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Monografía histórica e iconográfica del traje

José Puiggarí i Llobet



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ArribaAbajoA LOS SEÑORES SOCIOS
PROTECTORES, HONORARIOS Y RESIDENTES
DE LA
ASOCIACIÓN ARTÍSTICO-ARQUEOLÓGICA BARCELONESA

En el programa de Álbum para 1885 se dijo que, a fin de dar más impulso a los trabajos de la Asociación, en una de las primeras sesiones del finido año habíase acordado publicar Monografías sobre varios ramos arqueológicos, encargándose de su redacción algunos de los socios asistentes a la Junta, sin perjuicio de la cooperación de cualquiera otro. Tomó desde luego la iniciativa el señor Presidente, ofreciendo en equivalencia del Álbum de dicho año, una Monografía histórica del Traje, con dibujos autográficos, en número suficiente para dar idea general y precisa de las diversas fases históricas del mismo; cuya publicación se haría sin perjuicio de proseguirse la de otros Álbumes, análogos a los heliográficos con tanta aceptación publicados anteriormente.

Mediante la combinación a que también se aludió en dicho Programa, con la acreditada casa editorial de los señores don Juan y don Antonio Bastinos, quienes aceptaron el pensamiento con entusiasmo, se ha logrado que la edición de dicha Monografía del Traje se llevara a efecto sin dispendio alguno por parte de la Asociación, por haberla cedido generosamente su citado autor, recibiendo en cambio un número suficiente de ejemplares para   —4→   ser distribuidos gratuitamente entre los señores socios; y como los gastos son cuantiosos, el ejemplar debe salir en el mercado a un precio bastante elevado. Con esto quedan evidenciados tres conceptos:

1.º El celo de la Junta directiva, la cual en el estrecho círculo de sus posibilidades, además de celebrar Exposiciones, ha conseguido anualmente la publicación normal de sus Álbumes, a los que añade ahora otro verdaderamente extraordinario por sus alcances y riqueza, sin gasto material alguno por parte de la Asociación.

2.º La sinceridad y constancia de sus anhelos de propaganda, a fin de que las nociones artístico-arqueológicas cundan en nuestra patria, y estén a la altura merecida por sí mismas y por el influjo que ejercen en todos los ramos suntuarios o meramente industriales, al objeto de que florezcan, arraigándose en el glorioso pasado que tanto las ilustró.

Y 3.º El desinteresado deseo de merecer las simpatías y adhesión de los actuales señores socios y de cuantos se propongan ingresar como tales, ganosos de secundar los propósitos de la Arqueológica, cooperando a ello con sus conocimientos, su espíritu de propaganda y cuantos medios tengan a su alcance para fomento de tan útiles como difíciles trabajos.

Otra cosa resulta evidente, y es que la Artístico-arqueológica Barcelonesa lleva a cabo sus trabajos, no contando esencialmente con más recursos que los que resultan de la perseverancia de sus asociados, y escasamente con los oficiales que a otros Centros suelen prodigarse.

Barcelona 6 de junio de 1886.

El Vocal-Secretario,
Ramón de Soriano.



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ASOCIACIÓN
ARTÍSTICO-ARQUEOLÓGICA BARCELONESA


Lista de los señores socios que la componen.


AÑO 1886


    JUNTA DIRECTIVA

  • PRESIDENTE
    Don José Puiggarí
  • VICEPRESIDENTE
    Don José Ferrer y Soler
  • TESORERO
    Don Arturo Pedrals
  • BIBLIOTECARIO
    Don Emilio Cabot
  • SECRETARIOS
    Don Ramón de Soriano
  • Don Joaquín de Gispert
  • VOCALES
    • Muy ilustre señor doctor don José Vallet.
    • Don Bartolomé Bosch y Pazzi
    • Don Federico Bordas
    • Don Macario Planella
    • Don Francisco Planas
    • Don José Hermenegildo Monfredi
  —6→  
    SOCIOS PROTECTORES

  • Excelentísima Diputación Provincial de Barcelona
  • Excelentísimo Ayuntamiento Constitucional de Barcelona
    SOCIOS HONORARIOS

  • Excelentísimo señor Ministro de Fomento
  • Excelentísimo señor Capitán general de Cataluña
  • Excelentísimo señor Gobernador Civil
  • Excelentísimo e ilustrísimo señor Obispo de la Diócesis
  • Excelentísimo señor Rector de la Universidad
  • Excelentísimo señor Director general de Instrucción pública
  • Serenísimo señor Duque de Montpensier, Infante de España
  • Muy ilustre señor Comendador don Juan Bautista Rossi
  • Serenísimo señor Archiduque Reignier
    SOCIOS RESIDENTES

  1. Don José Puiggarí, Abogado
  2. '' Felipe Jacinto Sala, Escritor y Propietario
  3. Muy ilustre señor doctor don José Vallet, Canónigo, Rector del Seminario
  4. Don Ramón de Soriano, Maestro de Obras
  5. '' Eduardo Támaro, Abogado
  6. '' Fernando de Delás, Hacendado y Abogado
  7. '' Tomás Moragas, Pintor
  8. '' Bartolomé Bosch y Pazzi, del Comercio
  9. Muy ilustre señor Marqués de Alós, Hacendado.
  10. Don Genaro Castells, Bordador
  11. —7→
  12. Don José Fradera, Propietario
  13. '' Federico Bordas, Propietario
  14. '' José Talarn, Escultor
  15. '' Arturo Pedrals, del Comercio
  16. '' Macario Planella, Maestro de Obras
  17. '' José Moliné, del Comercio
  18. '' José Hermenegildo Monfredi, Abogado
  19. '' Pelegrín Marqués, Fabricante
  20. '' Heriberto Mariezcurrena, Fotógrafo
  21. '' Raimundo Isaura, Fabricante
  22. '' Ramón de Sisear, Hacendado
  23. '' Luis Fernando de Alós, íd.
  24. '' Fernando de Sagarra, íd.
  25. '' Juan Armengol, Propietario y Abogado
  26. '' Carlos de Parrella, Hacendado
  27. '' Baudllio Carreras, íd.
  28. '' Rosendo Nobas, Escultor
  29. Muy ilustre señor Conde de Bell-lloch, Hacendado
  30. Don Alejandro Planella, Pintor
  31. '' Ignacio Gallisá, Notario
  32. '' Elías Rogent, Arquitecto
  33. '' Luis Rigalt, Pintor
  34. '' Miguel Victoriano Amer, del Comercio
  35. '' Trinidad de Fontcuberta, Hacendado
  36. '' Carlos de Fontcuberta, íd.
  37. Excelentísimo señor don Francisco de P. Rius y Taulet, Abogado
  38. Don Cayetano Cornet y Mas, Ingeniero Industrial
  39. '' Francisco Masriera, Platero, Pintor
  40. '' José Masriera, íd., íd.
  41. —8→
  42. Don Federico Pasarell, del Comercio
  43. '' Emilio Santamaría, del Comercio
  44. '' Francisco Miquel y Badía, Abogado y Escritor
  45. '' César Ortembach, Corredor
  46. '' Jacinto Torres y Reyató, Maestro de Obras
  47. '' Antonio de Ferrer y Corriol, íd.
  48. '' Federico Soler, Escritor
  49. '' José O. Mestres, Arquitecto
  50. Muy ilustre señor don Eduardo Moner, Abogado, Archivero del Real Patrimonio
  51. Don Jerónimo Granell, Maestro de Obras
  52. '' Antonio de Ferrater y Llaujer, Corredor
  53. '' Eduardo Llorens, Pintor
  54. '' Eusebio Güell, Propietario
  55. '' José Mirabent, Pintor
  56. '' Mauricio Serrahima, Abogado y Propietario
  57. '' Antonio Caba, Pintor
  58. '' Juan Bofill y Martorell, del Comercio
  59. '' Félix Vives de Amat, Abogado y Propietario
  60. '' Agustín Rigalt, Pintor
  61. '' Bernardino Martorell, Propietario
  62. '' Salvador Armet y Ricart, íd.
  63. '' Melitón de Llosellas, Notario
  64. '' Juan Pujadas, Procurador
  65. '' Ignacio Girona, Banquero
  66. '' Casimiro Girona, íd.
  67. '' Eduardo Tarascó, Atrecista
  68. '' José Altimira, Propietario
  69. '' Ramón Suñol, Abogado
  70. —9→
  71. Don Delfín Artós, Propietario
  72. '' Juan Martorell y Montells, Arquitecto
  73. '' Antonio M. Morera, del Comercio
  74. Muy ilustre señor don José Ramón de Luanco, Catedrático
  75. Don Eusebio Augé, Platero
  76. '' Juan Rubio de la Serna, Hacendado
  77. '' Mariano Aguiló, Bibliotecario
  78. '' Camilo Oliveras, Arquitecto
  79. '' Emilio Clausolles, Médico
  80. '' José de Caralt, íd.
  81. '' Plácido Aguiló, Bibliotecario
  82. '' Nemesio Singla, Propietario
  83. '' Leoncio Serra, Dibujante
  84. '' José Estruch, del Comercio
  85. '' Manuel Amell, Pintor
  86. '' Magín Pujadas, Corredor
  87. '' Mariano Matallana, Maestro de Obras
  88. '' Juan Ansell, Propietario
  89. '' Francisco Pagés y Serratosa, Escultor
  90. '' José María Rodríguez Carballo, Catedrático
  91. '' José Serra, Pintor
  92. Excelentísimo señor don Federico Marcet, del Comercio
  93. '' '' '' Camilo Fabra, Fabricante
  94. Don Ignacio Carreras, Fabricante
  95. '' Olegario Llavería, Pintor
  96. Excelentísimo señor Don Manuel Durán y Bas, Abogado y Propietario
  97. Don Leoncio Sanmartí, Abogado
  98. Excelentísimo señor don José Vilaseca y Mogas, Abogado
  99. —10→
  100. Don José María de Barraquer y de Puig, Hacendado
  101. Muy ilustre señor don Félix María Falguera, Abogado
  102. Muy ilustre señor don Francisco Javier Benavent, doctor en Medicina y Cirugía
  103. Don Eugenio Bladó y Bulbena, Abogado
  104. '' José de Olzina, Hacendado
  105. '' Policarpo Aleu Arández, Abogado y Propietario
  106. '' Juan Arana de la Hidalga, íd.
  107. '' José Ferrer y Soler, Propietario y Fabricante
  108. '' José Xiró y Jordá, Maestro de Obras
  109. '' Antonio J. Bastinos, Editor y Propietario
  110. '' Emilio Cabot, Platero
  111. '' Joaquín de Gispert, Abogado
  112. '' Tomás de A. Coll y Plans, Propietario
  113. '' Enrique de Gispert, Ingeniero
  114. '' Juan Cardona y Vert, Profesor
  115. '' Luis María Soler, Abogado
  116. '' Arturo Saforcada, del Comercio
  117. '' Francisco Planas, Abogado
  118. '' Federico Damians y Pellicer, Abogado
  119. '' José Rosell, Empleado
  120. '' Enrique Batlló y Batlló, Fabricante y Propietario
  121. '' José Aymat y Segimont, Fabricante
  122. '' Pelegrín Casades y Gramatxes, Abogado
  123. '' Pablo Vidal y Puigvert, Grabador
  124. '' Joaquín Guasch, Propietario
  —11→  

SOCIOS CORRESPONSALES
Nombres y apellidosResidencia
1 Don José TarongíPalma de Mallorca
2 '' José Piferrer y PintóVilasar
3 '' José Serra y CampdelacreuVich
4 '' Juan Vallés y MitjansTarrasa
5 '' Enrique Claudio GirbalGerona
6 '' Antonio Vila y GuitóFigueras
7 '' Joaquín ForcadaSabadell
8 '' Bartolomé MuntanerPalma de Mallorca
9 '' Marcial de la CámaraValladolid
10 '' Buenaventura Hernández Tarragona
11 '' Terencio Thos y CodinaMataró
12 Excelentísimo señor Marqués de MonistrolMadrid
13 Don José SaderraOlot
14 '' Joaquín VáyredaOlot
15 '' Francisco ViñasGerona
16 '' Antonio MirTarragona
17 '' Saturnino GinestaTarragona
18 '' José CastellsLérida
19 '' Ramón Padró Madrid
20 '' Juan de Dios de la Rada y DelgadoMadrid
21 '' Bartolomé Farrá Palma de Mallorca
22 Muy ilustre señor don Pedro de Madrazo Madrid
23 Don Eduardo Saavedra Madrid
24 Muy ilustre señor don Eugenio de la CámaraMadrid   —12→  
25 Don Manuel Oliver HurtadoMadrid
26 Excelentísimo señor don Víctor BalaguerMadrid
27 Don Antonio María Fabié Madrid
28 '' Victoriano Codipa LänglínLondres
29 '' Francisco Javier RosésGerona
30 '' José PifarréLérida
31 '' Mariano AlegríaSalamanca
32 '' Joaquín Botet y SisóGerona
33 Excelentísimo señor don Alejandro Subasky Tula (Rusia)
34 Muy ilustre señor Marqués de TamaritTarragona
35 Don Romualdo Nogués y MilagroMadrid
36Excelentísimo señor Marqués de AlcañicesMadrid
37Excelentísimo señor Marqués de HerediaMadrid
38 Don José RosellCervera
39 '' Antonio Pellicer y PagésCentellas
40 Excelentísimo señor Conde de MorphyMadrid
41 Don Ramón VinaderMadrid
42 '' Rafael EsquivelSevilla
43 '' José Ignacio MiróMadrid
44 '' Juan Ramonacho y ClercTarragona
45 '' José Martí y MonsoValladolid
46 '' Manuel AlmedaGerona
47 '' Mariano Pardo de FigueroaMedinasidonia
48 '' Celedonio VelázquezToledo
49 '' Manuel GuillénZaragoza
50 '' Ramón Torres MartínezCoruña
51 '' Manuel Esparavé LozanoSalamanca
52 '' Adolfo Llanes AlcarrazMurcia   —13→  
53 Don Luis Arigó TorralbaValencia
54 '' Antonio Puiggarí Perpiñán
55 Muy ilustre señor don A. RuataPortugal
56Don Joaquín Posidonio Narciso de SilvaPortugal
57 '' E. GobauxCharleroy
58 Muy reverendo señor Barón Yos Alec-Helfert Viena
59 Don Lope Barrón Madrid
60 Reverendo doctor don Eduardo Millas, PresbíteroChile
61 Don Philippe Jean Atenas
62 '' Etienne A. ConmanondiAtenas
63 Muy ilustre señor don Jaime Dachs y SabaterTarragona
64 Don José Ignacio GualTarragona
65 '' José OrdeixMontevideo
66 '' Fernando Roig FloresValencia
67 '' Luis TramoyeresValencia
68 '' Juan LamoteTortosa
69 '' Emilio GrahitGerona
70 '' Joaquín Grau CarrerasGerona
71 '' Benigno Joaquín MartínezMadrid
72 '' José Sabater y Pujals Albacete
73 '' Claudio Pereira de ChabyLisboa
74 '' Arturo GuillemZaragoza
75 '' Delfín Deodato QuedesLisboa
76 '' Frutos Martínez LumbrerasMadrid
77 Excelentísimo señor don Juan Federico MuntadasZaragoza
78 Excelentísimo señor don Salvador GallegosRepública del Salvador.   —14→  
79 Excelentísimo señor don Fernando Cruz Guatemala
80 Don Miguel BonetPalma de Mallorca
81 '' José Nicotra RandozzoCatania
82 '' Enrique de España Palma de Mallorca
83 '' José Solá y VerdaletCaldas de Montbuy
84 '' Pedro ArgemíCaldas de Montbuy
85 Doctor don José Segalés, Deán de la Catedral deTarragona
86 Don Enrique PalaciosParís
87 Muy ilustre señor don Santiago Ladrón de
Cegama y Cortat
Lérida
88 Don José Pons y RuéLérida
89 '' Luis Kenburger Munich
90 '' Rafael Tarrés CamposMadrid
91 '' Eduardo Schewebelé París
92 Doctor don Enrique Jaime Miller París
93 Don José María Martí y TerradaPuigcerdá



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Preliminar

Un tratado de Indumentaria no es cosa nueva, ni mucho menos. Los extranjeros en lo que va de siglo, han publicado tanto, especialmente desde que la tipografía se auxilia de medios eficacísimos para reproducciones facsimiladas, con toda la exactitud y precisión requeridos por la buena crítica, que es ya cosa fácil a los artistas y a cuantos interesa conocer del asunto, dedicarse a un estudio concienzudo, si les sobra tiempo, para formarse clara idea de tiempos pasados y de los pormenores indumentarios a ellos referentes.

Pero no datan sólo de nuestro siglo las investigaciones en este ramo; ya desde el XVI, quizá antes, algunos estudiosos, Sluperio, Bruin, Broissard, se dedicaron a formar colecciones de tipos, sin contar los trabajos formales ad hoc de maestros como Burgmaier, Holbein, Goltzio, Ammon y otros; sobresaliendo a fines del mismo siglo, entre dichas colecciones, la del italiano Césare Veccellio, modernamente reproducida con gran esmero por la casa Didot de París, bajo un plan sistemático de generalización, y con los mejores datos que el coleccionista tuvo a mano,   —II→   vertidos con el escaso gusto y fidelidad que su época y los medios de publicación entonces consentían. Y no obstante, a la sazón casi nada se sabía del gran fondo iconográfico de la Edad Media, habiendo sido necesarios todo el ahínco y toda la erudición de los Muratori, Vossio, Ciampini, Briot, Ducange, etc., para encauzar los conocimientos hacia el origen de las verdaderas fuentes.

Con esto, y el capricho de artistas, cuales Callot, Declère, Hogart y Pinelli, y monografías como las de Viel-Castel, Strutt, Villemain y Charpentier, pudo ya entrarse de lleno en el fondo complejo y gráfico de la historia indumentaria, y formarse colecciones de aliento como la de Montfaucon, y la grande de Julio Ferrario, que es el primero y solemne homenaje rendido a semejante historia.

No entraremos en lo mucho que después han venido publicando Francia, Italia, Inglaterra y Alemania, cada vez para más despejar la incógnita de un conocimiento tan útil, tan preciso a todo linaje de manifestaciones artísticas, y como quiera tan ignorado hasta ahora, y aun ahora mismo en sus numerosos detalles; cuya ignorancia mantiene errores que han llenado y llenan todavía de incongruencias y anacronismos, los mejores cuadros de distinguidos pintores, las exhibiciones más ostentosas del teatro, las descripciones más prolijas de novelistas y poetas, y aun de monografistas e historiógrafos.

La verdad es que ese estudio no ha merecido en general, toda la importancia que tiene, soliendo considerarse cuanto a modas y trajes se refiere, como una fruslería sin valer, hija del capricho, que sus mismos investigadores tratan a veces con cierta sorna y ligereza, cual si no fuera digno de prolijo análisis y de honda y seria meditación.

En historia no hay nada despreciable o de poca valía; basta ser historia, para que el menor rasgo venga estimado y cuidadosamente recogido; como producto legítimo de unos tiempos y de   —III→   unos hombres que ya no pueden volver, y de consiguiente imposible de reconstituir con todo el talento de los sabios, o con todo el dinero del mundo.

Mas en la indumentaria hay otra cosa; no es ella un mero capricho, debido a fantasías noveleras o a petulancias antojadizas, sino una filiación de la estética, que se resuelve en las fórmulas del arte y en su desarrollo normal, racional y filosófico al través de las edades. Compárese cualquier época indumentaria una con otra, y se verá cuán radicalmente discrepan entre sí; analícense profundamente, y se observará cuánta relación guardan con el modo de ser de los pueblos o sociedades a que se refieren; cotéjese, en fin, con ojos de artista, la relación del traje con los demás productos artísticos en arquitectura, escultura, pintura, etc., y no dejará luego de sentirse su íntima analogía de sentimiento en forma y conjuntos, en líneas, aspectos, detalles y accesorios.

Ni podría ser de otra manera; los hombres y las sociedades obedecen a una civilización que procede por grados, como todo humano. Comenzaron siendo sencillos; luego, a medida que progresaban, acentuaron sus necesidades y exigencias, y por fin, conseguido el esplendor inherente al periodo álgido, a la crisis de cada ciclo, ya nada bastó para su grandeza y ambición.

Ahora bien, cada gestión de ésas se realiza dentro una órbita en la cual giran las diversas civilizaciones, constitutivas del encadenamiento histórico, llámense egipcia, fenicia, greco-romana, cristiana, etc., respectivamente hijas de sus dogmas y conocimientos, de su política y de su estética; causas eficientes de la idiosincrasia respectiva, y del cuadro de su vitalidad, en todo género de creaciones y encarnaciones que ellas dejaron sobre la tierra: fisonomía, costumbres, inventos, artes, obras monumentales.

Las artes señaladamente, gráficas y tangibles, demostración suprema de la sentimentalidad genial, graduadas no sin motivo   —IV→   como la expresión más sublime de una civilización cualquiera; ellas son las que mejor interpretan y condensan los grados, la índole, las fases y los fines de las mismas civilizaciones; ellas son el libro abierto para todo el que busque la verdad histórica en su ser y expresión material; ellas el vasto álbum donde, en rasgos vigorosos, viene retratada toda la epopeya de la humanidad.

¡Y qué importancia no alcanza en las artes la representación del ser humano! ¡Cómo el hombre ha cuidado de copiarse a sí mismo, y en calidad de centro activo, ha atraído hacia él cuantos elementos auxiliares la naturaleza le suministra, animados o inanimados, para formarse su propia apoteosis! Basta recordar los ensayos más rudimentales del arte, los del niño o del salvaje, para convencerse de lo instintiva que es su subjetiva figuración. Y como el hombre, no bien civilizado, debió por necesidad adoptar una vestidura, con la cual ha de exhibirse en todos los actos y situaciones de la vida, he aquí por qué el traje, adherido al hombre, se afilia al arte y viene compenetrado en sus manifestaciones sucesivas; he aquí por qué la indumentaria encierra un interés escondido, muy superior a la volandera frivolidad de la moda, y por qué su estudio requiere un ahínco mucho mayor y más trascendental de lo que a primera vista aparece.

He aquí también por qué el traje es romano con los romanos, godo con los godos, chinesco con los chinos; conforme son chinescos, godos y romanos sus edificios, muebles y decoraciones; por manera que él completa, y acaso reasume, todo el alcance de las artes, o de la estética que lo han inspirado. Tampoco esto puede dejar de ser así, porque los hombres que viven hoy, ignoran lo que será mañana, y así los romanos, como los godos y otros, debieron ceñirse a lo que eran y conocían, sin adivinar lo que tras ellos vendría. Luego, el traje de cada época, por necesidad, es vivo trasunto de la misma.

Pero cual en todos los ramos históricos, cual en el mismo arte, los conocimientos se enlazan, y a la época que muere, la   —V→   sobrevive, otra que beneficia o se aprovecha de las conquistas de la anterior; de suerte que si el porvenir es indescifrable, en cambio lo pasado es utilizable y se utiliza, siendo ésta una de las ventajas o circunstancias anejas al desarrollo histórico en todos sus sentidos, incluso el indumentario.

Pero en el traje, además del interés artístico, compenétranse varios factores de innegable índole social y moral, a la vez que industrial y suntuaria, los cuales por sabidos, excusamos reseñar. Encierra, además, un interés peculiar suyo, de evoluciones curiosísimas, digno de la atención de filósofos, historiadores y artistas, ya que apareciendo versátiles, son lógicas, y aunque influidas por un capricho, a menudo subjetivo y personal, obedecen a un orden sistemático de rigorosa filiación. ¿Cómo hubiera sido posible, cuando se vestía de túnica, imaginarse el traje a la moderna? Y sin embargo la transición vino realizándose paso a paso, en la serie de los tiempos, y a medida de sucesivos progresos y necesidades, sin declinar en un ápice del destino que la indumentaria debía llenar. Si por circunstancias volanderas se trató acaso de cohibir su marcha, no tardaba en restablecerse el nivel, trocándose la innovación en fracaso desgraciado, como de ello dio reciente ejemplo la república francesa del 89, al remedar a los ciudadanos atenienses y romanos. Aquellas mismas exageraciones, que con frecuencia perturban el regular desarrollo del indumento, son meros accidentes, motivados en sí mismos, que no tardan en reaccionarse. Vemos lo cada día, conforme se vio en el decurso de los siglos. Un original, una coqueta en boga, hoy singularmente, la especulación de confeccionadores, sastres o modistas, adoptan una prenda nueva o modifican la hechura de las estiladas; esta novedad choca, pasando de ordinario muy fugazmente; pero otras veces se impone y extrema hasta lo absurdo, como ha sucedido con miriñaques y polizones; mas entonces, avergonzada de sí misma, pasa a un extremo contrario, no menos exagerado en ocasiones, para acabar revertiendo a su cauce natural.

  —VI→  

El que escribe las presentes líneas, convencido por largo estudio, de los extremos que asienta, ha creído poder rendir algún servicio, trazando sobre ellos un plan general de la historia en cuestión, que a grandes rasgos ayude a formar idea de los caracteres y vicisitudes del traje en sus aspectos graduales. Inclinábale a ello su afición, y oblígale ahora, en cierto modo, un compromiso contraído por la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelonesa, en Acuerdo del pasado año, de publicar algunos tratados monográficos que divulguen los conocimientos a que se consagra, en cuyo compromiso, y en su presente carácter presidencial, le incumbía el deber, como ahora le cabe la honra, de tomar la iniciativa.

Anímale además un deseo de reivindicar en esta parte la gloria del país, que sin embargo de tener egregio puesto en ésta, como en otras historias, ha sufrido sensible olvido en casi todas las obras y colecciones extranjeras, siendo así que tanto sus artes, como su indumentaria, sobresalen de un modo especial y característico, en tanto que de no restablecerlas, se hace imposible toda historia de generalización, y resultan deficientes las de los muchos sabios que se han desvelado para allegar y condensar materiales, o sacar deducciones precisas.

No es empero suya toda la culpa; nosotros somos los que rezagados en el moderno empuje científico, ocupados en destruir, lejos de edificar, y desechando hartas veces nuestras propias riquezas, no supimos explotarlas, al objeto de que resplandezcan con todo su brillo. Algo hicieron para nuestra historia artístico-arqueológica, Masdeu, Caresmar, Cean Bermúdez, Ponz, Florez y Villanueva, pero sólo incidentalmente se ocuparon de indumentaria, y es preciso llegar a los últimos años, para encontrar la Iconografía de don Valentín Carderera, obra desgraciadamente única en su clase entre nosotros, salvo dos o tres ensayos posteriores nada felices, cuya obra, aunque sobresaliente y digna de la admiración que nos complacemos en rendirle, ya por lo que   —VII→   vale en sí, ya por el respetable nombre de su autor, que nos honró con distinguida amistad; y aunque la misma llena cumplidamente su objeto, tampoco aborda el asunto de una manera directa y sistemática, como hubiera podido inmejorablemente, a querer hacerlo, su insigne y malogrado autor.

Nosotros lo acometemos de frente, pero en línea mucho más humilde y sin pretensiones, con la sola idea anteriormente enunciada; si bien nos proponemos ahondarlo en un trabajo de mayor alcance, preparado de larga fecha, y próximo a ver la luz pública1.

En una monografía general, no cabe otra regla que el orden rigurosamente histórico, por épocas y por grupos de siglos, ofreciendo bien destacados al través de ellos, los caracteres estéticos de la indumentaria, y su materialidad a la vez ubicada y localizada, en relación con sus propias filiaciones, trasmisiones y subdivisiones. Marcamos ante todo los dos rasgos fundamentales de ella, el antiguo y el moderno, el clásico o arcaico, sobre la base del traje talar que acaba con los romanos y románicos, y el sucesivo, implantado por razas invasoras que dieron ser a los modernos pueblos, y nueva fisonomía hasta a la indumentaria, autorizando el traje corto, que gradualmente prevaleció en infinitas modificaciones, que desde la gona nos han conducido al frac y a la levita. Después del traje antiguo, que recorremos a grandes fases, por no permitir más la índole de él y la de esta publicación, tratamos con mayor detalle el de cada siglo, desde el origen de las monarquías que inauguraron la llamada Edad Media, comprensiva desde el V al XV, siguiendo el brillante renacimiento desde fines de este último, hasta mediados del XVI, y lo que puede llamarse época moderna hasta nuestros días. Deslindamos los siglos de por sí, porque si bien el traje suele relacionarse por   —VIII→   reinados, que alcanzan a veces fracciones de dos siglos, el carácter de cada uno sobresale indubitablemente dentro de su idiosincrasia propia, sin que alcancen a desligarle pequeños accesorios, que hasta en su estado de permanencia sufren trasformaciones, bajo la acción de las ideas y de los hombres que en cada período secular dominan, y en el orden de los sucesos esta división es la más precisa para condensarlos y apreciarlos. Dentro de cada siglo, pues, seguimos al traje, así en sus generalizaciones, como en sus accidentes locales, marcándolos por división de sexos y clases, y por las secciones naturales de trajes civiles de hombre y de mujer, religiosos y militares, inclusas las especialidades de armamentos; procurando acumular todos los datos posibles sobre el pormenor indumentario, tanto en el vestido propiamente dicho, como en tocados o cuberturas, calzado, adornos y accesorios de todo ello, alhajas y joyas, adminículos manuales, variedades de ropas, objetos de lujo, etc., etc. Completa la reseña escrita una abundante colección de tipos, formados no de capricho, sino sobre los más auténticos originales de cada época, exactamente individuados en el índice, que dan forma a la nomenclatura, y completan de una manera gráfica la noción del traje.

El público dirá si hemos acertado en nuestro empeño.



  —9→  
Introducción

La indumentaria es una sección de la Arqueología, de índole esencialmente artística, comprendiendo la noción de los trajes estilados por hombres y mujeres, desde el origen de las sociedades, bajo cual concepto entra de lleno en la historia.

Naciendo el hombre desnudo, el vestido se le impone naturalmente, cual necesidad de decencia y abrigo; mas como la vestidura exterioriza al individuo, aquella necesidad elevada a lujo, convirtió la vestidura en traje o distintivo, por medio de combinaciones de corte, apañado, adornos y realces, más o menos artísticos, que solieron y suelen inspirarse en el gusto de cada lugar y tiempo. Por eso el traje es un ramo del arte, y se afilia a la estética peculiar de cada lapso histórico.

  —10→  

Resultan de aquí tres grandes divisiones en la noción de la indumentaria:

1.º De origen y localización, por regiones o países.

2.º Histórica, por épocas o tiempos.

3.º Artística, por series de manifestaciones o estilos.

La división primera viene a fundirse en las otras dos, como correlativa de ellas y participando de sus caracteres; al paso que la tercera se reduce a un accidente de la segunda, en la cual se condensa este ramo de la Arqueología, a semejanza de los demás.

Por épocas y tiempos, pues, deben recorrerse las fases de la indumentaria, toda vez que del trascurso de ellos resale la misma, bajo su triple aspecto característico, histórico y artístico.

Las épocas más señaladas dentro de la historia, son cuatro: antigua, media, renacida y moderna; cada cual especializada en la indumentaria, que se destaca al través de ellas con mayor relieve que otras secciones arqueológicas.



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ArribaAbajoÉpoca antigua

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ArribaAbajoSección 1.ª

Probablemente corrieron muchos siglos desde los primeros ensayos de abrigo y gala, hasta que el arte de hilar y tejer produjo telas o paños bastantes a cubrir todos los miembros del cuerpo. En países cálidos bastaron, como aún bastan entre salvajes americanos, simples lumbares para ceñirse, y accesorios más de ornato que de abrigo, collares, segmentos, brazales, cinturas, etc. En otras regiones, si bien el rigor del clima exigió resguardos mayores, nunca llegaron al extremo precisado después por el refinamiento de costumbres. Aun las civilizaciones griega y romana, con ser adelantadas, desconocieron muchas prendas que hoy se juzgan inexcusables como las referentes en general a cubrir cabeza, brazos y piernas.

De fijo, los primordiales vestidos consistieron en zaleas y texturas vegetales. Vellones de lana trenzados unos   —12→   con otros, pudieron sugerir idea del tejido, y lo mismo las cerdas y crines, los tallos y raíces de plantas, y entre nuestros indígenas iberos, el muelle esparto y el flexible junco, que constituían abundosa producción de su suelo. En yacimientos palustres y cavernas no sólo de España, sino de Galia, Helvecia, Germania y otros, hanse descubierto del referido esparto, sayos, alpargatas y prendas análogas, de fecha prehistórica, a veces tan delicados como prolijos de confección.

Naturalmente, las formas elementales del traje redujéronse a túnicas o grandes camisas, y mantos o paños para cobijar cabeza y espaldas. Túnica y manto compusieron efectivamente, las solas bases del traje durante la antigüedad clásica, más o menos larga aquélla, ceñida o desceñida, con o sin mangas, subordinada con frecuencia a otras túnicas de realce o suplemento; y el manto, también varió en dimensiones, colocación y ornato, siempre bajo su índole propia de abrigo, porte y realce externo. Los hebreos de la Biblia, los indios de los Vedhas, los egipcios de la jeroglífica, asirios, escitas, persepolitanos, babilonios, todas las naciones de lejano origen asiático, según monumentos procedentes de ellos mismos, basaban su indumentaria en dichas dos piezas, generalmente amplias y undulosas, acompañadas en ocasiones del pantalón (anaxárides o sarabara) que fue muy común entre orientales, como también de un píleo o gorro por estilo del frigio, de otra tocadura símil al turbante, y de bonetes elevados como el phtah persa o el fez turco, que solían distinguir a ciertos funcionarios. Las mujeres, por su natural recato, gastaron siempre luengas faldas, ya de túnica entera, ya cercenadas al talle, suplido el cuerpo por otra semi-túnica, esclavina o pañoleta de confecciones   —13→   diversas, abrigándose la cabeza con velos o tocados.

El traje antiguo, esencialmente hierático, influido las más veces por el dogma o el rito, y regulado por la casta, aparece casi inmutable durante miles de años, sin las fluctuaciones de la moda y del capricho, o con tan leves diferencias, que no cabe apreciarlas dada la escasez de monumentos iconográficos. Fácil será pues historiar en breves rasgos la indumentaria de los antiguos.

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Egipcios.- En Egipto fue por demás sencilla: un delantalillo cruzado entre piernas, bastaba a las numerosas clases populares, artífices, labriegos y esclavos. Otras veces este delantal crecía a manera de faldeta o zaragüelles, hasta debajo de la rodilla, siendo para ricos una prenda ostentosa, ceñida y lazada delante, algo acampanada al extremo, realzada con bandas, recamos y múltiples ornaturas. La túnica egipcia, promiscua a los dos sexos, constaba de dos piezas oblongas, asidas sobre   —14→   los hombros por sus puntas, y a los ijares con un ceñidor, llevando a veces manguillas, ya anchas, ya ajustadas. Aunque de lino, entretejida o pintada de vivos matices, solía bandearse de franjas (calasiris) al rededor de los muslos. El manto era de lana blanca o de géneros listados, trasparentes y muy livianos. Sobreponíanse las mujeres a la túnica, un juboncillo axemo o sin mangas, de fuertes colores, y a él otra túnica de finísimo lino con mangas abiertas, cogidas sobre el pecho, añadiéndole en fiestas principales una gran vestidura rozagante. Las damas en especial, gastaban multitud de alhajas, diademas, zarcillos, collares, ceñidores, brazales y amuletos, completando el arreo de los ribereños del Nilo, hombres y mujeres, variadas y prolijas tocaduras, en que prevalecía la forma de capota, y adornos simbólicos como la flor del loto, el buitre, la serpiente y el escarabajo; los   —15→   hombres además criaban barba o simple barbilla, cortado el pelo o cercenado a raíz del cuello. El calzado ligerísimo, reducíase a sandalias de palo, papiro, corteza, etc.

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Quizá ningunos otros tipos allegan más clara la relación estética del arte con el traje, ya en la sencillez general del trazado, ya en el sistema accesorio decorativo de motivos simétricos, alternados y multicolores.

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Hebreos.- La túnica hebraica fue larga de haldas y de mangas, viva de tintas, rica en orladuras; el manto, cuadrado, de abigarrados arreboles; entre la diferencia de hechuras de una y otro, hallaba recursos la coquetería femenil. Eran apreciadas las cabelleras y barbas, acicaladas éstas y perfumadas por los hombres, que además criaban largos favoritos sobre las sienes, para distinguirse de otras naciones vecinas que se rasuraban a   —16→   cercén. Retenía el cabello una banda frontal, convertida para damas ricas en preciosa diadema de oro. Lucían a su vez multiplicidad de dijes, inclusos unos aretes ensartados en la nariz, y los hombres numerosos anillos, con báculos en las manos. El velo, tan común a las beldades orientales, fue vulgar entre hebreas, que sabían ya rebozarse con el garbo tan genuino a su vez en nuestras paisanas.

Las magníficas descripciones de los libros sagrados, las pompas algo groseras de Israel, y las barajadas costumbres de aquel pueblo singular, ofrecen también característica asimilación en su indumentaria.

Fenicios.- Parecido al de los hebreos debió ser el traje de los fenicios, si bien más rumboso, por ser ellos especulativos de suyo, pues surtían de bellos productos a otros países, señaladamente en exquisitas alhajas, de que hacen frecuente y encarecida mención los mismos libros Santos.

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Asirios.- En Asiria y naciones similares, formalmente autocráticas, de compasado ceremonial, de graves costumbres, de rudas y severas artes, el traje adquirió análogas semblanzas, aristocrático, ceremonioso, alambicado y solemne. La túnica señoril rozaba los pies; entre pueblo y milicia era mucho más breve, justa, sin pliegues, ceñida con cinturón ancho, de manga corta, o larga y angosta. El manto (caunace o persiana) llevábase también muy apañado, en tal disposición,   —17→   que rodeando el sobaco derecho iba a doblar sus dos extremos sobre el hombro izquierdo, a veces para sobreceñirse al talle. Túnica y manto estaban orlados de anchas franjas y copiosas flocaduras, y además pendía a la izquierda del cinto un colgajo a manera de borlón. Ostentaban sus reyes una tiara cónica bandeada, o una simple diadema, de cabos desprendidos a la espalda. En general, la tocadura masculina reducíase a bonete redondo orlado, cobijando profusa cabellera, que en muchos casos se trenzaba al confín con singular simetría, no menos que la barba, tendida, cuadrada y rizada a zonas horizontales. Traje mujeril de los eunucos; pelo partido sobre la frente y mesado tras las orejas; aretes y manijas; vestido de manguilla, ceñido al cuello y largo hasta los pies, con franja bordeada; pañoleta de amplísimo fleco, que después de rodear el cuerpo iba a cogerse diagonalmente sobre el hombro izquierdo, por estilo del manto de los hombres. Prevalecían las ropas blancas y las orlas policromas; piernas desnudas; calzado de sandalias. Pendientes, ajorcas y brazaletes, hacíanse extensivos al sexo feo. Los guerreros añadían para su defensa, coselete de escamas, gnémidas de plancha en las antepiernas, y capacete ya redondo, con viserilla, ya puntiagudo o cresteado, y guarda-orejas en lugar de cogotera. El armamento de todas esas naciones antiguas varió poco, reducido a sus piezas defensivas elementales, utilizando para el ataque   —18→   las armas de todo tiempo: espadas, venablos lanzas, flechas, hondas, etc.

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En unos cilindros grabados, de origen babilónico, procedentes de las ruinas de Birs-Nemrod, vense todos los caracteres del hábito asirio, con ciertas variantes de sombreros o bonetes, de copa ya alta, ya baja, menuda aleta; amículos como gabanes, y faldas mujeriles adornadas a órdenes de falbalás. La ciudadela de Birs-Nemrod, conserva informes pinturas de personajes, vistiendo largas batas rayadas al través, con birretes medos o cascos puntiagudos. En Babilonia estilábase el borceguí persiano.

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Persas.- Éstos, según Jenofonte, vivieron y vistieron al principio con suma parsimonia. Al conquistar la Media, aceptaron muchas ventajas peculiares de los vencidos,   —19→   cual nación más civilizada, pero conservando en su traje cierta fisonomía especial. Así, mientras ellos guardaron el anaxárides o calza, un sayo cruzado, con cinturón, de manga justa, y un gorro o píleo algo bombeado, echado adelante, con guarda-papo, agregada en ocasiones una pequeña dalmática muy semejante a la que usa el clero católico, y zapatos o botines en los pies; los medos tenían un largo ropón (candys, palla) purpúreo o de vistosos ramajes, puesto encima de otra túnica interior, con su falda algo apabellonada por el cinturón, y el cuerpo convertido en anchurosa esclavina a guisa de alas, quizá verdaderas mangas, que llevaban metidas o flotantes, cubriendo la cabeza un morterete estriado; todos gastando barbilla y pelo muy encrespado al occiput. Entre los persas, la cabellera fue un distintivo tan preciado, como más adelante vino siéndolo para germanos, godos y otros. Los guerreros solían colgarse al cinto gruesos machetes y anchurosas aljabas. En época más cercana, los persas de Darío habíanse afeminado de tal modo, según el autor susodicho, que no contentos de apelar a variados abrigos, se envolvían la cabeza en una como bufanda encapillada, y las manos con mitones forrados de pieles.

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Partos, etc.- De partos, armenios y otros que moraban al sur de la Persia, hay escasa noticia. Los primeros, hacían estima de la cabellera, al igual de los persas,   —20→   como signo de realeza y autoridad (Plutarco), habiendo adoptado sus bonetes de lana hasta para la milicia (Estrabón); pero se ajustaron al traje de los medos. El cídaris, tiara real armenia y parta, tenía forma muy elevada, con picados arriba y un faldar hendido en la nuca.

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Indios.- Los indios, por testimonio de Quinto Curcio, no variaron mucho desde su origen, insiguiendo antiguos bajo-relieves y manuscritos suyos, viéndoseles siempre en el arreo esencialmente oriental de turbantillo encasquetado, cabello poco crecido y barba mediana; camisa luenga hasta los molletes, fajada y mangueada, y   —21→   anchos calzones, que a su extremo venían a juntarse con las sandalias. Más livianas las mujeres, al paso de utilizar dichos calzones, añadíanles haldetas de géneros trasparentes, mientras un breve corpiño provisto de simples braceras, abarcaba su cuerpo, y un chal revuelto o un manto tendido, cubría su cabeza, cuando no andaban en trenzas sembradas de garzotas, muy valiosas de ordinario, como el resto de alhajas que lucían en diferentes partes del cuerpo y del vestido. La ligereza y color claro de sus telas, estampadas de rayas y flores, han sido invariablemente especialidades de aquella nación, propagadas a menudo a las de occidente, como dechados de una industria tan ingeniosa como original.

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Frigios.- Acerca el traje frigio, es preciso recurrir a memorias romanas para hallar ejemplares, asaz uniformes por cierto, de su sarabara o calza floja, recogida sobre los tobillos, zapato cerrado, túnica copiosa hasta media pierna, ceñida y de manguilla, encima de manga entera, con empuñaduras; manto cogido por sus puntas al hombro derecho, y el característico gorro   —22→   muelle de una pieza, con caídos, soltados o plegados, y punta inclinada hacia adelante. De otra parte, los monumentos griegos, en especial sus vasijas pintadas, han conservado el tipo del traje lidio, que tenía mucho de jónico y etrusco, ya en vestidos y amículos de estudiada plegadura entre hombres, ya en leves túnicas sobrepuestas, variadamente ceñidas, cubiertas acaso de otro amículo entre mujeres, todo con abundancia de orlas en campo de topos y estrellas, grecas, meandros, etc. El poeta Asio dice de los lidios que acudían al templo de Juno vistiendo resplandecientes ropas, debajo otra gran vestidura blanca coleada, llevando el   —23→   pelo acicalado a rizos delanteros, mezclado de cigarras de oro, y suelto a menudas trenzas por detrás; los brazos cargados de riquísimas ajorcas. Tocado común a entrambos sexos fue una escofieta aturbantada, cercada de joyeles, sobre bandas de cabello a menudos rizos, que caían hasta las cejas; también la barba era de rigor entre varones.

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De chinos, japoneses, annamitas, etc., es inútil   —24→   hablar, pues jamás se han salido de sus ropones a manera de grandes sacos que les envuelven todo el cuerpo, así a hombres como a mujeres, con sus sombreros y tocas especiales y unas zapatillas achineladas.

Distinguiéronse siempre, no obstante, en la calidad de ropas y géneros exquisitos, a menudo por su confección, delicadeza de tejidos, hermosura y contrastes de matices, que al igual de las telas indias sorprendieron a la Europa culta, cuando empezaron a correr en el siglo XVII.

Las naciones asiáticas en general, han tenido siempre una manera de ser que las distingue de las demás, y en cierto modo las desliga del eslabonamiento histórico, que referente a indumentaria trazamos de evidencia. Segregadas así del cuadro general de ella, resulta ocioso su estudio, por carecer de trascendencia e influencia.

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ArribaAbajoSección 2.ª

Indumentaria clásica


La variedad de prendas indumentarias, divídese por las leyes del Código Romano y sus intérpretes, en indusios y amículos: indusium, del verbo «induere», meterse o ponerse, y amiculum, de «amicire», cubrirse, que viene a ser la misma división de túnicas y sus fracciones (medias túnicas, faldas, corpiños, calzas, etc.), y de abrigos en toda suerte de mantos, togas, capas, gabanes, mantillas, velos, etc. La indumentaria antigua ofrece además otras divisiones, sobre la base de amículos en pieza, que pueden considerarse como genéricas, a saber: pallium, clámide, peplum, velo. El palio, gran paño cuadrado o rectangular, usado sin abrochadura, caracterízase por la forma de apañamiento o la manera de ser llevado, que era varia, ya doblado por su borde, echada una punta por encima del hombro izquierdo, y revolviendo al mismo después de rodearse por el sobaco derecho, desprendida la otra punta hasta el suelo, o bien recogida al brazo; ya desprendido de ambas hombreras, ya subido a la cabeza, o caído simplemente y rebozado, abarcando los brazos, o bien dejando libre el diestro. La clámide, algo menor que el palio y no siempre rectangular, pues ensanchaba un poco sus ángulos extremos, usábase prendida con fíbula   —26→   o broche en el centro, o por sus puntas sobre el hombro derecho, descendiendo luego paralelamente al brazo, o bien suelta a la espalda, para dejar la acción más libre. En esta forma llevaba su clámide la caballería de Tesalia, donde esta prenda tomó origen. El peplo formaba otra gran pieza rectangular, doble que el palio, sirviendo de vestidura femenil, plegada primero longitudinalmente, cosa de un cuarto de su ancho, para formar como una vuelta o valona hacia fuera, y doblada luego por su centro; constituyendo cada paño o mitad con su doblez afuera, el anverso y el reverso del ropaje, que se colocaba afibulado a los hombros desde sus lados extremos, sujeto al talle con ceñidor, éste generalmente doble, a la cintura y a la cadera, con rebosado intermedio que daba gracia y ayudaba a sostener los caídos. Esta ropa sin complicación, causaba un efecto donoso, debido sólo a su especial compostura. El velo o caliptra griega, de liviano tejido, más o menos amplio, participaba de manto y tocado, siendo llevado sobre la cabeza, y cubriendo el rostro cuando lo exigía el decoro femenil.

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Griegos.- En Grecia la túnica, xiton o xystis, componíase de dos piezas cosidas sólo por el lado izquierdo, y asidas arriba mediante corchetes. En esta forma carecía   —27→   de mangas, larga y tendida para mujeres, y corta hasta encima de las rodillas para hombres, que solían llevarla abierta del lado derecho, descubriendo la mitad del tórax, ceñida con uno o dos cintos, y rebosada o no la ropa encima de ellos. Ceñíansela las mujeres por igual estilo, sin descubrir nunca el seno, si bien las de Esparta, avezadas a ejercicios activos, dejaban entrever su pierna derecha por la cisura lateral. El xiton solía servirles de interula, con otra sobretúnica menos larga y algo más recia, y abrigo de mantelillo o clámide.

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Esos precedentes arguyen las condiciones extrínsecas de la indumentaria griega y romana, que sin corte especial ni apañado de ningún género, tomaba su gracia de las mismas formas del cuerpo, relevándolas más que ocultándolas con sus vistosas ondulaciones y flexibles plegados. Por eso fue esencialmente plástica y estatuaria, e inspiró a grandes artistas los bellos tipos que fueron y serán siempre modelos de escuela y ejemplos de admirable factura. Nada en ella de forzado y postizo; la hermosura de cada miembro resalta en toda su lozanía, o acusa toda su delicada morbidez; la acción aparece siempre natural y libre, la exteriorización precisa y acabada. A la finura de siluetas y pliegues, al buen gusto artístico del conjunto, supo aquel traje agregar la armonía   —28→   de tintas y matices, de ordinario suaves y bien desleídos, agregado el miraje de vistosas orlas o fimbrias de grecas, sin incongrua sobreposición. Hubo un período sin embargo, obligado acaso por la ritualidad gentílica, en que el ropaje griego, sin dejar de ser airoso y elegante, ofreció escasas plegaduras, llevando prolijos floreados y recamos de colorines chillones; indudable influencia de los vecinos pueblos del Asia Menor, y aun de otros más orientales, dándose casos de serviles imitaciones egipcias y asirias, así en capotas y chales, como en ropas y géneros rayados, listados, floreados, etc. Vestiduras de semejante clase regalábanse en Esparta a mujeres públicas o cortesanas. Éstas y las danzarinas, estilaron aquellas celebradas telas diáfanas, elaboración de la isla de Cos, que solían aplicarse a las Bacantes. Representan además los vasos figulinos, de origen anterior a la estatuaria, escenas grotescas, cuyos personajes visten con bastante divergencia de las formas clásicas, evidenciando que en un período dado, o entre las clases populares, no siempre reinó la misma corrección de estilo, notándose amículos estrambóticos, tocados y calzados extravagantes, sayuelos ajedrezados y gabancillos de pieles, con otras remembranzas muy afiliadas al género asirio, persa y otros asiáticos.

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A su lujo creciente debió Grecia la importación de modas   —29→   tan extrañas como heterogéneas; así por ejemplo, las damas ricas de Atenas lucían elevada corona en la cabeza, grandes aretes en las orejas y galochas en los pies. De sus túnicas hace enumeración Aristófanes, señalando sucesivamente la crocota (tinta en azafrán); la cimberica, pequeña y trasparente; la ortostadia, recta y sin costuras; la encicla, breve y redondeada; el zomon, vestido franjeado, para ancianas; la podera, ropaje de lino, picado a sus extremos; el catasticton, zoota o zodiota, ropón bordado de alimañas y flores; el schiston, otro abierto por los lados, y atacado mediante broches de oro y plata; la cotonaca, orlada de piel, para esclavas; la symetria, faldellín ribeteado de púrpura; el xiston, que a la vez servía de túnica y manto; el pentectenes, gabancillo también purpurado, con entrelazos radiales. Había túnicas interiores llamadas kyrassis, a modo de camisa, interula, larga, sin mangas, para acostarse, castaula, a un tiempo jubón y faldeta. En Hypata de Tesalia, obtenían boga las alhajas y los vestidos floreados; en Siracusa, según Teócrito, corrían la tolia y otras túnicas, el ampechonion (mantelillo) y el theristro (mantilla); en Esparta túnicas breves, hendidas lateralmente, descubriendo los muslos, adornados éstos con broches o periscelidas. Strofion era el nombre de un rico ceñidor, y de la misma clase el parifo, reducíase a un galón cabeado de púrpura, el perileocon   —30→   a una cinta encarnada, con ribete blanco, y el meandro a una bandilla doble, que se cruzaba en zig-zag; dos otros ceñidores escondidos, uno pectoral y otro abdominal, eran respectivamente la zona y el anamascalisteron, incluso el stithacemone, especialmente mamilar. En variedades de calzado, Póllux reseña hasta veintidós; las señoras generalmente para darse elevación, gastaban zapatos con altas suelas de corcho, como después fue el chapín de las españolas; por casa andaban en pantuflos; por la calle con zapato entrado, o simples sandalias,   —31→   presas con correas a la garganta del pie, y para barros erepidas o botines. El coturno, calzado a la tirrena, fue puesto en boga por Fidias, que se lo dio a su Minerva del Partenón. El peinado más común de las griegas era en raya sobre la frente, y trenzado por encima de las orejas; las espartanas mesábanse el pelo, reteniéndolo con una cinta; las doncellas solían ñudárselo en lo alto de la cerviz, o prendérselo en moño con un alfiler cabeado artísticamente. Formaban tocados la diadema, entretejida de oro y pedrería; la anadema, bandilla rodeada en espiral; el estrofio, simple cinta de lana; la caliptra o redecilla; la tholia, otra redecilla abultada, el nembé, cerquillo sobre las sienes; el sombrero de paja tesalio, para viajes, y el de pelo para calle, blanco en general, aunque los había amarillos y encarnados. En calidad de alhajas pueden señalarse, como pendientes, los dryopes calados, los hellobios, imitando el lóbulo de la oreja, los botrydes a semejanza de racimos, las cariátides de diversas hechuras; como collares, la trica o doble gargantilla, con pinjantes de forma parecida al ojo humano; los tanteuristas, collares de pedrería, que al andar producían   —32→   cierto sonido; las murenas, anillos enlazados, de dos colores, imitando las cambiantes de aquel pez; como brazaletes y pulseras, aros, planchuelas y cadenillas de oro, y multitud de sortijas para manos y pies. La coquetería sabía apelar al recurso de menjurjes y arreboles, pomadas para el rostro, aguas, colirios, untos y tinturas para ojos y pelo, etc.

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El traje común de hombre era blanco, sin excluir otros colores, entre los que gozaban aprecio el verde-agraz y el verde-prado; advirtiendo que la púrpura fue siempre regia, y el negro sirvió para luto, que las mujeres trocaron en blanco durante el imperio romano. Túnica gastaron los helenos, exclusos sus esclavos, junto con una vestidura dicha bathracida, a flores sobre fondo verde-rana, y un mantillo de corte tetrágono llamado lena o clena, que servía de abrigo, y ocasionalmente de almohada para dormir. La clámide, originaria de Macedonia, solía ser negra en Atenas, aunque se llevó blanca en tiempo de Adriano. Los cómicos exclusivamente, por decencia, poníanse calzones.

Empezaron los vestidos siendo de pieles; después se fabricaron telas de lino y lienzos ligeros; más adelante estofas gruesas de algodón, fábrica de Cos, ordinariamente rayadas y floreadas para trajes mujeriles, y últimamente se elaboraron sederías de piña marina.

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La costumbre de afeitarse no empezó en Grecia hasta Alejandro, quien antes de la batalla de Arbella mandó rasurar a todos sus soldados, para que no dieran presa al enemigo; conservaron empero su barba los filósofos, al objeto   —33→   de aparentar autoridad. El bigote fue prohibido a los lacedemonios por edicto de sus éforos. Póllux llama mostachos a los pelos de debajo de la nariz, y vello a los que crecen del labio inferior. El cabello solía cercenarse a la redonda; en Atenas se dejaba algo crecido para atusarlo, y en Lacedemonia llevábase largo. Varió a intervalos por influjos noveleros, como fue en tiempo de Luciano, cuyos contemporáneos gastaban pelo corto y acicalado; revuelto y sin arreglo, particularizó a los esclavos; cómicos y estoicos se trasquilaban a raíz. En Egina, desde tiempos lejanos, usáronse sombreros de fieltro, y como peculiar de marinos y labriegos, señala Hesiodo el pilos sin orillas o aletas. Semejante a nuestro sombrero, redondo, muy voleado, el petaso servía a pastores, utilizándose asimismo para viajar y salir al campo, sujeto por sus bordes con dos cordones, que permitían lazarlo debajo de la barba o echarlo a la espalda; un gorro de piel de perro distinguía a los ilotas. El calzado masculino redújose a una plantilla, con pequeñas guardas de un dedo y talón de cuero, lazándose por medio de correas al ingreso del pie, y eran comunes unos botitos de becerro, caprichosamente exornados. Los magnates atenienses sobreponíanse al zapato   —34→   unas medias lunas de oro o marfil, por estilo de las hebillas que todavía usan nuestros clérigos.

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El lujo y la afeminación habían crecido de tal modo en tiempo de San Juan Crisóstomo, que este vigoroso atleta del cristianismo no pudo menos de censurar agriamente a los ricos, que andaban precedidos de lictores para abrirse paso entre la multitud, pregonando en público su nombre, como también a las matronas que se presentaban enjalbegado el rostro, llenas de preseas, cubiertas de túnicas entretejidas de seda y oro, y calzando brillantes zapatos negros, de punta corva; todo esto sentadas en carrozas, con tiro de mulas blancas y jaeces dorados, siguiendo a pie una turba de eunucos y camareras.

Propio de cortesanas fue un tocado carmesí, que era como su distintivo; de celestinas, una banda de igual color, empleada a igual objeto; de esclavas, el manto de Crispín; de cómicos, la carátula, y de cantores, la mascarilla.

Cinco siglos antes de Jesucristo, un manto costaba 20 dragmas (cada dragma equivalente a unos 3 y medio reales), una túnica 6, y un calzado 8.

El armamento de los griegos fue de lo más donoso, a la par que ligero y elegante, compuesto de yelmo crinado y comado, coselete ya de mallas, ya de planchas, sujeto por los claviculares, rematando en haldeta, gnémidas de plancha en las antepiernas, o botinas, y broquel redondo, a veces cercenado por ambos lados; todo lleno de perfiladuras y laboreos conforme al delicado primor del arte helénico. Sus armas ordinarias consistían   —35→   en jabalina, lanza y espada para los cuerpos de hoplitas o infantería de línea, y en arcos y flechas para los ligeros de psilites y peltastos.

Romanos.- Roma después de imitar a Grecia, emuló con ella en opulencia, gusto artístico y aparato suntuario e indumentario. Muchos de sus trajes, así en nombre como en hechura, siguieron siendo griegos, pero conforme sus artes plásticas, aun imitando de cerca los estilos dórico, jónico y corintio, se modificaron creando el orden compuesto, más grandioso quizá, pero falto de aquella armonía y pureza genuinas del arte griego; así bien el traje vino complicándose, más opulento sin duda, pero distando mucho del garbo, soltura y corrección de líneas que tanto distinguió al de sus modelos.

Como quiera, el traje romano conservó siempre su unidad de nombres y formas, y sólo al decaer el imperio fue bastardeándose con agregaciones espúreas, o con novedades debidas a la disipación de costumbres (la adopción de prendas galas, ibéricas, asiáticas, las túnicas mangueadas, las medias calzas, la modificación y sustitución de la toga, las cubiertas de cabeza, etc.).

El primitivo traje del Lacio, para hombres y mujeres, constó de túnica axema (sin mangas) o con manguilla ancha, ceñida al cuerpo para trabajos manuales. Posteriormente se le agregó la toga, con el tiempo gran manto, peculiar del ciudadano, distintivo del quirite, augusto blasón del pueblo rey. Demarcaba las senatoriales el laticlavio, luenga tira central de púrpura, que más angosta (angusticlavia) servía para los simples quirites o caballeros. Una túnica purpúrea sembrada de palmas de oro, honraba al director de los juegos circenses y a los triunfadores en sus solemnes entradas. Usaban toga en público   —36→   las gentes libres de toda edad y condición, pudiendo llevarla aun fuera de Roma; estaba cortada en forma de media luna, cuyo cuerno o extremo izquierdo pendía del hombro correspondiente, y rodeado el resto por el sobaco derecho, el cuerno opuesto se echaba sobre el otro hombro. Al principio fue de lana, blanca como la túnica, o prieta entre las clases bajas, y pulla o negra por luto; pero en la época imperial húbolas de linos delicados, de seda y de colores diversos. Franjeada de púrpura llamábase pretexta, sirviendo a magistrados y a niños impúberes, los cuales hasta llegar a la edad de razón traían suspenso al cuello un amuleto en forma de corazón (bulla), de oro entre ricos, y de cuero los pobres. De emperadores fue exclusiva la trabea o toga de púrpura, y de triunfadores la picta, que ya llevamos mencionada. La toga empezó a decaer en tiempo de Augusto, llegando a prohibirse su uso en las asambleas populares.

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Rivalizaron con ella y acabaron por desalojarla, la pénula, gabancillo encapillado, de lana o de piel, inventado para viajes y lluvias, y la lacerna, manto como el pallium griego, también encapillado, prendido al hombro, hendido en su mitad inferior delantera, igualmente para abrigo. Empezó a estilarse puesta encima de la toga, trayendo origen algo añejo, pues según Ovidio ya la usó Colatino, marido de Lucrecia; pero aún no corría mucho en tiempo Cicerón. Otro manto masculino invernal llevado con túnica, especialmente   —37→   en las ceremonias religiosas, fue la lena, purpúrea entre el sacerdocio, y coccínea o carmesí para señores y dignatarios. De procedencia griega la abolla, constituía un suntuoso ropón de púrpura, llevado en Roma por el rey Tolomeo, por el estoico Egnacio y por los filósofos de la escuela cínica. Simple mantillo la endrómida, servía principalmente para cubrirse y evitar resfriados después de los ejercicios gimnásticos, y a su vez la síntesis constituía un paludamento más amplio que la toga, empleado en saturnales y banquetes. A la servidumbre estábanles vedados la toga, la palla y la estola, genuinos del hombre y de la mujer libres, siendo su traje habitual sencillo y de colores modestos.

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Muchas de las ropas enumeradas, formaban parte así del traje civil como del militar. Túnica vestían centuriones y soldados, con el sago rojo de la clase de palio, pero grosero, prendido al hombro derecho y hendido delante, para vestirse encima de la armadura; entre jefes, purpúreo y recamado de bordados. Sirviendo principalmente en la guerra, echábase mano de él en grandes   —38→   urgencias y calamidades públicas. Pénula y lena hacían veces de capotones en el campamento, y con menos frecuencia la lacerna. Al general o jefe correspondíale el paludamento de púrpura, más largo que el sago, y también afibulado al hombro; tomábalo en el Capitolio antes de salir de Roma, y si no volvía triunfante, debía sustituirle la toga.

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El traje mujeril participó mejor de la índole graciosa y elegante que distinguía al de las griegas, sin sufrir notable alteración, no obstante los caprichos de la voluble moda. Túnica constituía su hábito esencial para dentro o fuera de casa, primero de lana, y de lino cuando fueron intimándose las relaciones con Egipto; el refinamiento de la decadencia puso en boga las delicadas sedas y los vaporosos tejidos de Cos. Sobre la túnica solía vestirse estola, larga ropa blanca cogida a los hombros, equiparada a la toga ciudadanil, con realces de púrpura y oro en su parte alta, y rematando por detrás en pliegues acanalados que cubrían los talones. Como característica de señoras o matronas, fue respetada siempre por la novelería, la cual se indemnizó ideando otras vestiduras y mantos, tan varios de forma como de géneros y colores, entre los que señalaremos el cericio, vestido del color de la cera virgen; la crocótula, tunicela azafranada; la cymatide, vestido color verde-mar, con ondulaciones tornasoladas; la patagiata, túnica a flores de oro y púrpura, y franjeada vistosamente; la plumatile, tornasolada como la cymatide, ofreciendo visos de plumas; el indusio o indusiata,   —39→   interula por estilo de camisa, para quehaceres domésticos; calthula, mantillo color de pensamiento (caltha), del cual tomó nombre; impluviata, otro manto esquinado, como el impluvio de las casas, color pardo, y según Varrón, adecuado para tiempo de lluvias; ralla, manto ligero de gasa; ricinio, otro manto cuadrado para cubrir la cabeza y fijarse al rededor de la garganta como una pañoleta. Nuevas variedades de forma y color constituían el supparo, la spissa, la regilla, el melino, el basilico, el exótico, el lacónico, la mendícula, el lintheolo cesicio, etc., etc. Salían las mujeres en público cubiertas con velos, entre ellos la palla, colocada sobre la estola, velado el rostro más por coquetería, que por el antiguo precepto de no ir descubiertas. Su calzado constaba de sandalias (soleas o crepidas), y raras veces de calceos o botinas. Inútil es decir si las romanas gastarían multitud de alhajas de toda clase para prendido y para tocado, en que a la riqueza de materia de oro y pedrería, agregábase casi siempre valer exquisito y buen gusto de mano de obra; durante la época imperial, muchos hombres se atrevieron a beneficiar para sí esta parte de lujo. Tampoco añadiremos si a aquéllas eran conocidos los recursos del tocador, que en todas épocas, hasta las más razonables, han sido aliciente instintivo de la mujer: pomadas, cosméticos, tintes para el cabello, sobre todo el rubio, que privó muchísimo, al extremo de utilizarse como postizo el de las   —40→   germanas, preferido por la fuerza de su matiz. En tocados y peinados dieron muestras de inagotable ingenio, ya recogiéndose el pelo dentro redecillas de seda y oro, ya torciéndoselo con vendillas de sirgo y púrpura (para doncellas, de lana blanca, extensiva a las vestales y al sacerdocio). La mitra, bonete de procedencia oriental, formaba como un gorro o turbantillo, acompañado de medias carrilleras. Otros y otros, a fuer de cascos ornamentados, decíanse galeros, con su variante de corymbias, que eran como guirnaldas de yedra. Peinado favorito, en forma de torrecilla hecha del mismo pelo, era el tútulo, propio de la mujer del Flamín, realzado para ella con listones purpúreos.

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Cuberturas.- En rigor los romanos no las tenían, andando con la cabeza descubierta, abrigándola sólo cuando era necesario o en ciertos actos religiosos, con la capilla de la pénula o de la lacerna, y también con pliegues de la toga, una de cuyas puntas se rebozaba al efecto por el cogote, sin perjuicio de dejarla caer dando conversación a sujetos respetables. Un gorro alto de lana llamado píleo, distintivo de los esclavos emancipados, o de los que se vendían sin garantía, llevábase en general durante la fiesta de las saturnales. Para guarecerse de sol y lluvia en el campo, en viaje o en los espectáculos, servía el petaso, sombrero aliancho, consentido por Calígula a los asistentes al teatro. Otra cubertura, el galero, reducíase a un casquete velloso, con   —41→   pequeñas alas alrededor. Del apex hacían uso los sacerdotes, y formaba otro bonete encasquetado, hincado en su cima sobre una motilla de lana, un palito de fresno que encerraba significación simbólica. Cubría a los soldados, ya el casco de cuero (galea) adornado con cimera y crines, ya el de metal o cassis, uno y otro fabricados después de metales diferentes, sirviendo el primero para infantería en especial, y el segundo para caballería.

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Calzado.- Respecto a calzado, todas sus variedades en la época romana pueden reducirse a dos grupos: calceo, zapato callejero con traje de toga, sencillo, de cuero fino y de un solo color, rojo a menudo, y cubriendo todo el pie, lazado a veces con cuatro guitas o correas, menos en el uso común. El calceo senatorial llevaba encima del empeine o en el cruce de las correas, una media luna de plata o marfil, que representaba la cifra ciento, número de los primitivos senadores según Plutarco. Sandalia (solea) era calzado casero e impropio de calle, dentro de Roma, para cuando se andaba en túnica sin toga, o cuando se estaba con holgura en la mesa o en el lecho. La sandalia, hecha de cuero, ligera de suyo, atábase con diferentes nudos y pequeñas correas fijadas en la plantilla. Variante de sandalia, fue la crepida, diferenciándose de ella en llevar talón. Rústicos y plebeyos gastaban sandalias de palo, ferradas a veces, y los jornaleros pobres unos zuecos dichos sculpones. A los militares perteneció la cáliga, botina hasta media pierna, sin   —42→   contar la ocrea, que era una planchuela de metal para defensa de la canilla.

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En la hueste romana, la cohorte pretoriana usaba un armamento lujoso, inspirado en el gusto griego. Los legionarios, formando cohortes y manípulos, llevaban yelmo sencillo, coraza faldeada de correas, mantelete, cáligas y escudo, generalmente de canal, aunque los había de diversas hechuras y dimensiones. Las ofensivas consistían en espada o machete, suspenso comúnmente casi debajo del sobaco derecho, el pilo, que era una luenga pica de balance, lanza, dardos y venablos, etc. En la caballería romana, como también en la griega, figuraban unos jinetes catafractos, que así ellos como sus monturas revestían una armadura ajustada de escamas o planchuelas.

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