Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —203→  

ArribaAbajoÉpoca cuarta

Tiempos modernos


imagen


ArribaAbajoSección primera. Barroquismo y churriguerismo

Siglo XVII


La descompostura indumentaria de fines del siglo XVI siguió durante quince o veinte años del presente, así en las cortes de María de Médicis y de Isabel de Inglaterra, como en las de Felipe III de España, de Luis XIII de Francia, de Leopoldo de Alemania, etc. Sostúvose el sayo con hombreras y aletas o mangas perdidas, ceñido o sin cinturón, recortado, con sus mangas y haldetas, pero sin acuchillados desde 1615, soliendo constar de cuatro o cinco tafetanes sobrepuestos. Siguiose estilando la banda, llevada por breve tiempo hasta encima de la capa. Las calzas, de henchidas y rellenas, pasaron a ser flotantes, particularmente en Francia, abarcando hasta ocho varas de terciopelo o de otro paño, exornadas con pasamanos y líneas de botones a los lados, por donde asomaba su aforro de seda, y voleantes ligas en las rodillas desde 1613;   —204→   sin embargo, la trusa siguió largo tiempo entre sujetos no elegantes. También la capa perdió su rigidez, al objeto de doblarse con elegancia debajo del brazo, sirviendo para cabalgar un capuz a la portuguesa, semejante a la capa aguadera, con cuello muy alto. La bota larga hízose de rigor entre los cortesanos de Luis XIII, de cuero flojo en dos piezas, una el empeine de subido balón, y otra la pierna, tan estrechas a veces, que se tomaban pediluvios fríos para contraer las jarretes, añadido un sobrepié que sostenía la espuela, siempre dorada. Cuando tomó más extensión la calza, hubo que ensanchar la bota, dándole una boca llamada ladrina o lazarina. Andando sin bota, llevábanse medias de seda exclusivamente, pues las de lana eran peculiares de clérigos y plebeyos, y como constituían en invierno escaso abrigo, solían añadírseles otras, diciéndose de Malesherbes que se echaba hasta once pares.   —205→   Con media correspondía zapato de roseta, así dicho por una rosa de cintas puntilladas de oro que le adornaba. Los zapatos eran unos de cric, cuero fino que crujía al andar, y otros de puente levadiza o ponleví, pieza sobrepuesta, los cuales por medio de orejas se ceñían bajo los tobillos. Rosetas y lazadas prodigábanse en la ballena del perpunte, sobre el estómago, en antebrazos y codos, y en el puño de la espada. El cuello doblado, volvió a estirarse, siendo de tan ancha medida que se montaba en cartón, con nombre de rotonda. Restableciéronse las lechuguillas a dos y tres órdenes de encajes, desigualmente frisados, componiendo la lechuguilla de confusión. Volvió el pelo largo, y con él la peluca, muy rizada para no tropezar en el cuello, soltado un rizo lateral, que después se trenzaba con cintas; los togados adherían a sus bonetes   —206→   cabelleras postizas. El sombrero de fieltro gris con pluma volada distinguía a los nobles, algunos de los cuales gallardeábanse con airosos penachos. Para comerciantes quebrados servía de señal un sombrero verde. Cesó el uso de cadenas y broches de diamantes, si bien conservándolos algunos ancianos; en cambio recreció el lujo de guantes, que eran de raso verde o terciopelo carmesí, con larga entrada bordada de oro.

imagen

imagen

imagen

imagen

A su vez el traje femenil tendía a reformarse; los corsés y los tontillos perdieron algo de su exageración; redújose el talle, y el verdugado, descubriendo algo de las haldas ricas de terciopelo o raso, se apabellonó por arriba; siguiendo los entretallados en cuerpo y mangas a simétricos repulgos. Cuando fueron prohibidos los recamos y galones de oro, sustituyéronles pasamanos milaneses de seda, y cuando también se prohibieron éstos, en el tercer decenio, vinieron las guarniciones de punto agujereado o punto de España, en puños, pecherillas y   —207→   otros aderezos de garganta y cuello. Éste, en las mujeres francesas, inglesas e italianas, creció desmedidamente, hasta por cima de la cabeza, sostenido sobre un collarín de triple vuelo; con lo que el peinado hubo de mantenerse en posición vertical, bajo forma de pucherillo, frisado y aliñado con polvos de Chipre, o aplastado a guisa de turbante, dejando algunos rizos sobre las sienes, y sembrado además de joyeles y flores. Al igual que entre hombres, prodigábanse lazos y rosetas en jubón, haldas, mangas, puños, etc. Acentuose cada vez más el bonetillo arqueado y apuntado, que se extendió a todas las clases, y distinguió a las viudas hasta fines del siglo, para acabar reduciéndose a venda, y últimamente a cinta. Ninguna señora se contentaba con menos de tres cotas o sayos; el verdugado trascendió a las menestralas. Los vestidos más ricos eran de raso o terciopelo de muestra, y de sedas finas prolijamente laboreadas; el tafetán sólo se empleaba en forros, y entre clases inferiores reemplazaba al antiguo barragán o camelote. Socorríase la gala mujeril con afeites, mascarillas, joyeles, brazaletes y cadenas; calcetines encarnados de seda; zapatos con estrellas y lazos de nudos de amor, etc.

La España de 1600 tenía aún bastante influencia para comunicar sus modas a los extranjeros. El español era lujoso, gastándose 300 y 400 ducados en un vestido, arrastrando coche, rodeándose de numerosa servidumbre, y llenando sus habitaciones de riquísimo mobiliario. Mostrábase galán con su alto cuello bordado, o su voluminosa lechuguilla; sus calzas de grandes cañones, mantenidas hasta 1620, alternando con otras calzas enteras de obra; sus medias de rodilleras, con balumbosas atapiernas; sus jubones de nesgas y alagartados, puestos encima de la almilla o   —208→   farseto; sus mangas justas de dos colores, o de terciopelo, corridas de botones; sus ropas ornadas de pasamanos, alamares y botonaduras de plata, comprendiendo ropilla y casaca, o sayuelo y herreruelo, con gabán, capa o tudesquillo de raja y otros paños, aforrados en tafetán o felpa; bigotes retorcidos; gorra llevando garzotas y cintillo de diamantes; sombrero cubilete, por igual estilo y emplumado; montera elegante entre pisaverdes; borceguíes datilados, botas enceradas muy justas, o zapatos cuadrados, a uso de corte, con hebilla, roseta o lazo y orejas; esqueros y altabaques, con cinturón, sosteniendo la espada dorada, y daga al lado opuesto; guantes de ámbar, etc. Para clases menos acomodadas seguían los greguescos, las calzas redondas villanescas, las valonas llanas, las fajas de estambre, los sayuelos, baqueros, capotillos simples o de dos haldas, la capa gascona y de pastor, la carapuza   —209→   o caperuza cuarteada, etc. Clérigos vistiendo de largo, con sus balandranes encapillados; los médicos y letrados se distinguían por sus barbas crecidas.

imagen

imagen

En el traje mujeril hubo pocas innovaciones; sus gorgueras se sostenían con arandelas de filigrana; por encima del miriñaque, llamado bulto, echábanse variedad de faldas sayas, basquiñas, faldellines y faldellicos; vestíanse al cuerpo jubones mangueados y mangacuerpos, además de vestidos enteros, como eran el robo o ropón la nazarena de nueva invención, traje devoto en su origen como el hábito, que también se usaba. Conservaban sus abrigos y cubiertas de monjiles, albornoces arabescos, mantos, mantillas, velos con picos, cofias, tocas repulgadas, trapillos, cuadrados, tocadores y conciertos, sombreros y rebociños de camino, etc. Propios eran de labradoras las camisas y los cuerpos de pechos bajos, los garbos y   —210→   lechuguillas escaroladas, las valonas llanas y gorgueras, los corpiños y vaqueros del linaje de sayuelos, con dos o más docenas de botones, las sotanillas mangueadas, los refajos, sayos y delantales, las garbines, toallas y capuchos. Comunes a unas y otras fueron las alhajas ya conocidas, ricas o rústicas; entre ellas, para aldeanas, sartas de corales y sortijas de azabache; para señoras los brinquiños o brinquillos, sirenas, ajorcas de gasa, abanos o abanicos de tafetán, varillados de plata; calzando casi indistintamente zapatos y zapatillas, servillas, mulillas, chinelas y chapines virados de plata.

imagen

imagen

A mediados del siglo, el traje mejoró mucho en el extranjero, adquiriendo legítimo gusto y elegancia, gracias a sucesivas prohibiciones de pasamanos, encajes, canutillos, galonaduras de oro y otras imposiciones de origen español, reemplazadas por bordados y galoneados de seda, y por finos encajes que contribuían a la seriedad del indumento, sin los colorines, laboreos y adamascados que hasta la sazón sirvieron de base al lujo. No obstante la   —211→   frivolidad de Luis XIII, los elegantes franceses e italianos acertaron a dar a sus ropas un corte gracioso y natural, suprimida la anterior balumba de lazadas y colgajos; su ropilla bien ajustada; sus mangas holgadas, abiertas en la sangría, con anchas vueltas de encaje; su calza de cañones tirados, hasta tropezar en la acampanada bota; cuello bien tendido, y capita de mangas y cuello alto, puesta al hombro izquierdo; completando este donoso arreo el tahalí con espada, el ancho sombrero con pluma, el pelo profusamente rizado, y el bigotillo con perilla a la real. Si Vandick popularizó esta moda, extendida a la corte de Carlos Estuardo, Callot retrató por su lado, expresivamente, la ruin facha que bajo las adulteraciones de tan lindo traje ofrecían los numerosos truhanes de su época.

imagen

imagen

imagen

No menor prueba de gusto dio el bello sexo al adoptar un vestido llano y esbelto, especie de bata, de talle breve, especialmente al dorso, de anchos caídos desde la cadera al suelo, hendido la falda por delante, y el corpiño con gallegas. Igualmente donosos eran sus jubones, de cuerpo haldeado y mangas de largas cuchilladas, desprendiéndose cintura abajo en pliegues verticales, desde la supresión del verdugado, en 1630. Las clases populares agregaban al corpiño dos faldas, rica la de encima, y en traje de negligé sustituían al corpiño la hungarina, camiseta de halda con delantal, y ceñidor de plata, o cordón de seda salteado   —212→   de placas de argentería, cinceladas y esmaltadas las del centro, siendo gloria de cada doncella colgarse 30 o 40 escudos de plata al cinturón, sin perjuicio de la cadenilla que sostenía tijeras, llaves, bolsa y cuchillo. La hungarina pasó a las damas diez años después, constituyendo con el delantalillo y el sombrero de pluma, el aderezo de las más galanas amazonas. Calificaban a las damas sus medias de seda colorada o flámulas, acompañadas de zapatos de raso del mismo color, o azul, chinelas de marroquín amarillo, pardo o morado, sin perjuicio de los chapines (en Francia tapines) de terciopelo, con altas suelas de corcho, que servían para calle. En invierno no faltaba el manguito de terciopelo, con forro de martas o armiño. La gran novedad, después de 1620, consistió en el cambio de peinado, levantado el cabello hasta el moño, y atusado por ambos lados, o formando trencillas y bucles, con un gran lazo en el cogote, o un prendido de encaje; usandose además escofietas y bonetillos, tocadores, capillos villanescos, etc. Gargantillas de perlas debajo de la valona, que era ancha y caída, de diversas hechuras; grandes vueltas de encaje en los puños; zarcillos, sortijas, abanicos, guantes de olor, mascarilla y otras menudencias de añeja usanza, completaban el aliño de las bellas.

imagen

imagen

Nuestra nación cruzaba un período excepcional. La grandeza algo prestada, debida al genio de un hombre   —213→   solo, que alcanzó en el siglo anterior, distó mucho de redundar en su exclusivo beneficio. Arrastrada a colosales empresas, careció de fuerzas para llevarlas a debido término, porque no las inspiraba el patriotismo. El pueblo, mal educado en general, liviano de suyo, lleno de preocupaciones y tosquedades seculares, no era capaz de mantenerse a la cabeza de la civilización. Como Callot con el lápiz, nuestro Quevedo con la pluma pintó gráficamente aquella sociedad contemporánea suya, de tacaños y holgazanes, farsantes e hipócritas, que bajo finchadas apariencias estaban llenos de podre, y bajo exterioridades de beatismo, llevaban una existencia crapulosa. Víctimas del triple despotismo político, social y moral,   —214→   sumiéronse en una abyección que no tardó en dar amargos frutos. Las artes mismas, tras su pasajero brillo, resultado de jactancias anteriores, bajo la falsa dirección de Borromimi, Ricci, Donoso y otros creadores del barroquismo y churriguerismo, tradujeron luego en la arquitectura y sus hermanas todo el vacío hueco y campanudo de la época, con olvido voluntario de las tradiciones recibidas y de las reglas del buen gusto, para fantasear sobre lo feo, apurando el ingenio en extravagancias, como se apuraba literariamente en el gongorismo. En efecto, desde entonces, así en el edificio como en sus partes accesorias, escultura, pintura, mobiliario, etc., el traje, hasta el lenguaje, llenáronse de logogrifos y embrollos, redundancias y nimiedades, cual nunca las haya inventado la estultez más incongrua. Siguió ese mal gusto hasta   —215→   bien entrado el siglo XVIII; de sus producciones artísticas en todos los ramos, quedan sobradas para justificar las anteriores observaciones; en pinturas y libros, ha dejado rastros difíciles de borrar, y en retratos y estampas de aquel tiempo, puede observarse el risible atavío de lechuguillas y botargas, polleras y guardainfantes, rebosando el gusto más fachendero por todas las partes del cuerpo, desde la cabeza al calcañar.

imagen

imagen

imagen

Tras el indolente y devoto Felipe III, cuya genialidad contribuyó poderosamente a la decadencia de España, su hijo Felipe IV, no menos ligero, comenzó estableciendo reformas en 1621, con disposiciones absurdas para contener el exceso de vestiduras y muebles, a que se atribuía la creciente miseria pública, llegándose a hacer registrar las tiendas por los esbirros, y quemar en las plazas vestidos y alhajas, prohibidos en las pragmáticas como ruinosos. La supresión de cuellos de encaje en 1623, originó la procaz golilla, emblema de la gravedad española por todo el resto de siglo, en unión con las guedejas, el moño, el guardainfante, el escotado y el manto mujeril. Guedejas, copete y jaulilla, vinieron de Francia cuando el enlace de Luis XIII con Ana de Austria, cuyos retratos se representan con dicho moño. Al suprimirse cuellos y   —216→   valonas, salió con el guardainfante el jubón escotado, que hacia 1640 seguía en Cataluña, motivando severas censuras del Consejo. El tapado, corriente en Méjico y Lima desde principios del siglo, era un juego del manto, utilizado por la travesura de las buenas mozas. Sin embargo, el traje vino reduciéndose a la mayor sencillez, sin el garbo extranjero, antes con gran apariencia de pobreza y mezquindad, como puede juzgarse por las pinturas de Velázquez y sus contemporáneos. Golillas o cuellos altos de hombre, sujetos por medio de cuerdas trenzadas; puños pajizos o vueltas huecas; jubones de peto y mangas perdidas; calzas atusadas y de obra; vestido oscuro de modestos paños, sembrado de botones; capa negra; sombrero de color. Componían de ordinario el traje masculino, valona, jubón, ropilla o coleto, y capa o herreruelo, jubón y mangas llenas de picados; lo demás con ribetes y punturas. Las piernas flacas se socorrían de pantorrillas postizas, y sujetaban las medias vistosas ligagambas o atapiernas. Para lluvia solía servir una capita encapillada, dicha fieltro. Algunos galanes ostentaban bandas doradas o de colores, y con sombreros y gorras seguía alternando la gallaruza o montera. Otros sujetos graves gastaban anteojos, y entre unos y otros empezaba a extenderse el uso del tabaco, de polvo y de humo. Quevedo   —217→   encarece ya el garbo de las majas, con su jubón largueado y su terciada mantilla, a que a veces sustituían cofia o toca. También las damiselas salían coqueteando, bajo su ligero traje de enaguas y zapatito de ponleví. Las palaciegas arrastraban toldo, embutidas en enormes lechuguillas. El vestido mujeril era o de enaguas y guardapiés, saya monjil mangueada, y escapulario, con otras mangas de media punta; o de nazarena, faldas balumbosas, y escapulario de dobles mangas picadas; o bien de ropa, faldilla y jubón de gallegas y mangas picadas, y también de falda, nazarena y capona, guarnecidas de pasamanos. Notables son por su abultamiento los trajes de la reina Mariana de Austria, y los de la hija de Felipe III y sus camaristas, en el cuadro de las Meninas. En el   —218→   mismo puede observarse el peinado a raya torcida y guedejas, que gozó por algún tiempo privilegio de moda. Había sotanas de luto, llevando babaderos de dos palmos, y botones hasta el número de 5 docenas. También adoptaron nuestras damas la hungarina francesa y el cuello tendido, adornado con una rosa de cintas, o con vara y media de tafetán de un palmo en ancho. Al nuevo peinado de moño y jaulilla, o garcetas sobre la frente, solían ajustarse flores naturales o artificiales, apretaderos, cintillos, vendillas, alfileres y penachos de plumas. Las enaguas asomaban en 1639, cuando fueron cercenadas polleras y faldas al ruedo máximo de cuatro varas. Otra innovación elegante, consistió en las zapatillas de ámbar, de pocos puntos.

imagen

imagen

En cuanto al traje extranjero, su donaire cayó rápidamente desde 1640. La estrafalaria moda de galantes (cintas) y menudillos (cordones, tafetanes, agujetas, etc.), le hizo rendir tributo al churriguerismo, trocado en un conjunto bufonesco de ropillas derrengadas, calzones como faldilletas, botines boquiabiertos, sombreros agudos, todo guarnecido de cintajos y encajillos, en cabeza, en hombros, en brazos, en cintura y en piernas, de la manera más petulante. Contribuyó a ello una nueva prohibición de galonaduras de oro, y la afición a lucir la camisa. Las señoras ponían delanteras de bollos de gasa a su vestido escotado, y tiras de piedras falsas en corpiño y cintura; y habiendo sustituido a la hungarina una nueva forma de jubón, acompañáronlo con un gran cuello a modo de esclavina, de simple batista, que no   —219→   tardó en recamarse de puntas y trocarse en guipur. Entre los géneros de confección más corrientes, figuraban brocados de oro y plata, terciopelos, rasos, muarés y una seda sobretejida, dicha brocatel. Las faldas solían ser de tabí, tafetán o camelotina. Para la clase media hacían el gasto camelotes y ferrandinas, tramados respectivamente de lana o de algodón, jergas de dos haces, y otros géneros comunes al traje de hombre. El populacho debía contentarse con paños más bastos, entre ellos la griseta o sempiterna. Como colores dominaban el negro, el gris de lino, el morisco y otros grises; el violado, los amarillos limón e isabela, y los colorados de fuego, de aurora, carmesí, etc., etc. El peinado de moño adquirió tirabuzones laterales, bucles atusados a la Seviñé, o pequeñas trenzas encintadas. El mismo peinado, en cabeza de nuestras paisanas, contrajo aquel garbo que ha alcanzado hasta el día, con adición caprichosa de flores y flecos. Las mozas en particular, bajo su liviano traje de enagüillas, corpiño y camisa bien mangueada, y sus trenzas colgantes, llenas de vistosos lazos, ofrecían un atractivo especial, realzado por su misma sencillez. El chapín, los guantes de España perfumados y tallados al dorso, el pañuelo bordado, esquinado de bellotitas, la mascarilla de terciopelo negro, el abanillo de raso o de plumas, los llaveros y otros adminículos por el estilo, eran de uso general. A los coches y carrozas ya comunes, un inglés agregó en 1639 las sillas de mano, que pronto se hicieron indispensables.

imagen

Bajo el esplendor del gran Sol de Francia, rematose   —220→   el rocoquismo de la regencia, en la ridiculez del traje masculino: jubón hasta los sobacos, con manguilla hasta los muñones; cuellos o golillas de punto calado; zaragüelles a la rhingrave; encajes en bocamangas, puños, cañones de piernas, lazos del zapato y perfiles de todas las costuras, con profusas lazadas de cinta, señaladamente en la pretina, en el calzado, en la unión de los cañones, y apanalados en los extremos del jubón. La soberbia cabellera de Luis XIV puso además en boga los rizos y pelucas a grandes crines de león, novedad nunca vista en los fastos indumentarios. Para no descomponer sus bucles, el sombrero, que era menudito, engalanado también de cintas y plumas, se llevaba debajo del brazo. Por entonces el ejército vestía justillo y justacuerpo, especie de medias túnicas, abotonadas de arriba abajo, llenas de galonaduras   —221→   de oro y plata. Estas prendas, adoptadas por las clases señoriles, fueron el eslabón que mediatamente condujo al derrengado traje moderno de casaca y levita. Rico, delicado y vistoso al principio, con sus manguillas de grandes vueltas y su bambolla de puntas y cintajos, el justacuerpo, luego casaca, ya en 1675 constituyó un hábito serio, generalmente de paños finos, de forros vivos, sin otro adorno que ojales y botonaduras, reemplazada por la corbata la golilla, terciado al pecho un vistoso tahalí para el estoque, y ceñida la cintura con una faja de seda, cuyo lugar ocupaba en invierno un manguito voluminoso. Las calzas se contrajeron, atadas sobre la rodilla con cintas, al extremo de la media. Servían de abrigo, en España, la capa, y en el extranjero el brandeburgo, capotillo de mangas, botones y alamares. Sucesivamente este traje vino simplificándose más y más, empezando el sombrero a doblar sus alas, y sustituido a la bota el zapato de pala, con altos talones; una de las elegancias entre ambos sexos, consistía en el guante largo y en el uso de bandas.

imagen

imagen

Menos susceptibles de mudanza radical, las mujeres conservaron sus talles en punta, sus mangas cortas y abolladas, y sus amplias faldas, recogidas sobre otras más angostas. Cambiaron, sí, mucho en variedad de telas y   —222→   guarniciones, cuellos, corbatas, palatinas, chilindrinas, escaleras de encajes, adornos de azabache, peinados a grandes masas de bucles, redecillas de seda y escofietas, cornetas o bonetillos de encaje. No carecieron de gracia las invenciones, posteriores a 1680, aunque exageradísimos los talles sobre faldellines apabellonados, cuyo principal realce consistía en falbalás y pretintallas (grandes calados sobre fondo de otro color). La favorita madama Fontanges introdujo el peinado de su nombre, que consistía en una doble cresta de encajes, acañonados sobre la frente, acompañado de rizos y garcetas, el cual hizo furor hasta que lo desbancó otro peinado bajo, a la Inglesa hacia el año 1714.

imagen

El traje francés tuvo en España gran influencia bajo del dominio de Carlos II, que estaba casado con una hija de   —223→   Luis XIV, salva la tenacidad radical de golillas y guedejas, polleras o guardainfantes y mantos. Al valón, ropilla y capa españolas, vemos agregarse el justacuerpo, las calzas anchas, los greguescos de bragueta encintada, la corbata, la chupa, el brandeburgo (de paño con botones de lo mismo y forro de retina), el cubretodo o sobretodo, corchetado de plata, con sombrero de poca ala, y otro de cuatro cuernos, gorras con martinetes, botas y sobrebotas; utilizándose además el gambeto de los guerrilleros catalanes. Los más elegantes emparejaban de un mismo color y guarnecido, el tahalí y el cinto de la espada, los guantes y las ligas de tafetán punteadas de oro; algunos se permitían tabaquera y reloj de muestra.

imagen

Por su parte las señoras adoptaron con la hungarina, vestidos pasamanados, sembrados de botones y cabos valiosos; otros a la chamberga, poblados de encajes; paños   —224→   de cuello, velos de ídem hechos de red de oro y seda, dichos volantes; esclavinas de gasa; tapacuellos de puntas de tramoya; mangas huecas y vueltas bailarinas, con avanticos, bobillos y sobrepuños puntillados; manguines de lana encarnada, con puntas de plata; cotilla; delantal con farfalás; casacas y casaquillas; perpuen a la española, con vueltas de raso; manguines y pelendengues. Al guardapié llamaban también cobripié, siendo costumbre llevar las faldas levantadas, al uso de Madrid, y había unos vestidos sacristanes, armados con aros de hierro, y otros de escotado o degollado. Para adorno de cabeza, además del peinado corriente de los topetes bordados de seda, de las coronillas de perlas, de los gallones salteados de cintas de rosas, que descendían hasta   —225→   los hombros, de las tembladeras, bronjas, desaliños, gregorillos, etc., y otras alhajas de gran valor, jugaban multitud de composturas y tocados, rebozos de espumilla, con capuchos, sereneros de tafetán punteado, moxués y toquillas crespeadas, marsinas de raso, mantos de gloria, de humo y de cristal, etc.

imagen

Ejército y armas.- Por escritores y pintores de aquel siglo, se ve la heterogeneidad y falta de disciplina que aún había en los ejércitos, hallándose muchos cuerpos sostenidos por jefes o señores particulares. El uniforme venía indicándose en las compañías de reales guardias, estribando el principal distintivo de los regimientos en su librea, o sea el color de lazadas y plumas. Seguían como armas lanza, mosquete, arcabuz, semipica o lans-pesada de oficiales, hasta capitán, y alabarda relegada a ciertos cuerpos.

El mosquete español, que databa de mediados del siglo anterior, siendo muy pesado, no podía jugarse sin ayuda de horquilla, pero ganó con la mecha y con las platinas de rueda, invención alemana, acabando los españoles de perfeccionarle con la piedra de chispa, llamada platina de miguelete, origen del fusil. Sabida es la importancia que dichos migueletes catalanes consiguieron durante la guerra contra Felipe IV. El petrinal o pedreñal, también catalán, fue usado antes por la caballería, tomando de los carabineros el nombre de carabina. Las pistolas, más largas que hoy, a su vez con platina española, fueron inventadas según trazas en Pistoia. Finalmente, a los españoles se debió la bayoneta, inventada según se dice en Bayona, que hizo inútil la pica.

La tropa de lanceros solía usar borgoñota, con yugulares y morra o visera de pico, alzacuello, coselete, sin   —226→   brazales, y cinco escarcelas. Arcabuceros y mosqueteros seguían con sus coletos de búfalo, habiendo tomado de la moda del tiempo las calzas huecas llamadas reales. Más adelante apareció la hungarina, verdadera levita aforrada, de manga corta y hueca, con vuelta. La oficialidad, a beneficio de coleto y hungarina, fue abandonando el coselete, sin conservar de la antigua panoplia más que el alzacuello, como distintivo (hoy gola), y las agujetas, generadoras de la charretera. En Francia, ano 1622, creose la guardia de mosqueteros de a caballo, cuyo traje era casaca azul (equivalente al hoquetón), con cruz de plata. Algunos años después los escuadrones quedaron organizados en regimientos, dándose más desarrollo a los carabineros, que se defendían con celada redonda sin cresta, coraza sustituida por el coleto, y bota montada, o la antigua polaina. A la caballería ligera fue agregado el cuerpo de cravatos o croatos. Entonces las armaduras quedaron obligatorias sólo para la gendarmería de a caballo.

Generalmente, en todos los cuerpos, el color distinguía a sus jefes desde teniente arriba, comenzando por ahí los uniformes. Luis XIV, amigo de la simetría, es quien arraigó en Francia tal novedad, dando al ejército, por medio de asentistas, trajes idénticos para cada cuerpo, que variaban entre sí en colores y divisas. La hungarina pasó a casaca, con chupa y calzón, hacia 1680; los mosqueteros, encima de su casaca roja, conservaron el chaquetón azul con cruz blanca. Botas de montar fueron peculiares de dragones, lo mismo que unas granaderas, de manga caída, de color uniforme en cada regimiento; sólo como reminiscencia, una coraza de gala quedó para los jefes de superior jerarquía. El origen del   —227→   cuerpo de húsares data del año 1690, tomado de algunos prisioneros alemanes que vestían a la turca, esto es, grandes mostachos, gorro de pieles, casaca abrochada con alamares, calzones anchos con botinas, y una piel de tigre por abrigo. En 1690 estaba generalizado el armamento de fusil y bayoneta, acompañado de cartuchos, que se inventaron a la sazón.

Los españoles siguieron por mucho tiempo fieles a la moda de 1580, bajo la cual tantos lauros se habían granjeado, conservando su infantería los jubones rayados, de panza, y los sombreros de cubilete. Su ejército, formado de tercios de doce compañías, constaba además de cuerpos auxiliares de alemanes o valones, de italianos, borgoñones e irlandeses, asaz mal organizados, sobre todo después de las ordenanzas de 1603 y 1611, que afectaron a toda la hueste. También el vestuario sufrió notables mudanzas en los reinados de Felipe III y Felipe IV, hasta que en 1664 se le sustituyó el que usaba el ejército de Flandes, compuesto de justacuerpo y gregüescos, con sombrero ya chambergo o chapeo, ya de aguja, y el pelo en guedejas. Los guardias de infantería, creados en 1634 y 1669, llevaban casaca o justacuerpo de paño amarillo y calzones encarnados. Posteriormente cambiose algo la librea de las tres guardias reales, que eran la española, la tudesca y los arqueros de la cuchilla. Los mosquetes de mecha, utilizados a principios del siglo, al igual que los arcabuces de rueda, fueron sustituidos por llaves francesas, que se generalizaron a mediados del mismo siglo. Hacia igual tiempo debiose al catalán Marra, un importante tratado sobre fundición de piezas de artillería.