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Margo Glantz y las monjas: pasión y muerte para alcanzar la santidad

María Águeda Méndez






   Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida...


Miguel Hernández                


Los versos que se han tomado como epígrafe, bien podría haberlos escrito Miguel Hernández pensando en las monjas novohispanas que, motivadas por el amor, en la religión católica eran conducidas lenta y meticulosamente hacia la muerte corporal para lograr la vida eterna. Ingresaban en los conventos provenientes de muy distintos entornos y se les reunía en un ambiente en el que -de acuerdo con el pensamiento de las autoridades eclesiásticas- idealmente la novicia empezaba por perder su individualidad en aras de la uniformidad de un coto cerrado en el que quedaba atrás todo contacto con la sociedad tal y como la había conocido. Para muchas el cambio no era especialmente dramático, pues hay que recordar que en el XVII novohispano era común que la vida de las mujeres estuviera conducida por predicadores y confesores, sujeta y supeditada por los varones de la casa -el marido, padre o hermano-, para hacer de ellas seres dependientes y sumisos, incapaces de tomar decisiones sin tener en cuenta la anuencia masculina. Las féminas, acostumbradas a la obediencia y condicionadas por ella, sólo cambiaban de hábitat, ya que se internaban en un espacio en el que las exigencias eran similares a las que dejaban atrás. Sucedió así a doña Agustina Picazo de Hinojosa cuya vida cambió radicalmente cuando dedicada agradable y plácidamente a la vida religiosa en el convento de Santa Catalina de Sena donde pasó «el tiempo de su juventud»-, su padre decidió casarla con el capitán Luis Vázquez de Medina1 que pertenecía a una de las familias más influyentes y acaudaladas de la Nueva España. En el sermón fúnebre que se publicó en su honor en 1684, hay una reiterada y continua exaltación de las virtudes de la dama, a la que se equipara con una religiosa por la rectitud y decoro en los que vivió esta mujer, siempre añorando el convento que motu propio nunca habría abandonado, además de no importarle su situación privilegiada2, lo cual evidentemente tenía que influir en los oyentes y lectores. Resulta lógico que para la esposa de un individuo prominente se mandara predicar un sermón en el que se exaltaran sus buenas acciones pero, sobre todo, para dejar un testimonio que evitara que su trayectoria vital pasara inadvertida o, lo que sería peor, se olvidara.

Otro tanto de lo mismo sucedía con la vida de algunas religiosas cuya conducta de encierro en el claustro era publicitada en autobiografías o biografías, aunque en estos escritos el énfasis y la intención eran primordial y absolutamente edificantes. Sólo de esta manera era permitido irrumpir en la celosamente guardada clausura: los escritos con claros tintes hagiográficos formaban una especie de flos sanctorum conventual y ejemplar. Como apunta Margo Glantz, «el sacrificio de las monjas es reconocido universalmente; su impacto primero en el convento y luego en el siglo provoca una reacción y organiza una didáctica del padecer, una estética del sufrimiento y una retórica textual»3.

Estos relatos se basaban en el transcurrir cotidiano del encierro: «la vida sexual controlada por la castidad, la voluntad doblegada ante la obediencia, así como la pobreza, que negaba al cuerpo las satisfacciones del bienestar material fueron el origen de todas las normas de conducta de las religiosas»4. En muchos de estos textos se favorecen las llamadas disciplinas: en especial el castigo corporal para lograr el control de las pulsiones de las esposas de Cristo. Se les preparaba para contraer nupcias con un ser ausente que, sin embargo, debería estar siempre presente en sus pensamientos y diario quehacer. Margo Glantz compara tales manifestaciones con una edificación en la que se fortalece el alma de las religiosas a cambio de la demolición de su cuerpo:

«Las vidas edificantes tratan de las mujeres y varones que buscaron el camino de la santidad y se proponen como candidatos a la canonización; esta finalidad se alcanza raras veces, pero constituye un modelo de imitación de la pasión de Cristo. El camino de la vida de perfección es concreto; podría llamársele, literalmente, un tratado arquitectónico de la mortificación del cuerpo: en el propio cuerpo se reconstruye el cuerpo del otro, el de aquel que es imitado, el Redentor. La construcción entonces presupone una destrucción»5.



Desposarse con Cristo también entrañaba establecer un rígido patrón de vida en la que las monjas no sólo se casaban con un ser superior, sino que debían servirlo en cuerpo y alma. En este transcurso vital eran paradójicamente reinas y siervas a la vez, pues en la ceremonia de profesión se les investía simbólicamente como soberanas; se les imponía una corona de flores que al ser cortadas empezaban a fenecer: de ahí en adelante estarían muertas al mundo, rompiendo definitivamente con el exterior:

«Professar es morir al mundo y al amor proprio, y a todas las cosas criadas [...] para todo ha de estar muerta y sepultada, sin padres, parientes, amigas, dependencias, cumplimientos, visitas. Y, en vna palabra, a todo amor de criatura, respondiendo a todo: los muertos no visitan ni son visitados, no saben de cortesanía ni cumplimientos»6.



Además de lo anterior, las monjas pasaban los días supeditadas a labores cotidianas delimitadas y estrictamente ordenadas, ya por las labores que se les encomendaban, ya por las Reglas y Constituciones de la comunidad en un recogimiento rico en ocupaciones en el que no había lugar para dispersiones ni mucho menos para los entretenimientos no permitidos. Por otra parte, se conminaba a las profesas hacia lecturas dirigidas y a veces escritas por sus guías espirituales:

«La bibliografía colonial mexicana está llena de textos reguladores -manuales, catecismos, sermones, cartillas- donde hasta las actividades más nimias de la vida diaria y todos los comportamientos se establecen y se definen con base en exclusiones, duraciones temporales, órdenes imperativas. Armados de una ambivalente autoridad, los confesores y los altos prelados exigían a las monjas ejercicios ascéticos 'moderados', aunque alababan a aquellas que se desmesuraban en esas prácticas»7.



La obediencia que se exigía a las religiosas era total, en un intento de coartar su libre albedrío. De esta manera, la sujeción era absoluta: «flagelarse, penitenciarse, disciplinarse era un deber cotidiano, idéntico en su inflexibilidad al rezo de las oraciones y a la meditación»8, observa Margo. Se llevaba a cabo, entonces, un intercambio pulsión-dolor en que la mente giraba la atención hacia la molestia inmediata: el deseo se intercambiaba con una reacción y se disipaba hasta que sucumbía. Arraigada en la acción se hallaba la razón del tormento auto infligido, y en ello radicaba la virtud.

De inicio, había una falta de confianza definitiva en el individuo, pues se le consideraba débil y proclive al pecado; su voluntad era, a todas luces, fallida. Viene a la mente el arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas quien -según informa el licenciado Joseph de Lezamis en uno de los sermones de exequias que se dedicaron al personaje eclesiástico-, sufría de continuas y constantes tentaciones corporales que aquietaba con tal fuerza y rigor que podían oírlo sus alojados:

«Quando era canónigo de esta Santa Iglesia se disciplinaba por lo menos dos vezes en la semana, y algunas vezes algunos forasteros y paysanos que venían de Vetanzos a Santiago y dormían debajo de los quartos de su Ill.ma, se espantaban y tenían miedo oyendo el ruydo y pensando quizás que sería alguna cosa de la otra vida, decían: 'Ay Jesús, que andan penitentes', y don Alonso de Aguiar y Lobera, que siempre asistió a su Ill.ma y sabía lo que era, les decía que tratassen de dormir, que no eran penitentes. Aun quando veníamos por la mar me acuerdo que solía el Señor Arçobispo tener este santo exercicio, pues le oí algunas vezes la diciplina [sic], levantándose a deshora de la noche, pensando que todos dormían. Después, quando obispo, en Mechoacán también se lo oí en varias ocasiones, porque yo dormía debajo de los quartos de su Ilustríssima»9.



De ahí que el lector, y seguramente los oyentes de la prédica pensaran que más que misoginia, el prelado sufriera de un miedo incontrolable hacia las mujeres. ¿Sería por ello que se insistía tanto en las meditaciones como una ayuda para sobrellevar lo que Carlos de Sigüenza y Góngora describiera como la «fiera mortificación del cuerpo»10? San Ignacio las recomendaba, aconsejaba y exigía, además, «poner en marcha la imaginación como apoyo a la meditación»11. A decir de Margo Glantz,

«La continua mortificación, el ejercicio inclemente del tormento corporal favorece e intensifica las visiones y condiciona el tipo de sueños. Ellas constituyen un teatro portátil de la mente cuyas acciones y personajes provienen de un repertorio preestablecido, dominado por la poderosa figura del fundador de la Compañía de Jesús y de sus seguidores, los sacerdotes y padres espirituales de estas monjas»12.



Ciertamente, el camino a la santidad no era fácil de recorrer y era necesario echar mano de toda suerte de recursos para hacerlo más llevadero y lograr, al seguir su sendero, la muerte corporal y la gloria eterna, siempre buscada y suprema recompensa de todo cristiano virtuoso.

*  *  *

Aproximarse a la obra de Margo Glantz siempre resulta una experiencia que deja huella: un rastro queda en la mente. Poseedora de esa rara y dificilísima combinación de poder escribir tanto textos de investigación y crítica como de creación -por aquello de que el mejor investigador no necesariamente hace al mejor escritor-, sus novelas, artículos y libros siempre dejan un agradable sabor de boca por la perspicacia, erudición, estupendo oficio de escritura e imaginación que conllevan. Por último, sólo queda hacer una consideración final. En una entrevista hecha a Margo en el año 2003, declaraba que su investigación y su escritura tienen una relación de vasos comunicantes: «lo que hago en la investigación me sirve muchísimas veces para trabajar mis textos de creación»13. Mónica Mansour observa lo anterior con palmaria claridad en su ensayo sobre la novela Apariciones, publicada en 2001,

«Margo Glantz es una gran tejedora, y esta [...] obra es un brocado de colores entretejidos con bordados superpuestos y urdimbres que dibujan escenas, sueños y visiones con hilos de distinto grosor [...] que se alejan, se acercan, se repiten, acompañados de varios mitos y ritos. Uno de estos hilos [...] es la búsqueda de lo que significa escribir [...] la 'capacidad de transformar el sentido que tenían las palabras' antes de quedar plasmadas por escrito [...] Y es también la descripción y la experiencia del erotismo y la sensualidad en sus diversas manifestaciones: el deseo carnal, ya sea del alma o del cuerpo, ya sea místico o sexual, con un hombre, un dios o la escritura, siempre una y la misma pasión, intensa, cruel y gozosa [...] (porque) 'Dios está en los detalles'»14.



Margo, a su vez, indica que la novela surgió «en parte de la obra de sor Juana Inés de la Cruz y también de sus contemporáneas, textos maravillosos y fascinantes»15. Me pregunto, ¿estará satisfecho y sonriéndole san Ignacio, dondequiera que se encuentre?






Bibliografía

  • ARACIL VARÓN, Beatriz, «Margo Glantz: el rastro de la escritura», en Anales de Literatura Española (Universidad de Alicante), 16-6 (2003), [En línea: <http://rua.ua.es/dspace/ bitstream/10045/7293/l/ALE_16_13.pdf>], pp. 5-24. [Consulta: 10 de febrero de 2010].
  • GLANTZ, Margo, «La destrucción del cuerpo y la edificación del sermón», en Sor Juana Inés de la Cruz: ¿hagiografia o autobiografía?, México, Grijalbo-Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, pp. 185-201.
  • ——, «El cuerpo monacal y sus vestiduras», en Sor Juana Inés de la Cruz: ¿hagiografia o autobiografía?, México, Grijalbo-Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, pp. 203-215.
  • ——, «Introducción», SIGÜENZA Y GÓNGORA, Carlos de, Parayso occidental, plantado y cultivado por la liberal benéfica mano de los muy catholicos y poderosos Reyes de España Nuestros Señores en su magnifico Real Convento de Jesus María de Mexico. Facsímile de la primera edición (México, 1684). Presentación de Manuel Ramos Medina, Introducción de Margo Glantz, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México y Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, 1955, pp. XVII-XLIV.
  • HERRERA, Joseph de, Fray, Sermón funeral en las honras de la mvy noble señora Doña Augustina Picazo de Hinojosa, viuda de el Capitán Luis Vásquez de Medina. Celebradas en el Convento Imperial de Predicadores de México, el día 17 de mayo de 1684. Predicolo el M. R. P. Fr. Joseph de Herrera de el mismo Orden, Maestro en Sagrada Teología, Doctor Theólogo en la Real Universidad de México, Rector que ha sido de los Colegios el Real de San Luis de la Puebla, y Porta-Coeli de México, Maestro Director de el Tercer Orden de el Señor Santo Domingo. Dedícalo a la esclarecida Reyna de los Ángeles, en su milagrosa Imagen de Gvadalvpe, El Br. D. Augustin Vásquez de Medina Pacazo [sic] de Hinojosa, Clérigo Presbytero, Comisario de el Santo Officio por la Suprema Inquisición. Con Licencia de los Superiores. En México: Juan de Ribera, en el Empedradillo. Año de 1684.
  • LEZAMIS, Joseph de, Breve Relación de la Vida, y muerte del Ill.mo y R.mo Señor Doctor D. Francisco de Aguiar y Seyxas, que está en la vida del Apostol Santiago el Mayor. Escrita por el Ldo. Don Joseph de Lezamis, Cura de la Santa Iglesia Cathedral de Mexico: y dada ala estampa a costa, y devoción del mismo Author. Dedicada al venerable dean, y Cabildo de la Santa Iglesia Cathedral Metropolitana, y Apostolica de Santiago de Galicia. Con licencia de los superiores. En Mexico, por Doña Maria de Benavides. Año de 1699.
  • LORETO LÓPEZ, Rosalva, Los conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII, México, El Colegio de México, 2000.
  • MANSOUR, Mónica, «Margo Glantz, Apariciones». [En línea: <www.cervantesvirtual.com/ servlet/SirveObras/.../b3e77e4d-99d1-474e-b61c-7e105a53738e_3.html>], pp. 1-3. [Consulta: 10 de febrero de 2010].
  • MÉNDEZ, María Águeda, «Antonio Núñez de Miranda, confesor de Sor Juana: un administrador poco común», en María Águeda Méndez, Secretos del Oficio: avatares de la Inquisición novohispana. México, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México y Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2001, pp. 197-210.
  • NÚÑEZ [DE MIRANDA], Antonio, Plática doctrinal, que hizo el Padre Antonio Nvñes, de la Compañía de Jesús: Rector del Colegio Máximo de S. Pedro, y S. Pablo; Qualificador del Santo Officio de la Inquisición, de esta Nueva España, y Prefecto de la Pvrissima. En la Profesión de vna Señora Religiosa del Convento de S. Lorenzo. Diola a la estampa en obsequio de las Señoras Religiosas el Br. Diego del Castillo Marqves, Capellán de Choro de esta Metrópoli, y Prefecto que fue de la Congregación de la Pvrissima. Segunda Impresión. Con licencia. México, Viuda de Miguel de Ribera Calderón, en el Empedradillo). Año de 1710. [1679].


 
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