Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

1

Téngase presente que el autor es inglés, y en casi todas sus citas se refiere a su país.

 

2

Estas citas son de un artículo titulado «Naturaleza y Dios», de The National Revieu, Octubre, 1860.

 

3

Las conclusiones psicológicas expuestas brevemente en este capítulo y en los tres siguientes, tendrán su justificación en mis Principios de Psicología.

 

4

Hace dos años dije a mi amigo el profesor Huxley lo mal que me parecía la frase usual conservación de la fuerza, porque supone un conservador y un acto de conservar, y además no implica la existencia de la fuerza antes de la manifestación por la cual se nos revela la primera vez; entonces Huxley propuso la palabra persistencia en lugar de conservación. Esta nueva palabra se libra de la primera objeción, y aunque se le puede oponer la segunda, no hay otra mejor que la sustituya; la usaremos, pues, a falta de otra inventada expresamente para esa idea.

 

5

Para más detalles véase un artículo sobre la Fisiología de la risa, publicado en Macmillan's Magazine, de Marzo 1860, y reproducido en Herbert Spencer's Essays, I, 194.

 

6

Caprenter's Prin of Comp. Phys., p. 167...

 

7

Es preciso entender estas frases en su sentido relativo: puesto que nada sabemos de la difusión absoluta ni de la concentración absoluta, el cambio es de un estado más a otro menos difuso, es decir, de una coherencia menor a otra mayor, y análogamente, como ninguna existencia concreta nos muestra una simplicidad absoluta, como nada es absolutamente uniforme, ni absolutamente homogéneo, la transformación se verifica siempre en el sentido de la mayor complejidad, o multiformidad, o heterogeneidad. No deben, pues, entenderse esos términos sino en un sentido relativo.

 

8

En 1852 he sabido el modo cómo expresaba Baer ese principio general, cuya universalidad ha sido siempre para mí un postulado, que implica, como otros muchos, la unidad de las leyes naturales para hechos del mismo orden. Tal principio establece cierta coordinación entre ideas aún no organizadas, o imperfectamente organizadas. Es verdad que en mi Estática social (Part. 4 ª, del 12 a 16), escrita antes de saber la fórmula de Baer, se hace consistir el desarrollo de un organismo individual, como el del organismo social, en un proceso de lo simple a lo compuesto, de partes semejantes e independientes a otras desemejantes y mutuamente dependientes, en virtud de una analogía que se halla entre las ideas de Milne Edwards sobre la división del trabajo fisiológico. Pero, si la fórmula de Milne Edwards puede aplicarse a los fenómenos superorgánicos, es poco general para expresar los fenómenos inorgánicos. El servicio prestado por la formula de Baer consiste, pues, en que es más general; y sólo cuando las transformaciones orgánicas han sido expresadas en su fórmula más general, es cuando se puede ver lo que tienen de común con las transformaciones inorgánicas. La primera expresión sistemática de la idea de la vida universal, es decir, de la idea de que la transformación que se verifica en todo organismo al desarrollarse, se verifica análogamente en todas las cosas, se halla en un ensayo sobre El progreso, su ley y su causa, que he publicado en The Westminster Review, Abril, 1857, de cuyo ensayo es el presente capítulo una paráfrasis, en el fondo, y en gran parte de su forma. Pero debo advertir que allí cometí un error, reproducido en la primera edición de esta obra: suponer que la evolución consiste en la transformación de lo homogéneo en lo heterogéneo; lo cual, como acabamos de ver, constituye las redistribuciones secundarias que acompañan la redistribución primaria, en que consiste esencialmente la evolución compuesta, o más bien sólo la parte más notable de esas redistribuciones secundarias.

 

9

Téngase presente que el autor se refiere a la lengua inglesa, y que es muy casual haya exacta correspondencia entre los sinónimos de un idioma y los de otro; y más, siendo muy escasos los sinónimos en el idioma inglés y muchos en castellano.

 

10

Este párrafo fue publicado primeramente en la Revista de Westminster en 1857; si hubiera sido escrito después de la publicación del libro de Darwin, Origen de las especies, tendría otra redacción: habríamos recordado el proceso de la selección natural que facilita mucho la diferenciación de que hablamos. Con todo, hemos preferido conservarle su forma primitiva; ya porque creemos que esos cambios sucesivos de condiciones deben producir en las especies variedades divergentes, aparte de la influencia de la selección natural (aunque menos numerosas y rápidas); ya porque juzgamos que, en ausencia de todo cambio de condiciones externas, la selección natural produciría relativamente poco efecto. Debemos añadir que estas proposiciones, si no están explícitamente enunciadas en las obras citadas, son admitidas por Darwin, si es que no las considera hasta implícitamente incluidas en dicha obra.