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Los unitarios

(Artículo recomendado a las autoridades francesas en el Plata)

José Mármol

Teodosio Fernández (ed. lit.)





Este nombre que en otro tiempo perteneció a los miembros del partido político que sostuvo el principio de unidad de régimen para la república, sirvió a Rosas, desde que estableció su dictadura, para clasificar con él a todos los enemigos de su gobierno personal, reviviendo y teniendo en acción de este modo las viejas cuestiones constitucionales del país, que dejaron de existir a la presencia del poder que absorbió todas las cuestiones de principios que agitaron la opinión pública en los tiempos de la libertad argentina.

La palabra unitario ha sido, en boca del dictador, sinónimo de enemigo de su gobierno, fuese o no federal en principio el hombre a quien se aplicaba esa clasificación; y hoy se repite esto prácticamente en la persona del general Urquiza, a quien Rosas llama unitario porque se ha levantado contra su gobierno despótico.

Unitarios son, pues, todos sus enemigos. Sea en hora buena. Todo nombre es honroso, santo, siempre que él determine los enemigos del más inmoral y bárbaro gobierno.

Todos, pues, hemos aceptado ese nombre: unos por principio, otros porque es la clasificación genérica de los enemigos de Rosas, impuesta por él mismo.

Pero lo más singular es que para Rosas son unitarios también todos los que antes de su gobierno han propendido al progreso y civilización de la república; porque en sus doctrinas, o en sus obras, dejaron los principios contrarios al sistema que él ha planteado con su dictadura.

Entretanto, la historia de los unitarios, desde el general Rodríguez hasta el general Urquiza, desde 1821 hasta 1851, dentro y fuera del país, en la prosperidad o en la desgracia, es la historia de la civilización nacional.

La tradición cívica, reformista; la tradición constitucional y progresista está unida indivisiblemente a la existencia de los enemigos de Rosas en todos tiempos, en todas partes y bajo todas condiciones.

Nuestras primeras relaciones de paz, de comercio y de amistad con la Europa están signadas por hombres que después han figurado en el martirologio de los argentinos.

Toda nuestra legislación liberal y democrática tiene las fechas del tiempo en que dirigieron los destinos públicos los hombres maldecidos por el dictador.

Los principios de nuestra organización nacional, de nuestras grandes creaciones públicas bebidas en la ciencia y en la práctica europea, son la obra exclusiva de esos ciudadanos perseguidos después, asesinados o proscritos por el dictador.

Sobre la república hay una página de sangre donde la tradición enseña cómo se ha luchado brazo a brazo con el gobierno de Rosas para reconquistar los principios sanos de orden, de progreso y de paz establecidos antes de Rosas; y esta página ha sido escrita con la sangre de sus enemigos.

En el extranjero; es decir, en toda la América, en Francia, en Inglaterra, en todas partes se encuentra el nombre de esos unitarios en la propaganda de toda una revolución de principios armonizada al siglo, a la justicia y a las ideas todas que la América aprendió de la Europa para poderla ofrecer más tarde un mundo entero, no como un campo de discusión y guerra, sino de paz e inagotable minero a su población, a su industria y a su comercio; a sus doctrinas, a su ciencia y a su progreso.

Desde la estrofa de libertad que canta el pueblo, hasta nuestros más altos principios de asociación con la humanidad, todo se encuentra, y únicamente en ella, en la tradición unitaria.

Desde nuestras primeras glorias militares hasta nuestro último trabajo orgánico, interior y exteriormente en la república, todo es la obra exclusiva de los hombres contrarios al sistema de Rosas; de los unitarios, como él los llama.

La tradición literaria, científica, no tiene una sola referencia que poder hacer, que no sea a los hombres excomulgado por Rosas.

Inscribir su nombre en la historia de los enemigos del tirano, y aliarse con lo que conviene a la prosperidad de la república, y a las relaciones más altas y convenientes con la América y con la Europa, todo ha sido y es una misma cosa.

En 1840 la Francia reconocía por aliados a los enemigos del dictador, y los nombres de sus autoridades en el Plata asignaban juntamente con los unitarios los programas políticos que debían regir en la república, en sus relaciones con la Francia, una vez que se obtuviese el triunfo. Y esos programas se repetían con entusiasmo por todos los amigos de la civilización argentina, que no quería ser otra cosa que una parte de la civilización del siglo.

En 1851 el general Urquiza, el unitario Urquiza como le llama Rosas, levanta su bandera de revolución contra la dictadura; y su programa, fácil y conveniente en la república, pasma sin embargo a los que han creído que no se podía hacer otra cosa que mandar en estos países del modo y en la forma en que lo hace Rosas.

La república, embrutecida, débil y atrasada bajo el peso de esa dictadura que ha gravitado por veinte años sobre su inteligencia y sobre su cuerpo, entra con la revolución de Entre Ríos en la vida de acción, de ideas y de vigor de los pueblos destinados a prosperar.

La república sin leyes, sin forma ni principio alguno que sirviese de incentivo a la emigración, a la industria y al comercio extranjero, va a constituirse, y a ser, bajo la paz, la justicia y el orden, el centro de las especulaciones del comercio, del desborde las emigraciones europeas, del ejercicio de la industria, donde la misma novedad de ese rico y fértil país que aparece a sus ojos de repente después de veinte años de claustrura, va a ser un nuevo motor a su más rápido movimiento.

La república cerrada con la puerta del Plata, teniendo por centinelas el atraso y la malignidad del gobierno de Rosas, abre con la revolución del Entre Ríos su magnífico Paraná, y pone en expectación del mundo comercial y emigrante las espléndidas costas de Buenos Aires, de Entre Ríos, de Santa Fe y de Corrientes; lo impele a que salude las aguas del Paraguay y del Bermejo, a que admire la bendición de la pródiga naturaleza en ese Chaco, verde y magnífica promesa del porvenir, y vaya a esperar en Salta la mano comercial de la República de Bolivia.

He ahí en su expresión más simple la revolución del Entre Ríos.

He ahí lo que han sido y lo que son los unitarios.

He ahí su historia.

Citadnos ahora la página de la de Rosas que pueda rivalizar con una sola de las ideas o de las prácticas de sus enemigos.

El gobierno de Rosas es la tradición del atraso de la república y de los perjuicios de la Europa en ella.

Antes de él la tiranía sistemada era desconocida allí.

Antes de él la república realizaba la promesa que hizo al mundo en 1810: ofrecía su suelo, sus instituciones, su democracia a la labor y a la empresa de los hombres, fuera cual fuera su nacionalidad.

Después de él la república se hizo tribu indígena, o colonia de Felipe II: ¡estalló contra el extranjero la explosión de las susceptibilidades locales, y encastillada entre sus ríos y sus desiertos, se divorció del mundo para vivir con sus recursos propios, como si la providencia nos hubiese dado ese tesoro magnífico que poseemos bajo los cielos meridionales de la América, para legarlo inexplotado y perdido a las generaciones futuras, olvidado en provecho del más bárbaro y atrasado de los gobiernos!

Antes de él la República estrechaba o creaba sus relaciones políticas con los demás gobiernos, porque sólo de la unión y las ventajas recíprocas pueden nacer beneficios y prosperidad para todos.

Después de él la república no ha conservado sus buenas relaciones con ningún gobierno de aquellos que más inmediatamente estaban en contacto con ella. Bolivia, Chile, el Paraguay, el Estado Oriental, la Francia, la Inglaterra, han tenido que ponerse en acción de guerra, más o menos directa contra la república. Las cuestiones se han sucedido, los compromisos se han multiplicado, las armas han obrado en fin, y la república no ha podido ver zanjadas plenamente ni una sola de las dificultades creadas y sostenidas por el dictador.

Del año 38 al 48 los puertos de Buenos Aires han sido bloqueados por cinco años; y el comercio europeo ha tenido que sufrir esa larguísima interdicción a que jamás hubiera estado expuesto bajo ningún gobierno de los enemigos de ese hombre que encontraba en esas mismas cuestiones un elemento de existencia, y un medio de explotar contra el extranjero los celos de nuestros pueblos atrasados.

Ésa es la tradición de Rosas, en las altas vistas de una política filosófica; ésa es la historia entera de su gobierno en sus grandes síntesis. Y a la vista de ese paralelo de tradiciones, muchas veces nos hemos enorgullecido al ver que en este rincón del mundo se comprendían mejor los intereses de la Europa en la América, que allá en esos vastos laboratorios de las más altas especulaciones del pensamiento humano, que se llaman París, Londres, etc.

¡Esos pobres unitarios, mendigos siempre de un poco de aire libre en el extranjero, han visto desvanecerse en su cabeza las bellas ilusiones que se crearon en un tiempo sobre los vastos genios de la Europa, y aprendido, en la práctica de los desengaños, que hay en la América quien pueda darles lecciones sobre los intereses de la Europa en este mundo tan desconocido para ella, y de cuyo porvenir, por algunos años, ella querría dar contenta los más bellos siglos de su pasado!

En el gobierno de Rosas, la Francia y la Inglaterra no han alcanzado a ver otra cosa que su poder material y la ostensible resignación de los pueblos. Y en el partido de sus enemigos, no vieron otra cosa que los hombres dispersos que andaban sobre el mundo.

No comprendieron que aquel poder era el resultado de la inercia momentánea de sus enemigos.

Que aquella sumisión de los pueblos era la obra del aislamiento de las voluntades, y no de la conciencia pública.

Que el partido de los enemigos del dictador no estaba sostenido por sus influencias diseminadas en el extranjero, sino por necesidades fatales, por intereses indestructibles de la república misma. Por necesidades e intereses que temprano o tarde habían de hacerse sentir estrepitosamente en ella, teniendo que buscar sus defensores en la misma tradición de la república, que se encarnaba en esos unitarios pobres y dispersos.

Que el partido de oposición a Rosas no estaba solamente fuera de la república. Que toda la república era unitaria, en sentido de ser enemiga del sistema tirante que los oprimía.

Que el gobierno de Rosas no era un hecho establecido, sino un hecho de transición basado en un poder negativo.

Que en el triunfo de los enemigos de Rosas se encerraba el triunfo de los intereses europeos.

Y sin comprender todo esto, la Francia abandonó a sus aliados en 1840. La Inglaterra protestó contra todas sus declaraciones, e hizo traición a sus aliados y a su honor en 1847. Y la Francia en 1850 se disponía a entregar a la cadena de los pueblos esclavizados por el dictador, esta República Oriental que había tomado bajo el amparo de su poderosa protección.

¿Y por qué todo eso? Por contribuir a dar solidez a un gobierno a quien creían la expresión de las necesidades de estos pueblos, y del cual debían captarse las simpatías para perpetuar con él una paz que con él, sin embargo, no han podido obtener nunca.

Hasta dónde se ha llevado con tal conducta la aberración del sentido político en los gabinetes de Inglaterra y Francia, está ahí ahora vivo y palpitante en la revolución del Entre Ríos.

Ya saben ahora los agentes de la Francia lo que importaba el poder de Rosas en el territorio oriental. Sabrán dentro de dos meses lo que importa ese mismo poder en la República Argentina.

Queremos a la Europa. La América necesita de ella, como ella necesita de la América.

Veremos al hombre europeo cubierto en nuestro país por nuestras instituciones liberales.

Veremos el comercio de la Europa infiltrarse por las entrañas de la América, cuyas mejores arterias ha puesto la providencia en el seno de nuestra patria.

Veremos la familia industriosa de la Europa llegar a poblar nuestras fértiles praderas y dormir tranquila bajo el cielo que ha de cubrir hermoso la tierra nativa de sus hijos. Pero, ¡ay, que en la historia de nuestra vida política no podremos jamás volver los ojos a la página negra de nuestras desgracias sin ver el nombre de la Inglaterra y de la Francia al lado de nuestros más amargos desengaños!

Los agentes de esos gobiernos, con las pocas honrosas excepciones que conocemos, todos han tenido la triste misión de venir a trabajar en estos países en sentido contrario al que les aconsejaban los intereses más caros de los Estados que representaban.

Pero si esta conducta, que ha dañado tanto a nuestro país al mismo tiempo, merece alguna seria reconvención histórica, no queremos que sea otra que aquella que es digna de nuestra patria y de nuestros sentimientos individuales: que esa reconvención se las haga la prosperidad próxima de la república, que habrá de extenderse al extranjero como al nacional. Que esos caballeros alcancen a ver en la caída de la dictadura y en el renacimiento argentino la existencia de una situación de orden, de prosperidad y de grandeza, que los unitarios auguraban y de que se reían los agentes europeos, porque Rosas les decía que se rieran de ella.





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