en andas hasta el coro bajo donde se seguiría el ceremonial acostumbrado. Con este tipo de entierros se prolongaba la pertenencia de la difunta al convento que la reconocía y le hacía manifiesta su integración a la comunidad, asociándola al espacio doméstico.

Varios fueron los puntos de la convivencia colectiva que se modificaron por las disposiciones diocesanas de Fabián y Fuero. Sobre los entierros dictó ciertas disposiciones que tendían a terminar con el acto colectivo de despedida de la religiosa. Para evitar la procesión se ordenó:

Que el cuerpo de la difunta se ponga en el coro bajo, [...] y sin sacar del coro el cuerpo de la difunta prelada para llevarlo por el claustro, ni por otra parte del convento, se le cante solemnemente en la capilla que estará en la parte de afuera de la rexa de dicho coro [...]227



Cuadro 5

Las fiestas provinciales y dobles así como procesiones al interior del convento de San Jerónimo en 1700

Nominación Fecha procesión Observaciones
San Andrés Apóstol 30 noviembre
Natividad Ntro. Señor 25 diciembre
La Circuncisión 1 enero
La Epifanía 6 enero
La Purificación de Nuestra Señora **
San Benito Abad 21 marzo
La Anunciación de Nuestra Señora 25 marzo
La resurrección del Señor **
Santa Catalina Mártir 30 abril **
San Juan Bautista 15 mayo **
San Pedro y San Pablo 29 junio **
Santa Martha 29 julio **
Santiago Apóstol 25 julio **
San Lorenzo Mártir 5 septiembre
La Asunción de Nuestra Señora 15 agosto **
Dedicación de la Iglesia 19 agosto **
San Bartholomé Apóstol 24 agosto
La Natividad de Nuestra Señora 8 septiembre **
*San Jerónimo 30 septiembre **
San Lucas Evangelista 18 octubre
Las once mil vírgenes **
Todos Santos 1 noviembre
Fiestas móviles
Domingo de Ramos marzo-abril **
Pascua de Espíritu Santo marzo-abril
La Ascensión mayo
La Santísima Trinidad
Pentecostés mayo-junio **
Corpus Christi mayo-junio **
Encarnación **

*Fiesta variable según el patrón de cada monasterio

**La columna de las observaciones se refiere a la celebración obligatoria dentro del convento de San Jerónimo. Las otras fiestas eran opcionales.

FUENTE: Ceremonial, c. 1700, capítulo 10, s/f.

Acompletaba su argumento, el obispo reformista, señalando el continuo tránsito por los claustros y la consecuente infracción de la clausura por la entrada de personas ajenas ordenando que «no se ande en la clausura más que el tiempo necesario y solamente por las partes precisas» con el fin de evitar el provocar «repetidas y gravísimas excomuniones»228.

Los patios constituyeron los centros articuladores de todo el conjunto conventual. En su planta baja se desarrollaron dos tipos de actividades, las de sociabilidad y las de trabajo colectivo. Las plantas altas estaban reservadas para las actividades de la vida privada.

Plano

Plano 10. Plano arquitectónico de Santa Rosa (planta baja)

1. Huerta 2. Sala de Recreación 3. Segundo Refectorio
4. Cocina 5. Patio de servicio 6. Despensas
7. Sala de Profundis 8. Refectorio 9. Claustro
10. Bodega 11. Sala de sacerdotes 12. Portería
13. Coro bajo 14. Locutorio y Sacristía 15. Confesionarios
Anterior Indice Siguiente