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Luis Pericot: Arte rupestre.- 56 págs., con 8 láminas en color y 26 grabados.- Editorial Argos, Barcelona, 1950.- 30 ptas.

Ricardo Gullón





El nombre del profesor Pericot es bien conocido de cuantos se interesan en el estudio de la Prehistoria, en el ámbito de cuya ciencia viene desarrollando constantes e inteligentes actividades. Sus aportaciones a las investigaciones prehistóricas son considerables y han dado a su vez una resonancia internacional. Ahora acaba de publicar un pequeño resumen del estado actual de los conocimientos científicos en cuanto se refiere al arte rupestre en España. La importancia de este arte no es necesario encarecerla a quienquiera se haya preocupado en conocer sus realizaciones: la «Escuela de Altamira», fundada hace un par de años en Santillana del Mar por un grupo de artistas y críticos vitalmente interesados en las realizaciones del arte contemporáneo, muestra hasta dónde llega el renovado interés que hombres de sensibilidad abierta prestan a los trabajos de nuestros remotos abuelos.

La sucinta exposición del profesor Pericot, por su pulcritud y su objetividad, servirá de modo muy efectivo para informar a los no especialistas del estado actual del problema, de la riqueza de las manifestaciones artísticas del lejanísimo ayer y de la relación entre las conservadas en la Península y las existentes fuera de ella. La falta de conclusiones que en general se observa es inevitable consecuencia de la cautela con que se ha de proceder en materia tan llena de incertidumbre, pues los cálculos más aproximados son todavía inseguros. El autor formula plausibles hipótesis respecto al origen mágico del arte, a su evolución y a la transmisión e influencia de técnicas y estilos. Pero, a diferencia de tratadistas menos sensibles o faltos de intuición, percibe en seguida dónde el hombre primitivo tuvo una intención estética y dónde su arte no fue sino expresión de inquietudes de otro orden.

El libro del Sr. Pericot, dentro de límites sucintos, es completo y, para el gran público, suficiente. Los grabados son parte esencial de la obra, y gracias al cuidado con que fueron escogidos, permiten abarcar rápidamente la riqueza y diversidad de matices de las creaciones del arte prehistórico. Importaría mucho poner en claro el sentido de la evolución de las pinturas rupestres, que en las creaciones de la cueva de Altamira alcanzan perfección firme y segura, indicadora de una tradición y hasta acaso una profesionalización, aunque no, desde luego, tal como hoy se entiende esta palabra. Y es preciso también estudiar cómo del arte sintético de Altamira se pasa al esquematismo del neolítico. En esta tarea los prehistoriadores harían bien en escuchar el dictamen de los artistas atraídos por el problema y de críticos de indiscutible autoridad. Pienso concretamente en los magníficos resultados que sería lícito esperar de una colaboración de personas capacitadas y entusiastas, como, por ejemplo, el crítico Enrique Lafuente Ferrari, el pintor alemán Willi Baumeister (que ha estudiado con minuciosidad la técnica de la pintura sobre rocas) y el profesor Pericot, que tan excelente prueba de su competencia acaba de suministrarnos.





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