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Mariano Picón-Salas1

Juan Loveluck





En breve tiempo, entre los últimos días de 1964 y los iniciales del presente, las letras hispanoamericanas se vieron disminuidas en valores representativos, singulares, cuya pérdida -tras la sorpresa- recién empezamos a tasar.

Ezequiel Martínez Estrada en Bahía Blanca (Argentina), Mariano Picón-Salas en Caracas, y en La Habana -donde formaría parte de un jurado internacional- Ricardo A. Latcham, son voces y talentos reducidos a silencio por las tareas de la muerte.

En los tres casos nos queda, si varia y distinta en cantidad y dirección, la obra escrita, que es como un dique de contención en la hora de las elegías. Habla esa obra de una labor cumplida en medio de luchas a veces muy arduas, bajo la opresión de las persecuciones políticas, en los días oscuros del destierro, en la incomodidad de oficios peregrinos y desilusionantes, en suma, entre las dificultades con que se enfrentaban cuarenta años ha los intelectuales de Hispanoamérica. Lengua es la de esa obra que traduce algo que seguirá vigente más allá del tránsito físico de quienes la escribieron, por lo mismo que expresa lo no caedizo ni sujeto a humano azar. Picón-Salas lo dijo bien y contenidamente al final de uno de sus últimos libros -Hora y deshora-: «lo verdaderamente libre no es el cuerpo que envejece y muere, sino el espíritu que pretende traspasar el tiempo y hacernos invulnerables a la muerte».


En la quietud de Mérida

La rica aventura espiritual de Mariano Picón-Salas guarda mucho parecido con los innumerables miembros de su generación en Hispanoamérica -los nacidos en torno al novecientos-, aquéllos que, surgidos del rincón provinciano, de vida y ritmo lentos, en rezago semicolonial, cumplieron en la cercanía de sus veinte años, en la hora de todos los despertares, su peregrinación ilusionada a las crecientes capitales, a las urbes en formación. Estas, poco después, harían de trampolín de sus famas y de sus éxitos, o contemplarían el apagarse de los sueños, cuando a los sueños lograron sobreponerse -tantas veces- la rutina, la poderosa abulia o el descubrimiento de que hay destinos más prácticos que los del arte o aquéllos a que inclina el espíritu.

Mérida, la ciudad andina en que nació Picón-Salas a comienzos de 1901, impuso para largo sus huellas en el futuro escritor y selló de consejas, de leyendas y vuelos de magia la imaginación del delicado prosista, tan proclive a las autobiografías sentimentales, a confesarse con belleza. En Mérida «se fue habituando a la cortería, esa flor del espíritu andino que sólo desmienten generales y caudillos con el brutal testimonio de sus hechos», según el vivo apunte de Ricardo A. Latcham2. Allí también tomó las primeras lecciones de fantasía, tuvo los tratos iniciales con la imaginación, que le inclinarían a ser casi siempre un poeta, aun cuando se dedicaba a la historia o cuando cautelaba el pensamiento en el riguroso ensayo: sello éste muy particular de su prosa, que lo distingue y aísla de muchos que se le parecen -porque en él aprendieron- o quisieran seguirle. Sólo que cuando éstos respiran dificultosamente, Picón-Salas avanza con ritmos juveniles y escabulle con gracia el peso expresivo o el encierro machacón.

Esa lenta, semidormida Mérida que hemos podido conocer en intimidad a través de tantas evocaciones de Picón-Salas, pudo cautivar para siempre al joven que despertaba al asombro del mundo con ojos claros; pero hubo, por fortuna, algo que lo impulsó a seguir la marcha, a Caracas primero, y después a Chile, cuando la desgracia económica de su familia se hizo presente y el aire de la tiranía gomecista le fue irrespirable. La influencia de su padre, tan preocupado siempre de la formación intelectual del muchacho, el tutor francés que le dio como mentor, las charlas con intelectuales merideños -Diego Carbonell, rector de la Universidad, entre otros- y la existencia en permanente contacto con la naturaleza andina, fueron fuerzas actuantes en el futuro escritor, nunca acalladas a pesar de complicados periplos a que le llevaron sus tareas diplomáticas y oficiales. Los impulsos de su inquietud, también, le empujaron a muchas errancias, que fuera prolijo enumerar siquiera en parte, pero siempre regresaba a Mérida, al menos en los tributos de su corazón. En Viaje al amanecer, en Las nieves de antaño, en Regreso de tres mundos, y en otras muchas de sus obras, encontraremos, inalterada, la memoria merideña y el homenaje al lugar de sus infancias. En Mérida nos dice:

La vista se educa en las más variadas gamas del verde; las flores despuntan hasta en los tejados de las casas; el Albarregas siempre está sonando y puliendo en el molino de sus aguas torrentosas los graníticos rodados que arrastra, y las campanitas de las diez iglesias quebrándose en la blanda diafanidad del aire, a cualquier hora del día tienen novena o ejercicio [...]. El tiempo para el que nace en Mérida es como un tiempo denso y estratificado [...]; el pasado se confundía con el presente y personajes que vivieron hace tres siglos o no vivieron sino en la medrosa fantasía de algunos merideños, eran los testigos obstinados, los fantasmas de nuestra existencia cotidiana3.






«Estación en Caracas»

«Estación en Caracas» llamó el propio Picón-Salas, en un precioso libro de memorias suyas y de su generación4, a su breve tránsito por la capital venezolana, en la cercanía de una fecha clave para él y para muchos de su tiempo: «La cifra redonda del año 20 se colorea y resuena de dramática vibración en la historia de nuestra juventud: asume la importancia de una frontera»5. Y dijo razonablemente «estación», porque fue, contra lo que él imaginara al abandonar su nativa Mérida, tránsito breve, tiempo de paso, bajo los ásperos calendarios de la tiranía gomecista, y en la ascesis obligada y dolorosa de la clásica «casa de pensión».

El joven viene aureolado de algún prestigio crecido en Mérida, y no se necesita, al oírle hablar, ser un fino catador para valorar sus futuros alcances. Pedro Sotillo, testigo de esos días, le evoca así:

Nosotros recordamos, con la más viva emoción, aquellos días en los que Mariano Picón-Salas, en los comienzos de su juventud, desembocaba en Caracas, con el fácil caudal de sus palabras y aquel castellano naciente, no excluido de influencias bien regimentadas, pero ya con el sello de la personalidad y una riqueza deslumbradora de información literaria de categoría. Venía Picón-Salas, al son de buscar el camino, como lo expresó en su libro primigenio [...], a servir un poco de guía y de orientador entre los hombres de su tiempo y a animarles por los difíciles, para él ya familiares caminos de la erudición [...]. Con todo aquel recibimiento, que se repetía por los lados caraqueños, Mariano se mantenía sin exponerse al manteo de la vanidad o del solicitado exhibicionismo. Más que sus conocimientos, lo que buscaba repartir entre sus compañeros era su ansia de cultura, su entusiasmo por el estudio, su dedicación al trabajo literario, que ya era norte y razón definitiva para él6.



Vida de estudiante humilde, de diálogo incisivo con los de su generación y de generaciones anteriores, pero todo bajo el vuelo negro del miedo al tirano, al temible Don Bárbaro, que todo lo vigila y lo sabe, sin moverse de palacio. Pronto, desde la dejada Mérida, los avisos de la decadencia y mina familiar; entonces regresa a la provincia, para tener la visión dramática del derrumbamiento. «El último paraíso se desvanecía en mí» -escribió, evocando este capítulo de su vida, en Regreso de tres mundos. Y la verdad es que el escritor ya no conocerá otros paraísos, pues, como recordó Augusto Mijares en la muerte de Picón-Salas, el destino le negó con encono el sosiego y la confortación espiritual que parecían imprescindibles para el cumplimiento de su tarea.

Y en la mísera tercera clase de un barco que conduce abigarrado pasaje de inmigrantes, desterrados y aventureros de toda dimensión, se hace a la mar, rumbo a Valparaíso, el mismo puerto chileno que acogió, bajo parecidas ráfagas invernales, a don Andrés Bello y, más tarde, a Rubén Darío.




Años de Chile

Con más sueños y ambiciones que monedas y seguridades, desembarcó el escritor en Valparaíso. Obligada estación para recuperar fuerzas económicas y alcanzar hasta la capital. El fino pensador y diplomático de años por venir, tiene que peregrinar entre sordideces que seguramente hacen de catarsis a su persona. Picón-Salas empieza sus peregrinaciones chilenas en un mísero tenducho que por las noches es su cárcel y su dormitorio alucinante, en la hora en que las vejeces parecen cobrar vida para prolongarle el insomnio:

Hace frío, comienzan los primeros temporales invernales de Valparaíso entre una niebla negra que hace aullar las sirenas del puerto; tendré que comprarme un abrigo para la gélida estación que viene, y acepto el primero y humildísimo empleo que es el de trabajar en una sórdida casa de «minutas» de la avenida Ecuador. Me espanta la fealdad del negocio que consiste en la compra y venta de muebles y objetos viejos que se amontonan en polvorienta confusión abigarrada. Son a veces pedazos de útiles caseros: un jarro al que le falta la palangana; un aguamanil roto, la manchada luna de un espejo, un biombo que perdió la pintura, el vestido de un buzo; unas botas de cazador. Y para que ahorre en habitación y defienda el negocio de posibles ladrones, debo dormir en el establecimiento y tender mi camastro sobre el mostrador. En estas horas de la noche, a la luz de un débil bombillo, todo ese despojo de cosas gastadas y muertas me ofrecen su perfil fantasmal...7.



El joven escritor, que ya había tenido trato con los periódicos de su país, empieza a publicar en uno de Valparaíso, La Estrella, y uno de los artículos, sobre cierta novela de Eduardo Barrios, «escrito caluroso», logra buen eco: Picón-Salas siente que una mano, y la mano de un escritor importante, se tiende hacia él. Eduardo Barrios le escribe una carta a propósito de la crítica publicada por Picón-Salas, le pregunta quién es, de dónde ha salido, y termina con una invitación. Esta, a las tertulias que en su casa de Santiago se celebran en las noches del sábado. Gracias a Eduardo Barrios, pues, el joven merideño ingresa en los medios literarios santiaguinos.

También está presente la necesidad de completar estudios universitarios. Las Leyes, cuyo estudio iniciara en Caracas, ya no le atraen y, en cambio, su inquietud creciente por los problemas culturales de Venezuela y toda América, parece perfilar con exactitud sus intereses y encaminarlos hacia la historia. El Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, hervidero entonces de jóvenes de toda América, recibe al escritor venezolano, que empieza a sobresalir pronto en su posición de guía e inspirador de su generación. Ricardo A. Latcham, amigo suyo muy íntimo desde esos años, escribió lo que vale por su completo retrato espiritual del recién llegado: «Siempre fue para nuestra generación un gran animador, una especie de conductor mágico, desprovisto de ambiciones, pero que sabía descubrir como nadie un problema, dirigir una investigación o sacar una luz nueva de un asunto que en otras manos resultaba algo estéril o improvisado»8. Pero no se crea que su forma de destacarse era por medios plebeyos; como fueron siempre normas suyas la discreción y la finura intelectual: «obraba por presencia, con socrática vocación, sin ningún residuo pedagógico, con señoría y elegancia de ademanes y actitudes. Esto último era algo natural en su persona, tan definida intelectualmente y tan ajena a cualquier diletantismo»9.

Los doce años que Picón-Salas vive en Chile dan peso de verdad a aquello de su patria segunda y son, además, los tiempos de su formación definitiva, en aulas y en bibliotecas. En tales años concluye su integración humanística esencial, y sus rigurosos estudios de Historia en la Universidad de Chile serán el basamento de casi toda su rica interpretación venidera de nuestra historia cultural hispanoamericana, que proyectará en cursos dictados en colleges y universidades norteamericanos, y principalmente en las páginas de De la Conquista a la Independencia, cuya primera edición es de 1944.

La obra escrita, que dejó en Caracas los tributos iniciales -en Caracas alcanzó a publicar su libro Buscando el camino, en 1921- empieza a crecer en Chile y a seguir las direcciones básicas porque discurrirá todo su quehacer ulterior, en torno a lo que él precisa como centro de su misión futura y de la tarea del escritor hispanoamericano de ideas: «Pensé, desde entonces, que la misión del escritor de América estaba en la capacidad de expresar esa naturaleza y ese enigma de sangres mestizas (que todavía no alcanzan a juntarse con amor) que es la de nuestra progenie indoamericana»10.

Y como en tales años empieza lo más intenso de su quehacer literario, es lícito que dejemos al hombre en el crecimiento de sus días, y observemos la obra, en que de un modo u otro se proyectan los años aquí contados. Pero antes, unas líneas del capítulo «En la fértil provincia señalada», del libro Regreso de tres mundos. Cobijado por el verso de «La Araucana», expresó Picón-Salas, en entera dimensión, lo entrañable de su deuda con el país que lo recogió como suyo, cuando el azar político de Venezuela le negó tantas cosas:

Muchos rostros chileños; mucho buen desvelo de horas chilenas en que quise ser mejor o me esforcé por ser mejor, hay en mis recuerdos. Horas de estudio, de reflexión, de rebeldía ante la injusticia; de pasión de saber y de expresar, pasan por el cuadrante de la memoria. Moré en todos los barrios, viví todas las vidas, conocí la inquietud, la pena o el goce. Porque llegué tan joven, se acabó de formar el hombre. Hay en mi alma cicatrices chilenas que se ahondan junto a las cicatrices venezolanas. Y la imaginación volandera, aun cuando fuese arrastrada hacia otras comarcas, siempre añora aquel verdor del valle de Santiago con su trasfondo de nieves y sus avenidas de álamos. Quisiera seguir discutiendo con los estudiantes de la Universidad de Chile en aquellos años del 1924 al 1930, cuando teníamos la obstinada fe de que de nuestras creencias y nuestras decisiones dependía el destino del Continente. Quizás en ninguna tierra de América se vivían con mayor generosidad las ideas, y nuestra pobreza era la de los pájaros, dispuestos siempre a recorrer nómades horizontes11.






Variedad y amplitud de la obra

La variada obra de Picón-Salas se desplaza eficazmente por distintos caminos: la ensayística, que tiene como centro los problemas socioculturales de la América hispánica; el cuento; la novelística, teñida siempre de nostálgico autobiografismo; la autobiografía y el memorialismo; la hagiografía de moderno cuño; la biografía de próceres; la indagación estética y la historia del arte; la crítica y la historia literarias. Desconocíamos la faceta lírica, de que son muestra sus «Tres sonetos del desengaño», aparecidos en el homenaje que le rindió El Nacional de Caracas, en el «Papel Literario» reaparecido días después de la muerte sorpresiva del escritor.

Aquí ofrecemos un registro de lo principal de la obra publicada por el escritor venezolano:

  1. Buscando el camino (Páginas de adolescencia). Caracas, 1921.
  2. Páginas escogidas de J. V. González. Caracas, 1921.
  3. Mundo imaginario (prosa poética). Santiago de Chile, 1926.
  4. Hispanoamérica, posición crítica. Santiago de Chile, 1931.
  5. Odisea de Tierra Firme (Vida, años y pasión del Trópico) (novela). Madrid, 1931.
  6. Imágenes de Chile (en colaboración con Guillermo Feliú Cruz). Santiago, 1933.
  7. Problemas y métodos de la historia del arte. Santiago, 1933.
  8. Registro de huéspedes (novelas). Santiago, 1934.
  9. Intuición de Chile y otros ensayos. Santiago, 1935.
  10. Para un retrato de Alberto Adriani (biografía). Praga, 1936.
  11. Preguntas a Europa (Viajes y ensayos). Santiago, 1938.
  12. Un viaje y seis retratos. Caracas, 1940.
  13. 1941: Cinco discursos sobre pasado y presente de la nación venezolana. Caracas, 1940.
  14. Formación y proceso de la literatura venezolana. Caracas, 1940 (i. e., 1941). Véase núm. 33.
  15. Antología de los costumbristas venezolanos del siglo XIX. Caracas, 1940.
  16. Viaje al amanecer (autobiografía novelada). México, 1943.
  17. De la Conquista a la Independencia. Tres siglos de historia cultural hispanoamericana. México, 1944. (Versión al inglés por Irving A. Leonard, publicada por The University of California Press, Berkeley and Los Angeles, 1962. Paperback en 1963).
  18. Miranda. Buenos Aires, 1946.
  19. Apología de la pequeña nación. Puerto Rico, 1946.
  20. Europa-América. (Preguntas a la esfinge de la cultura). México, 1947.
  21. Pedro Claver, el Santo de los esclavos. México, 1950.
  22. Gusto de México. México, 1952.
  23. Obras selectas. Caracas, 1953.
  24. Suramérica: Período colonial, México, 1953.
  25. La pintura en Venezuela. Caracas, 1954.
  26. Los tratos de la noche (novela). Caracas, 1955.
  27. Los días de Cipriano Castro. Caracas, 1955.
  28. Comprensión de Venezuela (2.ª edic. aumentada). Madrid, 1955.
  29. Crisis, cambio, tradición. (Ensayos sobre la forma de nuestra cultura). Caracas, s. f. (i. e., 1955).
  30. Ensayos escogidos. Santiago de Chile, 1958.
  31. Las nieves de antaño. Ediciones de la Universidad del Zulia, 1958.
  32. Regreso de tres mundos. Un hombre en su generación. México, 1959.
  33. Estudios de literatura venezolana (edición considerablemente aumentada y puesta al día de Formación y proceso...; véase núm. 14). Caracas, 1961.
  34. Hora y deshora. Caracas, 1963.
  35. Suma de Venezuela. Caracas, 1965.



Entre 1930 y 1940: Indagación de Hispanoamérica

Al frente de sus Obras selectas, pulquérrima y lujosa edición aparecida en 1953, nos indica Picón-Salas que omite las obras escritas con anterioridad a 1933. Parecíanle esas páginas juveniles excesivas en su carga verbal -no en vano él se formó en torno a los últimos capítulos del Modernismo, cuyos ecos en Mérida serían duraderos- y no exentas de alguna pedantería yoísta12. Su afán de cautelar la prosa -que quiso siempre vitalmente comunicativa- le llevaba a ser un poco injusto consigo mismo o, al menos, severo en demasía. En 1931 había publicado Hispanoamérica, posición crítica, y bien podemos señalar, en el total de su producción, ese decenio que va de 1931 a 1941, como el de la búsqueda de su expresión y tiempo definidor de lo central de su pensamiento hispanoamericanista, bajo certeras inspiraciones -como la de don Alfonso Reyes. Ese pensamiento extendido sobre América hispánica, su pasado, su presente y su destino presumible, logrará precisión cabal y definitiva en el decenio 1941-1950, el de su luminosa madurez. A los años primeramente aludidos -los que se extienden entre 1931 y 1941, la mayoría de los cuales transcurren en Santiago de Chile- corresponde, como núcleo de sus meditaciones, lo que era el leit motiv del pensar generacional: la razón y el destino cultural de Hispanoamérica.

Al frente de Intuición de Chile, escribía en 1935, anticipando el meollo de muchas inquisiciones suyas por venir:

No podemos improvisar el proceso de nuestra naciente cultura americana, ni asustados de su caos, del carácter tumultuoso que toman la vida colectiva y las ideas en estas sociedades en formación, asumir ante ellas el aristocrático aislamiento de algunos estetas. Mejor es comprender. Si hay algo de dramático en la misión del escritor en estos pueblos que, más que las bellas frases, parecen demandar las máquinas del ingeniero o las grandes botas del «pioneer», es que, como ellos, también estamos descubriendo, trazando, explorando; tratamos de crear un universo moral, una conciencia de perduración que nos eleve del estado de Naturaleza al estado de Cultura»13.



Y en el ensayo «Misterio americano», del mismo libro, presentaba otro esquema de sus futuras indagaciones que culminarán en De la Conquista a la Independencia, su obra magna en el terreno histórico-cultural:

América es el continente del misterio. Más allá de las formas políticas o culturales de importación late en nuestra existencia -en contraste con la pulida y más clara vida europea- un enigma psicológico que es a la vez nuestro drama, nuestra esperanza y nuestra fascinación. No somos absolutamente civilizados, en el sentido de Spengler, porque de pronto cruzan el umbral de nuestra vida colectiva violentas rachas de instinto que le imponen al acontecer un tono sorpresivo, un insospechado patetismo. Son esos nuestros terremotos morales o históricos, parecidos a aquellos terremotos de la Geología que a lo largo de los Andes nos favorecen con su frecuencia cíclica y que en la vida morosa de la época colonial originaban las más extrañas devociones y ponían un frenesí religioso, un lívido terror en las multitudes empavorecidas. Y es que nuestro subconsciente acumula como la tierra andina las convulsiones de las razas que no se han fundido bien, los gritos ancestrales de las especies distintas, lo primitivo que lucha con lo refinado, el embrollo de las culturas superpuestas. Entonces, en un momento, las fuerzas plutónicas de adentro rompen la débil estratificación de formas adquiridas, y advertimos que nos habíamos dormido precisamente sobre un tumultuoso misterio14.



Entretanto, ha ocurrido lo que parecía un sueño lejano para los trasterrados: muere Juan Vicente Gómez. Y a comienzos de 1936, por cualquier medio de los existentes, se produce el revés del éxodo. Centenares de intelectuales regresan a Venezuela y, entre ellos, Picón-Salas. Permanece en Caracas poco tiempo, pues se le encomienda una tarea diplomática en Praga: allí publica su biografía-elegía de Alberto Adriani, que contiene muchas claves para el conocimiento del propio autor y de las inquietudes de su generación. Es, asimismo, el tiempo de la primera visión de Europa, de la que traerá páginas admirables.

Cumplida su tarea, regresa nuevamente a Chile, donde publica varias obras y, de nuevo, su rumbo es Caracas. Crea la Revista Nacional de Cultura -que cuenta hoy con casi treinta años de vida- y en 1940 entrega a las prensas de la Editorial Cecilio Acosta una obra en que ha puesto muchas esperanzas y mucha voluntad de ser claro y sencillo: Formación y proceso de la literatura venezolana, que aparece a principios de 1941.

Fue el comienzo natural de su obra de madurez. Pero en ese comienzo están firmemente sentadas las bases que esta clase de trabajos ostentará siempre en la pluma de Picón-Salas. Al trazar la historia del proceso literario venezolano dice que deja «a otros el sueño difícil y académico de una historia objetiva, tan fría y tan fiel que parezca una entelequia. No soy -tengo que decirlo- un erudito del siglo XIX sino un escritor del siglo XX que busca en nuestra literatura uno de los signos más expresivos del alma histórica venezolana»15. Este deslinde propuesto por el autor sitúa su quehacer como apartado de una entrega de datos fríamente eruditos, que pueden llegar a ser via crucis del lector indefenso. El ensayista se ha situado en una posición de tamiz ideológico, intermediario que sólo deja pasar los ricos atributos tipificadores, las notas valiosas y esenciales. Así, el libro resulta vivaz, alacre e interesante, pero sentimos siempre el respaldo de sólida y paciente investigación, a la que se suma la finura exegética de quien lo escribe y la perfección de su prosa. Por otra parte, de entre el océano de documentos, papeles de toda laya, fechas y juicios, a Picón-Salas interesábale extraer vivencias del pasado, rescatar sueños y ambiciones de hombres de «las dos Venezuelas», o sea la de aquéllos que la forjaron desde dentro, sin pasar sus fronteras, y la de quienes la moldearon -a veces con lágrimas- desde fuera, en la dolorosa peregrinación de los destierros.

Si en Formación y proceso... los análisis de las contribuciones individuales son acertados, límpidos y de seguros relieves16, no menos valiosos, sabios y grávidos de poder caracterizador son los enjuiciamientos de diversos «ismos». Las etapas barroca, neoclásica, romántica y modernista, exhiben en su justo tratamiento el atuendo del historiador de las ideas y las culturas, la huella del crítico capaz de eficaces síntesis que nunca desfiguran la contemplación de más anchas perspectivas.

Al reeditar Formación y proceso... veinte años después de su primera salida, con el nuevo título de Estudios de literatura venezolana -comprensivo de las muchas adiciones- la obra de 1941 ocupa las páginas 9-188, pero viene acompañada de otra veintena en que Picón-Salas prolonga su estudio de las letras venezolanas hasta 1960. Fue ello buena muestra de que el historiador se sobreponía a sus ausencias -por sus actividades como embajador en Colombia o Brasil, o su representación diplomática ante la Unesco en París- y nunca le era ajeno el pulso distante de su país.




1944: Ápice de la madurez

Sería injusto reducir la obra múltiple de Picón-Salas a un solo libro, pero en De la Conquista a la Independencia (Tres siglos de historia cultural hispanoamericana) le sorprendemos en el ápice de su lucidez como historiador de las ideas y ensayista sagaz. Pocos escritores de Hispanoamérica ajustábanse mejor que él a la definición que del ensayo dio hace años Enrique Anderson Imbert, cuando escribe: «la nobilísima función del ensayo consiste en poetizar en prosa el ejercicio pleno de la inteligencia y la fantasía del escritor»17.

En la Advertencia que precede a la obra encontramos el programa de dilucidaciones con que se enfrentó Picón-Salas:

En tan compleja y vasta materia como la de nuestra historia colonial hispanoamericana, aun no definitivamente bien estudiada ni interpretada, me atreví a seleccionar algunos temas que ofrezcan, de la manera sintética que reclama nuestro tiempo presuroso, la imagen más nítida que me fuese posible del proceso de formación del alma criolla. Cómo se forma la cultura hispanoamericana; qué ingredientes espirituales desembocan en ella, qué formas europeas se modifican al contacto del Nuevo Mundo, y cuáles brotan del espíritu mestizo, son las interrogantes a que quiere responder este ensayo de historia cultural18.



Y aclara, en seguida, su sistema de trabajo y de presentación de sus ideas, frente a la agobiante exhibición erudita de ejemplos precedentes, con lo que enlaza su menester a la petición de «aseo de América» lanzada por Alfonso Reyes:

más que el ciego acarreo del dato me interesó su tipicidad, y a la página plagada de citas preferí, de acuerdo con mi temperamento, lo que revelaba no sólo un esfuerzo de trasmitir noticias sino lo que es humanamente más urgente: entenderlas19.



De ocho capítulos consta el excelente libro: «El legado indio», «La discusión de la conquista», «De lo europeo a lo mestizo. Las primeras formas de transculturización», «Entrada en el siglo XVII», «El barroco en Indias», «Erudición, temas y libros de la época barroca», «El humanismo jesuítico del siglo XVIII» y «Vísperas de revolución». En cualquiera de ellos se hace evidente que el escritor ha alcanzado la máxima perfección de su prosa y el hombre de ideas una visión clarísima, decantada sabiamente, de los problemas pasados y presentes de la suma continental.

Su enjuiciamiento del fenómeno barroco hispanoamericano, por ejemplo, alcanza los límites de lo ejemplar en esta clase de trabajos. Desde luego, su conocimiento de la historia del arte y su experiencia directa del barroco arquitectónico y literario de América hispánica, le llevan mucho más allá de una visión formalista. Penetra hondamente en la rica problemática espiritual del barroco y tiene conciencia de que éste «contiene como una verdad soterrada que requiere más fina pupila psicológica para descubrirla»20. Su incisiva caracterización del barroco -patetismo y demasía, represión espiritual, burla, crueldad y grosería, entre otros rasgos que estudia- es un verdadero anticipo en nuestra historia literaria.

Al asediar concretamente el barroco literario de Indias, Picón-Salas cumple esclarecedoras aproximaciones a Bernardo de Balbuena, al Lunarejo y su Apologético, a Juan del Valle Caviedes. Pero el gran acierto es el luminoso rescate de la Décima Musa, en el breve capítulo «El "caso" Sor Juana Inés de la Cruz», que así concluye:

El riesgo de la hermosura -advierte Sor Juana- es que suele ser despreciada después de poseída. Y a la amante satisfecha -ella, la gran amante frustrada- le recuerda:




Presto celos llorarás.
En vano tu canto suena
pues no advierte en su desdicha
que será el fin de tu dicha
el principio de tu pena.

Así la «demasía» barroca se encuentra con el límite de la desilusión y la muerte. Entre los silogismos y el congelado mundo lógico en que yace soterrada la vida, alguna vez, como dice disculpándose Sor Juana, se deja oír «la retórica del llanto». Ningún otro artista sufrió y expresó mejor que la extraordinaria monja de México el drama de artificialidad y represión de nuestro barroco americano.



Pocos libros firmados por escritor de nuestra América -exceptuados algunos de Alfonso Reyes, de Pedro Henríquez Ureña o de Ezequiel Martínez Estrada- plantean con semejante caudal de inteligencia y serenidad asuntos tan graves como las modalidades del espíritu indígena, la psicología de la empresa conquistadora, el temprano aparecer de formas mestizas en núcleos en que prevalecían formas de cultura europea, la «pedagogía de la evangelización» y otros tan arduos como los aludidos.

Y pocos escritores nuestros cumplieron su tarea, venciendo muchos asedios de la adversidad, con la misma elevación, serenidad y sofrosine, con discreción y amor semejantes. El escritor que ha rendido sorpresivamente la muerte era, como él mismo dijo de Alfonso Reyes, de los escasos que podían enseñar y aconsejar al Continente.







 
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