Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  -146-  
ArribaAbajo

Conversación decimatercia

Doña Margarita. He venido en fuerza del compromiso y porque no les había avisado a ustedes del estado de mi salud. Ayer me retiré bastante incómoda con el calor y dolor de cabeza que me comenzaba: lo atribuí a la debilidad de estómago, me excedí algo en el almuerzo, y se me declaró una jaqueca de las crueles que me dan de cuando en cuando; mas ya me siento aliviada, aunque no de todo punto buena; en parte lo atribuyo a un hedor pestilencial que se ha soltado en mi calle que no hay estómago que lo sufra... ¡sobre que ya los muladares casi están dentro de México!... Quizás el nuevo presidente logrará sus deseos de ver limpia y sana esta ciudad. Pasado mañana me dicen que empieza la limpia con 300 presidarios, a quienes auxiliará con real y medio en mano además de la comida, y dos reales a cada soldado de la partida que los escolte.

Myladi. Dios lo haga, señora, porque ya vivimos casi dentro del fango. Esas calles de la moneda, Santa Inés, Chiquis, Zuleta y otras, vaya... si no sé cómo no se han asfixiado sus vecinos.

Doña Margarita. ¿Y dónde me dejan ustedes la de la cerca de Santo Domingo, que ha merecido que se le llame la calle del Mar negro, porque ha habido tiempos en que era un lago prieto en que nadaban petates, vasos excretorios y... lo que no se puede decir sin incomodarse.

Myladi. Entiendo que nada se consigue de provecho mientras la laguna que recibe los desagües de México no se limpie con uno o dos pontones de vapor, que con la mayor facilidad ahondarán los cañones, ahorrarán muchísimos jornales y pondrán el lago navegable y ancho de Chalco a México en poquísimas horas, siendo las canoas tiradas a remolque por un buque de vapor. Si viera usted qué lástima me da ver una multitud de indios remeros que para hacer andar a la canoa una vara pujan y revientan con el remo, atollados en el fango. ¿Cómo se les ha escapado a ustedes ese proyecto?

  -147-  

Doña Margarita. ¿Cómo se les ha escapado, dirá usted, a esos arbitristas chupa medios y sanguijuelas de México que en todo quieren ganar, y que hasta los muñecos y matracas nos traen de Europa en perjuicio de la industria de nuestro pobre pueblo? Sólo me ha faltado ver en esta Semana Santa, Judas venidos de Francia y de Alemania. Sigamos nuestra conversación de ayer.

«Esmaltan -continúa Chimalpain-, gastan y labran los indios esmeraldas, turquesas y otras piedras, y ahujeran perlas. Formando el mercado hay en él mucha plumería que vale mucho, oro, cobre, plata, plomo, latón y estaño, aunque de los tres metales postreros es poco64; piedras y perlas muchas, de mil maneras de conchas y caracoles pequeños y grandes, huesos, chinas, esponjas y otras menudencias, y cierto que son muchas y muy diferentes y para reír las bujerías, los melindres y dijes de estos indios de México; y hay que admirar en las yerbas, raíces, hojas y simientes que se venden, así para comida como para medicina, que los hombres, mujeres y niños tienen mucho conocimiento de las yerbas, porque con la pobreza y necesidad las buscan para comer y sanan de sus dolencias, que poco gastan en médicos -aunque los hay- y muchos boticarios que sacan a la plaza sus ungüentos, jarabes, aguas y otras cosillas de enfermos, y casi todos sus males curan con yerbas, que aun para matar los piojos la tienen propia y conocida. Las cosas que para comer tienen no se pueden contar; pocas cosas vivas dejan de comer: culebras sin colas ni cabezas, perrillos que no gañen castrados y cebados, topos, lirones, ratones, lombrices, piojos, y aun tierra, porque con redes de hilo de malla muy menuda barren en cierto tiempo del año una cosa molida que se cría sobre el agua de las lagunas de México y se cuaja, que no es yerba ni cieno, y hay de ello mucho, y en ollas como quien hace sal lo vacían y allí se cuaja y seca. Hácenlo tortas como ladrillos y no sólo las venden en el mercado, mas llévanlas a otros también fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso y así tiene un saborcillo de sal que con chilmolli es sabroso65, y dicen que a este cebo vienen tantas aves a la laguna -como patos- que muchas veces por invierno la cubren   -148-   por todas partes. Venden venados enteros y a cuartos, garzas, liebres, conejos, tazas, perros y otros que gañen que llaman cuzaitl. Hay tanto del bodegón y casillas del mal cocinado que espanta66. Hay también carnes y pescados asados, cocidos en pan, pasteles, tortillas de huevos de muchísimas aves; no hay número en el mucho pan cocido, en grano y espiga que se vende juntamente con habas, frijoles, y otras muchas legumbres. No se pueden contar las muchas y diferentes especies de frutas de las de España que se venden en este mercado, verdes y secas; pero lo más principal y que sirven de moneda, son unas como almendras que llaman cacavatl o cacao. No es de olvidar la mucha cantidad y diferencias que venden de colores, y de muchos buenos de que se carece en España y hacen de hojas de rosas, flores, frutas, raíces, cortezas, piedras, madera y otras cosas que no se pueden tener en la memoria67. Hay miel de abejas, de centli -o maíz- que es su trigo, de metl y otros árboles que vale más que arrope. Hay aceite de chian, simiente que unos la comparan a la mostaza, y otros a la zaragatona, con que untan las pinturas para que no les dañe el agua; también lo hacen de otras cosas, pues guisan con él y untan, aunque más usan manteca saín y cebo. No acabaría si hubiese de contar todas las cosas que tienen para vender, y los oficiales que hay en el mercado, como son estuferos -o sea artífice de varias obras-, barberos, cuchilleros y otros, que muchos pensaban que no los había entre estos hombres de nueva manera. Todas estas cosas que digo, otras que no sé y muchas que callo, se venden en cada mercado de estos de México. Los que venden pagan algo de asiento al Rey, o por alcabala, o porque los guarden de ladrones, y así andan siempre por la plaza entre la gente unos como alguaciles, y en una casa que todos los ven están doce hombres ancianos como en judicatura, librando pleitos. La venta y compra es trocando una cosa por otra: éste da un gallipavo por una medida de maíz; el otro da mantas por sal, o dineros que es cacao y que corre por tal por toda la tierra, y de esta manera pasa la baratería   -149-   -o sea ventas o trueques-. Tienen cuenta, porque por una manta o gallina dan tantos cacaos; tienen medidas de cuerda para cosas como maíz y pluma, y de barro para otras como miel y vino: si las falsean penan al falsario y quiebran las medidas». Tal es la relación que nos dejó Gomara, y que aprobó después Chimalpain revisando y anotando esta obra española.

Myladi. Antes de que pase usted señora adelante con esta relación de los mercados que he oído con extraordinario placer, porque me fortifica en la ventajosa idea que me he formado de la civilización de los mexicanos, me permitirá usted que por curiosidad le pregunte: ¿por qué ha dado usted preferencia a esta relación sobre la de otros escritores?... ¿Por qué se ríe usted?... ¿No podré saber la causa?

Doña Margarita. Ríome porque esa pregunta es muy discreta y me abre campo para desarrollar algunas cosillas que sólo en este lugar vienen a cuento. Ese escritor es sincrono a la conquista, su mérito literario lo califica el padre Clavijero en estas dos palabras: «Su historia -dice- es sensata y curiosa, la escribió con datos que tuvo de la boca de los conquistadores, y los que sacó de las obras de los primeros religiosos que se emplearon en la conversión de los mexicanos: se imprimió en Zaragoza en 1554». Yo añado: fue capellán de Cortés y de su boca supo mucho de lo que había pasado... Estaba en Sevilla, que era la confluencia de todos los viajeros y conquistadores de Indias, porque allí estaba la casa de la contratación, y era el punto de donde casi todos saltan para las Indias, y adonde tocaban a su regreso y contaban todo cuanto había pasado, y todo lo revelaban. A él le sucedía lo mismo que a nosotros con los polizones que venían de España. Si usted quería saber cómo andaba lo de por allá, no tenía más que tratar con ellos luego que desembarcaban, y se lo decían de pe a pa; pero era menester que lo hiciera usted luego, porque venían de primera silla; mas ya a los tres días después que habían hablado con sus amos, a quienes venían consignados, ya no les sacaba usted palabra aunque los matase, porque lo primero que les encargaban, como si fuese un gran precepto, era que nada dijesen; de este modo ocultaban la miseria del país y se nos vendían como señorones que nos venían a honrar y dispensar su protección, habitando entre nosotros. Por medio de esta máxima ignoraron los mexicanos por cerca de tres siglos lo que era España. Sobre lo dicho agregue usted que la obra de Gomara se prohibió por el Consejo de Indias68. ¿Y por qué   -150-   sería esto? ¿No lo adivina usted? Luego es claro que tengo razón de preferir la relación de este escritor español sobre las de otros muchos.

Myladi. Creo que con mucha justicia.

Doña Margarita. La relación del mercado de Tlatelolco me da materia para muchas reflexiones. La primera que me ocurre es el grado de policía a que estas gentes habían llegado, pues allí encontraban cuanto necesitaban, no sólo para satisfacer las precisas necesidades de la vida, sino cuanto decía relación de lujo y comodidad de ella, todo, todo se encontraba allí reunido y traído a mucha distancia. ¿Quién lo creyera? Hasta el excremento humano -dice el padre Sahagún- se ponía allí de venta en canoas.

Myladi. ¿Y para qué se vendía esa cosa tan apestosa? ¡¡Fo!! Hasta se me revuelve el estómago de imaginarlo...

Doña Margarita. ¿Para qué? Para curtir las pieles. ¿Los gallegos, llamados privaderos en Andalucía, y los catalanes no la compran en España para beneficiar las tierras? ¿No tienen su precio a proporción de la mayor o menor actividad que hay en esto, y la conocen qué sé yo por qué examen de paladar que hacen? Pues no hay que admirarse de que los mexicanos lo destinasen para estos usos, así como los curtidores usan de la canina de perro para el mismo objeto. Dícenme que el Conde de Revilla Gigedo trató de que se matasen los perros de México, que hoy han llegado a tal número, que acaso no lo habrá en Constantinopla donde por ley del Alcorán está prohibido matarlos, y que el cuerpo o gremio de curtidores representó sobre la falta que les hacía la canina para sus operaciones69. Nada es inútil para un pueblo laborioso. La segunda reflexión que me ocurre es la gran población que supone un mercado tan numeroso repetido cada cinco días. Del de Tepeyac -o sea Tepeaca- en el departamento de Puebla, que no era ciudad muy considerable, dice Clavijero, refiriéndose al padre Motolinía, que veinte y cuatro años después de la conquista, cuando ya estaba muy decaído el comercio de aquellos pueblos... no se vendían en el mercado de cada cinco días menos de ocho mil gallinas europeas, y que otras tantas se vendían en Acapetlayocan: ¿dónde hay hoy un mercado en que se consuma en tan corto tiempo igual número   -151-   de aves?, acaso ni en el de México70. La tercera reflexión es que por medio de estos mercados los mexicanos se civilizaron hasta un punto del que ya no era posible pasaran, supuesto que estaban reducidos a sí mismos sin comercio fuera de este continente. He aquí el gran medio de introducir la cultura aun entre los pueblos más bárbaros, y de satisfacerse mutuamente sus necesidades; medio por el cual logró el ilustrísimo señor don Vazco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, hacer cristianos y felices a los pueblos de su diócesis, estableciendo las que hoy llaman tandas o ferias que aún se celebran en Guanaxuato. Aquel santo prelado aplicó cada pueblo a un oficio: en uno todos eran zapateros, en otro sombrereros, etc., y reunidos en la tanda, cada uno vendía su mercadería respectiva, y todos se trataban y felicitaban como individuos de una familia. Después de tres siglos, es decir, en el año de 1909, sacó el Gobierno español utilidad de este establecimiento, porque reunidos algunos particulares ricos para vestir el ejército español, que militaba contra los franceses, se llevaron de México vestuarios, zapatos y otros útiles trabajados en aquellos pueblos de Michoacán.

Myladi. Si usted ha concluido sus reflexiones, yo haré una puesto que me toca la vez, y es que los mexicanos cuidaban más del orden en estos mercados y de la buena fe que debía haber en ellos, mucho más de lo que se cuida en el día.

Doña Margarita. ¿Y quién lo duda? La plaza es hoy el lugar del fraude, el punto de reunión de las mujeres llamadas cuchareras.

Myladi. ¿Y quiénes son esas harpías?

Doña Margarita. Ya usted las ha definido con el nombre exacto que debe dárseles. Unas mujeres muy sucias, rotas, crapulosas, insolentes, que por lo común traen las enaguas atadas con ñuditos.

Myladi. ¡Ah, bien!... de ésas he visto muchísimas principalmente en las tabernas, y por lo común andan reunidas. ¡Jesús, qué bocas tienen! ¡Qué blasfemas! ¡Qué impudentes! Oí unas el otro día, y por una calle principal, que me horrorizaron...

Doña Margarita. Pues de ésas andan muchas en la plaza y roban a las bobitontas con la mayor destreza; lo mismo hacen esos que andan con jorongos71 y calzoneras, éste es el   -152-   uniforme de los ladrones de México, o de capotitos amarillos. Es tanta la impudencia y descaro de estos pícaros que, a mediodía y a toda luz, los he visto robar en el cementerio de la Catedral. Hubo una temporada en que cierta pandilla de éstos se colocaba en la esquina de la calle de Santo Domingo y Tacuba, y les robaban a los indios los burros; el modo con que se los desaparecían yo no lo concibo, creo que podían dar lecciones a los famosos gitanos de Andalucía; éstos han robado y roban impunemente por falta de justicia y policía; aunque el robado los conozca no se atreve a acusarlos, los tienen unos cuantos días en la cárcel, a poco los sueltan, y van y matan al acusador, y vuelven a quedar impunes. Háblese de poner una vigilante policía, en el momento aparecen mil escritos contra el proponente diciendo que es espionaje, que es tiranía, que vivimos en país de libertad, sin reflexionar esos majaderos que en los países clásicos de verdadera libertad hay policía vigilantísima, y que sin ella no puede haber seguridad individual en las ciudades populosas.

Myladi. Entiendo que el mercado de Tlatelolco produciría grandes sumas al erario de Moctheuzoma: yo querría que usted nos dijese por un cálculo aproximado cuánto producirá anualmente el de México.

Doña Margarita. No ha muchos días que vi en el estado de ingresos del Ayuntamiento del año de 1824, que por derechos municipales rindió el mercado la cantidad de doscientos treinta y cinco mil setecientos veinte y un pesos, cinco reales siete octavos, y entiendo que daría mayor cantidad si se realizase el plan que la misma corporación presentó al Congreso General solicitando gravar e hipotecar sus propios, para construir sobre sólido un nuevo mercado en que estuviesen almacenadas las semillas y demás artículos de consumo, con lo que se conseguiría dar mucho adorno a la ciudad, hacerlo más fructífero y evitar la plaza de un incendio a que está hoy muy expuesta con una montaña de madera seca, que no sólo haría perecer el palacio y las casas contiguas, sino que consumiría el Archivo General, y la pólvora almacenada en dicho palacio que volaría quizá una parte de la ciudad. Yo me asombro al ver tanta omisión y letargo en cosa de tanta importancia. En tiempo oportuno hablaré a ustedes del modo de hacer el comercio los mexicanos, y les diré cómo por este medio lograron llevar sus armas hasta mas allá de Guatemala. Por ahora volvamos la vista hacia Netzahualcóyotl y contemplemos a este brillante astro en su ocaso. Quisiera no llegar a este término, porque un príncipe de tal magnitud debería ser inmortal. La Providencia,   -153-   como hemos visto; le dio sinsabores y gustos: de éstos gozó por no poco tiempo; pero después tornó a probar el cáliz de la tribulación, cáliz que le dio un pleno convencimiento religioso de la unidad de Dios. Yo he descubierto la causa de él en el tomo 3.º de las varias piezas colectadas de orden del Rey, inéditas, que hoy existen en el Archivo General que contiene 302 fojas, y a la séptima se dice en substancia: «Que habiendo sabido Netzahualcóyotl que Teoateuhctli, señor de la provincia de Chalco72, se había rebelado negándole la obediencia, celebró junta de los notables de su corte a quienes pidió dictamen sobre lo que en aquel caso debería hacer, manifestándole la contumacia y rebeldía con que había obrado, a pesar de la dulzura y clemencia con que en diversas ocasiones lo había tratado. En el acto de la discusión tomó la palabra el infante Tlachotlalaltzin, hijo del Rey, y puesto de rodillas le habló en estos términos: "Justo es, señor, que me encomendéis como a hijo tuyo el castigo de este exceso; yo te doy palabra delante de estos grandes señores de no volver a tu presencia hasta no traerte preso o muerto al que ha tenido el atrevimiento de disgustarte. Dejaré la provincia en paz, y a su gente tan escarmentada, que ni aun por pensamiento les ocurra más la locura que ahora han cometido". Estimó Netzahualcóyotl este ofrecimiento y se le dio el mando del ejército formándolo de la gente más lucida, con la cual pasó como en parada a vista del Emperador y de su corte, y acompañaron a este jefe sus dos hermanos Xochiquetzaltzin y Acapipioltzin, sin que faltase hijo o deudo de los grandes de Texcoco que no se hubiese incorporado en las filas, adornándose cada uno lo mejor que pudo y teniendo a mengua el quedarse en la corte. Llegados a la frontera de Chalco puso el Infante su campo a la vista de sus enemigos que estaban situados en una sierra bastante fuerte y en actitud de defenderse; mas antes de emprender cosa alguna, mandó un parlamento al cacique de Chalco por el que le decía que aunque venía con orden de prenderle por sus excesos, él le exhortaba a que se presentase en persona, pues su padre que preciaba de misericordioso y magnánimo le trataría bien, y él se ofrecía de medianero para que no se le causase el menor daño; pero que si no aceptaba esta medida, procedería a castigar a los suyos guardándose de tocar a su persona, pues lo tendría por tal   -154-   afrenta, como si tocase la de una mujer, por hallarse viejo y ciego.

El cacique sin perturbarse ni recibir enojo respondió al enviado: "Gran castigo merecía tu atrevimiento por venirme con tal embajada de un muchacho como es el que te envía, haciéndome tantos fieros y amenazas, pues cree que las ha con los del reino de su padre, a quienes debe de dar la vida por gracia y merced. Decidle que entienda que, a pesar de que soy viejo, ciego y enfermo, sentado en mi cama le daré tanto en que entender a él y a su ejército que ruegue a los dioses pueda escapar con vida, y que si puedo haberlo a las manos le haré azotar como a un muchacho, castigando de este modo no visto su atrevimiento. Que si hasta aquí he procurado no enojar ni ofender al Rey su padre en cosa que le lastime el corazón, en lo de adelante lo haré por haberme enviado por general de su ejército a un rapaz, motivo por que le hostilizaré cuanto pueda y ejecutaré castigos ejemplares y no vistos en los que más lucieren ante sus ojos; y tú sábete que si no lo hago en tu persona, es respetando tu carácter de enviado que te disculpa, y así vete en paz y no aguardes otra respuesta".

Entendida ésta por el Infante se corrió y avergonzó en extremo, prorrumpiendo en amenazas y blasfemias contra sus dioses, que permitían tamaño atrevimiento en un viejo ciego y sin manos. Por tanto, mandó a su ejército que estuviese a punto para comenzar a obrar al día siguiente.

El cacique de Chalco luego que despidió al mensajero del Infante, llamó a los de su consejo y les dijo: "Avergonzado estoy de lo que este muchacho me ha mandado decir. Si me queréis bien y deseáis mi venganza, os ruego que recorráis la tierra y me traigáis a los hijos del rey de Texcoco que me dicen salen al campo: quiero darle este disgusto para que por sí pruebe el que me ha dado su hijo". Mandó pues que en ciertos puntos y partes más peligrosas de la sierra se situase mucha gente de armas para que matasen sin riesgo a los que quisiesen trepar por ellos. Al siguiente día los texcocanos quisieron ocuparlos; pero fueron de tal modo derrotados por la improvisa salida que hicieron los de Chalco, que fueron muertos sobre diez mil hombres, y los demás perseguidos por la espalda en el alcance, y quedaron además muchos prisioneros. Supo Netzahualcóyotl esta desgracia y tuvo gran pena considerándose vencido por un cacique ciego y viejo, que había eclipsado sus anteriores triunfos y a los que debía él poseer un inmenso distrito que cogía de mar a mar. Afligíale también sobre manera la proximidad en que se hallaba   -155-   el enemigo de su corte, no menos que el verse sin hijo legítimo que le sucediese en el trono. El cacique de Chalco llevó adelante el proyecto de apoderarse de sus hijos. Habían venido en aquella sazón de México a Texcoco dos del rey Axayacatl a visitar a su tío y uniéndose con los de este príncipe salieron una mañana a holgar al campo todos juntos para cazar por las inmediaciones de Texcoco; pero fueron sorprendidos por una partida de los de Chalco, cayendo en sus manos prisioneros. Llevados a la presencia del cacique Teoateuhctli, se alegró mucho de tener tan buena presencia y luego los mandó sacrificar; sacáronles los corazones y tuvo la crueldad de ponérselos al cuello. No contento con esto, mandó que los cadáveres se colocasen en cuatro ángulos de una pieza de su casa donde se reunía con los suyos a tener sus festines, haciendo que sirviesen sus manos de albortantes para sostener con ellas unas hachas que alumbraban la sala. Servía acaso en aquella casa una india cautiva de Texcoco, que conmovida con aquel espectáculo horrible se dio tan buena maña que logró quitar los cadáveres y llevarlos a Texcoco. El Rey, desde su primer desgracia, tuvo la debilidad de reunir los sacerdotes para consultarles lo que debería hacer para aplacar la ira de los dioses que tan cruelmente le castigaban, y estos hombres sanguinarios le aconsejaron que hiciese sacrificar gran número que tenía de prisioneros de otras guerras anteriores. Aumentose la pesadumbre en Netzahualcóyotl por la circunstancia de que la india al presentarle los cadáveres le dijo: "Señor, ¿dónde están tus glorias y tu poder? Tú que tenías sujetas tantas naciones, mira cómo te ha tratado un viejo y ciego, mira cómo fue poderoso para prender y quitar la vida a tus hijos, cuyos cuerpos te presento".

Netzahualcóyotl avisó al rey de México de esta desgracia y, al mismo tiempo, le mostró lo inútil que habían sido los sacrificios de sangre humana hechos a sus dioses: entonces fue cuando con tal desengaño, fijando sus ojos en el cielo, dijo: "¡Ah!, verdaderamente los dioses que yo adoro son de piedra e insensibles, pues ni hablan ni sienten. Ellos no pudieron formar la hermosura del cielo, el sol, la luna y estrellas que lo embellecen, y dan luz a la tierra, ni los ríos, fuentes y plantas que la adornan... Todo esto tiene algún Dios oculto y desconocido que es el único que puede consolarme en la aflicción que me atormenta, como mi corazón siente, y a él quiero por mi ayudador y amparo..."73».



  -156-  

Myladi. ¿Conque Netzahualcóyotl, aquel príncipe que abominaba la idolatría y sacrificios humanos, que destruía los templos por primera operación en las ciudades que ocupaba, como en Xochimilco, condescendió en que se sacrificasen los prisioneros para obtener gracia de sus númenes en esta tribulación?

Doña Margarita. Sí señora, es preciso confesar esta flaqueza y, sin pretender disculparla, permítame usted que le recuerde que Salomón después de haber erigido el templo que proyectó David; después de haber sido testigo de la gloria y majestad del Señor que lo rodeó; después de haber visto consumir las víctimas con fuego del cielo y después, en fin, de haber confesado delante de Dios y de su pueblo su unidad, dentro de breves años erigió otro templo contiguo a los falsos dioses, seducido por los encantos de las mujeres idólatras: éste es el hombre, un cúmulo o acervo de contradicciones, de virtudes y de vicios; con la misma cabeza con que medita una acción virtuosa, medita a sangre fría un asesinato... ¡Oh buen Dios! Jamás apartes de nosotros tu espíritu y tu gracia -decía David-; enclava con tu santo temor mis manos... pero ¡oh culpa dichosa la de Netzahualcóyotl! podré yo exclamar, ¡pues diste por resultado su sincera conversión a Dios y que hiciese una confesión más explícita de su unidad, dejando un modelo de edificación a su pueblo, que lo preparó para recibir después con docilidad el Evangelio! Tengo que decir a ustedes sobre esto cosas asombrosas.

Myladi. Usted me parece que habla enigmáticamente, no entiendo palabra de lo que nos dice.

Doña Margarita. Prometo a usted que mañana desarrollaré ese enigma, no me es posible hacerlo ahora porque aún tengo rescoldos de la jaqueca de ayer, y así me retiro hasta mañana.

Myladi. La deseamos alivio. A Dios.



  -157-  
ArribaAbajo

Conversación decimacuarta

Myladi. Siempre he tomado interés en la salud de usted, pero ahora mucho más. Varias veces desperté en la noche y recordaba aquellas últimas palabras con que terminó ayer su conversación: «Tengo que decir a ustedes cosas asombrosas»; díganoslas por su vida y calme mi inquietud.

Doña Margarita. Agitado el sensible corazón de Netzahualcóyotl con la honda pesadumbre que le había dado el cacique de Chalco; ya con la derrota de su ejército; ya con la muerte cruel de sus dos hijos, clamó al Dios Todopoderoso criador de todas las cosas, oculto y no conocido, y para alcanzar de su bondad algún consuelo se retiró al bosque de Tezcutzinco, y apartado de todos los negocios que pudieran distraerlo de su meditación ayunó cuarenta días; ofrecíale sacrificio de incienso y copalli al salir el sol, al mediodía, al ocultarse y a la medianoche. Pasado este tiempo, uno de sus pajes llamado Iztapalcotzin oyó una voz de la parte de afuera del aposento donde estaba, que le llamaba por su nombre; salió a ver quién era y encontró con un mancebo hermoso, resplandeciente y ricamente vestido. Espantose con aquella visión; mas el mancebo tornó a llamarle por su nombre: «No temas -le dijo-, ve y dile al Rey tu señor que se consuele, que el Dios Todopoderoso y no conocido, a quien ha ayunado y hecho ofrenda en estos cuarenta días, lo ha oído y lo vengará por mano de su hijo Axóquetzin que vencerá a los chaleas, y le quedarán sujetos con su rey cautivo, y que la Reina su mujer parirá un hijo muy sabio y prudente que le sucederá en el reino». Dicho esto se desapareció y el paje entró en donde estaba Netzahualcóyotl, al que encontró haciendo su ordinario sacrificio de incienso y copalli, y le dio cuenta de cuanto había visto y oído del mancebo. Túvolo el Emperador por disparate y embuste, tanto más cuanto que el infante Axóquetzin jamás se había visto en acción de guerra, pues era niño de diez y siete años, su mujer mayor   -158-   de edad y hacía años que no paría; aunque por otra parte al oír decir que el Dios no conocido a quien había adorado, le prometía hacer tal merced, se consoló y animó; mas por saber si era superchería y engaño del paje, le mandó arrestar. En aquella misma madrugada, el dicho infante con otros mancebos de Texcoco se escaparon y fueron al campo de los texcocanos que estaba sobre Chalco, en que estaba el ejército de su padre. Llegó en ocasión en que los oficiales iban a almorzar sobre una rodela grande, como lo tenían por costumbre militar, antes de dar la batalla que pensaban aquel día, para probar fortuna segunda vez sobre los chalcas. Luego que lo vio su hermano Acapiopiotzin se holgó mucho de ello, y le preguntó cómo había podido llegar por una tierra llena de enemigos sin recibir daño, a lo que respondió que el deseo que tenía de verlos le había dado grande ánimo y sin temor había venido. Mandole que se sentase a almorzar, pero el otro hermano74 y Chantlatoatzin, a quien parece estaba confiado el ejército, que era hombre áspero, grosero y de condición severa, prohibió que se sentase en aquel asiento, diciendo que no era para él, sino para capitanes y hombres valerosos. Porfiábanle sus hermanos que lo dejase sentar pues lo era y lo había manifestado teniendo ánimo para venirlos a ver comprometiendo su vida, lo que daba indicio de que con el tiempo sería un grande hombre y merecedor de cualesquiera honra. Sin embargo de esto Chantlatoatzin asió del brazo al niño y lo echó de allí con menos precio diciéndole: Que se fuese a comer a las faldas de las mujeres y no a la mesa de los capitanes. Avergonzado el joven Axóquetzin con semejantes ultrajes, se entró a la tienda donde estaban las armas de sus hermanos y se armó con una rodela y macana decidido a ir a matar o prender al cacique de Chalco que había muerto a sus hermanos y primos los mexicanos, y dado tan gran pesadumbre a su padre. No dio parte a nadie de su resolución, ni aun a sus hermanos, y ni aun quería que lo supiesen y acompañasen los jóvenes que habían venido con él de Texcoco; así es que él solo se entró en el campo enemigo sin temor alguno, caminando con tal presteza que no pudieron contenerlo ni alcanzarlo los capitanes que le seguían para que no pereciese. Penetró al fin hasta la tienda del cacique de Chalco, invocando en su corazón   -159-   al Dios de su padre, y encontró allí a Teoateuhctli sentado en su silla, dando desde ella órdenes a los oficiales que le rodeaban y sin que ninguno de ellos osase contenerlo, lo asió por los cabellos y sacó arrastrando hasta fuera de su tienda. El cacique le suplicó que atendiese a sus canas y años, que era hombre principal, y que no lo llevase cautivo de este modo. Entonces el Infante le levantó tomándole de la mano y le dijo: «Teoateuhctli, aunque por la crueldad y alevosía que cometiste en sacrificar a mis hermanos y primos, hijos de tan poderosos reyes, merecías que te llevase arrastrando ante sus ojos, sábete que yo uso contigo de hidalguía por quien soy, y porque no es de nobles tomar de un enemigo vencido una cruel venganza». Suelto, pues, lo llevó hasta Texcoco, sin poderlo evitar la mucha gente que ocurrió de los chalcas para salvarlo. A esta sazón movió Acapiopiotzin su campo sobre los enemigos, ocurriendo en socorro de su hermano, rompió sobre ellos, les hizo gran matanza, dispersó a muchos, cautivó a no pocos y se terminó prontamente la acción, siendo consecuencia de ella por entonces la paz de la provincia rebelada.

Sabida por Netzahualcóyotl esta importante nueva, mandó poner en libertad a su paje, a quien hizo grandes mercedes; entrose en el jardín de su palacio y puesto de rodillas, inclinada la cabeza y sin atreverse a alzar los ojos al cielo en muestra de su mayor humildad, dio muchas gracias al Todopoderoso, causa de todas las causas, de quien acababa de recibir tamaño beneficio. «Verdaderamente creo -le dijo- que estás en los cielos claros y hermosos que alumbran la tierra, y que desde allí gobiernas, socorres y haces mercedes a los que te llaman y piden favor, como conmigo lo has hecho. Prométote de reconocer por mi Señor y criador, y en agradecimiento del bien recibido, hacerte un templo donde seas reverenciado y se te haga ofrenda por toda mi vida, hasta que tú, Señor, te dignes mostrarte a este tu esclavo, y a los demás de mi reino, y de hoy en adelante ordenaré que no se sacrifique en todo él gente humana, porque tengo para mí que te ofendes de ello». Levantose del suelo y, más alegre entonces que jamás había estado, salió a la sala donde los grandes le esperaban para darle el parabién por la victoria del Infante. El Rey les dijo: «Esos plácemes los recibo como de súbditos que tan bien me quieren; pero más gustaré de que deis gracias por tan gran victoria al Dios Todopoderoso criador de todas las cosas, que dio ánimo y esfuerzo a mi hijo, niño y sin fuerzas, como todos sabéis, porque sólo a este Dios   -160-   estimo y quiero por mi amparador; y de hoy en adelante no ha de haber sacrificios de gente humana, porque este Señor se ofende de ello: esto haced, y castigad a los que lo hiciesen; y porque a todo el mundo sea notoria la victoria de mi hijo, salid a recibirle todos con músicas y bailes hasta que lo traigáis a mi presencia, y al cacique de Chalco ponedlo en prisión hasta que sea tiempo de castigarlo».

Ejecutose todo como Netzahualcóyotl mandó; llegado el Infante lo recibió en la sala, lo abrazó y besó en el rostro, levantándolo del suelo donde estaba de rodillas y le besaba las manos; llevóselo a un ángulo de la sala donde le hizo sentar junto a sí y le dijo: «Cuando yo no estuviera cierto de que eres mi hijo, bastaba el haber visto que sintiendo el dolor que mi alma recibió con la vista lastimosa de tus hermanos y primos muertos, afrentados por tan cruel hombre en tan tierna edad, y pospuesto todo temor y riesgo de tu vida la aventuraste por vengar su muerte y mi deshonra, cuya determinación fue por orden del Dios no conocido; esto bastaría para que juzgase que de él únicamente ha dimanado todo, acudiendo en tu socorro y ayuda». Usó con él de otras palabras tiernas y amorosas, y le mandó le informase cómo había tenido tanto ánimo para acometer una empresa tan riesgosa; el infante le dijo: «Sabrás, señor, que una noche de éstas pasadas, estando durmiendo en mi aposento, entró en él mucha luz que me pareció de día. Despertando vi junto a mi cama un mancebo blanco y muy lindo con vestiduras resplandecientes, y temeroso de aquella visión me cubrí la cara; él me habló y dijo: "No temas, que yo he venido de parte del Dios Todopoderoso que crio el cielo, la tierra y todo lo que ves, a quien tu padre ha llamado y hecho ofrenda, a hacerte que madrugues y, sin decirle a él nada, como a ninguna persona, vayas a la frontera de Chalco donde están tus hermanos, pues a ti está reservada la venganza de los muertos que el cacique de aquella provincia sacrificó, y si lo sabe tu padre no te ha de dejar ir. Está cierto de esto que te digo y de que cuando me hayas menester estaré contigo". En esto desapareció quedando el aposento como antes. Yo con el cuidado de madrugar me desvelé y en amaneciendo me levanté. Al salir de este palacio hallé a tres mozos hijos de caciques, que me preguntaron adónde iba; díjeles que tenía deseos de ver a mis hermanos e iba adonde estaban; dijéronme que querían venir conmigo y de acuerdo fuimos todos al campo; llegamos a la tienda a tiempo que iban a almorzar -y le refirió todo cuanto entonces le había ocurrido-.   -161-   Cuando llegué a la tienda del cacique -continuó- le vi y la gente que le acompañaba; me afligí y estando indeciso sobre lo que haría, llegó el mancebo hermoso y me asió del brazo derecho diciéndome: "No tomas, ni desmayes, que aquí estoy yo, y cobrando ánimo nuevamente, llegué y le saqué preso sin que nadie me ofendiese, y me acompañó hasta que me dejó sano y salvo con los míos».

El rey Netzahualcóyotl en reconocimiento de tal beneficio como Dios le había hecho, le edificó un templo muy suntuoso de cal y canto, de nueve sobrados o altos, y en el último en la parte interior lo guarneció con oro y piedras preciosas, y por lo exterior se lo dio un betún negro, adornándolo con algunas estrellas. Por ser cosa oculta y no conocida este Dios, no le hizo estatua ni figura, quedando en el centro... vacío hasta su tiempo. Mandó además en todo su reino que en lo sucesivo todos hiciesen ofrenda al Dios no conocido, causa de las causas, y Todopoderoso, de incienso y copalli en todas las horas que él la había hecho, prohibiendo el sacrificio de hombres con graves penas. En el último cuerpo del templo estaban los instrumentos que se tocaban a las horas de la ofrenda. El principal era el que llamaban Callitli y éste fue el nombre que se dio al templo. Concluido ya el edificio, la reina legítima Matlaltzihuatzin parió un niño a quien llamaron Netzahualpilli, que tanto quiere decir como príncipe o hijo del ayuno, por el de cuarenta días que hizo su padre. El cacique de Chalco no sufrió la pena de ser sacrificado a los dioses, porque como he dicho estaba abolida; pero sus crímenes no quedaron impunes, pues fue entregado a las bestias feroces como tigres y leopardos que lo despedazaron.

Mister Jorge. Magnífica es por cierto la relación que usted nos acaba de hacer. Confieso que la he escuchado con sorpresa; pero permítame que le diga lo que un incrédulo a un párroco fervoroso cuando le hablaba de las delicias de la gloria: ¡Ah padre!, ¡qué bueno sería que yo fuera allá, si eso fuera cierto!

Doña Margarita. ¿Quién le ha dicho a usted que yo pretendo cautivar el entendimiento de nadie y hacerle creer como dicen en un hueso? Yo no soy fundadora de secta para que pretenda hacer prosélitos y exigir de ellos una ciega deferencia a cuanto digo. Refiero lo que la historia cuenta, y nada más, dejando a cada uno a salvo su derecho para creer o no lo que le plazca. Ahora, si ustedes me preguntan cuál es mi opinión privada, si tengo o no razones para creer lo que refiero, eso ya es otra cosa; entonces presentaré las razones   -162-   de mi creencia y las examinaré a la luz de una buena crítica.

Myladi. Puntualmente eso es lo que deseamos saber, la opinión de usted, porque sería temeridad decidir pirrónicamente eso es falso, tan sólo porque no nos peta; decisión bárbara que no puede darse razonablemente, cuando se refiere un hecho ocurrido en cierta época se cuenta el lugar donde sucedió, las personas que intervinieron en él, los monumentos públicos que se erigieron para perpetuar su memoria, los autores que lo refieren, etc., etc., todo lo cual da muchos grados de certeza que aquietan el entendimiento. ¡Aviados estábamos con calificar de falsa una cosa, tan sólo porque es sobre nuestra razón y al primer golpe no la comprendemos! Entonces negaríamos el magnetismo, el flujo y reflujo del mar, la electricidad, la causa de la gravedad de los cuerpos y otros fenómenos de la naturaleza, cuyas causas no alcanzamos75.

Doña Margarita. ¡Bravísimo, señorita! Vaya, que usted ha tomado la hacha y sin querer ha comenzado a desmontar la maleza; esa buena disposición que noto en su juicio y que no podría menos de envidiar el padre Malebranche, me anima a formar una especie de disertación que no viene bien en la boca de una pobre mujer que apenas sabe lo muy preciso para salvarse, y eso... ¡oh dolor!, no lo practica. Efectivamente, al discurrir sobre este asunto será necesario tocar algunos puntos teológicos que atañen en cierto modo a la religión, como son los milagros en que ésta estriba, cosa de que disto mucho, pues que ella no necesita de defensores como yo, ni personas tales pueden ni deben presentarse en tal palestra, porque se exponen a poner en ridículo la más santa de las causas del mundo y a dar armas a sus enemigos para que pretendan triunfar de ella. No lo permita Dios que tal sucediera, ni que por mi causa menguara en lo más mínimo del concepto que debe tenerse de ella.

Myladi. No sucedería así, pues cuando en tal discusión usted se deslizase en algo, sería involuntariamente y sus equivocaciones se le disimularían por su piedad y su celo. No, no, mi amiga, es preciso que usted nos diga su opinión en tan delicado punto.

Doña Margarita. Harelo y quizá podré aquietar las dudas de su esposo de usted. ¡Ah!, tendríame por muy dichosa si tal consiguiese, porque yo estimo en más la conquista de un entendimiento dócil por medio de la razón que la de muchas plazas por las   -163-   armas. Heme aquí, pues, convirtiendo esta hermosa alameda en una academia para tratar de un hecho que, más bien, debería examinarse en un liceo. Si nos observara el autor del Viaje de Anacarsis recordaría la memoria de Platón cuando, sentado a la sombra de un plátano, habló a su sobrino en secreto, de un Dios Trino y Uno y le reencargó que a nadie lo revelase, muy temeroso de correr la suerte desgraciada de su maestro Sócrates. Pero nosotros podremos hablar con franqueza a la faz del universo, de los asuntos mas sublimes y recónditos que se han revelado a todo el mundo, no por un hombre atrevido que osara penetrar el santuario augusto de la Divinidad; sino por el Hijo de Dios, salido del seno de su Padre, para revelarnos misterios tales, que ni el mortal concibe, ni el ángel comprende. Jamás -ha dicho Chateaubriand- me parece más magnífica la religión de Jesucristo que cuando su Iglesia entona a la faz de la tierra, sin temor y entre cánticos melodiosos, el símbolo de su fe. No lo hace en esos antros obscuros, asilos de la maldad y perfidia, entre las sombras de la noche, sino como su fundador instruyó al mundo, como subió a los cielos en la mitad del día a romper los candados de las puertas eternales de la gloria; tal ejemplo me obliga a darle en esta vez las más humildes gracias, usando de las palabras con que él agradeció a su padre el que se hubiese prestado a revelar sus secretos a los humildes, ocultándolos a los pretendidos sabios de la tierra... Pero yo deliro y me moriría si ahogase en mi pecho estas expresiones de gratitud. Fijemos pues la cuestión, si a ustedes parece, en los términos siguientes:

¿Es probable que Dios hubiese movido el corazón de Netzahualcóyotl en los términos que dije ayer para que le conociese, confesase su unidad y evitase los sacrificios de sangre humana en su reino? ¿Este hecho está fundado en principios que no pueden negarse sin faltar a las reglas de una sana crítica? Preciso es, señores, recordaros ahora lo que otras veces he referido, es decir, el triste estado en que se hallaba esta nación en los días del reinado de este príncipe. Este miserable pueblo conservaba entonces algunas ideas de la religión cristiana que se había anunciado a sus mayores y de la que algunas de sus máximas aplicaron a sus costumbres; pero ofuscadas aquellas luces, se hundieron en el abismo de la idolatría y de un culto sanguinario que fomentaba su espíritu guerrero, y que los precipitó al mayor exceso de la abominación. No me excedo cuando aseguro que esta deplorable situación era muy semejante a la de los primeros habitantes del mundo después del Diluvio, y cuando para escaparse de ser destruidos por otro   -164-   igual osaron construir la famosa torre de Babel, y por cuyo delito fueron dispersos en diferentes lugares de la tierra. Cuatrocientos veinte y seis años eran pasados de la ruina del mundo -dice el señor Bossuet-, y cada pueblo marchaba por el camino de la corrupción olvidando a su Criador; mas Dios, por embarazar el progreso de tan gran mal, empezó a separar y reservar para sí un pueblo escogido de en medio de ella. Abraham fue elegido para ser cabeza de todos los creyentes... El cielo le dio huéspedes, los ángeles le revelaron los consejos de Dios y en todo se mostró lleno de fe y de piedad. No se crea que pretendo hacer una comparación absoluta entre el padre de los creyentes y nuestro príncipe; sólo sí recordaros que el mismo Dios, que es de todos los tiempos, usó de igual misericordia para que se cumpliesen los admirables designios de su Providencia sobre este pueblo, como lo acreditó después su historia. Diole grandes virtudes, que nadie le negará sin contradecirla: amor a la justicia y al orden; una preservación extraordinaria de sus grandes enemigos Tezozómoc y Maxtla; valor y astucia para recobrar su reino usurpado; fuerza para sojuzgar sus enemigos; política para dar perpetuidad a su reino; amor a las artes y ciencias, no sólo para ilustrar a su nación, sino para suavizar por medio de ellas sus costumbres feroces, y que por el mismo deseasen un cambio total de religión, siquiera para no ser inmolados en muchos miles en las aras de Huitzilopuchtli... Tal fue el modo maravilloso, a par que suave, con que Dios obró en esta parte de su mundo para no hacer violencia en el cambio que le preparaba, y que estaba reservado para el año de 1521. No era posible -atento el curso regular de las cosas y modo con que Dios ha hablado al corazón de los hombres en otros tiempos- que Netzahualcóyotl dejase de ser excitado al convencimiento de la unidad de Dios cuando vivía en el seno del politeísmo, sino por los mismos medios de que el cielo se había valido en otros tiempos. Las santas inspiraciones, los deseos justos de mejorar la condición de nuestra especie, entiendo que no podían venir sino siguiendo el orden guardado en los tiempos en que Abraham fue preservado de un pueblo corrompido. Yo no puedo dudar que esta misma marcha trazó a su querido Netzahualcóyotl cuando, por medio de tal conducta, iba a brotar la luz del seno de las tinieblas e iba a ganar tantas ventajas la miserable humanidad, de que es protector y conservador el que se hizo hombre y elevó a la más alta dignidad nuestra especie. Fijémonos en otras consideraciones dignas de observarse. Después de haber dado a este Monarca un largo   -165-   periodo de paz, justicia y abundancia, le hace probar como a otro David el cáliz de la tribulación: un vasallo rebelde le declara la guerra; le insulta por su enviado de una manera exquisita; marchita sus laureles cogidos en cien batallas76, le mata diez mil hombres; le asesina dos de sus hijos y después presenta sus cadáveres en espectáculo de irrisión; se orna el pecho colgándose los corazones de aquellas inocentes víctimas y para que se le haga más sensible este cúmulo de ultrajes inauditos, quien los comete es un viejo, ciego, enfermo e incapaz de moverse del asiento desde donde dicta tan sanguinarias órdenes... He aquí la sazón más oportuna en que Dios le habla a su corazón; el hombre atribulado recurre al Ser Supremo para que le consuele, y entonces recurre con tanta más eficacia y ardor cuanto que la experiencia le acaba de acreditar que sus dioses, a quienes ha sacrificado víctimas a despecho de su corazón que las detesta, son incapaces de darle el menor consuelo. Siempre ha sido éste el periodo del desengaño y en él los hombres se han convertido a Dios. Invocado por el ayuno de 40 días y de una oración continua, Dios que es accesible a todos los hombres y compasivo por esencia, escucha sus clamores y le consuela77. Si alguno me dijere que Dios no necesita obrar prodigios extraordinarios, ni multiplicar milagros, le responderé que es cierta la proposición en un orden común; pero no en un orden extraordinario de cosas y éste ciertamente lo era. Separado este continente del antiguo de donde podrían venirle ministros evangélicos, casi era indispensable el que Dios hablase al corazón de los hombres para retraerlos de cometer el crimen de la idolatría, que es el que más detesta y por un medio extraordinario, como habló Abraham, a Moisés, a Loth y a los patriarcas del Antiguo Testamento, a quienes reveló sus misterios, así como a los profetas... ¿Entonces lo hizo? Luego ahora pudo hacerlo, era el mismo Dios, el mismo bienhechor de la especie humana, que por tal medio libró multitud de víctimas de las aras de Huitzilopuchtli; tal vez si no hubiera habido esta cesación de sacrificios y los texcocanos hubiesen cometido las mismas crueldades que poco tiempo después cometieron los mexicanos, la especie humana casi se habría extinguido entre nosotros.

  -166-  

Myladi. Paréceme muy avanzada esa proposición, por no decir paradójica.

Doña Margarita. Pues no lo es sino demostrada por la Historia. Doce años después de muerto Netzahualcóyotl, si no me equivoco, en la dedicación del templo mayor de México que hizo el rey Ahuitzotl, fueron sacrificados setenta y dos mil trescientos cuarenta y cuatro prisioneros. Para hacer con mayor aparato tan horrible matanza, se dispusieron -dice el padre Clavijero78- aquellos infelices en dos filas, cada una de milla y media de largo, que empezaban en las calles de Tacuba y de Iztapalapan, y venían a terminar al mismo templo. «Los reyes sucesores de este monstruo, cada uno antes de tomar posesión o afirmarse en el trono, salían a guerras que con causa o sin ella movían a las provincias para traer prisioneros y hacer iguales matanzas». Esto supuesto, pregunto: si en el imperio que era mayor que el de México se hubiera observado igual conducta y hecho iguales matanzas, ¿a qué número habrían llegado éstas? La imaginación se espanta al contemplarlo; luego es visto que se habría casi arruinado la especie humana en este continente; luego fue una de las providencias más benéficas para la humanidad la que Netzahualcóyotl dictó para beneficio de la miserable especie humana. ¿Y habrá quien dude que Dios, padre de ella, dejaría de hacer alguno de sus antiguos prodigios para librar tanta multitud de hombres hechos a su imagen y semejanza, y objetos de su infinita compasión? Luego el haber obrado estas maravillas no fue sin objeto, y objeto grande, porque ha obrado otras de su especie en los antiguos tiempos. ¡Cuántas consecuencias no podría yo sacar de este principio y mostrar que tal prodigio no se obró sin causa! Veamos sus resultados.

Dispuestos de este modo los texcocanos a recibir el Evangelio, Texcoco fue el primer lugar dichoso donde la religión se mostró en todo su esplendor y fue el gran plantel de donde se propagó a toda esta América. Efectivamente, el día 12 de junio de 1524, llegaron a aquella ciudad con fray Martín de Valencia los doce primeros religiosos franciscanos, y celebraron la primera misa cantada el día siguiente de San Antonio en un salón del palacio de Netzahualcóyotl, habiendo cantado la tarde anterior vísperas solemnes: éste fue un espectáculo grandioso que enterneció a los indios y los hizo derramar muchas lágrimas. Comenzaron luego a bautizar a los primeros personajes de aquel reino, como lo fue su   -167-   monarca Ixtlilxóchitl, de quien fue padrino Cortés, así como Alvarado lo fue de Cohuanacoxtzin su hermano. Bautizose también la reina Tlacoxhuatzin, madre del rey dicho, y... -aquí llamo vuestra atención- aquella célebre Papantzin resucitada prodigiosamente, de quien habla Clavijero, teniendo su resurrección por efectiva y milagrosa, y como una de las señales prodigiosas con que se anunció la ruina del imperio de Moctheuzoma. También en Texcoco en aquel mismo año celebró Cortés, antes de marchar para la expedición de las Ibueras, el primer sínodo o asamblea eclesiástica que fue la primera que hubo en esta América, en la que se hallaron 30 personas doctas: cinco clérigos, diez y nueve frailes y seis letrados, presidiendo fray Martín de Valencia como vicario del Papa, y concluido este sínodo se repartieron los misioneros por todo el país a anunciar el Evangelio, al modo que los apóstoles de Jerusalén terminado el primer concilio de los apóstoles. La iglesia parroquial de Texcoco está edificada en los palacios de Netzahualcóyotl, circunstancia que llama mucho la atención de las personas piadosas; tal vez éste sería el mismo lugar donde él construyó el templo al Dios no conocido y donde hacía continuamente oración. Éstos son favores, señores míos, de un mérito que sólo Dios sabe estimar y los que lo siguen79.

Myladi. Pero, señora, me hace fuerza que un rey gentil pudiese dedicarse a la oración y ayuno, cual pudiera hacerlo el más estrecho cenobita.

Doña Margarita. Si usted se hubiera instruido en el plan de educación que observaban escrupulosamente los indios, aun los mexicanos, disiparía fácilmente esa duda; ellos conocían el mérito de la oración mental, que no es otra cosa que un comercio entre el Criador y la criatura. En la conversación anterior, cuando presenté a ustedes la felicitación que se hacía por una persona grave a un nuevo rey electo, notarían que se le exhortaba a que orase, y que esto era común, lo prueban estas expresiones: «¡Cuántos son los que dan voces en su presencia (en la de Dios)! ¡Cuántos los que lloran! ¡Cuántos los que con tristeza le ruegan! ¡Cuántos los que en su presencia suspiran! Cierto que no se podrán contar». En la relación que don Carlos Sigüenza y Góngora hace de los colegios donde se educaban las niñas de México y Texcoco,   -168-   cuando refiero las arengas que el cihuatlamacazque, o capellán de aquellos conservatorios, hacía a las niñas al tiempo de su recepción, y después la rectora pone en boca de ésta estas palabras que le dirigía... Pero sabe que en este lugar están las doncellas hermanas de Dios, que lo alaban de día y de noche, es también lugar meritorio y de penitencia... porque la que aquí viviere bien y se humillare enviando al cielo suspiros acompañados de lágrimas, y tantas que inunden el trono de Dios, ganará su amistad80. ¿Qué extraño es, pues, que un príncipe en quien hemos observado tantas virtudes morales, aun cuando estaba en el barullo del mundo, conmovido por la tribulación y estrechado a dirigir sus clamores al cielo, lo hubiese hecho por tanto tiempo y a proporción de las grandes penas que lo aquejaban? ¿Cuándo halla el hombre mayor consuelo que cuando se dirige a Dios y le presenta su corazón? Hay además de estas observaciones otras que nos ministran hechos incuestionables; tal es la erección del templo al Dios criador no conocido, de que da idea el padre Clavijero81. Fabricó -dice- en honor del Criador del cielo una torre alta de nueve pisos. El último era obscuro, su bóveda estaba pintada de azul y adornada con cornisas de oro. Residían en ella hombres encargados de tocar en ciertas horas del día unas hojas de finísimo metal, a cuyo aviso se arrodillaba el Rey para hacer oración al Criador del cielo, y en su honor ayunaba una vez al año. No se olviden ustedes de que era principio asentado en la astronomía mexicana que los cielos eran nueve, y que en su centro residía el Dios supremo; decían en frase de los mexicanos... que eran nueve dobleces, como vimos en la felicitación de Netzahualpilli a Moctheuzoma82. Ustedes saben mejor que yo que los antiguos patriarcas erigían un monumento por lo común que perpetuase la memoria de algún favor singular que habían recibido de Dios, o denominaban con nombre singular aquel lugar que recordase la memoria del prodigio; tales son muchas de las etimologías de los lugares del Antiguo Testamento. Abraham erigió a Dios un altar en el mismo lugar donde se le apareció, y ofreció dar la tierra de promisión a él y a su descendencia83. Jacob hizo otro tanto en el mismo lugar donde   -169-   vio en sueños la escala misteriosa y la piedra sobre que había reclinado su cabeza, la ungió con óleo y erigió como monumento de su visión. Moisés importa tanto como decir: Del agua le saqué84, y con este nombre se recuerda su origen; del mismo modo que Netzahualpilli, que quiere decir el niño del ayuno, o según el señor Veytia cernícalo que ayuna, recuerda la memoria del que hizo su buen padre en la aflicción. Es visto, pues, que no faltan monumentos con que probar estos hechos maravillosos, y que resistirse a su creencia es cerrar voluntariamente los ojos a la luz de la historia que los persuade. Éstas son las razones que he tenido para creer que este pasaje importantísimo de nuestra historia merece crédito; sin pretender, señores, cautivar vuestro entendimiento, habríalas omitido, pero he hablado excitada por vuestra curiosidad y respetos.

Mister Jorge. He oído con deleite las reflexiones de usted sobre un punto principalísimo de la Historia de este país, y no sé cómo sus primeros escritores lo han pasado por alto o no se han detenido como debieran en inculcarlo. Véome tentado de decir a usted como el rey Agripa sonriéndose cuando oyó el magnífico razonamiento de San Pablo sobre la Resurrección: Poco falta para que me persuadas a hacerme cristiano85.

Doña Margarita. En fin, señores, sea o no verdadero este suceso, yo doy a Dios humildes gracias porque crio la hermosa alma de Netzahualcóyotl, de quien piadosamente creo que por haber seguido la ley natural, hoy sea uno de los hermosos astros que brillen al pie de su trono; y para dar término a la relación de su preciosa vida, escuchad ya el último pasaje de ella86.

  -170-  

Siete años después de este suceso, sintiendo este monarca que estaba cercana su muerte, reunió a sus hijos y principales señores de su corte, colocó junto a sí a Netzahualpilli y les habló de esta manera:

  -171-  

«Bien sabéis, y os son notorios, los muchos agravios que he recibido del cacique de Chalco y de los suyos durante mi gobierno, y que no he sido poderoso a sujetarlos, aunque he sujetado a tantas gentes cuantas existen entre los dos mares. Corrido y afrentado por Teoateuhctli, con parecer de nuestros sacerdotes hice muchos sacrificios de gente humana; pero mis males no tuvieron remedio, antes por el contrario, mis hijos y sobrinos fueron sacrificados con menosprecio de sus padres y de sus personas. Afligido sobremanera con tales desgracias, puse mi corazón y mis ojos en el cielo; consideré su hermosura, la del sol, luna, estrellas y la de todo lo criado, y entre mí dije que no era posible que todo esto hubiese sido hecho por nuestros dioses, sino que el que lo había formado había sido algún Dios muy poderoso, que a nosotros era oculto y no conocido. Con esta consideración sentí un nuevo aliento y alegría dentro de mi corazón, y determiné recogerme en el bosque de Tezcutzinco, donde ayuné cuarenta días a este Dios no conocido, ofreciéndole incienso y copalli en diferentes horas, y con la mayor humildad que pude le pedí favor y socorro para mi aflicción y desconsuelo. Os es notorio el efecto y beneficio que de esto se me siguió, y que para no cansaros no os refiero. Últimamente me dio este príncipe que yo tanto deseaba, aunque su madre tenía tanta edad y se le había pasado el tiempo sin parir. Siéntome ahora herido de la muerte y el consuelo que llevo de esta vida es dejaros un rey como el que Dios os ha dado, y confío que os ha de gobernar en paz y quietud, premiando a los buenos y castigando a los malos y soberbios. Por tanto, hijos, deudos y vasallos míos, obedecedle y respetadle como a vuestro rey, que en ello serviréis al Dios que prodigiosamente me lo dio; entendidos de que no cumpliendo como tenéis obligación con sus mandatos, os castigará ejemplarmente, como lo hizo con los chalcas y su cacique, por mano de mi hijo el Infante, aunque niño y sin experiencia de la guerra. Y vos príncipe, hijo mío, os encargo que honréis a vuestros hermanos y a todos vuestros deudos y vasallos haciéndoles mercedes, que de esta forma los reyes se granjean las voluntades y son tan queridos de los suyos como temidos de sus enemigos. Mirad, hijo mío, que naciste de milagro y que te me dio el Dios no conocido. Respetad su templo y haced ofrenda como yo he hecho y vos habéis visto, no consintiendo que haya sacrificios de gente humana, porque de ellos se enoja y castigará al que lo hiciere. Llevo el dolor de no tener luz ni conocimiento, ni ser merecedor de   -172-   conocer a tan gran Dios; pero tengo por cierto, que ya que los presentes no le conozcan, ha de venir tiempo en que sea conocido y adorado en esta tierra87. Y porque vos, mi hijo Acapipioltzin, me habéis sido siempre obediente y he conocido tu lealtad y amor, te nombro y dejo por coadjutor del Príncipe mi hijo para que juntamente con él gobernéis el reino como de ti confío». Entonces abrazó al príncipe heredero besándole en un carrillo y después fue abrazando a sus demás hijos y deudos.

A poco de ocurrido esto, murió el rey Netzahualcóyotl. El infante Acapiopioltzin entró en la sala donde tenía su trono: hizo que Netzahualpilli ocupase su silla, y juntos todos los hermanos y caciques principales le besaron la mano como a rey, comenzando por Acapiopioltzin regente del reino. A esta sazón se presentó e hincó delante del nuevo rey su hermano Axóquetzin, vencedor de los Chalcas, y pidió alguna remuneración por los servicios que había hecho; quiso hablar Acapiopioltzin, pero el nuevo rey le mandó a uno de los caballeros que allí estaban, que con un pintor y un carpintero pasase a Chalco, viese los palacios del cacique difunto y se los trajese dibujados sin faltarles cosa alguna. Habiéndolo así hecho, mandó que en el mejor lugar de Texcoco se construyesen a su hermano otros tales y tan buenos como aquéllos en que viviese, y le dio renta suficiente para que se mantuviese en la provincia de Chalco y otros lugares, con la que vivió después en descanto y opulencia: «Señores, puedo deciros como Augusto a su esposa poco antes de morir, después de haberse visto en un espejo y compuéstose los cabellos poniéndose en postura decente: -¿Qué tal he hecho mi papel en la farsa del mundo? -Muy bien. -¡Ah! -exclamó-, pues la escena es acabada... celebradla... plaudite jam...».

Myladi. Sí, sí, es acabada; pero acabada con indecible sentimiento mío... Netzahualcóyotl goza, como piadosamente creo, de la inmortalidad y sin duda de una justa celebridad de que no le defraudará el tiempo, sino que aumentará la memoria de sus hechos y virtudes.

Doña Margarita. Pues honremos su memoria y digamos a presencia de este mismo cielo que fue testigo de ellas, y de este suelo que tantas veces pisó: ¡Viva el gran rey de Acolhuacán! ¡Viva el sabio, el valeroso, el prudente, el religioso Netzahualcóyotl!... ¡Viva! ¡Viva! A Dios, señores.



  -173-  
ArribaAbajo

Conversación decimaquinta

Myladi. ¿Conque ayer hemos pagado el tributo debido a la sensibilidad y a la justicia?

Doña Margarita. Sí señora, lo hemos pagado, y es el mismo que se debe a todo ser benéfico que ha honrado la humanidad y que por recibirlo todos deberían ser buenos. Al tiempo de tomar ustedes el coche vi correr las lágrimas por las mejillas de esta señorita, y cierto que no fueron las únicas que se derramaron por un hombre que ha cuatro siglos que no existe sobre la tierra.

Myladi. Confieso que las derramé y que al decir ¡Viva! se me añudó la garganta y... no sé lo que sentí. Yo querría que jamás murieran los buenos, y como soy tan amiga de ellos y tan amante de la sociedad, cuando los veo desaparecer de entre nosotros pido al cielo que mi alma vuele a reunirse en su compañía y que ésta sea perdurable; he aquí un grande argumento de la inmortalidad de nuestra alma, porque ¿no sería injusticia inspirarnos unos deseos inasequibles?

Doña Margarita. Ese mismo amor y cariño que usted ha manifestado a Netzahualcóyotl, le muestra el padre Clavijero que lo colma de elogios, y aun lo hace autor de ochenta leyes que dictó durante su reinado; supónelo también un vigilantísimo celador de su observancia, y aun dice que habiendo dado un reglamento sobre plantíos de árboles, como hubiese salido disfrazado en cierta vez al monte y hubiese visto que un indio solo pepenaba unas cortezas, le dijo que por qué no cortaba un árbol; respondiole que porque el Rey lo había prohibido; entonces compadecido de la miseria pública mandó que se extendiese la tala a más terreno; de este modo hacía que se observasen sus órdenes.

Myladi. ¿Podrá usted decirme por qué motivo se ocultó la hora y día de su muerte, y no se le hizo funeral público, sino que se le supuso como a Rómulo arrebatado al cielo?

Doña Margarita. No lo sé; pero presumo que sería por evitar el mucho llanto y duelo que se habría formado en la corte   -174-   por la pérdida de tan gran rey, y como su sucesor era muy niño, tal vez se temería alguna fatal consecuencia de esta circunstancia entre muchos aspirantes que quizá podría tener aquel trono. Esto es lo que yo presumo y no más. Ocupada de la relación de los hechos de Netzahualcóyotl, me he desentendido de los de los otros reyes, con quienes tienen íntima relación, para ponerlos más en claro y así me torno ahora a continuar los de Izcóatl y sus sucesores en el trono de México, no menos que de los de Tlatelolco y Tacuba88. Muchas veces he ponderado la política y astucia del rey Izcóatl, aunque difiriendo de las relaciones del padre Clavijero que atribuye el engrandecimiento de los mexicanos exclusivamente a este monarca; pero he demostrado que, aunque tuvo en él mucha parte reuniendo sus fuerzas a Netzahualcóyotl, éste fue el que principalmente dirigió las operaciones de la campaña, y con ellas, el cambio del sistema, y por el establecimiento de la triple alianza llegaron los mexicanos a ser dominados de los que poco antes los habían subyugado. No por esto pretendo disminuir el mérito de Izcóatl, de quien además debo decir que hermoseó a México con bellos edificios, siendo los más notables el templo de la diosa Cihuacoatl y el de Huitzilopuctli. Murió en 1436: sus exequias se celebraron con extraordinaria magnificencia. Este valiente príncipe se halló -según Veytia- en las memorables batallas -además de las que se dieron en las inmediaciones de México en defensa de esta ciudad contra las fuerzas de Maxtla-, en las de Huexotla, Ixtlacotzin, Nonohualcatl, Cohuatlican, Nepohualca, Aculhuacán y Acolman: y se verificó su muerte a los cinco años de haberse asegurado el trono de Texcoco en Netzahualcóyotl. Izcóatl tanto quiere decir como cara de culebra. Aunque tenía valor y astucia, se nota en su política cierta artería que hacía un gran contraste con la magnanimidad de su sobrino. Pronto fue remplazada su muerte con la de Moctheuzoma Ilhuicamina en dicho año de 1436, señalado con el jeroglífico de nueve pedernales, reuniéndose para su nombramiento los electores del imperio mexicano. Llamosele el heridor del cielo, pues el jeroglífico con que lo pintan en el catálogo de los reyes mexicanos es un pedazo de cielo estrellado, encajado en él una flecha; creen unos que por su valor en la campaña, que fue tal que -según el padre Torquemada- en las guerras que sostuvo hizo por su mano prisioneros, ochenta y cuatro   -175-   de los más valerosos capitanes y soldados de los ejércitos contrarios89, y otros para denominarlo el monarca celeste. Para merecer el ser inaugurado y subir al trono salió a obrar sobre los chalcas, de quienes había recibido como hemos visto muchas injurias, y estuvo a punto de ser sacrificado por su feroz cacique: hízoles muchos prisioneros y el día señalado para la función entraron en México los presentes que le hicieron los vencidos, divididos en tantas cuadrillas los portadores de los regalos cuantos eran los pueblos que los remitían. La historia militar de este gran guerrero abunda en hechos dignos de la memoria, así como los acontecimientos desgraciados ocurridos en los veinte y cinco años y cuatro meses que duró su reinado. En el anterior de Izcóatl, este monarca se desavino con Totoquihuatzin señor de Tlatelolco y entonces se turbó la paz que había entre mexicanos y tlatelolcas, que habían vivido unidos como un solo pueblo aunque dividido en dos fracciones, por lo que Moctheuzoma hizo la guerra a Quauhtlotohua y éste pereció en ella. Cesaron por entonces los bandos públicos, pero el rencor quedó en los corazones de tal manera que terminó al fin en la ruina del reino tlatelolca, que subyugaron los mexicanos con la muerte de su rey Moquihuix, como después veremos. Después hizo la guerra a los cohuixcas, oztomantlecas, cuetzaltecas, ichcatenpantecas, teoxahualcas y poctepecas, a quienes venció por haber muerto a unos enviados suyos a cierta comisión, pretexto de que se valieron los mexicanos para subyugar este continente y reducirlo a su dominación. También hizo guerra a los de Tlachco -o Tazco- y Tlachmalac, y los sujetó a su imperio: de vuelta de esta campaña ensanchó el templo de Huitzilopuchtli, que adornó con los despojos que le proporcionó esta guerra. Luego marchó contra los chilapanecas, contra los de Cuauhteopan y Tzumpahuacán, provincias situadas en tierra caliente. Después de esta guerra sostuvo otra Moctheuzoma contra Atonaltzin señor de Cohuaixtlahuacan -hoy llamado Cohixtlahuaca, en el obispado de Oaxaca y provincia de la Mixteca alta-. Motivola el que este cacique no permitía el tránsito por sus tierras a los mercaderes mexicanos: bien sabía cuál era el poder del Monarca de éstos; pero mayor era el orgullo de este régulo, el cual tuvo la imprudencia de hacerles el mal que podía a los traficantes, de despreciar la embajada que Moctheuzoma le envió interpelándolo para que mudase de conducta o se apercibiese para la campaña. Mofose de esto   -176-   Atonaltzin, hizo sacar a presencia de los enviados sus riquezas y mostrándoselas les dijo: «Llevad este tesoro a vuestro rey con que me tributan mis vasallos, por ellos conocerá cuánto me aprecian: que me avise cuánto le dan los suyos, porque como se lo contribuyen a él, con lo mismo me contribuirán a mí si yo le venciere; mas si por el contrario yo fuere vencido por él, cuanto poseo será suyo y sabed que no os quito la vida porque respeto en vosotros el carácter de enviados, y sería vileza poner mis manos en hombres inocentes... Tomad este presente, entregadlo a vuestro amo y decidle lo que me habéis oído».

Ésta fue una provocación que comprometía el honor de Moctheuzoma; oyola con admiración porque era nueva en las de su clase; aceptó el desafío y se lo hizo decir para que se preparase para la guerra. Excitó a los reyes de Texcoco y Tacuba para tomar parte en la campaña en virtud del pacto de la triple alianza, y entre los tres monarcas se aprestó un lucido cuerpo de tropas que marchó a la Mixteca; otro tanto hizo Atonaltzin y a pesar de la superioridad de los mexicanos y texcocanos en la disciplina militar, no sólo resistió la invasión, sino que los hizo retirar afrentados a sus casas sufriendo mayor pérdida que los mixtecos, aunque la de éstos no fue pequeña... Al referir este pasaje el padre Torquemada dice con el candor que campea en sus escritos: Es caso recio querer echar a uno de su casa, no más que por antojo y sin justicia. Este apotegma pudo aplicárselo después a los españoles sus paisanos, que hicieron otro tanto con los indios.

Myladi. No esperaba yo tanto valor de los mixtecos.

Doña Margarita. Lea usted el Cuadro histórico de la Revolución mexicana, y se convencerá de que es la mejor infantería que hay en esta América; ellos fueron los soldados predilectos del inmortal don Valerio Trujano, que sostuvieron el sitio de Huaxuapan en 1812, el de Xonacatlan bastante célebre y los que coadyuvaron a dar nombradía al general Morelos cuando se presentó en Tehuacán en 12 de agosto del mismo año para marchar después sobre Orizava, Oaxaca y Acapulco.

Afrentados los reyes de la triple alianza con la derrota dicha, reunieron doble ejército que el año anterior y volvieron a la carga con doble furor: los ejércitos eran en tanto número, según Torquemada, que eran como langostas cuando cubren el sol a grandes bandadas90. Conoció Atonaltzin   -177-   la debilidad de sus fuerzas para resistir a los mexicanos y llamó en su ayuda a los tlaxcaltecas y huexotzincas; prestáronselo efectivamente y entonces para remover todo obstáculo, y que pudiesen obrar contra Moctheuzoma, les hizo que atacasen el presidio que éste tenía en Tlachquiauhco -hoy Tlaxiaco-, donde desbarataron la guarnición mexicana. A pesar de esta derrota, los reyes unidos atacaron a Atonaltzin, lo vencieron, lo hicieron su feudatario y acabaron con casi todo el ejército auxiliar de tlaxcaltecas y huexotzincas. Fueron fruto de esta victoria Coixtlahuaca, Tochtepec y otra porción de pueblos, cuyos caciques viendo muertos a los suyos se amotinaron contra Atonaltzin, lo mataron, acabaron con los restos de auxiliares suyos que habían allí quedado y se presentaron en México, ofreciéndose por súbditos de Moctheuzoma: esta conquista aumentó el poder del imperio y de ella tuvo gran cosecha Huitzilopuchtli, pues los infelices cautivos fueron inmolados en sus aras... A este triunfo se siguió el que los mismos reyes obtuvieron el siguiente año sobre los indios de Cotzamaloapam en la costa de Sotavento de Veracruz, y aprovechándose de su ausencia los de Chalco, tornaron a insurreccionarse, pero disimularon el hecho para castigarlo en mejor sazón. Obtuvieron en este mismo tiempo otra victoria sobre los quauhtochas que quedaron sometidos y sus cautivos inmolados en la dedicación del templo, llamado Yopitli. Más difícil y más famosa -dice el padre Clavijero- fue la expedición emprendida en el año de 1457 contra Cuetlachtlan, o sea Cotaxtla, provincia situada en la costa del seno mexicano; fundada o habitada a lo menos por los olmecas, arrojados por los tlaxcaltecas, y que contenía una población muy considerable. Había en ella gran cantidad de gente y para sojuzgarla excitó Moctheuzoma a sus dos colegas, los que reunieron numerosas fuerzas, incorporándose en ellas Tizoc y Axayacatl, que después fueron emperadores de México, y también Ahuitzotl, no menos que Moquihuix, monarca que fue de Tlatelolco, y otros personajes ilustres por su gran valor y estima. A esta guerra no fueron los reyes de México, Texcoco y Tacuba, por parecerles que eran bastantes estos famosos capitanes.

El plan de esta campaña se penetró en Tlaxcala por varios emisarios secretos que había en México de aquella república y de Huexotzinco, que estaban ofendidos de los mexicanos, tecpanecas y aculhuas por la mortandad que habían hecho de los suyos en la guerra de Coixtlahuaca; por esto, y porque los de Cotaxtla reconocían su origen de los   -178-   tlaxcaltecas, y vengarse de lo pasado, reunieron sus fuerzas incluyéndose las de Cholula, y vinieron más de cuarenta leguas en su auxilio. Los cholultecas marcharon con aparato, llevando consigo la estatua de Huitzilopuchitli, en cuya protección confiaban, y a quien iban haciendo muchas fiestas y ofreciéndole sacrificios. En Cotaxtla fueron recibidas estas tropas auxiliares con mucho amor y agradecimiento. El ejército mexicano marchó sin saber sus jefes palabra de este socorro; mas luego que lo entendieron, salieron órdenes de la corte para que se regresase del mismo punto donde recibiesen sus generales aquella orden: tomoles en Ahuilizapan -hoy dicho Orizava- y reunidos los jefes en junta de guerra, prevaleció el dictamen de regresar y obedecer la orden; pero Moquihuix lleno de arrogancia dijo: «Vuélvanse todos los que quieran, que yo con mis tlatelolcas batiré al enemigo aunque sea en gran número...». Picáronse los demás generales de esta atrevida resolución y acordaron pasar adelante desobedeciendo la orden de las cortes. Así lo hicieron, vencieron al enemigo y a sus auxiliares, y trajeron prisioneros a México seis mil doscientos, que fueron sacrificados. Quedó desde entonces Cotaxtla sujeta a México y establecido allí para seguridad un presidio con fuerte guarnición de tropas.

Myladi. No apruebo esta conducta, porque jamás- los jefes deben desobedecer las órdenes superiores; pero sí admiro el pundonor militar de aquellos generales que se avergonzaron de regresar a México sin obtener el triunfo que se habían propuesto a su salida.

Doña Margarita. Quiero que ustedes noten una razón de política y de conveniencia que tuvieron los tlaxcaltecas para auxiliar a los de Cotaxtla, y es ésta. Sujeta esta provincia a México, ellos quedaban sin su comercio de los artículos más principales para la vida, como eran el algodón y la sal que adquirían de aquel país, y esto los movió principalmente a socorrerla; la experiencia mostró en lo sucesivo que no se engañaron. ¡Ah!, si los mexicanos hubieran previsto los tristes resultados que dentro de algunos años les daría este triunfo, se habrían guardado mucho de conseguirlo.

Myladi. No alcanzamos la razón de ese concepto, desarróllelo usted y aquiete nuestra curiosidad.

Doña Margarita. Por medio de este triunfo, como continuase la rivalidad entre los mexicanos y tlaxcaltecas, y ambas naciones se mantuviesen en perpetua guerra, les cerraron todo comercio con la tierra caliente y los dejaron reducidos   -179-   a la sierra Matlacueye en que carecieron de sal, algodón y otros artículos precisos de la vida. Así se mantuvieron hasta la llegada de los españoles. Como el departamento litoral de Veracruz pertenecía ya a Moctheuzoma, abrieron relaciones estos aventureros con aquel Monarca y pudieron penetrar a lo interior. Si hubiesen permanecido los de Cotaxtla en amistad con Tlaxcala, sin duda que no habrían internádose, allí habrían perecido probablemente, ya sea por el rigor del clima, ya por acciones de guerra que habrían tenido, apoyados los de Cotaxtla en las fuerzas de Tlaxcala, o sea negándoles de todo punto los mantenimientos que de orden de Moctheuzoma les franqueó Teuhtlile; pero alentados con ellos, y más que todo con los regalos de oro y plata que les hizo, los decidió a internarse, a la sazón que México y Tlaxcala estaban en guerra; aprovechose Cortés de esta división, apoyose en la fuerza de Tlaxcala que se le franqueó por vengarse de Moctheuzoma y he aquí que allanado tal obstáculo, logró dominarlos a todos, valiéndose de los unos para sojuzgarlos después a todos. He aquí como dicho triunfo fue funesto a los mexicanos, y puede decirse que él fijó para lo futuro su desgracia y esclavitud. Un hecho al parecer insignificante y nulo es origen de muchos males.

Myladi. Cierto que la reflexión es oportuna y que no puede hacerse sino después de haber estudiado profundamente la Historia de este país... Pero así lo dispuso la Providencia que rige suavemente los destinos de los pueblos por medios muy desconocidos a la sabiduría humana. Siguió a este triunfo de Cotaxtla -o Cuetaxtlan- un periodo de paz, y como se debió únicamente al valor de Moquihuix, Moctheuzoma trató de remunerarle este servicio; no debió hacerlo así, pues nunca merece premio una desobediencia a la potestad superior, aunque sea favorable el éxito al Estado, que la insubordinación produce.

Mister Jorge. ¿Y cuál fue el premio que se le dio?

Doña Margarita. Casarlo con una hermana de Axayacatl, que después fue emperador de México, boda que se celebró con gran pompa, y se la dio en dote porción de tierras en el barrio de Aztacalco saliendo al bosque de Chapultepec. Este enlace fue muy funesto a Moctheuzoma, por lo que después diré siguiendo el orden de la historia.

En esta sazón se sublevaron los de Chalco contra los mexicanos y se les hizo una guerra a muerte, y tal que causó una total dispersión de las gentes de aquella provincia que se asilaron en los bosques y cavernas. Compadecido de la desgracia de esta gente popular, concedió Moctheuzoma indulto   -180-   para que regresasen a sus casas y familias, y en este tiempo se dio a este continente un singular espectáculo de lealtad de que hay muy pocos ejemplos en la Historia: éste es un hecho en que están de acuerdo todos los historiadores; fue el caso. Un hermano de Moctheuzoma fue hecho prisionero por los chalcas, y sea por congraciarse con el Emperador de México, o por asegurar su independencia del imperio poniendo una testa coronada en su provincia, lo estrecharon a que aceptase la corona; resistiose a ello con constancia, pero le urgieron tanto a que fuese rey que afectó otorgar su solicitud. Mandoles que en un árbol muy elevado le pusiesen un tablado, ocultándoles el designio de esta pretensión: de hecho, lo construyeron, subió a él con un ramo de flores en la mano y desde allí les dijo: «Sabed, mexicanos, que los chalcas me quieren hacer rey, mas no permita Dios que yo haga traición a mi patria; antes bien con mi ejemplo os enseñaré a estimar en más la fidelidad que se le debe que la propia vida». Dicho esto se precipitó de aquella elevación y se hizo pedazos. Esta acción que frustró todos los planes de los chalcas, los irritó de tal manera que allí mismo atacaron a los mexicanos que se hallaban presentes y les dieron muerte. Temieron mucho por este hecho que Moctheuzoma les declarase la guerra, y les aumentó este temor haber oído cantar en aquella ocasión un tecolote, ave nocturna y de mal agüero, que siempre ponía y aún pone pavura en los ánimos supersticiosos de los indios, y presumieron por él que se les declararía la guerra por Moctheuzoma, como así se verificó, la cual se les anunció que sería a sangre y fuego, pues a poco esparcieron hogueras en los montes inmediatos, que era la señal de desolación con que se anunciaba esta fatal desgracia, y se verificó en los términos que tengo dicho.

Myladi. ¡Qué pocos de los aspirantes a un trono justifican su sinceridad del modo que lo hizo este fidelísimo mexicano! Hemos visto en nuestros días hombres que afectan renunciar con sinceridad una corona con las palabras, al mismo tiempo que desmienten con sus obras semejantes protestas, pues sus medidas, examinadas a buena luz por los políticos que no se dejan engañar con apariencias, son encaminadas a este objeto: ¡miserables!, quieren ser engañadores, pero en verdad que ellos son los engañados.

Doña Margarita. Nada es más cierto que lo que usted acaba de decir; y yo añado que a los ambiciosos les sucede lo que a los enamorados, que creen que nadie los mira cuando todos los observan. De poco le habrían servido a Moctheuzoma   -181-   Ilhuicamina sus triunfos con los enemigos exteriores, si en oportuno tiempo no hubiese destruido el interior que tenía muy cerca de su capital y que amenazaba su existencia: hablo ya de Quauhtlotoa, rey que entonces era de Tlatelolco. Este régulo, o por ambición de extender sus dominios, o por odio personal al rey de México, se había propuesto destruir a su antecesor Izcóatl; declarose una oposición escandalosa entre ambos reyes que se comunicó a los pueblos: eran éstos dos barrios en que se insultaban mutuamente sus vecinos, y ni aun al mercado concurrían sino uno que otro furtivamente. Esta oposición -dice Clavijero- duró muchos años, hasta que Moctheuzoma previendo el golpe se anticipó a dárselo a su enemigo, dándole un furioso asalto a Tlatelolco y mandándole quitar la vida a su rey Quautlotoa. Entonces hizo que le sucediese Moquihuix, que como veremos, heredó las ideas de su antecesor y tuvo la misma suerte, quedando desde entonces agregada esta monarquía a la mexicana.

A los nueve años del reinado de Moctheuzoma, sobrevino una grande inundación a México por las copiosas lluvias, y en tan aflictivas circunstancias se ocurrió a Netzahualcóyotl para que consultase el modo de remediar este gran mal. Efectivamente, proyectó hacer una albarrada de madera y piedra que detuviese la fuerza de las aguas para que no llegasen a la ciudad; la empresa era atrevida, pero se realizó como todo lo que se proyecta cuando el peligro urge. Los tres reyes de la liga aprontaron multitud de gentes. «Cierto -dice el padre Torquemada- que fue hecho muy heroico y de corazones valerosos intentarla, porque iba metida casi tres cuartos de legua el agua dentro, y en partes muy honda, y tenía de ancho más de cuatro brazas y de largo más de tres leguas. Estacáronla toda muy espesamente con estacas muy gruesas, les cupieron de parte a los tecpanecas, coyohueques -o de Coyoacán- y xochimilcas91, y lo que más espanta es la brevedad con que se hizo, que parece que ni fue oída ni vista la obra, siendo las piedras con que se hizo todo de guijas muy grandes y pesadas, trayéndolas de más de tres y cuatro leguas de allí, con que quedó la ciudad por entonces   -182-   reparada, porque estorbó que el golpe de las aguas salobres se encontrasen con esotras dulces sobre que estaba fundada la ciudad. Mostrose -añade- en esta obra Netzahualcóyotl muy valeroso, no menos que esforzado Moctheuzoma, porque ellos eran los primeros que ponían mano en esta obra, animando con su ejemplo a todos los demás señores y maceguales -o plebeyos- que en ella entendían». Cuando considero sobre esto y me figuro que por el abandono en que el Gobierno tiene el desagüe, y de repente nos viésemos con una inundación en México, me pregunto a mí misma: ¿Qué suerte correríamos entonces con tanto holgazán, con tanto lépero y pillo que puebla esta capital, que no piensan más que en holgar y pasar una vida cómoda, aunque sea viviendo de la trampa, de la estafa y del robo? ¿Se aplicarían estos tunantes al desagüe o serían los primeros en escaparse para rehuir de este trabajo? Soy justa, señores, y no puedo menos de elogiar y bendecir la memoria del último virrey Apodaca, que en el año de 1819 fue el primero que se presentaba en las obras del desagüe de México a alentar a sus habitantes a trabajar en las acequias. La noche en que supo que las aguas dominaban a México y estaba amenazado, y se le dijo reservadísimamente por los ingenieros, padeció en su ánimo angustias de muerte hasta que al día siguiente se consoló sabiendo que habían bajado... ¡Ah! ¡Ya no existe este hombre y por lo mismo no se hará sospechoso este tributo de gratitud, que hoy pago a su memoria! Como los males jamás vienen solos, se siguió a esta inundación una espantosa seca: heláronse las sementeras, mas pudieron suplir la falta de granos con los depositados en el año anterior; pero sucediendo lo mismo en el siguiente, ya no hubo con qué hacer esta reposición. Corrieron tres años sin cosecharse cosa y he aquí una hambre general en toda esta América; llegó a tal punto que los hombres se vendían por el alimento. En tal conflicto mandó el Rey que ya que se hubiesen de vender por esclavos los indios, fuese por cierto valor y que el precio de una doncella fuese de 400 mazorcas de maíz desgranadas, que hacen una anega o poco menos; y el de un hombre el de 500; providencia justa para evitar que los avaros labradores, abusando de la suerte de los miserables hambrientos, los comprasen por más vil precio. El Rey, aunque abrió sus trojes para socorrer la necesidad pública, no pudo llenar sus deseos: entonces dio licencia para que emigrasen de su reino los que quisiesen para buscar alimento donde lo hallasen. Al despedirse muchos del Monarca, los abrazó y derramó sobre ellos copiosas lágrimas...

  -183-  

Myladi. ¡Espectáculo tierno sería ver a un soberano de tanto prestigio y autoridad como éste, abrazar a los suyos en tal ocasión y por tal motivo! Yo me figuro a un padre de una familia privada que se hallase en igual lance y apenas puedo sostener la idea. ¿Qué será la de un rey que es el padre común de su pueblo y que a todos los ama como a hijos?

Doña Margarita. Por Dios, que no amplifique usted ese pensamiento, porque se destroza mi corazón... ya se me figura que veo igual escena: ¡¡Dios mío, quítame la vida antes que presenciarla!! Cuéntase que la provincia de Totonicapán en la costa, donde no hiela, abundó el maíz, y con tal motivo acudieron allí muchas gentes y se aumentó la población. Al siguiente año abundaron las aguas y se dieron toda clase de semillas, aun donde no se habían sembrado; el padre Torquemada, discípulo hasta en el candor de su buen maestro el padre Sahagún, atribuye esta abundancia extraordinaria al diablo...

Myladi. ¿Al diablo? ¿Pues que ese genio del mal es capaz de hacer algún bien a la especie humana?

Doña Margarita. Seguramente que se le atribuye para tener cosecha de almas en los sacrificios, así como las viejas dicen que el diablo cuida a los niños para llevárselos adultos y maduros.

Myladi. ¡Valiente patraña, a fe mía! Yo lo atribuyo a la Providencia bienhechora, conservadora de los hombres. Mas ya que usted muestra tan justo horror a la calamidad del hambre, le suplico que entre sus paisanos, sobre quienes pueda tener ascendiente, procure inspirarles la idea de los pozos artesianos, por medio de los cuales se hacen fructíferas aun las tierras más estériles. Exhórteles usted a que formen una reunión de labradores, que juntando algunos fondos para traer de Francia o Inglaterra tres o cuatro ingenieros hidráulicos, de los más ejercitados en esta clase de obras con instrumentos a propósito, abran algunos de estos pozos y los vulgaricen por todas partes; de esta manera tendrán ustedes abundantísimas cosechas a poca costa y un gran recurso en estas necesidades. ¡Cuánto no cosecharían entonces en ese país que llaman el Mezquital, donde la tierra es demasiado reseca y abundantísima cuando se logra un año regular! Yo así lo he oído decir.

Doña Margarita. Es certísimo y prometo a ustedes propagar esa idea noble.

Myladi. Ayuden a la naturaleza, no sean omisos, ni lo libren todo en la feracidad de su suelo, puesto que la experiencia les ha demostrado la gran mortandad que experimenta la gente pobre en años de sequedad.

  -184-  

Doña Margarita. Agradezco a usted sus buenos consejos y siento separarme, porque el calor es insufrible. A Dios, hasta mañana.




ArribaAbajo

Conversación decimasexta

Myladi. Mucho madrugar es este...

Doña Margarita. A poco de haberse abierto esta alameda me presenté en ella: no pude sufrir el calor de anoche, creí que estaba en Veracruz92, sólo faltó el mosco para que se equivocara con el de aquella plaza.

Myladi. ¿Pues qué habría usted dicho si se hubiera hallado en el coliseo?

Doña Margarita. Habría renegado.

Myladi. ¿Pues que no gusta usted de aquel lugar de delicias, ni de esas bellas óperas que se están representando?

Doña Margarita. Yo no gusto de tales representaciones, una u otra vez que he ido ha sido sólo por gustar del canto y no más; he prescindido de la representación.

Myladi. ¡Es cosa rara! No lo he oído.

Doña Margarita. Pues oígalo usted, aunque sea por primera vez. Yo busco en las cosas la ilusión y la imitación de la naturaleza, no la inverosimilitud. ¿En qué cabeza que no esté trastornada cabrá -como creo haber dicho a usted otra vez- que un hombre se pelee con otro cantando, y que haciendo gorgoritos y trinos dulces le meta un estoque por el corazón o le haga otra semejante fechoría? El enojo y la alegría son afectos tan contrarios que el uno excluye al otro; cantar y darse de puñaladas, o tomarse celos cuando el ánimo se irrita y debe explicarse con el mayor desentono, es cosa que no ha cabido, ni en la cabeza de Juan de la razón, que era el mayor loco que ha tenido San Hipólito de México: ir cantando a un patíbulo, ¡qué bobería!

  -185-  

Myladi. Según eso diremos que toda la Europa está en locura, pues gusta de estas composiciones...

Doña Margarita. Saque usted las consecuencias que quiera, pero ésta es mi opinión, y lo será de toda persona que busque en estas composiciones la ilusión y la naturaleza. Fuera de esto entiendo que pocas delicias puede proporcionar un teatro donde una multitud de holgazanes que llaman cócoras, turban el orden con gritar y befar a los representantes, faltándole al respeto al público y al magistrado que preside esas concurrencias. Para presenciar tales desórdenes me iría yo mejor a la pulquería de Tumbaburros: ya sabría que estaba entre borrachines y no entre gentes que precian de honradas, pero que obran como bacantes energúmenos, sin pudor ni decencia.

Myladi. ¡Vaya, que el calor de la noche se le ha subido a usted a la cabeza y la ha puesto de mal humor!

Mister Jorge. Nada de eso, la señorita tiene razón en lo que dice.

Myladi. Es una chanza y yo opino del mismo modo. Cuéntenos usted las cosas de Moctheuzoma.

Doña Margarita. Poco me falta que contar de este personaje, pues está próximo a hacer testamento y morirse como verán ustedes. Efectivamente, conociendo la proximidad de su término, llamó a los principales señores de su corte, a quienes encargó el amor, fraternidad y unión con que deberían tratarse. Díjoles que quedaban tres hermanos dignos de sucederle en el mando: Tizoc, Axayacatl y Ahuitzotl, y aunque el primero era el mayor, le parecía que debía anteponérsele el segundo por haber mostrado más valor en la guerra, y por lo que le dejaba sus armas, y en defecto de éste sus otros hermanos. Manifestoles que dejaba un hijo que les recomendó, pero no se los propuso para el imperio; este desprendimiento probó que prefería a la patria sobre el amor de padre. Hecha esta recomendación y manifestada su última voluntad, despidiéndose de todos amorosamente, murió con general sentimiento de todos, porque tenía virtudes, piedad, valor en la guerra a toda prueba, amor a la justicia, energía para hacer observar las leyes y cuantas excelentes partes pueden exigirse de un buen príncipe. Todavía se recuerda entre los mexicanos su nombre con respeto, y la idea de Moctheuzoma Ilhuicamina trae como accesoria y correlativa la de un atleta vigoroso, que afronta los mayores peligros por salvar a su patria, compasando sus operaciones por la prudencia y el valor. Reinó veinte y ocho años y meses, según Clavijero, y   -186-   murió en 1464. Celebráronse sus exequias con tanto mayor aparato, cuanto mayor era la magnificencia de la corte y el poder de la nación. El padre Torquemada dice que puso su casa en grande majestad, nombrando muchos y diversos oficiales, y se servía con grandes ceremonias y aparato... Yo entiendo que fue el tipo de Moctheuzoma segundo, que llevó la etiqueta de la corte al mayor punto imaginable... Fue -añade- muy cultor de sus dioses y amplió el número de sus ministros, instituyendo algunas ceremonias, por lo que lo compara con Numa Pompilio en Roma: edificó un gran templo a Huitzilopochtli y ofreció innumerables sacrificios en su dedicación, así de hombres como de otras cosas, que para este fin se habían reservado.

Los electores del imperio mexicano, bien convencidos de la justicia con que Moctheuzoma les había recomendado a Axayacatl, le nombraron su sucesor en el imperio, del que entonces era tlachocalcatl, o capitán general, y por su elección su hermano Tizoc obtuvo este empleo. Pronto salió a hacer su correría para sentarse en el trono y les tocó la china a los pobres indios de Tehuantepec del obispado de Oaxaca, sobre quienes obtuvo un completo triunfo atacándolos, fingiendo huir y tornándose después contra ellos en una emboscada; regresó a México con muchos prisioneros y un rico botín, donde se coronó con grandísimo aparato. Rebeláronse en este tiempo los de Huexotzinco y Atlixco, y uniéndosele los reyes de Tacuba y Texcoco, marchó sobre ellos y logró desbaratarlos. A la vuelta de esta expedición murió Totoquihuatzin rey de Tacuba, de quien tanto he dicho a ustedes otra vez, padre de la esposa de Netzahualcóyotl; llorose su muerte porque se portó con valor y fidelidad, y no hizo quedar mal a su yerno cuando le colocó en el trono a despecho de Izcóatl. Sucediole en el trono su hijo Chimalpopoca, que imitó la conducta de su padre. En el primer año del reinado de Axayacatl se sintió un espantoso terremoto, en que se movieron y sacudieron fuertemente tres cerros -dice el padre Torquemada- en la provincia de Xuchitepec, de lo que tomaron sus habitantes muy mal agüero, presumiendo que Axayacatl los sojuzgaría; mas no por esto, sino por la superioridad de sus fuerzas: los venció efectivamente, lo mismo que a los cuetlachtecas, y los prisioneros fueron sacrificados al dios de la guerra en el templo de Tlatelolco llamado Momoztli. A poco se vio amenazado de su cuñado el rey Moquihuix de Tlatelolco, el cual daba muy mal trato a su hermana, o porque se hubiese fastidiado de ella, o porque viese de mal ojo la exaltación de   -187-   su hermano al trono de México, creyéndose con más mérito que él por la victoria que años antes había obtenido sobre los de Cuetaxtla -como ya he dicho a ustedes-. Aunque su esposa tenía cuatro hijos de él, se decidió a separarse de su lado y se vino a México, y dio aviso a Axayacatl de la conspiración que en secreto tramaba su hermano, que había podido descubrir a pesar del sigilo con que se urdía este grave negocio. Los informes salieron exactos, pues Moquihuix había excitado a la cooperación de este atentado a varios régulos y estaban de acuerdo con él para auxiliarlo el mismo día en que abortase la conspiración. El plan combinado era que atacando a México los tlatelolcas, ellos acudirían a tomar la retaguardia dejando en medio a los mexicanos. Las desazones de ambos pueblos eran tan escandalosas que donde quiera que se encontraban mexicanos con tlatelolcas se atacaban, distinguiéndose por su furor las mujeres. Tomadas por Moquihuix las prevenciones para realizar su empresa, llamó a una junta de personas notables, en la que les manifestó su designio, esperando de ellos su cooperación. Tomó la voz a nombre de todos un viejo sacerdote llamado Poyáhuitl, quien protestó que morirían todos en la demanda; y para confirmarse en la promesa del auxilio, mandó Moquihuix que se lavase la piedra de los sacrificios humanos y con aquellas lavazas se ordenase un bebedizo de que todos tomarían.

Myladi. He leído en Salustio que otro tanto hizo Catilina cuando reunió a sus conjurados. ¿No admira a usted que ciertas medidas de criminalidad se hayan adoptado casi con generalidad en las naciones, aunque ellas hayan estado aisladas, sin que tuviesen ideas unas de otras?

Doña Margarita. Eso prueba que es uno y común el origen de todos los hombres, y que el crimen con que fue coinquinado el primero se transfundió a toda la especie humana; deduciéndose de aquí una verdad importante para la religión y es: Que el reparador de las maldades del hombre primitivo, lo es de todos los demás. Apurada la copa de este maldito brebaje por todos los concurrentes, se encendieron en furor y ya les parecían perdidos todos los momentos que dilataban el rompimiento. A pesar del juramento de guardar secreto, muy luego lo supo todo Axayacatl por uno de los mismos juramentados, pues los reyes tienen en todas partes amigos y traidores. Moquihuix ignoró esta revelación y así llevó a cuantos pudo de los suyos a un cerrillo inmediato a la ciudad de Guadalupe llamado Zacahuitzyo, fingiendo ser para otra cosa; hizo un solemne sacrificio en él, allí ratificó él y   -188-   los suyos el juramento que tenían hecho, y señaló el día de la sublevación, que había de ser a los ochenta venideros. La cosa quedó en este estado. A los diez días del mes Tecuilhuitl -o fiesta de los señores mayores- fueron muertos varios cautivos, dedicada a los dioses Chanticon y Cohuaxolotl, a quienes ayunaron e hicieron sus funerales, y apercibió a sus aliados sobre el modo con que deberían atacar. El de Culhuacán le hizo decir que se estuviese quedo hasta que él llegara, que él aparentaría huir haciendo salir a los mexicanos en su alcance, y que entonces los atacase por la espalda: no puso Moquihuix este proyecto en ejecución. Un día antes del ataque a México, repitieron la ceremonia del brebaje e hicieron fiesta en el templo, del que salieron bien tarde; mas los mexicanos, sabedores de todo se anticiparon, dieron una carga a los de Tlatelolco cuando la gente estaba en el mercado, hirieron a muchos y a los prisioneros los sacrificaron en el templo. Las mujeres de Tlatelolco, después de esto, se soltaron en bandas insultando a los mexicanos, que usando de las armas avivaron la acción; pero subiendo de punto el ardor de ambas partes, ya la guerra se hizo inevitable. El cacique de Acolhuacán no faltó a su palabra, pues vino con su tropa; pero viendo que no se obraba como él había dispuesto, se retiró con su gente cerrando las acequias para que por éstas no acudiese al socorro de los tlatelolcas; entonces Moquihuix se subió al templo, desde donde exhortaba a los suyos a la pelea. Axayacatl les mandó abrir las acequias y auxiliado con los que tenía anticipadamente prevenidos de las inmediaciones, empeñó la acción vivamente y quedó indeciso el triunfo aquel día. Mas no así al siguiente, que reforzado Axayacatl con nueva fuerza y distribuida por las calzadas, atacaron la fortaleza principal de Moquihuix en el templo adonde se había concentrado. Éste daba desde allí voces exhortando a los suyos; pero éstos viéndose batidos, comenzaron a insultarlo tratándolo de afeminado; finalmente, apoderados los mexicanos de la fortaleza, uno de éstos llamado Quetzalhua, le arrojó por las gradas, aunque se defendía briosamente, y llegó al suelo casi muerto. En tal estado lo llevaron a Axayacatl que estaba en el barrio de Copolco, inmediato a Tlatelolco, y con sus propias manos le sacó el corazón. Las tropas venidas a esta sazón de varios pueblos inmediatos, viendo que la acción era concluida, se retiraron sin servir a unos ni a otros. Murieron de los tlatelolcas 460 y no pocos de los mexicanos. Cuéntase que no pocos de los vencidos por escaparse se metieron en la laguna poniéndose en traje de los pájaros que llaman yacacimes, y que por escarnecerlos   -189-   y burlarlos les hacían graznar los mexicanos como estas aves graznan, y desde entonces llamaban a los tlatelolcas yacacimes, y comenzaban a graznar cuando los veían. Por tal acción Tlatelolco quedó agregado a México, cuyo emperador nombraba gobernador de aquel pueblo. Fue el último durante el gobierno del segundo Moctheuzoma Itzquauhtin, el cual fue muerto a garrote juntamente con varios señores mexicanos y texcocanos, cuyos cadáveres desnudos, juntamente con el de Moctheuzoma, arrojaron los españoles por las azoteas del palacio de este monarca a un lugar que se llamaba Tevayoc, que quiere decir lugar de la tortuga de piedra porque allí estaba labrada una tortuga de piedra, según refiere el padre Sahagún. Hoy no puedo pasar por Tlatelolco sin que se me recuerden todas estas especies que conmueven mi corazón. Es un lugar árido, seco, tequesquitoso y lleno de escombros, que muestra la grandeza de aquella antigua ciudad, émula y rival de México, y último asilo y atrincheramiento donde se defendió la libertad mexicana; y para más conmover al viajero, a pesar del transcurso de más de tres siglos, todavía se ven en aquel terreno porción de las puntas de flechas y macanas de piedra obsidiana.

Myladi. No ha muchos días que yo hice recoger algunos pedazos de esas mismas flechas, que espero llevar a Inglaterra para presentarlas al vizconde de Kingsborough, digno apreciador de las antigüedades mexicanas... He aquí -le diré- un testimonio del valor y constancia con que los mexicanos defendieron inútilmente su libertad en las llanuras de Tlatelolco contra la tiranía española. ¡Lástima que hubiese sido inútil un esfuerzo tan heroico!

Doña Margarita. Agradezco, mi señora, esa muestra de aprecio a mi nación y que no hace el común de mis paisanos que pisan aquellas ruinas, y ni aun se dignan preguntar quién las causó... Ya ustedes habrán entendido por lo que me han oído, que ésta fue la única conquista justa que hicieron los antiguos reyes mexicanos, las demás fueron usurpaciones, violencias, rapiñas y tiranía; ¡así fue el desenlace del drama! Moquihuix fue un ingrato a los favores y honras que merecía a la Casa de México; el tratamiento que dio a la hermana de Axayacatl fue bárbaro e inhumano; no contento con ultrajarla, se entraba escandalosamente en los recogimientos de las mujeres que tejían los ornamentos y vestiduras de la diosa Chanticon, y violaba las que le parecían más hermosas, y también -dice el padre Torquemada- hacía traición a muchos de sus mayordomos y capitanes, de que todos estaban muy   -190-   sentidos, y aun con ánimo más de matarle que de matar a su enemigo. Cebado en las victorias Axayacatl sin saberse la causa, marchó con los otros dos reyes de la triple alianza sobre la provincia de Matlazinco y de Zinacantepec, y después sobre los ocuiltecas, los de Malacatepec y Coatepec. También hizo guerra a la provincia de Xiquipilco que la gobernaba Tlilcuetzpalin, éste le acometió personalmente y le dio un terrible golpe en un muslo, de que quedó Axayacatl cojo; acudieron otros dos otomíes y le hirieron, quedando abandonado de sus soldados; mas dos criados suyos le socorrieron cuando estaban ya sus enemigos a punto de matarle. Sin embargo de esta desgracia triunfó en la acción. En la que dio a los xiquipilcas, cautivó once mil sesenta hombres, pereciendo de los mexicanos ciento seis: por supuesto fueron sacrificados aquellos infelices. Concluida esta campaña, y ya sano de sus heridas, dio un gran banquete con asistencia de los reyes de la triple alianza, en el que fueron muertos Tlilcuetzpalin, señor de Xiquipilco, juntamente con los dos capitanes que le ayudaron; acción bárbara e indigna de un rey cruel, quien añadió a este hecho otra circunstancia de atrocidad, y fue que hizo concurrir al festín Axayacatl a sus mujeres. Renovose después la guerra contra los matlazincas, y entonces fue a Toluca y a Tlacotepec, y personalmente prendió a dos valerosos capitanes. Después marchó su ejército sobre los de la provincia de Tochpan, que se sublevaron, y los de Tototlán, de éstos a ninguno dejó con vida. Axayacatl era de un valor extraordinario, era el primero que se presentaba peleando como un soldado; pero tanto valor lo deturpaba su ánimo cruel y pérfido, pues ejecutaba sus venganzas a sangre fría, como el más cruel asesino, así lo acredita el hecho siguiente.

Teníale odio a Xihuitlemoc, señor de Xochimilco, acaso porque no le auxilió en la guerra contra Moquihuix y andaba buscando el modo de matarle. Vino por su desgracia a México y le propuso que jugase con él a la pelota; rehusose a ello Xihuitlemoc, temiendo ganarle y causarle con esto sentimiento y desagrado, y si se hacía perdedizo también podía ofenderse de ello; al fin aceptó, y Axayacatl puso por apuesta todas las rentas de aquel año, y unos pueblos de la laguna y a la ciudad de Xochimilco; en conclusión le ganó las rayas, dejando con muy pocas al Rey, que no sentía tanto perder sus rentas cuanto el crédito de buen jugador, porque preciaba de serlo. Acabado el juego, dijo Axayacatl: «Xihuitlemoc es por este año el rey»; mas como era muy político le respondió: «Señor, vos sois siempre mi rey y el haber   -191-   ganado no han sido las rentas reales, sino favores de haberme dejado ganar mi rey, y de cualquiera manera es vuestra la ciudad de Xochimilco»; mas Axayacatl le respondió: «Yo he perdido y como deudor que soy, tomad la paga, tomad lo que aposté y llevadlo a vuestra casa, y haced de la plaza y laguna lo que quisiereis». Luego se despidió, entró en su palacio y llamó a los recaudadores de tributos, les mandó que acudiesen con ellos a Xihuitlemoc. Parecioles a éstos que era afrenta dejar a su rey por vasallo de éste y le dijeron que no le diese cuidado, pues ellos harían lo que más conviniese. Diéronse tal maña que se concertaron en la misma ciudad de Xochimilco con una parcialidad, y en un convite que hicieron a Xihuitlemoc al tiempo de ponerle un sartal de rosas al cuello, lo ahorcaron, con lo que quedó libre Axayacatl de la deuda. Este caso -dice el padre Torquemada- está pintado en la cabecera de Tepetenchin... Esto hacen los reyes despóticos, perversos, y vale más tratar con tigres que con estas bestias feroces, pues les exceden en crueldad.

Myladi. Así lo conozco y por eso los detesto, así como amo a los buenos reyes.

Doña Margarita. El reinado de éste no sólo se hizo memorable por sus sangrientas guerras, sino por algunos fenómenos de la naturaleza. Al sexto año de su gobierno tembló la tierra tan fuertemente que no sólo se cayeron muchas casas, sino que se desmoronaron algunas montañas; reinó 13 años y murió en 1477: dejó muchos hijos y entre ellos a Moctheuzoma segundo, que supo apreciar más que su padre el valor militar aun de sus enemigos, como lo hemos visto con Tlahuicole, aquel general de Tlaxcala.

Myladi. ¡Valiente contraste se nota entre el padre y el hijo!

Doña Margarita. El padre Clavijero le llama severo en el castigo. Lo fue, y tanto, que sojuzgados los tlatelolcas se hizo justicia pública en el mercado de Ehccatzizimitl y Poyauhtl, por haber sido sospechosos en la sedición con otros muchos de gran valor y esfuerzo: lo fue el cacique de Aculhuacán y otros veinte de sus capitanes, los gobernadores de Cuitlahuac, Cihuanenemitl y Tlatolatl, y al siguiente día Quauyacatl de Churubusco. En fin, nadie quedó sin castigo y la conspiración fue bien vengada. Muerto Axayacatl fue electo con todos los votos su hermano Tizoc, que era general mexicano, de quien muy poco cuenta la Historia en orden a conquistas que hiciese. Parece que se dedicó a proteger a los huexotzincas, porque habían cooperado a las conquistas de los mexicanos, y por esto   -192-   acordó en una junta de consejeros que tuvo, darles casa y asiento en México. Entonces era tan apreciado el valor de los de aquella provincia que a ningún soldado daban insignias de valiente que no hubiese hecho presa en ellos. El señor Veytia, examinando el origen del nombre de Tizoc, dice que importa tanto como llamarle el tiznado; que deseoso de multiplicar víctimas que ofrecer a los dioses, hizo varias expediciones militares y sujetó a Toluca, Mazatlán y otras ciudades; pero sus feudatarios, entre ellos Techotlala señor de Iztapalapan, resentidos de él, y no pudiendo sufrir su dominación, conspiraron contra su vida, y se cree que lo mataron con veneno al quinto año de su reinado que fue en el de 1482. Dice de este Monarca que fue muy circunspecto y severo en castigar los delincuentes, y que en sus días llegó México a una opulencia hasta entonces no vista, y exaltado con las ideas de magnificencia pretendió fabricar un templo al dios de la guerra que excediese a cuantos se habían construido en este continente, a cuyo efecto tenía acopiados inmensos materiales y empezado la fábrica cuando murió.

Algún escritor se ha devanado los sesos averiguando la causa por que le llamaron Tizoc, y cree que porque tenía las narices horadadas y en ellas una piedra preciosa; mas según esta razón, sería preciso llamarles a todos los reyes y príncipes con igual nombre, porque todos las traían de la misma manera y con igual adorno. El padre Clavijero dice que en la colección undécima de la Historia antigua reunida por el virrey don Antonio de Mendoza93 se representan catorce ciudades conquistadas por Tizoc, y entre ellas Toluca y Tecaquic, que se habían rebelado, con más, Chillan -hoy Chila-, Yanhuitlan, Tlapan y Tamapachco, en la Mixteca alta de Oaxaca.

Myladi. He oído mentar a usted a Tecaquic: ¿es por ventura un pueblito inmediato a Toluca por donde yo he pasado cuando fui a las minas de Angangueo?

Doña Margarita. El mismo: allí hay un santuario de Nuestra Señora de los Ángeles encomendado a los padres franciscanos, muy singular para mí, porque la pintura de la imagen que es antiquísima, es del mismo colorido que la de la colegiata original de Nuestra Señora de Guadalupe; esto me lo ha dicho un grabador de buena mano que la observó de cerca y   -193-   grabó también la de Nuestra Señora de Guadalupe bajo la dirección del famoso Fabregat. En fin, yo tengo, a pesar de lo dicho por el padre Clavijero, a Tizoc por rey pacífico, o a lo menos por menos guerrero y atrevido que su hermano Axayacatl. El padre Vetancurt cuenta que murió envenenado de orden del cacique de Tlacho -o Tasco-, o como quiere enhechizado; llamábase Maztlato y que lo hizo porque desagradaba a los mexicanos que se estuviese en paz; que unas hechiceras enviadas a propósito de Tasco le hicieron esta fechoría saliendo de su palacio; que al volver a él murió luego arrojando sangre por la boca; que se hicieron pesquisas sobre su muerte y descubiertas las mujeres fueron ajusticiadas; finalmente, que se le hizo un solemne funeral, al que asistió el rey de Tacuba Chimalpopoca y el de Texcoco Netzahualpilli.

Myladi. Ya que mienta usted a este personaje, querría saber algo de su historia, pues he oído decir que fue un hijo digno de mi querido Netzahualcóyotl.

Doña Margarita. Puntualmente ahora me toca hablar de él por la íntima relación que tiene su reinado con los reyes mexicanos de esta época.

Aunque fue reconocido rey de Texcoco, no tanto por la declaración que hizo a su favor su padre cuanto por la cordura con que se condujo en su minoridad su coadjutor y regente Acapiopioltzin; sus hermanos que eran muchos, roídos de celos, intentaron derrocarlo del trono invocando en su auxilio a los huexotzincas que pasaban entonces por los soldados más valientes de este continente: pretendían éstos matar a traición a Netzahualpilli y avisado de ello se presentó en campaña con un buen ejército, y los huexotzincas se aprestaron para recibirlo. El general de éstos inquirió cuál era el traje y armas con que se presentaría el Rey para dirigirse inmediatamente a él, matarlo y dar por concluida la campaña, y aunque hizo muy secretamente esta averiguación, no lo fue tanto que no llegase a oídos del Monarca. Llegado el momento de la batalla, trocó sus armas con las de un capitán suyo muy esforzado, y así es que cargando reciamente sobre el general huexotzinca se trabó entre ambos una dura acción singular, acudió en su socorro Netzahualpilli y se batió con él inútilmente, porque el huexotzinca le dio muerte; los de éste cargaron reciamente sobre el cadáver y creyéndolo del Rey, se disputaban el tomarle cada cual a guisa de perros rabiosos un pedazo de carne como un gran triunfo. A los primeros golpes con que dieron en tierra con este capitán, Netzahualpilli procuró cubrirse con su cuerpo para que sobre él recayesen las heridas, y esto   -194-   lo salvó; sin embargo, recibió varias contusiones y una herida en una pierna de que quedó estropeado. En esta sazón acudieron tanto huexotzincas como texcocanos para salvar a sus respectivos jefes, y Netzahualpilli hubiera muerto en la confusión a no haberse dejado conocer de los suyos; en esta sazón poniéndose sobre el jefe de los huexotzincas, multiplicó sobre él los golpes y le cortó con sus propias manos la cabeza. Muerto el jefe de los huexotzincas se puso el ejército en dispersión y los texcocanos entraron en la ciudad y la saquearon retirándose triunfantes a Texcoco. Celebrose la victoria solemnísimamente y para perpetuar su memoria, Netzahualpilli mandó que se formase una gran cerca en todo el campo o área de terreno que ocupaba el ejército enemigo durante esta acción... El cual cercado -dice Torquemada- hoy día se ve en la parte de Texcoco que es saliendo hacia Cohuatlican y tiene el mismo nombre del día en que sucedió la victoria.

Parece que consolidado el imperio en Netzahualpilli trató de casarse con una princesa mexicana, y también que en esta época fabricó el palacio que ha sido tan aplaudido por los escritores antiguos, que hoy se tiene por una fábula, porque Texcoco y sus inmediaciones no presenta otra cosa que ruinas y escombros que entristecen al que las visita. Quiero dar a ustedes idea de este bello edificio para amenizarles en parte la triste relación de matanzas, crueldades, sacrificios y perfidias que han hecho el gasto en esta conversación. Un testigo presencial de gran parte de lo que cuenta es el padre Torquemada, y así me ajustaré a lo que dice este escritor veraz94:

«Había en esta ciudad muchos y muy buenos edificios, y aunque había muchas casas de señores que la ilustraban, fueron dos las que pueden ser de mucha y célebre memoria, el antepenúltimo rey que la gobernó llamado Netzahualcóyotl, que edificó sus casas y palacios muy grandes, cuyo asiento fue un suelo de terrapleno de más de tres estados en alto. Encima del terrapleno edificó sus casas con grandísimas salas y aposentos, y por huir de prolijidad digo que eran tales que bien podían gozar el nombre de imperiales. A su lado, a la parte del poniente, le caía la laguna grande salada; la cual se veía desde cualquier parte del palacio muy clara y distintamente por estar tan alto. Tenía a la parte del mediodía una huerta de grandísima recreación, la cual cercaban más   -195-   de mil sabinas muy altas y crecidas, y un muy ancho y espacioso foso de agua que era de un río que por él corría; y aunque ahora está muy arruinado este real edificio, está aún cuasi entera la cerca de las sabinas. El hijo que heredó a este monarca llamado Netzahualpiltzintli, demás de ser muy sabio en ciencia natural era grandísimo arquitecto, y así edificó otros palacios donde hizo su morada, tan aventajados a los que su padre había hecho que no tenían comparación ninguna. Edificolos un poco apartados de los de su padre a la parte del norte, y tan artificiosos, que parecían un muy propio laberinto de los que los antiguos usaron; tan ordenados sus aposentos y recámaras, y con tantas entradas y salidas en lo interior de la casa que si no llevara guía el que en ellos entrara, era fácil perderse. Tenía... y tiene de presente, un patio antes de entrar en este interior que hemos dicho, muy grande, todo enlosado muy igual y parejamente, en medio del cual está una muy crecida y gruesa sabina, que cuasi hace sombra a todo el patio. Tiene muchas salas y aposentos a la entrada de él muy grandes y buenos, y en este patio hay un terrapleno de más de vara y media de alto, que hace un ambulatorio de doce o trece pies de ancho con un pretil de una vara en alto, todo de piedra, labrado y encalado. Están tres salas que en su lengua llaman calputes, que cogen de esquina a esquina todo el patio: son ciertamente piezas muy de ver; éstas servían a los señores de los reinos e imperios comarcanos; la una era del Consejo mexicano, cuando para alguna causa iban a Texcoco; otra del Rey y Consejo de Tlacupa, y la otra del Consejo del mismo rey texcocano. Sobre estas grandísimas salas hay otros cuartos y aposentos que tienen otros ambulatorios y pasadizos, donde los reyes y señores de la Casa Real se recreaban y en algunos dormían, todo muy curioso y de ver. Tenía... y tiene, aunque no tan vistosa ahora, una huerta de muchísima recreación, de muchas flores y yerbas odoríferas. Tiene en un patio interior que corresponde a sus dormitorios, piedras de espantable grandeza, puestas allí a mano, y todas cavadas por mil partes, que hacen a manera de piletas donde echaban agua y venían a beber pájaros de diversas maneras, a los cuales tiraba el Rey con cerbatana desde su sala y retrete, y de esta manera mataba a muchos, y esto tomaba por recreación todas las mañanas y tardes. Tenía en frente de sus palacios un estanque y alberca de agua tan grande como toda la cuadra de su casa; estaba también cercado e íbase a él por debajo de tierra por una bóveda que entraba de la esquina de la huerta a la esquina del estanque,   -196-   y entraba en él por canoa, de manera que de nadie era visto. Este estanque tenía grandes recreaciones de aves, y otras cosas de agua en que se entretenía él y los que consigo llevaba, que solía ser alguna de sus más queridas mujeres».



Después de haber referido esto Torquemada, previene enseguida95: «... que no ha sido -son sus palabras- encarecer patrañas sino decir verdades muy conocidas, y en realidad de verdad digo que antes he quedado corto en contarlas, que demasiado en encarecerlas; y ciertamente que si hubiera de poner todas las cosas que en memoriales antiguos he hallado escritas, demás de lo que yo tengo muy averiguado y visto, que parecerían de libros de caballerías, donde no se pretende más que decir mentiras a montones como en el lenguaje mismo que se escriben de verdades».

Myladi. A fe que tuvo razón el padre Torquemada en hacer esta prevención oportuna, porque Texcoco está hoy tan destruido y arruinado que parece imposible pudiera llegar a tan alto punto su exterminio.

Doña Margarita. Es verdad, señora. La primera vez que yo fui allá me quedé fría y absorta al dar una ojeada sobre aquellas montañas de ruinas. El que quisiere tener un motivo justo de execración contra los españoles, no necesita más que colocarse allí para decirles un anatema de justa indignación. Cierto que no pudo caer este pueblo en manos más bárbaras, ni en hombres más inciviles y feroces. ¡Qué empeño de destruirlo todo!... Mas, ¡ah!, no es esto tanto lo que me entristece, sino el ver que aún hoy nosotros les imitamos: hemos dado por el pie a todo cuanto podría sernos útil, hemos destruido el sistema de hacienda, condenándonos voluntariamente a la mendicidad... Hemos... ¿mas para qué hemos de hacer reseña de ese millón de desatinos que hemos cometido, y aún seguimos cometiendo en toda línea?... Terminemos estas reflexiones dolorosas y ustedes tengan un día más templado que el de ayer. A Dios, hasta mañana.



  -197-  
ArribaAbajo

Conversación decimaséptima

Myladi. ¿Conque ayer dejamos la casa puesta? Veamos ya quién es esa novia venturosa a quien va a dar su mano y su corazón Netzahualpilli.

Doña Margarita. No puedo satisfacer a tan justa pregunta, porque la Historia no nos lo dice y sólo nos hace mención de su hermana llamada Xocotzincatzin, con quien también casó a poco.

Myladi. ¡Valiente rey que tomaba las mujeres a pares! No es de admirar, porque entre ellos tenía lugar la poligamia: desenrédenos usted este ovillo.

Doña Margarita. Efectivamente, ni aun el padre Clavijero nos indica el nombre de esta novia, sólo dice que aunque tenía Netzahualpilli a la sazón muchas mujeres, todas de ilustre prosapia, pero ninguna tenía el título de reina, reservando tal honor a la que pensaba tomar de la Familia Real de México. Pidiola al rey Tizoc y éste le dio una sobrina suya, hija de Tzotzocatzin. Celebráronse las bodas en Texcoco con gran concurso de la nobleza de ambas naciones. Tenía la novia una hermana de singular belleza, llamada Xocotzincatzin, y amábanse tanto las dos que no pudiendo separarse, la Reina obtuvo el permiso de su padre de llevarla consigo a Texcoco. El frecuente trato y su hermosura hizo que el Rey se enamorase ciegamente de su cuñada, por lo que determinó casarse también con ella, elevándola a la clase de reina. Estas segundas bodas se celebraron con mayor magnificencia que las primeras.

Myladi. ¡Jesús! ¡No sé cómo podían esas mujeres tolerar eso! Yo no, o todo o nada; gracias a Dios que no nací en esos tiempos, ni me destinó la suerte para vivir en un harén o serrallo; lo mío mío, y con nadie lo parto.

Mister Jorge. Hija, nuestra miseria humana hace que con todo os conforméis, las pobres mujeres...

Doña Margarita. Tiene razón la señora. El celo es el hijo del amor y donde no hay amor no hay celo: es la pasión más natural que campea hasta en los brutos, aunque se encamine   -198-   a un fin honesto. La religión ha consultado a ella prohibiendo más de una mujer, y si Dios permitió la poligamia en el principio del mundo fue porque así convenía para la propagación de la especie humana, que mandó multiplicar por toda la tierra. Es imposible que haya paz en una familia cuando el corazón de los consortes está dividido, y sin paz en un matrimonio no puede haber felicidad; un matrimonio desavenido presenta en una familia el cuadro del infierno.

Myladi. Gracias por la defensa de mi opinión, aunque lo que el señor ha dicho no pasa de una chanza; pero chanza pasada.

Doña Margarita. De la primera reina tuvo un hijo llamado Cacamatzin, que fue sucesor del reino, hombre de gran valor, pero desgraciado, y a quien Hernán Cortés dio garrote en la casa de Moctheuzoma, como diré a ustedes si acaso les refiero la historia de esta inicua conquista. De Xocotzincatzin tuvo a Huexotzincatzin, a quien se le puso este nombre en memoria de la victoria ganada a los huexotzincas que referí a ustedes ayer; a Coanacotzin, que también fue rey de Acolhuacán y poco tiempo después de la conquista murió ahorcado, también por orden de Hernán Cortés, y a Ixtlilxóchitl que se abanderizó con los españoles, les franqueó cuantos auxilios necesitaron para consumar sus rapiñas, siendo él uno de los más robados por ellos, y les acompañó con un grueso ejército a la conquista de Ibueras y Honduras, y creyéndose este menguado muy honrado por Cortés, tomó su nombre en el bautismo siendo éste su padrino96. Mientras dejamos a Netzahualpilli inundado de   -199-   placer y entregado en los brazos de dos hermosas reinas, pasémonos con el espíritu a examinar lo que pasaba en México con motivo de la exaltación al trono de Ahuitzotl, su octavo rey y cuyo nombre aún pone pavura al que lo oye mentar, y recuerda la idea de un monarca tan fanático como atroz e inhumano. Su primer cuidado fue concluir el templo que su antecesor había comenzado; mas para dedicarlo al dios de la guerra, salió a buscar víctimas que ofrecerle; fue a hacerla a los mazahuas que se habían rebelado y los venció; hizo lo mismo con los tiziuhcoas y tecpanecas en la provincia y reinos de Xalisco; volvió sobre los tzapotecas, que además de haberse sublevado, habían dado muerte a unos mercaderes mexicanos y aculhuas; luego contra los de Tlacupan, y todos los prisioneros de estas campañas los hizo venir a México, y fueron tantos -dice el padre Torquemada- que puestos en renglera por la entrada de San Antonio Abad, que es el cabo de la calzada por la parte del mediodía, y otra renglera por la del poniente, que comenzaba media legua del lugar del sacrificio; venían cayendo a él en las manos de los sacerdotes que los mataban, y la sangre corría por las gradas, abajo del cué o altar, como arroyos de agua cuando llueve muy continua y reciamente. «Y no hay que espantarse -añade- de tanta sangre y copiosa mortandad, pues fueron los sacrificados en esta diabólica dedicación, setenta y dos mil trescientos cuarenta y cuatro cautivos. Duró esta fiesta cuatro días con grandísima celebración y el rey Ahuitzotl dio dones y preseas a todos los convidados, según la cualidad de cada uno, que fueron riquezas sin cuento las que se gastaron, y lo más de ello fue distribuido por su mano, por sólo mostrar amor y voluntad a todos los de las provincias que se hallaron en su corte». Para este banquete diabólico fueron llamados los reyes aliados, y todas las gentes principales sujetas a los tres reinos que cogen de mar a mar por las partes de mediodía al norte, y todo lo que corre la tierra de oriente a poniente, y juntos todos, que parecían infinitos, comenzó la dedicación.97

Myladi. Basta por Dios, señora, basta; no prosiga usted más esa relación; me estremece, se me salta el corazón y quisiera   -200-   dar de gritos para quejarme al cielo contra ese monstruo y pedirle justicia. ¡Dios mío, manda un vengador!

Doña Margarita. Ya se acercaba, treinta y cinco años faltaban para que se cumpliesen los deseos de usted. Vino el vengador, pero en su línea no fue menos cruel y duro el remedio que el daño. Conozco la justicia con que usted clama y también conozco que éste es el único título que puede en algún modo justificar o cohonestar la conquista. Las naciones todas forman una familia que reconocen un mismo origen; y bien así como cuando un cuerpo está enfermo, tienen derecho y obligación los miembros sanos para acudir a su socorro y alivio, así las naciones deben auxiliarse cuando de su socorro pende el alivio de la humanidad; pero este derecho debe usarse con la misma sobriedad que el de insurrección que tienen los pueblos contra sus tiranos opresores. Aquí faltó esa sobriedad, y por eso repito que el remedio o curación fue casi tan malo como la dolencia.

Jamás, señores, hago recuerdo de este hecho sin conmovérseme las entrañas; mi espíritu se traslada a aquel funesto lugar y se me figura oír los horribles bramidos que darían aquellas infelices víctimas al arrancárseles el corazón, entrándoles a un terrible golpe un pedernal agudo y arrancándoselos en un momento el inhumano sacerdote. El señor Zurita dice que habiéndose convertido a la ley evangélica uno de estos ministros infernales, refería que al tiempo de tomar con entrambas manos el corazón para desprenderlo del pecho, era tan extraordinario el impulso que hacía la víctima, que le alzaba del suelo tres o cuatro veces hasta que el corazón se iba enfriando; ¡tal era el sacudimiento y palpitación de la entraña! Contábame uno -dice este escritor- que había sido sacerdote del demonio, que después se había convertido a Dios Nuestro Señor y bautizado: «Que cuando arrancaba el corazón de las entrañas y costado del miserable sacrificado, que era tan grande la fuerza con que pulsaba y palpitaba que le alzaba del suelo tres o cuatro veces hasta que se iba el corazón enfriando, y acabado esto echaba a rodar el cuerpo muerto palpitando por las gradas del templo abajo, y por este orden iban sacrificando y ofreciendo corazones al infernal demonio?». ¡Cuántos verdugos serían necesarios para sacrificar este espantoso número de víctimas! ¡Cuántas lágrimas y suspiros no se derramarían en aquellos cuatro días...! ¡O humanidad miserable! ¡Nunca te has visto más deturpada, ni se ha mostrado al mundo con más claridad la necesidad que tenía de un redentor! Mas para que ustedes conozcan lo que es   -201-   el hombre y el cúmulo de contradicciones que envuelve, sepan que ese mismo monstruo que causaba tantos ultrajes a la humanidad era, por otra parte, suave, liberal y amigo de hacer bien a todos. Dice Vetancurt: «He aquí el fanatismo religioso, monstruo abominable, que ha llenado al mundo de luto, y sus resultados... Acordaos que en el quemadero de la Inquisición de Sevilla han ardido mil infelices en una fritanga, cuya sentencia de muerte han firmado con conciencia tranquila e invocando el nombre de Jesucristo, Dios de paz, aquellos inquisidores perversos... ¡Dios se apiade de nuestra miseria y nos dé gracia para servirle, sin tocar en los extremos!»98.

Como el ejemplo de los reyes es lección eficaz para que los imiten los gobernantes de los pueblos, el cacique de Xalatlauchco -o Xalatlaco- erigió otro templo a uno de los principales númenes, en que sacrificó los prisioneros que había hecho en la guerra.

No fueron muy felices los auspicios con que comenzó el reinado de Ahuitzotl, pues al cuarto año de su gobierno se sintió un fuerte terremoto y, según las historias antiguas, se dejó ver una fantasma horrible que llamaron los indios Toyohualytohua, que tuvieron por presagio de acontecimientos fatales, entre los que contaron la muerte de Tecocohuatzin, señor de Coyoacán. ¿Qué mayor fatalidad podía sobrevenirles a estos pueblos que tener por rey un fanático religioso cruelísimo   -202-   que prodigaba la sangre sin tasa? La verdadera fantasma que se presentaría a los mexicanos sería la memoria del horrible día de la dedicación del templo mayor, cuyo recuerdo todavía estremece. En estos días, el rey de Tacuba marchó contra los de Cuextlan, que se habían rebelado, en cuya guerra murieron muchos ilustres mexicanos, como fueron Ayoquetzin, Chalchiuhquiauhtzin y otros: pasó después a Chinantla en la costa del norte, a cuyos pueblos venció lo mismo que a los coyotlapanecas e hizo tributarios. La muerte cortó el curso de las victorias de este príncipe, segundo rey de Tacuba, y su trono lo ocupó Totoquihuatzin. Su exaltación fue celebrada con regocijos, a que concurrieron sus colegas, los reyes de México y Texcoco. Nombráronse gobernadores en Ixtapalapam Cuitlahuatzin y en Atzcapotzalco Tezozomoctli, aunque éste ya no con el nombre de rey, sino de gobernador, y en Tula Iztlilcuechahuacatzin. Estos jefes pertenecían al reino de México y su nombramiento era del Emperador. Ahuitzotl hizo guerra con buen suceso a los cuzcaquauhtenancas y a los de Quappilollan; pero no tuvo el mismo con los de   -203-   Cuezalcultlapillan, provincia grande que jamás quedó vencida y fue como la de Tlaxcala.

Al quinto año del gobierno de Ahuitzotl marchó contra los de Cuauhtla de la provincia de Cuextlan, y en esta campaña sobresalió el valor de Moctheuzoma segundo que hizo varios prisioneros. Al mismo tiempo quisieron hacer guerra los huexotzincas a los de Quauhquechola cuando los reyes de México y Texcoco marchaban sobre los de Atlixco: entonces dividieron el ejército en tres trozos por diferentes direcciones, metiéndose por Xonacatepec donde les tomaron el paso a los huexotzincas. El triunfo quedó por los mexicanos; distinguiose en la acción Tezcatzin hijo del difunto Axayacatl, que sin duda era hermano menor de Moctheuzoma y también se distinguió Tiltototl, que después fue general de los mexicanos. Esta victoria se celebró con mucha solemnidad y sacrificios, único objeto de estas monterías, inmolándose a los prisioneros huexotzincas en gran número, a quienes se les tenía más gana que a los de otras naciones por ser de mayor valentía.

Myladi. Dígame usted si sabe qué causas motivaban estas guerras, porque otras veces nos ha dicho la circunspección con que obraban los reyes mexicanos para moverse contra los pueblos.

Doña Margarita. Cuando los reinos son pequeños, sus monarcas son justos; mas cuando llegan a la cumbre del poder, entonces no tienen más regla que su ambición y capricho. A este punto habían llegado los reyes de la triple alianza; conociendo el secreto de sus fuerzas no consultaban más que a su engrandecimiento, esto ha pasado en todos los gobiernos de cualesquiera clase; no son los mexicanos del siglo de Ahuitzotl los del siglo de Huitzilihuitl; comenzaron a ser injustos desde el reinado de Izcóatl, y fanáticos y crueles desde que dejaron de ser esclavos de los xochimilcas: recuerde usted su historia y conocerá esta verdad. Terminada la guerra de Huexotzinco, celebró Ahuitzotl la dedicación de un nuevo templo llamado Tlacateco en que sacrificó los prisioneros que tenía reunidos de las guerras anteriores; pero el gusto que en ello tuvo este Monarca se le aguó, porque a la sazón se incendió otro templo en el barrio de Tlitlan y se tuvo por mal agüero.

Myladi. ¿Y dónde estaba ese barrio?

Doña Margarita. No podré responder a usted, porque México ha mudado enteramente de configuración. Apenas ha que dado el nombre de una u otra calle antigua como Chiconauhtla,   -204-   Necatitlan, Acatlán que hoy conocemos: México es nuevo en toda su configuración y en sus calles y barrios. Concluida la dedicación de Tlacateco, marchó Ahuitzotl contra los indios de Mizquitlan en la provincia de Cuextlan, y en esta época hizo la guerra de Atlixco. Al referirla, cuentan los escritores antiguos un hecho de valor que deberá llamar la atención de ustedes y fue el siguiente. Habiendo pedido socorro los de Atlixco a los huexotzincas, porque ya tenían a los mexicanos encima, estaba jugando a la pelota un famoso capitán llamado Toltecatl, no menos bravo que fornido. Luego que se instruyó de lo que pasaba, dejó el juego dirigiéndose a Atlixco, entró en la batalla desarmado fiándose en sus puños, abatió con ellos al primero que se le presentó, quitole las armas y con ellas hizo prodigios de valor en los mexicanos, que no pudiendo vencer a los de Atlixco, abandonaron el campo y entraron en México cubiertos de ignominia. La recompensa que los huexotzincas dieron a este caudillo por tamaño servicio fue hacerlo jefe de su gobierno; pero comenzaron las disensiones civiles consiguientes a un estado de revolución y los desórdenes que en vano procuró reprimir; los sacerdotes se pusieron a la cabeza de los revolucionarios y cometieron todo género de maldades, que nadie osaba resistirles por el ascendiente que tenían sobre el pueblo: uno de éstos, a cuyo cargo estaba cierto envoltorio o reliquia del dios Comaxtle, hizo ciertos hechizos sacando fuego de un tecomate o calabaza, con lo que los que pudieran oponerse al desorden se arredraron y muchos se pasaron a Amaquemecan -hoy dicho Amecameca-, cuyos caciques los recibieron con cautela, pues estaban por el partido de los mexicanos y dieron parte de lo ocurrido a Ahuitzotl, quien por vengarse de los malos ratos que le habían dado cuando derrotaron su ejército en Atlixco, los mandó matar de acuerdo con sus colegas y que enterrasen sus cadáveres en Huexotzinco para aterrar a los que habían seguido su partido. Llovió este año extraordinariamente, por lo que México sufrió otra inundación como la pasada, que se remedió formando otro albarradón que contuviese la impetuosidad de las aguas sobre esta ciudad, en el punto que divide las lagunas de agua dulce de la salobre. Sobrevino después una gran seca y un eclipse de sol; pasadas estas calamidades continuó la guerra contra los ixquixuchitecas, que se oponían a la dominación de los mexicanos, lo mismo que a los amantecas. Metiose tierra adentro hasta Guatemala, sujetando primero a los de Tehuantepec, encargándose de esta expedición el general Tliltototl, que hizo maravillas y regresó a México con mucha pujanza   -205-   y poder. Debiose esta conquista a los comerciantes, gente por lo común peligrosa a la libertad de los pueblos.

Myladi. No entiendo una palabra de lo último que usted ha dicho: ¿cómo pudieron influir los comerciantes en la ruina de la libertad de los de Guatemala?

Doña Margarita. Este punto necesita tratarse con alguna extensión. Deben ustedes suponer que el comercio de los mexicanos tuvo su origen en Tlatelolco, donde los mercaderes tenían, digámoslo así, una especie de lonja o contratación99: de aquí salían expediciones o caravanas de mercaderes en la apariencia; pero en realidad eran soldados puestos en secreto de acuerdo con el gobierno. Con achaque de comerciar penetraban por todas partes; todo lo veían y examinaban para instruir al Gobierno. Si en alguna parte eran maltratados o robados, éste era un pretexto de que se valía el Gobierno para invadir aquella provincia, socolor de proteger a sus súbditos oprimidos, y mandaba luego un ejército. Una gran caravana de éstos fue en tiempo en que reinaba Ahuitzotl a las provincias de Ayotlán y Anaoac, cuyos naturales los detuvieron como cautivos en el pueblo de Quauhtenanco, y allí estuvieron   -206-   cercados de los de Tehuantepec, de Izoatlán, Xochitlán y otros. Los mercaderes se defendían gentilmente en Quauhtenanco, que tenían una fuerte posición, y no sólo se defendieron, sino que cautivaron a muchos y los trajeron a México, dejando sometida aquella parte al imperio mexicano. Supo Ahuitzotl que estaban cercados y mandó en su auxilio a Moctheuzoma, que entonces era general, o tlachocalcatl del ejército; pero en el camino supo que ya no era allí necesaria su presencia, porque ya la guerra era concluida. Al entrar en México, el Rey mandó que les saliesen a recibir con grande acompañamiento hasta Acachinanco, cerca de San Antonio Abad. Fueron en derechura a palacio, informáronle de su expedición, recibiolos muy bien y los agasajó; y he aquí como se entabló la conquista de aquellos países por medio del comercio, que después en el reinado siguiente de Moctheuzoma se aumentó hasta más allá de Nicaragua. De todo lo dicho concluyo con la proposición que ha escandalizado a usted, mi señora, y que es una verdad demostrada no sólo en esta historia, sino también en la de España con los cartagineses, de quienes se dice que entraron vendiendo por salir mandando; ¡ojalá y no se verifique esto entre nosotros! y que las quejas de nuestros mercaderes extranjeros a sus cortes, por agravios verdaderos o fingidos, no sean materia de reclamaciones, que al fin y al cabo comprometan a nuestro Gobierno a una guerra extranjera. No pocos de estos mercaderes han dado justísimos motivos de quejas; ya por la mala fe que algunos han mostrado en el comercio con quiebras fraudulentas y escandalosas, que han quedado impunes llevándose los capitales de algunas honradas familias de las nuestras que los han puesto de buena fe en sus manos; ya mezclándose en las revoluciones intestinas con escandalosa procacidad; ya agotando y chupándose el tesoro de la nación; ya haciendo su negocio con ruina casi general de la comunidad. Éstos son hechos públicos y escandalosísimos que usted no puede dudar. Terminemos por ahora esta conversación, porque el tiempo está insufrible y mañana hablaremos de otras cosas que no causarán a ustedes desplacer, o a lo menos les borrarán el que pueda haber causado con lo que les acabo de decir francamente.

Myladi. Yo jamás me ofendo de oír la verdad, y mucho más cuando entiendo que ustedes viven satisfechos de la cordura y circunspección con que se ha conducido hasta ahora la nación a que pertenezco.

Doña Margarita. Estamos convencidos de ello. A Dios, señores.



Arriba
Anterior Indice Siguiente