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251

Cfr. H. Becher, «Die Kunstanschauung der spanischen Romantik und Deutschland», en SpF, IV (1933), pág. 10.

 

252

En C. Pitollet, ob. cit., pág. 126. Por su parte, Böhl de Faber comprende muy bien que «no es Calderón a quien odian los Mirtilos; es el sistema espiritual que está unido y enlazado al entusiasmo poético, la importancia que da a la fe, los límites que impone el raciocinio, y el poco aprecio que infunde de las habilidades mecánicas, único timbre de sus contrarios» (Ibíd., pág. 119).

 

253

En 1820, Mora establece la ecuación liberalismo-clasicismo contraria a la que en 1827 iba a establecer Víctor Hugo, liberalismo-romanticismo. Si en el prefacio del Cromwell el poeta francés proclama el romanticismo como «le liberalisme de la littérature», en el periódico El Constitucional el español había afirmado: «El liberalismo es en la escala de las opiniones políticas lo que el gusto clásico es en la de las literarias» (apud M. T. Cattaneo, ob. cit., pág. 87). Pero, como indica V. Lloréns (ob. cit., pág. 281), ya en 1825 sustituye Mora el segundo término de la ecuación por el contrario: «establece ya la ecuación liberalismo-romanticismo que había de hacer famosa Víctor Hugo».

 

254

«Hasta en los países donde el nuevo romanticismo apareció ligado desde el principio a un sentimiento fuertemente tradicionalista, el creciente carácter reaccionario determinó la ruptura. Así ocurrió con la Junges Deutchland en Alemania, así también con los jóvenes románticos en Francia, tras la coronación de Carlos X en 1827, que marca la divisoria entre el romanticismo conservador y el liberal» (V. Lloréns, ob. cit., pág. 354).

 

255

Los tradicionalistas que podían haber adoptado el romanticismo que predicaba Böhl de Faber, tampoco lo adoptaron: «Böhl sabía de sobra -dice V. Lloréns- que el tradicionalismo español era irreconciliable con el espíritu de la Ilustración, pero ignoraba al parecer que aquel tradicionalismo había de oponerse a cualquier novedad por el hecho de ser novedad principalmente» (ob. cit., pág. 355).

 

256

La oposición del Correo Literario y Mercantil a las teorías románticas del Discurso de Durán son contundentes en los dos artículos que le dedica el periódico (números 72 y 73, 26 y 29 de diciembre de 1828). Lo peor es que tales novedades puedan ser proclamadas en la Academia: «tales y tan insostenibles paradojas hacen poco honor a la ilustración del crítico y a nuestra misma literatura». Cuando Larra elogie el discurso de Durán ya será el año 1833.

 

257

En la primera época del Correo Literario y Mercantil, el romanticismo se ve como una amenaza del exterior que puede perjudicar el orden establecido. Todo parece resultado de una fatídica escuela filosófica: «Véase -dice el Correo, comentando Gabriela Vergi, tragedia de Du Belloy- a donde la manía de lo nuevo, y el furor de producir efecto, conducía a ciertos autores... Buen sentido y buen gusto; esto es lo que faltaba a aquellos alumnos de la escuela filosófica que intentaban reformar el arte, sólo porque el arte les prescribía reglas, cuya práctica es de difícil desempeño». Y añade sobre las violencias que presentan los nuevos dramas: «estos crueles refinamientos de la venganza y de la barbarie han sido un juguete en la fatal época de la revolución...» (núm. 26, 27 de agosto de 1828). Una y otra vez se muestran inquietos los redactores por las noticias que llegan de París: «Mal paso van llevando en Francia las reglas dramáticas. La invasión del romanticismo penetra en todos los teatros». (Número 278, 21 de junio de 1830). Es el año en que se estrena el Hernani y a un mes de la revolución.

 

258

Obras, I, 18 a.

 

259

Ob. cit., págs. 355 y 356.

 

260

Obras, I, pág. 17 a. El subrayado es nuestro. A la pregunta de Larra, Unamuno había de responder: que inventen ellos. Sobre la lejanía de Unamuno respecto de Larra, véase el art. cit., de Juan Marichal, «La melancolía del liberal español». Manuel Lloris («La ¿extraña? antipatía de Unamuno por Larra», Hispania, LII (1969), páginas 852-56) se muestra indignado con Unamuno por su rechazo de Larra expresado en el artículo «Releyendo a Larra» (Obras completas, V. Madrid, 1952, págs. 143-45).