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Mariano Picón Salas y el goce de mirar, comprender y comunicar

Gregory Zambrano





La visión del mundo que Mariano Picón Salas transparenta en su obra ensayística, y también en su narrativa, mucho debe a la «errancia». La escritura y edición de sus libros casi siempre se hizo desde fuera de su país. Y fuera de su país él se formó académicamente; y dio inicio a su dilatado magisterio. También al efecto de esa errancia pudo deberse la falta de compatibilidad -propiciada tal vez por su agudeza, sensibilidad y capacidad de contraste- que experimentó frente a determinados procesos políticos, e incluso con quienes lideraron la reinstitucionalización de Venezuela, luego de la desaparición física de Juan Vicente Gómez, y de su retorno a Venezuela, a inicios de 1936, después de haber vivido en Chile por casi cinco lustros. En Regreso de tres mundos mira hacia su pasado y se autoevalúa en el presente:

Aún me queda el escrúpulo de que cuando era joven parecía abrumarlos con mi documentación y, quizás, con mi pedantería. Les resultaba incómodo y preferían aislarme con helada compostura. Pagué siempre caro mi menosprecio de la rutina, el gusto de decir una paradoja o torcer el conocimiento vulgar y refranesco en que se asienta la conducta de muy orondas y poderosas gentes1.



Buena parte de la producción narrativa de Picón Salas se encuentra atravesada por el fenómeno del viaje, de la «errancia», como una forma concreta de aproximación, de interpretación y síntesis del mundo real, hecho desde la literatura. En ese sentido, salta a la vista que su recurrencia en el tema de la movilidad, de la «errancia», reúne toda una concepción del mundo y de la vida, que tiene implicaciones históricas, filosóficas, sociológicas y culturales. El crítico Thomas D. Morin define a esta «errancia» como una iniciación espiritual y un despertar intelectual:

La peregrinación, un proceso de vida e historia es, en Picón Salas, un proceso creativo. Esto conduce al artista hacia el desarrollo de conceptos universales, el individuo hacia su misma realización espiritual y la nación hacia la utopía. La peregrinación, para el individuo y la sociedad como un todo, es un proceso de despertar a nuevas formas de la realidad, las cuales permiten al hombre renovar, en cada coyuntura del tiempo, la circunstancia de su propia existencia2.



También puede verse esta peregrinación como una vocación de exilio: afectivo, geográfico y político. Esto se halla en la simbología de varias de sus obras narrativas; y también está presente como reflexión casi al final de su vida. Era el «regreso de tres mundos», que se traduce como síntesis de toda una trayectoria «Mundo, demonio y carne o en el viaje del alma: infierno, purgatorio, paraíso», como anota en la antesala de sus memorias3. Esa «errancia» fue un ir y venir empujado por un destino preescrito para el viajero:

La imagen del hombre en perpetuo exilio, tan usada por la literatura de nuestro siglo, nos parece ajustada, concreta y metafóricamente, para el autor. El escritor fue siempre un desterrado. El primer exilio, sufrido al dejar el hogar y el pueblo, puede considerarse autoprovocado pero inevitable. El segundo, la salida del país, fue forzado por circunstancias políticas y económicas, pero también por el sentimiento de sentirse ajeno a la manera como se vivía en Venezuela en ese momento. El regreso a su tierra, fue otra especie de exilio, a la inversa, porque su yo diferente se adaptaba mal, o no se adaptaba a una realidad que no había cambiado como él4.



Por ello sus palabras al respecto, cuando habla del retorno luego de su largo exilio chileno, son un poco amargas; las expectativas de incorporarse a la militancia política, y su resuelta participación en la fundación de un partido, que había estado madurando desde Chile, no tuvieron la realización concreta que aspiraba; se impusieron otras adversidades:

A todos los que regresan -desde el glorioso ejemplo de Miranda hasta el mínimo de los viajeros de 1936- se les cobra un obligado peazgo sentimental. Es la desconfianza del sedentario contra el nómade; el explicable temor de que los usos, métodos y hábitos mentales que pudimos adquirir en nuestra peregrinación choque contra el sistema de defensas y rutinas de los que se quedaron. Aun el compatriota que vuelve, parece demasiado intruso. Traemos excesiva presunción o estamos seguros de que nuestras fórmulas tienen mayor validez que las que practicaron, sin modificación, en su humillado combate con la vida, las gentes que permanecieron5.



Ese retorno de Chile, tras la muerte de Gómez, repercutió tanto en su percepción de lo histórico y político, como en el terreno concreto de la realidad venezolana posdictatorial. Allí, necesariamente, tiene que entrar en el «análisis del proceso histórico y sus proyecciones en la vida nacional, en el enjuiciamiento de teorías sobre la realidad venezolana, sobre su cultura, sus gentes y hasta en sus peculiares formas de ser. Y por consiguiente tropieza con un orden preestablecido, con personas que representan ese orden en su doble aspecto, espiritual y material»6.

Aun cuando en varias de sus obras de ficción, la idea del viaje está indicada de manera implícita o explícita, estas obras no son libros de viaje estrictamente hablando, sino formas construidas como distanciamiento de la realidad histórica desde las cuales se da cuenta de un tiempo y de un espacio en proceso de cambio. Pero, también, el viaje tiene otras funciones, más subjetivas, porque implican una búsqueda hacia el interior de su propia individualidad y de su posición frente al mundo. Sin embargo, en ningún momento ese afán de movilidad, esa «errancia» se percibe como desarraigo, o como lo resume Guillermo Morón:

No se trata sólo del viajero, del peregrino que escribe su obra de interpretación del mundo en las posadas que usa como embajador político y como embajador cultural, sino también de su largo viaje interior, de una introspección, quién soy, qué hago yo en esta historia, por dónde va este escritor. Picón Salas bucea en sí mismo cuando realiza una obra conscientemente autobiográfica. Lo hace en muchas ocasiones, pero principalmente en los libros autobiográficos7.



Por otra parte, está la presencia de un pasado proyectado al presente, y la revelación de una conciencia histórica y política8. Su perspectiva de viajero le permite observar e interiorizar elementos significativos de esos paisajes naturales y humanos que aprehende y vuelca en la escritura; y muchos de sus ensayos son producto de esa apropiación. La apropiación de otros espacios y tiempos se puede apreciar en esos libros eminentemente ensayísticos como Preguntas a Europa (1937) y Gusto de México (1952), que intercambian muy bien el aspecto descriptivo con el narrativo, logrando en profundidad, la incorporación a su propia subjetividad de ese espacio otro desde el cual enuncia, y sumando la voluntad de estilo en cuanto ensayos.

La búsqueda de sí mismo como autoconocimiento, la errancia como peregrinación, son hechos concretos que subrayan la creencia del escritor en que la superación personal es siempre el punto de partida hacia el mejoramiento colectivo, lo cual está amparado en la educación, en el reconocimiento de los valores culturales de otros pueblos, en el conocimiento del pasado, y en la asunción de los retos del presente. Como ejemplo de esto último podemos ver una carta, fechada de Buenos Aires, el 21 de diciembre de 1945, en la cual Picón Salas le confiesa a Alfonso Reyes algunas de esas preocupaciones:

Recibí aquí una carta de Ud. -muy generosa, muy llena de buen calor humano- remitida a Montevideo. En realidad, porque no hay nada que repugna más a mi temperamento que el camaleonismo político, no me hice cargo de la Legación de Venezuela en Montevideo. Las cosas en mi país están sumamente confusas; hay demasiado rencor inútil y no quiero comprometerme con los odios callejeros de este momento. En política -ya Ud. lo sabe- se adora hoy lo que se quemó ayer. Hay muchos Clodoveos. [...] Estaré en Puerto Rico entre enero y junio. Salgo dentro de tres días de Buenos Aires. Como Ud. lo ve, la suerte me obliga -a pesar mío- a continuar una vida de judío errante. Habrá que trabajar con los libros prestados. Y no sé qué será de mí dentro de seis meses. La vida impone ahora planes mínimos, de muy corta duración. De otra manera, tendría que regresar a Venezuela a participar en el campeonato de injurias y resentimiento dirigido en que se están entreteniendo políticos y gobernantes. Es mejor ser un pequeño Ashaverus de la Literatura9.



También la idea de utopía está presente, tanto en sus obras narrativas, como en muchos de sus ensayos. Acaso su vuelta frecuente a los referentes del pasado sea una forma de confrontar su presente y soñar por lo menos con una sociedad mejor. En Regreso de tres mundos, libro de balance y plenitud, hay una mirada nostálgica hacia la utopía social: «acaso nosotros inventamos y soñamos para una nación abstracta, a la altura de nuestra esperanza, y no conocemos otra, casi inmodificable, hecha de sangre y necesidad; de hambre, fatiga y angustia; de repeticiones y consejas que se repiten ancestralmente»10.

Su concepción de la Historia, la presencia recurrente de ella en la ficción es un elemento que nutre en buena medida su propia visión del mundo. Igual ocurre con su llamado de atención sobre el pasado. El predominio de su yo ficcional, así como la autorrepresentación autobiográfica son una constante manera de apegarse a un tiempo real que no se acaba con la existencia, sino que le trasciende en la escritura, así como lo señaló Michel de Certeau: «Es preciso que el cuerpo muera para que nazca la escritura. Así es la moral de la historia que no se prueba con el sistema de un saber, sino que se narra»11. Y es precisamente en esa escritura donde adquiere la civilización -escucharán otros cuentos y tratarán otros personajes; no conocerán el miedo al diablo, a la próxima visita del cometa Halley, a las señales del fin del mundo, pero siembre habrán de gozar -¿por qué no?- con las mariposas, los pájaros y la luz de Mérida. Para entonces yo estaré muerto y me gustaría que me recordasen»12.

Para Picón Salas pensar la Historia, indagar en ella, y comprenderla como un proceso, atiende a una necesidad de fijar la pertenencia y asumir los retos de su presente. Esta óptica tiene conexión inmediata no sólo con su preocupación explícita por Venezuela sino, por lo que ella representa como «nación»; ese perfil de nación que él mismo ayudó a definir, a conceptualizar: «una nación no es sólo una suma de territorios y recursos naturales, sino la voluntad dirigida, aquella conciencia poblada de previsión y de pensamiento que desde los días de hoy avizora los problemas de mañana»13.

Así también se podría hablar de su preocupación americanista que atraviesa la mayor parte de sus ensayos, la cual está asociada a su necesidad de comprensión y asimilación de una Historia común americana, cuyo conocimiento es no sólo necesario sino fundamental: «el deber de un escritor que ama la Cultura y la familia de pueblos en que nació y ve en Hispano-América la prolongación del espíritu y la problemática de la propia patria. Esa Historia común que nos envuelve no es para nosotros sólo pasado y lontananza, sino también futuro que debe delinearse, responsabilidad que compete a intelectuales, educadores y políticos. Es la angustia y la utopía -y a ratos la frustración- de un destino histórico indiviso»14.

Obviamente, lo que tenemos del escritor no es su vida sino el testimonio, el relato acerca de su vida, su narración. Y consciente de ello, el ensayista está siempre revisando su perspectiva, la función de su pensamiento para el momento que vive: «porque son estos días laberínticos que vive el mundo, de crisis y socavamiento de costumbres y tradiciones, este estrépito sin finalidad, de este no saber a dónde se marcha, que es el terrible signo de la civilización contemporánea»15.

Lo que animó al intelectual, tanto en su etapa de formación juvenil como en su madurez, fue la búsqueda del conocimiento y esto implicaba necesariamente una toma de conciencia social, de actitud ante la Historia, ante su país. Su estrategia fue afianzarse en el arte del buen decir, y abrir su perspectiva hacia una visión ecuménica de la Cultura. Por ello insistió en reafirmar una conciencia generacional que, primero en Chile, y luego en Venezuela, lo llamaba a tomar parte en hechos trascendentales de su presente inmediato. Su toma de conciencia generacional la hace sin deslindar de ese presente la herencia que había recibido de otros intelectuales antecesores, pero su balance es también cuestionador:

Nos parecía nuestro deber -contra esa fuga de la historia que practicaron otras generaciones como la de los modernistas- esclarecer la situación histórica y prepararnos para los cambios ineludibles que traería el tiempo. Junto a nuestros libros universitarios de letras y filosofía, colocamos algunos de política y ciencia económica16.



En relación con sus obras narrativas, podría pensarse que cuando Picón Salas hace juicios y valoraciones críticas, muchas veces está pensando en su obra misma. Esto es una forma frecuente en el autor, con la cual concilia la ética de su propia percepción como intelectual atento ante los retos de su tiempo, y una estética de la escritura, que asume como su propio reto de expresión. Por ejemplo, podría aplicarse a su propia praxis narrativa el juicio que él mismo escribió acerca de la obra del puertorriqueño Abelardo Díaz Alfaro: «lo que Ud. escribe ha pasado por la experiencia del artista; es vida que supo absorber y devolver, metamorfoseada en poesía, que es la manera de inmortalizar la vida»17. En su Regreso de tres mundos existe siempre una tendencia a justificar la obra de creación que es producto de una vivencia personal «metamorfoseada» en arte mediante un proceso de reelaboración, de resignificación.

Entonces, si hablamos de su estilo, que busca conciliar la profundidad de la observación y el análisis con una exigencia estética en la expresión, estamos frente al mismo fenómeno que huye precisamente de los encasillamientos formales y que presupone un lector menos dogmático y más amplio para el disfrute y la reflexión, ¿acaso no son también formas válidas las de mostrar el acto de la escritura como un fin último? Esto está presente como un fenómeno de época en varios ensayistas hispanoamericanos, entre ellos José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes.

Hablar de una visión del mundo, que se explaya principalmente en sus ensayos, pero que también -aunque de una manera diferente- en sus obras de ficción, implica valorar el conjunto de aportes, las recurrencias, la discusión y el enfoque acerca de problemas políticos y sociales, históricos y culturales, sin olvidar que también tiene como norte un arte de la expresión estética. Por otra parte, se podría cuestionar la orientación de su ideario, visto muchas veces como pesimista, incluso en sus memorias, pero habría que destacar que su propio esfuerzo de comprensión, de interpretación y de búsquedas de mejoramiento individual, era también una profesión de fe en que el mejoramiento individual es la base para el mejoramiento colectivo. Esa es también la posición de su ideario, asumido con diferentes matices en su narrativa. Como bien lo señaló Guillermo Morón: «Picón Salas fue cuentista pionero en el acercamiento a la nueva sensibilidad social y novelista en el marco de los problemas contemporáneos»18.

Quiérase o no, su obra está allí y espera lectores críticos que comprendan al escritor, al pensador, al ideólogo, en fin al artista, en relación con las coyunturas que le tocó vivir y con las posiciones éticas y políticas que los tiempos le exigieron. El mesurado testimonio de Luis Alberto Sánchez, que valora crítica y justamente las preocupaciones estéticas y políticas de Picón Salas, como un hombre que asumía plenamente los problemas de su tiempo, se podría resumir en este párrafo:

Mariano abrazaba decididamente una política y una religión de arquetipos, o sea, de valores. Frente a ellos carecían de importancia permanente el ágora, la dogmática partidaria, la adoración del «Moloch», la Política, de sus preocupaciones ¿Pudo encontrar Picón ese arquetipo, siquiera para uso personal? No pudo. Cuando recordamos su angustia durante la reunión que tuvimos en La Habana, mayo de 1950, los partidos democráticos de América; cuando le veíamos impaciente por hallar fórmulas que tuviesen la virtud mágica de las del «abracadabra», erizándose contra la dictadura y tratando de reducirla con palabras, tenemos una visión de cuál era su sufrimiento de cómo pensó en elevar a principios las circunstancias, en el afán de hallar luces, pero luces definitivas para las tinieblas de América, sometida entonces a múltiples tiranos19.



La vasta obra de Mariano Picón Salas tiene por méritos propios un lugar bien ganado en la historia de la cultura en Venezuela. Sus artículos, ensayos y conferencias, abrieron un diálogo con la Historia, la lengua, la problemática político-social, y no sólo de su país, sino también del continente latinoamericano. La amplitud de esa obra, no obstante, ha dado lugar a lecturas parcializadas o fragmentarias desde las cuales algunos historiógrafos y críticos literarios han intentado dar cuenta del amplio sistema que es en sí su pensamiento. Podríamos decir que la recepción de esa obra -salvo contadas excepciones- no ha sido lo suficientemente afortunada como para mostrar con la misma amplitud de criterios los alcances de sus diferentes facetas y la dialéctica de las ideas del autor.

En su narrativa, Picón Salas fija su tradición, acotándola, comprendiéndola; después de este proceso va a su reescritura; desde ella, ficcionalmente, reconstruye los signos de su presente y revela aperturas para mirar de manera profunda a su país, a su cultura, a las coyunturas históricas que han forjado ese presente. Su visión es fundacional y comprometida con el devenir de la cultura y la educación. Su eje principal es la conciencia de su papel como intelectual, como escritor, como heredero de una tradición que debe ser recuperada y conocida para que la desmemoria no fuera el signo descollante. Julio Ortega, comprendiendo el sistema de escritura, precisamente de sus sucesores, señalaba que «los narradores venezolanos [...] radicalizan el acto de la ficción al punto de reescribirlo todo desde el comienzo, como si la historia de la novela diera una sola lección: la de empezar cada vez»20.

Contra el olvido, contra el «adanismo» cultural emprendió desde sus comienzos Picón Salas la labor de conocer, interpretar y sobre todo comprender. De allí la vastedad de sus intereses y la prolijidad de sus aproximaciones. Como escribió Simón Alberto Consalvi:

No se detuvo Picón Salas en una época, ni en un país. La vastedad de su conocimiento resulta verdaderamente admirable. Sus estudios sobre los tres siglos del dominio colonial español en América le permitieron explorar las culturas prehispánicas, el arte del Barroco y los primitivos de El Cuzco, ciudad incaica que visitó en 1935. Dominó el arte europeo, y de modo especial, el Renacentista, y el arte del siglo XX, tanto del Viejo Mundo como del Nuevo; sus análisis sobre el arte venezolano son excelentes, de modo especial sus textos sobre Arturo Michelena, Cristóbal Rojas y Armando Reverón21.



Faltaría añadir, que sus obras narrativas, más allá de sus limitaciones, más allá de sus recurrencias casi obsesivas, son un intento admirable para conocer, comprender y explicar hendiduras de la Historia, desde la que atañe a la pequeña comarca de su tierra natal, o la Venezuela que estaba fuera de su alcance, o el Chile que propició su formación académica y su ejercicio docente; todo ello en diálogo abierto con el resto de Latinoamérica y Europa.

Como narrador, Picón Salas también supo poner sus pies junto a los de muchos de sus personajes; por ello y con ellos dio testimonio de su propia «errancia», tras las huellas de una utopía:

La vida personal o la Historia no es sino la nostalgia del mundo que dejamos y la utopía ardorosa, siempre corregida y rectificada, de ese otro mundo a donde quisiéramos llegar. Un pretérito poblado de imágenes que el tiempo transcurrido transmuta en materia poética, en paraíso de las primeras añoranzas, y un futuro conjurador que quisiéramos moldear a la medida de nuestros sueños de belleza y de justicia, en doble proceso de la razón ordenadora y de la voluntad que anhela ser partícipe de la tarea de las generaciones22.



Picón Salas en vida fue víctima de polarizaciones en lo ideológico y en lo político. Además de considerarse como servidor público y representar dignamente a Venezuela en el exterior, en funciones diplomáticas, amparado en su prestigio personal y el respaldo de una obra sólida -como muy pocas veces se verá en el servicio exterior venezolano-, asumió su camino vital internándose en búsquedas intelectuales y en estudios sistemáticos. Así su obra fue creciendo en amplitud y profundidad. De ese proceso da cuenta en ese libro de confesión y análisis que es Regreso de tres mundos, «despiadado, lírico y casi desesperanzado» como diría J. M. Siso Martínez»23. Tuvo que hacer frente a esa costumbre política venezolana ya presupuesta de descuartizar a los vivos para adorar a los muertos; el «descuartizamiento» pasa por el ataque y la marginación; por el escarnio y el silenciamiento. Escribía Picón Salas: «En medio del furor de endemoniados que tanto a la derecha como a la izquierda parecía acosarnos, preferí mi liberalismo -un poco anacrónico- al monopolio de la verdad y las fórmulas inflexibles que ofrecían los nuevos empresarios de mitos»24.

Mariano Picón Salas aun cuando desde muy joven se definió más como «contemplativo» que como hombre de «acción», tenía preparado para su retorno a Venezuela -cuando Gómez empezara a ser recuerdo- todo un plan educativo que llegó no sólo a formular sino también a concretar; tanto en la misión chilena que propuso para reactivar el proceso educacional postdictatorial, en 1936, así como en la fundación del Instituto Pedagógico Nacional ese mismo año. En una carta de 1932, decía:

[...] sólo con disciplina, con un puñado de verdades sencillas bien clarificadas, se puede hacer política de masas. Yo me ofrezco para dentro del plan de Uds. presentar un esquema educacional, integrado al ideario social común. Y por si se ofreciera un inesperado retorno a la tierra prepararía todo un ciclo de conferencias sobre estos problemas con los que podría recorrer el país moviendo opinión. A los argumentos y sentimientos personales que van a esgrimir el día en que vuelvan otros expatriados, nosotros debemos contestar presentando soluciones25.



Por ello Picón Salas fue un fundador de instituciones a lo largo de su vida, no sólo el Instituto Pedagógico Nacional, sino también ese mismo año de 1936, contribuyó con la creación del Instituto de Filología «Andrés Bello»; luego serían la Revista Nacional de Cultura (1938), la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela (1946), el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (1965), cuyo discurso de instalación no pudo leer, habiéndolo terminado pocos días antes de su muerte26. En ocasión del homenaje póstumo que se le rindió en Caracas (1965), Miguel Otero Silva, en representación de los artistas y escritores venezolanos, dijo:

Como Bello fue negado o desestimado por muchos de sus contemporáneos; como Bello fue un maravilloso artesano de la cultura y del verbo. Y como Bello -¿quién no se atreve a vislumbrarlo y a proclamarlo en esta dura hora de su muerte?- le rendirán tributo de respeto las generaciones venideras, le apreciarán nuestros hijos y nuestros nietos en su exacta dimensión de maestro, sentenciarán los críticos que no existió jamás entre nosotros escritor de tanta jerarquía intelectual y de tan depurado estilo como Mariano Picón Salas27.



Nadie podría dudar de que su sed de conocimientos era la forma expresa de un deseo que trascendía lo individual, y era también el camino que le indicaría los derroteros a su humanismo. Todas las reflexiones de Mariano Picón Salas pasan por un cuidadoso proceso de intelectualización, pero antes son sometidas a una detallada sensorialización que trasciende el lenguaje. Son intuición, fruición, adherencia plena a la médula de los sentidos, abiertas siempre a los detalles del paisaje, y del transcurrir. Ellas son parte del diálogo compartido, de esa errancia física y, sobre todo, son su permanencia intelectual. Como bien lo expresó en uno de sus libros iniciales, Preguntas a Europa, prevaleció en él «el goce de mirar, de comprender y comunicar»28. La percepción del mundo real y la representación de los universos interiores son el tamiz por donde se cuela -convocando la reflexión, el gusto ante la buena escritura y una reposada imaginería- una de las sensibilidades más sugerentes del siglo XX venezolano29.





 
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