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Menéndez Pelayo, hoy

Borja Rodríguez Gutiérrez





En muy pocas ocasiones ha dependido tanto la presencia de un escritor en las librerías de las vicisitudes políticas como lo ha sido en el caso de Marcelino Menéndez Pelayo. Protagonista de enconadas disputas ideológicas y políticas en su juventud, más templado y menos ardoroso en su madurez, su nombre ha servido de bandera para la derecha reaccionaria española, y, como casi inevitable contrario, ha sido denostado de forma acrítica por la mayor parte de la izquierda, que ha relacionado de manera insistente y reiterada a Menéndez Pelayo con el estado franquista.

Lo cierto es que desde el franquismo y desde la derecha católica se patrimonializó deliberadamente el nombre de Menéndez Pelayo y se decidió hacer de su figura una representación del ideal cultural de la España de Franco.

En 1940, cuando sale a la luz la primera entrega de la Edición Nacional de las obras completas, el tomo I de la Historia de las Ideas Estéticas, esta idea queda bien clara en el prólogo firmado por el entonces Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín: «El Ministerio de Educación Nacional quiere pagar, por mediación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creación insigne de nuestro Caudillo, una deuda que España, desde hace muchos años, tiene contraída con el más glorioso español de los tiempos modernos: Don Marcelino Menéndez Pelayo»1. ¿Cuál era esa deuda? Según iban a insistir una serie de comentaristas y exégetas interesados de Don Marcelino, en dedicar toda su vida a defender que España se definía ante todo por ser monárquica y católica. El Cardenal Ángel Herrera Oria lo dirá algunos años más tarde, en 1956, en un texto titulado «El pensamiento político de Menéndez Pelayo». Según Herrera Oria, Menéndez Pelayo entiende que hay un principio unitario de la nación que es el derecho, la ordenación legal, pero hay además un principio unitario espiritual, que es el que mejor define una nación, el que le da personalidad y verdad. Y ese principio unitario, en el caso de España, son dos ideas indestructiblemente imbricadas entre sí: la religión y la monarquía. Pero, añade Herrera Oria, cardenal, al fin y al cabo, siempre con la monarquía subordinada a la religión en el pensamiento de Menéndez Pelayo2.

Esta idea de Menéndez Pelayo como supremo defensor del nacional catolicismo y de la monarquía española, forma una de las columnas ideológicas del régimen franquista. Tanto es así que en plena guerra civil, en mayo de 1938, se toma la decisión de publicar las obras completas de Menéndez Pelayo y se hace constar esa decisión en un decreto que crea el Instituto de España, el órgano en el que en un primer momento, pensó el estado franquista centralizar la investigación y la cultura española. El decreto comienza indicando que «el propósito de definir y robustecer una conciencia nacional de la patria, que anima toda la obra de Menéndez Pelayo es compartido unánimemente por cuantos elementos integran el espíritu de nuestro Movimiento Nacional»3. Y añade el decreto que su vida fue «alto ejemplo la intelectualidad de España, pues siempre combatió el pesimismo, depreciador de nuestros valores nacionales».

Ese mismo año de 1938 aparecen tres obras con textos de Menéndez Pelayo: Menéndez Pelayo y la educación nacional, una antología realizada por el entonces ministro de Educación Nacional, Pedro Sáinz Rodríguez4; otra antología, realizada en este caso por un jesuita, Arturo M. Cayuela5, titulada Menéndez Pelayo, orientador de la cultura española. Colección sistematizada de pasajes de interés general, entresacados de 52 obras del Maestro. Y un tercer libro Historia de España, seleccionada en la obra del Maestro, realizado por Jorge Vigón6.

Esta última obra es especialmente significativa, pues nos permite comprobar como la derecha católica española ya había comenzado antes de la guerra civil la utilización de la figura de Marcelino Menéndez Pelayo cono una referencia fundamental de su ideología, buscando asociar así a esa ideología el incuestionable prestigio intelectual de la obra del santanderino. Jorge Vigón, luego ministro de obras públicas en la época de Franco, había publicado en 1934 por primera vez su antología. Ese mismo año realizó una segunda edición, con lo que la de 1938 es la tercera. Después hubo nuevas ediciones en 1941, 1946, 1950 y 1958. En el prólogo a la primera edición (de 1934, recordemos) Vigón afirma que de la obra de Menéndez Pelayo fluye «un inmenso e irreprimible amor a España y un sentimiento monárquico puro»7. Y añade que «español y monárquico, D. Marcelino Menéndez Pelayo era, por encima de todo, católico»8.

El antólogo diseña una estructura que luego van a seguir muchos compiladores de Menéndez Pelayo. Un planteamiento fuertemente ideologizado, en su concepción y epígrafes, y rellenado después con los fragmentos de Menéndez Pelayo que mejor convienen a ese propósito. Las tres partes en las que divide el libro tienen títulos muy significativos: «Hacia la unidad de España», «Cuando no se ponía el sol en las tierras de España», y «En la pendiente de la revolución». Más aún, la segunda parte consta de dos subapartados, titulados respectivamente «Los termes de aquella España» y «Hacia la unidad espiritual». ¿Cuáles eran, para Vigón, las termitas que destruían aquella España en que no se ponía el sol?: los judíos, los moriscos y la reforma. ¿Y quien trabajaba para la unidad espiritual de España?: la inquisición. Una radical diferencia entre malos y buenos (cosa que no lo impide por cierto, al tratar de la inquisición añadir un capítulo titulado: «También en Europa encendían hogueras. Un español muerto en Ginebra»). En el tercer capítulo «Hacia la pendiente de la revolución» nos encontramos con apartados como «Primeras noticias de las sociedades secretas», «Al soplo de la enciclopedia», etc.

El libro de Vigón marca además otro rumbo que luego seguirían muchos exégetas y comentadores y que, en rigor, se sigue produciendo en nuestros días: la identificación, insistente, repetida, obsesiva de Menéndez Pelayo con la Historia de los Heterodoxos Españoles, hasta tal punto que en muchas ocasiones los Heterodoxos se convierten en la única obra de Don Marcelino para sus comentaristas. Vigón en su primer capítulo, «Hacia la unidad de España» reproduce 16 fragmentos, 5 de los cuales pertenecen a los Heterodoxos. Es la época más lejana en el tiempo y la menos polémica. En el segundo capítulo de 15 fragmentos 10 son de los Heterodoxos. En el tercero, por fin, hay 34 fragmentos y 27 pertenecen a la Historia de los Heterodoxos. Y finalmente, el volumen culmina con un epílogo, que Vigón titula «La pesadumbre de un pasado de gloria» que, ¡cómo no!, pertenece igualmente a los Heterodoxos.

En los Heterodoxos van a encontrar los antólogos y editores de la derecha el pensador que necesitan, intolerante, católico a machamartillo, monárquico, descalificador, tajante, etc. Esta sobreestimación de los Heterodoxos va a determinar el oscurecimiento, el menosprecio o incluso la desaparición de la mayor parte de su obra que difícilmente encaja con esta imagen de Menéndez Pelayo que hoy en día se sigue vendiendo con insistencia.

No obstante, la edición de sus Obras completas, no empieza con los Heterodoxos, sino con la Historia de las Ideas Estéticas. ¿La razón? Un año después, Miguel Artigas y Enrique Sánchez Reyes, editores responsables responden a esta pregunta avanzando la estructura de las obras completas: 10 secciones diferentes, ordenadas por criterios temáticos. Una ordenación definida por los editores que admiten francamente que es «cierto es que el Maestro comenzó a publicar sus Obras Completas no conforme a esta ordenación que dejamos trazada; pero, hay que confesarlo: tampoco con arreglo a ninguna otra»9.

Así concebida, la edición completa estaría formada por las siguientes series.

  • SECCIÓN LITERARIA
    • 1.ª Serie. -Historia de las Ideas Estéticas en España.
    • 2.ª Serie. -Estudios de Crítica Histórica y Literaria.
    • 3 ª Serie. -Orígenes de la Novela.
    • 4.ª Serie. -Historia de la Poesía castellana. (Antología de poetas líricos)
    • 5.ª Serie. -Historia de la Poesía Hispano-Americana desde sus orígenes hasta 1892.
    • 6.ª Serie. -Estudios sobre el Teatro de Lope de Vega.
  • SECCIÓN HISTÓRICO-FILOSÓFICA
    • 1.ª Serie. -Historia de los Heterodoxos Españoles.
    • 2.ª Serie. -Estudios de Crítica Filosófica.
  • SECCIÓN DE ESTUDIOS CLÁSICOS
    • Serie única. -Bibliografía Hispano-Latina Clásica. -Horacio en España. -Virgilio: Eneida, Églogas y Geórgicas. -Otros opúsculos.
  • SECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
    • Serie única. -La Ciencia Española.
  • SECCIÓN DE POESÍA
    • Serie única. -Estudios Poéticos. -Odas, Epístolas y Tragedias.
  • SECCIÓN DE VARIA
    • Serie única. -Recopilación de trabajos escolares, discursos y escritos breves o de circunstancias.
  • SECCIÓN DE TRADUCCIONES
    • Serie única. -Traducciones de lenguas clásicas. -Traducciones de lenguas modernas.
  • SECCIÓN DE EPISTOLARIO
    • Serie única. -Cartas de y a Menéndez Pelayo.
  • SECCIÓN BIOGRÁFICA
    • Estudio bibliográfico y crítico de Menéndez Pelayo y su Obra.
  • SECCIÓN DE ÍNDICES
    • Índices de cada Serie y Generales de autores, títulos y materias.

La intención de los editores estaba clara: los Heterodoxos serían la 7ª serie en ser publicada. Antes vendrían los cinco volúmenes de las Ideas estéticas, los siete de los Estudios y discurso de crítica histórica y literaria, los cuatro de Orígenes de la Novela, los catorce tomos de la Antología de poetas líricos, los dos volúmenes de la Historia de la poesía hispanoamericana, los seis tomos de los Estudios sobre el teatro de Lope de Vega. Artigas y Sánchez Reyes estaban diciendo, sin decirlo, que el Menéndez Pelayo fundamental era el filólogo, el historiador y crítico de la literatura española, y que el teórico del catolicismo intransigente de los Heterodoxos era mucho más secundario.

Tal idea no iba a ser recibida con agrado ni tolerancia por parte de las autoridades del estado. Que apareciesen 36 tomos de Menéndez Pelayo antes del primero de los Heterodoxos era mucho pedir para quienes querían establecer las líneas básicas del pensamiento que iba a orientar la cultura española: el modelo del catolicismo intransigente. De manera que Artigas y Sánchez Reyes tuvieron que ceder a las presiones, interrumpir la serie proyectada, cambiar el orden y sacar a la luz los deseados Heterodoxos antes de lo previsto: «La persistencia con que de todas partes se nos pide la pronta aparición de este ruidoso, afamado, apasionante y tal vez también algo apasionado libro de Menéndez Pelayo, nos obliga a dar un salto en el plan trazado para la publicación de sus Obras Completas, y, dejando un hueco en la numeración correlativa de los volúmenes, [...] anticipamos la tan anhelada Historia De Los Heterodoxos Españoles»10. Son palabras de Miguel Artigas y Enrique Sánchez Reyes en la introducción de le edición de los Heterodoxos que salió a la luz en 1946. Con suavidad y prudencia, los dos editores recuerdan que la obra quedó sin revisión por parte del autor en su madurez y que era el propio Menéndez Pelayo quien estaba más interesado en esa revisión, ya que, a pesar de ser su obra más famosa, no era la obra que más convencía a su autor. Artigas y Sánchez Reyes citan al propio Don Marcelino que, recordándose a sí mismo cuando escribió los Heterodoxos habla de «un mozo de 23 años, apasionado e inexperto, contagiado por el ambiente de la polémica y no bastante dueño de su pensamiento ni de su palabra»11.

Poco importaba esto a quienes veían en Menéndez Pelayo tan sólo al defensor del catolicismo ultramontano. En 1956, en la celebración del centenario del santanderino, quedaría esto claro, cuando José Vila Selma, en un delirante prólogo a una nueva antología de Menéndez Pelayo12, Estudios sobre la prosa del siglo XIX, afirma solemnemente que «contra la campaña de silencio alrededor de lo que sus ideas [las de Menéndez Pelayo] suponían y suponen fue necesario el estruendo de una guerra»13. Héte aquí, en una vertiginosa pirueta histórica, cambiado y redefinido el concepto de la guerra civil española: fue una guerra para defender las ideas de Menéndez Pelayo. Ya no era sólo orientador de la cultura, ya no únicamente la referencia intelectual de la España franquista: era la esencia misma de España a la que había que defender por medio de las armas. Y Vila Selma, pocas páginas más adelante se preguntaba dramáticamente, ante lo que él entendía como pérdida de los valores de la guerra, quien estaba arrancando páginas de los ejemplares de los Heterodoxos.

El libro de Vila Selma estaba publicado por el CSIC, en ese momento en manos de la derecha católica, con José Ibáñez Martín, el ministro prologuista del primer tomo de las Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo como Director y Rafael Calvo Serer como uno de sus principales integrantes. Grupo católico-monárquico en el que también estaban, por entonces, Jorge Vigón, el antólogo de la Historia de España que antes henos visto y Florentino Pérez Embid que, como no, había hecho su propia antología sobre Menéndez Pelayo, Textos sobre España, salida a la luz en ese mismo año de 1956.

Y es que las antologías se habían convertido en la herramienta perfecta para retorcer, ocultar, limitar, oscurecer y transformar la figura de Menéndez Pelayo. La culminación de la edición de sus Obras Completas, después de los tan deseados Heterodoxos, había demostrado que en el resto de la producción del santanderino, y era mucho ese resto, había poco alimento para las proclamas católico-políticas que muchos intelectuales del tiempo esperaban y deseaban. Así es que, para poner de relieve el aspecto de la obra de Don Marcelino que más interesaba, se pusieron en marcha las antologías, de todo tipo y pelaje.

Una de las más interesantes, por su repercusión en los círculos del catolicismo más ortodoxo, fue la titulada La conciencia española, realizada por Antonio Tovar y publicada en 194814. Tovar procura aligerar la figura de Menéndez Pelayo, quitarle relevancia política y alejarle de la condición de símbolo que muchos le habían atorgado. Niega que hubiera sido un «revolucionario nacional» como le había llamado Onésimo Redondo. Para Tovar, Menéndez Pelayo era un liberal-conservador decimonónico, caracterizado por un gran pesimismo político y que no podía, ni debía servir de modelo para la cultura española. Sí que se le debía recordar como maestro de estudiosos, como ejemplo de trabajo y perseverancia. Sin duda Tovar ya había empezado el largo viaje ideológico que le llevaría desde la militancia falangista hasta el exilio semivoluntario a partir de 1956 (el año del centenario de Menéndez Pelayo) en el que cesó como rector de la Universidad de Salamanca y comenzó un periplo por universidades mexicanas, estadounidenses y alemanas. Una de las ideas centrales de Tovar, que repite de manera insistente a lo largo de la amplia introducción que lleva el libro es la del pesimismo histórico y político de Menéndez Pelayo. Evidentemente una idea muy contraria a la del decreto de creación del Instituto de España, de diez años antes, en plena guerra civil, en el que se alababa a Don Marcelino, precisamente, por haber luchado toda su vida contra ese pesimismo del que hablaba Tovar.

En 1948 Tovar era un figura importante y respetada y muchos ataques se quedaron sin duda en los cajones, en el tintero y en las mentes de los defensores de los Heterodoxos, pero en 1956, cuando el centenario de Menéndez Pelayo coincide con la caída en desgracia de Tovar, muchos católicos «a machamartillo» que diría el Menéndez Pelayo del «Brindis del Retiro», ven la oportunidad de saltar al cuello del antólogo de La Conciencia Española. Es el caso del ya mencionado Vila Selma, que cuando acusa a alguien de haber arrancado páginas de los Heterodoxos, menciona directamente a Antonio Tovar como autor de ese crimen. Para Vila Selma Menéndez Pelayo fue algo así como un santo guerrero. Por un lado nos dice que la vida de Menéndez Pelayo fue «humana, justa, ejemplar y magistral» y que su pensamiento fue «cristiano y hermoso»15. Es más, en curiosa antítesis, Vila Selma abunda en el análisis del pensamiento de Menéndez Pelayo indicando que fue «violento, cristianamente violento por amor a la realidad». Una violencia de pensamiento que para Vila Selma es absolutamente legítima aunque, eso no lo puedan entender todos: «La violencia de Menéndez Pelayo sólo la pueden entender los que tiene integridad en sus ideas y viven según el impulso de esa integridad»16. La mencionada integridad del pensamiento era para Vila Selma la fidelidad a ese pensamiento unitario, que antes habíamos visto reflejado en las palabras del cardenal Herrera Oria: religión y monarquía. Todo lo que no respetara ese binomio sagrado, era ajeno al ser español. Y esa fue, según Vila Selma la actividad constante del Menéndez Pelayo que él quiere mostrar al público: el incansable martillo de herejes: «toda su obra es la búsqueda de los fundamentos de nuestro ser histórico, para definir que la desvertebrización de nuestra historia comienza cuando se inicia la introducción de ideas y sistemas ajenos que no podían encontrar propicio clima entre nosotros»17.

Y es que leyendo el prólogo de Vila Selma, uno diría que Menéndez Pelayo se pasó la vida denunciando la presencia entre nosotros de repelentes extraterrestres inhumanos, de apariencia pulposa o reptilania, que disfrazados con nuestra apariencia se proponían destruirnos: «Él fue quien puso de manifiesto entre nosotros el sofisma de la manera de pensar enciclopedista, esos injertos realizados en nuestro ser contra natura, de ideas y de ideales extraños, [de aquello] que considera nuestra realidad como endémica y la juzga a la luz de unos criterios extraños, olvidando las posibles reservas latentes en nuestro organismo»18.

Puede resultar llamativo, que, todavía la altura de 1956, los escritores del pensamiento católico tradicional español, señalaran con espanto a la Enciclopedia francesa como la fuente del abandono de la idea central de lo español (religión y monarquía no lo olvidemos), cuando Diderot, Voltaire, y Rousseau llevaban más de 170 años criando malvas. Pero no es Vila Selma el único caso. Herrera Oria se había referido ya a una idea parecida: «El período constitucional político que se abrió en 1812 todavía no se ha cerrado. La nación busca una ordenación institucional que sustituya con estabilidad a la monarquía absoluta»19. Esta idea, en la que hay una apenas velada nostalgia del sistema absolutista borbónico, está expresada con mucha más claridad en otra obra que bebe resueltamente en las copiosas fuentes de los Heterodoxos Españoles: la Historia del Periodismo Español de Pedro Gómez Aparicio, que en 1967, el año de su publicación afirmaba resueltamente que: xxxx.

El pensamiento católico tradicional y ortodoxo añoraba la monarquía absoluta de los Borbones, y entendía que la España de Franco era una recuperación de ese bello e ideal absolutismo perdido, y erigía a Menéndez Pelayo como referencia intelectual de ese absolutismo. ¡Qué ironía para el historiador admirador de los Reyes Católicos, y de aquella España dividida en reinos y regiones con sus diferentes leyes normas y costumbres, del elogiador insistente del «federalismo instintivo congénito a nuestra raza»20, del crítico con los Borbones, que hablaba del absolutismo inepto del siglo XVIII21, que reprochaba a Fernando VII, no haber restaurado la tradicional monarquía española sino haber entronizado «cierto absolutismo feroz, degradante, personal y sombrío»22 y que entendía como una prueba del absolutismo perverso de Fernando VII el hecho de que este rey hubiera acabado con la tradicional costumbre de la elección popular de los cargos municipales23! Pero estas y muchas otras afirmaciones y opiniones de Don Marcelino quedaban sepultadas por la figura del enemigo implacable de todos aquellos que se desviasen del recto camino de la España católica y monárquica.

Esa dimensión heroica de Menéndez Pelayo, guerrero incansable contra la anti-España, quedaba aún más de manifiesto, en ese imaginario construido por la derecha católica, por su soledad. Según esa nueva característica de la figura mítica que se pretendía construir, Menéndez Pelayo habría sido el único en denunciar la enfermedad antinacional que había entrado en España, y el silencio y el desprecio habría sido el precio que habrá tenido que pagar por ello. Así al menos lo manifestaba Florentino Pérez Embid, que fue Director General de Información en época de Franco, en la introducción a otra antología, Textos sobre España, que salió a la luz en el año del centenario, en 1956, al igual que la de Vila Selma: «Vivió poderoso, imbatido, pero rodeado y firmemente aprisionado por un cerco hostil, premeditado y eficaz»24. Y añadía Pérez Embid que el asedio a Menéndez Pelayo continuó después de su muerte: «En los años negros del izquierdismo intelectual y de la Segunda República, quienes no habían sido capaces de vencerle en vida montaron en torno a su obra la niebla de un calculado olvido». Cual era el pensamiento enemigo de Menéndez Pelayo está muy claro para Pérez Embid: «Sus ideas encontraron espacio cerrado por la hostilidad de la orientación científica que usufructaba a la España oficial»25. Cuando los escritores católicos del régimen franquista hablaban de orientación científica y pensamiento científico se referían siempre a la corriente del pensamiento que arranca con la Enciclopedia francesa, como antes se dijo. De la misma manera que hemos visto unos momentos antes hacer a Herrera Oria y Gómez Aparicio, Pérez Embid presenta en su introducción a Menéndez Pelayo la idea, tan querida para el pensamiento católico tradicional, de la España feliz bajo el sabio gobierno del absolutismo cristiano, consustancial al ser español. España habría vivido bien, en paz con sus creencias, hasta la llegada de la generación de 1812. «Los afrancesados, primero, y los liberales, después, aventaron lo que quedaba de esa unanimidad tranquila y ahogaron progresivamente la vigencia de cuanto sostenía la concepción del hombre, de la sociedad y del mundo propia del humanismo clásico español y de la tradición cristiana de España»26.

Según esa visión Menéndez Pelayo había luchado valientemente contra ese pensamiento y su obra había quedado sepultada en el olvido por la izquierda y la república hasta que el nuevo estado nacional llegó para rescatar la figura de Menéndez Pelayo, que era el auténtico inspirador de la España de Franco. Así lo creía Pérez Embid: «las ideas de Don Marcelino y su definición de la personalidad española están en la boca de nuestra cultura actual y en las tesis más vivaces de nuestra concepción de España y de su concreta unidad de destino»27.

Tanto Pérez Embid como Vila Selma ven a Menéndez Pelayo como una referencia imprescindible para la España de Franco y empiezan a sentir que en 1956 el régimen se está volviendo excesivamente liberal y tolerante y que están volviendo a aparecer los mismos enemigos contra los que don Marcelino había luchado. «De nuevo se está dando entre nosotros aquella actitud del sector católico francés de la segunda mitad del XVIII y de no pocos prohombres españoles del XVIII-XIX a quien faltó serenidad de juicio o sobró afán de medro para hallar el error tras tantas frases de corte enciclopedista»28. De nuevo la enciclopedia francesa, fuente de todos los males, que había arruinado el feliz estado de la España absolutista borbónica. Y para Vila Selma el pecado está muy claro: era el de aquellos que pretendían encontrar matices, no dividir el mundo en buenos y malos, ser capaces de juzgar las cosas independientemente del bando donde provenían. Eso era lo imposible, lo que subvertía totalmente el ser tradicional, católico y monárquico de España. Los enemigos eran «los que admitieron como un progreso de la inteligencia, de la razón volteriana esto: considerar lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno; lo cual tiene como única consecuencia el confusionismo»29. Por esa razón Vila Selma quiere sacar de nuevo la batalla al Menéndez Pelayo de los Heterodoxos, porque «quiso marcar los lindes entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, entre el trigo y la cizaña»30. Ese arrancador de cizaña es el que necesita España en 1956 según Vila Selma, ya que según nos dice, el pensamiento positivista está volviendo a arrancar páginas de los Heterodoxos. La angustia de Vila Selma, ante el temor de que España salga de la realidad en blanco y negro en la que él se encuentra tan feliz, le hace preguntarse, ante la llegada de ese pensamiento positivista que él ve aparecer en la España de 1956, si «caminaremos hacia el trance de perder ideológicamente una guerra ganada con las armas»31.

Para la construcción de este Menéndez Pelayo que vamos viendo, resultaron mucho más útiles por lo tanto las antologías. Por eso, en 1956, a los cien años de su nacimiento, se publican un gran número de ellas. Ya hemos mencionado y comentado las de Florentino Pérez Embid y las de José Vila Selma. Pero también podemos recordar que Pedro Sáinz Rodríguez publica en ese año otra sobre las ideas de Menéndez Pelayo sobre la mística española32, que Constantino Lascaris Commeno edita otra antología del santanderino, en este caso de textos sobre historia de la filosofía española33, que hay una antología dedicada a la literatura griega y latina, realizada por Eugenio Hernández Vista34, que otra hay sobre la poesía española, de Emiliano Díez Echarri35, sobre el idealismo alemán de Oswaldo Market36, sobre la iglesia española de F. Gutiérrez Lasanta37, sobre la poesía italiana de Giuseppe Carlo Rossi38. Además de las reediciones de las antologías de Arturo Cayuela y de Jorge Vigón, la primera dos años antes de las efemérides, la otra dos años después. Fueron unos momentos, por lo tanto, en los que el nombre de Menéndez Pelayo estuvo muy presente en antologías. Pero en publicaciones de sus obras ese año de centenario sólo se registró una, y, como no podía ser de otra manera, esa edición de la que hizo la Biblioteca de Autores Cristianos de la Historia de los Heterodoxos Españoles.

Mención aparte merecen dos antologías de ese año de 1956 por su calidad, importancia y por apartarse totalmente de la línea de los Pérez Embid, Vila Selma y Vigón. El primero es el libro de Mariano Baqueo Goyanes, La novela según Menéndez Pelayo. No me corresponde a mí hablar de este libro, que otras voces más autorizadas lo harán a lo largo de este volumen. Pero se puede avanzar que en la lista de los antólogos de Menéndez Pelayo que hasta ahora hemos visto el nombre de Mariano Baquero Goyanes destella con luz propia. Se trata de lo que no había en ninguna otra antología: un libro que analiza la obra de uno de los nombres imprescindibles de la historia y crítica de la literatura española hecha por otro de esos nombres imprescindibles. Un libro estrictamente filológico, crítico y literario que explicitaba con acierto y claridad, las aportaciones fundamentales que Menéndez Pelayo había hecho en este campo de la literatura.

La otra antología ya la hemos mencionado antes, cuando hablábamos del prólogo escrito por Herrera Oria: la Antología general de Menéndez Pelayo. Recopilación orgánica de su doctrina. Un trabajo ingente, un libro excepcional, honrado y estricto, en el que aparece todo Menéndez Pelayo, sin filtros ni censuras. En dos tomos, José María Sánchez de Muniain organiza y sistematiza la obra del santanderino. A través de un conocimiento profundo de los textos los va ordenando y relacionado y de hecho, gracias a Sánchez de Muniain tenemos ordenada esa historia de la literatura española que Menéndez Pelayo nunca terminó, pero que escribió de forma desordenada y fragmentaria. Sánchez de Muniain procura, a través de un extenso libro en dos volúmenes ofrecer un retrato total de Menéndez Pelayo, no el parcial que pretendían Vigón, Cayuela, Vila Selma y Pérez Embid.

La Antología se publicó en 1956 en la Biblioteca de Autores Cristianos, la misma editorial que en ese mismo año publicó la Historia de los Heterodoxos Españoles. ¿Tal vez se puede sacar alguna conclusión del hecho de que desde entones la BAC haya reeditado 4 veces los Heterodoxos, mientras que nunca apareció una segunda edición de la Antología de Sánchez de Muniain?

Lo que es evidente es que los Heterodoxos es la obra más presente en el mercado editorial de toda la amplia lista de publicaciones de Menéndez Pelayo. Desde 1946, que apareció en la edición nacional que antes hemos mencionado, la obra siempre ha estado a disposición del público en estantes, catálogos y librerías. En 1951, en una edición argentina de Espasa-Calpe, en 1956 en la de la Biblioteca de Autores Cristianos. De 1963 es una reimpresión de la Edición Nacional, y un año después, en 1964 se publica una edición de CSIC. En 1965 la vuelve a publicar la BAC, que una vez más la pone en el mercado en 1978. En 1986 vuelve a aparecer la edición de la Biblioteca de Autores Cristianos, en 1992 el CSIC saca una edición facsímil de la primera edición y en este año del 2006, la Biblioteca de Autores Cristianos, inasequible al desaliento, vuelve a publicar la obra.

Una amplia repercusión para esa obra de un joven de 23 años no dueño totalmente de su pensamiento ni de su palabra, una obra pendiente, según su autor, de una amplia corrección que nunca llegó a realizarse. Obra parcial, por su tendencia y contenido y también porque sólo representa una pequeña parte de lo que fue Menéndez Pelayo, que no dejó de escribir cuando terminó los Heterodoxos ni de pensar ni de aprender.

Mientras tanto, otras obras duermen el sueño de los justos, olvidadas e inencontrables. De las obras mayores de filología, las seis primeras series, aquellas que Artigas y Sánchez Reyes, querían publicar antes que los Heterodoxos, acaso porque pensaban que eran mucho más importantes y valiosas, la que mejor suerte ha corrido ha sido la Historia de las Ideas Estéticas, una obra que Menéndez Pelayo llegó a completar en su totalidad, excepción en la obra de un escritor metido en muchos y amplios proyectos que la muerte truncó. Desde su primera edición en 1940, apareció una reimpresión en 1946 y dos ediciones del CSIC en 1962 y 1974, además de la argentina de Espasa en 1951. El libro que nos reúne, los Orígenes de la novela, disfrutó, es un decir, de dos ediciones: la de la Edición nacional y la argentina de Espasa-Calpe en 1951. Lo mismo le ocurrió a la Antología de Poetas Líricos Castellanos. Los Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria, después de su primera edición en 1941, volvieron a publicarse en Argentina, en 1944 y nunca más se supo de ellos. Peor suerte tuvieron los Estudios sobre el Teatro de Lope de Vega y la Historia de la poesía Hispanoamérica. Estas dos obras, aparecieron en la edición nacional y ya nunca volvieron a ver la luz.

El hecho de que desde 1975 no haya aparecido ninguna obra de Don Marcelino con excepción de los Heterodoxos, es la mejor prueba del éxito obtenido por las filas de los católico-ortodoxos que recordaban los bellos tiempos del absolutismo, por los Ibáñez Martín, Herrera Oria, Vigón, Pérez Embid y Vila Selma. Su insistencia, su vigilancia constante, su empeño en ocultar la mayor parte de la obra de Don Marcelino ha hecho que se identifique a Menéndez Pelayo única y exclusivamente con la Historia de los Heterodoxos Españoles, que se olvide al filólogo, al historiador, al crítico renovador de los estudios de la historia literaria española, creador de muchas de sus categorías, ideas básicas y definiciones. Ha conseguido que Don Marcelino sea visto como la quintaesencia del pensamiento ultraconservador, cerril, incapaz del diálogo y del matiz, ha convertido su enorme figura en un fantasmón martillo de herejes, en una especie de murmurador miserable, maledicente y calumniador de todo aquél que se salía del camino marcado por la más rancia ortodoxia de la Iglesia católica.

Y aunque todo eso, probablemente lo fue, lo fue como fue muchas otras cosas, muchas de ellas contrarias entre sí. Su capacidad, su curiosidad, sus conocimientos y su interés por todo desbordan el estrecho corsé del escaso espacio en el que le han querido meter. De un pensador inimaginable e irrepetible, han querido hacer una rata de sacristía malhumorada, de un hombre con muchas facetas un monomaníaco obsesionado con la ortodoxia, de un complejo poliedro han querido hacer un plano. Y lo han conseguido.

Y ya es tiempo de sacar a la luz, otra vez, esa gran parte de la obra de Menéndez Pelayo, que sus falsos admiradores, que esos enemigos disfrazados de discípulos, han tenido secuestrada tanto tiempo.





 
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