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1

Fernán Pérez de Oliva, Diálogo de la dignidad del hombre, ed. M.ª Luisa Cerrón, Madrid, Editora Nacional, 1982, p. 17. Todas las citas del texto siguen el de esta edición, manteniendo la grafía dada por la editora; doy el número de páginas entre paréntesis.

 

2

Cfr. P. Henríquez Ureña, «Hernán Pérez de Oliva», Obra crítica, México, FCE, 1960, p. 487; o M.ª Luisa Cerrón, ob. cit., pp. 18-19.

 

3

La editio princeps del Diálogo es incluida por Cervantes de Salazar en un volumen misceláneo, junto con el Apólogo de la ociosidad y el trabajo intitulado Labricio Portundo, de Luis Mexía, y la Introducción y camino para la sabiduría, de Juan Luis Vives, rotulando todo el conjunto como Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y traduzido (Alcalá, por Juan de Brocar, 1546). Aunque esta apropiación de autoridad no fuera infrecuente en la práctica editorial del momento, condice en este caso con la iniciativa de un editor que no dudó en rodear el texto original de argumento previo, glosas y continuación. Pueden encontrarse algunos datos relevantes sobre su personalidad en el estudio de Vicente Gaos, «Cervantes de Salazar como humanista», Temas y formas de la literatura española, Madrid, Guadarrama, 1959, pp. 35-91; y en Agustín Millares Carlo, «Estudio preliminar» a Francisco Cervantes de Salazar Crónica de la Nueva España, BAE CCXLIV, Madrid, Atlas, 1971, 7-26, donde reproduce con correcciones sus Apuntes para un estudio bio-bibliográfico de Francisco Cervantes de Salazar, México, UNAM, 1958.

 

4

El editor de Las obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva (Córdoba, por Gabriel Ramos Bejarano, 1586), que ya saludó con satisfacción la primera edición del Diálogo por Cervantes de Salazar, consolidó en la edición más extendida de los textos de Oliva el «Argumento» preliminar, a diferencia de lo que hiciera con el añadido final de aquél, que entendió como completamente ajeno al espíritu y al sentido de la obra de su tío, lo que no tuvo en cuenta con carácter general en la edición, en la que también intercala añadidos propios y otro caso destacado de extensión de un texto original mediante una continuación. Cfr. nota 14.

 

5

Para la importancia de estas categorías en la constitución del diálogo renacentista y la teoría sobre el género, cfr. Jesús Gómez, El diálogo en el Renacimiento español, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 29-43.

 

6

Cfr. Michel Ruch, Le préambule dans les oeuvres philosophiques de Cicéron. Essai sur la genèse et l'art du dialogue, París, Les Belles Lettres, 1958.

 

7

Podemos citar aquí la célebre carta de Pico de la Mirándola a Hermolao Bárbaro, en la que, tras defender la escolástica medieval, finaliza confesando que lo ha hecho simplemente para ejercitar su habilidad retórica -como se hiciera habitual en los ejercicios de los sofistas, y para provocar la respuesta del amigo humanista: «Me ejercité de grado en esta materia de mal cariz, como los que alaban la cuartana, ya para poner a prueba mi ingenio, ya con aquella intención que refleja Glaucón en Platón al alabar la injusticia, no porque esté convencido, sino para arrancar de Sócrates las excelencias de la justicia. Así yo, para hacerte salir a la defensa de la elocuencia, arremetí contra ella más de la cuenta, contrariando algo mi sentir y mi natural». Cito por la traducción recogida como apéndice a Giovanni Pico de la Mirándola, De la dignidad del hombre, ed. Luis Martínez Gómez, Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 156.

 

8

El Epistolario de Juan Luis Vives (ed. José Jiménez Delgado, Madrid, Editora Nacional, 1978), situado en el centro de un entramado que lo unía con Erasmo, Budé, Linacre, Moro y otros humanistas europeos, es un buen ejemplo de esta relación humana y literaria.

 

9

G. Wyss Morigi, Contributo allo studio del dialogo all'epoca dell'Umanesimo e del Rinascimento, Monza, 1950, p. 192.

 

10

Por no citar los casos del Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, y De los nombres de Cristo, de fray Luis, paradigmáticos por sus importancia intrínseca y su marco ameno, podemos traer como ejemplo el Diálogo de la doctrina cristiana, del propio Valdés, cuyos interlocutores desarrollan su debate religioso en «una huerta que en el Monasterio estaba» (Madrid, Editora Nacional, 1979, p. 16), o El Scholástico, de Cristóbal de Villalón, protagonizado por el propio Oliva y un grupo de universitarios salmantinos, que «salieron con mucho placer por la puerta de la ciudad» para marchar hacia una aldea y establecer su coloquio (ed. J. A. Kerr, Madrid, CSIC, 1957, p. 12).