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Margo Glantz y la ciencia voyeurista

Rosa Beltrán





Una fotografía en el periódico. Sonríe. Me sonríe. Supongo que me está sonriendo a mí por la sencilla razón de que soy yo quien la mira. La mirada fresca pero desafiante, el corte de cabello impecable como si hubiera sabido que iba a hacérselo para la posteridad. Una nota anuncia que El Rastro ha sido declarada finalista del Premio Anagrama.

Una fotografía es o puede ser más memorable que una imagen en movimiento porque es una limpia rebanada de tiempo. Esta parece decir: voy a retener este instante para siempre.

Unida a la noticia de la publicación de la novela esta imagen significa algo muy distinto de lo que debió significar en otro contexto. Ahora se abre para mí como una sorpresa: detrás de ella hay el supuesto de que me mostrará una insospechada zona de Margo de la que ella, la fotografía, parece hablar o querría hacerlo. Sólo que no es así. En la imagen, todo parece familiar y estar bajo control. Margo aparece juvenil y atildada, perfecta. Pero las fotografías no muestran nada por sí mismas, no explican nada, son invitaciones incansables a la deducción, la especulación y la fantasía, como sabemos. Están hechas para llenar los espacios en blanco de nuestras imágenes mentales del presente y el pasado. Y esta, sin embargo, quiere convencerme de no tener que llenar nada. Así es como vemos a Margo, me dice: en control, atildada, perfecta. Yo sé que miente.

Lo supe entonces y lo sé ahora porque he leído El rastro. Y entre otras muchas cosas esta novela ha sido para mí la lección de que una imagen es móvil, predatoria, que es siempre una violación. Que siempre muestra al sujeto como el sujeto no puede verse, que siempre da una imagen del sujeto que el sujeto no puede tener. A diferencia de lo que sucede en el universo de la ficción, la fotografía convierte a las personas en objetos que pueden ser simbólicamente poseídos. La novela de Margo, en cambio, habla de la pérdida de control dentro de un control perfecto. ¿Cómo compaginar, cómo hacer coincidir entonces una imagen con otra? ¿Cómo pensar que la fotografía que guardo de la Margo de entonces es la que refleja a la misma autora de esta gran novela?

Yo podría pensar que no hay para qué hacer coincidir a una y otra. Que la fotografía como arte es un objeto menor, defectuoso. Que pretende mostrarse como algo acabado, como algo que habla de una vez y para siempre. Y que en cambio la novela es una contradeclaración de esa imagen, de cualquier imagen.

La novela en general y en particular El rastro, que es una suerte de compendio de cómo funciona una novela, me enseña que no podría abarcar, aunque quisiera, a todas las Margo que hoy reciben el Doctor honoris causa de la Universidad Autónoma Metropolitana. Que no podría mostrar una sola imagen de Margo sin dejar de lado a las demás. Que no podría tratar de definir en unas cuantas líneas cómo opera la narrativa de esta autora, acercarme a describir de qué habla, cómo es su método, sin verme obligada a desdecir lo dicho con otras líneas. Y sin embargo eso es lo que tendría que hacer. Dejar una idea, es decir, una imagen, de su ciencia especulativa. ¿Qué otra cosa se puede hacer en una participación de este tipo? ¿Qué otra cosa esperan ustedes que una suerte de fotografía de Margo, un retrato hablado? La primera aclaración, entonces, consistirá en hablar del método. Decir que Margo construye una tensión semejante a la que se da entre la fotografía y la novela. Que da imágenes de las cosas y luego las refuta a través de ciertas narrativas. Dice «esta es Sor Juana» en una serie de ensayos y luego deconstruye el universo sorjuanino mediante una novela; dice «este es mi padre», y entonces describe la falta de posible fijación, de una marca de centro, porque ser cualquier cosa, incluso un judío emigrado, aunque ella querría decir que ser particularmente un judío emigrado, pero yo diría que ser cualquier cosa, es hablar de una identidad múltiple y ambivalente.

«Toda posibilidad de comprensión radica en la habilidad de decir no». Y porque lo que Margo escribe tiene siempre la finalidad de la comprensión, su obra dice continuamente no. La forma en que lo hace es a través de la idea de linaje, una idea capital en su obra tanto crítica como de ficción. He aquí un ejemplo de cómo opera esa negativa.

Tener linaje es establecer una línea hacia atrás; es hallar una marca que se remonta a un origen noble sea éste real o mítico. El linaje mítico de Sor Juana funcionó en su contra. Esta es una de las ideas capitales que se desprenden del libro de Margo: Sor Juana, la comparación y la hipérbole. Que haber dotado a Sor Juana de linajes varios obró en su favor por un tiempo pero fue también lo que suscitó la conspiración en su contra. Haber llamado a Sor Juana la Minerva de América y comparar su inteligencia con la de la diosa hizo que sus defensores pudieran dotar de autoridad a ese «gran ingenio limitado con la cortapisa de mujeril» que fue la Madre Juana Inés de la Cruz en palabras de Palavicino. Pero hizo también que sus detractores se concentraran en el hecho de que una monja hubiera cultivado la poesía profana. El escribir versos puede impedirle a una monja dedicarse íntegramente a sus deberes religiosos. Es un acto de alarde, un pecado de soberbia. Y por eso el obispo de Santa Cruz le dice en la Carta de Sor Filotea: «No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas; pase ya, como el gran Boecio, a las provechosas, juntando a las sutilezas de la natural, la utilidad de una filosofía moral» (231). Por su parte, el haberla ligado al linaje de las santas (como hace Palavicino más tarde, con el intento de salvarla) es reestablecer la ortodoxia de Sor Juana, pero al mismo tiempo, es destacar su pureza y su castidad por encima de cualquier otra cualidad posible. Es reducir el trabajo al nivel del adorno. Es llevar el conocimiento al nivel del aliño y la galantería. Finalmente, establecer como origen de un linaje la santidad es reducir a Sor Juana al silencio como sucedió, así se lo haya otorgado con las mejores intenciones.

Pero en Las genealogías Margo le da un vuelco a la idea de linaje. Comienza el capítulo XIV diciendo: «El linaje y la falta de linaje son relativos». El linaje de sus padres, presente en los cachitos de papel que llevan pegados por el mundo como «cachitos de vida» ofrece una genealogía cambiante, forzada a la adaptación y a la reinterpretación de los valores según cambia la historia. Dice Margo:

Los cachos de papel están luídos y ostentan en el dorso el sello de alguna vieja casa de banca zarista, luego, durante la revolución el papel se volvió a utilizar y se imprimió, ostentando en el ángulo superior izquierdo el nombre de la República Socialista de Ucrania. Son diplomas de liceo de mi madre en donde se hace constar que estudió química, o música en el conservatorio; también algunos de la ciudad de Jerzón donde mi padre enseñaba literatura; otros definen un término: el último año en que existió el liceo en Odesa, año que mi madre cursó cuando terminó sus estudios de ayudante de medicina.



La madre nunca puede trabajar en México en su profesión; primero, porque en esa época según ella no había médicas. Pero también, en buena medida, porque el linaje académico que autorizaba a alguien a ejercer una profesión residía en la posesión de un género, no de un título.

-¿Tienes el diploma? -le pregunta Margo a su madre, durante la larga serie de entrevistas que les hizo los fines de semana para escribir Las genealogías.

-Uno lo tiene Susana y el otro se lo robó una amiga de tu papá.

La madre cuenta entonces la curiosa historia de una amiga que cuando se enteró de que sus padres emigraban a las Américas se quedó con el diploma y lo falsificó cambiándole el retrato. La «amiga» de la familia, Zina Rabinovich, es decir Zina, la hija del rabino, le robó a su mamá su diploma de ayudante de médico que le hubiera podido servir para encontrar trabajo en México.

-Tu mamá era muy guapa, no hubiera podido conseguir trabajo, entonces las mujeres no trabajaban -dice su padre, entrometiéndose en la entrevista. Sin embargo, dice Margo, mi madre fue invitada por el director del hospital general.

-Tu mamá era muy guapa, entonces se robaban a las mujeres.

Su madre intentó dos veces encontrar trabajo como ayudante de médico. La primera vez lo dejó, según explica, porque el doctor con que trabajaba vivía en la parte de arriba del consultorio y su señora solía pelearse con él de manera tan turbulenta que hasta los muebles se acababan. Después visitó a un médico judío proveniente de Chicago, el doctor Border, quien trabajó en la penitenciaría de Lecumberri y ayudó a la abolición de la pena de muerte. La madre de Margo lo acompañó alguna vez hasta el paredón agujereado donde fusilaban y el médico le explicó claramente que no le iba a ser posible conseguir trabajo porque a la mujer, entonces, «no la tomaban en cuenta».

-Me sentí inútil, sin trabajo -concluye deprimida su mamá.

Como dándose cuenta de que el linaje es algo que como el tejido de Penélope, se deshace en la noche para ser reconstruido en el día. O como si aun no pudiera intuir qué será de esa falta, ese no tener y ese ser despojado de lo que Margo partirá para compensar a los padres a partir de dotarlos de la propia genealogía. Mi vida no es interesante, dice el padre al principio de las entrevistas. «Me he pasado varios días pidiéndole que me cuente algo de su juventud y se niega, todo le parece sin interés», dice Margo. No obstante, conforme el padre va descubriendo su vida al narrarla cambia de punto de vista al grado de decir un día mientras le cuenta a la hija cosas que probablemente había olvidado: «¡Qué vida la mía! ¡Qué interesante! La primera guerra, la revolución ¡qué maravilla!» (52).

Si el linaje impuesto a Sor Juana es lo que la obligó a dejar su escritura, el linaje construido es lo que permite a Margo transitar en un pasado que se hace presente en cada una de sus obras. Ella es todo lo que lee y lo lee todo, desde la literatura en nuestra lengua hasta las literaturas sajonas, germanas, de Europa del Este o de Oriente lejano. Sus pasiones van de Bernal Díaz del Castillo a Virginia Woolf y de Manuel Payno y Mariano Azuela a Sebald y a Thomas Bernhart. ¿De qué no ha escrito Margo? ¿Qué no ha leído? Su linaje parabólico tiene un radio que abarca márgenes amplísimos. Novela, ensayo, crítica académica, poesía. Todo entra en su campo de interés que es multidisciplinario y transfronterizo. ¿No es El rastro un estudio, desde la emoción, de la música? ¿No es un estudio tonal, contrapuntístico de las emociones sincopadas de la pareja? ¿Del son del corazón? ¿Pero no es también un compendio barroco de la idea del amor inserta en una retórica que abarca varios siglos y que sin embargo no se agota? Ezra Pound dice que el poeta es un pararrayos celeste; una suerte de antena. La capacidad de alcance de Margo abarca los distintos saberes que funde en una mezcla sorprendente e intensa como un latido. El resultado es previsiblemente de carácter híbrido. Se refleja en el barroquismo de su prosa, pero también en el de su casa, su conversación y su cocina; se confirma en el método de traer del pasado todo aquello que ha ido atesorando y que compendia en forma de narración o de experiencia vivida.

«Quizá lo que más me atraiga de mi pasado -dice Margo- y de mi presente judío sea la conciencia de los colorines, de lo abigarrado, de lo grotesco, esa conciencia que hace de los judíos verdaderos gente menor con un sentido del humor mayor, por su crueldad simple, su desventurada ternura y hasta por su ocasional desvergüenza».

Ahí está. Tengan ustedes el retrato hablado. Un autorretrato que añade al conocimiento de la estirpe el gozo del voyeur. Margo mira todo y al mirar se apropia de lo que observa. Su linaje comprende la revisión desde el género y a veces, obviando éste, el análisis de obras de autores hombres con una forma de identificación que raya en el travestismo. Cuando se da cuenta de que ha hablado de otros por no hablar de sí misma hace algo que también es muy suyo: se sonroja con coquetería.

Si tuviera que elegir a una sola para darle este doctorado honoris causa no sé con cuál Margo me quedaría. Si con la académica, que no en todos los casos, pero en este sí, quiere decir la erudita; si con la escritora, la conversadora, la anfitriona perfecta, la periodista. Si con la viajera incansable a la que en un río subterráneo de la zona maya se le volcó la lancha donde iban ella y unos amigos y dicen que mientras todos treparon de nuevo sin saber qué hacer ella se aferró a la lancha desde el agua y se fue pataleando por detrás, empujando a los otros que desde la frágil embarcación le echaban vítores. Creo que no es injusto decir que junto con sus libros de ensayos: La lengua en la mano, Esguince de cintura y sus escritos sobre Sor Juana y la Malinche; que al lado de Las genealogías, Síndrome de naufragios y Apariciones, El rastro es una obra de arte mayor en una autora menor. Y es que mis compañeras de generación y yo no nos explicamos por qué mientras nosotras envejecemos como corresponde, día a día, Margo cada vez es más joven. Cualquier encuentro con ella revive las mismas actitudes: curiosidad, inteligencia, actualización respecto del mundo, arrojo y energía y ¿no son estos los rasgos con que se distingue a la juventud? Si no fuera porque sé que detrás de ella hay una experiencia basta y una vida bien vivida no entendería que le dieran un honoris causa a la joven de la fotografía. Sin embargo, una fotografía es algo incompleto y como la carne misma no existe sin la historia. De modo que sólo leyéndola podremos rellenar los huecos.





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