 Escena I
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DON CARLOS entra por el fondo;
DON LINO sale de su habitación.
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DON LINO.-
Felices, señor don Carlos. ¿Ya está usted
de vuelta? Un mes hace que estoy enviando recados a su casa.
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DON CARLOS.-
He visto sus esquelas de usted y en cuanto he llegado he venido
con no poco sentimiento de no haber podido hacerlo antes. Pero, amigo, he
estado en Bilbao a recoger una herencia de algún valor y con esos
malditos facciosos que no se acaban nunca le aseguro a usted que es milagro
haber podido salir tan pronto de las provincias.
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DON LINO.-
¡Ya se ve! Pues, amigo, aquí hay novedades. Durante
la ausencia de usted he dado la mano de mi hija Luisa a Patricio...
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D. CARLOS.-
(Aparte.) ¡Ay! ¡Dios
mío! Sí; excelente muchacho... vale el oro que pesa.
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DON LINO.-
¿Sí, eh? Felizmente no tiene todo ese valor,
porque a tenerlo se hubiera derrochado a sí mismo o se hubiera dado en
prenda al primer usurero que hubiese encontrado. Ello sí, su
corazón es excelente; luego, tiene en la Jamaica un tío,
inmensamente rico, a quien heredará con el tiempo; y aun en el
día ya posee por sí mismo un bonito patrimonio. ¡Oh! Estoy
bien informado; como que he sido su tutor. Pero, amigo, no conoce lo que vale
el dinero. Se le va por entre los dedos. Lo presta, lo da, lo tira. ¡Uf!
Tiene sobre todo una facilidad para firmar letras... se le figura que nunca ha
de llegar el plazo... Esto es lo que me hace temblar por la felicidad de mi
hija, y sobre todo por su dote.
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DON CARLOS.-
Sin embargo, es de presumir que no ha dado usted su
consentimiento para esa boda sin haberlo mirado antes dos veces.
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DON LINO.-
No sé; los muchachos se querían; se
morían... se echaron a mis pies... ellos enamorados y yo blando. La
chica lloraba. ¿Qué quiere usted? Hija de madre. Mi mujer con
cuatro lágrimas siempre hizo de mí lo que quiso. Patricio, por
otra parte, me juró que ya no tenía deudas y que no las
contraería nuevas. Le creí sobre su palabra. Pero, si va a decir
verdad, quédanme todavía algunas dudas y, precisamente, para
informarme mejor quería verlo a usted; porque, al fin entre
jóvenes, siempre se sabe.
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DON CARLOS.-
Señor don Lino, yo no conozco a Patricio sino de haberlo
visto algunas veces en su casa de usted y no sé cosa que...
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DON LINO.-
Sí, sí... entiendo; es un conocido como otros...,
pero yo, yo soy amigo de usted; usted es un mozo excelente y no querría,
por cierto, desairar la confianza de un padre de familias... Es excusado decir
a usted ya que hacía algún tiempo que yo había echado de
ver que no miraba usted a mi hija con malos ojos. ¡Oh! Y si yo no hubiera
consultado sino mi gusto particular y la razón, usted hubiera sido el
preferido.
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DON CARLOS.-
¿Es posible?
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DON LINO.-
Sí; pero a lo mejor se le antoja a usted marcharse a las
provincias, de donde nadie vuelve...
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DON CARLOS.-
Ahora conozco todo lo que he perdido... pero, en fin... si usted
ha dado ya su palabra...
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DON LINO.-
Le diré a usted, condicionalmente. Esta noche nos
casamos; quiero decir, se casan. Pero, si de aquí a la noche, descubro
una sola pella de Patricio, una sola letra protestada... adiós boda...
Tales son los pactos y no podrá quejarse.
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DON CARLOS.-
Cierto. Obra usted como pudiente. Pero ¿qué motivo
tiene usted para sospechar que Patricio pudiera exponer...?
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DON LINO.-
No sé; sin embargo, su conducta no me parece muy clara.
En primer lugar, ayer en todo el día no se dejó ver. Más.
Hoy es... Van a dar las once, el día de la boda..., pues aún no
ha parecido.
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DON CARLOS.-
(Aparte.) Vaya, el suegro tiene
razón, aquí hay gato encerrado y aún no pierdo la
esperanza.
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DON LINO.-
Todavía no ha enviado las vistas.
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DON CARLOS.-
Acaso no tenga crédito ya con las tiendas. Las modistas
en el día no quieren fiar a nadie; antes lo fiaban todo; pero han
llevado tantos chascos que ahora ya no dan nada sino a dinero contante.
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 Escena II
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Dichos,
LUISA y
EUGENIA.
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LUISA.-
Papá, papá; si supiera usted...
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DON LINO.-
¿Qué es eso? ¿Ha venido mi yerno?
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LUISA.-
¿Qué veo?
(Viendo a
DON CARLOS.) ¡Don Carlos, el amigo de
Patricio...!
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DON LINO.-
El mismo, que es por cierto más diligente que tu novio;
porque llega de Bilbao a punto para tu boda, al paso que el caballerito don
Patricio que vive en la calle de Hortaleza ha echado más de dos
días para su viaje.
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LUISA.-
¡Ah! No le culpe usted. Acaba de enviarme un regalo de
boda magnífico... Mire usted qué hermosos diamantes.
(Enseñando un
aderezo.)
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EUGENIA.-
¡Ya se ve! ¡Es tan generoso!
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LUISA.-
Y una carta muy fina en que me explica su ausencia de ayer.
Pero, léala usted, léala usted.
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DON LINO.-
Vamos a ver qué disculpa da.
(Lee.)
«Adorada Luisa, querida esposa mía,
te amo, te adoro...».
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LUISA.-
¿Lo ve usted? Bien decía yo que no podía
ser culpable.
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EUGENIA.-
Y yo... ¡como que lo he criado!
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DON LINO.-
(Leyendo.)
«Dentro de pocos instantes estaré a
tu lado; no es culpa mía si no he podido ir antes. Tu esposo,
Patricio.»
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LUISA.-
Ya ve usted.
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DON LINO.-
Veo, veo. Maldito, si yo veo que se disculpe.
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LUISA.-
¿Con que no? ¿No está usted satisfecho?
Léalo usted otra vez.
«Adorada Luisa, querida esposa
mía»... Vea usted,
«te amo» aquí, y
más abajo
«te adoro». ¿Qué
le pide usted a esa carta?
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EUGENIA.-
¡Oh! Por lo que hace a mí no me queda la menor
duda.
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LUISA.-
Ni a mí.
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DON LINO.-
Pero, ¿por qué no vino ayer?
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LUISA.-
Puesto que viene hoy, él nos lo explicará.
Además, bien claro lo dice,
«no es culpa mía».
Escrito está... nunca le he visto a usted tan...
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DON LINO.-
Es que esto, señorita, no es natural. Soy comerciante; me
gusta sobre todo la franqueza, el orden, la buena conducta. Aborrezco las
deudas y por adelantada que esté la boda, si me probasen que
Patricio...
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LUISA.-
¿No le ha dado usted palabra...? ¡Ah! Si duda usted
todavía venga usted a ver su regalo... ¡Qué lujo! No se
hacen gastos de esa especie, cuando se tienen deudas.
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DON LINO.-
¡Valiente prueba! En Madrid, los que menos tienen son los
que suelen gastar más. Pero, vamos allá; ya que no vemos al
novio, veremos a lo menos sus vistas.
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(Vanse.)
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 Escena IV
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EUGENIA,
PATRICIO,
VALBUENA.
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PATRICIO.-
Entre usted, entre usted;
(A
VALBUENA al entrar.) está usted en
mi casa, o en casa de mi suegro, que es lo mismo.
(A
EUGENIA.) Buenos días, Eugenia.
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EUGENIA.-
(Aparte.) Pobrecillo. Estamos
contentos con usted. ¿Qué quiere decir esto? Tenernos dos
días en la mayor ansiedad... ¿Dónde ha estado usted?
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PATRICIO.-
Eso ¡y ahora un sermoncito!
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EUGENIA.-
Cierto que no lo merece usted. Yo tengo ese derecho; yo digo las
cosas cara a cara y le defiendo a usted en su ausencia; no soy como los amigos
que... En fin, dígame usted. ¿De dónde viene usted?
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PATRICIO.-
A ti puedo decírtelo; tú lo callarás. Salgo
de la cárcel; es decir, del consulado.
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EUGENIA.-
¡Dios mío! Alguna nueva...
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PATRICIO.-
¿Qué? Eso es lo mejor del caso: que la deuda no
era mía, sino de Damián, mi amigo, excelente muchacho..., pero un
apuro... ya se ve... ¿eso cómo se evita? Lo iban a embargar si no
daba un fiador. Vino a buscarme. ¿Cómo me había yo de
negar? Luego pudo lograr poner las letras a tres meses de plazo. ¡Tres
meses!, Eugenia. Yo creí que tres meses no se acababan nunca y que
encontraría... Pues, amiga, nada de eso. El tiempo se fue y el dinero no
vino; y por colmo de desgracia, él se fue con el tiempo...
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EUGENIA.-
¡Qué infamia! Fíe usted a nadie...
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PATRICIO.-
Ahí verás; pero la cosa no tenía remedio;
era preciso pagar; y eso pronto está dicho, pero veinte mil
reales...
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EUGENIA.-
¡Usted!
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PATRICIO.-
En una palabra: que se protestaron; que no pareció
Damián, que pegaron conmigo, que pido plazo, que expira el plazo...
Abreviemos. Ayer salía yo de mi casa para venir acá y recibo la
visita del señor que se encuentra en la escalera.
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EUGENIA.-
¡Ah! El señor...
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PATRICIO.
Pues, el señor, el caballero más atento que
tú has conocido. Me habla, hace conocimiento conmigo; la
conversación tan original del señor, sus incitaciones, cierto
auto de detención contra mi persona, todo me persuade y doy un
pequeño rodeo... nada; al consulado... un rodeo de dos días.
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EUGENIA.-
¿Cómo? El señor es...
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PATRICIO.-
¡Oh! Un excelente sujeto... Es el señor Valbuena,
alguá... es decir, ministro del consulado.
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VALBUENA.-
Sí, señora, ministro. El acreedor usó de su
derecho; auto de detención; yo por mi parte encargado de llevarlo al
debido efecto, no creo haber podido desempeñar mi comisión con
más miramientos.
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EUGENIA.-
¡Ah, Jesús! ¡Qué casta de hombres!
¿Y cómo ha salido usted?
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PATRICIO.-
El señor Valbuena que, bajo un exterior de ministro
-¿quién lo diría?-, abriga un corazón bien
intencionado, se dignó dar parte a dos o tres amigos míos de mi
mudanza de casa; como se ha podido, se han reunido diez y ocho mil reales entre
lo que ellos han dado y el dinero que yo tenía, resto de lo que he
gastado en el regalo de boda.
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EUGENIA.-
¡Pobre don Patricio!
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PATRICIO.-
Por desgracia, quedaba una letra de dos mil reales, endosada a
un tal don Cosme... Era forzoso guardar el mayor secreto, a causa de mi
suegro... porque a la menor sospecha, adiós Luisa...
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EUGENIA.-
Es verdad. Y vamos, ¿cómo se ha compuesto
usted?
|
PATRICIO.-
¡Ah! Siempre mi buen señor Valbuena. Es mi mano
derecha.
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EUGENIA.-
¡El señor!
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VALBUENA.-
Sí, señora, yo. ¡Usted ha dicho
«qué casta de hombres»! No lo he echado en saco roto; pero
es preciso que entienda usted, señora, que si prendo a las gentes es
porque ésa es mi obligación; alguien los ha de prender; pero
cuando puedo hacer favor, sin comprometerme, se entiende, lo hago...; aunque
usted me ve así, soy sensible y padre de familias... en una palabra,
puede uno ser ministro y tener buen corazón.
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PATRICIO.-
Cierto; el señor lo ha manejado todo de suerte que el
acreedor, viendo que no quedaba más que un pico de dos mil reales, se ha
conformado con dejarme en libertad, con un alguacil de vista, se entiende, para
buscarlos.
|
VALBUENA.-
Sí, pero por hoy no más; porque esta noche, a las
siete, debo volver a llevarle a usted; y entretanto tenga usted presente que no
respondo de usted y que no puedo perderlo de vista ni un solo instante; porque
eso es otra cosa, mi deber.
|
PATRICIO.-
Nada más justo. Pero pierda usted cuidado. De aquí
a las siete veremos de que mi suegro me entregue alguna parte del dote.
¿Tiene usted ahí la letra?
|
VALBUENA.-
Sí, señor; el endoso está en blanco y puedo
entregarla en el acto al que me entregue el dinero.
|
PATRICIO.-
Lo llevará usted y además diez pesos por su
trabajo. Y aún seré yo el agradecido. Conque así, querida
Eugenia, te suplico que me cuides a este excelente amigo... Entretanto yo voy a
ver a don Lino.
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VALBUENA.-
Iré con usted.
|
PATRICIO.-
¿Cómo? ¿No puede usted quedarse
aquí, en esta pieza?
|
VALBUENA.-
Si usted se queda, enhorabuena; pero si usted va a otra parte,
le habré de seguir.
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PATRICIO.-
¡Qué diablo de hombre! Si digo que no voy
más que a dar los buenos días a mi esposa.
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VALBUENA.-
Bueno, vamos. Yo no puedo separarme de usted un solo
instante.
|
PATRICIO.-
No hay ejemplo de una adhesión semejante... ¿No se
fía usted de mí, de los diez pesos que le he prometido?
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VALBUENA.-
¡Oh! Sí, señor... pero el deber antes que
todo. Los ministros tenemos por lo menos que salvar las apariencias; no trato
de perder mi destino... hágase cargo de que soy padre de familia...
|
PATRICIO.-
¡Por vida de! Tengo que convidarle a la boda. ¿Y
qué dirá el buen don Lino al ver un hombre cosido siempre a mi
vestido?
|
EUGENIA.-
Y sobre todo con esa facha.
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PATRICIO.-
¡Es verdad! Mira, Eugenia,
(A
EUGENIA.) dame un vestido de mi suegro;
volando; antes que vengan.
(A
VALBUENA.) Espero por lo menos que puede
usted, sin comprometerse, quitarse esa levita y ponerse otra cosa más
decente.
|
VALBUENA.-
¡Oh! Sí. Bien puede un ministro mudar de
casaca.
|
PATRICIO.-
¡Enhorabuena!
|
EUGENIA.-
He aquí un vestido flamante, que el sastre mismo acaba de
hacer.
|
PATRICIO.-
No importa; si pregunta, decirle que no le han traído.
Esto durará poco.
|
EUGENIA.-
¿Qué es eso? ¿No le viene a usted bien?
Como es nuevo...
|
PATRICIO.-
¡Oh, sí! A un ministro siempre le viene bien que lo
pongan como nuevo.
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VALBUENA.-
Un poco... ¿eh? Usted estará supongo, a las
resultas de este disfraz... si el viejo...
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PATRICIO.-
Yo seré el responsable; yo. Un ministro no puede ser
nunca responsable. ¡Magnífico! Ahora encargo a usted, por Dios, un
poco de elegancia, modales...
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VALBUENA.-
No tenga usted cuidado; un hombre que prende por deudas
está en continuo roce con la mejor sociedad de Madrid. Espero que ya que
yo me presto a cuanto de mí exige, no abusará de...
|
PATRICIO.-
Abusar, querido amigo, querido Valbuena... Eugenia, ahora
procura hacer venir hacia esta parte a Luisa.
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EUGENIA.-
Está en la sala con don Carlos, su amigo de usted, que ha
vuelto de las provincias...
|
PATRICIO.-
¿Mi amigo Carlos ha vuelto de las provincias? Hombre,
¡qué de cosas contará! Pero, escucha; guárdate de
decirle una palabra... era mi rival... aspiraba también a la mano de
Luisa... y en su ausencia le he desbancado... entre amigos... Hombre, usted
debe conocerle,
(A
VALBUENA.) un joven elegante...
|
VALBUENA.-
Por esas señas no caigo...
|
EUGENIA.-
¡Chis! Aquí está el amo; me voy a mis
labores.
(Vase.)
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 Escena V
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PATRICIO,
VALBUENA,
DON LINO,
LUISA.
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DON LINO.-
Por fin, es él. ¡Gracias a Dios!
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LUISA.-
¡Patricio! ¿Está usted aquí ya?
|
PATRICIO.-
¡Sí, padre mío...! ¡Sí, querida
Luisa!
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LUISA.-
Estábamos con un cuidado... ¿Qué ha sido de
usted desde antes de ayer?
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DON LINO.-
Vamos a ver; explíqueme usted todo esto. En primer lugar,
¿quién es este caballero?
|
PATRICIO.-
Este caballero, querido padre mío, este caballero... no
se lo puede usted figurar; es un amigo, pero un amigo verdadero; como hay
pocos. Un amigo que no se aparta de uno en la desgracia; un amigo que
sólo se va cuando vuelve la prosperidad. Es todo un amigo.
|
TODOS.-
¡Cierto!
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DON LINO.-
¿Y dónde se han conocido ustedes?
|
PATRICIO.-
En el ejército. No tiene facha militar, ¿eh? Pues
ahí verá usted. Donde usted le ve es un valentón, capaz de
detener a todo un regimiento...
(Aparte.) por menos, se
entiende... Como tiene más edad que yo, ha sido mi mentor... me he
dejado guiar siempre por él... ¿No es verdad? con una
docilidad...
|
VALBUENA.-
Caballero, caballero, es mi deber.
(Saludando.)
|
PATRICIO.-
¡Oh, sí!... el deber de la amistad... porque... no
puede vivir sin mí... nunca me abandona... ¿separarse de
mí?, ¿eh? Ya, ya. En el regimiento nos llamaban los
inseparables.
|
DON LINO.-
Caballero,
(A
VALBUENA.) los amigos de mi yerno
serán siempre bien recibidos en mi casa. Pero, a todo esto
(A
PATRICIO.) no nos explica usted la
ausencia de ayer.
|
PATRICIO.-
Pregúnteselo usted,
(Señalando a
VALBUENA.) él le dirá a
usted... él tuvo la culpa... un lancecillo muy desagradable por cierto,
(Aparte.) en el cual yo le era
enteramente indispensable... pero este secreto no me pertenece... son cosas
suyas... suplico a usted que no me pregunte más.
|
LUISA.-
Veo que, efectivamente, debe usted profesarle grande amistad,
puesto que me sacrificó a él, por el espacio de todo un
día.
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PATRICIO.-
¡Ah, Luisa! Le juro a usted que no me era posible obrar de
otra manera, atendidos los vínculos que nos unen. Los servicios que me
ha hecho...
|
DON LINO.-
¿Y qué servicios...?
|
PATRICIO.-
¡Oh! No hace mucho me sacó de un lance...
|
DON LINO.-
¿Lance? ¿Con algunos compañeros del
Cuerpo?
|
PATRICIO.-
No; con unos ingleses; lance serio; como que me prendieron y...
si no hubiera sido por él, preso estaría todavía...
|
DON LINO.-
¡Oh! Yo lo creo; esas cosas aquí van largas, y
aunque no le prendan a uno más que por sospechas...
|
PATRICIO.-
A no ser por él, querida Luisa, acaso no podría
disfrutar hoy la dicha que me espera.
|
LUISA.-
¡Ah! Siendo así, de buena gana le perdono.
(Vase.)
|
DON LINO.-
Tenemos que hablar... quisiera decirle a usted dos palabras en
particular.
|
PATRICIO.-
Con mucho gusto.
|
DON LINO.-
Es sobre el dote.
|
PATRICIO.-
¡Oh, felicidad! Me le va a entregar
(Aparte.) y voy a enviar a paseo
a mi amigo íntimo.
|
DON LINO.-
Me ha prometido usted que no contraería más
deudas.
|
PATRICIO.-
¡Oh! Y lo cumpliré, se lo juro a usted; no sabe
usted bien qué ratos dan.
|
DON LINO.-
En ese caso las condiciones que voy a proponerle a usted no
deben alarmarle.
|
PATRICIO.-
Diga usted; cuanto usted quiera.
|
DON LINO.-
Sin contar con la herencia de su tío Antonio, que
está en la Jamaica, tiene usted un patrimonio muy decente.
(Echando de ver que se acerca
VALBUENA.) ¿Qué quiere ese
caballero? Parece que su amigo íntimo de usted nos escucha.
|
PATRICIO.-
¿Mi amigo? ¡Ah! Es distracción.
(Hace señas a
VALBUENA para que se aparte.)
|
DON LINO.-
Un patrimonio muy decente, como iba diciendo. Mi hija le trae a
usted a su casa más de otro tanto... pero esto yo se lo guardo a
usted.
|
PATRICIO.-
¿Lo guarda usted?
|
DON LINO.-
Le pagaré los intereses. Lo tiene usted puesto a
ganancias. ¡Qué! ¿Mi casa no es tan buena como cualquiera
otra? El dinero ha de producir. ¿Le incomoda a usted esto?
|
PATRICIO.-
¿Incomodarme? No, nada, absolutamente.
(Aparte.) -La hicimos. Es el caso
que yo hubiera tenido cierto gusto, gusto no más, en tomar un poco de
dinero contante al casarme...
|
DON LINO.-
Nada más justo. Enhorabuena; mañana o pasado, o el
otro, cuando usted quiera, le entregaré una cuarta parte... y
entonces...
(Viendo a
VALBUENA acercarse.) ¡Oiga! Sabe
usted que es distraído en forma. Ese buen señor no tiene la mejor
crianza.
|
PATRICIO.-
¡Oh! Sí... sino que, el interés, el mismo
interés que se toma por mis cosas...
|
VALBUENA.-
¿No entrega usted el dote a mi amigo Patricio?
|
|
(LUISA vuelve.)
|
DON LINO.-
No, señor; si usted no dispone otra cosa... y tengo
acá mis razones... que le explicaré más largamente cuando
estemos solos.
|
VALBUENA.-
Yo lo creo, que le explicará usted...
|
DON LINO.-
Yo, voy a vestirme.
|
VALBUENA.-
Bien hecho... yo ya estoy vestido.
|
DON LINO.-
(Aparte.) No parece que haya
entendido.
(Llama.) Eugenia.
(Entra
EUGENIA.) ¿No ha traído
todavía el sastre mi vestido nuevo?
|
EUGENIA.-
No señor.
|
DON LINO.-
¿En qué diablos pensará? El vestido con que
he de asistir a la boda.
|
EUGENIA.-
Vaya, señor; no tenga usted cuidado... el vestido se
lucirá en la boda.
(Mirando a
VALBUENA.)
|
DON LINO.-
Entretanto, voy a ponerme otro. Caballero, soy un servidor de
usted... si usted quisiese pasar a la sala...
|
VALBUENA.-
¡Oh! Estoy bien aquí; usted es demasiado
atento.
|
DON LINO.-
Allí encontrará usted gente... y sociedad.
|
VALBUENA.-
¡Oh! Me basta la de mi amigo.
(Señalando a
PATRICIO.)
|
DON LINO.-
Pues, señor, no hay medio. ¿Sabe usted
(A
PATRICIO.) que este amigo es
importuno?
|
PATRICIO.-
Discúlpele usted. Haga usted cuenta que no somos
más que uno.
|
DON LINO.-
Pero, hombre, ¿Luisa se querrá hacer
también esa cuenta?
|
 Escena VI
|
|
PATRICIO,
LUISA,
VALBUENA, algo retirado hacia el fondo.
|
PATRICIO.-
Querida Luisa, por fin puedo decir a usted cuán feliz soy
a su lado...
|
LUISA.-
¿Y yo? Tenía ayer una tristeza... viendo a...
(Viendo a
VALBUENA que se ha ido acercando.)
¡Ay! ¡Dios mío!
|
PATRICIO.-
¿Qué? ¿Por qué se interrumpe
usted?
|
LUISA.-
(En voz baja.) No había
reparado que el señor se había quedado aquí.
|
PATRICIO.-
No tema usted, no puede oírnos.
|
LUISA.-
No importa... Yo no me atrevo a hablar con usted delante de
él. Patricio, dígale usted que se vaya...
|
PATRICIO.-
¡Dios mío! ¡Qué situación!
(Aparte.) Le confieso a usted que
no me atrevo... sería una grosería... es tan quisquilloso... Por
otra parte, dentro de poco vamos a enlazarnos para siempre.
|
LUISA.-
¡Ah! Se equivoca usted; no nos casamos hasta la noche; y
le aseguro a usted que de aquí allá, puede que haya mudado de
idea.
|
PATRICIO.-
¡Santo Dios! ¡A la noche! ¿Y por qué
no por la mañana?
|
LUISA.-
Papá lo ha dispuesto así.
|
PATRICIO.-
(Aparte.) Y yo que al anochecer
tengo que volverme...
(Corriendo hacia
VALBUENA.)
|
LUISA.-
Bien. Me deja por su amigo... ¿Hay mujer más
desdichada?
|
PATRICIO.-
Señor Valbuena
(A
VALBUENA.) deme usted unas horas
más; hasta las doce siquiera.
|
VALBUENA.-
Imposible, señorito, imposible. A las siete, o el dinero,
o usted.
|
PATRICIO.-
¡Mal rayo! Yo no sé qué me contiene...
|
VALBUENA.-
Caballerito... si usted se enfada...
|
LUISA.-
¡Ay, Dios mío!
(Acercándose.)
¿Qué es eso?
|
PATRICIO.-
¿No lo ve usted? Le ruego que nos deje un momento solos,
y se formaliza, se enfada... Tiene un genio... de todos los diablos...
|
LUISA.-
¿Y por un amigo semejante consiente usted en incomodarme?
Me sacrifica usted a... Caballero, compóngase usted como pueda, pero
mientras esté aquí, le declaro a usted que no me caso.
|
PATRICIO.-
(Aparte.) No hay medio, no hay
forma de salir del paso. -Luisa
(A
LUISA, bajo.) dos palabras, nada
más. Óigame usted. Sepa usted que el señor no es lo que
usted piensa, y que me es imposible separarme de él... No puedo decir a
usted más... pero me es indispensable tenerle contento... en una
palabra, mi suerte depende de él.
|
LUISA.-
¿Y de quién puede usted depender? Usted no tiene
más parientes que su tío Antonio, el que está en la
Jamaica...
(Mirando a
VALBUENA que se ha sentado.) ¡Ah!
¡Qué rayo de luz! ¿Sería él... por ventura?
¿Ha vuelto?
|
PATRICIO.-
Silencio...
(En voz baja.) Mañana lo
sabrá usted todo. Por ahora, bástele a usted saber que la amo...
que la adoro a usted... y por lo que hace mi conducta, me es forzoso
obedecer... no puedo obrar de otra manera...
|
LUISA.-
¡Ah! ¿Y por qué no me lo decía
usted?
|
PATRICIO.-
¡Luisa!
|
LUISA.-
Bien; callaré, callaré. ¡Su buen tío!
(Aparte.) Pobre señor,
¿por qué hará estos papeles?
|
 Escena VII
|
|
Dichos,
DON LINO, precedido de
DON CARLOS.
|
DON CARLOS.-
¿Es posible que esté un almuerzo detenido por el
novio?
|
PATRICIO.-
¡Oh! Aquí está Durán.
|
DON CARLOS.-
¿Cómo? ¿Ya está usted aquí?
(Sorprendido.) No nos
habían avisado.
|
DON LINO.-
Señores, en atención a que se comerá tarde,
he dispuesto un ligero almuerzo; en la mesa nos esperan el notario, los
testigos y varios parientes... un poco estrechos estaremos... pero...
¡Ah! Este caballero nos honrará
(A
VALBUENA.) con su
compañía... un poco de té, nada más.
|
VALBUENA.-
Seguramente; para mí es un deber.
|
DON LINO.-
No hay más que gentes de la familia... porque, por su
parte, mi yerno sólo tiene a su tío Antonio...
|
LUISA.-
(Con intención.) Que
desgraciadamente no está aquí... Hubiéramos tenido tanto
placer en admitirle y obsequiarle...
|
PATRICIO.-
¡Pobre Luisa!
(Aparte.) ¿Pues no le
está haciendo ya la corte?
|
DON LINO.-
Ello, como hay más gente de la que se esperaba; somos
tantos y estas casas que hacen ahora son tan chicas, que tendremos que almorzar
en dos piezas separadas; pero la comodidad es lo primero.
|
VALBUENA.-
(Aparte.) ¡Qué
diablura! Permítame usted...
(A
DON LINO.) ¿Me atreveré a
preguntar en qué pieza piensa usted ponerme?
|
DON LINO.-
¡Vaya una pregunta!
(Aparte.) Yo le
fastidiaré.
(A
VALBUENA.) En la segunda y los novios en
la primera.
|
VALBUENA.-
Pido a usted mil perdones; pero ruego a usted encarecidamente
que me coloque en la misma mesa que a su amigo...
|
PATRICIO.-
¡Quiere usted callar!
|
VALBUENA.-
De otra suerte no podré almorzar; por lo demás, no
sirva de incomodidad... me pondré al lado, en frente... con tal que le
vea, en cualquier parte...
|
DON LINO.-
¡Este hombre está enamorado!
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PATRICIO.-
¡Estoy en brasas!
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VALBUENA.-
Perdone usted mi franqueza... es mi genio
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DON LINO.-
Yo también soy franco y por lo mismo confieso a usted que
no sé cómo hacerlo... en la primera mesa no caben más que
los novios y yo; los padrinos, los testigos y el notario... ni un alfiler
más. ¿Y cómo quiere usted separar?... Estoy desesperado de
no poder... ¡Tómate ésa!
(Aparte.)
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VALBUENA.-
¡Y yo!... pero, no le hace; yo de ninguna manera me
separaré un punto de mi amigo... Me pondré detrás de su
silla.
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PATRICIO.-
(A
DON LINO.) Es el hombre más
original que usted ha visto... no le conoce usted bien todavía.
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LUISA.-
Cierto, que es original...
(Aparte.) pero, al fin... es
nuestro tío.
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PATRICIO.-
Mire usted, hay un medio; se le pondrá una mesita
aquí, en esta misma pieza, desde donde se ve bien todo el comedor...
apuesto cualquier cosa a que prefiere este arbitrio...
(A
VALBUENA.) Acepte usted.
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VALBUENA.-
Sí, sí, por cierto; con tal que queden las puertas
abiertas y que no le pierda yo a usted de vista.
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DON LINO.-
Patricio, le aseguro a usted que estoy ya de amigo íntimo
hasta aquí...
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PATRICIO.-
Pues ¿y yo?
(Aparte.)
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DON LINO.-
Vamos, señores, vamos.
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DON CARLOS.-
Vamos, que todo el mundo nos espera.
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DON LINO.-
Le pondremos a usted aquí.
(Aparte.) Es insoportable este
hombre; mejor le pondría yo en la calle. ¡Dios me libre de un
amigo íntimo!
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(Vase el último, queda solo
VALBUENA haciendo visajes por no perder de vista a
PATRICIO que ha estado con
LUISA y los demás en la pieza
inmediata.)
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 Escena VIII
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VALBUENA y luego
EUGENIA que prepara una mesa pequeña.
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VALBUENA.-
(Sin perder nunca de vista el
comedor.) No puedo quejarme... es buena gente; me convidan a
almorzar... en pocas casas me hacen igual recibimiento... ¿Es posible
que hayan tomado las gentes tal tema con los ministros? Ésta es la
primera vez que me han convidado en casa de un deudor; y yo no sé por
qué; al fin, un ministro tiene estómago como todos los
demás funcionarios públicos. Bebe, come como todos y a veces
más... Pues, sin embargo, hay gentes que los creen insensibles.
¡Insensibles! Que se lo pregunten a mi mujer... ¡Por vida de!...
Cuidado si he querido yo a mi mujer... Y aun en el día... Ahora es y...
y... los amores mismos de esos muchachos me recordaban los míos; me
recordaban las muchas veces que estaba celoso y tenía que dejar sola a
mi mujer para ir a asegurar a otros... Porque, eso sí, he sido celoso en
todo; de mi mujer y de mi deber.
(A
EUGENIA que ha puesto la mesa a la
derecha.) Permítame usted... está demasiado lejos; mejor
estará a este otro lado.
(Traslada la mesa junto a la puerta del
comedor.)
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EUGENIA.-
¿Ahí al paso? ¡Va usted a coger un aire!
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VALBUENA.-
No importa; nosotros estamos acostumbrados ya a estar siempre
cogiendo algo.
(Mirando al comedor.) Verdad es
que están apretados; difícil hubiera sido colocar uno más.
Pero desde aquí, veo a toda mi gente; veo a mi hombre. ¡Apreciable
joven! ¡Excelentes chuletas!
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(Un
CRIADO le va trayendo platos.)
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CRIADO.-
La señorita Luisa es quien le envía a usted todo
esto; me ha mandado que cuide de que nada le falta a usted.
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VALBUENA.-
¡Amable señorita! Si uno pudiera comer con
tranquilidad... es cosa cruel; no poder mirar lo que uno come, para ver lo que
uno no come... recobremos el tiempo perdido.
(Lleva a la boca cinco o seis bocados
seguidos; sin mirar al plato y sin perder de vista el comedor.)
Está exquisito, pero no me puede sentar bien... estoy demasiado
inquieto...
(Mirando.) ese muchacho me da una
pena... si fuera mi propio hijo...
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EUGENIA.-
No vigilaría usted todos sus pasos con más
celo.
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VALBUENA.-
Cierto... Pero, a propósito de hijos... si yo llevase
alguna friolera a mis chicos... ¿Usted me permite? ¿No es
verdad?
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EUGENIA.-
Sí, señor. ¿Quiere usted un papel?
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VALBUENA.-
Gracias.
(Levantándose y envolviendo unos
bizcochos en el papel.) Tres tengo... tres muchachos... y mi mujer, que
está todavía... muy...
|
EUGENIA.-
La señorita viene hacia aquí... Métalo
usted en su faltriquera.
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VALBUENA.-
¿Qué dice usted? Estas faltriqueras no me
pertenecen... Mejor será que lo ponga usted en mi surtú...
allí está más seguro, y luego es más ancho.
|
EUGENIA.-
Es verdad... faltriqueras de ministro... quién sabe lo
que cabe dentro...
(Aparte.) Pues, señor, me
vuelvo atrás de lo dicho... a pesar de ser lo que es, es un excelente
hombre. ¡Parece imposible!
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 Escena XIII
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DON CARLOS, algo apartado,
VALBUENA.
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VALBUENA.-
(Aparte, entrando.) Estoy
tranquilo... está hablando con su novia. Es un excelente muchacho. Me ha
hecho tomar por fuerza una copa de licor... y me ha dado tres terrones de
azúcar para los niños... Pero cuando pienso en la
señorita... ¡Pues no se empeñó en confiarme su
aderezo!
(Viendo a
DON CARLOS que se acerca.) Vamos a ver,
caballero, ¿en qué puedo servir a usted?
|
DON CARLOS.-
¿No conoce usted a un tal don Cosme?
|
VALBUENA.-
¿Un comerciante?... Sí, señor.
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DON CARLOS.-
¿No es ése el mismo que tiene una letra contra don
Patricio...?
|
VALBUENA.-
Una letra...
(Aparte.) ¿Me dirá
usted antes de pasar adelante a qué conducen esas preguntas?
|
DON CARLOS.-
Hable usted más bajo. Importa mucho que Patricio no tenga
deuda ninguna pendiente... y si existieran por ahí todavía
algunos créditos contra él, quisiéramos detraerlos de la
circulación, sin que él mismo lo supiese.
|
VALBUENA.-
¿Sin que él lo supiese?
|
DON CARLOS.-
Cabalmente; las cosas se han de hacer con toda generosidad.
|
VALBUENA.-
(Aparte.) ¡Un rival! Esto
no me parece natural. Si querrá perjudicar a... ¡Oh!, pues eso no.
A pillo, pillo y medio. Pues señor, don Patricio no tiene deudas a lo
menos que yo sepa.
|
DON CARLOS.-
En ese caso... lo siento; porque yo hubiera dado cualquier cosa
por encontrar una sola firma suya.
|
VALBUENA.-
¿Qué dice usted? ¿Hubiera usted dado
cualquier cosa...?
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DON CARLOS.-
Sin titubear.
|
VALBUENA.-
Eso es otra cosa. ¿Quién sabe si podríamos
entendernos? ¿Y qué llama usted cualquier cosa?
¿Cómo cuánto daría usted?
|
DON CARLOS.-
¿Eh? ¿Qué quiere decir eso?
¿Tendría usted por ventura...?
|
VALBUENA.-
No se trata de eso; sino de cuánto daría usted por
tener en sus manos una letra contra él.
|
DON CARLOS.-
Hombre, yo, sin perjuicio de repetir después contra quien
conviniese, para hacerla efectiva, daría... desde luego... su valor.
|
VALBUENA.-
Es decir que la compraría usted al precio corriente...
Pues, señor, no es bastante... Amigo, el papel de don Patricio es muy
rebuscado en el día; ahora sobre todo que es muy raro en la plaza... ha
subido horriblemente... y yo tengo un crédito de dos mil reales, que no
daría por el doble.
|
DON CARLOS.-
¿Usted? ¿Pues no es usted el amigo de don
Patricio?
|
VALBUENA.-
¿Yo? ¿Eh? Lo mismo que usted.
|
DON CARLOS.-
¡Ah! Ahora ya entiendo, usted es un acreedor suyo, acaso
ese mismo don Cosme...
|
VALBUENA.-
¿Quién sabe?
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DON CARLOS.-
Tenedor de una letra...
|
VALBUENA.-
Cierto.
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DON CARLOS.-
¿Y por qué no se presenta usted?
|
VALBUENA.-
¿Y si no quiero?
|
D. CARLOS.-
Sería usted pagado...
|
VALBUENA.-
¡Pse! No me urge...
|
DON CARLOS.-
¡Parece increíble! ¿Qué motivos tiene
usted...?
|
VALBUENA.-
Mire usted, caballero, no tratemos de sonsacarnos nuestros
secretos... Usted tiene sus razones; yo tengo las mías... Si no soy
negado, usted hace un buen negocio, y yo también... Con que, vea usted
si le acomoda. Cuatro mil reales... en el acto. ¿No? Dejarlo.
|
DON CARLOS.-
¿Está usted loco? ¡Cuatro mil reales!
¡Este hombre es un judío!
(Aparte.) ¡Un
empréstito andando! -Hombre, ya ve usted, obligarme a pagar cuatro mil
reales, una letra de la cual no podré yo sacar nunca más que dos
mil... es decir, que pierdo yo otros dos mil...
|
VALBUENA.-
¡Cabal! Pero si esos dos mil reales le hacen a usted ganar
por otro lado treinta veces más... si eso le libra a usted de un
rival...
|
DON CARLOS.-
¿Qué dice usted?
|
VALBUENA.-
Que acaso no haya ningún otro crédito más
que ése en circulación... además de estar adornado de
todos los accesorios... protesto, prórroga, cumplimiento,
notificación, embargo, auto de prisión... y el endoso en
blanco.
|
DON CARLOS.-
¡Cáspita! Si está en regla el papelillo para
mi negocio.
|
VALBUENA.-
Créame usted. Es una letra, ejecutoria en el acto; en
manos de cualquier alguacil que sepa su oficio...
|
DON CARLOS.-
Cabalmente conozco uno que me servirá de rodillas... y
para convencer al padre, no hay otro medio...
(A
VALBUENA, bajo.) Si estuviera yo seguro
del secreto...
|
VALBUENA.-
El secreto es tan mío, como de usted.
|
DON CARLOS.-
¡Está hecho! Cinco mil reales traigo cabalmente en
billetes del banco. Es dinero.
|
VALBUENA.-
¡Oh! Es igual.
|
DON CARLOS.-
Son de a mil, cuatro mil reales.
|
VALBUENA.-
Justos. ¡Ya los tengo!
(Aparte.)
|
DON CARLOS.-
Vuelo y si encuentro a mi alguacil, antes de un cuarto de hora,
está aquí la letra.
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 Escena XV
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|
VALBUENA,
PATRICIO que sale del comedor.
|
PATRICIO.-
¡Ah! Querido Valbuena; cada vez estoy más
desesperado. Pasa el tiempo y...
|
VALBUENA.-
¿Y qué?
|
PATRICIO.-
¿Cómo y qué? Tendré que abandonar a
mi mujer, y antes de casarme... ¡En qué día! Y
¿qué dirán luego de mi ausencia? ¿Qué,
cuando no me vean volver? ¡Ah! ¡Si pudiera usted concederme algunas
horas más!
|
VALBUENA.-
¿De veras? Óigame usted, caballerito; usted me ha
proporcionado un excelente almuerzo... usted me ha llamado su amigo... usted me
ha tratado con unos miramientos a que no estoy hecho, en verdad. Esto merece un
premio... le doy a usted por mi parte hasta las doce de la noche...
|
PATRICIO.-
¿Es posible? ¿Usted puede sin comprometerse...? No
me atrevo a creerlo todavía... ¡Hasta las doce!...
(Abrazándole.)
¡Amigo mío! ¡Querido amigo mío, íntimo!
¡Inseparable mío! ¡Mi amparo y mi salvador!
|
VALBUENA.-
Basta, basta, por piedad. Hombre, hombre, guarde usted todo eso
para su mujer, que será más agradecida.
|
PATRICIO.-
(Con desesperación y
paseándose.) Sin embargo, a las doce... ¿Hay suerte como
la mía? ¿Y será precisamente cuando acabe de recibir su
mano, cuando tendré que separarme de ella? ¿Usted no se ha casado
nunca, señor Valbuena? No, es falso. Usted no se ha casado.
|
VALBUENA.-
A la verdad que si hubiera tenido que abandonar a mi Dorotea la
misma noche de novios...
|
PATRICIO.-
¡Ah! ¡Dorotea!, precisamente. ¡Dorotea! Me ha
quitado usted de la boca; iba a hablarle de ella, iba a invocar su
recuerdo.
|
VALBUENA.-
Confieso que, en poniéndome por medio a mi mujer, pierdo
los estribos. Me enternece la situación de usted. Pues, señor,
sea lo que Dios quiera. En conmemoración de mis amores y en el
interés de los suyos le concedo a usted hasta mañana.
|
PATRICIO.-
¡Hasta mañana! ¡Amigo mío!
¿Qué escucho? ¡Yo estoy loco! He aquí las ventajas
que trae a la sociedad el matrimonio. Él hace al hombre marido;
él hace marido al alguacil; al ministro, qué diga. No me hablen
luego de ministros solterones. Señor Valbuena, toque usted aquí.
(Le alarga la mano.)
|
 Escena XVI
|
|
Dichos y
LUISA.
|
LUISA.-
¡Ay! ¡Querido Patricio! ¡Ay señor!
¡Qué maldita casualidad! Papá estaba en la sala con
nosotros... le han llamado... yo le he seguido con curiosidad... y yo lo he
visto, lo he oído...
|
LOS DOS.-
¿Qué?
|
LUISA.-
Le han puesto, le han puesto...
|
PATRICIO.-
¿Qué le han puesto?
|
VALBUENA.-
¿Qué le han puesto a su papá de usted?
|
LUISA.-
Le han puesto delante una letra de usted, de dos mil reales.
|
PATRICIO.-
¡Mía!
(Mirando a
VALBUENA.) ¡Santos cielos!
¿Será alguna otra que yo me haya dejado olvidada?
¡Cómo diablos... Estas letras me nacen debajo de las piedras!
|
LUISA.-
Un maldecido alguacil...
|
PATRICIO.-
(Tapándole la boca.)
¡Chis!
|
LUISA.-
Sí señor, un alguacil la ha traído; y lo
que ustedes no querrán creer; ese alguacil viene de parte de don Carlos,
del que quería casarse conmigo.
|
PATRICIO.-
¡Traidor! ¡Luisa! ¿Qué partido
tomaremos? ¿Qué haré?
|
VALBUENA.-
Pagar.
|
PATRICIO.-
Pues, pagar. Eso pronto está dicho.
|
LUISA.-
Señor, yo se lo ruego a usted.
(Echándose a los pies de
VALBUENA.) Ampare usted este matrimonio
desgraciado. ¿Habrá dolor que se iguale a nuestro dolor?
¿Nada le conmueve a usted?
|
VALBUENA.-
Sí, amables jóvenes. Mi corazón no puede
resistir más tiempo el embate de tantos afectos encontrados. Un
almuerzo, una letra... un matrimonio, en fin; esto último es capaz de
dar en tierra con la mejor cabeza del mundo. Tome usted, amigo mío, tome
usted esos billetes de banco. Dos mil reales.
|
PATRICIO.-
¿Qué hace usted?
|
LUISA.-
¡Ah! ¡Excelente tío! Ya sabía yo que
perdonaría y pagaría. Todos los tíos acaban siempre por
ahí.
|
PATRICIO.-
¿Qué dice? ¿Acaso...?
|
VALBUENA.-
¿Qué importa?
(Levantando a
LUISA.) Sea yo quien fuere... Usted me ha
llamado su amigo íntimo y yo no he querido faltar a las obligaciones de
tal. Tome usted, pague usted a su suegro y despida a ese ministro; pero
despídale usted con las consideraciones debidas a una profesión
harto penosa ya por sí y tanto más sensible a las atenciones,
cuanto menos acostumbrada está a ellas. Pero, silencio, es don Lino.
|
Escena XVII y
última
|
|
Dichos,
DON LINO,
EUGENIA, un alguacil, algo apartado.
|
DON LINO.-
Caballerito, creo excusado
(A
PATRICIO, con severidad.) recordar a usted
nuestro convenio y la palabra que me dio.
|
PATRICIO.-
Seguramente que no lo tengo olvidado.
|
DON LINO.-
¿De dónde procede entonces un crédito de
esta especie?
|
PATRICIO.-
¿Un crédito? ¿Me permite usted?
(Recorriéndole.)
¡Cielos!
(Bajo, a
VALBUENA.) La letra de don Cosme, endosada
a favor de don Carlos. ¿Cómo diablos ha salido de manos de
usted?
|
VALBUENA.-
(Bajo.) Para salvarle a usted; no
hay miedo.
(A
DON LINO.) ¿Qué hay de malo,
caballero, en aceptar y girar letras de cambio? Ya quisiera yo saber... usted
mismo que es comerciante las girará todos los días.
|
DON LINO.-
Sin disputa; el mal no está en aceptarlas, sino en no
pagarlas.
|
PATRICIO.-
Estaba esperando a que se presentasen. Ayer, como usted sabe,
estuve todo el día ausente. Pero ahora tengo a dicha el poder
desempeñarme delante de usted mismo. Aquí están los dos
mil reales.
|
DON LINO.-
¡Oiga! No vuelvo en mí de mi sorpresa... Pero
¡ah!, ya comprendo. El señor, su amigo de usted, es quien ha
pagado...
|
VALBUENA.-
Yo, caballero. Usted no me conoce, no conoce usted a mi amigo
Patricio. Pero, aunque no necesite de nadie, es preciso que sepa lo que su
novia quería hacer por él. ¡Noble y generoso sacrificio!
¡Sobre todo para una mujer! Renunciaba a sus diamantes, a sus adornos. Se
creía bastante hermosa con su amor y su ternura.
(A
LUISA.) Muy bien, señorita,
algún día encontrará usted el premio. He aquí sus
alhajas; se las devuelvo a usted; para nada son necesarias.
(Le devuelve el aderezo.)
|
DON LINO.-
¿Cómo? ¿Mi hija le había confiado a
usted...?
|
VALBUENA.-
Sí, señor; yo las acepté para dar una
prueba de afecto a su familia y una lección a mi joven amigo; y para
granjear a su hija de usted el corazón y el agradecimiento de su
esposo.
|
LUISA.-
¡Oh, el mejor de los tíos!
|
DON LINO.-
¿Qué dice usted?
|
LUISA.-
¿No lo han conocido ustedes ya? Es el tío de
Patricio, su tío Antonio, que acaba de llegar de la Jamaica.
|
TODOS.-
¿Es posible?
|
VALBUENA.-
Señores, por Dios; no, nada de eso. Por más a la
moda que estén en semejantes bodas los tíos que vienen de
América, yo no soy sino un vecino de Madrid... no soy pariente por
ningún lado de don Patricio.
(Al
ALGUACIL.) Por lo que hace a usted,
señor Ganzúa...
|
ALGUACIL.-
(Acercándose.) ¡Ah!
¿Es usted quien paga esta diligencia?
|
VALBUENA.-
Le han empleado a usted; ya le pagarán. Mañana me
veré yo con usted. Ya nos entenderemos.
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ALGUACIL.-
Como usted guste... en ese caso, me retiro. Servidor de
ustedes.
|
DON LINO.-
Este hombre conoce a todo el mundo; hasta a los alguaciles. Por
piedad, caballero, ¿quién es usted?
|
VALBUENA.-
Eso es lo único que no puedo decir a usted; su yerno, que
está en todo, le dirá algún día los motivos que
tengo para... Entretanto, don Patricio se casa con su amada; ha pagado todas
sus deudas, ni una le queda, ni un solo protesto...
|
DON LINO.-
¿Está usted bien seguro?
|
VALBUENA.-
Se lo juro a usted a fe de minis..., quiero decir, de hombre de
bien.
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PATRICIO.-
(A
VALBUENA.) Pero dígame usted al
menos a quién debo ahora...
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VALBUENA.-
Mañana lo sabrá usted. Porque le pido a usted,
amigo mío, su permiso para irle a ver alguna mañana que otra...
Cuando esté usted solo.
|
PATRICIO.-
Será usted siempre muy bien recibido. Lo que usted ha
hecho por mí está aquí...
(Señalando el
corazón.) Su memoria y mi agradecimiento será siempre
como nosotros hemos sido hoy...
|
VALBUENA.-
Entiendo, inseparables.
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