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ArribaAbajoSección tercera. Eclecticismo

Siglo XIX


Llegamos al término de nuestro relato, con el siglo actual.

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Heredero de una civilización caduca, desde sus comienzos viene sufriendo todas las agitaciones de sañudas luchas, en que riñen principios muy contrarios: por un lado los tradicionales, y por otro los que diariamente engendra una necesidad creciente e inexcusable.

¿Cerrará este siglo una época, viendo el fin de semejantes luchas? Harto lo dudamos. Para tales problemas, sumamente complexos y erizados de dificultades, no siempre obedeciendo a sinceros móviles, y afectando intereses de suma cuantía, es nada la vida de un siglo. Ya del XVI datan sus premisas, y la revolución del 89 fue una de sus más terribles   —252→   explosiones. Otras han sucedido después, y sin embargo la resolución anda todavía lejana.

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Dentro la pequeña esfera de nuestro asunto, la perturbación nacida de semejante estado de cosas, llega a influir directamente en el arte; no ese arte material, que por cierto ha ocupado con fruto la ingeniosidad del siglo XIX, sino el arte de las sublimes idealizaciones, aquel que inspira escuelas y engendra estilos, el arte de los Fidias y Rafaeles. Patente muestra de ello es el vacío de la arquitectura, que en vano anda buscando una fórmula que caracterice su actual momento de existencia. Si alguna prevalece, es el eclecticismo, común hoy a las letras,   —253→   a las ciencias y a otras especulaciones del humano ingenio; síntoma innegable de la indecisión de principios, y confesión paladina del vacío que se lamenta.

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En todas las épocas historiadas encontramos un sello genuino que, imprimiéndoles carácter, las distingue de las demás, revelando su ser propio y subjetivo, resultado de principios fijos; hasta el barroquismo y el rocoquismo, con inspirarse en huecas teorías, traían raíz propia, basada en una manera de ser análoga, de acuerdo con todo el organismo social. Unas y otras tuvieron norma segura, fe en algo; hoy día ese eclecticismo, equivalente a una negación, ni siquiera alcanza el valor de un procedimiento científico para sacar de muchos y variados jugos un germen de vitalidad; pues lejos de constituir sistema, lo juzgamos sólo un mero capricho, a título de emancipación, o bien un efímero recurso para ocultar la ausencia de ideas justas y arraigadas. Verdaderamente el arte moderno anda desligado de la estética, bastando examinar las producciones, no escasas en verdad, que incansablemente engendra en todas las partes del globo, y mirar los edificios que pródigamente derrama sobre su haz.

Pues si al arte le falta estética, ¿cómo ha de tenerla el traje? Efectivamente, el de este siglo envuelve a su vez una negación artística, bastando asimismo recorrer las infinitas revistas de modas que andan en manos de cualquiera, nacidas de la imposición parisiense, desde el último cuarto del siglo anterior, para reírse o fastidiarse con el   —254→   verdadero caricaturismo que se hace de la noble figura humana, bajo las coacciones y fealdades a que sucesivamente se la ha sujetado, para sacar casi siempre resultados contraproducentes en los conceptos estéticos de congruencia, armonía, buena proporción y demás leyes que la integran. Prescindimos de las razones de confortabilidad que alguna o muchas veces se habrán tomado en cuenta; bueno es atenderlas, y aun basar en ellas el traje, por la esencia de su índole; mas así como no basta que el edificio sea cómodo, sino que ofrezca un aspecto atractivo, revelando la calidad de su dueño; así bien el traje, atendidas las leyes sociales, las artísticas y las de conveniencia, ha de ser algo más que el saco del bonzo, o el envoltorio del fakir, si no se quiere que de un salto retrocedamos a la barbarie. Mientras quede un átomo de cultura, la dignidad personal exige que el traje reúna sus cualidades inherentes de bondad y distinción, ajustándose por lo tanto a las reglas artísticas que califican todo producto del humano ingenio.

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Por de contado, la rigidez urbana, la seriedad prosaica, el civismo y otras restricciones que impusieron a los centros modernos aquella regularidad compasada, hija   —255→   del nuevo clasicismo académico, que en España fomentaron los ministros de Carlos III y los artistas y literatos contemporáneos; ayudaron mucho a la monótona compostura del traje, que parece fue obligatorio ceñir a unas cuantas prendas esenciales: sombrero de copa, casaca o levita, chaleco, pantalón y capa.

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El sombrero tubular, rivalizando ya con el tricornio desde 1780-90, prevaleció después de la revolución, y se arraigó durante el imperio, quedando luego señor absoluto, sancionado como última ratio del tono; por manera que aún hoy reina oficialmente y de hecho sobre las cabezas más encopetadas. Con él desaparecieron los últimos restos del peluquín, que se convirtió en simple coleta para los pocos reaccionarios fieles a la cresta o sombrero de picos. Vanamente, hace pocos años se ideó la rehabilitación del chambergo del siglo XVII; este ensayo no dio más resultado que la aclimatación parcial del hongo. El sombrero de copa ha conservado su prestancia, y es fácil la conserve largo tiempo, porque en realidad, mientras dure el indicado conjunto de traje, no es dable hallar remate o coronamiento que mejor le cuadre, como   —256→   tapón de aquel estuche en que los hombres han venido a encerrarse.

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También el pantalón se inició con los héroes del Campo de Marte, tomado a la marinería italiana, que sin duda la tomó de los Pantaloni del teatro de aquella nación. Si está bien cortado, tirado y ajustado, no hay duda que viste seria y hasta cómodamente, siendo susceptible de graciosos pliegues; pero no llega de mucho al efecto artístico de la calza justa de los siglos medios, ni de las otras calzas acompañadas de otras medias, que apañó el renacimiento, ni siquiera de la culota de nuestros abuelos, combinada con el traje de su uso. Esas varias calzas daban realce a la forma airosa de un robusto jarrete, dejando apreciar las elegantes ondulaciones del juego de la pierna; todo lo cual se esconde bajo la plástica del actual pantalón.

La casaca o frac ha desmentido a su buen origen. Cuando la inventaron los cortesanos de Luis XIV, hicieron de ella un justacuerpo que, partiendo de la base del cuello, se extendía recta y sencilla, formando como una cubierta natural de la caja del cuerpo hasta media pierna; semejante a otras de anteriores fechas, que siempre dieron buen resultado, según modernamente ha podido juzgarse por analogía, en ciertas hechuras de gabanes y paletoes. Mas la primera casaca, ensanchándose y abriéndose gradualmente, perdió sus ventajas de proporción, adherencia y plegado, y luego que las tropas, llevándola en campana, se doblaron   —257→   hacia atrás sus faldones, que les incomodaban para la marcha, se creyó mejor logrado el objeto cortándolos definitivamente, lo cual condujo a la casaca escurrida de medios faldones traseros; cosa que puede concebirse en su sucesiva transformación, pero que considerada en absoluto, es una incongruencia de las más extravagantes. Esta casaca sin embargo, así fraccionada o frac, constituye otra de las prendas inexcusables para toda recepción, solemnidad o festejo público y de familia; siempre con aquellas dos coletas más o menos anchas y prolongadas, que baten compasadamente los ijares del portante, muy ufano con tal atavío.

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Del chaleco poco diremos, por ser una prenda adjetiva que suele caer bien cuando se aviene con el resto, cortada   —258→   a regular medida, pues estriba todo su realce en la pechera y demás aditamentos. Comenzó a su vez como veste, auxiliar del justacuerpo, formando un duplicado de igual corte; mas al abrirse el frac, quedó desfavorecido, y entonces debió seguir las condiciones de su compañero, pasando a chupa larga, y sucesivamente a chaleco, que se ciñó justo. Anejo al traje ceremonial, hiéndese y boquea para la ostensión de chorreras, veneras y condecoraciones, siendo otro accesorio de los que se sujetan a calculado rigorismo.

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Levita, casaca leve en su origen, insiguiendo su nombre, debió idearse para alivio de aquélla, cuando aún era justacuerpo o chamberga. De los mozalbetes madrugadores pasó pronto a la gente comodona, sin desairarla los mismos señores; pero su radicalidad data de nuestra centuria, siendo tan fecunda que ha dado varias hijuelas:   —259→   la cota, levita larga hasta los pies, del primero y segundo decenio; el levitón, de igual linaje; el saco, el levisac y otros que todavía fructúan. No otra cosa que una levita fue el palle-tock inglés, bajo iguales circunstancias de origen y tradición, el cual llegado a nosotros sin cambiar de índole, se ha vulgarizado con nombre de paletó, sin empero merecer ingreso en la categoría de prendas oficiales.

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Pasaron transitoriamente el roqueloure, el papista, el volante, el gambeto, el carrique, todos levitones provistos de valoncillas y sobrecuellos, quedando en su reemplazo gabanes y otros abrigos, de que sigue formando parte un carrique modificado, y las nuevas invenciones de rusos, sports, pardessús, milords, esclavinas, pelissiers y otras variantes sobre el mismo tema.

Queda por fin el grupo de capas, capotes, jaiques, valonas, manteos, etc., los cuales modificados también al infinito, han seguido y seguirán mientras haya necesidad de arroparse, girando sobre el eje de la capa española, que es sin duda la que mejor cumple como resguardo, la que más se aviene a la estética, y la que más se afilia a sus similares de la antigüedad y de las edades medias, por ser una envoltura muy natural, bajo cuyos pliegues se acentúan todas las ondulaciones de un cuerpo garboso, susceptible en su amplitud de evoluciones y composturas   —260→   elegantes; secreto de los misterios del embozo, juego de la gallardía del jaque, picante aliño del trasnochado amador, a la vez que autorizado distintivo del hombre grave, y forzada librea de troneras y rufianes. Para lugareños, capa, capote o gambeto, todavía dan por su lado prestigio y carácter oficial al alcalde o regidor, a los directores de danza o a los cabezaleros de cofradía.

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Lobas, sotanas, manteos, garnachas y balandranes, vinieron contrayéndose a las respetables clases sacerdotales y rectorales, y por analogía a los escolares de seminarios e institutos, o por concomitancia, durante largos años, a nuestra bulliciosa y popular estudiantina.

Una de las pocas invenciones provechosas de nuestro siglo consiste en la blusa del obrero, especie de camiseta libre, adecuada así al lucimiento como al trabajo, y que siendo juntamente cómoda y económica para humildes clases, pronto mereció de ellas una aceptación universal.

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Algo nos falta decir con relación a trajes femeniles; ¿mas quién tendrá resolución para abordar tan intrincada materia? Prendas variadísimas, hechuras hasta perderse de vista, denominaciones tan quiméricas como fantásticas, lo más laberíntico en apañados, composturas, confecciones, novedades, inventos y mudanzas. La esencia, el fondo, sin embargo, es inmutable: vestidos enteros o seccionados; abrigos más o menos complejos; cubiertas   —261→   o tocaduras de cabeza; calzado y adminículos de adorno. Para tono, y aun para uso común, el vestido entero ha predominado en el siglo XIX. Durante su primer cuarto, fijose tenazmente bajo una forma despechugada, del talle cortísimo y falda menguada, que cual reminiscencia de las desnudeces pseudo-arcaicas de la Convención y del Directorio, llegó al Imperio como crisálida que se mantuvo hasta la reversión a los verdaderos vestidos, aquellos que realzan el garbo del cuerpo y lo cubren decorosamente. No es que les faltase decoro a la mayoría de los de 1801 y 1810; por el contrario, sobrábales atildamiento en su prolijidad de randas, picados, volantillos, en cuello, pecho, brazos y rapacejos; convirtiendo las mujeres así compuestas en unas muñequillas bien entrapadas y fajadas, sin lograr por eso descartarlas de una compresión inmodesta que recordaba el desnudo, así en la región pectoral, como en las lumbares y dorsales, mayormente en posiciones sentadas y recostadas, a que añadían su picante las breves y tiradas basquiñas, descubriendo la base con harta indiscreción. Entonces gozó favor el zapatillo de galgas o largas cintas, que se cruzaban sobre los tobillos. Por extraño contrasentido,   —262→   diose en el prurito de embutir el rostro en unos cucuruchos llamados gorros o sombreros, en cuyas desdichadas formas parece se agotó lo más chabacano del gusto. También los varones prendieron en esa moda de talle corto y calzón oprimido, añadidos unos sombreros disformes, lo cual distaba mucho de contribuir a su decencia y mayor realce.

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El término de la guerra de la independencia, y después el regreso a Francia de los emigrados en el año 15, con otros acontecimientos subsiguientes, mejoraron algo la situación indumentaria, aportándole influjos extranjeros, que fueron reintegrando su naturalidad en el tercer decenio; pero la gran reforma data de la nueva era, iniciada por las fechas del 30 y 35, especie de regeneración moral, social y política, que dio un repentino cambio a gustos   —263→   e ideas, inclusas letras y artes, y consiguientemente a trajes y modas.

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Fue aquélla la explosión del romanticismo, entusiasmo retroactivo que sacó a plaza trovadores y castellanas, tiranos y verdugos, ángeles y vestiglos, todo pintado con luces siniestras y explicado en el lenguaje más cavernoso. Surgieron entonces como por ensalmo los poetas melenudos, sin cuello de camisa, y las pálidas damas a lo María Estuardo o a lo Catalina Howard, caído el pelo sobre las cejas, lacio el vestido, flojas sus mangas, las cuales primero se adornaron con unas abultadas hombreras o tufos, y luego se cambiaron en holgadísimas alforjas.

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No podemos recorrer en su marcha las mutaciones que, a partir de esta fecha, vinieron sucediéndose con una especie de frenesí, variando no sólo en cada estación, sino cada mes, y aun por días, según las horas y ocasiones de mudarse. Generalmente, diremos que la compostura y el aseo se restablecieron bastante hacia el quinto decenio, y aun mediaron períodos de legítima elegancia, y hasta de donaire en el género mujeril, recomendándose   —264→   entonces por su garbosidad unos vestidos de buen talle, manga justa y falda volanteada, con ciertas formas graciosas de capas y manteletas, y unas lindas capotas a la Pamela.

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Por desgracia no tardó en descolgarse de extranjis, el novel y famoso miriñaque, que echó otra vez abajo la reforma del gusto, mientras los hombres trataban la del sombrero, y conseguían algunas otras que les han ahorrado muchas sujeciones, si bien apaisanándoles de una manera ostensible. El escándalo del polisón que vino en pos, y que en la actualidad sigue favorecido con toda la adhesión de las bellas, está demostrando que, en achaque de modas, siempre se caerá en iguales tropiezos, sobre todo desde que las confecciones constituyen fructuosa   —265→   materia de explotación industrial, harto favorecida por la vanidad humana, y por las veleidades noveleras, cuando no las regula un consentimiento general artístico, en el buen sentido de la palabra.

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La proliferación de las modas ha destruido el individualismo de ellas en su parte más característica, que por largo tiempo dio a ciudades y pueblos un sello subjetivo, en consonancia con sus costumbres y modo de ser social. Sin embargo, hasta el segundo tercio de este siglo, las clases medias y aun las ricas españolas, señaláronse no sólo en la capa nacional, en los sombreros y cofias de hombres, sino en las mantillas de mujeres, pañuelos de cabeza y cuello, airosos   —266→   guardapiés y otros redundancias, como lazos y flores naturales, sólo compatibles con la salerosa sandunga de nuestras paisanas.

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Pero donde más ahincó la tradición o radicó la nacionalidad, fue en aquellos trajes provincianos exclusivos de varias regiones de España, y vinculados en ellas como una antigüedad de cuatro y cinco centurias. La collarada y los cuerpos bajos de labriegas aragonesas, en Hecho y Ansó, etc., figuran ya en poesías del Arcipreste de Hita, y fueron vulgares entre damas del 1400. Los zaragüelles de Murcia, Valencia y Mallorca, traen indudable procedencia morisca, al igual que la variedad de mantas usadas en casi todas las provincias. Ciertas tocaduras de mujer navarras y vizcaínas, infórmanse en sus similares del siglo XV; y nada diremos del caramiello gallego,   —267→     —268→   que indudablemente trasciende a los albores de la reconquista; ni de otras varias aposturas primitivas, todavía corrientes en las serranías de Ronda y montañas de León, en los valles de Roncal, de Pas y del Baztán, en el Maestrazgo y en el Pirineo, etc., con especiales formas de coletos, vaqueros y sotanas masculinas por un lado, y por otro de tocas, corpiños, manteos y refajos mujeriles, recordando en su hechura y adornos lo más radical de la Edad media, o lo más original del gusto arábigo. Varias comarcas guardaron con preferencia resabios de los siglos XVI y XVII, bastando observar la persistencia del chambergo y de la montera; al paso que otras, más modernizadas, como Andalucía, Cataluña y Castilla la Nueva, de la huella dejada en sus límites por los siglos XVIII y XIX, sacaron sus chalequillos, chupetines, fajas, mangotes, redecillas y otros adminículos que todavía   —269→   distinguen a toreros y chulos, y que a duras penas lograrán desarraigar los principios modernos de igualitarismo democrático. Y es que para dichos pueblos, arrumbados en serranías y valles, la estabilidad es una segunda existencia; sus trajes pasan heredados de padres a hijos, constituyendo además un renglón ceremonial que no sufre innovaciones, y cuyo prestigio resiste tenazmente al influjo de las modas corrientes en las ciudades.

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Milicia.- Con referencia al elemento militar, un siglo tan guerrero no podía menos de darle gran prestigio. El uniforme, extendido, radicado y aquilatado hasta alcanzar un miraje prestigioso, ha llegado a ser factor indumentario de importancia, ya por rebasar los límites de la milicia, ya por el papel que los militares juegan en la mayoría de actos suntuarios, y hasta en ordinarios de la vida civil. La ambición del César moderno, haciendo de Europa un vasto campamento, dejó obligada en todas partes la creación de ejércitos permanentes, y de numerosos y variados cuerpos, cuyos uniformes se distinguen unos de otros por su corte, colores, divisas y atributos, no sólo entre las diferentes armas que componen el ejército (infantería,   —270→   caballería, artillería, etc.), sino entre los muchos institutos de tierra y marina, y otros de carácter semi-militar, como caballeros de órdenes, maestrantes y otros privilegiados, ministerios, consulados, real patrimonio, etc., etc. Nuestros militares conservaron sus uniformes de tiempo de Carlos IV, aun allende la guerra de la independencia, esto es, casaca redondeada de medias solapas, con botas y cuello de un color, chupa, calzón, botines y sombrero cresteado de gran plumero, o media granadera y casco la caballería; al paso que las tropas de Napoleón reformaban ya sus casacas, usando pantalón ancho, gruesos morriones cordoneados, y granaderas de pelo la guardia, los húsares, las planas mayores, etc., por cuyo estilo fue determinándose el nuevo uniforme a la moderna, sin gran modificación hasta el segundo tercio de siglo. En nuestra patria produjeron aún más variedad las incoherentes milicias que se improvisaban, muchas veces por urgencias de guerra o por especialidades de defensa, y aun en mayor número durante las sucesivas luchas civiles, no bien terminadas, que pusieron la mitad de la nación enfrente   —271→   de la otra, llevando cada bando sus distintivos propios, entre ellos su boina navarra los carlistas, y la gorra los catalanes, que por cierto casan muy mal con el resto de uniforme.

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Marcaremos las principales variaciones ocurridas desde principios de este siglo.

Año 1800. Adopción de solapa recta, para cruzarla sobre el pecho; sustitución del sombrero por la mitra prusiana, que ya databa de 1740; limitación del poncho al uso de campaña; recorte del pelo.

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2. Uniforme azul celeste, con unas solas divisas y cabos para la infantería de línea, y verde para la ligera; reemplazo de la mitra por el sombrero.

5. Restitución del color blanco a la infantería de línea, reservándose el azul a la ligera. Adóptase la táctica de Federico el Grande.

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8. A consecuencia de la invasión francesa, organízanse las 5 legiones de voluntarios llamadas de la Fe, la Patria, Leales de Fernando VII, la Victoria y la Muerte, con uniformes de ocasión.

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11. Es adoptada la corneta inglesa como nuevo instrumento de guerra.

12. Renovación del uniforme en casaca, pantalón largo, capote-esclavina v chacó cónico. Dura hasta el fin de la guerra, y después se perfecciona.

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15 y siguientes. Reorganización de las milicias provinciales y de nuevos cuerpos, con variados uniformes.

20. Las banderas de los regimientos se cambian en leones, a semejanza de las águilas francesas. Posteriormente algún cuerpo de milicia ciudadana imitó esta extravagancia.

24. Reversión al sistema antiguo, bajo nuevos uniformes y banderas, aumentándose la Guardia Real, que vestía con cierto lujo.

La pesadez y el mal gusto siguieron en progresión durante la primera guerra civil, así en el ejército como en la milicia ciudadana, y daba lástima ver al pobre soldado, corriendo casi siempre por montes y vericuetos, con su largo capote, corbatín de suela, zapatos herrados, polainas, correajes, mochila, morral, cartuchera, sable, morrión de carrilleras, y por añadidura el pesado fusil inglés.   —273→   Más adelante aligerose algo esta carga, suprimiendo o simplificando algunos accesorios, trocado el capote en levita o peto, y el morrión en chacó; pero el cambio más beneficioso, así en aspecto como en pertrecho, data de época reciente, especialmente desde la guerra de África, con la adopción del poncho y el ros, no menos acertados que el arreo peculiar de catalanes y navarros, que la garibaldina de los italianos y la actual guerrera de nuestro ejército.

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Del año 1856 data la adopción de levita azul y cabos encarnados para los cuerpos de línea, y garancés para los ligeros; de 1858 el cambio de morrión por el ros, el correaje de espada entre oficiales, y el pantalón de dicho color garancé generalizado a todos los cuerpos; de 1860 la adición de estrellas a las divisas de galones y trencillas en bocamangas y sombreros, viniendo sucesivamente el poncho, la garibaldina, la leopoldina y la guerrera.

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Nuestros banderizos solían usar patillas, a veces corridas con mostachos, a la moda de el Empecinado. El bigote se extendió a las demás tropas, y sólo de fecha reciente están permitidas las barbas, que antes usaban sólo los gastadores, naturales o postizas.

Hoy se comprende mejor el uniforme, simplificado en general con dichas leopoldina y guerrera, descartado de aquella fantasmagoría con que a su modo se le abarrocó durante un largo período. Las guerras sociales de Francia, y señaladamente la separatista de Norte América, evidenciaron cuánto huelgan ciertas minuciosidades rutinarias, de que aún no ha sabido desprenderse el militarismo europeo, formando aquel aparato de comparsa que, si puede complacer a bobos o fachendones, no corresponde por cierto a la verdadera marcialidad. Innovaciones recientes de mal gusto nos parecen los guantes verdes del soldado, las fundas blancas de las gorras, las correas flojas del sable de infantería, y el casco austríaco adoptado por generales y jefes.

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ArribaAbajoConclusión

He aquí cómo juzgamos dejar demostrado que la indumentaria, además de interesar por un lado a la industria, al comercio, a las artes; por otro a la higiene, a la moral y a la cultura de los pueblos; encierra grande interés histórico, compenetrándose en su eslabonamiento, y por esencia constituye en lo artístico un elemento vivo y directamente impresionable de la estética dominante en cada época.

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ArribaÍndice explicativo de los grabados

Egipcios.

1 a 4 -Tipos de hombres y mujeres, sacados de la monumentaria indígena, y reproducidos en muchas colecciones.

5-6 -De la obra de Menart (Vie des anciens).

Hebreos.

7 a 10 -En parte por descripción de autores, y en parte de la obra de Hottenroth.

Rey fenicio.

11 -Como los primeros números.

Asirios.

12 a 15 -Íd., íd., íd.

Tocaduras.

16 a 20 -De monumentos, y de la colección del inglés Th. Hope.

Medos.

21-22 -Como los primeros números.

Persas.

23 a 26 -De la colección Hope.

Indios.

27-28 -De la obra de Menart y Sauvageot.

Tocaduras frigias.

29 a 32 -De la colección Rope y obra de Menart.

Etruscos.

33 a 36 -De la colección y obras citadas.

Griegos.

37-38-39 -Íd., íd.

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40 a 45 -De las mismas y otras colecciones.

46-47 -Galero y petaso. Íd.

48-49-50 -Cascos griegos, de la colección Hope.

Romanos.

51 a 58 -De monumentos y estatuas del Vaticano, etc.

55 -Conocida estatua de César, en el Vaticano.

59 y 60 -De la columna Trajana, según Vossio y otros autores.

Germanos.

61 -De dicha columna.

Románicos.

64 a 67 -De la obra de Caumont (abecedaire d'Archeologie). Siglos II y III.

95-96-97 -Según Vossio, Ducange, Muratori, etc., siglos IV, V y VI.

Bizantinos.

62-63 -De un MS. griego de la biblioteca de San Marcos, Venecia, siglos VI y VII.

68 -Figura de marfil, de Milán, siglo IX.

69-70 -De la colección Labarte (Histoire des Arts Industriels), siglos IX y X.

71 a 74 y 76 -Íd., encuadernaciones del siglo X.

75 -Guerrero, figura de marfil, en Venecia, siglo VIII.

77 a 81 -Tipos bizantinos, de los siglos XI al XIV, según Ducange y otros.

Visigodos.

82-83-85 -Príncipe y escudero, mosaico de San Vital, siglo VI, y descripción de autores.

84 -Íd. del disco de Teodosio, hallado en Almendralejo, siglo V.

86 a 93 -Compuestos sobre descripciones y tipos de mosaicos primitivos, según R. de Fleury y otros autores, siglos III al VI.

98 y 99 -Fleury y otros autores.

100-101-102 -De un mosaico representando al Pontífice San Gregorio y sus padres Gordiano y Silvia, en la sacristía del monasterio de San Andrés, siglo X.

94 y 103 a 109 -De la colección Ciampini (Vetera Monimenta), siglos VI al XII.

Árabes.

110 a 125 -Compuestos sobre descripción de autores, y tipos del Códice Apocalipsis de Gerona, libro de las Tablas de don Alfonso y manuscritos varios, siglos X al XIV.

Siglo VIII.

126 a 135 -Clases nobles y militares, damas, etc., según la Biblia de Carlos el Calvo, y analogías de monumentos coetáneos.

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Siglo IX.

136-138 -Reyes, Lotario y Carlos el Calvo, de un Evangeliario y un Horario de ambos príncipes.

139 -Caballero, de un códice primitivo de San Millán de la Cogolla.

140 -Viuda, de unos Evangelios de la biblioteca Laurenciana.

141 a 144 -Damas de varias clases, del citado códice de San Millán y otro de León, Biblia de Carlos el Calvo, etc.

145 a 148 -De igual procedencia, y del códice de Gerona.

Siglo X.

149-150 -Rey y noble, del códice Vigilano.

151 a 153 -Del Apocalipsis de San Beato, códices de Oviedo y Gerona.

155 -De dicho códice Vigilano.

154-156-157 y 158 -Mujeres de varias condiciones, según los libros citados.

159-160 -Damas ricas, de la tabla de Santa Margarita, en Vich, y portada de Carracedo.

161 -Benedictino, de Ducange.

164 -Obispo de un MS. de Vich.

163 -Diácono, de otro de la Biblioteca Imperial de París.

162 -Clérigo, de la biblia de Souvigny.

165 -Canónigo, de un Pontifical de la Biblioteca de la Minerva, Roma.

166 -Religioso, de Ducange.

Siglo XI.

167 a 169 -De la portada del monasterio de Ripoll, año 1061.

170-171 -Capiteles claustrales de la Seo de Tarragona.

172-173 -Iguales procedencias.

174 -Colección Veccellio.

175 a 177 -Portada de Ripoll y libro de Testamentos de Oviedo.

Siglo XII.

178 a 180 -El 178 de una tabla de los tres Reyes, en el Círculo literario de Vich; el 179 de la colección Hervé; el 180 de la estatua tumularia de don Diego López de Salcedo.

181-182 -Del libro de Testamentos de Oviedo.

183-184 -Del mismo libro.

185-186 -El 185 de la portada de Corbeil; el 186 de la Biblioteca Imperial de París.

187 -Del libro citado de Testamentos.

188 -Condesa Matilde, de un manuscrito italiano.

189 -Conde Bonifacio, íd.

190 -En Castellón de Ampurias.

191-192 -Los afeminados, de un manuscrito inglés, Biblioteca Cottoniana.

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193 -De los claustros de San Benito de Baiges.

194 -Del Liber feudorum, archivo de la Corona de Aragón.

195 -Según estatuas sepulcrales de la época.

196 -Godofredo Plantagenet, de un esmalte de Mans.

Siglo XIII.

197-198 -Del códice de las Cantigas, por don Alfonso el Sabio.

199-200 -Tocaduras francesas, de manuscritos. La segunda es almuza.

201 -Tocadura española, de una tabla de Vich.

202 -Del códice de los Fueros de Aragón, por don Jaime I.

203-204 -Del libro de las Tablas, por don Alfonso el Sabio.

205-206 -Del códice de las Cantigas.

207 -De la estatua de Doña Mencía L. de Haro.

208 a 210 -Del libro Lapidario de don Alfonso el Sabio.

211-212 -Don Guillermo Ramón de Moncada y su consorte Doña Constanza de Aragón, según sus estatuas sepulcrales de Poblet.

213 -Del libro Feudorum Ceritaniæ, archivo de la Corona de Aragón.

214 -Tocado español, de una estatua en Burgos.

215 -Del códice de los Fueros de Aragón.

216 -Tocado inglés, MS. de la biblioteca Cottoniana.

217 -Íd. de la condesa Mahalta, vidriera de la Catedral de Chartres.

218-219 -Del libro de las Tablas de don Alfonso.

220-221 -Igual procedencia (son característicos trajes castellanos de este siglo).

222-223 -Según sepulcros de la catedral de Barcelona.

224 -Estatua genérica en diferentes sepulcros de la época.

Siglo XIV.

225-226 -Colección de Villemain.

227-228 -Trajes de hopalanda, según el retablo de San Martín, seo de Barcelona, y otro procedente de San Fructuoso de Baiges, fines del siglo.

229 -Trajes de almarga de luto, de un sepulcro cerca de Olot, 1330.

230 -Cota ciudadanil, de un manual de Cervera, 1360.

231 -Íd. con chiote o bibilla, de un retablo hoy perteneciente a la Comisión de monumentos de Barcelona, 1340.

232-233 -Formas de capirotes, en el mismo retablo.

  —281→  

234-235 -Formas de capirotes, de un MS. del cabildo de Vich, 1340-50.

236 -De un retablo de la iglesia de Cardona (las Once mil Vírgenes), 1370.

237 -De la sillería del coro de San Félix de Gerona. Hopalandas mujeriles, 1370.

238-239 -Del retablo de Cardona.

240 -Muceta doctoral, MS. de la biblioteca Universitaria de Barcelona, origen italiano.

241-242 -De un MS. de Italia.

243-244 -De la colección Villemain, 1330.

245 -Citado retablo de San Fructuoso de Baiges.

246 -MS. del archivo de la Corona de Aragón, 1340.

247 -Del mismo.

248 -Según tabla de Santa Lucía, propiedad particular (Mendigo y judío), 1390.

249-250 -De la Biblioteca Imperial de París, 1320-30.

251-252 -De la misma.

253 -Del retablo de Cardona.

254 -Estatua de Juana de Borbón, 1330.

255 -Del museo de las Termas, en París, 1370.

256 -Del citado retablo de Cardona.

257-259 -Manuscrito del Cabildo de Vich y otras procedencias, 1350-90.

258 -MS. de los Castigos y documentos del rey don Sancho, 1380.

260 a 262 -De un fresco de Orcaña, en Florencia, 1380.

263 a 268 -MS. procedente de Gerona, 1390-1400 (trajes populares catalanes; merecen notarse las tocas y mantillas de las mujeres, la capilla y el capirote de los hombres, con las curiosas alforjillas que uno trae pendientes del cuello, conteniendo el botijo de vino).

269 -Soldado, del primitivo retablo de Pedralbes, 1330.

270-272 -De estatuas sepulcrales.

271 -Del MS. de las Ordenanzas Palatinas, por don Pedro IV de Aragón.

273 a 275 -Del retablo de Pedralbes, y de otro de Burgos.

276 a 278 -Del retablo de Todos los Santos, en San Cucufate del Vallés, 1350.

Siglo XV.

279 a 282 -Pinturas murales de la catedral de León, 1410.

283 a 288 -MS. de la biblioteca nacional de París, 1430.

  —282→  

289 a 291 -De un Flos Sanctorum, impresión de Zaragoza, 1490.

292-293 -De las pinturas de León.

294 -Estatua de Doña Juana de Navarra, 1400.

295 -De un retablo catalán de San Lorenzo, hoy propiedad particular, 1440.

296 -Estatua de Doña Sancha de Rojas, 1430.

297 -De la tabla del Canciller de Navarra, en la catedral de Tudela, 1420.

298-299 -De la historia de Lucrecia, por Orcaña, 1410.

300-301 -MS. de tos Torneos, por el rey Renato de Anjú, 1460.

302 -De un MS. francés, de tiempo de Carlos VII, 1480.

303 a 305 -Según el retablo mayor de la seo de Tarragona, 1430.

306 -Citado retablo de San Lorenzo.

307 -Otro retablo de San Antonio Abad, Barcelona, 1460.

308-310 -Íd. del de Tarragona (toquilla y mantilla).

309 -De un MS. francés, 1340.

311 -Del susodicho retablo de San Antonio.

312 -Estatua sepulcral de don Álvaro de Luna, 1460.

313-314 -De un MS. catalán titulado Dits e fets de Alfonso V, 1450.

315-316 -Grabados de un libro francés de últimos del siglo.

317 -De una tabla de San Miguel, perteneciente al gremio de Revendedores de Barcelona. Esta figura presenta suma analogía con la de n.º 315, marcando ambas el traje ciudadanil de 1460-70.

318 -De un grabado figurando al célebre Príncipe de Viana, 1462

319 -De la sillería coral de la iglesia de León, 1450-60.

320 -De una tabla catalana propia del gremio de Curtidores, 1460-70.

321 -De un retablo de San Martín Sescorts, 1440.

322 -Estatua yacente de un caballero del linaje de Cotres, en San Juan de Olmedo, 1450.

323 -De una tabla en la iglesia de Moyá. 1460-70.

324-325 -De un Flos Sanctorum castellano, 1496.

326 -Del retablo de San Antonio Abad de Barcelona; verdadero tipo de nuestras damas, en el citado periodo de 1460-70, con tocado de rocadero.

327 -Del ya mencionado retablo de San Lorenzo.

328 -De una tablita de Santa Magdalena, propiedad particular, tocado de crespina o rebocillo, especialmente indígena; 1480.

  —283→  

329 -Retrato de Carlos VII de Francia, en traje guerrero.

330 -Pintura mural de León.

331-332 -Del citado Flos Sanctorum.

333 a 335 -De unas tablas en el Museo Nacional de Madrid. Modelos típicos, ajustados a las descripciones de fray H. de Talavera y a esculturas de la cartuja de Miraflores, Capilla real de Granada, etc., bajo los Reyes Católicos.

336 a 338 -Íd., íd., trajes femeniles.

339-340 -De unas vidrieras de Tournay, en Francia.

341-342 -De una pintura de Lucas Signorelli, 1470-80.

343 a 345 -De la colección Veccellio. Italianos, 1420-30.

346 a 348 -Esculturas corales de la Seo de Barcelona, tipos flamencos, 1450-60.

349 a 355 -De un Terencio impreso en Lión, 1493.

356 -De las tablas que hay en el Museo Nacional de Madrid.

357 -De la estatua de Padilla, en su sepulcro de Miraflores, 1490.

358 -Del Álbum de Clonard, 1410.

359 -De estatuas coetáneas.

360 -Del citado Álbum Clonard.

361 a 365 -De la sillería coral de Toledo, 1495.

366 a 369 -Grabados del susodicho Flos Sanctorum, fines del siglo.

Siglo XVI.

370-371 -De un MS. francés, 1510.

372 a 374 -De una tapicería alemana, 1500.

375 -De una tabla italiana, 1500.

376 -De un retrato de la reina doña Juana la Loca, 1510.

377 a 380 -De otras tapicerías conservadas en la Seo de Tarragona, 1500.

381-382 -De un cuadrito alemán representando la Crucifixión, 1500.

383 a 385 -De una Historia de Inglaterra por varios literatos, 1500-10.

386 a 389 -De la misma historia.

390 -Del Viaje de Brach, edición de Spira, 1500.

391 a 396 -De las Obras de Misericordia, por Hortino, edición de Roma, 1576.

397-398 -De una Historia de la moda, por Challamel.

399 -Enrique de Albret, MS. de la biblioteca del Arsenal en París, 1520.

400 -Martín Cortés, 1556.

401 -Retrato de la hermana de Santa Teresa, Iconografía de Carderera, 1550.

  —284→  

402 -Retrato del emperador Carlos V, por Tiziano, 1530.

403 a 405 -Del Theatrum totius Orbis, edición alemana de 1593.

406-407 -De la obra de Quicherat, 1520.

408-409 -Hermanos Coligny, retratos coetáneos, 1560.

410 -De una estampa de asunto español, 1540.

411- 412 -Tocados de 1590-1600, según Hervé y Quicherat.

413-414 -De tiempo de Enrique II de Francia, según los mismos autores.

415 a 417 -De la historia de Challamel.

418-419 -De Quicherat, 1570.

420 -De la historia de Inglaterra, por Roujoux y Mainguet.

421-422 -De Quicherat, reinado de Enrique III, 1580.

423 -De un grabado de Wierix, 1590.

424 -De una tabla existente en el Museo de Tarragona, 1590.

425 -De la historia de Challamel.

426 -De Hervé y Quicherat, 1600.

427-428 -De la galería de cuadros de Carderera, 1560-70.

429 a 437 -Del Theatrum totius Orbis, 1590.

438 a 441 -De una tabla en el Museo Nacional de Madrid.

442 -Guardia escocés, colección Gaignères, 1540.

443 -De una obra de Scoto, 1530.

444 -Del viaje de Pedro de Herrera, 1520.

445 -De un Vegecio impreso en Basilea, 1532.

446 -Estampa española, 1568.

447 -De un tapiz de la Casa Real (conquistas del duque Alberto).

448 a 450 -De las Historias de Launay, 1550.

Siglo XVII.

451 a 454 -De una obra de indumentaria, Amsterdam, 1646.

455 -Grabado de Heilan, en Granada, 1618.

456 -De una arquilla, 1600.

457 a 459 -Colección Challamel.

460 -De un Atlas, Amsterdam, 1643.

461 a 463 -De un cuadro de Velázquez, figurando varios artistas, 1630.

464 a 470 -Colecciones de Gaignères, Hervé, Quicherat, etc., 1650-70.

471-472 -Dibujos de Callot y A. Bosse, 1630-40.

473-474 -Íd. de tiempo de Velázquez, 1640-50.

475 -Íd., íd., íd.

476-477 -Íd. de A. Bosse, 1635.

478 -Del Mercurio Galante, 1680.

479-480 -Dibujos de Leclere, 1650-60.

  —285→  

481-482 -Del mismo.

483 -De una colección de estampas, época de Luis XIV. Este peinado, invención de una camarista, hizo furor a últimos del siglo.

484 -Otro peinado de la misma fecha.

485 a 487 -Militares, de la obra de Della Croce (Theatro Militare), 1616.

488-489 -Jefes, por el ingeniero Palota, 1703.

490 a 492 -De Clonard y otros.

493 a 495 -De un cuadro del pintor Caxes.

496-497 -De grabados coetáneos, y libro de pasantías de los Plateros de Barcelona.

Siglo XVIII.

498 -Grabado del New lotery magazine, inglés, edición de 1776.

499-500 -De Leclere, 1710.

501-502 -Colección Hervé, 1750-60.

503-504 -Según un cuadro de Viladomat, 1720.

505 a 509 -Diarios de modas de la época, 1780-90.

510-511 -Composición de Hogart, 1750.

512-513 -Grabados de una obra de 1783 (Les contemporaines par gradation).

514-515 -Dibujo de José del Castillo, 1770.

516-517 -Del Lotery magazine citado.

518-519 -De un Álbum de festejos por la entrada de Carlos III en Barcelona, 1760.

520 a 526 -Colección Hervé, 1790-1800.

527-528 -De diarios de modas, 1796.

529 a 531 -Colección Hervé, igual fecha.

532 a 534 -De grabados españoles figurando pasos de boleras, 1795.

535 a 537 -Colección Hervé.

538, 541 a 543 -Dibujos de Castillo.

539-540 -Diarios de modas de 1800.

544-545 -Capricho de Goya, 1800.

546-547 -Del ingeniero Palota, 1703.

548 a 555 -Del álbum de Clonard y grabados de 1780-1800.

Siglo XIX.

556-557 -De diarios de modas, 1800-1805.

558-559 -Dibujo de Flauger.

560-561 -De retratos-medallones particulares.

562 -De un grabado valenciano, 1810.

563 -De un diario de modas, 1806.

  —286→  

564 -De un Álbum de trajes españoles, 1809.

565-566 -De la colección Hervé.

567 a 569 -Del grabado valenciano de 1810.

570-571 -De otro grabado popular, 1812.

572 a 575 -De la colección Hervé y diarios de modas de 1804.

576 a 578 -Íd. y modas de 1815.

579-580 -Estampas populares de 1820.

581-582 -Íd. de 1825.

583 a 586 -Peinados de 1830-35.

586-587 -Modas de igual fecha.

587-588 -Íd. de 1839.

589 -Caballero de 1840.

590 -Modas de igual fecha.

591 -Tocado de íd.

592-593 -Modas de 1850.

594-596 -Íd. de 1860.

597 -Caballero de 1885.

598-599 -Modas de 1870-80.

600 a 609 -Trajes provinciales, del Álbum de trajes españoles. Arriero segoviano. Alcarreño. Serrano de Cuenca. Manchego. Mozo de tahona madrileño. Chesa de Aragón. Roncalesa. Avilesa. Catalana. Maja de Cádiz.

610-611 -Milicia, 1808, álbum de Clonard.

612 -Retrato popular del Empecinado.

613-614 -De Clonard, y dibujos coetáneos.

615-616 -Íd., íd., íd.

617-618 -Íd., íd., íd.