
Los recursos técnicos en la novelística de Francisco Ayala
Rosario Hiriart
A Francisco
Ayala,
maestro y amigo.
—11→
Francisco Ayala es un novelista contemporáneo que no necesita presentación. Sus abundantes producciones en el campo de la novela y el ensayo han tenido amplia difusión, especialmente en tierras americanas. Su obra ha dado ocasión a estudios numerosos, en forma de libro o artículo de periódico y revista, en todo el ámbito de nuestro idioma.
No obstante lo antes anotado, aunque se suele citar a Francisco Ayala como «un gran narrador», críticos y comentaristas tienden a quedarse en impresiones generales acerca de sus obras, sin decirnos realmente mucho, en concreto, sobre su narrativa.
Ante la tendencia general de clasificar a los novelistas actuales en «ismos» o situarlos en islas bien demarcadas con fronteras y hasta «accidentes geográficos» precisos, Francisco Ayala se les escapa... y al no saberle situar o enmarcar, optan algunos por hacer silencio o... sonreír, extrañados, ante su obra.
Hace poco un artículo de Juan Pedro Quiñonero, joven periodista madrileño, comentaba cómo la «década del sesenta» se había dedicado a «descubrir» para la península a los escritores españoles fuera de España, «en el exilio». Afirmaba después que esta década, la del setenta, debía considerarse en el «contexto cultural español» como «la operación retorno»; citando al mismo tiempo un documento que publicaron algunos periódicos en Madrid: «Salutación a Francisco Ayala», suscrito por los más destacados intelectuales del país, donde se —12→ insistía en la «recuperación de Francisco Ayala pura la vida cultural española».
Críticos hay que, todavía hoy, se han puesto a discutir si Ayala es realmente novelista o si lo es dentro del ámbito cultural español o el hispanoamericano. Digamos aquí solamente que su obra narrativa es una producción diferente, se asemeja poco o casi nada a la de los escritores peninsulares de esta misma época. Nosotros creemos que su «creación artística» y las finas técnicas de construcción por él utilizadas conquistarán para Francisco Ayala un sitio de honor entre los clásicos de nuestro idioma. Su obra, enraizada en las inquietudes de nuestra época, posee al mismo tiempo un valor universal; por ello escapa de todo «ismo» o límite geográfico determinado, adquiriendo una categoría de creación artística donde el lector encuentra el latido de las más hondas cuitas espirituales y morales.
Contribuir a leer y comprender mejor la obra narrativa de Francisco Ayala es el objeto de estas páginas. Ellas se proponen presentar algunos estudios sobre los variados recursos técnicos que nuestro autor emplea en la construcción de sus obras de imaginación, porque para entender realmente la producción ayaliana debemos recordar con Unamuno que:
Esperamos que estos estudios contribuyan a que el lector lea y conozca mejor la obra narrativa de Francisco Ayala.
—13→
—[14]→ —15→
«... El tema, esencialmente, no cambia de unos para otros (escritos), puesto que expresa algo tan inescindible y enterizo como la reacción cardinal del hombre frente al mundo, su problema, la interrogación que desde el fondo de su alma dirige al universo. Por eso, cuanto más sincera y directa es la obra de un autor, cuanto menos recargada de construcciones, amenidades y artificios, en suma, cuanto más valiosa, mejor evidencia la unicidad del tema a través de las sucesivas piezas que la integra» 1. |
La opinión que aquí expresa Ayala sobre Mallea tiene aplicación práctica a su propia obra. En la producción narrativa de nuestro autor extensa es la lista de sus libros; comenzó Ayala a publicar, como bien sabemos, desde 1925, y la última de sus obras que ha llegado a nuestras manos es El jardín de las delicias, de 1971.
El paso del tiempo constituye un tema central de la novelística ayaliana, y se encuentra ya presente como insinuación unas veces, como indicación más precisa otras, en sus primeras obras. Lo esboza en Tragicomedia de un hombre sin espíritu, de 1925; perfila sus contornos en Cazador en el alba; se hace notar en Los usurpadores; y desde entonces lo vemos aparecer con intensidad creciente en sus producciones posteriores, hasta llegar a ser, en forma sutilmente artística, el tema capital de —16→ la colección «Días felices», segunda parte de El jardín de las delicias.
En esta serie narrativa, «Días felices», lo estudiaremos con algún detalle, mostrando el sutil tratamiento a que Francisco Ayala lo somete. Es un aspecto que debe destacarse de modo especial si deseamos lograr la cabal comprensión del libro soslayando el peligro de caer en la «trampa del argumento», que haría escapar al lector distraído lo mejor de la obra de imaginación.
Veinticuatro piezas muy breves integran «Días felices»2. Examinemos algunos de estos relatos para observar a través de ellos el paso del tiempo. Inicia la colección una obrita titulada «A las puertas del Edén»3. Por medio del recuerdo del personaje-narrador nos trasladamos a su infancia; nos habla del invernadero de su casa, de la afición de su madre a la pintura; y enseguida narra un episodio familiar alrededor del gorrión que su mamá le estaba pintando sobre una tablita. Con esta trama sencillísima construye Ayala una joya de suma delicadeza artística, a base, probablemente, de algún pasaje de su niñez, evocado mediante las más sutiles técnicas de composición literaria.
Leyendo
atentamente los primeros párrafos, el «invernadero de casa»
con sus «plantas preciosas, helechos, jacintos y
palmeras»
(donde, si bien no estaba «el famoso Árbol de la Ciencia»,
había «en cambio un naranjo enano»
acerca de
cuyas frutas se tenía advertido que: «Esas naranjas son para mirarlas, hijitos; no
para comerlas»
); y hasta los peces de la «enorme
pecera redonda» y los canarios, crean en el lector el
sentimiento de encontrarse ante una visión del
Paraíso Terrenal. En ese ambiente, todo luminosidad y serena
belleza, vive el niño del relato, quien, como cada uno de
nosotros en —17→
la primera infancia o despertar a la vida, es puro e
inocente.
Ayala nos habla de
«las mañanas»
en que la
mamá pintaba, de «la hora del
desayuno»
, de la calma y lento avanzar de la mano sobre
el lienzo dando ocasión a la impaciencia de los
niños, de «un
día»
en que el narrador había encontrado
una tablilla y quiso que su mamá le pintara un pajarito en
ella. Luego vienen indicaciones precisas de «hoy»
, «ahora
mismo»
, «hasta
mañana»
, «durante la
tarde»
, «aquella
noche»
, «antes»
,
«de ahí en adelante»
.
Son formas indicativas del transcurrir del tiempo -día,
tarde, noche-. Ayala fija el momento en que la mamá
pintaba, el momento del hallazgo de la tablita; no se propone,
claro está, determinar ninguna fecha rigurosamente exacta,
ni el día, ni el instante, sino relacionar las acciones o
los sucesos de la pieza con el tiempo que pasa, y para ello procura
el autor precisar el «ahora»
,
el «mañana»
, el «hoy mismo»
, estableciendo la
dimensión temporal en una subjetividad tensa, y creando en
el lector la angustia de lo transitorio.
Pero hay mucho
más en el relato. La tablita del niño era «mágica»
; nuestro pequeño
personaje vivía en su paraíso; allí le
llegaban los rayos del sol, allí contemplaba la cara de su
mamá «a través del
velo»
, allí jugaba con su hermano «Quique»
, e inclusive planearon juntos
los niños lo que podrían pedirle a la mamá que
pintase en aquella tablita. El narrador se decide por un pajarito,
«uno de los que poblaban el biombo
chino»
; y nos deja percibir el autor el entusiasmo del
chiquillo por su pájaro, su emoción, su
alegría; pero de inmediato el hermano siente envidia, quiere
también una tabla para que la mamá pinte otro
pajarito para él.
La mamá
comienza la obra, sobre un «fondo
blanco»
, puro; el transcurrir del tiempo, la vida misma,
irá poniendo lentamente los colores; el pajarito «iba adquiriendo vida»
, se hacía
brillante; pero inquieto, pregunta el niño -como preguntamos
nosotros mismos-: —18→
«¿no perderá ese
brillo?»
Todo cobra forma, apariencia brillante; ha
pasado algún tiempo desde la primera impresión del
fondo blanco; el niño se siente -y fijémonos bien en
las palabras del autor - primero, «lleno
de felicidad»
, y luego, «colmado de felicidad»
; y aún
más: «Perfecta y absolutamente
feliz»
. Llega la noche -sigue pasando el tiempo-, y a la
mañana siguiente, precisamente por causa de la «tablita mágica»
, va a cambiar
todo de repente. En el invernadero estaban la mamá y Quique
tomando el desayuno; pero una vez más se repite la historia;
la misma historia que desde tiempos inmemoriales cuenta el libro
del Génesis en la Biblia; la que yo, lector,
aprendí de labios de mi madre: la envidia del hermano en el
Paraíso, el odio contra la felicidad del prójimo. Es
el caso que «una raya, marcada con un
clavo o punzón, recorría desde lo alto de la tablilla
el cuerpo de mi pájaro»
. Y viene aquí la
pregunta perpleja: «¿Quién
pudo haber hecho esto?»
; ¿cuál es el origen
del mal?
No llegamos a
saber si el niño lanzó un grito. Sólo nos dice
el autor que «ahora no podía
hablar»
; es como el llanto del recién nacido que
nos inicia a la vida, un grito cambia todo para el niño de
la narración, y dice entre sollozos: «Mamá, mamá, mamá,
mamá»
.
El cuerpo del
pájaro sobre una tabla parece marcado por un clavo, y el
grito del niño llamando a su madre nos recuerda a nosotros
aquel otro del hombre llamando a su padre: «Eli, Eli, lama sabachtani»
. Es la
desolación del abandono; ha quedado atrás el encanto
del Paraíso con su serena belleza; todo cambió a
partir de ahí; se ha perdido «la
tablita mágica»
; y la mamá no «siguió pintando»
porque al
venir otros hijos ya no hubo lugar «para
ese agradable pasatiempo»
. Con esta última
palabra: pasatiempo, concluye Ayala la bellísima
pieza.
«Nuestro
jardín»4,
narración de la que nos ocupamos —19→
en otro estudio, evidencia muy bien el tema del tiempo. Es
de nuevo el Edén paradisíaco, siempre añorado.
Pues ahora se trata del Paraíso perdido. Ya en el primer
párrafo encontramos una mención a «la fuente redonda»
; luego «el aro de juguete»
, «dos círculos»
, «uno más pequeño y el otro bien
grande, tendidos ambos sobre la arena»
. Los
círculos pintados en el cuadro simbolizan la estructura del
tiempo que se muerde la cola para crear la imagen de la eternidad,
y prefigurar la estructura misma de la narración.
El segundo
párrafo se inicia con dos oraciones que ofrecen un contraste
sorprendente: «No pasa el tiempo por ese
jardín nuestro»
; y de inmediato: «Al cabo de los años mil he vuelto a verlo
hace poco»
. «No pasa el
tiempo»
, pero pasaron mil años, y «hace poco»
; el protagonista contempla
el cuadro «sin prisa»
como
«solía mirarlo de
niño»
, antes, cuando aún tenía
«por delante el tiempo entero de mi
vida»
; ahora ya él está «del otro lado»
; el tiempo ha
transcurrido; y el novelista logra en el breve espacio de un
párrafo poner a sus lectores en el centro de la
tensión temporal.
En la obrita late,
como queda dicho, el anhelo del paraíso perdido, su
nostalgia: «Nuestro»
jardín; está el recuerdo de la niñez del
hombre, de su descubrimiento de la «prima
Laura»
, la mujer, su incansable deseo de saber, las
respuestas insatisfactorias de la madre, etc. Desde el hoy emerge el pasado en el
recuerdo y la imaginación. Enseguida leemos: «Hoy es ya tarde, y todos volvemos cansados del
paseo. Es demasiado tarde ya. Otro día
será»
. Este paseo no es sino el andar de la vida,
el cansancio que produce el camino, el desgaste del tiempo que
pasa. Y en contraste con la caduca naturaleza humana, Ayala expresa
en forma delicadísima en este relato el ansia del hombre por
la eternidad, su nostalgia de «nuestro
jardín inmortal»
sentida desde el destierro, por
una generación tras otra. Todos anhelan el jardín del
abuelo, que nadie ha visto nunca.
«¡Aleluya, hermano!»5
forma también parte de esta colección. Aquí el
tema del tiempo aparece tratado en forma diferente a las dos
narraciones anteriores. «A las puertas del Edén»
evoca un recuerdo que nos es común en el mito
bíblico; en «Nuestro jardín» la vivencia
del Paraíso perdido arranca de la visión
plástica de un cuadro, y en «¡Aleluya, hermano!»
será
la música la que nos dé una impresión aguda
del paso del tiempo en la vida humana.
El monólogo
del protagonista que inicia el relato nos enfrenta con las cuitas y
la soledad del hombre. Luego, su diálogo con el viejo
desconocido frente al mar donde brillan los colores más
puros y el sol refulge, es una confrontación entre la
impaciencia juvenil y la melancólica sabiduría de los
años. «Los jóvenes, siempre
parece que tienen prisa»
, dice el anciano; e invita al
narrador a almorzar en su casa. Terminada la frugal comida quedan
ambos callados; y al cabo de un rato, el hombre maduro comienza a
tocar un clarinete.
La música
es al principio un «jugueteo o
burla»
, algo así como entretenerse en mirar las
payasadas incansables de un niño travieso. Pero de repente,
con súbita mutación, la música se convierte en
«un desgarrado y prolongadísimo
lamento»
. Al joven «sobrecogido»
, le parece que
inesperadamente ha recibido un «tremendo
puñetazo en el pecho»
. La música casi ha
llegado a ser grito, y enseguida cambia a «llanto convulso que por momentos recuperaba su
vehemencia, pero que volvía a decaer enseguida en
congoja»
. Ahora el clarinete adquiere «los acentos abnegados y tristísimos, pero
apagados ya, de la resignación»
. Es tanta la
emoción de los dos hombres que acuden lágrimas a sus
ojos. Finalmente, y «tras de tanta
agonía, el clarinete se quedó callado»
.
Vuelve a tomar el viejo su instrumento, y nos ofrece notas «solemnes, graves, serenas»
. Parece que
vuelve —21→
a gritar, sí, esta vez de alegría; y el
protagonista siente que «raudales de
felicidad se derramaron sobre mi alma, entregada ya por completo a
las doradas frases del clarinete...»
.
Nos parece haber
asistido a la ejecución de una obra musical mayor. La pieza
podría llevar como título: El curso de la vida
humana. El músico ha ido desplegando ante nosotros los
más delicados movimientos, desde la infancia juguetona, por
senderos de alegría, dolor, miedo, hasta el encuentro final
con esa Edad Dorada, la muerte, donde «todo termina por arreglarse»
. A
través de las notas del clarinete Ayala nos ha hecho
percibir el implacable paso del tiempo.
La novelita
«Fragancia de jazmines»6
tiene igualmente como tema central el paso del tiempo y sus
consecuencias. El subtítulo de «Homenaje a
Espronceda» nos hace reparar en que se trata de una
réplica al Canto a Teresa. Se abre la
narración con esta pregunta: «¿A qué
edad puede considerarse viejo un hombre?»; y preguntas
similares van a repetirse en sus páginas. Son una respuesta
bajo forma interrogativa a la interjección: «Malditos treinta años»
, de
Espronceda, algunos de cuyos versos de El Diablo Mundo
aparecen taraceados en la prosa de esta novela de Ayala.
El protagonista
escucha mientras se afeita los compases de un bolero y este le hace
recordar a una mujer, que se complacía en cantarle a
él «sus promesas de amor eterno -
"jamás, jamás, jamás"- »
, «... jamás te olvidaré»
.
Los recuerdos acuden, vienen del pasado cual «fantasmas traviesos»
; ya «han pasado cinco años»
desde
que se separaron. Hay referencias temporales: «Esta mañana»
, «aquel entonces»
, «nuestro pasado»
, «no eres todavía ningún
viejo»
, «hoy
precisamente»
, «son más
de tres meses que no le dejo acercarse a mí»
,
«escaparse ahora, a los pocos
meses»
, «acudía ella a
visitarme —22→
dos, tres, y aun cuatro veces por semana»
,
«la inevitable miseria física de
los años»
, «la
amenazadora gangrena de los años»
, «dentro de unos instantes»
; son
maneras distintas, como antes observamos, de fijar el paso
del tiempo. Desde el presente el autor nos lleva al pasado por
medio de un recuerdo, y al ir del hoy al ayer y
de nuevo del ayer al hoy, al superponer ambos
tiempos, logra crear la ilusión de una totalidad de vida,
prolongando hacia el pasado, e inclusive en el futuro, el existir
actual del personaje.
Conviene que observemos de modo especial el párrafo donde el novelista por medio del recuerdo de su narrador-protagonista nos lleva a contemplar el día que los amantes se separaron definitivamente:
«[...] Aquel día sus besos tenían el sabor salino de las lágrimas, y sus suspiros expresaban más sufrimiento que placer. Cuando por fin vi que tras una triste ojeada al reloj, comenzaba a vestirse [...]»7. |
El reloj
está presente; y al ver la hora, la mujer se da cuenta de
que tiene que volver a su casa. Comienza enseguida a vestirse; el
tiempo ha pasado; es tarde; el marido la espera. Sabemos que el
tiempo -la vida-, vuela. El reloj representa o simboliza y concreta
en cierta forma la noción del paso del tiempo, la
temporalidad fugitiva, en contraste por otro lado con el «jamás te olvidaré»
de
la canción, así como con la idea romántica del
amor eterno -contrapunto que se encuentra en el Canto a
Teresa, de Espronceda-. El reloj marca el compás de
nuestra vida al ir deslizándose hacia la muerte. La misma
noción se oculta patéticamente tras las palabras de
la mujer, cuando con vehemencia dice a su amante: «No eres todavía ningún
viejo»
: todavía. El fluir del tiempo se
percibe constantemente en la novelita; por el tiempo transcurrido
le costó trabajo al narrador —23→
reconocer la música del que era «nuestro bolero»
. «Hoy, ya, la herida no duele»
-dice-,
y supone que a ella, tanto como a él mismo, le quedan
«no tristes recuerdos del placer
perdido, sino una memoria melancólicamente dulce de aquellos
días tan felices»
. Aquellos, los que pasaron, los
de ayer, los días que fueron marcados por el reloj, y de los
cuales ahora, tiempo después, tras de cinco años,
sólo queda un recuerdo.
«Magia II»8. La vivencia del tiempo fugaz viene en esta obrita unida -mucho más que en las anteriores- a la perspectiva de la muerte.
Ayala utiliza en
su brevísima narración varias alusiones literarias
por medio de las cuales consigue suscitar ante el lector la
presencia de la muerte, asociada a la idea del paso del tiempo.
Primero cita Los dos reyes y los dos laberintos, un cuento
de Borges que le sirve para comunicarnos una doble
impresión, la de un pasado tan remoto que parece eterno -los
orígenes del hombre-, y la del espacio infinito: el rey de
Babilonia perdido en la inmensidad del desierto. La alusión
a Baudelaire en Las flores del mal deja flotando ante
nosotros un perfume de muerte; de inmediato aparecen los «crisantemos amarillos»
, flores
propias de exequias funerarias. El protagonista no sabe qué
regalarle a su amada; piensa si acaso debe enviarle «este año una rosa roja»
.
Tenemos, pues, una fecha precisa, este año; y
seguidamente, la rosa, cantada por todos los poetas para
simbolizar o representar la caducidad de la vida humana.
Puede que
quizá le regale a su amada «una
clepsidra»
, o «un reloj de
arena»
, «(o el Tiempo)
dans une
bouteille»
. Tres alusiones al tiempo
efímero: la clepsidra o reloj de agua, el reloj de arena, e
incrustada en la prosa, una de las líneas de la popular
canción de A. Marès y M. Micheyl, «Un gamin de Paris».
París, según la canción, querría
encerrarse en una botella. El reloj marca las horas
—24→
sin detenerse; el tiempo no se apresa, no podría
encerrarse en la botella, sino que huye sin remedio... Los
acontecimientos o sucesos pueden ir y venir, repetirse, -como el
fratricidio a las puertas del Paraíso terrenal que nos
cuenta la Historia Sagrada-; pero el tiempo no se detiene, pasa, y
el hombre con él: «La nochebuena se viene, la
nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos
más», dice la letra del villancico citado por Ayala en
esta composición, que es un verdadero poema en prosa.
La existencia del
personaje que habla -la de nosotros, todos- «está ligada mágicamente a este
reloj»
, dice él a la mujer; y contesta ella:
«¿Acaso no sabes, no sabes acaso
que la vida es sueño?»
. La vida como un
sueño, y el sueño como una anticipación del
morir; el sueño nos acoge cada día cuando al final de
la jornada, el cansancio exige el descanso reparador; y al
sueño eterno, a sumirnos para siempre en el dormir, iremos
cuando ya el reloj de la vida haya marcado todos los minutos;
entonces «la botella del
tiempo»
se caerá de sus manos «al suelo y se quebrará el cristal y la
arena se derramará, y quedará así roto el
hechizo»
.
«En Pascua
Florida»9
nos ofrece de nuevo la idea del sueño junto al tema del
tiempo. El narrador desearía escribir uno de esos poemas que
«aspiran a perpetuar lo
efímero»
. Piensa en Lisa; no sabe si ha estado
soñando o realmente ha sucedido lo que ahora evoca;
durmió «durante la
noche»
, pero «ahora»
, «el día brilla»
: ha pasado el
tiempo. El huevo pascual, regalo de Lisa, «está cerrado, y es una
promesa»
, como ella misma, que «de un momento a otro, acaso hoy mismo,
será fecunda ya con dolor y sangre»
. Lisa es una
niña llena de preguntas, pero a medida que pase el tiempo
crecerá y sabrá. Si hoy todavía está
cerrada como el huevo, pronto se abrirá. Y el hombre, el
narrador, que por su parte siente —25→
sobre sí el peso del tiempo, se aproxima «tal vez a los umbrales oscuros preguntando
todavía y siempre en vano»
, sin encontrar
respuesta -nos dice el autor- ante el misterio de la vida.
En «Las golondrinas de antaño» 10, cuyo título alude ya a la conocida rima de Bécquer al mismo tiempo que a les neiges d'antan de François Villon (alusiones que en el texto se completan con otra a Jorge Manrique), el sentimiento del tiempo pasado como algo irrevocable está ligado a la desaparición del escenario donde tuvieron lugar las escenas evocadas. Podrán repetirse en otro escenario pero como las golondrinas de Bécquer, aquellas no volverán más.
En
«Música para bien morir»11
el narrador es un anciano que vive solo en Nueva York. Un «interminable invierno»
ha concluido,
y ahora brilla un día de primavera. Le parece al anciano que
está saliendo «de muchos
años atrás»
; es como si «volviera las páginas del
calendario»
de su vida; piensa que ha podido detener el
tiempo y que, a pesar de su edad, en ese día de sol, tiene
delante de él, «otra vez a un
mundo recién hecho para ofrecerme promesas
infinitas»
.
Por supuesto,
enseguida se da cuenta de que ese «retroceso»
era solamente «una sensación
engañosa»
; su juventud queda «lejos»
; por sus venas circula ahora
«la cansada sangre»
; el tiempo
ha transcurrido irrevocablemente. Nuestro personaje pasea por la
Quinta Avenida, contempla los lujosos escaparates de las tiendas
neoyorquinas, el continuo ir y venir de hombres y mujeres.
Finalmente el largo caminar le resta fuerzas y vuelve a su casa
donde el cansancio hace que se duerma. Se despierta, mira «el reloj: aún no es media noche.
¿O será que ese reloj no anda?»
. Pero
sabemos que sí anda, ha marcado multitud de horas en su
vida; el tiempo pasa.
Esta noche brillaban las estrellas en el cielo, pero de repente, comienza una tormenta, hay relámpagos, se oyen los truenos; la paz, la tranquilidad de la noche serena ha sido interrumpida, y ahora siente congoja. Es el deslizarse de la vida con sus múltiples y variadas facetas; hoy alegría, mañana dolor, algunas veces paz, al final, soledad.
La música
de la radio le hace compañía en medio de la noche al
solitario personaje; sentía angustia, «los peores pensamientos»
lo
atosigaban; pero ahora «se siente
sosegado»
, tranquilo. La música viene
acompañada por una voz que le produce «confianza infinita»
, hablando de
«verdes praderas»
, de «ríos tranquilos»
, de «el bien prometido»
. Nos da el autor
una sensación de tranquilidad, de calma infinita. La
música termina y otra voz dice: «Acaban de escuchar ustedes la nueva
grabación Music for the moment of Death...»
.
Con maestría infalible queda apresado en las páginas de la breve narración el tema del tiempo que pasa. El anciano que ha vivido días alegres, llenos de sol, hoy siente cansancio, angustia, hasta que una música le consuela: es la música para la hora de la muerte, es la música para el final.
Como hemos visto a través de los ejemplos citados, el tema del paso del tiempo está presente en la obra narrativa de Francisco Ayala. De hecho, lo está desde el comienzo, pues hemos dicho que aparece ya en sus primeros escritos; pero toma contornos precisos y se hace mucho más evidente en las obras del escritor maduro, sobre todo en las páginas de El jardín de las delicias. Debemos añadir que en Ayala este tema aparece tratado en una forma personal. El tema ha sido como sabemos preocupación constante en muchos escritores; la poesía de Antonio Machado, por ejemplo, dejó asomar en sus versos una profunda angustia temporal; Miguel de Unamuno con su hambre de inmortalidad necesitaba buscar lo «eterno» para seguir viviendo, y especialmente —27→ muchos de sus poemas nos producen la sensación de que el tiempo se remansa y, detenido, se eterniza.
El
romántico aspiró a detener el tiempo, a vivir en un
mundo sin horas, donde no existía el reloj, y así
afirmó en sus obras la utopía. En Ayala hay una clara
intuición del significado trascendental del tiempo en la
vida humana. Sus personajes están situados dentro de las
condiciones de la temporalidad, sumidos en el proceso
histórico, por ello son inevitables la decadencia y la
degradación que el paso del tiempo trae consigo; de
ahí que por ejemplo en «Fragancia de jazmines»
sus protagonistas no aparezcan sumidos en la «desesperación»
típica
de los románticos, aunque al ser humanos y tener que
renunciar, un fino sentimiento de melancolía impregne la
novela.
Como queda dicho, el paso del tiempo y las sensaciones que suscita es uno de los principales temas en la novelística de nuestro autor y constituye el centro de la colección «Días felices». Tanto en estas narraciones como en el resto de las obras de imaginación de Francisco Ayala el tema del tiempo aparece abordado desde la perspectiva del sujeto, del hombre concreto. Al presentarnos esa experiencia a través de un personaje ficticio transfiere su angustia al lector que con él se identifica haciéndole sentir en propia carne la caducidad de la vida humana.
—[28]→ —29→
—[30]→ —31→
Jean-Paul Sartre publicó a partir de 1945 su trilogía Les chemins de la liberté, apareciendo en ese año las dos primeras novelas: L'Âge de raison y Le Sursis 12, y en 1949 La mort dans l'âme13.
Cuando leemos estas novelas de Sartre encontramos que en ellas se hacen continuamente referencias a canciones o composiciones musicales. Recordemos por ejemplo en L'Âge de raison cuando
«Le nègre en face de Lola, c'était le chanteur du Paradise; les six types du fond avec leurs bonnes femmes, c'étaient les musiciens de Nénette[...]»14 |
O el momento en que terminan de cenar Lola y Boris y la banda comienza a tocar el jazz If the moon turns green 15, o bien cuando Lola entona Les Ecorchés 16. En el mismo capítulo Boris desea bailar y el autor nos dice que la banda está tocando St. James infirmary17. Páginas adelante, en el capítulo XI, Mathieu está bebiendo y piensa..., mientras, una voz canta:
|
—32→
Poco
después encontramos la referencia a una canción de
«matelot», Johnny Palmer; y cuando «l'orchestre
préluda»
escuchamos:
|
Todos aplauden la
interpretación, Lola sonríe, se inclina y dice que
cantará «Une chanson de
l'Opéra de Quat'sous: La Fiancée du
Pirate»20.
Más tarde Mathieu la contempla bailar en tanto que la
orquesta como un «petit lamento»
interpreta el tango argentino «mio
caballo murrio»
21.
En el
capítulo XIV es de nuevo una
voz «nègre» la que canta
dulcemente: There's
cradle in Caroline22;
y por último se inicia el capítulo XVI con un fondo musical; estamos en el
café «des
Trois-Mousquetaires»
y escuchamos:
|
Idéntico recurso de construcción narrativa emplea Sartre a lo largo de su trilogía. En Le Sursis, cuando el autor nos narra los sucesos del viernes 23 de septiembre, se deja oír una música y...
|
—33→
La conversación gira en torno a las noticias de la Alemania de Hitler y volvemos a escuchar a la cantante negra: «Bei mir, bist du schön; cela signifie -traduce el autor-: vous êtes pour moi la plus jolie»25.
Pasamos a los
acontecimientos del sábado 24 de septiembre, y mientras
Pierre piensa en Maud y Mathieu en Odette, encontramos otro fondo
musical: cantan «la
barcarolle des Contes d'Hoffmann sur le ponton du
Provençal»
26.
En otras páginas hay referencias por ejemplo a un grupo de hombres que cantan l'Internationale 27; a transmisiones de Radio-París sobre un discurso de Hitler que se interrumpe por la melodía de una conocida canción popular, la Cucaracha 28, y después es una orquesta hawaiana quien interpreta Honey Moon29. De nuevo la referencia a Radio-París, y son esta vez los compases de una canción muy en boga durante la época los que interrumpen la traducción del discurso de Hitler: J'attendrai30.
La
narración de los hechos del lunes 26 termina con un
«jazz» ya aludido por el autor en L'Âge de raison:
«If the moon turns green, interprété par le jazz de
l'hôtel Astoria»
31.
Casi al concluir
la novela encontramos otras dos composiciones musicales: la primera
una canción entonces popular, «une femme
chantait Va petit mousse»
32, y por
último mientras
«... une vague brume de guerre [qui] achevait de se dissiper. L'accordéon invisible jouait la Madelon...33». |
—34→
La mort dans l'âme, última novela de la trilogía, no sólo nos ofrece, al igual que las anteriores, referencias a canciones en boga durante la época, sino que Sartre usa en sus tres novelas alusiones a periódicos, noticias, anuncios radiales e impresos, etc.; pero veamos algunos ejemplos en las páginas de la novela. Un hombre abre un periódico y leemos:
«Toscanini acclamé à Rio, où il joue pour la première fois depuis cinquante-quatre ans [...]»34 |
Y más tarde hay una referencia a la «première» en Nueva York de una película de Ray Milland y Loretta Young, Le Docteur se marie35.
También se citan en la novela canciones groseras cantadas por los soldados, tales como Traîne tes couilles 36: y mientras contemplamos los acontecimientos bélicos de 1940 una voz chillona y soñolienta canta l'Artilleur de Metz 37 que hace recordar a Mathieu el manicomio de Rouen; están borrachos, Ménard no cesa de cantar, y esta vez su voz entona Les Filles de Camaret 38, y más tarde otra de las canciones vulgares al estilo de las cantadas por los soldados, Si je meurs 39. Finalmente su voz se alza de nuevo, «la vie la vie Que les bons moines ont40».
Las canciones que interpretan o escuchan los personajes de Sartre en Les chemins de la liberté tienen, como podemos darnos cuenta, un papel evocativo. El novelista las cita acertadamente, y cada una de ellas, especialmente si el lector las conoce o puede identificarlas, —35→ completa y enriquece el momento histórico que pretende presentarnos el autor.
Recientemente Camilo José Cela ha utilizado la misma técnica de composición empleada por Sartre, en su novela San Camilo, 1936, que fue publicada en 1969 41. La novela de Cela se vale también de canciones o composiciones musicales, así como de otros elementos, para situar -tal como hiciera Sartre- la acción en su tiempo.
Como indica el título, se trata ahora de los sucesos que se desarrollaron en España durante el año 1936. Para localizar la narración en este año habla por ejemplo de la «calle de Alcántara» donde se encontraba la casa llamada «Villa Paca», calle
«[...] en la que estaba la imprenta Maroto que era donde Juan Ramón Jiménez tiraba su revista Índice [...]42». |
O hace alusión a la película Tormenta sobre Méjico, de Eisenstein43, o a noticias publicadas por distintos periódicos, El Heraldo, El Liberal, El Sol, El Debate, etc.
En el
capítulo II se refiere a los grupos de jóvenes de los
partidos socialista y comunista que «llevan camisa blanca y pañuelo rojo al
cuello y cantan el Chíbiri»
;
44, y a los
hombres que mientras se afeitan entonan
Katiuska45;
o alude a alguna revista específica, como por ejemplo
Literatura, de «Ildefonso Manolo Gil».
Aparece
también en este capítulo «Don Joaquín
del Burgo», quien «por la noche se
acerca al paseo de Rosales a escuchar el concierto de la banda
municipal»
46
y —36→
esta interpreta el pasodoble Las
provincias47
y los compases «muy familiares» de La
Dolorosa, aquellos que dicen:
|
Se encuentra en el
capítulo III una referencia a la actriz María
Fernanda Ladrón de Guevara, quien en aquella época
interpretaba Nuestra Natacha «en el teatro Pavón, dos pesetas butaca,
con buen éxito»
49.
Antes de concluir el capítulo nos dice Cela que «eso
que dice Engracia de antes muertos que esclavos» es una frase
contenida en el himno Hijos del pueblo:
«... hijos del pueblo, te oprimen cadenas y esa injusticia no puede seguir, si tu existencia es un mundo de penas, antes que esclavo, prefiere morir»50. |
La segunda parte de San Camilo, 1936 nos remite, entre otras cosas, a la obra teatral Perfectamente deshonesta interpretada por Paulina Singermann51; mientras que en el cine
«Actualidades echan el combate de boxeo Schmeling-Joe Luis, la vuelta ciclista a Francia y la llegada al aeródromo de Barajas de los heroicos aviadores filipinos Arnáiz y Calvo, protagonistas del pasmoso raid de nueve mil millas Manila-Madrid [...]»52. |
Páginas adelante se escucha Unión-Radio; los locutores leen noticias y comunicados... unos acordes —37→ musicales interrumpen la transmisión: «Las anchoas Karakú se anuncian con la música de El Marabú; de la zarzuela Doña Francisquita»,
|
En el teatro de la
Zarzuela la artista Estrellita Castro canta Mi jaca y
María de la O54;
en el mismo teatro una de las «Rogers
Sisters cuyo verdadero nombre es Juana Pagán»
canta No, no, Nanette y Aleluya55.
La tercera y última parte de la novela alude a otra composición musical entonces en boga, el pasodoble El gato montes56, así como al éxito de Isabelita Nájera en la revista ¡Que me la traigan! y a Amparito Sara en su triunfo con Las ansiosas57.
Podemos ver que tanto en Sartre como en Cela las composiciones musicales tienen una función situadora, de época. No, no, Nanette, por ejemplo, fue muy popular en Europa por los años treinta 58; de ahí que Cela, en una novela que quiere reflejar la situación de aquellos años, mencione a una de las «Rogers Sisters» interpretando dicha composición; o que Sartre se refiera por ejemplo a J'atendrai, canción que estuvo de moda en la década del treinta.
—38→Ambos autores utilizan las canciones, así como otros elementos -de los cuales hemos dado ejemplos- a la manera de collage, para situarnos con una mayor sensación de autenticidad dentro del marco histórico que nos ofrecen sus páginas.
La técnica de construcción narrativa que venimos estudiando ha sido también utilizada por otro novelista, Francisco Ayala; pero en él la canción aparece empleada con propósitos diversos, nunca con el de establecer un momento de la historia, sino más bien en conexión con el significado interno del relato.
Son varias las
obras de Ayala que aluden a canciones o composiciones musicales;
citemos por ejemplo «Historia de Macacos», relato que
encabeza y da nombre a la colección, y apareció
publicado por primera vez en el año 1952. En la obrita
predomina un tono cómico-grotesco. Nos traslada el autor a
una «colonia»
en tierras
africanas; el centro de la narración lo ocupa una mujer,
Rosa, la «esposa»
de Robert, y
Ayala utiliza una canción popular para situar ante sus
lectores al personaje femenino:
«[...] en un casi fastuoso alarde de grosería, poniendo a los pies de los caballos el nombre de la Damisela Encantadora [...]»59. |
Por Rosa todos se morían; deseaban recibir de ella una mirada, un beso; y la canción cubana Damisela Encantadora, con su sabor de trópico, ha logrado crear el clima propicio al personaje; siendo, por lo tanto, no una mera alusión a un determinado momento en el tiempo histórico, sino una parte integrante del relato. Dice la canción:
—39→
|
Hay en esta colección una también breve y bonita novela, «Encuentro», donde las canciones a las que alude el novelista no sólo dan el tono sentimental, sino que, además, crean el clima idiomático. «Encuentro» se desarrolla en un lugar concreto, Buenos Aires, y en un ambiente determinado al que nos lleva Ayala precisamente por medio de las canciones. Conversan los dos personajes principales, la «Nelly Bicicleta» y el «Boneca»; engarzados en la conversación y sin destacar -a diferencia de todas las alusiones a composiciones musicales hechas por Sartre y Cela- aparecen en el diálogo títulos de tangos que confieren el ambiente adecuado al relato:
«[...] caricatura espesa de aquella nauseabunda edad de oro que se le vino de repente a la boca; otarios, pendejas, pobres donjuanes de cabaret, su reino precario, el catedrático, Pepe Sieso, Saldanha gargajiento, el chino Avalos (don Martín Avalos, con sus poesías y sus letras de tango) y el Boneca, mi lindo Julián». «-Verás, es un buen hombre. Quizá te acuerdes de él. Trabajaba en el Victoria. Te acordás de [...]»61. |
Tangos un día en boga y que todavía podemos escuchar, La Edad de Oro, El catedrático, Mi lindo Julián y por último Gran Hotel Victoria, o frases o vocablos de otros... A modo de ejemplo recordemos la letra del titulado Gran Hotel Victoria.
—40→
|
Efectivamente, el
Boneca tenía ya olvidada a la pobre Nelly Bicicleta. Una
inesperada casualidad, un «encuentro»
, acaso una música
escuchada sin querer, hace que el Boneca recuerde... o que
nosotros, de pronto, recordemos tal o cual episodio de nuestras
vidas, y la Nelly deja traslucir en sus palabras -que son apenas
escuchadas por el Boneca- su sufrimiento íntimo, «lo
que ha llorado en su soledad».
En
«¡Aleluya, hermano!»63
que es parte de la colección Días felices,
el personaje principal, un «blanquito»
que tiene relaciones con
una «negrita»
llamada Nieves,
se siente solo y aburrido; es domingo y su Nieves se le ha escapado
«por el weekend»
. Nuestro personaje
piensa,
«...y mi Nieves, que se me había escurrido de entre las manos y ¡quién sabe por dónde andarás!»64. |
Ha quedado deslizada por el autor entre las líneas que nos reflejan el pensamiento del personaje una de las frases de la popular canción mexicana Perfidia. Como fondo musical de la narración quedan los compases melancólicos que reflejan, además, el estado sentimental del protagonista:
|
—41→
En la novela larga El fondo del vaso, son varias las composiciones musicales utilizadas por Ayala. El protagonista José Lino Ruiz tiene amores con Candy, a la que también hace el amor el «Rodríguez Jr». Ambos hombres se comportan ridículamente en su competencia amorosa por la mujer, asumiendo el papel de verdaderos cadetes. Por otra parte Candy hace a Ruiz proveerla de cuanto necesita su familia (hermanos y padre), mientras que ella misma, antes inculta y torpe, calificada hasta de «piojosa muerta de hambre», es considerada ahora como una «señorita»
«... cultivada, fina, viajada incluso por el extranjero, y capaz de enseñarle al muy bobo hasta latín, mientras que dejaba entre mis manos -mariposa gentil, mariposa del amor- la ajada vestimenta de su oscura crisálida...»66. |
«Mariposa
gentil, mariposa del amor»; nos parece escuchar los compases
de la opereta Los cadetes de la reina, del maestro
Luna67.
Ruiz y Rodríguez como ridículos «cadetes»
y ella como «reina» que, además, alimenta a toda
su colmena. Más tarde a Candy se le hace insoportable Ruiz;
se marcha de su oficina, deja de ser «su
secretaria»
porque -dice Ruiz-:
«[...] no podía aguantarme ya. Con lo cual confirmaba de paso la verdad del apotegma latino que declara: La donna è mobile...»68. |
La alusión
refuerza la idea que han atribuido muchos a la mujer y que recoge
la ópera en cuestión; el aria de «La donna è mobile»
pertenece como sabemos a Rigoletto. Y aún
más, como broma sutil, muy de acuerdo —42→
con el «ambiente
cultural»
de los personajes de El fondo del
vaso, el autor hace calificar, por ignorancia, de apotegma
latino a la famosa y tan repetida línea italiana del aria:
La donna è
mobile.
Termina la novela
con Ruiz «en la cárcel del
Miserere»
; llora nuestro personaje hasta que decide
que
«... ya está bien. Se acabaron las lágrimas. Como aquella canción sentimentalona clamaba: ya no tengo más llanto [...]»69. |
Ruiz está solo y los compases del popular vals Dónde estás, corazón, nos comunican (en forma muy barata) la pena del protagonista:
|
El dolor invade a Ruiz, quien ahora está abandonado no sólo por la Candy, sino también por Corina, su esposa, a quien al parecer él quería y no obstante... se fue.
En otra novela corta que da también título a la colección donde se incluye, «El As de Bastos»71, se encuentran al cabo de los años dos personajes, Matilde y Bastos. En un tren, camino de un balneario, coinciden —43→ nuestros protagonistas después de mucho tiempo sin haberse visto. Hace años se habían gustado, por lo que hoy, deciden renovar el ayer, y como propicia tonada sentimental y pequeña indicación de ambiente, Ayala coloca un fondo musical,
«[...] encontrarme a estas alturas con el amigo Bastos: fantasmas de un viejo pasado [...]»72. |
Son las notas del tango Volvió una noche las que sirven de fondo a la narración; y así, aun cuando hoy Matilde y Bastos desearían revivir el pasado, la canción señala:
|
El tango, pues, como parte integrante del relato refuerza la idea que Ayala desarrolla en su novelita: el paso del tiempo y sus consecuencias.
En «Magia I» utiliza este autor una canción de la obra musical No, No, Nanette, a la que aludimos al citarla Cela en San Camilo, 1936. En cuanto a la novela de Cela, señalamos que la revista musical que alcanzó gran popularidad en Europa y especialmente en España durante la década del treinta es usada por este novelista para situar la acción de la narración en su tiempo. Ayala utiliza la misma obra musical citando una canción en ella incluida. Hay en el relato dos personajes, una pareja; creen ambos que viven en un mundo irreal, de magia, donde sólo ellos existen:
—44→
«Solíamos en las tardes de lluvia pedir té -tea for two-; pero hoy viniste a verme en mi casa y yo mismo preparé las dos tazas, [...]»74. |
La idea de los protagonistas queda reforzada mediante la alusión a la popular canción Tea for two que es parte -como dijimos antes- del «musical show» No, No, Nanette. La referencia que en Cela fue mero collage en Ayala guarda íntima conexión con el significado interno del relato:
|
«Magia II», un mini-cuento, presenta en sus páginas el problema del tiempo que pasa y no vuelve más. Diversas alusiones sirven para insistir dentro de esta artística miniatura sobre el problema del paso del tiempo.
El hombre en su intento de apresar el tiempo y este escapándose de él,
«Imagínate: un reloj de arena; un desierto (o el Tiempo) dans une bouteille [...] »76. |
Alusión a Un gamin de Paris, canción original de A. Mares y M. Micheyl:
|
—45→
¿Puede acaso el tiempo detenerse?, ¿puede el hombre dejarlo apresado en una botella?; no, como tampoco París puede encerrarse dans une bouteille.
El título de uno de sus Diálogos de amor, Un Ballo in Maschera78, adopta el de una ópera de Verdi79 y la piececita se desarrolla efectivamente en un baile de máscaras.
Son varios los ejemplos que hemos entresacado de las obras de Sartre, Cela y Ayala; los tres autores aluden en algunas de sus obras narrativas a composiciones musicales diversas, pero, como dejamos indicado, lo hacen con intenciones distintas dentro de sus técnicas respectivas de construcción narrativa. En Sartre y Cela vimos que sirven esas alusiones para reconstruir o evocar el momento histórico a que ambos autores pretenden remitirnos, mientras que en Ayala las canciones aparecen aludidas en conexión con el significado interno del relato que las incluye, aspecto este que evidencia una vez más las finas y complejas técnicas de construcción usadas por Francisco Ayala en sus obras de imaginación.
—[46]→ —47→
—[48]→ —49→
Cada vez que nos asomamos a las páginas de Francisco Ayala encontramos una nueva veta, un nuevo campo donde adentrarnos y aprender de las excelentes técnicas de construcción que utiliza este novelista en su narrativa.
Ayala dispensa atención especial al uso de los nombres en sus obras de ficción. Esta preocupación de nuestro autor, presente en forma mucho más rica y artística en sus producciones de madurez -pensemos por ejemplo en los relatos incluidos en El jardín de las delicias 80- está ya en las páginas de su primera novela, cuando el escritor joven aún de 18 años, ofrecía en 1925 su obra Tragicomedia de un hombre sin espíritu81.
La novela de 1925
tiene como personaje central a un jorobado solitario. Un hombre
encerrado en un cuerpo deforme que le impide avanzar y dentro del
cual malamente camina y peor se comunica con sus semejantes, debido
a que en unos despierta risa, en otros lástima, y los
más lo hacen víctima de su desprecio y crueldad;
tiene por otro lado, como contraste, un espíritu
finísimo que le permite remontarse hacia «las estrellas»
. El jorobado vive en
aquellos años la —50→
época de estancamiento de la dictadura de Primo de
Rivera; una España detenida, casi inmóvil, donde lo
mejor quedaba encerrado, oculto; y como indicación del autor
que se explica por sí sola, el personaje se llama Miguel
Castillejo, nombre y apellido que sugieren al lector sutiles y al
mismo tiempo contrastantes sensaciones.
Otro personaje es
don Cornelio, viejo ridículo y aprovechado cuyo nombre
más que presentarlo a él, dibuja a su joven y
«fácil»
mujer. Como
contraste también, el don Cornelio se nos presenta recitando
él conocido romance: «Nunca fuera
caballero / de damas tan bien servido [...]»
82.
Se multiplican los ejemplos en la novela. Pero fijemos ahora
nuestra atención en una de las narraciones que forma parte
de La cabeza del cordero, «El
regreso»83.
Aquí el
protagonista es un español que ha pasado tras de la guerra
civil a América, y vive en Buenos Aires. Transcurrido un
tiempo regresa a «casa»
, a
Galicia. Su tía le informa de que un día, durante
aquellos horribles años, uno de sus «amigotes»
, su mejor amigo,
había ido a «buscarle»
.
De inmediato Ayala va a utilizar el nombre del personaje para
acentuar la ferocidad y el encono de las luchas fratricidas,
indicando además que «la historia
se repite»
. El amigo que le vendió se llamaba
Abeledo, y su nombre nos lleva al personaje bíblico, Abel,
haciéndonos contemplar por contraste toda la envidia, el
odio y la mentira, del Abeledo-cainita. Su hermana, por
otro lado, joven bella y delicada en aquel entonces, estuvo
enamorada de nuestro protagonista. Su personalidad, y hasta la
pureza de la época en que él la conoció, se
refleja en su nombre: María Jesús, de quien se
explica que «no se hacía arreglo
alguno; no se pintaba; nada: 'me lavo con agua
clara'[...]»
.84,
—51→
como dice la copla de la popular canción
española que Ayala deja incrustada en su prosa:
|
Hoy, por
contraste, cuando el protagonista-narrador vuelve a verla, tiene la
cara tan excesivamente pintada que su fisonomía ofrece
«un detestable aire
payasesco»
; y la María Jesús antes
tímida, prodiga ahora sus favores a nuestro personaje en el
prostíbulo donde este, al cabo de los años, viene a
encontrarla.
«La vida por
la opinión»85
es una obrita que concluye la colección La cabeza del
cordero, y que nos brinda buenos ejemplos del uso de los
nombres por nuestro autor. Trata aquí Ayala uno de los temas
tradicionales en la literatura de lengua española, el tema
del honor, presentado por supuesto en el tono
cómico-grotesco que es dominante en esa fase de su
producción. Desde el tiempo de la guerra civil el
protagonista del relato estuvo escondido en «un agujero del ancho de cuatro
losetas»
, en su propia casa y en su alcoba, debajo
directamente de la cama matrimonial, durante nueve años.
Ayala nos dice que su personaje gozaba durante ese lapso de
«las dos cosas por la cuales,
según el libro del Arcipreste, trabaja el hombre:
mantenencia y fembra placentera»
. Un día en que
pudo creerse que «el momento se
acercaba»
, nuestro hombre se descuidó, y como
resultado de ello «¿a
dónde iría a parar ese honor -del que él se
sentía tan orgulloso cuando se hiciera notorio y no pudiera
ocultarse el embarazo de su esposa?»
. Esta dio a luz una
niña.
Como nombre, el personaje, que es sevillano, puso a su hija el de Concepción. Aquí, Ayala, sacando un partido insospechado del uso de los nombres que acentúa al mismo tiempo esa tónica cómico-grotesca a la que ya aludimos, nos dice:
«Una niña hermosísima, Conchita. Nombre bien español, ¿eh?, Concepción. Y bien sevillano: Murillo no se cansaba de pintar Inmaculadas. Sólo qué yo -agregó- bajo esa inicial coloco siempre mentalmente alguna otra palabra: si no Imprudente, o Inoportuna, por lo menos la Incauta Concepción [...]». 86. |
Y dentro de las penosas realidades históricas que enmarcan el relato, se nos ofrece como contraste no sólo la ridícula situación del personaje, sino, además, el nombre de la hija y las sutiles conexiones que deja establecidas, provocando en el lector una espontánea carcajada ante una absurda situación, que siendo patética es al mismo tiempo grotesca.
Del grupo
Historia de Macacos, y a modo de ejemplo, destaquemos los
nombres de tres de los personajes del relato que encabeza y da
título a la colección, «Historia de
Macacos»87.
Ayala nos traslada con él a una colonia en tierras
africanas. Entre los personajes que pueblan el lugar figura un
comentarista radial, individuo que para reseñar cada evento
social debe estar presente en todo acontecimiento. Su nombre es
Toñito Azucena; y basta evocar esta flor para que
de inmediato surja ante nosotros la equívoca personalidad
del «comentarista radial»
.
También lleva el nombre de una flor la protagonista,
Rosa, mujer que ocupa el centro de la narración y a
quien siempre vemos lucir, llamativa, codiciada por todos, pero que
al fin sufrirá los efectos que sobre su delicadeza produce
el constante manoseo, ya que —53→
la flor va pasando, de uno en otro, en un planeado y
concienzudo recorrido, por todos los hombres de la colonia. El
inspector general de administración, que inicia el brindis
en el banquete de despedida a «doña Rosa»
, y que más
tarde ganará la apuesta al ingerir un suculento asado de
carne de mono para, al terminarse la obrita, quedar «borracho como una cuba»
, se llama
Abarca, nombre que parece apuntar hacia su rudo
comportamiento y hacia su voraz ambición.
De la novela larga
Muertes de perro88
, bastará que citemos al presidente de la ficticia
república, Bocanegra. Su nombre nos dice mucho
acerca de la manera que tiene nuestro autor de considerar el poder
político. Bocanegra es el centro del gobierno, la
figura clave; y al mismo tiempo es una especie de hueco,
boca-negra, y por cierto inmunda; algo así como el agujero a
través del cual nos asomamos nosotros para conocer, primero,
al resto de los que integran la estructura del poder, y luego, al
pueblo mismo. Esa «boca negra» habla muy poco; aparece
ante nosotros el presidente recibiendo a sus íntimos,
«un montón de ilustres
personalidades»
dentro del «cuarto de baño»
, donde
él, «Su excelencia»
,
«posaba sobre la letrina... en el
inodoro, y desde ese sitial estaba presidiendo a sus
dignatarios»
. Así, pues, sin que apenas hable, esa
boca negra nos deja ver todo el triste y sucio espectáculo
de la sociedad de la República imaginaria de Muertes de
perro, y en la que vivimos todos los hombres hoy.
A
continuación viene otra novela larga, El fondo del
vaso89
, considerada como segunda parte de la anterior. De esta novela
entresacamos dos ejemplos; los nombres del protagonista y su mujer.
El se llama José Lino Ruiz; ella, Corina. Por medio de
José Lino nos hace Ayala contemplar en esta novela una
sociedad, que es la nuestra. —54→
Nos dan sus páginas la sensación de un
espectáculo de humanidad agitada, complicada hasta el
máximo por medio de relaciones muy complejas. Seguir el hilo
de la novela es adentrarnos en una apretada madeja de
variadísimas y artísticas situaciones; entre otras
cosas la mujer, Corina, es engañada por su marido, teniendo
hasta que tranquilizar al padre de la amante de este. La esposa ha
aprendido -nos dice Ayala- «ese arte,
que suele considerarse femenino, de urdir y tramar: el arte de
Penélope»
. Corina es ciertamente, en la novela,
una reencarnación de Penélope, aunque por supuesto en
sentido contrastante, ya que ella a su vez por oposición al
personaje clásico, engaña al marido. La nueva
Penélope deshace la labor de su esposo tejiendo una nueva
trama; y contemplamos aquí una especie de tela en la cual se
van cruzando y entrecruzando las relaciones sociales, hasta que al
final, desgarrado ese tejido, es precisamente el
protagonista José Lino -y fijémonos bien en
que su segundo nombre es el de una tela- quien ha ido cayendo hasta
quedar solo, y comenzar así a tocar el fondo del
vaso, o lo que es lo mismo, su propia conciencia.
En la
colección El as de bastos hay un cuento donde Ayala
hace un divertido juego con los nombres de los personajes:
«Una boda sonada»90.
Comienza presentándonos al protagonista, cuyo nombre
contiene un implícito contraste, pues se llama Homero
Ataíde. A Homero desde sus años del colegio le
llamaban todos «Ataúde, porque
siendo dueño su padre de una modesta empresa de pompas
fúnebres [...]»
. El personaje por otro lado, y muy
de acuerdo con su nombre, es poeta, claro que «no muy grande ni famoso, pero poeta de todos
modos»
, un poeta fúnebre, pudiéramos
decir.
Su tía
doña Amancia lleva el «alias» de Celeste
Mensajero, y es su profesión el practicar por «módico estipendio las artes
adivinatorias»
. La mensajera celestial
—55→ cuenta en su consultorio con una
«estatuilla de Buda, el búho
disecado... el cromo de las Ánimas, la bola de cristal, los
naipes y demás polvorientos adminículos»
,
muy propios no sólo de su oficio sino también
adecuados a su nombre.
Los ejemplos
abundan en este cuento. Para no extendernos demasiado citemos el
nombre del hijo de Flor del Monte y Homero, a quien imponen en el
bautizo el de Santiago, porque, como la boda sonada tuvo
su origen en el ruidoso incidente que es eje del cuento, decide el
matrimonio darle a su vástago «el
nombre de Santiago, por devoción al apóstol llamado
'Hijo del Trueno' [...]»
.
Pasando a su
último libro, El jardín de las
delicias91,
citemos algunas de «las
noticias»
que figuran en el grupo «Diablo
mundo». Veamos «El caso de la starlet Duquesita»92.
Duquesita es también llamada «la
señorita Luna»
, y su apellido nos habla de las
horas y género de su trabajo en el «cabaret Sultana»
. De su muerte
había sido culpado en las primeras «diligencias policiales»
su «amigo»
y «protector»
, un personaje cuyo nombre,
«Inocencio Caballero»
,
contrasta en forma cómica con el alias
Tirabuzón, y si el nombre no logra retratar por
completo al «amigo» de la señorita Luna, el
alias explica claramente la índole de las relaciones que lo
unen a Duquesita.
En «Otra vez
los gamberros»93;
un caballero de cincuenta y cuatro años es víctima de
un acto más de vandalismo juvenil, en cuyo incidente su
nieto de ocho años es ahogado por los «desalmados jovencitos»
en el estanque
del parque. Todo esto acontece a «primeras horas de la tarde»
en un
lugar denominado «el Parque de los
Héroes»
, y bajo la estatua del poeta
Rosamel...
La noticia que
lleva por título «Por complacer al amante, madre mata
a su hijita»94,
por sí sólo explica el suceso. Los personajes que
intervienen en el caso proceden de una barriada cuyo nombre retrata
para nosotros el lugar que «fue
escenario ayer de un crimen monstruoso»
: «El
Serón». Luisa Martín, quien «hundió el cráneo a
martillazos»
a su hija de pocos meses, declaró
haber cometido el crimen «instigada»
«por su amante Luis Antón, alias
‘El Perinola’»
. El alias del personaje
consigue que el lector le conozca realmente; es lo que se llama
«un danzante»
. Recordemos que
el cuerpo de ese juguete es a veces un prisma de cuatro caras, y
que además sirve para jugar a interés. Con este alias
logra Ayala dar una rica dimensión a la noticia
ayudándonos entonces a comprender en todas sus implicaciones
el atroz suceso.
«Otra
mendiga millonaria»95
-noticia frecuente en cualquier diario-. La anciana en
cuestión registraba «los
recipientes de basura»
, recogía desperdicios en
lugares distintos, vivía en forma miserable, y al morir, las
autoridades encontraron que poseía millones;
respondía la mendiga al nombre de «Virtudes Sola»
; y Ayala encierra en
ese nombre una alusión irónica a la virtud del
ahorro, y a la soledad del avaro. Luego trae el comentario de otro
suceso análogo que «todavía estará en la
memoria»
de los lectores: un maestro de escuela cuya
única hija murió de inanición mientras
él había amasado una fortuna considerable. Nombre del
personaje: Mendieta, y la contracción de dos
palabras en él es de un efecto formidable.
«Isabelo se
despide»96
es el título de la noticia que presenta uno de esos
típicos «artistas»
adorados como un ídolo por muchedumbre de jovencitas
histéricas. El —57→
autor nos informa de que la policía ha debido
proteger al cantante ante el entusiasmo de esas ménades; y
que el motín que producen las muchachas es aún mayor
que los «desórdenes habituales en
partidos de fútbol»
, suscitando así la
imagen atlética de esos jugadores, para que, frente a esta
idea de masculinidad, aparezca la figura del ídolo de hoy,
el blanducho y afeminado cantante conocido por «Isabelo»
.
En «Ciencia
e Industria»97
nos llama la atención el nombre de los inventos; no es
solamente el actual «Akiko
Plura»
, sino también el «Rubber Dance Partner»
y «la Frau Ersatz»
, que son sus
progenitores industriales; nombres que nos producen primero
sorpresa y luego una risa sardónica mezcla de estupor y de
pena ante el espectáculo que Ayala nos hace contemplar como
retrato caricaturesco de nuestra época.
«Actividades
culturales»98.
Ahora se trata de una docta conferencia sobre el tema
«Biología de la Edad Provecta», pronunciada
-según la noticia- por una ilustre y al mismo tiempo casi
octogenaria personalidad. El conferenciante ataca «ciertos prejuicios»
desprovistos
según su opinión «de base
científica»
, haciendo especial referencia (para
impugnarla enfáticamente) a «esa
común creencia de que las capacidades sexuales del macho
humano se debilitan y aun extinguen»
con los años.
Por si el tratamiento que da Ayala a la noticia no bastara,
ahí está el nombre del ilustre conferenciante, el
«doctor Nocedal
Cáscales»
, con su sugestión de sequedad, de
oquedad, de vanidad, que nos hace recordar el dicho «mucho ruido y pocas nueces»
, pues las
de ese Nocedal son sin duda cascadas.
Merecen especial
atención las cartas que cierran esta sección. Son
dos. La primera de ellas contiene la queja de un anciano jubilado
que se lamenta del proyecto municipal —58→
de exterminar a las palomas consideradas dañinas; el
nombre del firmante es Genaro (enero)
Frías (que no requiere comentarios)
Avendaño (que parece apuntar al daño que
amenaza a las aves). La segunda carta es de una señora que
escribe al director del periódico para protestar «del abandono en que los servicios de limpieza
tienen a la ciudad»
. Es deplorable sobre todo, dice la
señora, el olvido de la esquina en que ella vive, «Buenavista con Avenida de las
Acacias»
. Se suma a esto el hecho de «esos centenares de perros que, tres veces por
día, sacan sus dueños»
y los resultados de
tales paseítos «van
acumulándose en los bordes de las aceras»
. Y
cuando con mirada curiosa y sonrisa juguetona vamos terminando la
lectura de la carta vemos que la señora se llama
eufemísticamente: Eufemia de Mier.
Hemos citado algunos ejemplos entresacados de la obra narrativa de Francisco Ayala que sirven no sólo para evidenciar una vez más, y en esta ocasión desde otro ángulo, las finas y complejas técnicas de construcción que son utilizadas por nuestro autor en sus obras narrativas, sino que, además, pone de manifiesto cómo el uso que hace de los nombres en sus diferentes composiciones contribuye a la economía de la obra artística, y cómo también cada uno de esos nombres enriquece en alguna medida el sentido del relato que lo incluye.
—[59]→ —60→
—61→
Es conocida por todos y repetida por muchos la tendencia de críticos y más de un lector a quedarse en la periferia de las novelas, a dejarse apresar dentro del argumento de la obra de ficción y, por tanto, perder de vista lo que es en sí la novela en cuestión. Para estudiar este aspecto dentro de la obra de Ayala hemos seleccionado dos de sus novelas: Muertes de perro y El fondo del vaso. La primera de estas narraciones, Muertes de perro, ha sido quizá la obra de imaginación más «discutida» y comentada de Francisco Ayala. Nos proponemos en estas páginas acercarnos una vez más a estas obras para ver en ellas:
A) Por qué los críticos las han calificado como las «novelas americanas» de Ayala.
Y una vez alejados de la periferia o «trampa» del argumento,
B) Destacar cómo por medio de sutiles recursos de construcción Ayala deja establecida una interesante relación o conexión entre ellas.
Muertes de perro fue publicada, por primera vez, en 195899; El fondo del vaso, en 1962100. Aparecen ambas —62→ novelas formando parte de sus Obras Narrativas Completas, editadas en 1969101. Esta nueva edición ha atraído la atención de críticos y comentaristas; nos interesa destacar el artículo de José Blanco Amor, que apareció en La Nación, de Buenos Aires, titulado «América en la narrativa de Francisco Ayala»102.
Para Blanco Amor,
después de la publicación de Muertes de
perro «no podía caber duda
alguna de que Ayala acababa de ingresar en el campo de la novela
americana»
. Por otra parte, para este crítico
nuestro continente era o es precisamente ese mundo que,
según él, quiere Ayala ofrecernos en su novela:
«[...] un puro drama sociológico, una pasión desbordada, un mundo definitivamente dividido entre los que lo tienen todo y los que no tienen ni siquiera esperanza. Es verdad que la primera novela americana de Ayala no nace de la desigualdad social, ni se alimenta de la distancia que separa a los pobres de los ricos [...]»103. |
Este considerar la
novela como «un puro drama
sociológico»
o bien verla como un libro escrito
contra la dictadura o con la intención de hacer determinada
sátira política en un sentido directo, no es idea
nueva del señor Blanco Amor, sino lo que muchos
críticos han venido repitiendo a partir de su
publicación en 1958.
Ya en El fondo del vaso, donde Ayala hace referencia a Muertes de perro, quedan introducidas en las páginas de la novela citas de críticos que ocupándose de la obra insistieron sobre su carácter político. Se lee ahí:
«... carece de toda base real esa impresión truculenta que, sin embargo, logra transmitir, y que ha permitido a críticos diversos coincidir en sus alusiones a un —63→ 'estado de bajeza' y a un 'clima inmoral', un 'bárbaro clima de asonada revolucionaria, con su secuela de crímenes, de violencias, de sobresaltos, de terrores'; describir la nuestra como 'una sociedad sumergida en una lucha denigrante entre amos y seres dominados por el terror y la crueldad', y a nuestra politeia como 'la república ejemplar de la opresión, del vicio, del peculado, del crimen impune y a mansalva' [...]»104. |
En forma artística ha introducido Ayala los comentarios a Muertes de perro dentro del texto de El fondo del vaso; en la cita anterior se refiere primero al artículo de Rosa Arciniega en Prensa Libre:
«[...] quién podría suponer que... encontraríamos desde la primera página un bárbaro clima de asonada revolucionaria, con su secuela de crímenes, de violencias, de sobresaltos, de terrores [...]»105. |
y luego el de Nilita Vientos Gastón en El Mundo, de Puerto Rico:
«El mundo de la novela... una sociedad sumergida en una lucha denigrante entre amos y seres dominados por el terror y la crueldad, nos llega sólo por la visión de una retina que no puede mirar más que lo grotesco, lo vil, lo pequeño [...]»106. |
Blanco Amor
señala, además, que en la novela «el escenario americano obra en el
espíritu del autor como poder catalítico para
borrarle de la perspectiva intelectual los temas
españoles»
. Advierte también que en estas
novelas americanas de Ayala, sus «parientes literarios
—64→
(españoles)» son Quevedo y Valle-Inclán.
¿Qué nos ofrece realmente Ayala en estas dos
narraciones?, o mejor, ¿qué se ha propuesto el
novelista? Según este crítico:
«[...] escribir dos novelas y decirnos en ellas que el hombre americano se ve frustrado por tradición de su historia. América no es así como la pinta Ayala. Pero si la miramos por dentro y nos apoyamos en las fuerzas que secretamente la conmueven [...] [...] Pero cuando Ayala se volvió de pronto novelista americano [...]»107. |
De acuerdo con
Blanco Amor, Ayala «se volvió de
pronto novelista americano»
.
Las opiniones
críticas citadas, aun cuando no las aceptemos, no dejan de
parecemos interesantes y hasta más de una vez,
sorprendentes. Sí nos parece que estos comentaristas se
quedaron un poco o un mucho en la «periferia»
de las novelas y que a
base de tanto «manosear»
el
argumento perdieron de vista la perspectiva de la obra
artística. Aunque como señaló Soldevila:
«[...] el buen escritor, como la madre, tiene al menos noción clara de que lo que echa al mundo es apenas un primer esbozo, y los verá crecer y configurarse con orgullo o con pena, pero en ningún caso con indignación [...]»108. |
Conviene, no
obstante, que en «el
crecimiento»
de estas dos novelas de Ayala nos alejemos
un poco de lo que el propio autor califica como la «trampa del argumento»
para fijarnos
en «la filigrana del
arte»
.
Sobre sus novelas ha señalado Ayala que:
«[...] a las razones generales que entorpecen el entendimiento de una novela en su pretensión de obra artística —65→ vienen a sumarse en el caso de las mías circunstancias personales de donde arrancan nuevos equívocos. Ocurre, en efecto, que siendo bastante conocidos mis escritos de sociología y ciencia política, propenda el crítico de manera casi inevitable a querer ver incorporada en mis novelas la actividad o conocimientos del sociólogo, y así, busque las ideas tejidas en su trama [...]»109. |
De aquí las
vacilaciones de más de un crítico o comentarista. El
hecho de que estas novelas contienen elementos políticos, de
que Muertes de perro tiene como base argumental el
desmoronamiento de una dictadura, y El fondo del vaso el
estado democrático subsiguiente, son por supuesto cosas
más que obvias, pero que al mismo tiempo sirven sólo
como materiales de construcción, que como
señaló Ayala han sido «utilizados para edificar la obra que me propuse
redactar con intención artística»
.
No me parece
adecuado calificar estas narraciones como las «novelas americanas»
de Francisco
Ayala y mucho menos el afirmar que «de
pronto»
este autor «se
volvió»
«novelista
americano»
. Recordemos lo que anotó Soldevila
cuando aplica a la obra de Ayala las palabras que este
escribió hace años sobre Mallea:
«En puridad, todo escritor auténtico tiene un tema, y sólo uno, como tiene una personalidad y un acento; un tema que lleva dentro, clavado en la entraña, y que va desplegando de mil maneras a lo largo de su obra y de su vida»110. |
Cita Soldevila las
palabras de Ayala sobre Mallea y dice entre otras cosas que
«el tema, esencialmente, no
—66→
cambia de unos para otros (escritos)»
.
Según nuestro novelista, la obra mejor lograda, la
más valiosa, es aquella que «mejor evidencia la unicidad del tema a
través de las sucesivas piezas que la
integran»
.
Podríamos
preguntarnos el porqué citar al propio autor cuando este
afirma tal o cual cosa refiriéndose a una obra ajena.
Destaca Soldevila en el estudio anterior una opinión de
Ayala con la que coincidimos plenamente: es que «según suele ocurrir con las opiniones
que un autor vierte a propósito de la obra de otro,
acertadas o no, explican antes la suya que la
ajena»
111.
Ayala, pues, no «se vuelve de
pronto»
nada, es lo que antes era y era ya antes
lo que hoy ha llegado a ser. Ni son estas dos obras sus «novelas americanas»
ni fueron
aquellas otras sus «relatos de la guerra
de España»
, como señaló Blanco
Amor.
Digamos que ninguna de las obras narrativas de Ayala describe, explica, da soluciones o discute determinado problema -eso lo hace muy bien nuestro autor en sus múltiples ensayos-, sino que la narrativa de Ayala presenta los problemas vivos y al hombre en su continuo debatirse entre ellos. No es, pues, el propósito del autor en estas novelas combatir la dictadura hispanoamericana o criticar la organización democrática de las repúblicas o de determinada república americana.
Lo que sí
resulta patente en Muertes de perro es la decadencia o
destrucción del que su autor llama «un orden social de tipo
patriarcalista»
; allí está presente la
aniquilación de «las antiguas
familias»
; el don Luisito, «intelectual complicado y escéptico,
más bien pusilánime»
, ha dicho Ayala, con
sus extrañas y anormales relaciones con el mulato Requena;
están, en fin, la clase media y el pueblo, de «cuyo seno saldrán los tres sargentos que
van a sustituir en el gobierno a Bocanegra, el dictador
asesinado»
.
Ayala no ha
olvidado ninguno de los grupos sociales, sus resentimientos, sus
ambiciones; lo que hoy llamaríamos nuestros
«complejos». Y ahora mi pregunta: ¿pertenecen
los hechos relatados en estas novelas y sus implicaciones
sociológicas solamente al ámbito de determinadas
repúblicas americanas?, o simplemente porque el mulato Tadeo
Requena comía «bananas»
en el oscuro pueblo de San Cosme, ¿se refieren estas novelas
a alguna república específica localizada en el
trópico americano? ¿Por qué no escaparnos de
una vez de la «trampa del
argumento»
que las novelas nos presentan? Veríamos
entonces que su autor en ninguno de los dos relatos trata de
sistemas políticos con una intención directa; y algo
más, que Francisco Ayala no se convierte por obra y virtud
de estas novelas, «de pronto»
,
ni en novelista americano ni español. Como él mismo
señaló en su estudio sobre Mallea, tiene en su
narrativa un tema único «clavado
en la entraña»
y ese tema lo «va desplegando de mil maneras a lo largo de su
obra y de su vida»
.
El tema de la
novelística de nuestro autor es el hombre, el hombre inmerso
en el mundo, en los problemas de nuestro tiempo, el hombre captado
«en la operación misma de la
vida»
; de aquí que nos sea difícil ver,
como señala Blanco Amor, a un Ayala español en La
cabeza del cordero, español porque según
él, en la citada colección su autor presentó
«los relatos de la guerra de
España»
, y un Ayala americano en estas dos novelas
porque en «estos dos grandes frescos de
Ayala late el pulso de una América sometida a sacudimientos
extremos»
.
Nada de esto. Ni
en La cabeza del cordero novela Ayala la guerra civil
española; no fue este el propósito de nuestro
novelista -propósito que mejor o peor ya otros cumplieron a
cabalidad-; en estos relatos se ocupa su autor de «los temas morales de la guerra»
; ni
en Muertes de perro y El fondo del vaso, aun
cuando sean ofrecidas en escenarios americanos, novela Ayala los
problemas políticos particulares de este continente. Nos
parece —68→
que nada está más lejos de sus intenciones que
el haber escrito novelas «españolas» o
«americanas». Estas dos novelas suyas se desenvuelven,
sí, en un escenario americano, y con ello crea Ayala un
ambiente determinado que le sirve para presentarnos al hombre en
dos situaciones diferentes: en la primera novela, como él
mismo precisara, «dentro de la pobreza y
bajo la dictadura»
, y en la segunda, «en la prosperidad y la
democracia»
.
¿Es que los
odios, los rencores, las pasiones, las veleidades de
«heroína shakespeariana» de doña Concha,
el inmundo «trono» de Bocanegra o el mundo todo de
Muertes de perro y El fondo del vaso son cosas
que pueden ocurrir sólo en tierras americanas o aluden
más bien a problemas del hombre, del hombre de siempre, del
hombre de todas partes y de todas las latitudes? Porque lo que son
realmente estas novelas es «una
exploración del sentido de la vida dentro de circunstancias
variables»
, como dejó afirmado su autor.
Ayala en estas
novelas nos asoma a la realidad, una realidad humana que pertenece
tanto al hombre americano como al europeo, al de tradición
española como al de tradición sajona, y nos hace
contemplar la misma desde los ángulos más diversos.
Por ello, sí encontramos en La cabeza del cordero
el latido de la guerra civil española, aunque nuestro
novelista no relató específicamente aquellos sucesos
desgraciados, y esto obedece a que al novelar «los temas morales de la guerra»
están en sus páginas todas las guerras
pretéritas, presentes y futuras. Es el hombre el que late
realmente en esas páginas, el hombre sumido en los
desventurados problemas de una guerra fratricida que
supondrá un tajo en su vida, que le llevará
acaso a una ausencia que puede que suponga un regreso y
que por último alguna vez le suscite y ¿por
qué no?, memorias y remordimientos similares a los del
protagonista de La cabeza del cordero. Son, no relatos que
tratan exclusivamente de la —69→
guerra española, sino relatos que hablan de la guerra
entre los hombres, del hombre de todas partes; por ello acaso
están desprovistos de pugnacidad política, de
partidarismos vanos, de antagonismos idealísticos de uno u
otro bando, ya que como señaló Ayala «los ideales por los que uno mata y muere
-resultan ser, nos dice- a la postre retórica vana y esto es
-agrega-, una terrible burla de la vida»
. Y todo ello se
cumple en referencia a la guerra civil española, como
pudiera serlo a la segunda guerra mundial, a los sucesos de hoy en
Vietnam o la guerra judío-árabe.
El autor de La
cabeza del cordero no es el novelista español del siglo
XIX que a manera de Pereda ofrecía largas descripciones
santanderinas en Peñas Arriba o, como
señaló el mismo Ayala, el Galdós de
Fortunata y Jacinta que nos describía «demoradamente y en términos generales la
evolución del comercio madrileño para darnos el marco
histórico-social de la narración»
; nada de
esto se cumple en la novela de hoy y mucho menos en la de nuestro
autor donde, al estar este interesado en el hombre, la
atención del novelista pasa del paisaje, de los
acontecimientos referidos, del argumento que supone el
telón de fondo de la obra, a los
personajes, con los que Ayala hace que el lector -nosotros-
llegue a
«... complicarse y complicarlo en el juego sucio, mancharse y mancharlo con el fango de la vida, solidarizarse y solidarizarlo con las flaquezas humanas»112. |
De ahí que acaso a Blanco Amor le parezcan americanas estas novelas, y a otro crítico -si simplemente cambiamos varios detalles de puro juego argumental- puedan parecer le africanas, y otros habría que con un nuevo cambio puede que digan que criticaban, aun antes de suceder, tal o cual eventualidad o posibles acontecimientos —70→ en determinado país de Europa. Por ello acaso ha señalado Ayala que lo que a nadie se le ha ocurrido es
«[...] comparar la figura del dictador Bocanegra con la de Carlos II en mi cuento El hechizado, una comparación que podría ilustrar muy bien mi manera de ver el poder sobre la tierra: tanto en el caso del rey legítimo como en el del usurpador, el centro de todo el aparato del mando es una boca negra, un hueco sombrío, el vacío, el abismo»113. |
¿Por qué entonces han afirmado muchos el americanismo de estas novelas? Nos parece que el equívoco es fácil cuando al leerlas nos dejamos «atrapar» por sus argumentos, porque cuando estos tienen
«[...] concomitancia con problemas prácticos tan del común interés como lo es el de las formas del poder político, entonces el encandilamiento y consiguiente desenfoque de la obra resultará casi inevitable: el complejo de aversiones y preferencias personales interferirá fuertemente en su apreciación. Por lo demás, ¿qué de extraño tiene, si la novela es imitación artística de la vida, que cuanto más lograda esté más se la confunda con la vida misma?»114. |
Muertes de
perro y El fondo del vaso son, pues, novelas
escritas, sí, con un fondo americano, pero no porque
Francisco Ayala se nos ofrezca en ellas como novelista americano y
en otras de sus creaciones como escritor español. Ayala se
nos revela en la totalidad de su obra de ficción como
«uno de los mejores narradores que hoy
existen en lengua castellana»
, ha afirmado Amorós
en un artículo115.
Su obra se nos aparece, no con un —71→
determinado color local o estrecho marco nacionalista, sino
como perteneciente a la comunidad de nuestro idioma, dentro de un
ámbito universal que por presentar problemas que
atañen al hombre, tienen valor dentro de una comunidad
idiomática tanto para el individuo nacido en un continente
como para el nacido en otro, en tanto y cuanto que este tenga
problemas que atañen a la condición humana dentro de
los límites del tiempo y del espacio.
Acerca del
comentario de Blanco Amor, sobre un punto al que ya otros han hecho
referencia y que ahora este crítico señala en las
citadas novelas que los «parientes
literarios (españoles)»
de Ayala son en ellas
Quevedo y Valle-Inclán, es tema que tratamos en otro
trabajo116,
pero conviene ahora decir que aun cuando nuestro autor revela
influjo de Quevedo, su obra en general está más
penetrada por la manera cervantina que por los modos
quevedescos. Recordemos que hemos insistido en que la
novelística de Ayala nos presenta al hombre «captado en la operación misma de la
vida»
; y la presentación del hombre que hace este
autor habla mucho de su «actitud
cervantina ante el mundo»
117,
contraria por otro lado a las inclinaciones quevedescas que una y
otra vez se le han atribuido.
Para nuestro autor,
«Quevedo, sí, 'desmonta' en verdad al hombre. Su estilización de la realidad según la línea de lo grotesco, termina por aniquilarla, haciendo, en virtud de técnicas muy refinadas, que la humanidad se contorsione, se quiebre, se haga polvo y quede volatilizada por fin en pura mueca»118. |
—72→
La técnica
que sigue Quevedo, «su
estilización de la realidad según la línea de
lo grotesco»
, está muy en consonancia con las
empleadas por Valle-Inclán en la novela con la que tanto se
ha comparado a Muertes de perro, su Tirano
Banderas. Los personajes de Quevedo y los de
Valle-Inclán que pueblan el mundo de su citada novela son
figuras «deshumanizadas»
, son
más títeres que hombres -recordemos su
colección de farsas agrupadas bajo el significativo
título de Tablado de Marionetas-, que producen en
el lector una impresión distanciadora respecto del
personaje. Ni Quevedo con su don Pablos en el
Buscón ni Valle-Inclán en su Tirano
Banderas nos invitan a identificarnos con sus personajes
imaginarios ni con las situaciones en que estos se ven envueltos;
todo lo contrario, nosotros lectores tenemos ante estas obras la
sensación de que estamos ante un espectáculo que es
ajeno a nuestro humano vivir, porque ambos autores redujeron
deliberadamente lo humano a «pura
mueca»
, a «polvo»
, y
con ello alejaron de nosotros sus relatos, no permitiéndonos
ninguna humana identificación con sus personajes.
Las técnicas narrativas empleadas por Ayala producen en nosotros efecto diametralmente opuesto. En sus obras
«Se ha suprimido toda distancia; y esta conciencia inclusiva solidariza al autor y al lector con los personajes ficticios. Al mirarlos, se miran a sí mismos como en un espejo, y quedan petrificados. Pues lo que ven -en diversas maneras- es su propia destitución en un mundo cuyos valores se han hecho inciertos o se han disipado»119. |
Quedamos «petrificados»
porque esos personajes
que están tan cercanos a nosotros, que somos nosotros
mismos, nos desnudan por dentro, nos envuelven y enredan
—73→
en sus situaciones, en sus problemas; y todo esto logrado
mediante una comunicación directa entre el lector y el
personaje, porque el autor no está presente en estas obras
de ficción. Por todo ello vemos más en estas novelas
a Cervantes como «pariente
literario»
de Francisco Ayala que a Quevedo y
Valle-Inclán.
En cuanto al segundo aspecto enunciado al comienzo, señalemos que estas dos novelas guardan estrecha relación entre sí, aun cuando son relatos independientes. Una atenta lectura de El fondo del vaso nos dice que en forma artística conecta Ayala el mundo de las dos novelas. Ya Keith Ellis en El arte narrativo de Francisco Ayala señaló en 1964 que:
«[...] El fondo del vaso es una continuación de Muertes de perro... En El fondo del vaso Ruiz se refiere constantemente al mundo creado en Muertes de perro; nos cuenta lo que ha ocurrido desde que Luis Pinedo, su narrador, acabó ajusticiado, [...] [...] en El fondo del vaso se habla de Muertes de perro en cuanto obra literaria en su existencia real, como entidad operante en el mundo comentado por Ruiz»120. |
El propio autor
anotó más tarde que «esta
novela surge en conexión con Muertes de perro. No
es su segunda parte, pero sí secuela suya y -creo-
superación»
.
Es sorprendente
que nadie haya señalado que esta realización
artística de Ayala adopta el procedimiento empleado por
Cervantes en la segunda parte del Quijote, la novela de
1615, en relación a la primera parte, el Quijote,
de 1605. La segunda parte de la novela cervantina se apoya, como
El fondo del vaso, sobre la existencia real de la primera
parte. El caballero manchego que sale a los caminos por tercera vez
conoce por boca —74→
de Sansón Carrasco que su historia andaba impresa y
el libro, que tiene existencia real, concreta, va a salirle una y
otra vez al paso. También José Lino Ruiz, el
personaje central de El fondo del vaso, tiene existencia
anterior a la novela de la cual es protagonista. Pinedito se
había ocupado de él en Muertes de perro,
inclusive le había dado por muerto, de ahí que salga
ahora a la luz pública y no de ninguna «tumba fría»
a contestar desde
El fondo del vaso el «panfleto
infame»
de Muertes de perro con su
también existencia real y concreta. Mucho más hay que
decir sobre este recurso literario empleado por Ayala. Ampliamente
nos ocupamos de él en el estudio que sobre las alusiones
literarias en su obra narrativa hemos realizado.
Conviene que digamos, por último, en estas notas que ambas novelas nos invitan a adentrarnos en nuestra conciencia, a llegar desde este mundo de Muertes de perro al fondo de nuestro vaso y que «ese encuentro de cada cual consigo mismo en el secreto de su conciencia es el momento supremo de la moralidad, porque permite vislumbrar el misterio del ser y convida a la reflexión sobre el sentido de la propia vida»121.
—75→
—[76]→ —77→
Con el título El jardín de las delicias122 nos ofrece Francisco Ayala una colección de relatos agrupados bajo dos subtítulos: «Diablo mundo» y «Días felices». El libro, ciento setenta y cinco páginas de una prosa encantadora, fácil e «impecable», es en sí mismo un agradable y finísimo regalo.
Como sobrecubierta, dos de las puertas del tríptico de «El jardín de las delicias», del Bosco; e intercaladas, en dos grupos, entre los relatos, dieciséis ilustraciones procedentes de las más diversas fuentes de la cultura universal, que guardan, al mismo tiempo, una estrecha relación con varias de las piececitas que Ayala nos brinda. Cada ilustración está explicada en forma artística: trozos manuscritos del novelista pertenecientes a las diferentes narraciones de El jardín de las delicias, establecen de inmediato la íntima conexión entre la composición narrativa y la obra de arte que la ilustra.
Algunos de los relatos que aparecen en este libro habían sido incluidos ya en sus Obras Narrativas Completas123; cuatro de ellos, que aquí forman parte de «Días felices», fueron publicados por el autor en Razón y Fábula con el título «Nuevas viñetas»124, y muchas otras son obras que por primera vez vemos sus lectores.
—78→El jardín de las delicias es una de las más elaboradas joyas que han surgido de la pluma de este autor. Francisco Ayala es hoy, lo creemos sin duda alguna, uno de los más destacados novelistas contemporáneos en lengua española, y este libro, precisamente este, bastaría para consagrarle entre nuestros clásicos.
Las composiciones que integran el libro son muy breves; cada una de ellas -cuarenta y dos en total; dieciocho forman el grupo «Diablo mundo» y veinticuatro «Días felices»- evidencia la delicada labor de orfebre que ha realizado nuestro autor. Las obritas son en efecto de una delicadeza exquisita; lo que Ayala ha conseguido en estas composiciones pudiera compararse a lo que logran esos finos artistas que colocados aquí y allá en el Louvre, son capaces de reproducir, creando, tantas y magníficas obras que les rodean, dentro del espacio reducido de las más artísticas miniaturas.
Pero anotada esa
impresión queda por decir lo más interesante, lo que
estamos seguros que, desconcertado y sorprendido, se ha preguntado
más de un lector y hasta más de un crítico:
¿Qué son estas piezas?, ¿qué es en
definitiva y qué significa este libro de Ayala? Para muchos
será un libro delicioso, para otros una extraña
combinación de narraciones donde alternan, al parecer,
recuerdos o noticias, las unas «subidas
de tono»
, las otras evocadoras o nostálgicas, las
más, capaces de invitar -según el lector- bien a la
más espontánea de las carcajadas o a la más
seria, profunda y hasta (¿por qué no?) dolorosa
reflexión. Estamos, pues, ante una obra capaz de llegar a
todos los niveles, y en distintos grados o por motivos diferentes,
interesar a todos los públicos, y esto es, si mal no
entiendo, lo que consigue únicamente la auténtica e
indiscutible obra de arte.
¿Qué es El jardín de las delicias?, ¿experiencias vividas por el autor?, ¿bufonadas de un novelista que maneja con arte único el vocabulario?, ¿Experiencia e invención?125, —79→ y si es esto último ¿por qué aparece tan mezclado lo vivido con lo imaginario?
En este libro la experiencia y la invención se encuentran fundidas. El jardín de las delicias es obra escrita desde la madurez de nuestro autor; allí está lo soñado, lo olvidado, lo que amó y lo que su imaginación creativa ha escrito para nosotros:
«[...] El sarcasmo, la pena negra, la loca esperanza, el amor, esa felicidad cuyo grito de júbilo decae y se extingue en el sollozo de conocerse efímera, el sarcasmo otra vez, el amor siempre, con sus insoportables y deliciosas torturas de que son instrumento el reloj, el teléfono, el calendario, los oscuros silencios y la imaginación insaciable, todo eso [...]»126. |
Llana y
simplemente, en esta obra de Ayala vuelvo a encontrar, como Alicia
después de haber penetrado en su «país de maravillas»
, que el
libro no es solamente -aunque pueda parecerlo de primera
intención- un juguete delicioso o un regalito fino que por
su presentación bien podría yo seleccionar como
presente apropiado para mis amigos esta Navidad. Es que hace
años, muchos años, otro autor tuvo ya esta feliz
ocurrencia de escribir un libro con apariencia de estampa
cómica, que parecía invitar a la más alegre
carcajada, que llegaba a todos produciendo reacciones diferentes,
que contenía experiencias personales, aunque el lector no
podía saber -ni apenas sabe hoy- dónde comenzaba la
experiencia y dónde la invención, y cuyo autor se
llamó Cervantes.
Entiéndaseme, no quiero decir con esto que son dos libros comparables el Quijote y esta obra de Ayala, aun con ser, hasta cierto punto, una misma cosa. Aquel escritor nos dejó una extensa novela cuyo eje era un —80→ héroe patético. Detrás de cada carcajada, de cada discurso, de cada descalabro, quedó la más profunda y auténtica de las realidades. Lo que Cervantes -escritor ya maduro- ofreció a su tiempo fue su visión del hombre, presentándole inmerso en la realidad de su época. Al ser este el trasfondo de la obra cervantina, nosotros, lectores, situados en el presente momento histórico, nos identificamos por un lado con las aspiraciones espirituales y morales que presenta el novelista Miguel de Cervantes, ya que en el hombre su humana naturaleza es perenne; pero nos tenemos que sentir alejados necesariamente, por otro lado, de sus circunstancias, ya que aquellas fueron las de una sociedad distante a la nuestra en el tiempo, y por lo tanto, adscrita a valores muy diferentes a los nuestros.
El jardín de las delicias, de Francisco Ayala, no tiene héroes, ni tampoco es propiamente una novela. Vivimos en un mundo de prisas continuas -ya no hay tiempo para sentarnos en una tertulia a la luz del hogar y leer en alta voz aquella larga novela de caballerías, o la otra pastoril, o la otra...-; queremos discursos cortos, novelas breves, volúmenes fáciles de manejar que no estorben al «otro» en el metro o molesten a «aquel» en el omnibus; y aquí están estos mini-relatos, estas piececitas compuestas en fechas distintas:
«[...] He reunido piezas diversas, de ayer mismo y de hace quién sabe cuántos años; las he combinado como los trozos de un espejo roto, y ahora debo contemplarlas en conjunto»127. |
Combinadas
«como los trozos de un espejo
roto»
a los que se acerca el lector para percibir, al
parecer, imágenes muy cómicas, pequeñitas,
diferentes, porque hay trozos más inclinados que otros, y la
imagen reflejada cambia, o acaso tan sólo parece que cambia
—81→
-aquel trocito, por ejemplo, es tan diminuto que apenas
refleja un ojo, el otro mi nariz, allí me veo toda; hoy me
asomé al espejo roto vestida y me vi reproducida de mil
maneras diferentes, gorda, delgadita, alta, muy bajita; ayer me
asomé desnuda y fue divertido; me he fijado bien, no son
diferentes las imágenes, soy siempre yo, la misma- y no
cambian, porque cuando el lector se asoma a estas piececitas de
Ayala descubre que «pese a su
diversidad»
reflejan siempre «una imagen única»
, la del
hombre, que es, como ya hemos dicho más de una vez,
el tema básico de la novelística ayaliana.
El primer grupo de relatos, «Diablo mundo» (cuyo título, como podemos darnos cuenta enseguida, apunta hacia la obra de Espronceda), se subdivide a su vez en: «Recortes del Diario Las Noticias»; y «Diálogos de amor».
La clave de interpretación del primer subgrupo nos la da el propio autor, pues al concluir la presentación de Las Noticias, leemos:
«[...] desde hace un tiempo, me dedico a fraguar noticias fingidas que, en el fondo, son demasiado reales, buscando usar la prensa diaria como espejo del mundo en que vivimos, y prontuario de una vida cuya futilidad grotesca queda apuntada en la taquigrafía de ese destino tan desastrado»128. |
Eso son Las
Noticias; Ayala usa «la prensa
diaria como espejo del mundo en que vivimos»
. Hemos de
decir que cada una de estas joyitas merece un estudio. Nosotros,
para no hacer demasiado extensas nuestras «impresiones»
, nos limitaremos a
presentar un comentario breve sobre algunas de ellas. «El
caso de la starlet Duquesita»129,
por ejemplo, que aparece muerta en su cama «debido a ingestión de una dosis excesiva
de —82→
barbitúricos»
, es noticia frecuente de la
realidad cotidiana. Su nombre completo apunta desde el comienzo de
la obrita a la profesión de la dama: Duquesita Luna.
Comparte Duquesita su tiempo entre su trabajo nocturno en el
cabaret Sultana y su «amigo»
y
«protector»
«Inocencio Caballero»
, alias
«Tirabuzón». Las razones que llevan a dar el
caso por concluso encierran una fuerte ironía.
«Otra vez
los gamberros»130
es noticia típica de los diarios del mundo entero que
evidencia un fenómeno de nuestra avanzada sociedad
tecnológica, el «juvenil
vandalismo»
de nuestros días, «sin que la policía haya conseguido poner
coto a sus desmanes»
.
«Ciencia e Industria» tiene como subtítulo: «Nuevo producto»131. Es acaso en esta noticia donde Ayala consigue ofrecernos en breves líneas toda el agua de locura de nuestro molino de hoy. Aquí está presentada en forma gráfica la degradación y disociación de los valores de nuestra cultura. Se trata de un nuevo invento, el «Akiko Plura»; el nuevo producto -por supuesto, japonés- cuya patente combina
«[...] dos inventos previos: la Frau Ersatz, que con tan buen éxito usaron los ejércitos de Hitler durante la segunda guerra mundial, y el Rubber Dance Partner o Mr. Mongo, que hizo furor hace años en los night clubs de Chicago»132. |
«Akiko
Plura» servirá para compensar al hombre moderno de sus
tensiones, «de tantas frustraciones como
lo afligen»
.
Nos dice la nota de periódico que una cadena importante de máquinas lavadoras y otra de restaurantes automáticos —83→ :
«[...] está estudiando incluso la posibilidad de abrir al público, por vía de ensayo, un local de Autoservicio 'Akiko Plura'»133. |
Cierran esta
sección dos «Cartas del lector»134.
La primera la firma Genaro Frías Avendaño, y es una
reflexión lastimera de un jubilado sobre una
disposición municipal que en cierto modo lo coloca frente al
sin sentido de su propia vida. La segunda carta es una protesta de
una ciudadana por «el estado de abandono
en que los servicios de limpieza tienen a la ciudad»
. Se
queja en particular esta señora de los resultados del
«consabido paseíto
higiénico»
de los perritos, y firma la carta:
Eufemia de Mier.
Noticias de
periódico, unos casos, «entre
tantísimos otros semejantes»
135,
que reflejan de modo inequívoco nuestro diario vivir en este
Diablo mundo.
Los «Diálogos de amor»136 son mini-dramas donde se presenta en forma plástica, mediante las palabras de sus personajes, la conducta humana, dentro de la misma visión negativa de Las Noticias. Pudimos ya ver que las piececitas anteriores reflejan la degradación de valores de nuestra sociedad. Ahora, en los Diálogos, nos ofrece Ayala un amor muy distinto al concepto neoplatónico que inspiró a León Hebreo, de cuyo famoso libro toma el título, pues, según nuestro novelista
«[...] Quizá el sector de nuestra cultura donde esta degradación y disociación final de los valores se hace más visible y escandalosa sea el de la erótica. La vieja y espléndida elaboración del amor, que desde sus bases platónicas apenas había evolucionado dentro de su estructura básica hasta bien pasado el romanticismo, se —84→ derrumba de golpe ante nuestros ojos, haciéndonos recaer en el primitivismo del culto fálico»137. |
Adoptan todas estas obritas una forma dramática. Un Bailo in Maschera138 podría valer como pieza destinada a la radio. Todas ellas son representables. De hecho este verano en la Universidad de Oviedo durante la reunión de la Asociación Europea de Profesores de Español se escenificó y representó uno de los diálogos que componen El jardín de las delicias: el titulado «Diálogo entre el amor y un viejo»139. La representación de estas piezas, bien en el teatro, o mediante cualquier otro medio de tipo mecánico, como grabación en disco o cinta magnetofónica, realzaría su significación.
Nos detendremos ahora a presentar nuestras «impresiones» acerca de una de estas obritas que no aparecía en la edición de las Obras narrativas completas: «The party's over»140 que es al mismo tiempo el título de una de las canciones que forman parte de la comedia musical Bells are ringing141.
La pieza supone un
diálogo entre una pareja, al parecer un matrimonio, que hace
los habituales comentarios tras una recién terminada fiesta
en su casa. Inicia Ayala el relato diciéndonos: «Se acabó la fiesta»
(traducción exacta del título), y a partir de esa
frase comienza la pareja a recapitular incidentes distintos del
—85→
party,
que, además, según opinan ellos, «ha sido un
éxito completo».
Concluye la narración cuando uno de los personajes pregunta al otro:
«[...] Pero oye, tú, dime, ¿qué hacemos?, ¿sacamos toda esta porquería ahora, o la dejamos ahí, y ya mañana será otro día?»142. |
Una página más de la vida cotidiana, son hechos de cada día, que suceden en todas partes, que no pertenecen a ningún ámbito ni a ningún pueblo, sino que, por el contrario, tienen alcance universal en el espacio y en el tiempo.
La segunda parte de El jardín de las delicias está formada por una colección de narraciones agrupadas bajo el subtítulo de «Días felices»; veinticuatro relatos brevísimos que guardan en su mayor parte una íntima relación con obras plásticas de la cultura universal y que, como quedó dicho, se ilustran en la edición de Seix Barral con preciosos grabados.
«Nuestro
jardín»143,
que comentaremos brevemente a modo de ejemplo, lleva como
ilustración una pintura que identifica el autor como
«Cuadro de familia». Es este escrito una fina
evocación donde se combinan seguramente el recuerdo o la
experiencia con lo imaginado, con la invención. Primero se
nos describe el cuadro, luego señala el narrador que
«No pasa el tiempo por ese jardín
nuestro»
; y a continuación sugiere que han pasado
muchos años y muchas cosas, porque ahora, «al cabo de los años mil»
,
«el cuadro está en casa de uno de
mis hermanos, al otro lado del océano»
. Regresamos
entonces hacia el pasado y escuchamos una conversación entre
un niño y su madre a quien éste —86→
hace preguntas acerca del cuadro y los detalles que en
él aparecen.
El niño no
conoció el jardín realmente, ni siquiera tuvo
ocasión de visitarlo, pues la «casa se vendió al morir el
abuelo»
; aprendió no obstante a amarlo a
través de la evocación o el ensueño del
cuadro. Supo incluso un día, por su madre, que ese
jardín, el «nuestro»
,
se encontraba cerquísima de donde vivían;
trató de contemplarlo, de asomarse a él en una
ocasión, pero una alta balaustrada le impidió ver;
creyó que allí estaban aún los geranios del
cuadro, pero en realidad «ni eran
geranios ya»
. Nunca hubo el tiempo ni se presentó
la oportunidad de visitar el perdido jardín de la que fuera
antigua casona de toda la familia.
Hoy, lejos, un día cualquiera, al otro lado del océano, tío y sobrino contemplan el cuadro. Ya no está la mamá que contesta preguntas sobre el aro, la fuente o la prima Laura; han pasado los años y pregunta el sobrino:
«[...] -Esa niña que recoge el aro, ¿no era una prima de papá y tuya? Y aquella, allí, ¿no es la abuela? Papá nunca vio el jardín del bisabuelo; y tú ¿lo viste alguna vez, tío?»144. |
Delicada
composición que presenta una vez más el tema del
paso del tiempo. En «Nuestro jardín»
quedan engarzadas la experiencia y la invención, la
descripción del cuadro pintado por la madre de Francisco
Ayala, y un finísimo tratamiento del novelista al deseo
íntimo e insatisfecho que vive en cada hombre, el anhelo del
paraíso perdido. El niño que sueña instruido
por su madre, el ansia de preguntar y saber, el conocimiento de la
también soñada Laura, la mujer, el deseo siempre
imaginado y nunca satisfecho de asomarnos a ese paraíso que
jamás lograremos ver aquí en la tierra; el
jardín —87→
que «papá nunca
vio»
, «y tú, ¿lo
viste alguna vez, tío?»
, nuestro
jardín.
«En Pascua florida»145, narración de menos de una página. Dos líneas encabezan el relato:
«A Lisa, que me ha enviado un huevo de pascua decorado por ella»146. |
Lisa, la mujer,
puesta allá arriba, la eterna Lisa de Garcilaso, la siempre
presente Laura de Petrarca. Lisa ya no es Lisa, ni siquiera es
mujer, está colocada en lo alto «como una hostia»
, es una promesa
cerrada, y el poeta interroga «como
siempre, en vano»
. El saber y el no saber de Lisa, el
regalo de Pascua Florida, de resurrección, el preguntarse
eterno del hombre ante «la mensajera
divina»
, para terminar en «los
umbrales oscuros preguntando todavía y siempre en
vano»
. Es el hombre y su preguntarse eterno, hasta los
umbrales de la misma muerte, el saber y el no saber, y al mismo
tiempo, como contradicción de su humana naturaleza, el miedo
de romper el huevo cerrado, aunque «de
un momento a otro, acaso hoy mismo, será fecunda ya con
dolor y sangre [...]»
.
«Entre el grand guignol y el vaudeville»147; y «Magia II»148 son de nuestras, obritas preferidas, acaso porque en ellas hace converger Ayala las corrientes más heterogéneas de la literatura universal. «Magia II» expresa artísticamente el problema del tiempo que pasa y no vuelve más. En ella se combinan en forma armónica seis alusiones literarias. Una de esas alusiones nos refiere específicamente a La vida es sueño, de Calderón, en la mención al Minotauro; y páginas adelante, otra —88→ obrita, «Mientras tú duermes»149, vuelve de nuevo sobre el mismo tema; ilustra Ayala precisamente su pieza con un cuadro de Picasso, Minotauro y durmiente150.
Y así, una tras otra, se engarzan las veinticuatro piececitas, terminando con «Música para bien morir»151. Estas narraciones tienen como tema común el paso del tiempo. La colección «Días felices» presenta en cada mini-relato un tono diferente, una perspectiva distinta.
Todo esto y
aún mucho más que queda por decir es, en
líneas generales, El jardín de las delicias.
Junto a la creación imaginativa están colocadas
experiencias de la vida del autor, preservadas «en un arca de palabras»
, construida
con dominio tal de la técnica narrativa y uso
artístico de los más diferentes niveles de
vocabulario que, «Los años
correrán, volará el tiempo; y si un día hacia
el final de los tuyos»
152
-y los míos-, volvemos a leer estas magníficas
joyitas de Ayala, volveremos a encontrar al hombre
detrás de cada noticia absurda, en los personajes
de los diferentes diálogos, y a sus más
universales y perennes aspiraciones en el trasfondo de cada relato
de la colección «Días felices». Aun
cuando para entonces, al variar en el futuro estas circunstancias
históricas de hoy, hayamos eliminado a los «gamberros»
o se resuelva el problema
de la «escasez de vivienda en el
Japón»
o terminen las jovencitas histéricas
que persiguen a los blandos «Isabelos»
, siempre, en situaciones
acaso diferentes, pero en el fondo parecidísimas, se
producirá el «Diálogo entre el amor y un
viejo», tendremos millones de «Memento
mori»
, se celebrarán nuevas
«Exequias por Fifi»; y exclamaremos
—89→
desde lo más hondo Gaudeamus, viviendo con el eterno anhelo de
asomarnos a «Nuestro jardín» y vagaremos
algún día en busca de compañía a
nuestra soledad, en espera de la «Música para bien
morir», porque el hombre y su humana naturaleza,
tema básico de El jardín de las delicias,
son perennes en nuestro Diablo mundo.
—[90]→ —91→
—[92]→ —93→
«[...] no hay diferencia cualitativa en los materiales empleados por mí a lo largo de los años y las obras». |
Francisco Ayala153. |
Las Obras narrativas completas, de Francisco Ayala, fueron publicadas en 1969154. El volumen se abre con la novela larga Tragicomedia de un hombre sin espíritu155, escrita por el autor en su primera juventud («A los dieciocho años escribí una novela -su fecha de edición, 1925-»)156, y se cierra con un relato breve: Música para bien morir, fechado en 1966157.
La novela que
inicia su producción en el campo narrativo, así como
el relato que concluye sus Obras completas, evidencian en
forma artística e interesantísima que, como el propio
Ayala afirma, «no hay diferencia
cualitativa en los materiales -por él empleados- a lo largo
de los años y las obras»
.
Al estudiar
Tragicomedia de un hombre sin espíritu, de 1925, y
Música para bien morir, de 1966, encontraremos, por
supuesto, diferencias, pero veremos que, según
señaló su autor, estas no descansan en los
—94→
materiales empleados ni mucho menos en caprichos o
arbitrariedades del novelista. Si entendemos con Ayala que «el escritor opera siempre en respuesta a la
experiencia que el mundo le ofrece»
158
y sabemos que en sus obras de imaginación «las miserias de la criatura humana están
presentadas siempre en conexión significativa directa con el
orden moral»
159,
comprenderemos entonces que las diferencias obvias entre los
personajes y el ambiente en que esos personajes se nos dan radican
en la vida misma, en los cambios de la vida humana en el lapso
entre 1925 y nuestra actualidad, en las situaciones a que estaba
sometido el hombre de aquellos años, su mundo, sus valores,
y las situaciones, el mundo y los valores a que estamos sometidos
los hombres de hoy.
Tragicomedia de un hombre sin espíritu es la historia en forma autobiográfica de un hombre, jorobado y solitario, Miguel Castillejo. Sus Memorias nos llegan por conducto de dos amigos o casi-amigos del personaje, y en sus páginas se cuenta la vida de Miguel, desde que era un chiquillo hasta que llega a ser un hombre. Una narración bien lograda, enriquecida por sutiles alusiones literarias, habla del crecimiento o desarrollo interior de Castillejo, sus ansias de niño, sus deseos de adolescente, su ridículo enamoramiento y la brutal burla que a consecuencia de este sufre el jorobado, llevándolo a la más desolada de las simas; en pocas palabras, las experiencias de su espíritu en la difícil tragedia o comedia de la vida, en la tragicomedia de Miguel Castillejo. Y la lectura de la novela nos deja un sabor agridulce mientras que la conclusión no invita ni a la pena ni al gozo, sino que, muy al estilo de nuestro autor en el transcurso de toda su obra narrativa, quedamos llenos de preguntas, reflexivos, perplejos, —95→ -como queda el ser humano al reflexionar en su yo interior ante el espectáculo de su propia vida-, en tanto que un «final abierto» presenta a Miguel en un tren contemplando las estrellas; tren que
«[...] corría raudo por las tierras de Castilla. A un lado se veía una tersa y bruñida superficie, rizada por los bordes, que invertía el paisaje al reflejarlo como un espejo gigantesco; al mismo tiempo producía el agua un rumor fresco y confortante»160. |
Música
para bien morir es un cuento brevísimo que nos coloca
ante un hombre de edad avanzada, un anciano que refiere sus
impresiones de un día de primavera tras un «interminable invierno»
. El autor nos
asoma a unos instantes en la vida de su personaje; recorre este la
Quinta Avenida, contempla los escaparates de las lujosas tiendas
neoyorquinas y, detenido ante la vitrina del famoso joyero
«Buccellati», sus recuerdos le transportan por un
momento a la «Piazza di
Spagna» en Roma. Más tarde, ante una
tienda de instrumentos de música ve nuestro hombre
«los títulos de una colección recién
lanzada: la serie de Music for...»;
«[...] 'Música para una tarde de lluvia', 'Música para hacer gimnasia', 'Música para el desayuno', 'Música para su corazón abandonado' [...]». |
«Música para pasear por la Quinta Avenida, Música para un día de perfecta primavera, Música para [...]»161. |
Hay música
para todo; piensa el anciano que eso es absurdo, regresa a su casa
y, cansado, se duerme; pero despierta luego, mira el reloj y
«aún no es media
—96→
noche»
; entonces para buscar alivio a su soledad
pone a funcionar la radio y «la
música»
le hace compañía al
solitario personaje de «corazón
abandonado»
.
En forma sucinta
hemos comentado las dos narraciones de Ayala, la novela de 1925 y
el cuento de 1966; debemos destacar que Música para bien
morir nos sitúa frente a un hombre que vive en soledad,
un «solitario»
, un anciano; y
que Tragicomedia de un hombre sin espíritu nos
llevaba también ante un hombre de quien, sin saberse
siquiera si había muerto, hablaban dos individuos -apenas
conocidos suyos- en el pretérito. El anciano de 1966 es un
solitario que encuentra compañía en la música
de la radio; el joven de 1925, un jorobado que tenía como
únicos amigos -ya desde sus años infantiles- a sus
libros. Del anciano desconocemos hasta el nombre; del joven sabemos
que se llama Miguel Castillejo, aunque vive tan retirado, tan
aislado, tan solo, que «los
amigos»
que inician la novela apenas le han tratado en
forma «muy superficial»
, y
solamente pueden contarnos algo de Miguel cuando la lectura de sus
Memorias les lleva realmente a conocer el fondo del pobre
y «solitario»
Castillejo.
Vemos ya las
diferencias entre los personajes, en sus situaciones, en las
experiencias que el mundo ofrecía a los hombres de 1925 y
las que brinda a los de hoy. Miguel tiene un nombre, deambula por
numerosas calles conocidas, visita personas, familias, individuos
de los que sabemos cómo se llaman, sus costumbres y
miserias; Castillejo mismo es pobre, está enfermo, tiene uno
o unos problemas específicos, una vida tragicómica,
una existencia individual, y a veces, al hablar critica situaciones
o acontecimientos de la sociedad española. El tren en que
finalmente se marcha de la ciudad «corría raudo por las tierras de
Castilla»
.
El anciano de
nombre desconocido se mueve dentro de una multitud anónima;
a su lado pasan «mujeres
resueltas»
, «jovencitas»
, «gentes diversas»
, «enérgicas»
—97→
; masa humana de la que ignoramos nombres, costumbres y
problemas.
Ayer, en la novela
de 1925, bastó al personaje, a Miguel, para tratar de huir
de su soledad, para ir en busca de algo o de alguien, subirse a un
tren que correría por tierras castellanas. Hoy, el mundo se
ha estrechado, se ha hecho más pequeño, y nuestro
anciano que camina solitario por la famosa Quinta Avenida se
traslada, mentalmente, sin que apenas transcurran unos instantes, a
la también famosa Piazza di Spagna -aglomeración
parecidísima la de la avenida neoyorquina y la de la plaza
italiana; en la Piazza, «cubierta de
flores y de turistas»
, podemos escuchar hoy aquí y
allá, gentes que hablan, que sonríen, jóvenes,
viejos, que se comunican en lengua inglesa; y en medio de la
Quinta Avenida hallamos la vitrina conocida y brillante de
un joyero italiano, Buccellati-. El viejecito regresa de su
rápido viaje y se marcha de nuevo, solo en medio de la
multitud, a su casa, donde por fin, para encontrar
compañía, pondrá a funcionar la radio y
escuchará una nueva «colección recién
lanzada»
al mercado; así, en serie, en grupo,
dentro de la multitud sin nombre de nuestros días; en una
situación y dentro de unos valores sociales y morales
completamente distintos a los del joven Miguel de 1925. Aquel
jorobado Castillejo se aleja incluso de nosotros los lectores, en
forma completamente diferente a la del anciano de Música
para bien morir. Miguel huye o corre en busca de algo que ni
él mismo sabe lo que es; sus ojos miran las estrellas,
mientras que el agua del río que corre también
paralela al tren -y todo parece contagiado de la misma carrera y la
misma búsqueda de Miguel- producía en el solitario
personaje «un rumor fresco y
confortante»
. Castillejo busca porque es joven,
y al no poder correr él mismo, encerrado en un cuerpo
deforme, jorobado, que es la cárcel de su espíritu,
cuerpo que tiene muchas de las características de la
sociedad deforme y torcida —98→
en que vive nuestro hombre, sube a un tren que
correrá por él, en tanto que sus ojos van más
allá, se remontan hacia «las
estrellas»
.
El viejo, en
cambio, erecto y firme, «andaba
despacito, no tenía prisa ninguna»
. El joven
deseaba correr, huir, y en contraste con él, al hombre ya
anciano le «sobraba el
tiempo»
; el viejecito de hoy ya no busca, está de
regreso de todos sus viajes; ha hecho hasta el viaje que era lugar
común en una época remota, «el viaje a Italia»
; porque nuestro
personaje, aunque no sabemos cuántos años tiene, nos
da la impresión de venir de un tiempo muy lejano, desde el
pasado distante hasta hoy. De ahí su cansancio: y por eso
ahora la voz de la radio, que le habla «de reposo anhelado y de eterna
dicha»
, viene envuelta entre «las notas de un órgano»
, y el
ambiente se hace «íntimo y
solemne»
; por último:
«[...] Tras breve pausa, otra voz muy distinta anuncia con énfasis profesional: 'Acaban de escuchar ustedes la nueva grabación Music for the moment of Death (Música para la hora de la muerte) como una primicia ofrecida a nuestros radio-oyentes por cortesía de esta emisora. Pertenece el nuevo disco a la popularísima serie Music for...»162. |
Los personajes
están situados en épocas distintas; Miguel recorre
los barrios madrileños, piensa en sus problemas personales,
en su tragedia específica; el anciano es un hombre
cualquiera que descubre una colección de discos... en
«serie»
, que camina entre
gentes anónimas. Expresan estos personajes situaciones
disímiles, pues ambos pertenecen a épocas culturales
diferentes, por lo tanto es también diferente «la experiencia que el mundo le
ofrece»
a cada uno de ellos; están alejados en el
tiempo y en el espacio; y, no obstante, si nos fijamos bien, si
llegamos a tocar El fondo del —99→
vaso de los personajes de estas dos narraciones, vemos
que el jorobado madrileño de 1925 expresa el mismo problema
del anciano de 1966. Es que, en definitiva, los materiales con los
que Ayala ha construido sus narraciones son los mismos «a lo largo de los años y las
obras»
, y tienen que serlo porque el tema básico
de la novelística ayaliana es el hombre, y el
Miguel Castillejo de 1925 y el anciano de hoy son seres
humanos que tienen en común su humana naturaleza
perenne a través de los tiempos. Miguel y el anciano tienen
un problema idéntico -uno de los problemas acaso hoy
más llevado y traído, más discutido: la
soledad en que vive el hombre contemporáneo-: ambos
están solos.
Desde 1925 hasta
hoy, la narrativa de Ayala ha variado en su estética y su
tono, y ha tenido que variar porque han cambiado las condiciones
que la vida impone a nuestro humano vivir, nuestras situaciones,
nuestras experiencias; y las situaciones y experiencias del
novelista adquieren también, entonces, formas distintas en
el tiempo, aunque, como hemos visto, no han variado «los materiales empleados»
por
él, ya que desde su primera novela hasta sus escritos
más recientes, Francisco Ayala se ocupa una y otra vez
del hombre en el mundo.
—[100]→ —101→
-
1. Libros
- El As de Bastos. Buenos Aires. Sur, 1963.
- El boxeador y un ángel. Madrid. Cuadernos Literarios, 1929.
- La cabeza del cordero. Buenos Aires. Editorial Losada, 1949.
- —— Segunda edición. Buenos Aires. Compañía General Fabril Editora, 1962.
- —— Editado por Keith Ellis. Englewood Cliffs, N. J. Prentice Hall, 1968.
- —— Barcelona. Editorial Seix Barral, 1972.
- Cazador en el alba. Madrid. Ediciones Ulises, 1930.
- Cazador en el alba y otras imaginaciones. Barcelona. Editorial Seix Barral, 1971.
- Cuentos. Salamanca-Madrid-Barcelona. Anaya, 1966.
- De raptos, violaciones y otras inconveniencias. Madrid-Barcelona. Alfaguara, 1966.
- El fondo del vaso. Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1962.
- El hechizado. Buenos Aires. Cuadernos de la Quimera. Emecé, 1944.
- El jardín de las delicias. Barcelona. Editorial Seix Barral, 1971.
- El rapto. Editado por Phyllis Zatlin Boring. New York. Harcourt Brace Jovanovich, Inc., 1971.
- Historia de macacos. Madrid. Revista de Occidente, 1955.
- —— Buenos Aires. Compañía Fabril Editora, 1964.
- —— Barcelona. Editorial Seix Barral, 1972.
- Historia de un amanecer. Madrid. Editorial Castilla, 1926.
- Mis páginas mejores. Madrid. Editorial Gredos, 1965.
- Muertes de perro. Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1958.
- —— Madrid. Alianza Editorial, 1968.
- —— Traducción inglesa. Death as a Way of Life. Nueva York. Macmillan, 1964.
- —104→
- Obras narrativas completas. Méjico. Aguilar, 1969.
- Tragicomedia de un hombre sin espíritu. Madrid. Industrial Gráfica, 1925.
- Los usurpadores. Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1949.
- —— Barcelona. Editorial Andorra, S. L., 1970.
- —— Barcelona. Editorial Seix Barral, 1971.
-
2. Obras narrativas publicadas en revistas
- «Amor sagrado y amor profano». Razón y Fábula, núm. 23, enero-febrero 1971, págs. 34-36.
- «Au Cochon de Lait». Razón y Fábula, núm. 23, enero-febrero 1971, págs. 36-37.
- «Baile de máscaras». Papeles de Son Armadans, vol. XXIII, número 67, octubre 1961, págs. 97-107.
- «The Bewitched». Spanish Writers in Exile. Ed. Ángel Flores, Sausolito, Bern Porter, 1950.
- «Una boda sonada». Papeles de Son Armadans, vol. XXIV, número 72, marzo 1962, págs. 303-319.
- «La campana de Huesca». Sur, núm. 106, agosto 1943, págs. 14-27.
- «Cazador en el alba». Revista de Occidente, núm. 75, págs. 308328; núm. 76, págs. 38-56, septiembre-octubre 1929.
- «Diálogo de los muertos». Sur, núm. 63, diciembre 1939, páginas 35-42.
- «Erika ante el invierno». Revista de Occidente, núm. 88, noviembre 1930, págs. 85-101.
- «El gallo de la pasión». Revista de Avance, núm. 17, diciembre 1927.
- «Historia de macacos». Sur, núms. 215-216, septiembre-octubre 1952, págs. 24-59.
- «Hora muerta». Revista de Occidente, núm. 47, febrero 1927, páginas 151-164.
- «El inquisidor». Cuadernos Americanos, vol. 50, núm. 2, marzo-abril, 1950, págs. 275-290.
- «The Inquisitor». The Texas Quarterly, vol. IV, núm. 1, Spring, 1961, págs. 202-213.
- «Una lección ejemplar». Ínsula, 201, agosto 1963, pág. 32,
- —— Revista de la universidad de Méjico, vol. XVII, núm. 12, agosto 1963, pág. 15.
- «El leoncillo de barro negro». Ínsula, núm. 274, septiembre 1969, página 5.
- —— Razón y Fábula, núm. 23, enero-febrero 1971, págs. 32-33. «Medusa artificial». Revista de Occidente, núm. 65, diciembre 1928, págs. 227-238.
- —105→
- «El mensaje», Sur, núm. 170, diciembre 1948, págs. 19-53. «Nuestro jardín». Razón y Fábula, núm. 26, julio-agosto 1971, páginas 47-49.
- «El prodigio». Américas, vol. 13, núm. 4, abril 1961, págs. 22-24.
- —— Ínsula, núm. 175, junio 1961, pág. 16.
- «El tajo». Realidad, vol. VI, núm. 16, julio-agosto 1949, páginas 59-87.
- «Tu ausencia». Razón y Fábula, núm. 23, enero-febrero 1971, páginas 33-34.
- «Violación en California». Cuadernos Americanos, vol. 61, núm. 3, mayo-junio 1961, págs. 282-288.
-
1. Bibliografías
- AYALA, Francisco: Cuentos. Salamanca-Madrid-Barcelona. Anaya, 1966, págs. 11-14.
- —— Mis páginas mejores. Madrid. Editorial Gredos, 1965, páginas 21-26.
- —— Obras narrativas completas. Méjico. Aguilar, 1969, págs. 93-96.
- ELLIS, Keith: El arte narrativo de Francisco Ayala. Madrid. Editorial Gredos, 1964, págs. 239-51.
- IRIZARRY, Estelle: Teoría y creación en Francisco Ayala. Editorial Gredos, 1971, págs. 259-271.
-
2. Libros y artículos
- ALVAJAR, César: «Historia de macacos de Francisco Ayala». Cuadernos, 23, marzo-abril 1957, págs. 108-109.
- AMORÓS, Andrés: «Conversación con Francisco Ayala». Revista de Occidente, año VI, segunda época, noviembre 1968, páginas 145-71.
- —— «Narraciones de Francisco Ayala». Cuadernos Hispanoamericanos, 209, mayo 1967.
- —— «Prólogo». Obras narrativas completas de Francisco Ayala. Méjico. Aguilar, 1969, págs. 9-92.
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