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Parte II

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Virtudes del Santo

     He procurado en la primera parte dibujar la vida del señor rey, don Fernando el santo, a quien he mirado siempre como rey, como héroe, y como capitán glorioso de la religión y de la fe, separando, para no interrumpir a la curiosidad el hilo de la historia, todas aquellas reflexiones cristianas que debía mi profesión haber hecho en repetidas acciones que he contado. Estas juzgo las harán mejor que yo sepa explicarme muchos que lean la historia; y en lo físico vemos, que el mejor convite no es el más expresivo en palabras, pues más que estas brinda al apetito el buen olor de las viandas.

     La simple relación de los sucesos de san Fernando, es una elocuencia que enseña con obras más que pudieran muy dilatadas ponderaciones; pero el estado religioso que profeso, y la adoración que damos en los altares a san Fernando, no permiten se pasen en silencio sus virtudes sin ocupar muy particular y determinado lugar en este libro. Así pueda el afecto encender a la devoción, pues en la primera parte escribía la pluma, aunque desagradada de sus borrones, contenta con tirar muy derechas las líneas a la verdad. En esta segunda se requiere pintar muy al vivo, y con coloridos muy expresivos los ejemplos, que aunque por sí mueven mucho, es debido que arda el orador para encender el pueblo. El Santo, cuya es la gloria, supla mi tibieza, y aliente a su imitación.

     Es muy curiosa la cuestión que excita y no resuelve Raynaldo, continuador de Baronio: se puede disputar, si fue san Fernando más valiente que afortunado, o más afortunado que santo. Hemos visto en sus proezas acometer a una plaza con gente que apenas bastaba para guarda de su persona, y quedaba libre la persona porque se ganaba la plaza; pero si volvemos a ver las armas del Rey, le hallaremos al tiempo de la pelea, y en la alegría de la conquista, armado de un cilicio por cota, escondiendo en los bolsillos unas disciplinas en lugar de las pistolas, y retirarse por las noches al gabinete, donde despachaba con Dios en fervorosa oración los expedientes más graves de las conquistas. Si volvemos los ojos a su fortuna, muchas veces podremos atribuir al valor suyo, y de los suyos las conquistas: algunas veces se podrá alabar la conducta como disposición para la dicha; no pocas veces es forzoso acudir a lo que llamamos fortuna, y siempre creo yo debemos mirar como efecto de su santidad su valor, su disposición, y su fortuna. Es oráculo del Santo, que todo es fortuna para quien ama a Dios, que como su Majestad con aquella alta providencia con que gobierna al mundo dispone con prevención los sucesos, porque ha previsto los méritos de quien vive, sabe gobernar las causas segundas a favor de sus escogidos, unas veces con visibles medios, que experimentamos y llamamos providencias; y otras por ocultos conductos, que como no son conocidos a la torpeza de nuestros sentidos, ni a la viveza del discurso, damos el nombre de fortuna.

     Es cierto que la cuestión se debe por las razones dichas resolver por la santidad; esta fue tan grande, y tan respetada de todos, que el vulgo, aun en lo poco libre de sus aclamaciones, le dio por antonomasia el nombre de Santo; y si Alejandro fue el primero que consiguió sin pretensión suya el nombre de Magno, el señor rey don Alonso, hijo del Santo, el renombre de Sabio, y a otros les ha dado o el afecto o el aplauso varios nombres con que sean conocidos, como el Deseado, el Bravo, el Cruel, el Casto, y otros, a don Fernando hizo justicia el mundo dándole el sobrenombre de Santo, diferencia que como expresiva de su mayor carácter, es la que más le daba a conocer en el orbe, y por la que más le distinguían los que le conocían. La lápida, o inscripción sepulcral, explicó con más individuación sus virtudes diciendo: El más sofrido, el más homildoso, el que más teme a Dios. Y aunque en estas cláusulas está la suma de la santidad, no usó de esta voz, que más en breve recopiló el orbe, llamándole a boca llena el rey don Fernando el Santo. Este renombre le dieron más de cien autores de fama extendida en la república literaria, patricios a quien llevaba el afecto, y extranjeros a quien obligaba la razón: con este título le reverenciaron en sus cédulas y decretos reales los señores reyes sus sucesores y herederos, con este apellido le aclamaban cuando vivía, y con este le canonizó milagrosamente el cielo cuando espiró, y como a Santo le revenciará la memoria perpetuamente en los altares.

Fe

     Es el más glorioso timbre de nuestro Santo la Fe: de esta raíz nacieron en su generoso pecho su confianza, magnanimidad, tolerancia en las empresas, celo de la religión, devoción al estado eclesiástico, reverencia al vicario de Cristo, respeto a las sagradas imágenes, extensión del culto divino en sus templos, favor a santos fundadores y todas aquellas flores que hemos visto repartidas en la historia, y que en lo que fuere preciso sólo citaremos por no causar tedio con la repetición, reservando sólo el referir en esta segunda parte por extenso aquellos casos, que por independentes de la historia hemos guardado para este lugar.

     Es digna de ponderación y alabanza en un rey glorioso, triunfante, y a quien la enfermedad dio tan pocas treguas para disponerse, la solemne protestación de la Fe que hizo el Santo, como por oración preparatoria para recibir el Viático. En ella quiso tener presente, no sólo al Sacramento que veneraba en las manos del Arzobispo, sino el principal instrumento de nuestra redención la cruz que hizo poner cerca de sí, y protestando en su presencia cada artículo de los de la Fe, y pasando luego a los principales misterios de la pasión, en cada uno volvía el rostro a Jesu-Cristo sacramentado, pidiéndole perdón de lo que había faltado, y en su delicado modo de escrupulizar repetía una y mil protestaciones del artículo sobre que discurría: cierto que es esta la primera vez que la Fe, que es ciega, dejó obrar al entendimiento; acto lleno de virtudes en que se ejercitaban todas las potencias. Ni quiero omitir que no desamparó la pompa real hasta fenecido este acto que si la había permitido toda su vida por su decoro sirviéndole a su dignidad y no a su persona, no permitió su respeto dejar todo el adorno que podía añadir decencia a su persona en todo el tiempo que podía servir al respeto.

     Ni me admiro tuviese en este lance en que se aviva la devoción con la cercanía, tan presentes los misterios de la Fe, cuando su afecto los repetía en cuantas ocasiones podían servir al mérito. Es muy digna de trasladar aquí la cláusula con que empieza el privilegio rodado de los fueros de Sevilla, porque en vez de títulos de rey muy propios en semejantes despachos, se protestan por menor los títulos de la Fe, y rebosan sus cláusulas devoción y piedad, y tanta que aun después de cinco siglos permanece fresco el olor de virtud que exhalaban al tiempo de escribirse; dice pues así:

     �En el nombre de aquel que es Dios verdadero é perdurable que es un Dios con el Fijo, e con el Espíritu Santo, é un Señor trino en personas, é uno en substancia, é aquello que nos él descubrió de la su gloria, é nos creemos de él, aqueso mesmo creemos que nos fue descubierto de la su gloria, é del su Fijo, é del Espíritu Santo, é así lo creemos, é otorgamos la deidad verdadera perdurable, adoramos propiedad en personas, é unidad en esencia, é igualdad en la divinidad, é en nombre de esta trinidad que no se departe en esencia, con el cual nos comenzamos, é acabamos todos los buenos fechos que ficiemos, aquese llamamos Nos que sea el comienzo é acabamiento de esta nuestra obra. Amén.�

     No hay tiempo ni papel bastante para las reflexiones con que se debía comentar este precioso escrito, ni sabemos si se ha de admirar mas la fe que la devoción, el reconocimiento a Dios que la humildad propia, la liberalidad que el agradecimiento; al fin este es un escrito en que se dibuja el Santo a sí mismo, pues copia en él los afectos de su alma. Nuestro asunto ahora es por la Fe, cuya distinta confesión está vivamente explicada, aun sin pulir el estilo tosco de aquellos tiempos.

     Esta misma Fe protestó a la hora de su muerte, pidiendo la candela que mantuvo encendida a expensas de la virtud, que le prestaba vigor hasta que acabó la fe, porque llegó a la posesión. Esta ceremonia era antigua y devota, que ya en nuestros tiempos lloró casi olvidada: tiene la grande autoridad del Evangelio, de cuyas parábolas la introdujo la devoción, pues en la de las vírgenes se les mandaba aparejasen sus lámparas para recibir al esposo, y a los criados que tuviesen prontas las hachas para celebrar la bodas. Estas bodas son significación de la muerte, y las luces encendidas son no sólo aviso de que debemos estar siempre en vela, por no saber cuándo llamará el esposo, pues si nos coge dormidos, al despertar hallaremos cerrada la puerta, y nos responderá que no nos conoce; sino que su propia significación es la Fe, en cuyo sentido da la Iglesia al bautizado una vela encendida, diciéndole: Toma esta luz, y conserva tu bautismo para que puedas salir al encuentro al esposo el día de las bodas. Era esta ceremonia un acto de fe, que expresaban los enfermos en su último lance, y aun cuando las agonías no dejan valor en la lengua para protestar con voces, quedaba voz viva en la mano que expresase el corazón, y la misma luz alumbraba al enfermo y le encendía en fervor. �Oh! pluguiera a Dios no hubiera, o el descuido o la flojedad, o el tenerlo por ceremonia, olvidado ya esta santa costumbre, que por antigua merece respeto, y en aquel lance ningún auxilio sobra, y con cuantos se pueda debemos ser socorridos para el aprieto.

Justicia

     Como son tan discretas las virtudes, se proporcionan con el sujeto a quien adornan. Todas visten con armonía el trono; pero con singularidad se borda en sus doseles un peso, cuyo fiel es el atributo expresivo de la justicia. Esta virtud en san Fernando fue el carácter de su gobierno, y esta el esmero de su cuidado, como la principal obligación de rey. Dividen los teólogos para mayor explicación la justicia en legal, que concuerda el soberano con el reino, el todo con sus partes, y cada parte del reino con las demás que le componen; en distributiva, que da a cada uno lo que es suyo; y en conmutativa, que retribuye en premio o castigo el mérito que pondera. En todas estas especies de una misma virtud resplandeció singularmente san Fernando, pues en la primera no contarán las historias rey más cuidadoso de su reino, ni más aplicado al bien publico. �Qué quiere decir en medio de sus cuidados atender a la unión de las universidades de Palencia y Salamanca, formar de dos cuerpos chicos uno grande, disponer en él la atarazana para labrar los entendimientos, amparar con su real protección los estudios? �Qué quiere decir esto sino que conociendo ser la parte más digna de atención en un rey la juventud, flor, cuyo fruto pende del cultivo, y se marchita presto con el descuido, procuró cultivar este plantío para ennoblecer todo el reino con su dirección?

     Con esta justicia atendía en continuos socorros, ya de granos, ya de dinero a las provincias necesitadas, para que sano todo el cuerpo, ni unas partes llorasen su enfermedad, ni otras se ensoberbeciesen con su robustez. Con esta mira buscaba, solicitaba, y escogía hombres de prudente gobierno para los puestos de jurisdicción, a fin de que fiadas las correas a pulso de entereza y sosiego, de tal suerte gobernasen el freno, que el pueblo ni tascase el bocado para resistirse al imperio, ni se mirase suelto para elevarse a más jerarquía que su obligación.

     Para lograr más de lleno este asunto visitaba sus reinos, logrando esta función al mismo tiempo dirigir sus marchas a los ejércitos, aprovechado por la justicia legal los instantes que le concedía el ejercicio militar para el reposo, y viendo por sí mismo y experimentando los humores de los pueblos para su mejor correspondencia, y más acertado gobierno. Todo este continuo ejercicio de legal justicia le vemos dictado por la necesidad en todo el discurso de su vida.

     En la justicia distributiva, que a cada uno da lo que le toca, fue tan admirable como en las demás virtudes: no vio el reino en su vida aquellos pleitos que por el derecho a las cosas suelen pasar a la sentencia de las armas. Hasta nuestro Rey eran frecuentes los desafíos, que se llamaban guerras entre señores de los lugares: cada término pretendía extender sus límites, y si no lo conseguía la sinrazón o el empeño, acudían a la espada para que cortase la diferencia. Era esto común, y tan frecuentes las desgracias como las divisiones: no nos consta en la vida del Santo tuviese que ajustar ninguna de estas atropelladas diferencias, porque con prevenidos remedios supo precaver los daños, y que cada uno se contentase o con gusto, o por fuerza con lo que legítimamente le tocaba. Para hacer esta justicia a cada uno, y a cada uno darle lo que le tocaba, sabemos que caminaba leguas, porque en juicios verbales era menos conveniencia, o total imposibilidad el acudir todos los agraviados al Rey, y así con sumo deseo de la justicia acudía el Santo a los lugares, buscando la conveniencia de los pobres, y la justicia de todos a costa de su incomodidad.

     El acertar en estos juicios. y asegurar las sentencias, le hizo discurrir el medio de llevar siempre a su lado aquellos doce sabios, primer fundamento del Consejo Real, porque como las sentencias habían de ser arregladas a la ley, para no discrepar un ápice de la regla, quiso a sus expensas tener siempre a su lado quien le señalase la pauta. El día de hoy parece esta acción, o esta idea común o necesaria, y es tanto más singular en san Fernando, cuanto va de original a traslado, y de idea a imitación. Esta ya es fácil, y fuera reprehensible la falta: la primera formación es tan plausible, como que siendo línea que tira el pulso sobre papel blanco sin regla, es de maravillar que fantasía la dirija tan segura al centro, y siempre es digno de eterna alabanza, que idease tan útil remedio como ha enseñado la experiencia.

     La justicia conmutativa fue muy singular prenda que adornó a Fernando: en el premio, y en el castigo fue tan reparable su gobierno, que puede él solo ser la más acertada norma a todos los siglos. Volvamos un tanto los ojos al discurso de su vida, y notemos los repartimientos de Córdoba, de Jaén, de Sevilla; aquellas matrículas que hoy venera la nobleza, por tener aquí escritos los nombres de su ascendencia, son unos testigos que con sus textos prueban el cuidado en el premio. Las Órdenes Militares celebran sus más ricas posesiones, como dádivas de nuestro monarca, premios de su sudor, y recompensa de sus fatigas. Esta esperanza infundía valor, y animaba a los interesados.

Amor al estado eclesiástico

     Efecto muy propio de la fe es la estimación, respeto, y cariño al estado eclesiástico. Es este la columna en que se conserva aquélla, y basa sobre que se mantiene. Al pueblo de Dios le rescataron del cautiverio de los egipcios aquellos famosos capitanes, que jugando el bastón y la espada, le condujeron por los desiertos con guía, y por las oposiciones con victorias; pero es bien digno de reparo que no sólo asistían los sacerdotes en su oficio de conducir y reverenciar el Arca, sino también con singularidad en levantar los brazos en la batalla, como que sustentaban en ellos el valor de los soldados, y la fe por quien empleaban sus brios. Bien conocida tenía esta prerrogativa san Fernando, cuando dio aquella tan doctrinal respuesta a los que le aconsejaban hiciese contribuir al estado eclesiástico para la guerra: De los eclesiásticos, dijo, yo me contento con que me acudan con sus oraciones. Tan lejos estaba de oprimirlos con seculares tributos, que en nada ponía más empeño que en conservarles sus fueros, de suerte que en su reino no pudo el atrevimiento extender su poderío a la iglesia.

     Ni obstenta poco la estimación al respetable estado eclesiástico consagrar a él cuatro de sus hijos, a doña Berenguela en el real monasterio de señoras Huelgas, a cuyo holocausto asistió en persona, no para solemnizar el acto, sino para ofrecer el sacrificio, y manifestar a su reino el aplauso que obstentaba la más acertada elección de su hija, y que la aplaudía con su presencia, siendo el padrino, como lo fuera en leyes del mundo si entregara tan amable prenda al matrimonio. Y no fue esta sola la que consagró a la iglesia, pues dos infantes, don Sancho que fue arzobispo de Toledo, y don Felipe electo de Sevilla, los dedicó desde luego al culto eclesiástico, entregándolos para su crianza al arzobispo don Rodrigo, permitiendo con gusto los entrase en el número de consagrados a la iglesia con su primera tonsura y órdenes. También es muy probable, como diremos en las notas, que dedicase al mismo estado a su tercer hijo don Fernando, de quien hay memoria en los becerros de Salamanca que fue arcediano de aquella catedral.

     Con este aprecio traía siempre a su lado sujetos religiosos que le ayudasen con consejos, oraciones, y ejemplos. Los tres reverenciados fundadores santo Domingo, san Francisco, y san Pedro Nolasco, hallaron un patrón muy cariñoso de sus tres recién nacidas Órdenes. Fomentolas, extendió sus conventos, acarició a sus hijos, les franqueó sitios, les comunicó privilegios, y procuró cuanto pudo se arraigase tan fecunda y santa semilla en terreno que había de producir tanto fruto. Son varios los conventos de estas órdenes que celebran sus historiadores fundados por san Fernando, o a lo menos acalorados con su abrigo, y no será fuera de razón digamos goza nuestra España de la feliz extensión de estas tan frondosas como útiles plantas por el cariñoso riego con que se fecundaron en sus primeros años.

     Es muy digno de alguna detención el caso sucedido con el real convento de señoras de santo Domingo de Madrid, que hoy llamamos santo Domingo el Real, porque en tiempo de don Enrique tercero, siendo priora la señora sor Constanza, nieta del rey don Pedro el justiciero, trasladó a este convento los cuerpos de su abuelo, y del infante don Juan su padre, para cuya decencia labró por mausoleo la capilla mayor que hoy vemos.

     Comprueba esto, y lo que se dice adelante, la inscripción puesta modernamente en la cornisa de la misma capilla e iglesia, que dice así: �Reynando el rey don Fernando el santo, año de 1219, fundó el patriarca santo Domingo este convento, trabajando en la obra, y dando el hábito en él a las primeras monjas que fundó; dentro hay una capilla en que celebraba y se disciplinaba, en cuyas paredes está su sangre; hay también un pozo que fabricó, y con su agua han sanado muchos enfermos; edificose la capilla mayor por mandado del señor rey don Alonso XI, y el señor rey don Enrique II, por su privilegio de 16 de mayo era de 1403, recibió este dicho convento y sus pertenencias debajo de su patronato; y por mandado del señor rey don Juan, y a instancia de doña Constanza, priora de este real convento, y nieta del rey don Pedro, en 24 de marzo de 1444, se trasladaron a dicha capilla los huesos del rey don Pedro, que falleció en 23 de marzo de 1379. Volviose a reedificar la iglesia el año de 1613 por mandado del señor rey don Felipe III, y se renovó el año de 1721 por mandado del rey nuestro señor don Felipe V, como único patrón. Esta real iglesia y atrio se renovaron de orden y a expensas de su único patrono nuestro católico monarca don Carlos III el año de 1788.�

     Llegó el glorioso patriarca a la villa de Madrid; fue igualmente aplaudido por sus prodigios, que admirado por sus virtudes, enfervorizó a los naturales, y todos ofrecían cuanto tenían por tener convento de su orden en esta villa; ofreciéronle sitio, y eligió el que entonces era extramuros donde ahora está el convento; pero como su primer instituto era de suma pobreza, y una vida tan apostólica, viendo el Santo la liberal devoción de los de Madrid, y los muchos bienes raíces con que cimentaban la fundación, recibió el sitio, y le convirtió en vistoso cielo de hermosísimas vírgenes, que consagrando a Dios las flores de su pureza, hermoseasen aquel con virtudes, y al mundo con ejemplos. Los naturales se aficionaron tanto a la devoción, que ellos mismos convidaban a sus hijas al nuevo estado, y perdían con gran gusto el consuelo de su presencia, porque ellas lograsen la honra de criadas del más casto esposo; pero como los más ricos y principales tenían prenda en el convento, y los que no lograban esta fortuna, vivían envidiosos de los demás, todos a porfía dotaban con sus mejores heredades el convento, y añadían a las personales prendas que se consagraban en él, las mejores alhajas que de sus raíces poseían en sus heredamientos. El rey don Fernando supo esta liberal magnificencia de sus vasallos, y la procuró alentar con ejemplos, y con exhortaciones. Este general aplauso degeneró en conmoción tempestuosa de aire contrario, porque la envidia de unos, la malevolencia de otros, y aquella aprehensión que estampa en el ánimo el común enemigo, armó a muchos contra la nueva fundación, con el aprovechado pretexto de que si no se ponía coto, se despoblaría Madrid quedando dueño de todo su territorio el convento. Con esta fantasía hicieron muchos que se juntaron sin cabeza una representación muy larga, y bien ponderada al rey don Fernando. Contaban en breve la vida con que santo Domingo había edificado a Madrid, y dado motivo a la fundación del convento: decían lo dichosos que habían sido en lograr un relicario de preciosas virtudes en su territorio; ponderaban la liberalidad de los vecinos en dotar magníficamente la casa; pero aquí se extendían, y de las alhajas dadas se hacía un inventario muy por menor para que llenase mucho papel, y cada cosa se valuaba por su arbitrio, con que crecía a una excesiva suma el principal y réditos de la tasa. Como sabían el afecto del Rey, no se atrevieron a tentar se desposeyese al convento de nada de lo que legítimamente gozaba; pero pasaron a exagerar, que si no se ponía término, extendería la devoción los de la cordura, dejando al convento señor de Madrid, y sus heredades, y quedando los vecinos unos criados honrados del convento que comerían sólo de cultivar como mozos de labor las posesiones de que habían sido dueños, y por indiscreta piedad se habían convertido en esclavos.      Esta representación se envió al Rey, que nunca para semejantes atentados falta mano que los introduzca con recomendación. Es maravillosa la unión que tienen entre sí los vicios, y cuán bien se juntan, y escuadronan para hacer guerra a la religión. El discurso bien pulido en el papel parecía razón; era este escrito un bosque pintado, que parece tanto mejor en el lienzo que en el terreno, cuanto va de la realidad a la fantasía. El Rey con aquel corazón de santo, que no viendo dobleces en el papel, no los imaginaba en lo escrito, proveyó en lo que tenía gran apariencia de buen gobierno, mandando, que pues ya el convento estaba ricamente dotado, no fuese lícito dejarle más haciendas, y fuesen nulas todas las donaciones que le hiciesen después.

     Este decreto señalado por una sincera, aunque engañada mano, turbó los ánimos de aquellas inocentes palomas, que previeron los aires contrarios, y la tempestad levantada contra sus vuelos, sin poder extenderlos sino elevando las alas al cielo, procurando sublimarse superiores a las olas de la tormenta. No clamaron al Rey ni por sí, ni por medio de los religiosos que las asistían: dieron cuenta a su santo fundador; pero como este negociado, aunque tan de Dios, tenía visos de codicia, no era debido que se moviese a la defensa quien vestía el hábito de pobreza y mortificación. Con esta sufrieron las monjas no sólo el decreto, sino las impertinentes glosas en que se divertían los que habían sido autores de la revolución; pero Dios, cuya era la causa por ser de sus esposas, volvió por su honra, y así como no sabemos qué celo dio cuenta a Roma de la debilidad exagerada, el mismo, u otro aire llevó la noticia de este decreto, que unos alabarían como dignísimo remedio a gran daño, y otros llorarían como perjudicialísimo a la libertad eclesiástica, y al riego, sin el cual era forzoso se secase la nueva planta. Esto miró muy desde luego el sumo Pontífice.

     Para el remedio no tuvo mucho que discurrir ni trabajar: escribió un breve al Rey, poniendo delante de sus ojos el perjuicio de la libertad eclesiástica, manifestando el lazo falso de los enemigos, dándole a entender que es natural de la condición humana que siempre parezca mucho lo que se enajena, y poco lo que se adquiere; que en las dádivas a la iglesia es aun más común esta aprehensión por viciosa; y que el labrador que llora corta su cosecha, solloza en pérdida lo grande que era en montón de su diezmo; que Dios gustaba se le volviesen en sus pobres los bienes con que enriquece, y que no uno solo ha quedado muy mísero por haber juzgado tan suyos sus bienes, que los poseía con total independencia de Dios, a quien ni de limosna querían conceder parte, como si de su mano no hubieran recibido el todo; que no temiese la pobreza de los de Madrid porque daban mucho, antes bien debía dudar su exterminio si quería poner límites a Dios en sus ofrendas; que sabía bien hablaba con un Rey en quien vivía la fe hirviendo en sus venas, y a quien amonestaba que el cerrar las manos para que diesen a Dios los vasallos, era obligar al mismo Dios a que apretase las suyas para no concurrir con magnificencia a sus frutos; que la recién nacida Religión, que aún estaba en su cuna, necesitaba de su protección, no de su enojo; que era un mal ejemplo el que se había dado, y que siquiera el tratar con una tierna como amada planta, era punto de honra el favorecerla, no el inquietarla finalmente que si teológica y jurídicamente hacía examinar este negocio, hallaría ser contra la libertad eclesiástica su decreto, contra los concilios, contra las determinaciones pontificias, y contra las leyes eclesiásticas, a que por tales se habían sujetado los reyes.

     Este cariñoso breve fue colirio que abrió los ojos a san Fernando, aclarando el velo que encubría la malicia de los acusadores; y obediente hijo de la Iglesia, recibió el consejo, y sin más proceso que el conocimiento de la verdad, que en su claro entendimiento había alumbrado el monitorio, revocó al punto el primer decreto, no sólo permitiendo, sino exhortando a los de Madrid concurriesen liberales a la obra y dotación del nuevo convento, y lavando con el ejemplo de liberalidad la ligereza que inculpablemente pudo concurrir al decreto prohibitivo.

     Este fue un golpe no prevenido a la malicia, que no pudo evitar, y no le era posible impedir; desahogose la devoción de muchos, y alentados cada día más con el ejemplo, y edificación de las religiosas y religiosos, daban un gran gusto al Rey en el consuelo, de que su primer decreto había sido dique que detenía las aguas, no cauce que las divirtiese a otra parte.

     Murmuraban los contrarios, y murmuraban tan de recio, que no sólo ladraban, sino mordían: llegó la noticia de esta división al santo Rey, y aunque le pesó mucho del escándalo, gustó de lograr ocasión para su desempeño, y al punto despachó cédula en que recogía bajo de su real amparo al convento, monjas y frailes, logrando dar una plena satisfacción al menor acierto en el primer decreto, y movido de este santo celo, ideó el privilegio que se sigue, no queriendo defraudar a los lectores de su curiosidad, ni resfriando las cláusulas que salieron ardiendo de un abrasado corazón en arrepentimiento de lo que había hecho, y en devoción de mantener lo que habían hecho otros. Dice pues:

     �Ferdinandus Dei gratia, rex Castelle, et Toleti. Omnibus hominibus regni sui hanc cartam videntibus salutem et gratiam. Sepades que yo recibo en mi encomienda, y en mio defendimiento la casa de santo Domingo de Madrid, é las sorores, é los frailes que hi son, é todas sus cosas: E mando firmemente, que ninguno non sea osado de les facer tuerto, nin demás, ni entrar en sus casas por fuerza, nin en ninguna de sus cosas. Si non el que lo ficiese abrié mi ira. E pechar mie mil maravedís en coto, é á ellos el daño que les ficiese dargelo, e he todo doblado. Facta carta apud Medinam del Campo Regijs expensis 23 die Julij, æra 1266, anno regni sui XI.�

     Esta reliquia se conserva en el real monasterio como muy preciosa, no tanto por las manos que la tocaron, cuanto por el alma que la produjo, y las cláusulas con que sin ofender a la majestad explicó discreta el arrepentimiento.

     Si quisiésemos ir refiriendo con singularidad los testimonios de protección, auxilio, y amparo que dio nuestro santo Rey a varias casas religiosas establecidas en sus dominios, no tendríamos papel bastante para contar unos hechos que pueden plenamente justificarse con los diplomas del Santo, que cada una ha procurado conservar para perpetua memoria de sus beneficios en los archivos, y tumbos privados. Es preciso suspender la narración en este punto, porque dejaríamos quejosas a muchas, si por no dilatarnos tomábamos el partido de mencionar algunas: �En este tiempo, dice el obispo Tudense, por toda España fueron primeramente edificados los monasterios de los fraires menores, y de los fraires predicadores. Edificó (el santo Rey) muchos monasterios de varones religiosos y de religiosas, dotándolos de muchos dones y privilegios, oro y plata, y vestiduras de seda, y de otros copiosos dones; y sobre todo les dio renta, porque abundosamente pudiesen tener sustentamiento, y todas las cosas a ellos necesarias� �O cuán bienaventurados tiempos! exclama en otra parte de su crónica, y contando los maravillosos conatos con que los prelados de Toledo, Burgos, Valladolid, Osma, Astorga, Orense, Tuy y Zamora, reparaban sus iglesias catedrales y edificaban otras, concluye así; �Ayudan en estas santas obras con muy larga mano el gran Fernando, y la muy sabia madre Berenguela reina, con mucha plata y piedras preciosas, y vestiduras de sirgo.�

     �Pero quien podrá significar debidamente el gran bien que hizo al estado de la Iglesia en los nuevos reinos conquistados de los moros? �Cabe cálculo para numerar las dotaciones con que enriqueció y desahogó su fe en las fundaciones de las sedes de Baeza, Jaén, Murcia, Córdoba y Sevilla? No necesitaba el santo Rey que la silla Apostólica le amonestase al principiar las conquistas de Andalucía que diese el religioso ejemplo de establecer por todas partes las casas del Señor. Apenas enarbolaba en las villas capitales las banderas del cristianísimo, que al culto asqueroso y feo de Mahoma substituía el verdadero de Cristo, gloriándose continuamente en innumerables escrituras, con todo de hablar en ellas de las cosas más indiferentes para el estado eclesiástico, con el solo alto blasón de haber reducido al culto cristiano el pueblo de donde acababa de ahuyentar a la morisma.

     Ni solo se contentaba este religiosísimo Rey con establecer y dotar estas catedrales, y tanto número inmenso de parroquias sus subalternas, valiéndose para propagar con acierto la religión de sus mayores en todas las tierras conquistadas, de aquel gran privilegio que le concedieron los papas para nombrar y conferir por sí solo los beneficios curados de primera creación: al mismo tiempo de erigir estas iglesias, dotándolas con los bienes territoriales de las mismas conquistas, señalándoles sus predios, cotándoles terrenos separados para la necesaria sustentación de los ministros del altar que allí establecía, no olvidaba jamás a las otras iglesias de sus reinos, y como si las obligase con el beneficio a los ruegos que de ellas imploraba para la mayor felicidad de la causa de Dios, extendía su mano liberal a todas ellas, y hacia partícipes de estos bienes conquistados a las que se hallaban más distantes de las Andalucías.

     El mismo obispo de Tuy don Lucas llama la atención de los lectores para hablar de esta liberalidad portentosa del santo Rey, y queriendo producir un ejemplo de ella entre tantos como dio al orbe cristiano, se fija en el capítulo 83 de su crónica vulgar, que intitula: Cómo el rey Fernando repartió la ganancia de Sevilla; y dice así: �Mas el rey Fernando asentado en la cibdad real, como era varón piadoso e católico, partió con los santos, é con los religiosos lugares, de los dones que Dios le había dado; porque como se dice, ante que él fuese a combatir la cibdad de Sevilla, fue a los lugares santos, porque fuesen rogadores a Dios por él: entre los cuales lugares vino al monasterio de sancto Isidoro de León, é fincadas las rodillas delante del altar, dijo con gran devoción de corazón: O! bienavanturado confesor Isidoro, que siempre fuiste aiudador é defensor de los reyes de España, aiuda a tu siervo, é tu pariente; porque tú sabes que de todo corazón te amo, e confío en ti, e creo ser aiudado por tus santos ruegos, e prometo darte tu parte de aquellas cosas que ganare. Onde cuando él partió la cibdad de Sevilla a cada unos, también caballeros como iglesias, como órdenes, non se olvidó de dar su parte a sancto Isidoro confesor, antes le dio casas, é linares que toviesi el monesterio, e tiénelas todavía.�

Confianza en Dios

     Como su fe era un fuego inextinguible en que ardía siempre su corazón, era por consiguiente extremada su confianza en Dios. Desde muy niño se dice que el blasón de su escudo fue aquella expresiva letra de Dominus adjutor meus, y cuanto más fue creciendo en edad, más aumento dio a esta esperanza, no buscando otro auxilio que el de Dios por medio de la oración continua, y por el de los ruegos que le preparaban ante los altares para entrar en las belicosas empresas, y en cuantas grandes cosas emprendió desde que ciñó la corona en sus sienes, tomándola de mano de su discreta y devotísima madre. No temo, decía muchas veces, a mis enemigos, mientras tenga de mi parte a mi Dios Señor. Venza yo mis pasiones, que ellos serán vencidos.

     Esta confianza la había sin duda tornado de su bendita madre, pues los dos historiadores coetáneos, y testigos de la sanísima doctrina que le inspiró desde sus más tiernos años, nos indican haberle enseñado aquel divino precepto de que el que espera en Dios no puede ser infeliz. Ni yo creo que otra máxima le conducía animoso en las campañas contra los Laras que con tanto esfuerzo amenazaron quitarle el cetro de la mano, considerándola débil por sus cortos años, y solamente sostenida por el femenil brazo de su madre. Pero poco pensaban estos fuertes campeones, que no prevalece la fuerza humana contra el brazo de todo un Dios, cuando obra en auxilio del que le invoca confiado únicamente en su valimiento, y que siempre la justicia será exaltada a pesar de toda humana arrogancia.

     Del mismo modo entró preparado de esta confianza a sosegar las inquietudes que su mal aconsejado padre don Alonso el noveno de León le movió al principio de su reinado, y la carta con que le reconviene amable y respetuoso, está significando en todas sus cláusulas, que confiaba de Dios la victoria en una guerra en que procedía provocado, y contra su propia voluntad.

     Preparose también con esta confianza en Dios, cuando su madre le aconseja que emprenda aquellas grandes conquistas de Andalucía, y la sola reflexión que aquí hace de que defiende la causa de la religión, de que va a extender el nombre del cristianismo, y de que deshace la tiranía de los que blasfeman de Cristo, le infunde un ánimo belicoso, y desde el mismo instante en que entra en los santuarios para implorar el auxilio divino, empuña la espada, sale a campaña, no le amedrentan las numerosas huestes agarenas, y por espacio de veinte y cuatro, años continuos por lo menos no intenta victoria que no consiga, y canta muchas veces el triunfo antes de emprenderlo. De aquí provienen aquellas pingües donaciones hechas a la iglesia de muchos terrenos que aun no habían regado los enemigos con su sangre; y si la confianza en Dios del Santo, no hubiese sido siempre tan extremada como era su fe, a buen seguro que no hubiera dicho en tantos diplomas como comprueban estas donaciones adelantadas, que las hace para que tengan efecto, luego que haya conquistado lo que iba a conquistar.

     �Pero que mucho procediese así el santo Rey, cuando infinitos lances de su vida atestiguarán eternamente que su mayor valor no estaba en la multitud, ni en los brazos del hombre, sino en su fe y en su confianza en Dios! �Cuántas veces a vista de los peligros más inminentes, le reconvenían sus generales con la imposibilidad del vencimiento, poniéndole delante ya el corto número de las gentes alistadas, ya el cansancio y fatiga de los que habían de asaltar los muros, ya la furia de los que resistían, ya el ardid de los que habían de rendirse, y ya en fin la sed y hambre que padecían sus soldados! Pero jamás desmayó el santo Rey: no se lee que volviese en ocasión alguna las espaldas al enemigo; estas y otras reconvenciones, aunque razonables y fundadas, sólo le afligían compadeciéndose de la suerte de los suyos; le atormentaban el ánimo, pero no se le quitaban, y su contestación única y uniforme en todas estas ocasiones fue: que Dios protegía su causa: que Dios era su auxilio y su defensa. Acogíase a ella, y consultando con Dios a solas, y en su oratorio, parecía salir de él con la respuesta decisiva del divino oráculo que le ofrecía la victoria, pues tal era el ánimo con que entraba en los mayores peligros, y tal el maravilloso efecto que todos notaban en el inmediato triunfo. Ni pueden hacerse creíbles muchos de los innumerables que consiguió en estas campañas el santo Rey, sino suponemos esta precisa confianza en Dios, y esta asistencia continua del brazo omnipotente con que premiaba su fe el Dios de los ejércitos: de que tomó motivo el obispo de Palencia don Rodrigo Arévalo, cuando escribiendo de estas acciones, llega a dudar si san Fernando fue más afortunado que santo.

     Pero entre todas estas portentosas victorias, la que dará a la remota posteridad fundamento el más sólido para pensar así, es la nunca bien alabada conquista de Sevilla. Sevilla, centro de todo el poder mahometano en España, en donde estaban reunidas ya todas las fuerzas enemigas, único asilo en aquel tiempo de los que huían la espada destruidora de san Fernando, cuyos habitantes se contaban por millares, cuyas riquezas parecían inagotables, cuyas campiñas eran opulentísimas, y cuyos soldados peleaban por la libertad, y en la desesperación. Sevilla, digo, fuerte, inexpugnable, y último resto de la morisma tumultuaria, se emprende por el santo Rey para conquistarla, y aturde verdaderamente que el testimonio de los historiadores de aquella edad está conteste en afirmar que el santo Rey se pone para esta acción al frente solo de 300 hombres, que con ellos salía de Córdoba, y que superando montañas, riscos, y peligros en todo el camino hasta ponerse delante de sus murallas, no deje detrás castillo, no fortaleza, lugar murado, ni villa que o no destruya, o no se le rinda, o no se le entregue con pactos ventajosos.

     Si aquí no obró la gran fe de Fernando, si aquí visiblemente no le hubiera asistido Dios, obligado (digámoslo así) de la grande confianza que tenía en su brazo omnipotente, era imposible que hubiera salido el Santo con tanto lucimiento de empresa tan descomunal. Yo no creo que a ella se moviesen tantos pendones como acudieron a nuestro campo durante el asedio de Sevilla, si los capitanes no hubiesen conocido que era un santo, un escogido de Dios, un David el que dirigía estas huestes. Aquí, si bien se considera, todo fue maravilloso, todo fue sobrenatural para el triunfo, y para el vencimiento. La positura del campo de batalla, los lances más notables de los adalides, de los maestres de las órdenes militares, de Garci-Pérez de Vargas, y de otros de igual valor, el rompimiento del puente de Triana, el asalto de su castillo, la constancia de mantenerse tantos meses peleando a brazo abierto con el enemigo, en fin todo lo que sucedió hasta que el santo Rey entra triunfante en Sevilla: parece en este lienzo, si se mira con los ojos de fe humana, pintoresco, y figurado al arbitrio y fantasía; pero si se fija la consideración en la confianza en Dios, con que emprende el Santo esta conquista, si se reflexiona en que en los mayores apuros, y cuando los arbitristas proponen medios para la opulencia del ejército, que por humanos, y perjudiciales al estado eclesiástico y a los vasallos, desprecia altamente el santo Rey, clamando en sus mayores necesidades a solo el auxilio de Dios, de quien espera toda victoria, se advierte que todo es factible. Solo en este lance se notan los continuos éxtasis del Santo, los repetidos actos de sus mortificaciones y penitencias, sus coloquios con Dios y sus santos, y finalmente las pruebas más convincentes de un hombre justo que con tanta razón le ha elevado a los altares nuestra devoción y respeto. La conquista de Sevilla fue el crisol del valor de los españoles; pero también fue el crisol en que más se purificó la confianza en Dios de este bienaventurado monarca.

Recta intención

     Era base y fundamento de esta fe y confianza en Dios la recta intención con que este Rey obró siempre en todas sus empresas: �Fue este glorioso príncipe, dice el obispo Palentino en su historia, tan virtuoso y templado, que jamás hizo guerra sino con justas causas, trayendo á cuento para todo aquello de Augusto, esto es, que es de vana jactancia y de viciosa liviandad de corazón, dejarse llevar del deseo del triunfo y del laurel, porque esto no es más que hojas sin fruto, exponiendo a peligro de inciertos sucesos y desgracias de refriegas la seguridad y vida de los leales vasallos.� También atestigua el mismo obispo, que jamás se le caía de la boca el otro dicho de Escipión: Estimo en más la vida de un ciudadano, que quitarla a mil de los enemigos.

     Envidió muchas veces esta rectitud de intención su consuegro el rey don Jaime de Aragón, y en diversas ocasiones , dice Miedes en la historia de este monarca, que decía hablando de nuestro santo Rey: que pluguiese a Dios que su yerno don Alonso, su hijo y succesor, heredase aquella buena intención y ánimo, y aquella misma afición y diligencia que en perseguir los moros su tan buen padre don Fernando tuvo. Pero todavía es testimonio más auténtico de la verdad de esta rectitud el que nos dio por sí mismo el santo Rey , y consta del prelado Palentino que pudo muy bien saberlo de personas que lo oyesen al mismo rey san Fernando. �Este Rey, dice , preguntado por que había aumentado su reino mucho más que sus progenitores , puesto que recobró lo que los otros perdieron, dio esta respuesta tan digna de su autor, como de inmortal memoria: Pudo ser que los otros tuviesen otros intentos y fines de ensanchar su reino más que la fe. Tú , Señor, fijando los ojos en el cielo, que ves mi corazón como el de todos sabes que no busco mi honra , sino la tuya; no la grandeza del reino perecedero sino la del tuyo cristiano.�

     En esta recta intención aseguró siempre las victorias que están prometidas por Dios a los príncipes que hacen la guerra con ella, y el firme propósito de nuestro Rey en esta parte lo significó bien el obispo de Tuy don Lucas, cuando aludiendo a los maravillosos efectos que se notaban en los triunfos del santo Rey, moviendo las armas contra los enemigos de la fe, concluye diciendo: Con cuchillos fieles pelean los reyes de España por la fe, y en cada parte vencen.

     Aunque no se hubiese conservado 1a memoria ilustre de estos dichos del santo Rey en los autores que acabamos de citar, siempre comprobarían la rectitud de corazón con que procedió san Fernando en todas sus empresas, no solo los justos fines de ellas en que únicamente se ocupó toda su vida para extinguir a los enemigos de la fe, desde el mismo día en que aseguró en sus sienes la corona de Castilla, sino que lo publicarán eternamente así muchos de sus diplomas, en que al hablar de estas victorias, solo a Dios las atribuye, porque quien reconoce a Dios por autor del vencimiento, es prueba irrefragable de que su intención en la empresa fue únicamente su gloria, y su ensalzamiento.

     Hácense tanto más reparables estas cláusulas en los diplomas del santo Rey, cuanto no tienen ejemplar ni modelo en los de sus antecesores para la imitación, ni en los de sus sucesores para creerlas vulgares, de estilo y comunes. Baste alegar en lugar de los muchos que podríamos citar para comprobación de esta verdad, el que expidió en Burgos a 2 de septiembre de 1237; pues además de contener un testimonio de la delicadeza con que el santo miraba la conservación de todo lo que pertenecía a las iglesias para que su grande liberalidad en el premio hacia sus vasallos beneméritos no perjudicase los derechos ya adquiridos por ellas, expresa y hace memoria de la gloriosa conquista de Córdoba con estas palabras: conviene a saber en el año segundo en que yo el rey Fernando puse cerco a la famosísima ciudad de Córdoba, y cooperando, o por mejor decir, haciéndolo todo la gracia del Espíritu Santo, por medio de mis sudores, fue esta ciudad restituida al culto cristiano.

Humildad

     En donde brillaban las excelentes virtudes, de que hemos hecho reseña hasta aquí, no podía menos de hallarse como en su propio trono la virtud de la humildad: firmeza y fundamento de todas las demás; y por lo mismo que esta virtud es más dificultoso que se aposente y tenga su asiento al lado de las majestades y grandezas del mundo, en donde se engríen y entallan el poder, la vanidad , y los esplendores de todo lo que adula el genio del hombre y ensoberbece su corazón, es por lo mismo consiguiente que más resplandezca y campee, sujetando las pasiones que por todas partes procuran encubrirla.

     La inscripción cuadrilingüe que se esculpió en el sepulcro del santo Rey, muy cerca de los años en que se le dio enterramiento, según es la opinión más común y fundada, se produjo, por hombres los más sensatos y sabios de aquella edad, que después de haber tenido muy presentes las heroicas acciones y virtudes de este Rey, de que muchos de ellos fueron testigos oculares, hablando por la verdad, y como quien exponía su dicho a la censura de todo el orbe en mármoles y caracteres de finísimo oro, recopilan los elogios debidos a su eterna memoria, y entre ellos ninguno resalta más que aquel en que se llama el más humildoso.

     Verdaderamente que entre los ejemplos de santidad que más ennoblecen al rey don Fernando, ninguno se hace más notable que el que dio de su grande humildad para con sus mayores, con sus iguales, y con los que eran inferiores a él. Con sus mayores, porque no teniendo en la tierra otros que le representasen esta calidad sino sus padres, fue constante en manifestárseles siempre humilde y reverente.

     Bien notorio es que apenas su madre doña Berenguela puso la corona de Castilla en sus sienes, quitándosela de su propia cabeza en donde se había fijado por legítima sucesión, tuvo a mal su padre este acto, ya fuese incitado por la ambición de los Laras, o por creerse heredero de los estados de Castilla, o administrador de ellos en la menor edad de su hijo. Llevó adelante este pensamiento don Alonso el nono de León, y llegó hasta el extremo de desenvainar la espada para desentronar aquel hijo que él mismo pocos años antes en dos diversas ocasiones había hecho jurar y reconocer por heredero de la corona de Castilla. Pero este hecho que ofendía tan de lleno la justicia del santo Rey, no le altera, y antes de oponer la fuerza a la fuerza, no obstante que podía hacerlo con conocidas ventajas, ocurre respetuoso y humilde a su padre. Ni le amenaza, ni se le muestra orgulloso: sólo le reconviene con sumisión, haciéndole presente lo escandaloso de una guerra tan injusta, y los lazos que le unían para estimarse mutuamente. La carta que hemos insertado en la primera parte de estas Memorias, escrita a su padre por el santo Rey en un lance tan crítico, si acaso se hace dudosa en todo su contexto, por lo menos es muy conforme con los sentimientos interiores de este monarca, y siempre lo comprobarán los efectos de buena composición que tuvieron estas discordias por su parte, y constan de memorias ciertas, y de testimonios de toda excepción en aquella edad.

     Para con su madre se duplicaban las razones para mostrarse con ella humilde y respetuoso. La debía el ser, el haberle dado su primer mantenimiento a sus pechos, el no haberle desamparado en su niñez, el haberle traído consigo a Castilla luego que pudo arrancarlo del seno de su padre, en donde le había dejado únicamente como rehenes de su amor conyugal, el haber sido la maestra más constante y solícita para su educación, y finalmente el haber ella misma renunciado la corona de Castilla para ponerla en la cabeza de su hijo. Yo bien veo que todas estas razones habían de tener sujeta la gratitud; pero no dejo de considerar, que no bastan todavía para esclavizar las pasiones del hombre exaltado. Don Fernando, desde el momento en que torna la corona en la mano, se ve árbitro del poder, independiente, absoluto señor de un estado opulentísimo, querido, respetado de los suyos, amado de propios y extraños, elevado al trono sobre las lanzas y escudos de los mismos que le sostienen: �y que maravilla, si colocado sobre los demás de su especie, se engriese con el poder, y obrase en todo sin reconocer superior? pero no es así: el fondo grande humildad que se anida en el corazón de este Rey, le hace superior a sí mismo para abatirse en presencia de su madre, y no hay diploma, escritura, ni privilegio que firmase mientras ella vivió, donde no honre a su madre con el título de Reina, sin embargo que ya no lo era, anteponiéndola muchas veces en su nombramiento a sus propias mujeres, y queriendo que conociese todo el mundo que cuanto pensaba, cuanto hacía, cuanto daba, y cuanto recibía todo lo llevaba a ejecución, tomando antes el beneplácito y consentimiento de su madre. Causa efectivamente respeto el mismo respeto con que siempre habla de ella en todos estos documentos, y seguramente en la expresión no se hallará igual testimonio en ninguno otro de cuantos han expedido sus gloriosos sucesores. Yo estoy seguro de que todo esto, y mucho más quiso dar a entender el obispo Tudense, con explicar el respeto y humildad del Santo hacia su madre cuando dijo que siempre estuvo bajo su obediencia como un niño so la palmatoria del maestro.

     Pero calle toda ponderación al ver el respeto y humildad con que este santo Rey trata siempre a la silla Apostólica, a los prelados de la iglesia, y a los ministros del altar. La alta jerarquía del primero, y el sagrado carácter de los segundos, le obligaban a postrarse en la presencia de todos, considerándoles justamente superiores. �Con qué reverencia y sumisión contesta a los rescriptos pontificios? �con qué humillación obedece la voz de los sacerdotes? Unas veces solicita respetuoso el solo consejo del vicario de Cristo para poner en posesión de la herencia materna a su querido hijo don Fadrique: otras da el título de maestros a los legítimos sucesores de los Apóstoles, que le rodean de continuo: allí le vemos honrarse con poner con sus mismas manos las primeras piedras del santuario toledano, del burgense, y de otros: aquí llevar sobre sus propios hombros la materia que ha de alimentar el fuego consumidor de los enemigos de la fe, en cumplimiento de lo que manda y ordena el oráculo de la Iglesia católica. En estos actos, en estas ocasiones en que interviene el sacerdocio, todo es humilde, todo es respetuoso por parte del santo Rey.

     Condúcese del mismo modo cuando trata con alguno de los que podrían tenerse por sus iguales. A su hermano don Alonso el infante de Molina, se precia siempre de honrarlo, y hasta que coloca en su tálamo persona que sea dulce compañera suya en el gobierno, vocea en sus diplomas que toma su consejo y asenso para determinar cuanto resuelve, mostrando humildad en llamarlo para el consentimiento, y sólo negando al público esta respetuosa confesión, cuando podía perjudicar los fueros innatos de la majestad, con quien divide el trono.

     Todas las paces y treguas que celebra con los reyes sus convecinos, las solemniza el santo Rey sin fausto, sin majestad, y proponiendo la razón con cortesía y modestia a todos los legados que se le presentan: la justicia es únicamente, no el fausto, ni la ostentación la que obliga a buscar su amistad, aun con los reyes y potentados de otra creencia. Porque se muestra benigno con el rey moro de Baeza , se le rinde su vasallo, y besa su mano porque se ostenta de llano y humilde trato con el rey moro de Granada, quiere este vivir más bien sujeto a su bondad perdiendo la mitad de sus rentas, que independiente, y con todos sus tesoros al frente de sus altivos vasallos. Advierte irritado el ánimo de don Jaime el conquistador, y negocia la paz por los medios más humanos, más corteses, y más caballerescos.

     Su historia abunda por todas partes de la llaneza y humano trato con los inferiores, que constituye la verdadera humildad, y esta afabilidad fue tan notoria, y quedó tan esculpida en los corazones de sus vasallos, de los cautivos, y aun de los infieles, que, hablando de ella la General, prorrumpe en estas expresiones: Ca es mucho buen señor , amigo grande de los sus naturales, e como a tal su compañero mucho llano , e placiente con todos.

     Nacía de aquí aquella admirable unión de justicia y clemencia, de rigor y de mansedumbre que tanto adornaba su real pecho, y la pondera el obispo de Tuy con aquellas palabras: Tenía derecha crueldad contra los malos que los feria: y en la justa crueldad tenía humildad, y se mostraba misericordioso y clemente, por lo cual perdonaba a los enemigos vencidos; así que fue visto que folgó sobre el espíritu de fortaleza y clemencia, que era en Alfonso su padre, que es más de lo que de ningún rey pasado se lee.

     También esta humildad y trato humano producía en el corazón de Fernando aquella compasión con que se dolía de las miserias e infortunios de todos sin distinguir de condiciones ni personas. Cuando el rey don Fernando, dice la General, sopo en como era muerto el rey de Baeza, diz quel peso mucho de corazón. Al mismo tiempo que intenta castigar el levantamiento inoportuno de don Diego López de Haro, señor de Vizcaya, le halaga y le atrae por los medios más suaves al reconocimiento de su delito, y no obstante que vuelve a huir con mala intención después de perdonarle, de recogerle, de honrarle y de regalarle, no escarmienta su templanza, y apenas da señas de arrepentimiento, y se acoge a su piedad, olvida todo su mal proceder, le perdona absolutamente, le restituye toda la tierra de Vizcaya, y aun le añade el señorío de la villa de Alcaraz, que antes no tenía. Igual ejemplo da de templanza y de humilde tratamiento cuando vuelve a recibir por vasallo al inquieto y mal aconsejado caballero don Lorenzo Juárez. No es de menor consideración el modo como perdona los atroces delitos del conde de Urgel, según escribe Miguel Carbonell en su crónica de los condes de Barcelona. Esta bondad de corazón, que fomentaba continuamente la virtud de la humildad en el santo Rey, fue el principio de ganar y convertir a la fe a Abuceit, rey de Valencia; y Mariana cuando habla de este lance da bien a conocer el fondo de humillación que tenía nuestro Monarca cuando dice: que viéndole venir a pedirle treguas, le salió a recibir con toda su corte, le abrazó amorosamente, le colocó debajo de su dosel, le mandó aposentar en unas casas principales, le concedió cuanto pedía con muestras de mucha voluntad, le aseguró su protección, y quedó el moro muy contento y admirado de la bondad y mansedumbre de los reyes de Castilla.

     Pero ninguno de estos ejemplos, ni otros muchos que podíamos citar, si habíamos de recorrerlos todos, puede compararse con el que dio en las últimas horas de su preciosa vida. Quedan estos dichosos momentos bien expresados en la primera parte de estas Memorias, y basta recordarlos aquí para emplear toda la atención en lo que escribe don Rodrigo de Arévalo en el capítulo 40 de la crónica de este santo Rey, refiriéndose a los antiguos Anales de España que tenía bien reconocidos. Estando este glorioso príncipe, dice este verídico historiador, en la agonía de la muerte, y preguntándole uno de los capitanes que le asistían, cómo dejaba mandado que se le hiciese el sepulcro, o se le levantase la estatua, le respondió: Mi vida sin reprehensión ni culpa de la manera que he podido, y mis obras, esas sean mi sepulcro y mi estatua.

     Algunos, valiéndose de lo mal que leyeron otros las escrituras y diplomas de aquel tiempo, pretendieron hermosear la humildad del santo Rey con galas de falso oropel. En las virtudes de este bienaventurado Monarca todo es oro muy fino, y de quilate superior, que no admite la más mínima escoria de la suposición, y de la falsedad. Yerran toscamente los que han leído en aquellos diplomas la expresión o cláusula de Rege Cristo o Regnante Cristo, con la cual intentan explicar la humildad del Santo, reconociendo que Cristo era el que reinaba, y no él. Esto es falso, y no hay documento que tal diga. Lo que en infinitos de ellos se escribe son estas letras Reg. Exp. y no quieren decir sino Regijs expensis , Regis expensis, o Rege expediente como quieren algunos.

Devoción y culto

     Como el acto de fe interno y secreto del corazón, sólo es patente a Dios, y los hombres le conocen por sus efectos: uno de estos, y no el de menos eficacia, es el respeto y culto a las cosas sagradas, pues es indubitable, que donde no asiste reverencia cariñosa al soberano, falta la atención y cortesía a sus domésticos y palacios. Si este efecto es argumento del principio de donde nace, en ninguno se ven más los efectos de este fervor que en nuestro Rey. No se hallará en las historias ejemplo más vivo de la veneración a las santas reliquias, y las sagradas imágenes, cuidado con los ministros de la Iglesia, liberalidad en las fábricas de los templos, reverencia en su culto, y ejemplo en su asistencia. Cuando entraba en alguna ciudad, antes que a palacio, acudía a tomar audiencia de Dios en su templo, usando en esto la eclesiástica ceremonia, que suele ser de ejemplo en los obispos, con el deseo de que todos acudiesen a aquellos lugares, que son trono del Sacramento, y a donde, porque se destina al culto, parece es más singular la asistencia divina de aquel que invisiblemente está presente en todo lugar, y se hace patente a los ojos de la más tibia fe. Cooperaba a las fábricas, levantaba enteramente a su costa templos en todos los lugares que podía, ya elevándolos desde sus cimientos, ya purificando las mezquitas en que los moros profanaban el culto. En unos y otros se numeran dos mil iglesias añadidas a las que contaba el reino cuando entró en el trono. No dice el número el obispo de Tuy, quizá como contemporáneo se fatigó en la cuenta; pero en énfasis se explicó bastantemente su concepto, llamando con admiración dichoso el siglo, y ponderando que en todas partes se fabricaban iglesias, a que con larga mano concurría el Rey para su construcción, y la reina doña Berenguela con dádivas propias de su sexo, ya en alhajas de oro y plata, ya en ornamentos de seda, bordados por su mano, ya en otras preciosidades para el culto divino.

     Y quien tanto cuidado ponía en los lugares donde se adoraba a Dios , añadiendo número para que no tuviese excusa la tibieza de acudir a los estrados: claro es no omitiría el trono y las efigies, que representan a los ojos la majestad, ya en los simulacros de Jesucristo y su madre, ya en los de los santos que nos acuerdan los cortesanos del cielo. Estas por muchas se han confundido entre sí con el olvido; pero está muy fresca la memoria de las muchas imágenes que llevaba siempre consigo para su devoto retiro, aun en el tiempo de los sitios, guerras, caminos y campañas. Esta preciosa recámara, tan estimada del Rey, es forzoso ocupase muchas acémilas, y el oratorio del Rey santo en cualquier parte que se armase, era un precioso relicario en que tenía gran pasto la devoción.

     La más rica alhaja de que hallamos memoria, fue una efigie de Cristo, que comúnmente llamamos Verónica, y era una de aquellas tres en que milagrosamente estampó el Salvador su rostro, cuando la compasión de aquella devota mujer llegó a limpiar el sudor que le fatigaba en el camino del calvario. De esta milagrosa efigie nos da la noticia Marineo Sículo, con la circunstancia de que siempre que el Santo hacía oración delante de esta imagen, lograba el deseado fin. A Marineo siguen varios modernos, cuya autoridad confirma, aunque no funda la verdad: mas es difícil resolver si esta efigie es la que hoy en día se venera en Jaén, porque de esto, aunque haya autores que lo defienden, es bien difícil liquidar la verdad, y mucho más cuando el único argumento, que fuera de peso, es la tradición, y esta se divide sin fundamento en opiniones que la deshacen.

     A esta efigie tan devota de Jesucristo acompañaba un juego entero, o un surtimiento de imágenes de María Santísima: teníala por madre, y no llenaba su corazón con expresiones de su afecto sino la veía retratada en diversas figuras, misterios y adornos que excitasen su devoción. Las tradiciones, no sólo particulares, sino constantes en Sevilla, nos dicen ser nuestra señora de la Sede, a quien se le puso este nombre por estar sentada, una de las que acompañaban al Santo en sus conquistas. Nuestra señora de los Reyes fue sin disputa la de los cariños de san Fernando, como vimos en el triunfo de Sevilla, Nuestra señora de las Aguas, que hoy se venera en san Salvador, otra imagen de la Virgen que se halla aún en san Clemente el Real, y la del convento de nuestra señora de la Merced, se adoran con gran respeto por la constante tradición de haber sido alhajas del oratorio de Fernando: la imagen de marfil, que se dice ser la que presidió en la popa de las naos de Bonifaz en el rompimiento del puente, se tiene por la misma que hoy, como memoria de su santo fundador, conserva la cofradía de san Mateo, sita en el convento de san Francisco de Sevilla. De todos estos simulacros, incentivos de su devoción, hay tradición que eran del menaje de la capilla de Fernando, retablo portátil, e iglesia con más altares que espacio, pero como san Fernando en sus campañas gastaba poco en acémilas que le condujesen su vajilla y catres, le sobraban bagajes para que el respeto le tuviese siempre en casa la devoción.

     El decoro de las sagradas reliquias de los santos le mereció singular cuidado, como que por experiencia veía, que su mucho manejo a quien da licencia una devoción cariñosa, suele ser causa de menor respeto. Procuró evitar este escollo, colocándolas rica y suntuosamente en los templos, donde a los devotos fuesen incentivo para sus afectos, y donde no pudiese el manoseo ser causa de poca veneración. A las que halló dedicadas, como con el cuerpo de san Isidoro en León, y el del glorioso apóstol patrón de España en Santiago, fue muy particular el culto, enseñando con su ejemplo la verdadera estimación de su preciosidad. La iglesia de san Isidoro en León, que halló muy maltratada por la ruina que en los más firmes edificios y más estimables tesoros ocasiona el tiempo, la reedificó y redujo a lucido oratorio; en él encendía su pecho, y este era el retrete donde consultaba sus dependencias con Dios, y donde pasaba oficios con la Majestad san Isidoro, que le despachó tan a favor la expedición de Sevilla, mandándole emprendiese su sitio como vimos; y el lugar que profanó para la resistencia don Diego López de Haro, fue el mismo en que se afianzaba don Fernando en su mayor empresa.

     A la devoción y culto del prelado de Sevilla, y doctor de las Españas san Isidoro, le obligaba un reconocimiento singular y privativo por las muchas mercedes y favores que había debido a su intercesión, desde el mismo instante en que fue nacido para tantas ventajas de las coronas que había de ceñir en sus días. No falta tradición bastantemente fundada, que fue su nacimiento en el palacio que sus venerados padres acababan de edificar al lado del templo, que era depósito en León del cuerpo de este santo obispo. Otros dicen que su madre le ofreció recién nacido en sus aras; lo que pudo muy bien verificarse fuese o no el lugar de su nacimiento la ciudad de León, o cualquiera otro lugar de aquellos estados. De todos modos la devoción a san Isidoro fue singular en el rey don Fernando. La mano protectora que le condujo con tanta felicidad a las conquistas del Andalucía hasta enseñorearse por medio de acciones maravillosas, de la capital de todas estas regiones meridionales de España, parece no haber sido otra que la de este santo Doctor, que patrocinaba ante el Dios omnipotente la causa en que tanto interesaba para conseguir en los días de Fernando, restablecido al culto cristiano el pueblo que en otro tiempo fue el gran teatro de su predicación y de su sabiduría.

     Igualmente fue muy especial devoto del papa y mártir san Clemente. Ignoramos en que causas pudieron tener fundamento los primeros fervores de esta devoción; pero se sabe muy bien, que el rey don Fernando tuvo en sus días motivos muy poderosos para afianzarse en ella, y aun para dejarla vinculada en el corazón de su hijo heredero don Alonso. Esta esperanza de la sucesión masculina para los reinos que iba a engrandecer su padre, tuvo efecto habiendo nacido este primer hijo en el día 23 de noviembre, dedicado al papa san Clemente. Varias conquistas consta que se consiguieron en este mismo día, y principalmente la de Sevilla que fue el complemento de todas, y sin duda explicó el santo rey este agradecimiento con dar su advocación a la primera capilla que se edificó después de conquistada aquella ciudad, y es hoy la mayor del sagrario en su iglesia catedral.

     Son muchos los documentos de antigüedad respetable con que podríamos comprobar esta decidida devoción de Fernando al papa san Clemente, y entre ellos sólo escogeré por poco notado el que se lee en los antiguos misales MM. SS. e impresos de que usaba la santa iglesia de Sevilla, y se conservan en su Biblioteca: principalmente del que preciosamente se escribió en fina vitela el año 1450 con las iniciales de oro y colores finísimos, adornando sus márgenes exquisitos juegos de labores de pluma. En él, y en los demás hasta la reforma del rezo Eclesiástico, se leen en la prosa de la Misa estas cuatro estrofas.

                I. Omnis homo pie mentis III. Hac in die letabunda
    Laudes beati Clementis      Multa fecit, et iocunda
    Psallet cum lætitia.      Placens mirabilia.
   
II.Hodie sunt magni regis IV. Hoc in festo venerando
    Custodis gentis et legis      Illustri regi Fernando
    Affonsi natalitia.      Data est sibilia.

     Esta misma devoción del rey Fernando a su especial patrono san Clemente papa, y los favores que le debía y motivaban su heredada veneración y culto en su hijo don Alonso, la testificó ya el papa Clemente IV, cuando en el año 1265 contesta a la carta gratulatoria que este rey don Alonso le escribió, alegrándose mucho de que hubiese tomado el nombre de Clemente en su elevación al pontificado. Cópiala Edmundo Martene en su tesauro de Anécdotas tom. 2, pág. 193; y las palabras que hacen a nuestro intento son estas: �Læta nobis tuæ, lætitiæ præsentavit nuper indicia magnæ tuæ devotionis, et fidei, testis epístola quam missisti, magnum illum gaudiurn exprimens, quod ex nostræ promotionis, rumoribus, quod scribere tibi placuit concepisti, non mediocriter nihilominus nostro nomini congaudens pro B. Clementis Martyris debita reverentia tuis dulciter insonans auribus, in cuyus festo te, prout asseris, olim uterus maternus effudit, et annis pluribus resolutis recensita sancti festivitas te et recordationis inclitæ patrem tuum, multis, et magnis succesibus honoravit, etc.�

     Y porque asegurar el culto en lo insensible, es sólo dar motivos a la libertad para que acuda a la oración, no satisfecho con poner la mesa y convidar a la función como el rey del Evangelio, viendo aquel peligro de excusas que dejaron vacíos los asientos, compelió a los convidados obligándoles en los coros que dotaba con larga mano para la diaria y continua asistencia al culto de Dios en las catedrales de Córdoba, Jaén, Baeza, Sevilla, y otras, pues en los lugares de sus conquistas le hemos visto más cuidadoso de estas dotaciones que de su señorío.

     Todo este anhelo lo calificó el mundo dándole el título de Eclesiástico. Esto en otro rey podía soñarse apodo de la malicia; en un santo es muy creíble fuese renombre de la devoción. Veíanle tan frecuente en la oración, que dice el obispo de Palencia, que era continuo en la asistencia al santo sacrificio, y a todo género de oraciones; conocían el gusto con que se entretenía en la iglesia; era pública su liberalidad con los templos, su cuidado en el socorro y sustento de los eclesiásticos, su desvelo en guardar por sí, y hacer que guardasen todos la inmunidad eclesiástica; respetaban a un rey en la majestad, en el trono, y en la dignidad, que sin abatirla, convertía muchas veces en la de obispo; y así no es de admirar que fundada la adulación en el ejemplo, como a otros soberanos da el pueblo título de Magno, Victorioso, Afable, Hermoso, y otros que suenan más que significan, a nuestro Rey celébrase con más serio renombre de Religioso, o de Eclesiástico.

     Argote de Molina en el gran elogio que hizo de este santo Rey parece que jamás llega a satisfacerse con cuanto expresa largamente sobre este particular, y aun añade con una especie de seguridad en los documentos que tuvo presentes para este trabajo que hubo en Fernando voluntad, y deseo de profesar la vida religiosa que veía en los dos patriarcas Domingo y Francisco, con quienes trató y conversó muchas veces. Y no por otra causa es de creer que fomentase y ayudase la extensión de uno y otro de sus institutos del modo que nos manifiestan las crónicas de ambas órdenes.

                                  �Cuántas veces la púrpura y brocado
Trocar quisiste por sayal grosero,
Y seguir de los dos el santo estado,
Posponiendo el regalo al voto austero!
Mas quedara tu reino despojado
De un Rey clemente, justo y limosnero,
Y ofreciste bastante sacrificio
En levantar primero este edificio.

     No deja sin embargo de ser una prueba incontrastable de esta devoción y culto el continuo anhelo con que así como otros conquistadores acostumbraron dar al pueblo la señal del vencimiento, elevando sobre las murallas, o en la torre del homenaje las banderas del ejército vencedor, el santo Rey acostumbró constantemente enarbolar el santo árbol de la cruz, y aun en el triunfo de Sevilla se lee en Memorias legítimas de aquel tiempo, que dando el lugar más elevado a la cruz de Cristo colocaba en el inferior las banderas y pendones. Quizás el adular esta inclinación religiosa del santo Rey al signo principal del cristianismo hizo suponer a escritores menos críticos, que en su tiempo sucedió aquella maravillosa aparición de la santa cruz de Caravaca, pues aunque queramos dar por factible algo de lo que se supone sucedido en este lance, todo el conjunto de circunstancias lo hace inverosímil, y la religiosidad y devoción de san Fernando no necesita de tan débiles apoyos.

Castidad heroica

     El nombre de honestidad o castidad se extiende a todos los estados, y es la que los ilustra y hermosea más que la propia hermosura y lozanía del cuerpo: y así, aunque fue fermoseado el santo Rey de muy noble mancebía, como dice el obispo de Tuy, no, como aquella edad, abrazó la lozanía del mundo. Fue Fernando agraciado con una grave representación de su florida edad, nunca se dio a la liviandad y verdor que suelen otros sus semejantes: en tiernos años tuvo costumbres de viejo. Juan Botero dice, que se veían en Fernando cuando comenzó a reinar grandísimas muestras de religión, y de toda virtud, particularmente de honestidad y modestia, las cuales tanto más resplandecían, cuanto él era de más bello ingenio, y de más florida y agradable vista.

     Tuvo esta virtud en el Rey joven dos muy abonados fiadores: uno el perpetuo cuidado y celosa vigilancia de su madre, que según las palabras del arzobispo don Rodrigo, con tanta acucia guardaba a este su fijo. Otro, el perpetuo cuidado, y ocupación de la guerra. Este buen Rey, dice la General, era tal, que cuando alguna conquista había hecho, ya teme cuidado otra de facer, por no comer pan folgado, e porque bien al gran Juez dará cuenta como despendiera su tiempo, como debe facer cualquier buen príncipe cristiano.�

     Ni el haber contraído matrimonio le puede en algún modo disminuir lo apreciable y sólido de esta virtud. El obispo de Tuy testifica en su crónica vulgar capítulo 67 que fue de todo en todo sin reprehensión cuanto nos es dado de saber; y nunca poco, ni más ensucio el lecho coniugal. Alabanza dignísima de santos y prudentes príncipes, que con esta virtud aseguran la perpetua y legítima sucesión de sus estados, dándoles Dios muchos hijos como los dio a este castísimo Monarca. Y aunque pudiera una malicia rastrera intentar la privación de algunos quilates de esta preciosa virtud en Fernando con ponderar malamente su inclinación al matrimonio, pues lo contrajo por dos veces diversas en su vida, está esto muy lejos de servirle de mancilla a su castidad y limpieza; pues es constante que estos enlaces nunca se solicitaron por el Santo, siendo única promovedora de todos ellos su bendita madre, en quien fue tan rara su continencia, que una vez divorciada del rey don Alonso de León con legítima autoridad, jamás quiso volver a casarse, sin embargo de haber sido requerida y rogada con formal ofrecimiento de nueva dispensación en beneficio propio.

Caridad

     Esta virtud es la principal de todas, y sin ella no puede haber alguna perfecta. Siendo esto así , �cómo podía dejar de arder en caridad el corazón de Fernando, adornándole tantas y tan admirables virtudes? Parece que una piadosa y feliz casualidad para nuestra edificación nos haya conservado la primera memoria de este santo Rey en su niñez, por un diploma que será eterno testimonio de su caritativo corazón para con los pobres. En efecto siendo todavía infante heredero del reino de León, y acompañando a su padre en los varios viajes que hacía para reconocer sus estados, llegó en tan buena compañía a las partes litorales de las Asturias, donde hay graves sospechas haber sido el teatro de su primera educación, y en cuyo sitio estaba de muy antiguo edificado un hospicio para recibir y dar sustento a los que viajaban por devoción a los santuarios de España. Esmerose don Alonso con esta visita en mejorar este establecimiento. Dotolo nuevamente, y con magnificencia prescribió el modo y la limosna que había de darse a enfermos y sanos, y quiso que recibiese mayor valor tan piadosa fundación con el expreso otorgamiento de su hijo heredero, que apenas sabía tomar la pluma en la mano, cuando rubricaba con maestría unos diplomas tan conformes con su genio y con su inclinación. Llámase desde entonces el monasterio de Arvas, y hoy es colegiata famosa y célebre de patronato Real en aquellas montañas. Nuestro héroe dio desde muy niño ejemplo a sus mayores para que patrocinasen esta casa, y en efecto por sus memorias se advierte que lo han sabido seguir; y esta poderosa sombra ha producido en varios tiempos hombres de pro, que ilustran el catálogo de sus prelados o abades.

     Con tan bueno y temprano ensayo fue creciendo Fernando, y como en la persona de doña Berenguela su madre tuvo continuos modelos de imitación santa, luego que dejó el lado paterno para abrigarse más en su regazo, de cada día fue en aumento esta virtud en el corazón del hijo, y se radicó de tal suerte que en cierto modo se connaturalizó para cuanto pensaba y obraba. Las mayores acciones de su vida se advierten gobernadas por la caridad. El sufrimiento y disimulo con los que se le sublevaron, el perdón de los altivos y soberbios, el abrazo fraternal que daba a los enemigos reconciliados, todos fueron movimientos poderosísimos de su caridad. Tal vez no se hallará monarca entre cuantos han ocupado el solio de las Españas, que mayor caridad haya ejercido con sus vasallos, y el extremo de compasión con que miraba sus infortunios, era un efecto indubitable de su caritativo corazón. Publicarán hasta la más remota posteridad esta beneficencia la multitud de hospitales que erigió con solo el objeto de redimir cautivos, y asistirles en sus dolencias. Cuenca, Toledo, Burgos, León, Valladolid, y otros muchos pueblos principales de sus dominios dirán la atención que les mereció entonces para llevar adelante el ejercicio de la caridad con los pobres y miserables. Muchas veces los visitó de propósito en persona para arreglar sus establecimientos, y en innumerables diplomas consta del cuidado con que encargaba su régimen y gobierno nada menos que a los maestres e individuos de las Órdenes militares, que parece haber profesado en aquellos tiempos a instancia y persuasiones del santo Rey la hospitalidad por estatuto principal de su regla. Tal era el fomento y grandeza que dio a estas casas, tales las ordenanzas económicas que les dictó, y tales los fines y objetos que manifestaba en todas sus dotaciones. En estos establecimientos la largueza y la magnanimidad daban impulso a la pluma del santo Rey para firmar sus donativos, y cuando parecía que ya había agotado el erario, satisfaciendo en algún modo el fondo grande de caridad en que ardía de continuo, se advierte que cobrando nuevo ardor en las creces que el erario recobraba con las nuevas conquistas y extensión de los estados, tomaba fomento, y se disipaba en mayores larguezas y donativos.

     Por último Fernando se singularizó siempre en esta virtud de la caridad, y rebosando su corazón en la beneficencia para con los pobres, dejó a sus gloriosos ascendientes el testimonio más auténtico de ella, instituyendo la comida del jueves santo para doce de aquellos, de que con admiración vemos hasta el día continuado el ejemplo para mayor realce del crédito debido a nuestros felices soberanos.

     Pero entre los ejemplos de compasión fraterna que dio el Santo en su vida, no quisiera que se olvidase aquel que nos testifican varios documentos originales conservados en el monasterio benedictino de Sahagún, y de que habla modernamente el historiador de esta real casa el padre Escalona, fundado en ellos, y en la antigua Crónica del anónimo. Admira verdaderamente como toda la majestad de un rey poderoso, y ocupado en la conquista de Sevilla, cuando más podían lisonjear su grandeza los laureles del triunfo y de la victoria, suspenda todo este cuidado para dedicarse a asistir, oír y consolar al afligido prelado, a quien los vasallos encomendados por el mismo rey a su custodia y señorío, le niegan la obediencia, le amenazan, y le atormentan con atropellamientos y malos tratos. Lleno de caridad y compasión el santo Rey, rompe los diques al sufrimiento, se impacienta, y le asegura con su real palabra, que vengará este ultraje como hecho a su propia persona. Así lo decreta, y así pronuncia el castigo contra los injustos y atrevidos; pero apenas mueve los resortes de su innata compasión el ofendido, templa el santo Rey los filos de su justicia, y aunque no deja la espada de la mano para la venganza, adormece por lo menos el impulso del brazo, y deja al arbitrio del que perdona su propio agravio la ejecución del rigor de la pena, para que más resalten enmedio de la justicia la clemencia y la caridad con los ofensores.

     �Qué mucho si a vista de estos ejemplos, y otros infinitos que omitimos aquí, se hiciese tan característica del santo Rey la virtud de la caridad, que los primeros tipos de su venerable retrato los significase la devoción y el respeto, repartiendo monedas a los pobres, y socorriendo con larga mano las necesidades de sus míseros vasallos? Digno es por cierto de lamentarse que no se hayan multiplicado en los tiempos sucesivos estos traslados tan apreciables, y que por darle al santo Rey el glorioso timbre de Conquistador, le hayan privado los modernos del de la caridad, que creo le ha asegurado en el solio de los bienaventurados más que todos los triunfos y victorias.



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Trabajos, persecuciones y peligros padecidos por la fe

     Justo es que concluyamos la reseña de las virtudes y santas acciones del rey don Fernando con decir algo de sus trabajos, persecuciones y peligros padecidos por la fe, y que le han adquirido el nombre de Mártir en el concepto de muchos y graves autores.

     Ante todas cosas hablando de esto el padre Pineda en su Memorial sobre las virtudes del santo Rey, alega un pasaje que copia de la historia general que mandó escribir su hijo don Alonso, y advierte que lo ha leído en los manuscritos en pergamino, y que falta en la impresa. Empieza, pues, a tratar de las acciones de nuestros reyes con estas palabras: �Conviene que los fechos de los reyes que tienen logar de Dios en la tierra, sean fallados en escritura, sennaladamente los de los reyes de Castilla e de León, que por la ley de Dios e por acrescentamiento de la santa fe católica tomaron muchos trabajos, e se pusieron a muchos peligros en las lides que ovieron con los moros echándolos de las Españas.� El arzobispo don Rodrigo haciendo mérito particular de los que padecieron el rey don Fernando y su gente con este noble objeto, formó el cap. 95 del suplemento manuscrito de su historia, hasta ahora inédito en lengua vulgar, que se intitula: de los grandes trabajos que el rey don Ferrando, e todos los cristianos pasaron sobre el cerco de Sevilla. Son dignas de trasladarse sus expresiones, que por lo mismo de no haberse dado a luz, deben ser más estimables, aun en el concepto de que no sean del mismo sabio prelado como quieren algunos, pues por lo menos lo serán de autor muy cercano al tiempo de la conquista en que todos convienen.

     �Ganó el rey don Ferrando, dice, la ciudad de Sevilla pasando por muchos peligros e por muchas afrentas, e sufriendo muchas laserías, e muchas veladas, tomando el Rey en su cuerpo, e los sus vasallos con él en fasiendas, en torneos, en combatimientos e espolonadas que fasian con los moros, e los moros con ellos en recuas traer e en guardar e en las suyas de los moros defender que las non metiesen. Mucha mengua fue en esa cerca de viandas e grandes mortandades, fechas las unas en las lides e las otras en enfermedades grandes de grand dolencia que en esa hueste oviera: ca las calenturas eran tan fuertes e de tan grand encendimiento e tan detempradas que morían los homes de grand destempramiento, corrompido el aire que semeyaba llamas de fuego, e corría aturadamiente siempre un viento tan escalfado como si de los infiernos saliese, e todos los homes andaban todo el día corriendo agua de el grand sudor fasien también estando por las sombras como por fuera, o por do quier que andaban, como si en baño estoviesen: porque por fuerza les convenía que por esto que por el quebranto de las grandes laserias que sofrien, de adolecer e de se perder hi mui grand gente.�

     Muchas pinturas muy semejantes a esta podrían formarse si se hubieran los escritores de aquella edad entretenido en las descripciones de las batallas sostenidas entonces contra moros, y en los sitios puestos a los castillos y ciudades fuertes que se les ganaron. Sin embargo entre todas, después de la de Sevilla, merece muy particular memoria la conquista de Jaén, cuyo cerco diseña la Historia General de este modo: �Habiendo el rey don Ferrando ordenado que se repartiesen los ricos-homes e sus concejos, que estoviesen atemperados continuamente sobre Jaén, fasta que la oviesen, empero veyendo que non se fasio a su voluntat nin estaban tan firmemientre como el mandara, fuese para ella, e echose sobre ella e cercola, e comenzó a estar hi acoradamientre con mui fuerte tiempo que fasie de frío e de grandes aguas, ca era en medio del invierno, e los fríos eran atales, e las aguas tan afortunadas, e la costa tamaña, que las gentes se veían en grandes peligros e perdíanse muchos. E sufrieron hi mui grand laseria en razón del fuerte tiempo sin las otras afruentas grandes otrosí que se sofrieron en combatimientos e en torneos e en veladas, e en otras grandes laserias. E veyendo el rey moro tan afincadamientre estar el rey don Ferrando, temiendo que nunca dende se levantarie fasta quel tomase, acordose de traer pleitesía con el rey don Ferrando de le dar Jaén: e de se meter en su merced, etc.�

     Estos continuos trabajos, estas persecuciones, y estos peligros sostenidos por la fe, de que da testimonio muy completo cada una de las acciones militares que el santo Rey emprendió durante la conquista de Andalucía, le ganaron con justísima razón el sobrenombre de Defensor de la fe, título que la misma silla Apostólica consintió que se le aplicase en la primera efigie que se abrió en cobre al tiempo que en Roma se empezó a tratar de su canonización legal como hemos visto. La defensa del nombre cristiano llegó a estar vinculada en la vida de Fernando, y por eso asegura el obispo de Palencia en su historia que poco antes de su muerte habiendo sabido que andaban algunos moros maquinando el matarle a traición, y que ya habían concertado el precio de su muerte, decía a los suyos: No me buscan a mí sino a mi reino; porque piensan estos moros que con mi muerte con facilidad se harán señores de las Españas; y bien están persuadidos que no puede ser vencida España si primero Fernando no es vencido.

     Fundado pues en estas razones que acreditan el celo que Fernando tuvo siempre por la causa de la religión, y el peligro de muerte en que anduvo de continuo por causa de la fe, hasta que perdió la vida rendido a los trabajos que su defensa y ensalzamiento le atrajeron, no dudó la gravedad y gran ciencia del obispo de Tuy don Lucas en contarle entre los verdaderos mártires. Así se habla de este Rey en el capítulo 88 de su historia en castellano: �El rey católico e mui piadoso Ferrando era viejo de larga edad, e apelgado con enfermedad de hidropesía que había por el trabajo de las batallas que siempre fisiera por el trabajo de los mui malos moros. Cansado de grand lasedad murió de esta enfermedad, e el Señor Jesu-Cristo por quien tantas pasiones había sofrido, quería librar a su caballero e vicario de los peligros deste mundo, e darle reino para siempre durable entre los gloriosos mártires e reyes, que legítima e fielmientre habían peleado por amor de la fe, e de su nombre con los mui malos moros, e recibirle en el palacio del cielo, dándole corona de oro, que mereció haber para siempre.� Verdaderamente que si nuestro santo Rey no fue mártir en cuanto a dar la vida en manos del tirano y perseguidor, por lo menos lo fue padeciendo en el ánimo y en lo interior; lo fue en el vencimiento de las pasiones, y lo fue por haber sido no menos valiente y fuerte en las batallas espirituales, que en las corporales.

     Lo más particular de todo es que parece haberse recopilado está, y otras muchas más virtudes en los últimos momentos de su vida. La conquista de Sevilla fue, como hemos dicho, el crisol donde se purificó su santidad; el campo abierto donde al par de vencer a los enemigos de la fe, triunfó de los enemigos de su alma; el teatro más condecorado para representar al mundo lo justo, lo recto, y lo santo de cuanto pensó y obró toda su vida. Así se preparó para morir, y llegada aquella hora terrible para todos, pero consolatoria para los justos, causan admiración los esfuerzos que hacen cuantos han hablado de ella desde aquel mismo instante en que sucedió hasta nuestros días, para dar a entender las circunstancias que por todos caminos la hicieron edificativa, y digna de imitación. Entonces se vio en su semblante aquella alegría y risa espiritual, propia de las almas santas que nota san Gregorio; entonces la contrición y penitencia, sin la cual, como dice san Agustín, ninguno por santo que sea debe pasar de esta vida a la otra; entonces su encendida fe, reverenciadora del máximo de los sacramentos, y de todos los de la iglesia; la humildad y la observancia de sus sagradas ceremonias; la firme esperanza y devotísima confianza en la pasión y cruz de Jesu-Cristo; el profundo menosprecio de sí mismo, y de la grandeza y majestad real; la caridad con todos sus súbditos, desde el de mas alto grado, hasta el mas ínfimo y despreciable, encomendados con igualdad a su hijo heredero; la libre y completa razón de cuentas presentadas al supremo juez sobre la administración del reino que le había entregado; y en fin el entero cumplimiento de todas sus obligaciones, tanto de persona pública, como de persona privada, que le abrieron la puerta de los cielos, y obligaron a que los mismos ángeles acompañasen a ellos su dichosa alma entre aclamaciones de que hoy moría el hombre justo, el hombre escogido por Dios.

     Aunque el orden natural de las cosas pedía que habiendo hablado aquí de algunas de las virtudes del santo Rey en particular, y de otras en general, hablásemos ahora de uno de los premios debidos a ellas, cual es la obra sobrenatural de los milagros con que parece que la omnipotencia sella la aceptación de todas las naturales; nos abstenemos de esto por dos razones: lo primero, porque si la devoción quiere saciar todos sus deseos en esta parte, tiene bastante cebo en la vida del santo Rey que se contiene en el antiguo Flos Sanctorum, de que hemos dado individual noticia en el prólogo de estas Memorias. Lo segundo, que tanto como la facilidad en esta materia puede ser reprebensible, y la incredulidad absoluta del todo abominable, tiene peligro en una historia seguir el camino medio sin ladearse a uno u otro extremo; y no quisiéramos por una ni otra parte atraernos la crítica de los lectores.

     Sin embargo, son dignas de nuestra admiración y de nuestro respeto las sobrenaturales obras del Señor en los días del santo Rey, debidas indubitablemente a sus grandes méritos para con el mismo autor de todo lo criado. Si paramos la reflexión en las circunstancias individuales de muchas de sus conquistas las más de ellas se nos figurarán con razón sobrenaturales y maravillosas, y no tendremos repugnancia alguna en creer que el dedo del Señor estaba siempre dispuesto a dar movimiento a todo lo que obraba, y que sus Santos, ministros privados de la confianza y dirección divina, auxiliaban visiblemente el brazo del que seguía ocultamente los mandatos del Señor, siendo el instrumento de sus venganzas contra los que blasfemaban de su santo nombre.

     Por estos principios, que para fundarlos debidamente nos basta, y aun nos sobra la fe humana estampada en los escritos de aquella edad, nada hallaremos de común en cuanto nos cuentan, y queramos suponer sobre apariciones de Santiago y san Isidoro en los ejércitos de Fernando; sobre el extraordinario acontecimiento de parar el sol su carrera para concluir la batalla que emprende en Extremadura el maestre de Santiago; sobre el rompimiento de la cadena y puente de Sevilla; sobre los inopinados socorros debidos al cielo en los mayores conflictos, y en fin sobre otras mil acciones extraordinarias que refiere la historia; y que muchos han creído no sin graves motivos que fueron sobrenaturales.



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Santo y sabio gobierno

     El buen consejo y sabiduría son dones debidos al Espíritu Santo, y de ellos se produce en los potentados el gobierno feliz y sabio. Esto es lo que pedía a Dios Salomón, como prenda del mayor aprecio sobre todas cuantas pudiera concederle la mano omnipotente. Preveía que un rey sabio tiene ya todo cuanto necesita para gobernar bien sus estados, y que con la ciencia vienen vinculados todos los aciertos para reinar, y hacer felices sus días.

     Siguió nuestro santo Rey estas sólidas máximas, y su lectura era continua en los libros santos, y en los escritos de los antiguos que dictaban reglas de sana política. Tuvo en sus niñeces, según la opinión más común, un maestro sabio y santo, cual fue Martín obispo de León. Su madre, la mujer más prudente y de recto corazón que se conoció en aquellos siglos, suplía la mayor parte de esta enseñanza. Desde sus brazos pasó bien joven a los del sabio prelado de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada, que desde el instante mismo en que empezó a reinar no desampara su lado, sino cuando le llama a Roma la obediencia o el interés de su Metrópoli. En mil lances dirigen su conciencia un san Pedro González Telmo, un san Pedro Nolasco, los sagrados fundadores de las órdenes Dominica y Franciscana, y en fin pues Dios le proporcionaba en sus días la conversación y trato de estos y otros varones doctos y timoratos, aprovecha estas venturosas circunstancias, y los disfruta cuanto puede, apreciando la mano divina que se los ponía delante.

     El obispo Tudense dice en su Crónica latina y vulgar: Fue visto que folgó sobre él el Espíritu de sabiduría, que fue en Alfonso rey de Castilla su abuelo. Y en otra parte: Quan gloriosa e sabiamente se haya avido en ese tiempo, no hay quien lo pueda mostrar en escritura... tenía consigo varones católicos muy sabios, a los cuales encomiendan él e su madre todo el consejo. En el suplemento que se hizo a la historia de don Rodrigo, y tiene grande autoridad, se dice: Qué fue de buen entendimiento e muy sabidor; y que después de haber ganado a Sevilla, la ennobleció y pobló de maestros, e sabidores de por todas vías saber bien vivir: lo cual dejó expresado el mismo obispo don Lucas en el capítulo 83 de su Crónica vulgar con estas palabras: Para más enfermoscar la cibdad envió por maestros que fuesen sabios en todas las artes, de las cuales parecía haver menester el pueblo de la cibdad de Sevilla.

     De esta sabiduría se produjo también aquel noble pensamiento de que conociendo su valor y la felicidad que trae a los estados la ciencia e instrucción de los vasallos, le mereciese el mayor cuidado el engrandecimiento de la universidad de Salamanca, de que hablaremos en su lugar debido. Del mismo modo fueron efectos de esta instrucción peculiar de san Fernando otras muchas particularidades de su santo y buen gobierno, como el corregir los malos usos y costumbres que por leyes municipales tenían algunos pueblos, y el dictar a otros los que más convenían para su mejor población y policía. Persuade esta circunstancia la historia antigua en castellano, que se atribuye al mismo obispo de Tuy, diciendo en el capítulo 100: Este Rey tanto pugnó en los usos de todas bondades guisar, e obrar siempre en toda la su vida, que nombre complido, de todo buen prez ganó; ca todos cuantos otros a razón había de facer merced en dar buenos fueros, e franquezas. Don Alonso el sabio su hijo ponderó esta misma circunstancia en el elogio que hizo de su bienaventurado padre, y en la historia general que se le atribuye, habla muy particularmente del esmero con que cuidaba del gobierno, prefiriendo este cuidado al de su salud y regalo, pues apenas convaleció de la grande enfermedad que padeció en Burgos en los primeros años de su reinado, dice que comenzó de andar por la tierra faciendo justicia, e castigandol e parandol bien, ca era muy bien menester. E estando en Palencia falló hi muchos querellosos e enderezolos bien ante que ende salió. Lo mismo se lee en la referida historia general por lo que respecta a lo que hizo en el momento en que entró en la posesión del reino de León, con aquellas palabras: Andubo por el reino de León faciendo justicia, e buen paramiento del reino. Finalmente fue tan notoria su solicitud en el buen gobierno, y tan continuo este cuidado, que ni las distracciones más naturales le apartaban de él, aprovechando hasta los momentos de holgura para cumplir con esta principal obligación; lo cual hizo decir a Mariana en el libro 13 capítulo I que habiendo contraído su segundo matrimonio, llevaba a la nueva casada doña Juana por las ciudades de León y Castilla: y con esto visitaba sus estados.

     En tomar consejo de todos era tan solícito cual otro alguno de los reyes que le precedieron, y de los que después le han sucedido. Nunca se preció de la compañía y franqueza de gente baladí, y cuando ya le faltaron su madre, y los principales maestros que le habían documentado, emprende nada menos que la justísima idea de hacer venir a su corte doce de los hombres más sabios que entonces se conocían en sus reinos, y en los estados más cercanos a estos para que le aconsejen libremente, y le dirijan tanto en lo espiritual como en lo temporal.

     Será eterno testimonio de sus deseos de saber y de acertar aquel discretísimo tratado sobre la nobleza y lealtad que a instancia suya, y por su mandato le entregaron estos doce sabios, y de que hasta ahora sólo se ha hecho una edición en Valladolid en 1509 con gran detrimento de la enseñanza de los príncipes. Yo lo hallo digno de que no lo dejen de la mano los que gobiernan nuestra Monarquía, o la han de gobernar por sucesión; y pues es un monumento de buen gobierno, que mereció la aceptación de un Rey tan santo, tan discreto y tan instruido como nuestro don Fernando, permitáseme que aquí lo produzca, aunque sea de alguna extensión, pues creo no disgustará la simplicidad de sus máximas, y mucho más la buena consecuencia de que solicitándolas aquel Monarca, no pudo menos de abrazarlas en su buen gobierno. Cualquiera que lea este tratado, y después coteje el elogio que don Alonso su hijo hizo a su padre don Fernando, y pondremos más adelante, verá que esta fue la teórica dictada para reinar bien, y aquel elogio la comprobación de la práctica de estas doctrinas. En el real monasterio de san Lorenzo se halla el ejemplar de la edición que he citado, y es la única que he podido descubrir hasta ahora; pero como allí mismo se conserva entre los manuscritos una copia del siglo décimo tercio, he compulsado esta con la edición, y de ambas he completado y corregido el texto que ahora doy a luz para la común instrucción. Sólo omitiré aquí el último cap. 66 de este tratado, porque se conoce en su relato que se añadió por estos sabios cuando después de la muerte del santo Rey lo volvieron a poner en manos de su heredero don Alonso, reinando ya en Castilla y León, y pertenece a la colección de elogios debidos a nuestro Monarca, de que hablaremos más adelante. Ahora nos ceñimos a dar el tratado del modo que es presumible se presentó al rey don Fernando para su santo y sabio gobierno; y dice así:



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Comienza el libro de la Nobleza y Lealtad

     El muy alto, e muy noble, poderoso e bienaventurado sennor don Ferrando de Castiella, e de León. Los doce sabios que la vuestra merced mandó que viniésemos de los vuestros reinos, e de los reinos de los reyes vuestros amados hermanos, para os dar consejo en lo espiritual, e temporal; para salud, e descargo de la vuestra ánima; e de la vuestra esclarecida, e justa conciencia. E en lo temporal para os decir, e declarar lo que nos paresce en todas las cosas que nos dijistes, e mandastes que viésemos. Et sennor todo esto os avemos declarado largamiente, según que a vuestro servicio cumple. Et sennor a lo que agora mandais que os demos por escripto las cosas que todo príncipe, e regidor de reino debe aver en sí: y de como debe obrar en aquello que a él mismo pertenesce. Et otrosí de como debe regir, e castigar, e mandar, e conocer a los de su reino: para que vos, e los nobles sennores infantes vuestros fijos tengáis esta nuestra escriptura para la estudiar, e mirar en ella como en espejo. Et sennor por cumplir vuestro mandado, e servicio fizose esta escriptura breve, que os agora dejamos. Et aunque sea en sí breve, grandes, juicios, e buenos trae ella consigo para en lo que vos mandastes. Et sennor plega a la vuestra alteza de mandar dar a cada uno de los altos sennores infantes vuestros fijos el traslado della, porque así agora a lo presente, como en lo de adelante por venir, ella es tal escriptura, que bien se aprovechará el que la leyere, e tomare algo de ella a pro de las ánimas, e de los cuerpos. Et sennor el que es Rey de los reyes, que es nuestro Sennor Jesu-Cristo, que guió a los tres reyes Magos, guíe, e ensalce la vuestra alteza, e de los vuestros reinos, e a todo lo que más amades, e bien queredes.

     Sennor, ponese luego primeramiente en esta escriptura de la Lealtanza, que deben aver los hombres en sí. Et luego después de la Lealtanza se pone la Cobdicia, que es cosa infernal: la cual es enemiga, e mucho contraria de la Lealtanza. Et después vienen las vertudes que todo rey, e regidor de reino debe haber en sí, e que tal debe seer. Et que todo regidor de reino cumple de seer de la sangre, e sennoría real, e que sea fuerte, e poderoso, e esforzado, e sabio, e enviso, e casto, temprado, e sannudo; e largo, e escaso, e amigo, e enemigo, e piadoso, e cruel, amador de justicia, e de poca cobdicia, e de buena abdiencia a las gentes. Et adelante está como se entiende cada una destas cosas, e por que manera debe usar de cada una dellas.



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Capítulo I

De las cosas que los sabios dicen, e declaran de la Lealtanza

     Comenzaron sus dichos estos sabios, de los cuales eran algunos dellos grandes filósofos, e otros dellos de santa vida. Et dijo el primero sabio dellos: Lealtanza es muro firme, e ensalzamiento de ganancia. El segundo sabio dijo: Lealtanza es morada para siempre, e fermosa nombradía. El tercero sabio dijo: Lealtanza es árbol fuerte, e que las ramas dan en el cielo, e las raíces en los abismos. El cuarto sabio dijo: Lealtanza es prado fermoso, e verdura sin sequedad. El quinto sabio dijo: Lealtanza es espacio de corazón, e nobleza de voluntat. El sexto sabio dijo: Lealtanza es vida segura, e muerte honrada. El seteno sabio dijo: Lealtanza es vergel de los sabios, e sepultura de los malos. El octavo sabio dijo: Lealtanza es madre de las vertudes, e fortaleza non corrompida. El noveno sabio dijo: Lealtanza es fermosa armadura, e alegría de corazón, e consolación de pobreza. El décimo sabio dijo: Lealtanza es sennora de las conquistas, e madre de los secretos, e conformación de buenos juicios. El onceno sabio dijo: Lealtanza es camino de paraíso, e vía de los nobles, e espejo de la fidalguía. El doceno sabio dijo: Lealtanza es movimiento espiritual, loor mundanal, arca de durable tesoro, apuramiento de nobleza, raíz de bondad, destruimiento de maldad, perfición de seso, juicio fermoso, secredo limpio, vergel de muchas flores libro de todas sciencias, cámara de cavallería.�



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Capítulo II

De lo que los sabios dicen de la Cobdicia

     �Desque ovieron fablado de Lealtanza, dijeron de Cobdicia. Et dijo el primero sabio: Cobdicia es cosa infernal, morada de avaricia, cimiento de soberbia, árbol de lujuria, movimiento de invidia. El segundo sabio dijo: Cobdicia es sepultura de vertudes, pensamiento de vanidad. El tercero sabio dijo: Cobdicia es camino de dolor, e sementera de arenal. El cuarto sabio dijo: Cobdicia es apartamiento de placer, e vasca de corazón. El quinto sabio dijo: Cobdicia es camino de dolor, es árbol sin fruto, e casa sin cimiento. El sexto sabio dijo: Cobdicia es dolencia sin melecina. El seteno sabio dijo: Cobdicia es voluntat non saciable, pozo de abismo. El octavo sabio dijo: Cobdicia es fallescimiento de seso, juicio corrompido, e rama seca. El noveno sabio dijo: Cobdicia es fuente sin agua, e no sin vado. El décimo sabio dijo: Cobdicia es compannia del diablo, e raíz de todas maldades. El onceno sabio dijo: Cobdicia es camino de desesperación, e cercanía de la muerte. El doceno sabio dijo: Cobdicia es sennoría flaca, placer con pesar, vida con muerte, amor sin esperanza, espejo sin lumbre, fuego de pajas, cama de tristeza, rebatamiento de voluntat, deseo prolongado, aborrecimiento de los sabios.�



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Capítulo III

Que el rey, o regidor del reino debe seer de la sangre real

     �Primeramiente dijeron estos sabios, que fuese de sangre real: por cuanto non sería cosa complidera nin razonable que el menor rigiesse al mayor, nin el siervo al sennor. Et más razón es quel grado dependa de la persona, que la persona del grado. Et cualquier que ha de regir reino, requiere a su sennoría que sea de mayor linaje e de mayor estado que los que han de ser por él regidos: porque a cada uno non sea grave de rescebir pena o galardón por el bien o mal que feciere, e non aya a menguar los súbditos a su regidor de seer regidos, e castigados por él, nin de ir so su voluntat cuando cumpliere.�



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Capítulo IV

Que debe el rey seer fuerte, e poderoso, e esforzado, e sabio, e enviso

     �Dijeron que cumplía fuese fuerte, e poderoso, e esforzado, e enviso. Et razonable es quel que non ha poderío, non ha lugar de cumplir justicia, nin de regir, nin de facer ninguna cosa de las que a regimiento de reino pertenescen: que puesto que sea de sangre real, si poderío non ha, non podrá regir los poderosos, e nin los flacos tan solamente: que el oficio la persona lo face seer grande, menguado seguientes la cuantidad o calidad del que tiene el oficio; como ya ayamos visto muchos de sangre real, e aun reyes e príncipes: e porque non son poderosos, son en grand caimiento e perdimiento, e en grand pobreza, e abiltados e sobjudgados de otros de menor linaje que ellos.

     Et si estas dos cosas han, e non son esfortados, e fuertes non les aprovechará; que sin esfuerzo non puede ser fecha, nin acabada cosa buena nin mala, como la covardía sea la cosa mas vil, e menos temida que todas las cosas del mundo, e por esfuerzo, e fortaleza vimos acabados muy grandes fechos, e obras maravillosas. Et la fortuna de sí mesmo ayuda a los osados. Et el que ha de regir reino, si esfuerzo, e fortaleza non oviese, non podría venir en perfición de su regimiento, nin dar fin a ningún buen fecho. Et los que con el reino oviesen guerra cobrarían osadía, veyéndolo más flaco, e de poco esfuerzo, e fortaleza, e muy de ligero podría el reino perescer, cuando non oviese buena cabecera, como muchas veces hayamos vistos muchos reinos seer perdidos por haber rey, o príncipe, o regidor cobarde, e flaco, e de poco esfuerzo.

     Et por contrario con esfuerzo, e fortaleza llevar lo poco a lo mucho, e lo menos a lo más, e seer defendidas muchas tierras por ello. Et al fuerte, e esforzado temenlo, e non se atreven a él los suyos, nin los estrannos, e más vence su nombre que el golpe de su espada: mas non cumple que sea fuerte nin esforzado a los flacos, e de poco valor, que la fortaleza, e esfuerzo se debe usar en sus tiempos, e logares debidos, e convenientes, que a grand fazanna, o regimiento pertenescan. Et que non aya temor de regir, así al fuerte como al flaco: que si temor en esto tiene, nunca buen fecho fará. Onde dijo el filósofo: fortaleza es de sí mesma queja de atender la virtud del su nombre.�



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Capítulo V

Que fabla del esfuerzo, e fortaleza, e de las vertudes que han

     �El primero sabio dellos dijo: Esfuerzo e fortaleza son sennores de las batallas. El segundo sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son aparcioneros de la fortuna. El tercero sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son durable remembranza. El cuarto sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son camino de buenandanza. El quinto sabio dijo: El esfuerzo cometió e la fortaleza sostudo las bienaventuranzas mundanales; que son así como ganar, e defender, e por ende en el nobre son singulares vertudes. Et dijo el sexto sabio: Mas demandado es el esfuerzo e fortaleza en los grandes, que non en los pequeños: como todos ayan de guardar al capitán, sin esfuerzo es batalla vencida, aunque ayan compañas fuertes e esforzadas. El seteno sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son honra de los grandes, e sobimiento de los pequennos. El octavo sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son estado de los pobres, e refrenamiento de los poderosos. El noveno sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son gloria de voluntat, e grandeza de corazón. El décimo sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son quebrantamiento de soberbia, e desfacimiento de cobdicia, e vencimiento de locura. El onceno sabio dijo: Esfuerzo e fortaleza son cámara de caballería, e ensalzamiento de señoría, e temor a los oyentes, fama honrosa, mundano ensalzamiento. Et por ende en los magníficos son gracias incomparables, e muy complideras (20). Como fallamos que todavía el esfuerzo e fortaleza fueron vencidores e non vencidos, mas cumple que sean temprados con seso.�



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Capítulo VI

Que fabla otra vez de como el rey debe seer sabio e enviso

     �Dijeron que fuese sabio e enviso, por cuanto muchos son sabidores, e non vienen tan avisados a los fechos; que el avisamiento dicierne e iguala en sus tiempos las obras que la sabiduría determina. Et son así en egualanza como voluntat e obra, e la sabiduría ponemos que sea la voluntat, e el avisamiento la obra, e puesto que ome tenga voluntat, si non obra, non es fecho acabado: e por ende el avisamiento es discrición que eguala, e obra en sus tiempos las cosas de sabiduría, e de necesario son e deben ser aparcioneros sabiduría, e avisamiento. Es virtud incomparable e maravillosa, e muy complidera en el rey, o príncipe, o regidor, porque por ella pueda bien regir el reino, o regimiento que le es encomendado, e dar pena a los malos, e galardón a los buenos, e igualar e temprar los fechos, e conoscer los fechos e los tiempos: que muchas veces es necesario, e complidero al príncipe o regidor matar al que non lo meresce, e soltar al que lo meresce. E puesto que poderío, e esfuerzo, e fortaleza sean tan altas, e tan maravillosas cosas como avemos dicho, si sabiduría e avisamiento non ha al que las tiene estas, nin otras, non le podrían aprovechar: que muchas veces vimos muchas campañas poderosas, e fuertes, e esforzadas seer vencidas, e conquistadas de muy pocas gentes por la poca sabiduría, e avisamiento suyo, e por el saber e avisamiento de los otros.

     E la sabiduría e avisamiento dan a entender al que las tiene, por donde, e como debe usar: et el que es sabio non puede seer corrompido en sus fechos, por ende dijo el primero sabio: Sabiduría es muro non corrompido e claridad sin escureza. El segundo sabio dijo: Sabiduría es cosa infinita e depende del infinito Dios. El tercero sabio dijo: Sabiduría es espejo de los sabios, que mientras más se miran, más fallan que mirar. El cuarto sabio dijo: �Sabiduría es destruimiento de maldad, e perfición de bondad. El quinto sabio dijo: Sabiduría es tristeza de los malos, e placer de los buenos. El sexto sabio dijo: Sabiduría es ensalzamiento del sol, que escalienta, e beneficia el mundo. El seteno sabio dijo: Sabiduría es árbol de todas flores, e cámara de todas sciencias. El octavo sabio dijo: Sabiduría es amor de todos amores, e agua de todas fuentes, e memoria de todas las gentes. El noveno sabio dijo: Sabiduría es aparamiento de vertudes, e carrera derecha del paraíso. El décimo sabio dijo: Sabiduría es alcanzar fermosa consolación de pobreza, vergel de los sabios. El onceno sabio dijo: Sabiduría es sennora non conoscida, candela del alma, destruimiento de los diablos. El doceno sabio dijo: Sabiduría es cosa vesible, e perfición invisible, sepultura de los malos, deseo de los buenos, juego de pella, viva centella, amor con esperanza, ley de todos reyes, cobertura de todas menguas, manjar non negado, sennoría infinita, piedra preciosa, arca de maravilloso tesoro, estatuidad firme, vida del mundo, más alta que lo alto, e más fonda que lo fondo, cerco redondo de que todos traban, non ascondida, nin menguada a los que la buscan, e es amiga de sus amigos e enemiga de sus enemigos: por ende quien sus fechos obra bien sabiamente e con buena ordenanza, e avisamiento, de necesario acabará cuanto quisiere, e non le será cosa negada, nin fuerte de facer.�



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Capítulo VII

Que fabla de la castidad e de las sus vertudes

     �Dijeron que fuese casto, por cuanto castidad en el príncipe es una maravillosa virtud, e non tan solamente aprovecha a los que la tienen, mas a todos sus súbditos, por cuanto necesaria cosa es, que los que han de complacer a alguna persona que sigan su voluntat e ordenanza, e fagan manera de obrar aquellas cosas que son cercanas a su voluntat, por tal de aver la su ogracia, e merced especialmiente de los magníficos príncipes, e reyes: e como en espejo se catan las gentes en el príncipe, o regidor casto, e amanlo, e loanlo, e cobdicianle todo bien, e ruegan a Dios por su vida, e non han dubda que nin les tomarán las mujeres, nin las fijas, nin les farán por ende deshonra, nin mal, e es mui certa no salvamiento del alma, e maravilloso loor del mundo, e estranna sennoría, e gracia de Dios en las batallas, como muchas veces ayamos visto los príncipes castos ser vencedores, e nunca vencidos: e tomamos ejemplo en el duque Godofre, e en otros muchos príncipes, cuantos e cuand grandes fechos, e maravillosas cosas fecieron, e acabaron por la castidad, lo cual las estorias maravillosamiente notefican. E por la lujuria vimos perdido muchos príncipes e reyes, e desheredados de sus reinos: e muchas muertes e deshonras e perdimientos así de cuerpos, como de almas, de que damos ejemplo en el rey David el destruimiento que Dios fizo por su pecado: e en el rey Salomón, que adoró los ídolos; e en Aristótiles, e Vergilio, e en el rey Rodrigo, que perdió la tierra, e en otros reyes, e príncipes, e sabidores, que sería luengo de contar, de que las estorias dan testimonio.

     E por ende fablando de castidad dijo el primero sabio: Castidad es vencimiento de maldad, e espejo del alma, e corona de paraíso, sennoría de las batallas, precio de los reyes especial gracia de Dios. El segundo sabio dijo: Castidad es vida sin muerte e placer sin pesar. El tercero sabio dijo: Castidad es vencimiento de voluntad, e gloriosa naturaleza. El cuarto sabio dijo: Castidad es nobleza de corazón, e lealtanza de voluntad. El quinto sabio dijo: Castidad es durable remembranza, e perfeta bienaventuranza. El sexto sabio dijo: Castidad es amiga de sus amigas, cimiento de nobleza, e tejado de vertudes. El seteno sabio dijo: Castidad es acatamiento de nobles, e deseo de ángeles. El octavo sabio dijo: Castidad es magnífica elección, e muy acabada discrición. El noveno sabio dijo: Castidad es memoria en el mundo, e juicio non corrompido. El décimo sabio dijo: Castidad es verdura sin sequedad, fuente de paraíso. El onceno sabio dijo: Castidad es animal amor, e obra sin error. El doceno sabio dijo: Castidad es apuramiento de nobleza, es lección de fe, tempramiento de voluntat, morada limpia, e fermosa rosa oliente, puro diamante, amor de pueblo, consolación de los religiosos, gemido de los lujuriosos. E por ende a todo príncipe e regidor es necesario la castidad, e cosa complidera para el pueblo. E si es en ome mancebo, e fermoso, non puede ser más maravillosa su vertud.�



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Capítulo VIII

Que fabla de la tempranza, e de como es medianera entre todas las cosas

     �Temprado dijeron que fuese: por cuanto tempranza es una maravillosa vertud, e es medianera entre bien e mal: e es medio entre todas las cosas. Que si el sennor, o príncipe, o regidor non remediase su sanna con tempramiento, muy de ligero podría facer en cosa con dagno grande del pueblo, de que se arrepintiese, e por ventura non pudiese remediar: e temprando su sanna, e todos sus fechos, non fará cosa que sea deservicio de Dios, e dagno del pueblo, antes sus fechos serán siempre temidos, e loados, e non le puede seer reputados a mal. Onde dijo el primero sabio: Tempranza es camino de bien, e adversaria del mal. El segundo sabio dijo: Tempranza es conocer ome a Dios, e asimesmo. El tercero sabio dijo: Tempranza es espejo de vertudes, e desfacimiento de maldades. El cuarto sabio dijo: Tempranza es escudo de seso, e perfecta sabiduría. El quinto sabio dijo: Tempranza es escudo acerado de confondimiento, e destruimiento de soberbia. El sexto sabio dijo: Tempranza es caimiento de cobdicia, e apartamiento de ira. El seteno sabio dijo: Tempranza es compañera del bien vevir, e enemiga de la muerte. El octavo sabio dijo: Tempranza es olvidamiento de lujuria, lazo en que caen los diablos. El noveno sabio dijo: Tempranza es sciencia divinal, e cercano salvamiento del alma. El décimo sabio dijo: Tempranza es morada segura, e torre firme, loor de los sabios. El onceno sabio dijo: Tempranza es natural razón, e perfición con memoración, destruimiento de los pecados, vía de bien obrar, puerta de paraíso. El doceno sabio dijo: Tempranza es juicio verdadero, e amigo de Dios, e del mundo, familiar de los sesudos, enfrenamiento de los locos, remedio de malaventuranza, causa de bienaventuranza, secredo de los nobres, regimiento de los reyes, durable establecimiento, perfición de fe, avisamiento de los errados. E por ende a todo príncipe es necesario la tempranza, e el que no es temprado en sus fechos, e da lugar a su sanna, non ha juicio de ome, e entre los sabios es llamado bestia salvaje.�



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Capítulo IX

Que el rey debe seer sannudo a los malos

     �Sannudo debe seer todo rey, o príncipe, o regidor de reino contra los malos: e contra aquellos que non guardan servicio de Dios, nin pro común de la tierra, e roban a los que poco pueden, e les toman lo suyo contra su voluntad, e cometen, e facen traiciones o maldades, o yerran contra su persona non le temiendo, e atreviéndose a él: que el príncipe, rey, o regidor que non da por el mal pena, e por el bien galardón, non es digno de regimiento: que regidor del reino tanto quiere decir como pastor de las ovejas, que ha de dar vía por donde usen e vayan: destruidor de los malos, emendador de los malos usos e costumbres, refacedor de los bienes, igualador de las discordias, a las veces con sanna, a las veces con buena palabra, e enseñador de las vertudes, destruidor de los pecados, e pena de la maldad, e gloria de la bondad, e defendimiento del pueblo, poblador de tierra, pértiga de justicia. E por ende le es complidera la sanna contra los malos, e crueles, e desordenados, e a sus fechos: quel príncipe o sennor, en quien no hay sanna o crueldad cuando cumple, non puede bien regir reino, que cada uno se atreva a mal obrar en esfuerzo de non ser castigado. E mas temor pone la sanna del rey, o del regidor que es conoscido por justicia, que la justicia que face o manda facer. E más la debe monstrar a los grandes, que a los pequennos; que ganado lo más, lo menos es cosa vencida: e muy más gran castigo es al pueblo veer quebrantada la soberbia de los grandes, que seer sometido a justicia: razón clara e muy conoscida es, de que las obras pasadas dan testimonio.�



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Capítulo X

Como el rey, o príncipe, o regidor de reino debe asennorearse de su pueblo

     �Otrosí cosa complidera es, e muy necesaria al príncipe, rey, o regidor del reino asennorearse de su pueblo, e que en sus tiempos, e lugares convinientes sea tenido por sennor, e conoscido por los estrannos que antél vinieren en las sennales de obediencia, que vieren que le facen los sus súbditos, e que sea temida su razón, e temido su nombre, e ninguno non fable con él a igualanza, nin sin reverencia e omildanza: e más temido debe seer de los grandes que de los pequennos, e con mayor abtoridad se debe asennorear dellos, que todos teman su sanna, e ayan pavor de errar, e enojarle con sus maldades e yerros: e non cumple que sea igual a la viga que dio Júpiter a las ranas, que del golpe se asombraron, e después sobían encima della: que muy fuerte cosa es de mudar la costumbre, e muy más ligera cosa es deponella que de emendalla: que si una vez pierden el miedo al rey o regidor del reino, atrevénsele a él, e non le temen después. E lo que en el comienzo remediara con sola palabra, non lo remediará después matando, e faciendo crueldades. E por ende la doctrina priva a las veces a la mala naturaleza e todo rey o príncipe debe ordenar su sennoría, e regir su tierra en justicia e asennorearse de ella, por manera que aya escusada la emienda e arrepentimiento; pero no se tenga en tanto, que deje de honrar a los buenos, e a los que lo merescen, a cada uno en su grado, veces con buena palabra, veces faciendo mercedes que muchas veces las buenas obras facen de los enemigos amigos: mas non espere amistanza del enemigo, que es sin causa, e por desordenada voluntad, nin tarde la venganza, do viere crecer el dagno: que muchas veces queda la mancilla, e non el lugar.�



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Capítulo XI

Que el rey, o príncipe, o' regidor de reino debe seer compannero a sus compannas

     �Compannero debe seer el rey, o príncipe, o regidor de reino con las sus compannas en los facer muchas honras, e gasajados, e facer placer con ellos cuando cumpliere, e en las guerras, e batallas comer e beber de compannía, e burlar con los suyos, e entremeter con ellos algunas maneras de solaz, e honrarlos, e loarlos en plaza el bien que fecieren, e facerles merced por ello, e darles buena palabra, e rescebirlos bien cuando venieren a él, e mostrarles gesto alegre, e pagado; que del sennor que se aparta, fuyen dél, e aborréscenlo los suyos, e los estrannos; que todo sennor cumple que se muestre al pueblo, e sea alegre, e palanciano. E cuando se veyere en prisa, no debe mostrar temor a su gente, que grande desmayo es de gente conoscer miedo en el príncipe o cabdillo: e non es cosa complidera, que muchas veces buen esfuerzo vence mala ventura. Et el miedo non es yerro mas naturaleza derecha: publicallo es grand mengua, encobrillo es nobreza de corazón, antes fablando con las sus compannas, e esforzándoles como compannero, debe seer el primero que tomare la lanza, e decir algunos dichos de osadía. Et como ya avemos dicho, el esfuerzo ovo las glorias mundanales, e es hermano de la fortuna; pero non sea tanto compannero que se atrevan a él fuera de razón, que de todas las cosas el medio, e tempranza es la mejor, según ante dejimos en el tratado de tempranza.



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Capítulo XII

Que el rey debe seer largo a los nobles, e fidalgos, e de buen linaje, e a los otros que bien obran

     �Largo debe ser el rey o príncipe, o regidor de reino a los nobles, e fidalgos, e de buen linaje e a los otros que bien obraren, e alguna fazanna, o nobleza de caballería fecieron, o en otras cosas bien e lealmiente servieron, así por las noblezas que fecieron cuando pudieron los que non pueden, como por las riquezas los que pueden: e de los que en su servicio murieren, seer largo en facer merced a sus fijos, e a los de su linaje, porque todos ayan voluntad de bien facer, e de lo seguir lealmente, e con voluntad: que una de las principales gracias que cumple aver en los sennores especialmiente en los conquistadores, es seer largos de corazón e de obra pero que non se debe mover ligeramente a facer merced, fasta seer cierto del bien que cada uno fizo.

     Et en esto debe el rey, o príncipe, o regidor poner pesquisidor, porque muchas veces acaéscele seer fechas relaciones infitosas, e facer bien a quien non lo meresce, e non a quien lo meresce. Et por ende ya dejimos como avisamiento es vertud cercana de sabiduría: e non tan solamiente debe el príncipe, o regidor pesquerir, e saber esto, mas en todo el reino e regimiento debe saber qué personas buenas hay en cada cibdad, o villa, o logar, e como usan, e cuales son para guerra, e cuales son para officios, e cuales cobdiciosos desordenados, e cuales temprados, porque cada uno dé e ordene lo que entendiere que le cumple, e así non fará cosa desordenada nin sin razón, que la largueza es muy noblecida vertud. Onde dijo el primero sabio: Largueza es manifeciencia de los grandes, e esfuerzo de corazón en los pequennos. El segundo sabio dijo: Largueza es contentamiento de voluntad, e gracioso deseo. El tercero sabio dijo: Largueza es menospreciamento de cobdicia, e vencimiento de malicia. El cuarto sabio dijo: Largueza es morada de nobleza, e cimiento de fidalguía. El quinto sabio dijo: Largueza es placer de corazón, e conoscimiento de razón. El sexto sabio dijo: Largueza es cámara de los reyes, e ensalzamiento de su estado. El seteno sabio dijo: Largueza es lección de vertudes, e nobleza de voluntad. El octavo sabio dijo: Largueza es corona de los príncipes, e refrigerio de los mendigantes. El noveno sabio dijo: Largueza es sennora de las conquistas. El décimo sabio dijo: Largueza face a los enemigos amigos, e a los amigos siervos. El onceno sabio dijo: Largueza es refrenamiento de mala fama, e encubrimiento de todas maldades, silla de todos poderes, alegamiento de voluntades, fe de los vasallos, ensalzamiento de los sennores amor de todas las gentes. El doceno sabio dijo: Largueza destruye los malos, e ensalza los buenos.



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Capítulo XIII

Que el rey, o príncipe debe seer escaso en aquellas personas, e logares de que se non espera alguna vertud

     �Escaso debe seer el rey o príncipe en aquellas cosas, e logares de que non espera alguna vertud, nin bien, e a los malos que obran mal, e a los que le non precian, e le buscan dapno, e deshonra, e a los lisonjeros que a la verdad niegan sus derechos: e a truhanes, e juglares, e aluardanes en sus tiempos, e logares convinientes facer alguna gracia e merced, porque debido es al príncipe de entremeter a sus cordiales pensamientos algund entremetimiento de placer. Onde dijo Catón: Interpone tuis interdum gaudia curis.



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Capítulo XIV

Que el rey debe seer amigo de los buenos, e leales, verdaderos que andan e siguen carrera derecha

     �Amigo debe seer el rey, o príncipe, o regidor de reino de los buenos, e leales, e verdaderos, que andan e siguen carrera derecha, e lo aman de dentro, e de fuera, e detrás, e delante, acerca, e alejos por su provecho, e su dapno, que el amigo que es por solo su provecho non usa de amistanza, mas de mercaduría, e es aborrescible. Et otrosí debe seer amigo de sus buenos servidores, e de aquellos que ve que le sirven, e aman a todo su poder, e amarlos, e preciarlos, e facerles bien por ello, que el amor le dará a conoscer a los que le fablan verdad o arte; e mire bien el gesto o la scriptura, o obra del obrador, o decidor, o esquinidor. Et de cada uno la obra, o decir, o scriptura dará testimonio, o será mal conocedor el que lo viere: que muchos fablan al sennor a su voluntad por le complacer, e lisonjear, negándole la verdad, lo cual es manifiesto yerro, ca a su sennor debe ome decir la verdad claramiente, e abiertamiente le mostrar los fechos, aunque sean contra sí mesmo, que nunca le traerá grand dapno, que si el sennor fuere discreto, e sabio, por ende será más su amigo, e tenerlo há dende en adelante, e non espera dél traición nin mal. Et al que su sennor encubre la verdad, non dudará de le seer traidor o malo cuando le viniere a caso, e este atal non debe seer dicho amigo, mas propio enemigo: que sobre la verdad es asentado nuestro señor Dios, e todo rey o príncipe debe amar los verdaderos, e seer su amigo, e les facer muchas mercedes.



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Capítulo XV

Que el rey, o príncipe, o regidor de reino debe seer enemigo de los que quieren el mal, e la traición, e la siguen, e usan della

     �Enemigo debe seer el rey, o príncipe, o regidor, de los que quieren el mal, e la traición, e la siguen, e usan della, e dejan el bien, e sus obras son siempre malas, e de estos atales debe seer enemigo para los destruir, e echar del mundo, o de la tierra, e los apartar de sí. Et otrosí a los que traen, e ordenan fuegos o muertes, o desordenanzas de reino, e de la gente, e usan maneras, e sofismas engannosas e malas, e la voz destos tales fallará publicada en los pequennos e simples, e en los pueblos a quien por Dios son revelados los fechos ascondidos destos tales, que son dados por pregoneros de sus maldades. Et donde mucho se encendiere la voz del pueblo es la maldad conoscida, e quien quisiere parar mientes, así lo verá claramiente.�



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Capítulo XVI

Que el rey, o príncipe, o regidor debe seer piadoso a los buenos e omildes, e a los lazrados, que non han esfuerzo

     �Piadoso debe seer el rey, o príncipe, o regidor de reino a los buenos e omildes a que ocasión e non voluntat de obra trajo a errar, e a los pobres, e lazrados que non han esfuerzo, nin ayuda, e a los huérfanos, e tristes, e desconsolados, e enfermos, e viudas, e menesterosos, e a los que cayeron de su estado: por cuanto la piedad es espejo del alma, e cosa de que place mucho a Dios, e por ella vino al mundo a nos salvar, por duelo e piedad que ovo del su pueblo, que non peresciese: e es muy santísima vertud, e llave del salvamiento.

     Onde dijo el primero sabio: Piedad es spíritu de Dios, que vino de su propia silla. El segundo sabio dijo: Piedad es fuente de paraíso. El tercero sabio dijo: Piedad es gloria de las almas. El cuarto sabio dijo: Piedad es ordenada contrición, que sale de las entrañas. El quinto sabio dijo: Piedad es espada de vencimiento de los pecados. El sexto sabio dijo: Piedad es amor divinal. El seteno sabio dijo: Piedad es morada de gloria. El octavo sabio dijo: Piedad es camino del paraíso. El noveno sabio dijo: Piedad es flor sin sequedad, verdura por siempre. El décimo sabio dijo: Piedad es conoscimiento de razón, esclarecimiento de voluntad, obra de santidad, es lección de fe, apuramiento de saber, loor de pueblo, fuente que siempre corre, agua de dulzor (21).



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Capítulo XVII

Que el rey, príncipe, o regidor debe seer cruel contra los crueles, e malos, e traidores e tractadores del mal

     �Cruel debe seer el rey, o príncipe, o regidor de reino contra los crueles, e malos, e traidores, e tractadores de todo mal, e contra aquellos que non conocen a Dios, nin al mundo, e siempre perseveran en malas obras, e contra aquellos que sabe que le andan en traición, o en otra manera de arte, e mentira, e non temen a él, nin a su persona, nin lo aman, e facen sus fechos con desordenanza; e contra los que envían cartas o mandaderías a sus enemigos, e les escriben de su facienda: a estos tales debe seer cruel, e non esperar de ellos tiempo de venganza, salvo pudiere cumplir su obra.�



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Capítulo XVIII

Que el rey, príncipe, o regidor de tierra, debe amar la justicia, como sea ella sola cabeza de su sennoría

     �Mucho debe amar la justicia el rey, o príncipe, o regidor de tierra, como sola ella es la cabeza de su sennoría, e poderío: que el príncipe que non es justiciero, e non obra justicia, non es digno de su oficio, nin seguro de sí mismo; et el miedo que los otros han de haber dél, ha él dellos. Et por ende todo príncipe, o rey la debe usar, e obrar, e guardar, e mantener: así a lo poco como a lo mucho; así a lo fuerte como a lo flaco; así a lo mayor como a lo menor, e debe seer en la justicia peso, e medida, e balanza derecha, que non tuerza más a un cabo que a otro. Et el que usa de justicia verdaderamiente como debe, es amado de Dios, e halo por medianero en sus fechos, e amanlo los pueblos, e los buenos, e aun los malos desque van andando, que la poca justicia face seer muchos malos, que lo non serían si la oviese. Et es cabsa de todo mal, e de toda desordenanza, e perdimiento de tierra: e a todo regidor cumple de seer más justiciero, e fuerte, e cruel: que al rey témenlo naturalmiente, e al regidor por justiciero, e cruel, usando de la justicia sabiamente.

     Onde dijo el primero sabio: Justicia es medida derecha, e ganancia igual. El segundo sabio dijo: Justicia es corona de los reyes. El tercero sabio dijo: Justicia es fermosa vertud en el príncipe. El cuarto sabio dijo: Justicia es castigamiento e piertiga de los malos. El quinto sabio dijo: Justicia es gloria de los buenos. El sexto sabio dijo: Justicia es poblamiento de la tierra. El seteno sabio dijo: Justicia es seguranza de pueblo. El octavo sabio dijo: Justicia es silla de Dios. El noveno sabio dijo: Justicia es enemiga de los diablos. El décimo sabio dijo: Justicia es sennora de las vertudes. El onceno sabio dijo: Justicia es árbol fermoso, e acatamiento de los sabios, pedimiento del pueblo, consolación de los pobres, aborrecimiento de los locos, refrenamiento de soberbia, vencimiento de sanna, apuramiento de razón, vida segura: e por ende a todo príncipe conviene de la obrar, e mantener, e defender si quiere que sus fechos vayan adelante: que dijo un sabio a un su amigo dándole consejo: Fuye de la tierra donde non vieres justiciero, e río corriente, e físico sabidor, que ésta ayna perescerá (22).�



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Capítulo XIX

De cómo debe aver en el rey o regidor de reino poca cobdicia

     �Poca cobdicia debe aver el rey, o príncipe, o regidor de reino, e debe fuir della, como sea la más vil cosa, e en menos tenida de todas las cosas del mundo, e es raíz de todos males, e destruimiento de todas vertudes, e enflaquecimiento de voluntad, corrompimiento de seso, familiar de los pecados, perdimiento del alma, grand denuesto a Dios, aborrescimiento de Dios, e de las gentes de buena voluntad. Et tantas desordenanzas, e yerros acaescen por ella, que sería luengo de contar. Et cerca de sus propiedades los sabios dicen sus dichos ante desto en el tratado de cobdicia. Pero non deje de seer cobdicioso de facer buenos fechos, e grandes fazannas, e conquistas. Et de los bienes, e de las vertudes que viere en otros aver cobdicia de las aver, e de facer otras cosas semejantes, que esta es la buena cobdicia e durable, e gloriosa ante Dios, e fermosa al mundo.�



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Capítulo XX

De cómo ha de seer el rey, o príncipe, o regidor de reino de buena abdiencia a todos los que ante él vinieren

     �De buena abdiencia debe seer el rey, o príncipe, o regidor a todos; los que ante él venieren, e remediarles a todos justamente con justicia igual: e debe en la semana dos o tres veces dar abdiencia a su pueblo, e veer las peticiones por sí mismo; porque por ahí podrá saber cuales son forzadores, e robadores, e obran de malas maneras; et pueda remediar a cada uno con derecho: que cuando el fecho queda en mano de doctores, le gracia el que poco puede por traidora cobdicia, que les roba las conciencias, e las voluntades de bien facer, e les face juzgar el contrario de la verdad. Et cuando, el sennor es presente o veye las cosas, el temor les face sofrir su mala cobdicia, e usar justamente: cuanto más si es conoscido por justiciero.�



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Capítulo XXI

Que fabla de los alcaldes, e oficiales, e corregidores, que sean buenos

     �Pon en las cibdades, villas, e logares de tu reino tales alcaldes, e justicias, e oficiales, e corregidores que sean buenos, e idóneos, e suficientes, e fuertes, e esforzados, e que amen e teman a Dios, e tengan la justicia igual, e así al mayor, como al menor, e que non ayan pavor de castigar e facer justicia así en el fuerte como en el flaco, así en el grande como en el pequenno, e que a todos sea balanza, e peso, e medida igual, e derecha: que debedes saber que todo el temor del rey, o príncipe, o regidor de reino es la justicia, e esta es corona de su justicia. Et donde non hay justicia, non es ninguna seguranza buena, nin hay amor, nin temor. Et si vieres que en algunas partes non se igualan las justicias por el que ha de usar de su oficio por ser naturales de la tierra, o por otra ocasión, pon en los tales logares corregidores estrannos, a quien non duela castigar los malos, nin los embargue amor, nin naturaleza. Et a estas justicias dales su mantenimiento razonable: e el que non usare bien de su oficio, piérdalo con la cabeza, o con prisión perpetua: porque el temor proceda a todos para bien obrar; que debes creer que la tierra igualada a justicia, las otras cosas igualadas las tiene.�



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Capítulo XXII

De como el rey debe seer gracioso, e palanciano, e de buena palabra a los que a él vinieren

     �Sennor., cumple que seas gracioso, e palanciano, e con buena palabra, e gesto alegre rescibas a los que ante ti vinieren, e faz gasajado a los buenos e a los comunales, que mucho trae la voluntad de las gentes el buen rescibimiento, e la buena razón del sennor: e a las veces vale más que muchos haberes.�



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Capítulo XXIII

Que fabla de los cobdiciosos mozos e viejos, e que perseveran en otras malas dotrinas

     �A los que vieres que son mucho cobdiciosos mozos e viejos, e perseveraren en otras malas dotrinas, non los esperes emendar, e fuye dellos, e de su conversación, e non tomes su consejo, e non fíes dellos por ricos que sean, que mas ayna cometerán yerro o traición con la desordenada cobdicia, que otros que non tengan nada.�



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Capítulo XXIV

Que fabla de los leales e temprados sin cobdicia

     �Ama a los leales, e temprados en su cobdicia, que son de buena voluntad. Et sobre estos tales arma, como quien arma sobre buen cimiento. Et toda fianza puedes en ellos facer; e aunque non hayan muchedumbre de tesoro fallarás en ellos muchedumbre de buenas obras, e de vertudes, que te ternán más provecho: ca non se puede complir la virtud del ome bueno, e leal, que el cobdicioso desordenado, hoy te dejará por otro que mas le dé, aunque le hayas fecho todos los bienes del mundo: que do hay mucha cobdicia, non puede haber amor, nin fe, nin lealtanza, mas todo movimiento de voluntad, e obra.�

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