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Los Derechos de la Naturaleza

Homero Aridjis





A los 200 años de la proclamación de les droits de l'homme durante la Revolución francesa, y a poco más de 20 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en este momento crítico de la historia natural de la Tierra, es tiempo que las Naciones Unidas establezcan globalmente los Derechos de la Naturaleza.

Se dirá que hay muchos países que todavía no aceptan ni implementan los derechos humanos, y cómo se les puede pedir que respeten los derechos de la naturaleza. A esto se puede contestar que la lucha por la seguridad y la sobrevivencia de miles de especies animales y vegetales es también la lucha por la seguridad y la sobrevivencia del ser humano. Un planeta degradado ecológicamente degrada al hombre, ya que el bienestar físico y moral de éste depende de la salud de su medio ambiente.

Desde el origen mismo de la vida, el destino del hombre y la naturaleza han estado indisolublemente ligados. La naturaleza puede sobrevivir sin el hombre, pero el hombre no puede sobrevivir sin la naturaleza. La vertiginosa desaparición de especies que está sufriendo nuestro planeta no tiene precedente en la historia y plantea nuestra propia extinción. No es suficiente que ejemplares de animales y plantas se conserven en zoológicos y enjardines botánicos; es necesaria su conservación en el lugar donde nacen, crecen y se reproducen. Su oikos, su hábitat, debe ser su santuario. Las especies animales y vegetales, desde el punto de vista natural o divino, no son propiedad de nadie ni de ningún país, y ningún individuo o grupo debe determinar ni condicionar su derecho a la vida. Son criaturas de la Tierra y deben vivir con dignidad y libertad en ella.

En este mundo hay espacio para todas las formas de vida que en él se han manifestado. El hombre cada día se multiplica y quiere más sitio para sus ambiciones y necesidades, de manera que arrasa con selvas y bosques, contamina y depreda ríos, lagos y mares, y al hacerlo acaba con aquello que anda, nada, vuela y repta. Esta expansión material del hombre, a veces es un desarrollo negativo, un progreso hacia la muerte, y debemos controlarla. El enriquecimiento de unos cuantos individuos o grupos nos empobrece a todos. La Tierra no debe ser un desierto inerte y silencioso, el jardín negro de nuestras peores fantasías. El hombre, animal racional y conciencia moral, debe defender el derecho a la existencia de las otras criaturas y no ser su verdugo.

Los estoicos griegos creían que el hombre tenía su lugar en el universo y formaba parte de él. El universo para ellos era un organismo vivo con un alma, una deidad materializada. La deidad era la «ley universal de la naturaleza». El logos individual era el logos universal de la naturaleza. Ahora más que nunca, es importante que el ser humano observe las pérdidas que ocurren en la naturaleza como pérdidas propias, que reflexione sobre la vida desnaturalizada que lo amenaza, pues está orgánicamente incorporado al mundo natural.

A unos cuanto años del fin del siglo XX y del fin del segundo milenio, podemos decir, parafraseando a Anaxágoras, que, como los hombres de los primeros tiempos, vivimos para contemplar los soles, las lunas y las estrellas de esta Tierra; los cuales, no son otra cosa que las obras maestras vivas de la naturaleza.





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