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ArribaAbajoEl humor en los cuentos de Mario Benedetti

Antonio José López Cruces (I. B. «Miguel Hernández», Alicante)


Introducción

Como es sabido, desde 1959, fecha de la Revolución cubana, Benedetti milita en el optimismo histórico, optimismo tercamente mantenido frente a exilios y desesperanzas, a lo largo de los años436. En la presente comunicación nos preguntaremos por un aspecto quizás menos estudiado: la presencia en su obra -de manera necesariamente limitada, secundaria si se quiere-, del humor437, concepto cuya definición, creemos, nunca ha intentado Benedetti, aunque intuimos su lugar en el justo centro del movimiento pendular entre euforia y pesimismo, como punto ideal de equilibrio. Aceptamos -aunque no acabe de satisfacernos-, por comodidad y por no ser ésta la ocasión más oportuna para discutirlo, el término «humor» como abarcador de las modalidades del ingenio, la travesura lúdica, la sátira, la parodia, la ironía o el sarcasmo, presentes siempre, en mayor o menor grado, en los diversos géneros cultivados por el escritor. Veremos cómo el humor es un parámetro que acompaña siempre la lucha de Benedetti por la dignidad personal y la libertad de su pueblo y que convive sin violencia con su postura comprometida y testimonial. A finales de los años cincuenta publica Benedetti -bajo los seudónimos Orlando fino y Damocles-, crónicas y artículos humorísticos, sobre todo en la modalidad de humor político, en el semanario Marcha y más tarde en el periódico La Mañana de Montevideo. Algunos de estos trabajos aparecerán, con la firma Damocles, en el volumen Mejor es meneallo438, en el que también figuran Cincuenta garguerías, herederas de las greguerías de Ramón, que muestran un temprano amor del escritor por el chiste y el juego de palabras439, los cuales no dejarán desde entonces de asomarse a sus obras440. En El país de la cola de paja (1960) Benedetti critica las insuficiencias del humor político del momento y los artículos irónicos y distanciados de sus compañeros de Marcha, que parecen conformarse con ridiculizar al gobierno de turno sin buscar apasionadamente transformar la gris e injusta realidad montevideana.

En su poesía -Benedetti piensa como Ernesto Cardenal que en el poema cabe todo, incluso el chiste o la anécdota- no faltan las notas de humor441, que sirven para reforzar el tono conversacional que busca la complicidad del lector; aunque sólo supongan una tregua, una saludable distensión, el autor siente que colaboran de algún modo en la construcción del optimismo y la alegría del prójimo, que ayudan a combatir su soledad o su frustración. Benedetti gusta de los poetas que hacen uso del humor en sus versos: Efraín Huerta, Samuel Feijoo, Aquiles Nazoa, Jorge Enrique Adoum, el primer Nicanor Parra, Roque Dalton, Antonio Cisneros o Eliseo Diego. A estos tres últimos ha dedicado el escritor excelentes ensayos442.

En cuanto a sus novelas, si en La tregua (1960) el escritor reflexiona a menudo sobre la burla o la broma en el triste medio oficinesco, si nos ofrece en Gracias por el fuego (1965) el espléndido capítulo primero, y si en la novela en verso El cumpleaños de Juan Ángel (1971) abundan los rasgos de ingenio verbal443, la cumbre del humor novelesco del autor se halla sin duda en las graciosas redacciones de la Beatriz444 de Primavera con una esquina rota (1982). En sus ensayos sobre narrativa, Benedetti nos ofrece numerosas e interesantes apreciaciones sobre la función del humor en la novela. Del Italo Svevo de La conciencia de Zeno elogia la eficaz dosificación del mismo y su utilización para aliviar el lado patético de las cosas y atenuar oportunamente la tensión en los momentos narrativos más graves y problemáticos, evitando la caída en la cursilería o el melodrama445. Piensa que el humor no satírico de Felisberto Hernández446 salva a éste de la náusea y le permite explorar lo abyecto y lo prohibido, a la vez que detectar la falsedad, la hipocresía y los prejuicios, y esto sin cortar nunca deliberadamente las amarras que lo unen a lo real. No parece entusiasmar demasiado a Benedetti el superficial «humor filológico» presente en Pasticciaccio, del italiano Carlos Emilio Gadda, quien agobia al lector con sus «chistes coloquiales, dialectales, filológicos, paradójicos»447. En la literatura hispanoamericana el humor ha sido «algo así como un denominador común, el indispensable y humano amortiguador (y fijador) de la violencia, del estallido»; Carlos Fuentes lo usa para, con gran economía de medios, fijar de modo indeleble «la actitud o la intención de un personaje»448. De Cortázar elogia el tratamiento de dos rasgos porteños sólo aparentemente contradictorios: la actitud burlona y la cursilería449, que el autor de Rayuela sabe transformar oportunamente en comicidad y ternura450. En Lezama, Carpentier o Macedonio Fernández encuentra Benedetti un rasgo común que considera típicamente argentino: la ironía451. Ironía que, como «forma refinada del humor», estudia en El recurso del método de Carpentier; allí se decanta por un autor implicado y cómplice a la vez que distanciado respecto a la realidad que ironiza, y por un humor «en las entrelíneas», sutil e irónico, más que por otro «en las líneas», de burda comicidad y carente de ironía, como el de la novela picaresca española.452

También son frecuentes los rasgos de ingenio, los sarcasmos o la ironía en sus artículos periodísticos. Basta ojear, para comprobarlo, El desexilio y otras conjeturas (1982-1984) o Perplejidades de fin de siglo (1990-1993)453. Eduardo Nogareda se ha referido al humor «ideológico» de Benedetti, que nunca se logra a costa de concesiones culturales de ningún tipo «ni tiende a adormecer o alienar al lector. Todo lo contrario: procura despertarlo, dinamizarlo»454.

La presente comunicación surge de nuestro interés por el humor y por un género, el cuento -según Francisco Umbral, el que «mejor se corresponde con el estado de conciencia del hombre de hoy», en el que han sido maestros tantos autores hispanoamericanos de este siglo -Rulfo, Borges, Cortázar, García Márquez, Fuentes o Carpentier- y en el que Benedetti, como otros escritores uruguayos -Horacio Quiroga, Felisberto Hernández o Juan Carlos Onetti-, ha cuajado textos verdaderamente memorables. Con humor asegura Benedetti de su Uruguay natal: «Somos un pequeño país de historias breves». Pasamos a continuación a echar una ojeada, necesariamente superficial, a la presencia del humor en los libros de cuentos publicados hasta el momento por nuestro autor, fácilmente asequibles al lector español en las recientes ediciones de Cuentos completos, Alfaguara, 1994455.

Esta mañana (1949)

Los personajes de este primer libro de cuentos habitan un medio que inevitablemente los conduce a la rutina y al fracaso vital. El pesimismo del autor impide que el humor asome, al menos del modo en que lo hará un decenio después en Montevideanos. El tipo del cornudo como motivo de irrisión colectiva aparece en los cuentos «Esta mañana» (1947) y «No tenía lunares» (1951). En «Como un ladrón» (1947) uno de los discípulos de Eduardo Rosales explica las razones que lo condujeron a matar -su crimen quedará impune- a este Maestro de Compasión de una secta teosófica, hipócrita y sórdido estafador que abusa de la buena fe de las gentes, y cómo no lo frenó el intento de Rosales de escudarse tras un ambiguo texto del Apocalipsis:

Dicen que la gente creyó reconocer una última bendición en su boca milagrosamente muda, felizmente sellada por mi crimen. Cuando me interrogaron, no tuve inconveniente en confirmarlo. Entonces me pidieron que les transmitiera exactamente sus palabras finales. En realidad, sus palabras finales fueron tres veces «mierda», pero yo traduje: «Paz». Creo que estuve bien.



Montevideanos (1959)

Dentro del espíritu de la llamada «generación crítica del 45», Benedetti denuncia la vida gris y el tiempo vacío de los habitantes de clase media de Montevideo, ciudad en la que el libro se publica. Uruguay ha dejado de ser para entonces «la Suiza de América» o «la Tacita de Plata», ese mito que creó la bonanza económica de la época de Batlle. El humor hace su decidida aparición por primera vez. Destacaremos en primer lugar varios graciosos cuentos en los que personajes charlatanes se confiesan o desahogan. Frente al silencioso fluir de la conciencia propio de los «monólogos interiores», tan magistralmente cultivados por Joyce o Virginia Woolf, nos encontramos aquí con «monólogos exteriores», según jocosa denominación que tomamos prestada del propio Benedetti, concretamente de su cuento «Déjanos caer»456. En «Puntero izquierdo» (1954), donde el escritor intenta por primera vez reflejar el habla coloquial de los montevideanos y lleva a cabo «un admirable pastiche de lunfardo»457, un jugador de fútbol narra cómo tras aceptar primero el soborno, es llevado luego por su amor propio a marcar un gol, que le acarrea la inevitable venganza de los traicionados:

La primera torta me la dio el Piraña, aparecido de golpe y porrazo, como el ave fénix (...) La segunda piña me la obsequió el Canilla, pero a partir de la tercera perdí el orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias griegas458.



En «Corazonada» (1955) una guapa y pícara criada cuenta, con aires de triunfo, su venganza sobre una hipócrita familia burguesa en cuya casa trabajó y fue humillada. Pocos días después de su boda con el hijo de la familia, con quien ha logrado casarse gracias al chantaje, se tropieza con su antigua señora en una tienda. Ésta la trata con distante frialdad: «¿Qué tal, cómo le va?». La respuesta es: «Yo bien, ¿y usted, mamá?». En el divertido «Déjanos caer» (1961) asistimos a la cháchara de un borrachín, que con su charlatanería chismosa destroza impremeditadamente el noviazgo de una muchacha que, tras haber llevado una vida desenvuelta y sexualmente liberada y haber interpretado en teatro los papeles de prostituta a las mil maravillas, sufre un cambio decisivo a raíz de su actuación accidental en un melodrama en el papel de un personaje de extrema pureza. Ahora se halla muy ilusionada con su novio, un argentino de padres holandeses que se la quiere llevar a Amsterdam con él. El interlocutor mudo del cuento cobra súbito protagonismo en el efectista y sorprendente final:

Lo único que quisiera saber es quién es el imbécil que se la lleva a Rotterdam, rubio, de lentes. Manos largas, dedos finos... No me diga que... ¡Lo que faltaba! Ahora sí que está bueno. ¡Lo que faltaba! Usted tiene la culpa por hacerme tomar cuatro whiskies seguidos. Y su nombre es Van Daalhoff. Claro como el agua. Perdone por lo de imbécil. ¿Qué se le va a hacer? Ahora ya no tiene arreglo. Pobre Mariana. Reconozca por lo menos que Dios no estaba de su parte.



«Retrato de Elisa» (1956) nos dibuja con toques esperpénticos, esta vez a través de un narrador omnisciente, a Elisa Montes, la viuda de don Gumersindo, un estanciero analfabeto y de groseras maneras con el que se vio obligada a casarse sin amor por salir a flote de la ruina económica a la que llegó tras haber vivido en lo más alto de la escala social. Ya suegra, desahogará su frustración sembrando concienzuda y sistemáticamente la cizaña entre sus yernos. Por eso éstos asistirán a su entierro visiblemente aliviados. «Caramba y lástima» (1956) denota la crisis de la moral hipócrita, «falluta», de la clase media montevideana y hace estallar el mito de la virginidad, en este caso masculina, la cual viene a perderse justo la noche anterior a la boda que abrirá un matrimonio convencional. El banquete de la despedida de soltero, poblado de animados incidentes, nos hace recordar el descrito por Larra en «El castellano viejo». «El presupuesto» (1959), uno de los cuentos mas comentados del autor, describe, con cierta sonriente ternura cómplice -Benedetti era por entonces un oficinista más de esa gran oficina que era el país uruguayo- cómo las economías de unos oscuros burócratas se ven desequilibradas cuando todos realizan por fin sus ilusiones de tantos años fiados en la aprobación de un hipotético nuevo presupuesto que permitirá el aumento de sus salarios. En «El resto es selva» (1961), que narra algunos de los sucesos vividos por Benedetti en 1959 durante su viaje a los Estados Unidos459, encontramos algunos momentos de espléndido humor, como aquel en que el uruguayo Orlando Farías -«Olendou Feriess en la pronunciación de los aborígenes»- participa en una asfixiante reunión-cóctel con estrafalarios intelectuales norteamericanos por los que no siente simpatía ninguna. Más tarde, tras haber tenido que soportar en el avión la compañía de un argentino charlatán, vemos a Farías, en otra escena plena de comicidad, en un restaurante de Nuevo Méjico tartamudeando a causa de los ardores provocados por el picante de la empanada mexicana y el tequila y padeciendo el recitado de las «obras completas» de dos poetisas viejitas de Alburquerque, las inolvidables miss Agnes Paine y miss Rose Folwell.

En «Los novios», el autor, que comienza burlándose más o menos amablemente de las mujeres de la clase media uruguaya presenta luego con tintes grotescos al personaje de la tía de María Julia. Ésta luce «dos verrugas simétricas que contribuían a dejar malparado el sentido estético de Dios o por lo menos el de sus vicarios en el acto de crear cuerpos al azar». El novio del cuento habrá de soportar durante años su guarda cuidadosa: en casa, sus interminables «monólogos exteriores», y en el cine, durante las escenas lacrimógenas, sus toses de asmática o sus llantos «con un hipo casi eléctrico que provocaba un desagradable temblor en varios respaldos a la redonda».

La muerte y otras sorpresas (1968)

La intensa crisis económica y social que sacude Uruguay en los años sesenta no invitaba demasiado al humor, que apenas hace acto de presencia en este libro, aparecido en México. Benedetti incluye en el mismo «Los bomberos» y «La expresión», pequeños textos o viñetas llenos de ingenio escritos años atrás, concretamente en 1950, quizás para aliviar un poco la tristeza que se desprende de la mayoría de los cuentos restantes. «El fin de la disnea» (1965) es, junto a las viñetas citadas, el texto más divertido del libro. Se trata de un elogio paradójico del asma. El drama del protagonista consiste en no poder pertenecer al selecto y solidario grupo de montevideanos asmáticos -la «Masonería del fuelle»- por manifestar tan sólo «fenómenos asmatiformes». Pero una vez que logra su sueño, gracias a un médico suizo que no domina el español y le diagnostica por fin el «asma» por la que siempre suspiró, la fatídica aparición del milagroso medicamento llamado CUR-HINAL acaba con su felicidad, pues los asmáticos irán desertando poco a poco hasta dejarlo solo, forzándolo finalmente a convertirse en uno de tantos oscuros ex-asmáticos. Es divertido el hecho de que muchos de los lectores del cuento acosaran a Benedetti -asmático como se sabe- interesándose por el salvífico e inexistente medicamento.

«Musak» (1965) presenta una interesante estructura circular: al comienzo del cuento un periodista rompe a decir de pronto «A la porra y gangrena. A la porra y grangrena...» y el lector se pregunta por la causa de tan extraño comportamiento; al final del mismo, el protagonista del monodiálogo, otro periodista de la misma redacción, interrumpe súbitamente una explicación sobre su original estilo de narrar las noticias de sucesos truculentos, cuando, cual disco rayado, se lanza a repetir «A la porra y gangrena. A la porra y gangrena. A la porra y gangrena...». El lector descubre al fin que la culpa de tal idiotización colectiva la tiene el musak, la relajante música ambiental -símbolo del omnímodo control político y social-, que, según una de sus víctimas, amortigua «la capacidad de rebeldía, la vocación de libertad». La alienación acaba por afectar a lo más personal de cada hombre: su lenguaje.

Con y sin nostalgia (1977)

En junio de 1973 se produce el golpe de Estado de los militares uruguayos. Para muchos habitantes del país comienza un largo exilio. Los cuentos de este libro, aparecido en México, son, pues, los de un exiliado, los de un derrotado que busca movilizar las conciencias y comprometer a todos en la lucha contra la dictadura militar. El humor, cuando aparece, es, como era previsible, escaso y de una tonalidad más bien amarga. «Relevo de pruebas», escrito en 1966460 y basado en caso real, trata de una muchacha uruguaya utilizada por la CIA para chantajear al encargado de las claves de la embajada de Cuba en Montevideo. La ingenuidad con que ésta explica ante el confesionario su participación en los hechos tiene una gracia innegable. Finalmente la chica se redime a los ojos del lector al no aceptar el dinero que le ofrece mister Cooper. El «monólogo exterior» concluye así: «Dígame francamente, padre: ¿usted cree que es pecado mortal enamorarse de un comunista casado?». «Las persianas» (1975) es un cuento pleno de comicidad. Asistimos en él a las «boludeces» que realiza en su habitación el gordo protagonista, en camiseta o desnudo, un día muy caluroso. Su apuro surgirá cuando descubra que no cerró las persianas y tema que su vecina de enfrente lo haya visto todo -«la búsqueda del forúnculo, los pasos de tango, los ejercicios respiratorios, los saltitos cuando el calambre»- y haya podido malinterpretarlo. Al final, sorprendentemente, será la temida vecina la que se disculpe ante el protagonista diciendo: «anoche yo creí que había cerrado mis persianas». Quizás sea legítimo buscar tras la risa la denuncia, lo que suele ser corriente en Benedetti: en un Montevideo asfixiado por la dictadura, todos temen ser espiados, vigilados... En «Sobre el éxodo» Benedetti hace un excelente uso del sarcasmo, de la hipérbole y de la más sangrante ironía para denunciar los destrozos causados al país por la dictadura: tortura, presos políticos, exiliados... En el éxodo masivo de uruguayos de todas las clases sociales participan también los industriales, que parten con «máquinas, dólares, musak, familia y amantes», o las sirvientas, por lo que vemos a las damas de las grandes familias de la oligarquía ganadera pedir a sus maridos marchar a un país «medianamente civilizado, donde al oprimir un botón de inmediato acudieran sirvientas que hablaran inglés, francés, y no tuvieran piojos ni hijos naturales. Porque aquí, en el mejor de 105 casos, al llamado del timbre. Sólo aparecían los piojos. Y no se sabía por cuánto tiempo seguirían apareciendo».

La novela corta «La vecina orilla» (1976) está salpicada, a pesar de su temática

... Sonia, me sonrió permanentemente, y a mí no me gusta que me sonrían porque me pongo colorado y eso nunca es bueno, así que me pongo a mirar obstinadamente a la que tiene mi edad, y es estúpida y se llama Dorita, porque como me da asco y principio de náuseas, me provoca la palidez cadavérica necesaria para compensar la vergüenza que me provoca la sonrisa constante de Sonia. De modo que mirando intermitentemente a una y otra de las chicas, mis mejillas, mi nariz y mi frente adquieren un color natural que, sin embargo y como acabo de explicar, es cuidadosamente fabricado.



Geografías (1984)

A mediados de los ochenta comienzan a vislumbrarse en Uruguay signos de una posible salida a la dictadura militar. Este libro de cuentos, publicado en Madrid, está totalmente impregnado, sin embargo, de la tristeza del exilio. «Fábula con Papa» (1982) utiliza el recurso del sueño como vehículo para satirizar el conservadurismo de Karol Woityla, al que se presenta preso de la fatiga, «sin carisma», tras evadirse de un acto multitudinario. Benedetti presenta a Roma su pliego de agravios y a través del diálogo entre el narrador y el pontífice logra algunos pasajes de espléndida malicia:

-Santidad./ -Dime./ -¿Por qué es usted tan conservador? A veces parece preconciliar./ -¿Preconciliar yo?/ -Sí, pero de Nicea./ -¿Cuál Nicea? ¿Año 325 o año 787?/ -Digamos 787./- Menos mal.



En «El reino de los cielos» se aborda el tema del exilio a través de dos niños que viajan juntos en avión. La ingenuidad del diálogo infantil sirve al autor a las mil maravillas para la crítica y la ironía: Saúl cuenta a Ignacio que su hermana vive en París casada con un médico francés e Ignacio se interesa por el trabajo de ella: «¿Ella? ¿no te digo que está casada con un médico? Hace eso, no más. Bueno, a veces mira la tele». Al final del viaje conocemos que el padre de Saúl es coronel del ejército uruguayo y el de Ignacio, un profesor uruguayo encarcelado por los militares. Tras las bromas recorre al lector un cierto escalofrío. «De puro distraído» (1983), el cuento más breve del volumen, exhibe un humor de tintes surrealistas y absurdos. Si en el cuento anterior los protagonistas eran dos niños, ahora el drama del exilio se nos presenta a través del tipo del perfecto despistado que vaga, casi siempre en soledad, «por los países, las fronteras y los mares». Un día llega a París:

Sí, era terriblemente distraído. En otra ocasión nevaba y para protegerse del frío se metió en las galerías comerciales del moderno subsuelo de Les Halles. Cuando, un semestre después emergió de otras galerías subterráneas en pleno centro de Estocolmo, se alegró sinceramente de que ya no nevara.



Otro día, en un aeropuerto, después de mostrar su pasaporte, es conducido tras una puerta en la que se lee «Prohibido el paso»; desde atrás le colocan una capucha: «se encontraba de nuevo en su patria». Por el absurdo llegamos una vez más a la denuncia de la situación por la que pasa Uruguay, en concreto de la práctica de la tortura. Una vez más, el lector tiembla después de haber reído.

Despistes y franquezas (1990)

Benedetti -que se define por estos años como «un pesimista animoso a quien le gusta la vida»-461 explica en el Envío que encabeza este libro-entrevero462 -misceláneo al estilo de otros de Cortázar, Oswald de Andrade, Macedonio Fernández o Augusto Monterroso-463 que trabajó en el mismo desde 1985, año de su vuelta a Montevideo y del comienzo de su «desexilio» al haber encontrado «el estado de ánimo, espontáneamente lúdico, que es base y factor de semejante heterodoxia». Aunque, como señala Gloria da Cunha-Giabbai464, el Benedetti de este libro es «resignadamente pesimista», hecho que no logra ocultar, según la autora, con la máscara del entrevero de géneros -por otra parte, ya existente en libros anteriores del escritor-, no cabe negar que en muchas de estas páginas, sobre todo de Despistes, Benedetti muestra un tono marcadamente humorístico, en una proporción que no se daba desde su ya lejano Montevideanos: «Merece la pena utilizar el humor -confiesa Benedetti a la altura de 1990- como una etapa de reflexión y yo he vuelto un poco al viejo amor que es el humor. Creemos que destacan en este aspecto las narraciones «Orden del día» y «Truth on the rocks». En «Orden del día», crítica de un capitalismo sin conciencia social, asistimos, gracias al acta escrupulosamente fiel del secretario de la empresa, a una tumultuosa reunión del Directorio de Abecé S.A, en la que se discute vivamente sobre «una drástica reducción del personal» tras la entrada de unos «excelentes equipos de computación». El agresivo Matta asegura que el difunto fundador de la empresa, «en los más calificados círculos mercantiles del país y de la Bolsa, siempre había sido considerado un tarado (sic), y, en opinión de los más severos, un imbécil (sic)» y que «se caga (sic) en el fundador»; luego llama al señor Nieto «cara de culo (sic)» y asegura que la mujer de éste mantiene relaciones con un joven empleado de la empresa, por lo que es «un infecto cornudo (sic, sic)». Nieto replicará con dos puñetazos sucesivos, que, anotados en el acta, transformarán ésta de pronto en la crónica de un combate de boxeo. En «Truth on the rocks» el protagonista, que «técnicamente» nunca fue un borracho, comunica por carta a un viejo amigo su firme decisión de dejar de beber y luego recuerda las únicas cinco papalinas o borracheras de su vida. El alcohol le ha vuelto siempre «insoportablemente veraz» y por eso sus papalinas lo han llevado a arruinar sucesivamente su carrera de futbolista, su trabajo, su matrimonio y la boda de un amigo. La risa del lector se vuelve finalmente sonrisa regocijada cuando el protagonista utiliza su conocida propensión a decir la verdad para emborracharse voluntariamente a fin de ser creído al declarar su amor a su amada Elisa, declaración que obtiene en la mujer una positiva reacción: «Entonces ella dijo querido y yo dije Elisita y no sigo contándote porque su teléfono y el mío quedaron todos babeados de amor». «Triángulo isósceles» nos presenta a una actriz que deja la profesión antes las insistentes críticas del marido. Tras dos años de adulterio, éste descubrirá que su amante es su propia mujer, que le ha dado una soberbia lección de dramaturgia. La actriz, triunfante, plantea el ultimátum: «O te divorcias de mí o te casas conmigo. No estoy dispuesta a seguir tolerando esta ambigüedad». En «Maison Lucréce» el autor recibe una carta de un informante que le cuenta la historia de las prostitutas de la culta Madama Lucréce, «ilustre embajadora de Eros», que en 1919 se instaló con sus chicas en el oscuro villorrio rural de San Pascual. Para lograr hacer realidad el deseo de la dueña de que el prostíbulo no sea «un lugar de perdición sino de hallazgo», cada muchacha tiene en su aposento de trabajo una bibliotequita y, así, las hetairas «mientras llevaban a cabo la ceremonia erótica, se dedicaban también a la lectura»: Augusta ojea el Readers ´s Digest, Renata lee a Galdós, Colette a Colette, Brunildita a Thomas Mann, Ondine a San Agustín. El corresponsal acaba informando de que «Lamentablemente, ahora leen a Bukovski».

En el relato «Todo lo contrario», el profesor solicita de un alumno que forme una frase, más o menos coherente, con palabras que despojadas del prefijo «in» no confirmen la ortodoxia gramatical. El experimento, en el estilo de los juegos verbales de Cortázar o de Oulipo, arroja un divertido resultado:

Aquel dividuo memorizó sus cóguitas, se sintió dulgente pero dómito, hizo ventario de las famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento./ -Sulso pero pecable -admitió sin euforia el profesor.



En «El puerco espín mimoso», el profesor del cuento, que parece seguir los consejos del Juan de Mairena machadiano que en su clase de Retórica y Poética hablaba de una Escuela Popular de Sabiduría Superior y recomendaba atención en las aulas a la lengua viva465 explica a sus discípulos: «Ustedes ya conocen que en el lenguaje popular hay muchos dichos, frases hechas, lugares comunes, etcétera, que incluyen nombres de animales». Lo que sigue es una clase de «zoomiótica».

-Veamos entonces, Señorita Silvia. A un político, tan acaudalado como populista, se le quiebra la voz cuando se refiere a los pobres de la tierra./ -Lágrimas de cocodrilo./ -Exacto. Señor Rodríguez. ¿Qué siente cuando ve en la televisión ciertas matanzas de estudiantes?/ -Se me pone la piel de gallina./-Bien, señor Méndez.



Pero será la señorita que rellena crucigramas durante la hora de clase la que llegue al hallazgo verbal más chocante:

-Digamos que un gánster, tras asaltar dos bancos en la misma jornada, regresa a su casa y se refugia en el amor y las caricias de su joven esposa./-¡Éste sí que es difícil, profesor. Pero veamos./¡El puercoespín mimoso! ¿Puede ser?



«Lingüistas», ambientado en un Congreso Internacional de Lingüística y Afines, muestra el mismo amor por el sencillo lenguaje popular.

Otros cuentos de Despistes y franquezas -usamos el término «cuento» en el sentido más lato posible- consiguen la sonrisa del lector: «El hombre que aprendió a ladrar», «Autobiografía», «Bestiario», «El sexo de los ángeles», «San Petersburgo», «Traducciones», «Eso», «Salvo excepciones», «Estornudo», «El ruido y la imagen» o «Memoria electrónica». Acabamos reproduciendo íntegramente, dada su hiperbrevedad, el cuento «Su amor no era sencillo»:

Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales466.