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ArribaAbajoOrden de los Malacopterigios apodes

Los caracteres de este orden son: los radios de las aletas blandos, y falta de aletas ventrales. Los peces que lo constituyen tienen la forma prolongada, la piel densa, blanda y poco escamosa. La mayor parte entran en el género de las anguilas; tienen las escamas como formando costra en la piel crasa y densa; y solo cuando secas son bien visibles, su opérculo es pequeño, circularmente rodeado por los radios de las branquias, y como estos envuelto en la piel, la que se abre muy atrás en una especie de tubo. Semejante disposición, dando un abrigo a las branquias, permite al pez vivir mucho tiempo fuera del agua.

La ANGUILA COMÚN (Muraena anguilla, LIN.). Pertenece a la sección de aquellos peces que tienen aletas pectorales, y debajo de estas las agallas. La dorsal y caudal se extienden al rededor de la cola, y con su reunión forman una caudal puntiaguda; finalmente, la aleta dorsal nace a bastante distancia detrás de las pectorales. Esta especie varia de color según los lugares en que vive; si en aguas claras, la espalda es verdusca con rayas pardas, y el vientre plateado; si en el cieno, es pardo-negruzca superiormente y amarillenta en su cara inferior: la forma del hocico ofrece también mucha variedad.

Encuéntrase la anguila común en casi todos los países; es voraz, ágil, con la misma facilidad nada hacia atrás que hacia delante: y es su piel tan resbaladiza, que no es posible cogerla con la mano. Este pez vive tan bien en el mar como en agua dulce; de modo que sale de aquella en su primera juventud, súbese por los ríos y estanques, y vuelve al mar cuando es adulta. Durante el día se mantiene en el limo o en agujeros de dos salidas que se abren las mismas a lo largo de la ribera; en los tiempos más calurosos del verano abandonan las aguas estancadas, cuya corrupción causaría su muerte, se ocultan bajo las yerbas de las orillas, y hasta aprovechan las oscuridad de la noche para atravesar los campos y trasladarse del estanque al río o al mar, viajes que pueden ser muy largos; por lo que a veces de noche se encuentran anguilas que reptan por la yerba como serpientes. Cuando reina extrema sequedad, en vez de emigrar, húndense profundamente en el cieno, donde permanecen hasta la vuelta de las aguas: de modo que se han visto anguilas vivir así muchos años, volviendo a recobrar su agilidad desde que hallaban su natural elemento.

El CONGRIO COMÚN (Muraena conger, LIN.). Es una anguila cuya dorsal nace muy cerca de las pectorales, o encima de estas mismas; la mandíbula superior es más larga que la inferior. Habita en todos los mares de Europa; su longitud es a veces de 5 pies, y su grosor el de una pierna; los bordes de las aletas dorsal y anal son negros, y la línea lateral que corre por toda la extensión de los costados está sembrada de puntitos blancos. Su sustancia es muy buena de comer y por lo mismo estimada.

La MURENA (Muraena helena, LIN.). No tiene absolutamente pectorales; las branquias ábrense de cada lado por un agujerito, los opérculos son delgados, sus radios débiles y ocultos bajo la piel. Su color consiste en un jaspeamiento de pardo amarillento; llegan algunas a 3 pies de longitud y aún más; y abundan en todo el Mediterráneo.

Hicieron los antiguos gran caso de ese pescado: el romano Hirrius fue quien primero imaginó y ejecutó el proyecto de establecer viveros que solo contuviesen murenas; y él mismo fue quien en un banquete dado a César en su nombramiento de dictador, hizo servir a la mesa 6.000 murenas que valían una cantidad enorme. Esa celebridad inconcebible dada a la murena por una afición que tenía sus puntas de demencia, se sostuvo por más de dos siglos. Antonia, ilustre romana, descendiente de una de las principales alcurnias del imperio, derramó lágrimas acerbas sobre los mortales despojos de una idolatrada murena que exhaló el postrimer aliento en un vivero de Baías. A Craso traspasole el corazón un dolor más intenso por la muerte de uno de estos peces, que por la de sus tres hijos. Tenían los romanos sus murenas domesticadas, que acudían dóciles a la voz de sus dueños, colgábanles en los opérculos unos arillos de oro, semejantes a los que llevaban en las orejas las jóvenes romanas; y a más unas murenillas, también de oro unidas como una cadena y dispuestas a modo de un collar, constituyeron por mucho tiempo uno de los adornos propios de las matronas de encumbrada categoría. Finalmente, para colmo de desvarío y de depravación, dieron algunos romanos ricos en la manía de añadir a su nombre el de los peces de que más gustaban; así, en la ciudad donde las antiguas familias fueron por mucho tiempo glorificadas con los sobrenombres que les concediera la pública gratitud; en la ciudad donde Mucio recibió el sobrenombre de Scevola (o zurdo), a causa de haber sido abrasada su mano delante de Porsena; en que Fabio se envanecía de llevar el nombre de Cunctator (contemporizador); Scipión, el de Africano; Paulo Emilio, el de Macedonio; apareció un Sergio Murena y un Sergio Dorada, orgullosos con su cognombre, cual si lo debiesen a la conquista del universo. Sentiríamos olvidarnos de ese bondadoso Vedio Polión, quien tanto se encariñó por sus murenas, que de cuando en cuando les echaba algún esclavo en pena de haber roto un vaso, o de haber cometido otra falta de igual gravedad; y como estos peces son muy voraces y es cruel su mordedura, pronto desaparecía la humana presa, destinada a engordarlos y hacerlos más sabrosos y delicados.

Los Gimnotos se diferencian de las anguilas en que la membrana que cierra las agallas se abre delante de las aletas pectorales; la anal se extiende bajo la mayor parte del cuerpo; y con más frecuencia aún hasta el extremo de la cola; pero no existe absolutamente ninguna a lo largo del dorso; por lo que se les ha llamado gimnotos pues esta voz griega significa dorso desnudo. Viven en los ríos y mares profundos de la América meridional.

El GIMNOTO ELÉCTRICO (Gymnotus electricus,LIN.). Es la especie más notable del género; llámanla vulgarmente anguila eléctrica. Su longitud llega a 5 y 6 pies; su forma es como de una sola pieza; tiene la cabeza y la cola obtusas; el color de un hermoso verde oliváceo; la parte inferior de la cabeza amarilla con mezcla de rojo; nótanse a lo largo del dorso dos hileras de manchitas amarillas, colocadas simétricamente desde la cabeza hasta la cola; y en cada manchita hay un orificio que exhala una materia mucosa. La naturaleza ha armado a este pez con una batería eléctrica, capaz con la conmoción que causa de derribar un hombre o un caballo.

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Gimnoto eléctrico.

El Gimnoto eléctrico pone en acción su batería cuando quiere, da la dirección que se le antoja a la descarga eléctrica, y no hay necesidad de que se halle en contacto para herir, pues dispara su arma y mata desde lejos a otros peces. Pero esta facultad disminuye ejercitándola, y solo después de algún tiempo de reposo y de abundante alimento recobra su fuerza la batería eléctrica. El aparato que la constituye se extiende a lo largo del dorso y de la cola; y consiste eu cuatro hacecillos longitudinales, compuestos de láminas membranosas, paralelas y muy aproximadas, reunidas por una infinidad de laminillas transversas, formando celdillas llenas de una materia glutinosa; distribúyense por estos órganos grandes troncos nerviosos. A los ilustrados viajeros Bonpland y Humbold debemos los pormenores más curiosos acerca de los hábitos del gimnoto eléctrico; por lo que vamos a trasladar el pasaje de su relación referente a la pesca de este pez interesante.

«Al amanecer del 19 de marzo salimos para la aldehuela del Rastro de abajo; y de allí los indios nos llevaron a un arroyo, que en tiempos secos forma una charca cenagosa, rodeada de hermosos árboles floridos y odoríferos. La pesca de los gimnotos con redes es muy difícil, a causa de la suma agilidad de estos peces que se hunden en el cieno como las serpientes. Dijeron los Indios que iban a pescar con caballos, pesca extraordinaria, y para nosotros casi inconcebible; pero pronto vimos a nuestros guías de vuelta de la sabana donde fueron a dar una carrera con caballos y mulas indómitas. Lleváronse unos treinta de estos y les obligaron a meterse en el pantano.

El ruido extraordinario producido por los pies de los caballos hace salir del cieno a los pescados y les obliga a la lucha. Aquellas anguilas lívidas y amarillentas, semejantes a grandes serpientes acuáticas, nadan a flor de agua y se estrechan bajo el vientre de los cuadrúpedos. Armados los indios con arpones y cañas largas y delgadas, ponen estrecho cerco en torno del pantano; algunos suben a las ramas horizontales de los árboles que sombrean la orilla, y allí con su salvaje gritería y sus largos látigos, impiden que los caballos se salgan del agua. Asustadas las anguilas, se defienden con repetidas descargas de su órgano eléctrico, y hasta por un buen rato parece el triunfo declarado de su parte; pues algunos caballos caen derribados por golpes invisibles, que reciben en los órganos más esenciales a la vida, y aturdidos por la fuerza y repetición de eléctricas sacudidas, desaparecen y acaso se ahogan. Otros, anhelantes y con las crines erizadas, los ojos despavoridos y que expresan la mayor angustia, se levantan y tratan de escapar de aquella tormenta formada en el seno del agua; pero al querer salvar la orilla se lo impiden los indios empujándolos otra vez hacia el pantano. Entre tanto algunos logran burlar la vigilancia de los pescadores, y salir a tierra cojeando, y vacilantes hasta caer al suelo agobiados de cansancio y con los miembros entorpecidos.

«En menos de cinco minutos se ahogaron dos caballos. Como estas anguilas tienen 5 pies de largo, apriétanse al vientre del cuadrúpedo y le disparan las descargas con toda la extensión del aparato eléctrico, las cuales interesan al corazón y vísceras principales, al plexo celíaco y nervios abdominales. Es muy fácil de comprender, pues, como el efecto producido en los caballos, deba ser mayor que el causado en el hombre cuando el pez sólo pone en contacto con este último una de sus extremidades. Probablemente no mueren los caballos a consecuencia de las heridas, sino que quedan entorpecidos; y si al fin perecen, será ahogados por no poder levantarse mientras se prolonga la refriega.

»Creímos ciertamente que aquella pesca terminaría con la muerte sucesiva de todos los cuadrúpedos; pero poco a poco fue disminuyendo la impetuosidad de tan desigual combate; cansados los gimnotos se dispersaron, necesitando reposo y alimento para recuperar las fuerzas galvánicas; las mulas y caballos parecieron menos asustados; no erizaban como antes las crines, ni los ojos ofrecían la anterior expresión de azoramiento. Los gimnotos se aproximaban con timidez a las orillas, donde eran cogidos con unos arpones atados a largas cuerdas, las cuales cuando están bien secas ninguna conmoción transmiten a los indios al sacar al aire los gimnotos. En pocos minutos tuvimos cinco de estos peces, gruesos y casi todos sin herida de gravedad; por la noche y con iguales medios cogieron otros.»




ArribaAbajoOrden de los Malacopterigios lofobranquios

Este orden se diferencia de todos los precedentes, en que las branquias, en vez de presentar la forma de púas de peine, se dividen en borlitas dispuestas a pares a lo largo de los arcos branquiales. Los peces que componen este orden son en corto número; y de ellos citaremos tan solo al hipocampo, cuyo tronco se halla comprimido por los lados, y mucho más alto que la cola. Con la curvatura que toma después de muerto, ofrece cierta semejanza al cuello de un caballo en miniatura. Tales son las especies que viven en nuestros mares; la una tiene el hocico corto y es el Hippocampus brevirostris, de Cuvier; y la otra lo tiene más prolongado; y a este llamó Cuvier Hippocampus gutulatus: ambas tienen solo algunos filamentos en el hocico y en el cuerpo; las junturas de las escamas están señaladas por un reborde saliente y espinoso, y la cola carece de aletas.

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Hipocampo.




ArribaAbajoOrden de los Plectoñatos

El principal carácter de este orden es el tener la mandíbula superior articulada con el cráneo por medio de sutura inmóvil; sus especies son en corto número, del que citaremos las principales. Entre los géneros que componen este orden cuéntanse los Tetradontes y los Diodontes, que también se llaman Orbes o Inflados, supuesto que pueden hincharse como un globo, sorbiendo aire y reuniéndolo en un gran buche muy dilatable que llena toda la extensión del abdomen. Cuando están hinchados vuélvense con el vientre hacia arriba, en cuya posición inversa van flotantes en la superficie del agua sin poderse dar dirección determinada. Pero esta misma hinchazón se convierte en un medio de defensa, pues con ella se erizan por todos lados las espinas de que su cuerpo está cuajado dándole el aspecto de un erizo; por lo que se llaman también Orbes espinosos. La especie conocida de más antiguo es la FAHACA DE LOS ÁRABES, Tetraodon physa de GEOFFROY que se halla en el Nilo. Tiene este la espalda y los costados con rayas longitudinales, pardas y blanquizcas. El Nilo arroja muchos a tierra con sus inundaciones los cuales sirven de juguete a los muchachos del país.

Las Ruedas tienen el cuerpo deprimido y una figura extraña; el cuerpo no tiene espinas ni puede hincharse, la cola es corta y alta, y su posición vertical comunica al pez cierta figura que parece le hayan cortado la mitad posterior.

El PEZ LUNA (Tetraodon Mola, LIN.). Habita en nuestros mares, y es un pez de bellísimo color plateado, aunque de piel muy áspera. Algunos tienen de largo 4 pies y pesan más de 300 libras.

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Pez luna.

Los Cofres tienen, en vez de escamas, unas piezas óseas formando comparticiones regulares, soldadas de modo que juntas vienen a formar una coraza inflexible, que cubriéndoles la cabeza y el cuerpo, solo deja movible la cola, las aletas y la boca: tal es el COFRE TRIANGULAR (Ostracion triqueter de LINNEO.). El cuerpo de este pez perteneciente al Mar de las Indias no tiene espinas.




ArribaAbajoOrden de los Condropterigios esturionios

Los peces que constituyen el orden de los condropterigios, o peces cartilaginosos, tienen las branquias libres en su borde externo, con un solo orificio para cada opérculo; en él solo hallamos un género cuyo estudio ofrezca interés, el de los esturiones. Estos forman la transición de los peces óseos a los cartilaginosos; puesto que algunos huesos de la cabeza y de la espalda son del todo duros y como petrosos en su superficie. Guarnecen su cuerpo en más o menos número unas placas adheridas a la piel y dispuestas en pilas longitudinales; su boca es pequeña y sin dientes; la aleta dorsal está situada detrás de las ventrales y encima de la anal; por último, la caudal rodea la extremidad de la cola, y tiene un lóbulo saliente en su parte superior. Son los esturiones animales grandes y vigorosos; ascienden con facilidad contra las más rápidas corrientes, y su alimento consiste en sargas, arenques, salmones, etc.; a veces rozan en el cieno en busca de gusanos y moluscos. A semejanza de lo que dijimos al tratar de los salmones, los esturiones también por la primavera abandonan el mar y suben por los grandes ríos para desovar; siendo su fecundidad y el número de huevos que producen incalculables. En el cuerpo de una hembra que pesó 278 libras halláronse 1.500 huevos; y en otra que pesó 2.800 libras estos pesaron 800 libras. Los esturiones recién nacidos abandonan muy pronto el agua dulce y se dirigen al mar, donde permanecen hasta que son adultos. La sustancia de estos peces es muy gustosa, y con los huevos se prepara un manjar muy apetecido en el Norte, donde lo llaman caviar. La vejiga natatoria del esturión forma esas láminas, tablitas, o cordones retorcidos con que el arte culinario prepara sus gelatinas; y que los comerciantes llaman cola de pez.

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Esturión.

El ESTURIÓN COMÚN (Acipenser sturio, LIN.). En abril entra en los grandes ríos de la Europa oriental, como son el Don, el Danubio, etc, tiene de 6 a 7 pies de longitud; el hocico agudo, las placas dispuestas en cinco hileras, recias y espinosas, y la sustancia de los músculos parecida a la carne de becerro.

El GRANDE ESTURIÓN (Acipenser huso, LIN.). Tiene las placas más obtusas que el antecedente; el hocico y barbillas más cortos, y más lisa la piel su longitud llega a veces a 12 y 15 pies, y su peso es de 500 a 1.000 libras: de él se saca la cola de pez de superior calidad.




ArribaAbajoOrden de los Condropterigios selacios

Este orden abraza la mayor parte de aquellos peces que tienen el esqueleto cartilaginoso. Tienen las branquias adherentes por sus bordes; cada una con cinco hendeduras a los lados del cuello, o en su parte inferior. Casi forman enteramente el orden de los selacios los Escualos y Rayas de Linneo.

Los Escualos tienen aletas pectorales y aletas ventrales; situadas estas últimas hacia atrás del abdomen; el cuerpo prolongado; la cola gruesa y carnosa, y los pectorales de mediana magnitud; las aberturas de las branquias corresponden a los lados del cuello; en fin, muchos son vivíparos. Hay escualos conocidos con el nombre de Lijas, cuyo hocico es corto y achatado; los orificios de las narices muy inmediatos a la boca, y vueltos por un surco que se extiende hasta el borde del labio; tienen en la cara superior de la cabeza dos aberturas llamadas espiráculos, que comunican con las branquias y conducen a ellas el agua necesaria para la respiración, cuando el animal tiene la boca llena y obstruida por una presa sobrado voluminosa. Las dorsales están situadas muy hacia atrás, y la primera nunca pasa de las ventrales; la caudal es prolongada, bifurcada, y truncada en su extremidad; las aberturas de las branquias se hallan en parte encima de las pectorales.

La GRAN LIJA o PERRO DE MAR (Squalus canicula, LIN.), y la LIJA PEQUEÑA o GATO MARINO (Squalus catulus, LIN.). Viven en los mares de Europa; la primera está salpicada de numerosas manchitas, y tiene las aletas ventrales oblicuamente cortadas; la última presenta las manchas más raras y mayores, alguna vez oceladas, y las aletas ventrales de corte cuadrilátero. En ambas la piel está llena de una multitud de tubérculos pétreos, y cuando seca se pone tan dura que se emplea como una lima para labrar y pulir el marfil.

Son los tiburones, unos escualos de hocico prominente, de narices no prolongadas en forma de surco, y de caudal superada de un lóbulo que la presenta como bifurcada.

El TIBURÓN (Squalus carcharias, LIN.). Tiene la primera dorsal situada mucho más adelante que las ventrales, y la segunda casi encima de la anal; el hocico complanado; y las últimas aberturas de las branquias se extienden a las aletas pectorales. Este pez acaso llega a 30 pies de largo; su espaciosa boca se halla provista de dientes triangulares y móviles, cuyo número aumenta con la edad. Entre todos los peces es este el más peligroso por sus fuerzas, agilidad y voracidad insaciable. El Tiburón se encuentra en todos los mares; sigue a las embarcaciones que hacen largos viajes, no separándose por espacio de meses enteros, y siempre pronto a devorar los restos de la mesa de los tripulantes, y a hacer presa del hombre que por descuido, desgracia o imprudencia cae al agua.

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Tiburón.

Los martillos son unos escualos que juntan con los caracteres del tiburón, una figura de cabeza enteramente excepcional entre todos los animales: esta se ve complanada horizontalmente, y truncada por delante; sus lados se prolongan en dos ramas, lo cual le comunica la figura de un martillo; los ojos están situados a los extremos de estas prolongaciones, y las narices en su borde anterior. El MARTILLO COMÚN (Squalus malleus, LIN.), el cual vive en nuestros mares, tiene a veces 12 pies de largo.

El género de las Rayas se conoce en que tienen estas el cuerpo complanado horizontalmente, y semejante a un disco, cuya figura nace de la unión del tronco y de la cabeza con unas aletas pectorales extremadamente anchas, horizontales y carnosas, que por la parte anterior se unen al hocico, y hasta a veces lo rodean para unirse entre sí mismas; y por la parte posterior se extienden de ambos lados del abdomen hasta la base de las aletas ventrales: los ojos ocupan la cara dorsal de la cabeza; al paso que las narices, la boca y las aberturas branquiales están situadas en la cara ventral; por último, las aletas dorsales son pequeñas y casi siempre situadas encima de la cola.

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Raya.

La RAYA COMÚN (Raia clavata, LIN.). Tiene el cuerpo áspero y en ambas caras lleno con irregularidad de tubérculos óseos, ovales y cada uno provisto de un aguijón corvo. Este pez, considerado como manjar, es coriáceo, aunque se reblandece con el transporte y conservándolo.

La RAYA BLANCA o CENICIENTA (Raia batis, LIN.). Solo tiene aguijones en la cola, y adquiere unas dimensiones mucho mayores que la antecedente. Las hay que pesan 200 libras. Esta especie es vivípara, y frecuenta nuestras costas por la primavera. Cuando joven presenta algunas manchas, las cuales con el tiempo desaparecen, y el pez toma un color más claro y uniforme.

Los Torpedos o Tremilegas son rayas de cola corta y carnosa; tienen el cuerpo liso y formando disco, debiendo el borde anterior su formación a dos prolongaciones del hocico, que de cada lado van a unirse a las aletas pectorales, y entre estos órganos, la cabeza y las branquias dejan un espacio oval donde se aloja el aparato eléctrico. Compónese este de tubos membranosos, verticales, apretados entre sí como las celdillas de un panal de abejas, divididos por tabiques horizontales en celdillas llenas de mucosidades y que reciben gruesos troncos de nervios. A beneficio de estos órganos pueden los torpedos comunicar fuertes sacudimientos, con que entorpecen el brazo que se pone en contacto con ellos. Probablemente es un aparato ofensivo y defensivo que les ha dado la naturaleza; aunque en verdad mucho menos poderoso que el de los gimnotos. Bajo la denominación de Raia torpedo confunde Linneo distintas especies que frecuentan las costas de la Vendea y de Provenza.




ArribaAbajoOrden de los Condropterigios ciclostomos

Los ciclostomos o chupadores, que forman el último orden de la clase de peces, son los más incompletos de estos, y aún puede decirse de todos los animales vertebrados. Tienen el esqueleto cartilaginoso; las branquias adherentes por ambos bordes, y provistas de varias aberturas; las mandíbulas articuladas en un círculo inmóvil; ni tienen pectorales ni ventrales, y su cuerpo, largo, desnudo y viscoso, termina por su extremo anterior en un labio carnoso y circular; las branquias, en vez de tener la forma de púas de peine como en los demás peces, tienen apariencia de bolsas, resultantes de la reunión de una de las caras de una branquia con la cara opuesta de la inmediata.

Las Lampreas, que constituyen el género principal de este orden, tienen siete aberturas branquiales, las que se ven a cada lado del cuello; el anillo formado por los labios está armado de varias filas de fuertes dientes, los cuales presenta también la lengua, cuya movilidad hace de ella como un émbolo a beneficio del cual ejecuta el animal una fuerte succión; y puede servirse del disco de su boca no solo para chupar el jugo de que se alimenta, si no para adherirse y pegarse a los cuerpos sólidos. Estos peces por toda aleta tienen una cresta longitudinal así superior como inferiormente, formada por la piel, y sostenida por unos vestigios de radios. El agua necesaria a la respiración llega desde la boca a las branquias por un conducto situado bajo el esófago y lleno de agujeros laterales.

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Lamprea.

La LAMPREA MARINA (Petromyzon marinus, LIN.). Tiene de 2 a 3 pies de longitud; el cuerpo amarillento con jaspes pardos, y la primera dorsal muy distinta de la segunda. Este pez por la primavera va a desovar subiendo por los ríos: es un manjar muy apreciado.

La LAMPREA DE RÍO (Petromyzon fluviatilis, LIN.). Llámanla siete ojos; tiene 18 pulgadas de longitud; el cuerpo plateado; y la espalda de color pardo-oliváceo; la primera dorsal muy separada de la segunda. Este pez abunda en los lagos de agua dulce, los cuales abandona por la primavera y sube por los ríos. Por medio de su facultad de succión se fijan en las rocas y otros cuerpos sólidos; de igual modo atacan a los peces grandes, a quienes llegan a taladrar y a devorarlos.

Los Amocetos forman el segundo género de los condropterigios ciclostomos, tienen el anillo que forma la boca del todo membranoso; los dentellones laterales de la lengua son fuertes y dispuestos en dos filas; de manera que a primera vista pudieran tomarse estos peces por animales articulados con mandíbulas laterales; el mismo Linneo cayó en error, puesto que los clasificó entre los gusanos. La lengua de los amocetos hace el efecto de un émbolo lo mismo que la de las lampreas; y también como estas atacan los amocetos a animales mayores taladrándoles la piel. Solo citaremos de estos animales mal bosquejados, la lamprejuela (Petromyzon branchialis, LIN.). Su esqueleto es enteramente blanco y membranoso; su longitud es de 6 a 8 pulgadas, y su grosor el de un cabo de pluma de escribir. Vive en el cieno de los arroyos, y tiene los mismos hábitos que los gusanos. Los pescadores la emplean para cebar los anzuelos.

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Acabamos de exponer la historia de los peces, habiendo pasado por alto los pormenores que ofrecen escaso interés a la generalidad de los lectores. Conocidas son ya las especies útiles al hombre; con lo que puede juzgarse de los inagotables recursos que la Providencia nos ha proporcionado al ceñir nuestros continentes con ese círculo de mar, habitado de innumerables bancos de peces, que solo aguardan para alimentar al hombre que sea mayor el número de pescadores y más rápidos los medios de transporte. La abundancia de peces comestibles prueba la bondad del Ser Supremo, tanto como todas las demás maravillas de la naturaleza. En agradecimiento de tal beneficio se practica en Bretaña, en los promontorios de Finisterre y del Morbihan la ceremonia llamada Bendición de la mar, sencilla al par que solemne, la cual tiene lugar por el solsticio de verano, y sirve de señal a la pesca de la sardina.

En aquellas costas pintorescas hállanse hermosas iglesias construidas en tiempo de las Cruzadas, capaces de dar envidia a las de San Sulpicio y San Roque. Creyérase ver a Nuestra Sra. de París reducida a cortas dimensiones; pero a esta basílica la vemos esbelta, ligera, pisando el césped, y no metida entre las inmundicias del Hotel-Dieu y las cloacas de la Cité del modo que se halla la de París. Sin duda no ofrece aquella tanta filigrana y crestería como esta; pero en compensación respira un aire libre, una atmósfera pura, y domina un horizonte sin límites.

Reúnense en esas modestas capillas los pobres pescadores, en cuyas frentes, curtidas por la tempestad y la intemperie, se halla pintada una santa resignación: allí postrados de rodillas en las losas del pavimento, pasan horas enteras esos infelices que trabajan en fecundar con sus sudores unos áridos peñascos todo el tiempo que no viven reluchando con las embravecidas olas de la Mancha: en el corazón de aquellos desgraciados es indestructible la religión; pues tienen urgente e imperiosa necesidad de esperanza en una vida futura, menos gravosa, menos amarga, menos agitada que la que les cupo en suerte en este mundo: así su fe jamás se debilita; así en la Bretaña el cristianismo se halla en estado floreciente. En medio de su penuria y miserable condición, los habitantes de las costas hallan todavía medios para adornar los templos con sus ofrendas. En sus arcos veréis pendientes pequeñas fragatas, exvotos de marineros salvados del naufragio, a quienes costaron años de trabajo y de privaciones: esas obras maravillosas de paciencia representan exactamente la fragata grande en que lucharan con la muerte, con todas las piezas, que están copiadas en dimensiones cuarenta mil veces menores; cordaje, palos, cañones, etc., nada falta, todo está trabajado en miniatura con tan admirable exactitud, que pudiera servir de modelo para la construcción de un buque de guerra.

Para pedir pues a Dios la subsistencia de esos pueblos laboriosos se practica cada año la bendición de la mar. El día de San Juan, todos los pescadores de la comarca se dirigen en procesión a las aguas donde se pesca la sardina: delante de sus barquichuelos va la lancha del sacerdote que debe solicitar para ellos la misericordia del Altísimo. Sin duda esa rústica comitiva dista muchísimo de la brillante theoria de las vírgenes atenienses, volviendo tranquilas de la isla de Delos; no es la dorada popa bogando hacia el Píreo al son de sagrados himnos; sino barcas groseras hendidas por el incesante embate de las olas, y que llevan por encima de los abismos a mujeres y niños dirigiendo al cielo con todas sus fuerzas las letanías de la Virgen.

¡Con cuánta emoción traslucimos en medio de aquel vasto concierto el gemido animal de la miseria! ¡Como vibran en nuestro oído aquellas voces horrísonas, broncas, agrestes, alas semejantes a los alaridos del dolor que a la sosegada salmodia del canto llano! Ese espectáculo del todo bíblico, nos presenta el pueblo de Dios clamando al Señor: vemos a unos hombres a quienes reúne una común necesidad, agitan los mismos temores, y sostiene idéntica creencia, moviendo con pena los reinos, y echando por intervalos una mirada en que rebosan la fe y la esperanza hacia la cruz de cobre vieja y denegrida que les sirve de estandarte. Esos desheredados cubiertos de andrajos prodigan a la Virgen en un idioma que no conocen, pero que su emoción parece comprender, las más sublimes metáforas del estilo oriental: sin duda no pueden desentrañar el sentido de sus palabras; pero saben que son alabanzas que saliendo de sus corazones deben ser gratas al oído de la Madre de Dios: comparan a cuanto más precioso presenta la naturaleza las expresiones Torre de marfil, Casa de oro, Vaso de diamante, Rosa mística, Astro matutino, etc.... ¿Y qué solicitan de la mujer a quien dan tan pomposos dictados esos humildes cristianos?... Nada más que la fecundidad de un pez mezquino y diminuto que les proporcione alimento durante el verano y medios para comprar un pan negro y basto cuando llegue el invierno... ¡Oh! indudablemente en esa ocasión la Virgen celestial contempla con ojos Misericordiosos la pobre cruz de cobre, los pechos palpitantes de esos infelices, sus rostros bañados de sudor; y cuando el digno sacerdote se levanta, y con pie mal seguro por los vaivenes de la lancha echa el agua bendita en las salobres y amargas ondas, confirma el Todopoderoso la bendición que pronuncia su ministro.




 
 
FIN DEL TRATADO DE LOS PECES.
 
 



ArribaAbajoTratado de los Insectos

Antes de entrar de lleno a tratar de los insectos, permítaseme hablar de una escena que vino a distraerme en uno de los paseos que acostumbro dar por el campo con mis hijos, y podrá ser preliminar del asunto que va a ocuparnos. Por la senda a cuya orilla estábamos sentados, cruzaba sosegadamente un abejorro, cuando de improviso vimos correr hacia él otro a insecto verde metálico, esbelto, de patas largas y amarillentas, y atacarle con ímpetu. Defendido el abejorro por su tegumento coriáceo, hace esfuerzos por huir, pero el otro gira en torno de él con presteza, y con sus ligeras maniobras vence la marcha lenta y pesados movimientos de aquel ser inofensivo: todas las miras del agresor se reducen a hallar algún punto débil de la coraza que protege al abejorro, lo cual logra después de multiplicadas evoluciones, metiéndole su aguda cabeza debajo del vientre y retirándola en breve cargada de botín. Desde este punto no se opuso ya a la huida del abejorro; más, ¡que huida tan desastrosa! Aléjase, pero no entero, pues la extremidad de sus vísceras ha quedado en poder de su enemigo, que va tirando de ellas sin romperlas, y las devora a medida que las va sacando del cuerpo de la víctima. El pobre abejorro sube con trabajo la pendiente del sendero, hincando sus patas en el suelo para escapar del enemigo; el cual no suelta el lazo fatal que sujeta a la presa, siguiéndola tranquilo y arreglando sus atroces estirones a la mayor o menor resistencia que encuentra. Por último cuando hubo devorado todos los intestinos abandonó el abejorro, quien prosiguió su marcha lánguida hacia la yerba, donde le vimos morir muy pronto.

Tan fastidioso espectáculo indignó a los que lo presenciamos; disponíase cada cual a interrumpir el banquete del vencedor, y hasta a jugarle un mal tercio por compasión a la víctima; pero me opuse diciendo a mis hijos: «Dejad que ese Cárabo (pues era un Cárabo dorado) acabe en paz su comida; pues si se alimenta de presa viva, recibió esta orden del Criador, quien no sin razón se lo mandó. Pero vosotros, hijos míos, que os enternecéis por males que no habéis causado, ¿cuántas veces habéis sido más crueles que este voraz insecto? ¡Os mandó acaso la Providencia que atormentaseis, maltrataseis y mutilaseis a miles de abejorros semejantes al que causa estas reflexiones, y que os indigna al verte presa de un animal que sin este alimento moriría de hambre? Reflexionad que este abejorro, que no podía ya volar, porque cumplió su misión deponiendo en la tierra los huevos que encierran su posteridad, solo tenía naturalmente algunas horas de vida; y que si hubiese fallecido de vejez, al descomponerse su cuerpo hubiera infestado la pureza del aire que respiramos: convenía pues que otro animal se apoderase de esta materia, ya casi inanimada, y le comunicase nueva vida asimilándola a su propia sustancia. Esta previsión del Criador es patente y manifiesta; y a los ojos del hombre reflexivo justifica la existencia de los insectos carnívoros. Tocante a aquellos que, como el abejorro, roen las hojas de los vegetales, y que nos causan a veces no pocos daños, aunque no veamos su utilidad, no vacilamos en admitirla, juzgando de los secretos designios de la naturaleza por la admirable sabiduría que en tantas otras circunstancias nos revela.

Dicho esto llovieron sobre mí las preguntas de mis hijos.

-¿Qué es un insecto?

-¿Qué es un cárabo?

-¿Cómo puede un cárabo devorar a un abejorro siendo este mucho más grueso?

-¿Cómo el abejorro tiene fuerzas para caminar después de haber perdido las entrañas?

-¿En qué se diferencia el abejorro que come hojas, del cárabo que se mantiene de animales vivos?

-Cogí el abejorro y el cárabo, y respondí a mis tiernos naturalistas provisionalmente lo que sigue:

«El cuerpo de un insecto (tómese por ejemplo el del abejorro y el del cárabo), se divide en tres porciones, que son: la cabeza, el tóraz o coselete, y el abdomen. En la cabeza están situados los ojos, las antenas y la boca. Los ojos están cortados en facetas o caritas; las antenas consisten en dos cuernecitos situados delante de los ojos; la boca se compone: 1.º de dos mandíbulas, duras y ganchosas, situadas una a cada lado; 2.º de dos mandíbulas más blandas, colocadas detrás de las anteriores hacia su parte superior; 3.º de un labio superior llamado labro o sombrerillo, el que regularmente forma como una visera que cubre las mandíbulas; 4.º de un labio inferior; situado debajo de las mandíbulas. El labro es una pieza dura y sólida; las mandíbulas son como unos dientes destinados a masticar los alimentos; las maxilas son unas laminillas no tan duras como las mandíbulas, provistas interiormente de dientecitos o de pelos, y exteriormente de una o dos pequeñas antenas compuestas de piezas móviles o artículos, y se llaman palpos maxilares. -Forman el labio inferior dos piezas: la más sólida se denomina mentón, y la otra, situada encima de este, lengüeta, la cual por lo regular ofrece dos apéndices móviles que se llaman palpos labiales. -El tóraz tiene en su cara inferior seis patas, y en la superior cuatro alas, a veces dos, y tal vez ninguna. Consta el tóraz o tórax de tres piezas o anillos, y cada anillo de dos arcos, uno ventral y otro dorsal; el primer anillo sostiene en su porción ventral o inferior las dos primeras patas; al paso que nada se nota en la porción dorsal; en el segundo se adhiere inferiormente el segundo par de patas, y en la cara superior el primer par de alas; el tercer par de patas está fijo en el arco ventral del tercer anillo, y en su cara dorsal el segundo de alas. El abdomen se compone igualmente de anillos; pero ni llevan patas ni alas, y contiene los órganos de la digestión. Las patas constan de cadera, muslo o fémur, tibia y tarso. La cadera adhiere la pata al tóraz, consta de dos piezas, que son la rótula y el trocánter, las cuales se distinguen bien en el cárabo. Sigue el fémur, formado de una pieza colocada horizontalmente; viene luego la tibia, formada también de una pieza, aunque verticalmente situada; el tarso consta de tres, cuatro, o cinco falanges, de las cuales la última está armada de dos uñas. La cabeza, el tóraz, el abdomen, las mandíbulas, las maxilas, el labro, el labio inferior, las antenas, los palpos y las patas, está formado todo de piezas móviles, colocadas una tras otra y encajando mutuamente, las cuales llevan el nombre de artículos; y por lo mismo se denominan articulados los insectos que presentan semejante estructura.

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Partes de la boca de un cárabo.11

Así el abejorro, como el cárabo, ambos pertenecen a un mismo orden en la clase de insectos; a saber al de los Coleópteros; pero sus órganos nutritivos son diferentes, resultando de esta diferencia opuestos hábitos.

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Pata de un cárabo.12

El cárabo tiene las mandíbulas aceradas y capaces de extensos movimientos, siendo por lo mismo armas terribles; las maxilas escamosas; los intestinos muy cortos, lo mismo que se nota en todos los animales carnívoros, que manteniéndose de sustancias semejantes a la suya propia, y de fácil asimilación, no toman gran cantidad, y por consiguiente no necesitan de muy extensos órganos para depositarlas. El abejorro, al contrario, está provisto de mandíbulas con dentelladuras cortas y redondeadas, y cuyos movimientos son muy limitados, lo cual solo lo permite mascar sustancias blandas; lo mismo que los demás animales herbívoros, tiene el tubo digestivo muy largo; pues como su alimento es menos nutritivo, necesita mayor cantidad y un extenso aparato para contenerlo.

En cuanto a las diferencias exteriores que existen entre el cárabo y el abejorro, son muy fáciles de observar: el abejorro tiene el cuerpo grueso y los movimientos pesados; al paso que el cárabo tiene el cuerpo suelto, los movimientos ágiles y el andar ligero; las antenas del primero son cortas y sus últimos artículos en forma de laminitas o de abanico; al paso que las del cárabo son largas, delgadas y móviles: a más sus patas ofrecen un carácter esencial, cual es el que en el tercer par, la pieza llamada trocánter situada hacia dentro en la base del muslo, es muy gruesa y prominente. Cada vez, pues, que hallemos, un insecto con las alas superiores coriáceas, el cuerpo oblongo, las antenas delgadas, y sobre todo que presente sus trocánteres abultados en la base de sus dos últimos muslos, deberemos reconocerlo por un coleóptero de la familia de los carnívoros.»

Tal fue la primera lección de entomología (Tratado de los insectos) que di a mis hijos, y que he creído conveniente repetir aquí por su mucha sencillez; aunque deberemos completarla con algunos pormenores relativos a la organización interna de los animales articulados. Distínguense estos de las otras tres ramas del reino animal, no solo por los caracteres exteriores tan marcados como los que acabamos de manifestar, tales como la disposición del cuerpo en anillos, cuya mayor solidez tienen en su cara externa, el número de patas, de alas, etc.; sino que difieren también por los órganos de la respiración; y en especial por el sistema nervioso. Cada anillo tiene su par de ganglios (llámanse ganglios ciertas masas nerviosas que vienen a formar un pequeño celebro, el cual sirve de centro a los nervios que a él acuden), y todos los ganglios, unidos entre sí mediante unos cordones de comunicación, forman una doble cadena que ocupa la línea media del cuerpo junto a su cara inferior. Dichos ganglios ni están protegidos por un cerebro, ni por una coluna vertebral; por cuya circunstancia estos animales articulados, se llaman también invertebrados, juntamente con los moluscos y zoolitos. Iremos sucesivamente estudiando las modificaciones que sufren estas masas nerviosas en las diversas clases de animales articulados, aunque desde luego ya se ve que hallándose la vida distribuida entre varios centros nerviosos, resiste por más tiempo a las mutilaciones y desgarros que puede sufrir el animal. Véase la razón por que el abejorro, cuya descripción hemos dado, pudo caminar y hasta vivir algún tiempo después que su enemigo le hubo arrebatado las entrañas.

Divídense los articulados en seis clases, que son Insectos, Miriápodos o milípedos, Arácnidos, Crustáceos, Cirrípedos y Gusanos.

CLASE DE LOS INSECTOS

Desígnanse bajo la denominación de insectos todos los articulados cuyo cuerpo consta de cabeza, tóraz, y abdomen bien distintos y demarcados, y cuyas patas son en número de tres pares; son entre todos los articulados los únicos que están provistos de alas y respiran por medio de tráqueas. A pesar de que es propio de la fisiología general el explicar esa especie de respiración, diremos lo que creemos útil al asunto que tratamos: primeramente veamos cuáles son las condiciones orgánicas que hacen necesaria la presencia de tráqueas en los insectos.

El quilo atraviesa las paredes del tubo digestivo, y se mezcla con la sangre por simple imbibición; la sangre por su parte no se halla contenida en vasos, y solo reside en los intersticios de los órganos: el aparato circulatorio se halla representado por un solo vaso situado en la región dorsal, por lo que se le ha llamado vaso dorsal. En opinión de muchos naturalistas, este órgano es del todo ajeno a la circulación; y entre otros, Marcelo de Serres lo cree destinado a segregar grasa, que luego elabora el tejido que lo envuelve; aunque Straus, cuya autoridad equipondera a todas las demás, reconoce a dicho vaso dorsal como verdadero órgano de la circulación, y así se expresa: «El vaso dorsal es el verdadero corazón de los insectos, siendo, como en los animales superiores; el órgano destinado a poner en movimiento la sangre, que en lugar de estar contenida en conductos vasculares, se halla esparcida por la cavidad general del cuerpo. Este corazón ocupa toda la longitud del dorso del abdomen, y termina anteriormente por una sola arteria no ramificada que transfiere la sangre a la cabeza, donde la difunde; volviendo luego al abdomen por el mismo efecto de la acumulación en la cabeza, para pasar otra vez al corazón: a esto queda reducida toda la circulación sanguínea en los insectos que solo tienen una arteria sin ramificaciones, con absoluta falta de venas.» Según este profundo observador, que estudió la vena dorsal en el abejorro, el corazón, es decir la parte abdominal del vaso, se divide interiormente en ocho estancias, separadas entre sí por dos válvulas convergentes, que permiten a la sangre dirigirse de atrás adelante, al paso que le impiden todo movimiento retrógrado. Cada estancia tiene dos aberturas laterales a modo de incisiones, que establecen comunicación con la cavidad abdominal, y cada incisión de las dichas está provista en su interior de una valvulita que se aplica sobre la misma, de modo que permite el paso de la sangre desde el abdomen a la estancia del corazón, y no la deja refluir del corazón al abdomen. Fácilmente se concibe que cuando la cámara se contrae, no pudiendo la sangre en ella contenida volver al abdomen, empuja las dos válvulas que separan la una estancia de la otra, que se dilata para recibirla, y al propio tiempo recibe cierta cantidad de sangre por sus aberturas laterales; cuando a su vez se contrae esta segunda estancia, pasa del mismo modo la sangre a la tercera, y así de una en otra es impelida hasta la arteria.

De esa manera, aún cuando no existan venas, y que la única arteria que nace del corazón no presente ramificaciones, el movimiento de la sangre hacia los órganos, y su regreso después de haberlos alimentado, constituyen una verdadera circulación, aunque sencilla y solo concerniente a la nutrición. La que se refiere a la respiración, es decir, a la dirección de la sangre hacia el órgano respiratorio y su vuelta al corazón, en una palabra, la pequeña circulación, falta absolutamente en los insectos. ¿Cómo será pues posible que la sangre convertida en venosa después que ha sufrido la acción de los tejidos, se ponga en contacto con el aire o con el oxígeno que debe renovar sus propiedades vivificadoras? En los animales provistos de pulmones, el aire desciende a las celdillas pulmonares, donde halla la sangre, que por su lado ha acudido a este punto; el gas y el líquido han ido ambos a encontrarse. En los animales dotados de branquias, la sangre hace todo el trayecto para ir en busca del aire exterior.

En los insectos veremos trocados los papeles: en ellos no es la sangre que sale a buscar el aire, sino el aire que va a encontrar a la sangre en todas las partes del cuerpo, donde penetra por una multitud de conductos que comunican con el exterior y se ramifican al infinito por entre la sustancia de los órganos. A estos tubos aéreos se les ha dado el nombre de tráqueas; sus paredes cilíndricas son dobles, y entre las dos túnicas que las componen hay un filamento sólido, arrollado o en espiral, como los alambres elásticos de los tirantes, que les impide cerrarse. Las aberturas por las que el aire entra en las tráqueas se llaman estigmas; y en general son parecidas a unos ojales situados a cada lado de los anillos o segmentos, por lo regular en número de dos; efectuando el insecto sus inspiraciones y expiraciones por medio de la contracción del abdomen. Compréndese fácilmente que esa acumulación de aire en el cuerpo del insecto, no solo es útil para su respiración sino también para su vida aérea.

Volviendo a tratar de los órganos de los insectos, que acabamos de indicar, dijimos que la parte más dura del cuerpo está situada al exterior, y que esta coraza hace en los insectos las veces del esqueleto interior de los vertebrados. Como los huesos en estos últimos, proporciona apoyo y puntos de inserción a los músculos, y palancas propias para asegurar la precisión y prontitud de los movimientos; así pues, por esta semejanza de funciones se ha dado a la piel dura de los insectos el nombre de esqueleto exterior.

Son las alas unos apéndices compuestos de dobles membranas, sostenidas interiormente por nerviosidades que contienen tráqueas. Regularmente son las alas en número de cuatro: unas veces todas ellas son transparentes y membranosas, como en las libélulas; otras las del primer par son duras y opacas, lo mismo que en los abejorros, y cuando el insecto no vuela se aplican encima del par inferior y lo protegen; otras las alas del primer par solo son membranosas en sus extremidades, y permanecen duras en su base; otras falta el segundo par y es sustituido por dos varillas móviles, como en las moscas, y otras en fin faltan del todo las alas como vemos que les sucede a las pulgas.

Compónese el sistema nervioso de los insectos de dos series de ganglios, unidos entre sí por medio de cordones longitudinales, formando dos especies de sartas como las cuentas de un rosario, sartas que se hallan en dirección paralela. Los ganglios de cada par, ya están espaciados entre sí, ya reunidos o inmediatos, de suerte que forman como una sola masa; hay en cada segmento o anillo un par, el cual con respecto a este y sus dependencias desempeña las funciones de un verdadero cerebro. Forman el primer par los ganglios de la cabeza, y distribuyen sus ramificaciones a las anteras y a los ojos.

Los dos cordones longitudinales que unen este primer par al segundo, abrazan el esófago a modo de un collar, y se continúan con los pares siguientes, los cuales están todos situados debajo del tubo digestivo. Los ganglios del segundo par forman los nervios de la boca, los tres pares siguientes pertenecen cada cual a uno de los anillos del tóraz y dan origen a los nervios de las alas y de las patas; los pares que siguen son en general menos voluminosos, y de ellos nacen los nervios que se distribuyen por el abdomen.

Dijimos que los ojos en los insectos estaban formados de facetas o caritas: ahora añadiremos que cada una de estas es la córnea transparente que pertenece a un ojo completo; es decir, con su cristalino, su materia colorante o coroidea, y su membrana sensible o retina. Estos ojuelos aglomerados son en el abejorro en número de 9.000; y pronto hablaremos de insectos que tienen 25.000 en cada lado. A más de esos ojos compuestos, vense también otros ojos simples, que también se llaman lisos, cuya estructura es igual a la de los precedentes.

En cuanto a las demás sensaciones de los insectos, no se conocen aún los órganos destinados a recibirlas. Las antenas sirven para el tacto, juntamente con las extremidades de las patas; los palpos de las mandíbulas y del mentón gozan también de un tacto que aprecia la calidad de los alimentos, y acaso se añada a este tacto el sentido del gusto. No hay duda que los insectos tienen oído y olfato; pero ¿cuáles son los órganos de estas sensaciones? El profesor Dumeril, considerando que el aire, vehículo natural de las partículas odoríferas, penetra por las tráqueas en las partes internas del insecto, cree que el asiento del olfato se encuentra en toda la superficie de los órganos; y así es como explica la maravillosa sutileza que presenta el sentido de que tratamos en la mayor parte de los animales de la clase que nos ocupa. El oído, de cuya existencia no puede dudarse, en atención a que los insectos producen ruidos destinados por cierto a que otros los oigan, el sentido del oído, decimos, tiene un sitio todavía más incierto que el olfato. Straus lo coloca en las antenas, fundando su opinión en que siendo los nervios que presiden a las sensaciones mucho más voluminosos que los que presiden al movimiento, los que se dirigen a las antenas presentan un grosor a proporción muy notable. Por lo demás como los insectos y restantes articulados están organizados según un plan muy diferente del de los vertebrados, séanos permitido creer que sus sensaciones resultan también de carácter y naturaleza distinta.

Conocemos ya las partes de la boca en el abejorro y el cárabo; estas partes se modifican en los demás órdenes de la clase de insectos conforme al régimen alimenticio propio de cada uno: si el insecto es pupívoro, las mandíbulas o el labro se prolongan de modo que forman una trompa o chupador; a su tiempo haremos conocer los extraños cambios que sufren estos órganos.

Los insectos se multiplican por medio de huevos, si bien hay algunos vivíparos. Los instrumentos que la hembra pone en acción, y los ingeniosos medios de que se vale para colocar los huevos en las condiciones más favorables a su desarrollo, y crecimiento del embrión que de ellos ha de nacer, todavía son más maravillosos que los que nacen del instinto de las aves. Pero lo que más sorprende en la historia de los insectos son sus metamorfosis. Los batracios nos han preparado ya para estudiar esos cambios admirables. Vemos a los insectos en sus primeros tiempos mudar a menudo la piel; presentando desde luego una organización y unos hábitos del todo diferentes de los que tendrán más tarde. El animal al salir del huevo se asemeja a un gusano, y en este estado se ha llamado larva; no tarda en tomar nueva forma, durante la cual es designado con el nombre de ninfa: mientras dura este segundo período de su existencia no come, y permanece inmóvil aunque su reposo no es más que aparente, supuesto que en el interior de su cuerpo se efectúa un trabajo activo, cuyo efecto es el completo desarrollo de su organización: las partes internas se reblandecen, y poco a poco toman su forma definitiva; los diferentes órganos del animal adulto se desenvuelven ocultos bajo de la piel; y cuando esa evolución ha terminado, sale el insecto en su estado perfecto.

Algunos insectos solo sufren dos semimetamorfosis; es decir, que la larva, la ninfa, y el insecto perfecto difieren poco entre sí: la larva no tiene alas, en la ninfa se encuentran que empiezan a nacer, y en el insecto perfecto estos órganos se ven del todo crecidos. Finalmente, hay insectos, como los parásitos, que nacen ya con la forma que deben conservar toda su vida.

Las costumbres de los insectos ofrecen al curioso un espectáculo ameno, y que varía al infinito; y al filósofo religioso un inagotable manantial de meditaciones. El estudio del reino vegetal nos demuestra la existencia de los insectos unida a la de las plantas; al mismo tiempo que depende la fecundidad de estas de esos conductores alados que llevan el polen de la una a la otra; sin embargo, este hecho es un simple fragmento de su historia. Ahora estudiaremos sus industrias, sus asociaciones, sus astucias para el ataque como para la defensa; su instinto admirable que suple y equivale a veces a una verdadera inteligencia, cuando se hallan en circunstancias accidentales o imprevistas. Escogeremos los ejemplos más interesantes y más fáciles de observar; puesto que si tuviésemos que dar la historia completa de las 60.000 especies de insectos que se conocen, necesitaríamos para cada una de ellas un tomo voluminoso.

La clasificación de los insectos ha sido objeto de los trabajos de varios naturalistas, a cuyo frente debemos colocar el inmortal Linneo. Latreille, profesor que fue del Jardín de las Plantas, y de quien pronto hablaremos, ha perfeccionado el método de Linneo, el cual se fundaba en los caracteres sacados de las alas, añadiéndoles los que se desprenden de las partes de la boca y de las metamorfosis. El primer orden es el de los Coleópteros, de los cuales puede considerarse como tipo el abejorro: en ellos la conformación de la boca es propia para la masticación; tienen cuatro alas, de las cuales las superiores forman estuche o élitros, y las inferiores presentan solo pliegues transversales. -Forman el segundo orden los Ortópteros, los que únicamente se diferencian de los del orden precedente en que tienen los pliegues de las alas longitudinales; como por ejemplo la langosta. -El tercer orden es el de los Neurópteros, que se distingue de los anteriores en que tiene las cuatro alas transparentes, y casi iguales, como las libélulas. -Los Himenópteros, del cuarto orden, tienen la boca conformada para la succión, las cuatro alas membranosas, transparentes y desiguales entre sí, y sus nerviosidades, en vez de formar red con mallas regulares, como en los neurópteros, forman celdillas prolongadas; la organización de las maxilas es propia para la succión, al paso que la de las mandíbulas lo es para la masticación; sirvan de ejemplo la abeja y la avispa. -El quinto es el de los Lepidópteros y comprende los insectos chupadores, cuyas cuatro alas están cubiertas de un polvillo colorido, y la boca provista de una trompa o chupador espiral; tales son las mariposas. El sexto orden lo forman los Hemípteros; en los que la boca está conformada para chupar; las alas anteriores regularmente presentan un medio élitro, y la boca está provista de un pico cónico; tales son los chinches terrestres y acuáticos. -El séptimo orden es el de los Ripípteros; insectos chupones, que tienen dos alas plegadas en forma de abanico; tal es el Stylops. -Orden octavo: Dípteros insectos chupones de dos alas, pero no plegadas; por ejemplo las moscas. -Orden nono: Chupadores: carecen de alas; por ejemplo la pulga. Los nueve órdenes que hemos señalado se hacen notar por sus metamorfosis. -Orden décimo: Parásitos; insectos sin alas, que no sufren metamorfosis. -Orden undécimo: Tisanuros: insectos sin alas, sin metamorfosis, y cuyo abdomen está guarnecido de apéndices móviles.


ArribaAbajoOrden de los Coleópteros

Tienen los coleópteros las dos alas superiores coriáceas, unidas por su borde interno en una línea recta; y llamadas élitros. Las alas inferiores, mucho más largas, pléganse transversalmente para ponerse al abrigo de los élitros. En la cabeza se ven dos antenas que constan de 11 artículos; los ojos están cortados en facetas, y ninguno liso; componen la boca, el labro, dos mandíbulas escamosas; dos maxilas provistas de palpos, y un labio inferior formado de dos piezas; de las cuales una es más sólida y se llama mentón; y la otra lengüeta; en esta se ven por lo regular los dos palpos labiales. Estos constan de tres artículos, y los de la maxila nunca pasan de cuatro. -El tóraz consta de tres anillos, al primero de los cuales con más especialidad que a los demás se le llama coselete, denominación que le conservaremos para mayor facilidad en las descripciones, aunque menos exacta que la de protórax consagrada por la ciencia. Los anillos del abdomen nunca exceden de seis a siete. -Pasan los coleópteros por una completa metamorfosis: la larva se asemeja a un gusano que tuviese la cabeza escamosa; la ninfa es inactiva y no toma alimento.

Entre todos los insectos, son los coleópteros los más conocidos y numerosos, supuesto que se cuentan 50.000 especies: son los más apreciados y apetecidos de los aficionados a colecciones entomológicas, no solamente por el brillo de los colores, y rareza de las formas, sino también por la mayor solidez del esqueleto exterior, que los hace más fáciles de conservar.

Divídense en cuatro secciones, arregladas al número de artículos que componen el tarso. Primera, la de los coleópteros pentámeros; así llamados por constar de cinco artículos los tarsos en los tres pares de patas. Comprende esta sección a los Carniceros, los Braquélitos, los Esternoxios, los Malacodermos, los Serricornios, los Clavicornios, los Palpicornios, y los Lamelicornios.


ArribaAbajoFamilia de los Carniceros

Distínguese esta familia entre todos los pentámeros por el número de palpos de la boca; tienen dos palpos labiales, y dos en cada maxila, seis entre todos; la maxila termina en una especie de garra, y su cara interna está cubierta de espinas. La lengüeta se adapta a una escotadura del mentón; las antenas son puntiagudas; las patas del primer par se sostienen en una gran rótula; y las del tercer par o posteriores presentan un grueso trocánter en su arranque.

Los carniceros dan caza a otros insectos, y son muy voraces, así cuando son larvas como en su estado perfecto; los hay terrestres, y también acuáticos; en los primeros los pies solo son propios para caminar, y forman dos tribus, de que Linneo hizo dos géneros; a saber; las cicindelas y los cárabos.

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Larvas de cicindela.

Tienen las cicindelas, al extremo de las maxilas una uña móvil, articulada con estos órganos por la base, la cabeza fuerte, los ojos gruesos y salidos, las mandíbulas prominentes y muy dentadas, el coselete casi cilíndrico, el cuerpo oblongo y con un brillo metálico muy notable. -Las cicindelas tienen hábitos fieros proporcionalmente al poder de sus armas ofensivas; son de todos los coleópteros los que mejor, organizados están para despedazar una presa; su carrera es rápida y ágil, su vuelo ligero aunque corto, y apenas se sirven de las alas, como no sea para echarse encima de otros insectos y devorarlos.

Estos animales, llamados pequeños tigres alados por Linneo, se mantienen en sitios áridos y secos, arenosos y los más expuestos al sol, donde dan incesante caza a los demás insectos, despedazándolos en un momento. Sus larvas viven en la tierra, donde se abren unos agujeros perpendiculares y cilíndricos, de unas 18 pulgadas de profundidad, cuya entrada es perfectamente circular. Para ello emplea el animal las mandíbulas y los pies; y a fin de quitar de su habitación los escombros, carga su cabeza con las partículas térreas que se han desprendido, se revuelve, sube poco a poco, y descansa de cuando en cuando, por medio de dos garfios córneos, situados en un octavo anillo, los cuales le facilitan trepar por el largo conducto que se ha fabricado. Una vez llegado a la entrada del agujero, arroja fuera la carga. Dicho agujero no solamente sirve para el abrigo de la larva, sí que también para ocultarla y para poner lazos a los insectos de que esta se alimenta: mantiénese emboscada precisamente en el orificio de entrada del conducto, el cual deja exactamente cerrado con la cabeza, manteniéndola inmóvil a flor de tierra. En esta disposición aguarda con incansable paciencia que vaya una presa. El insecto poco experto, que se pasea por los alrededores y cree caminar por un terreno firme, pasa por encima de aquel engañoso puente, y de improviso se halla cogido entre terribles quijadas y precipitado en un abismo, donde a un instante queda devorado.

Entre las numerosas especies de que este género se compone, y cuya mayor parte son exóticas, elegiremos una especie indígena que nos permita estudiar sus hábitos, tal es la siguiente:

La CICINDELA BASTARDA (Cicindela hybrida, LIN.). Tiene de 7 a 8 líneas de longitud; los élitros son cobrizos hacia su sutura; esto es hacia su unión, y cada uno presenta dos manchas semilunares y una faja blanca; una de estas manchas se halla situada en la base exterior del élitro, y la otra en el extremo. (Entiéndase por base en los élitros el extremo que se une al coselete). La faja blanca que cruza por el centro de cada élitro, es recta en su parte externa, y encorvada en la interna.

Los insectos del género Cárabo se diferencian de las cicindelas en que tienen las maxilas simplemente terminadas en punta, o ganchosas, sin uña articulada en su extremo; en general la cabeza es más estrecha que el coselete; sus mandíbulas son poco o nada dentadas. -Hay muchos cárabos faltos enteramente de alas membranosas y solo provistos de élitros; pero como por compensación de este defecto son ligerísimos corredores estos animalitos. Cuando los cogemos exhalan los cárabos un hedor fuerte, y hasta arrojan cierto líquido acre, capaz de producir, en contacto con los ojos o con otro punto muy sensible, una viva inflamación. Ocúltanse en el suelo bajo de las piedras, en el musgo, etc., y todos son ágiles y voraces; las larvas son tan carnívoras como el animal perfecto; son corredoras; mientras que las de cicindela son sedentarias, conforme se ha visto. -Este abundante género, que contiene más de 2.500 especies, lo han desmembrado y subdividido en 180 géneros nuevos. No trataremos de exponer todo el daño que causan a la ciencia aquellos aficionados, que echando en olvido la principal ventaja que lleva consigo la nomenclatura de Linneo, dan a cada especie por la más leve diferencia de forma un nombre genérico sacado siempre del griego, y más o menos mal compuesto; estos imprudentes aficionados a la entomología, apreciables pero desgraciados en su celo, edifican públicamente una torre de Babel, que solo podrá demoler otro Linneo. Nos guardaremos bien de entrar en semejante nomenclatura, puesto que para solos los coleópteros fuera preciso sobrecargar la memoria con 2.800 nombres de géneros nuevos, inventados para sustituir a los de Linneo que solo usó de 53. Nos contentaremos, a ejemplo de Cuvier, con los géneros lineanos y nos bastaran para señalar las principales especies de coleópteros.

El CÁRABO DORADO (Carabas auratus, LIN). Esta especie de que no hace mucho hemos hablado, pertenece al grupo de cárabos faltos del segundo par de alas: llámanle vulgarmente el jardinero, supuesto que vive en los jardines, donde destruye gran cantidad de orugas. Tiene el cuerpo convexo, oval, de 10 a 12 líneas de longitud; el color superiormente negro; la cabeza y coselete de un verde cobrizo; los élitros de un verde dorado con el borde externo, cobrizo las patas, los primeros anillos de las antenas, las mandíbulas, y los palpos, son de un rojo leonado, el que se vuelve más oscuro hacia la extremidad de dichos órganos.

El CÁRABO AZUL (Carabus cyaneus, LIN.). Tiene 14 líneas de largo es áptero, es decir, sin alas, lo mismo que el precedente; su cuerpo es oval, oblongo, algo complanado y azul en su parte superior; el borde del coselete y de los élitros, violáceo; la figura del coselete se asemeja a la de un corazón, y tiene un surco en su parte media; los élitros se ven llenos de puntos confusos y rugosos, con tres hileras de otros puntos prominentes, oblongos y no muy aparentes; la cabeza y cara inferior del cuerpo son negros; por último, esta especie es más rara en los alrededores de París que la antecedente.

El CÁRABO SICOFANTA (Carabus sycophanta, LIN.). Es esta una hermosa especie, cuyo coselete forma un óvalo transversal, y el abdomen es casi cuadrado; su longitud es de 12 a 16 líneas la parte inferior del cuerpo, la cabeza y el coselete son de un negro azulado; los bordes del último son verdosos; los élitros están llenos de delicadas estrías, cada una de las cuales estás señalada por tres líneas de puntos cóncavos apenas visibles; su color es verde dorado, con reflejos cobrizos en el borde externo; las patas son negras.

La larva de esta especie se alimenta de orugas; y se introduce en el nido de las procesionarias con las cuales presenta alguna semejanza (por esto les dio Linneo el nombre irónico de Sicofanta), y las devora en gran cantidad.

Oigamos lo que dice Reaumur sobre la larva del cárabo sicofanta. «Uno de los más terribles enemigos de las orugas, dice este célebre observador, es un gusano negro, el cual solo tiene seis pies escamosos adheridos a los tres primeros anillos; este gusano llega a ser tan largo y más grueso que una oruga mediana. Tiene la parte inferior del cuerpo de un hermoso negro lustroso; y sus anillos son al parecer escamosos o crustáceos; lleva dos excelentes pinzas (mandíbulas) encorvadas a modo de hoz la una hacia la otra; con las cuales pronto ha traspasado una oruga, a la que por lo regular ataca en el vientre. La oruga que una vez ha traspasado, por mucho que se esfuerce, se agite o camine, nunca logra desprenderse; pues no la suelta hasta que la ha devorado completamente. Apenas basta la oruga más gruesa para alimentarle, por un día; así es que mata cuantas encuentra. Estos devoradores gusanos saben situarse perfectamente para que no pueda escapárseles la presa; saben dar con el nido de las procesionarias, y en el mismo se establecen. Muy pocas veces he destruido alguno de esos nidos sin haber hallado en él dichos gusanos hasta el número de cinco o seis: allí pueden con toda seguridad comer cuantas quieren; y es probable que no pasa día sin que den la muerte a muchas orugas o a sus crisálidas, puesto que siguen habitando el nido de las procesionarias aún después que estas se han transformado. Este gusano no es en todos tiempos del mismo color; cuando siente hambre o que no está saciado, entonces presenta un negro más hermoso; pero en circunstancias contrarias, su piel se pone tensa, desencájanse sus anillos, y se muestra un matiz pardo en el cuerpo y blanco en los costados. A fuerza de hartarse pónese a veces en estado que parece que su piel va a reventar, y que el animal se está ahogando; por cuya razón, aunque en circunstancias regulares son estos insectos ariscos, se dejan manosear cuando están vacíos; lo que a menudo me ha hecho caer en el error creyéndolos muertos, o a lo menos moribundos. Pero cuando su digestión está algo adelantada, empiezan a recobrar su movilidad y su actividad acostumbrada. Algunos gusanos de los más gruesos he visto quedar bien castigados de su glotonería; pues hallándose en dicho estado de entorpecimiento les atacaron otros insectos de su misma especie, pequeños aún y débiles, y taladrándoles el vientre los devoraron: esto puede decirse que lo ejecutaron sin necesidad, pues por otra parte no les faltaban orugas.»

El CÁRABO INQUISIDOR (Carabus inquisitor, LIN.). Tiene la misma forma y hábitos que el antecedente; su longitud es de cerca de 1 pulgada; la cara inferior del cuerpo de un negro verdoso reluciente; las antenas y patas negras; la cabeza, coselete y élitros de color broncíneo verduzco; el coselete con puntos muy sutiles; los élitros estriados, con tres series de puntos cóncavos en cada uno, del mismo color del fondo del élitro. Esta especie es aún más rara que la sicofanta en los alrededores de París; pero entre todas las que tienen el abdomen cuadrado y el coselete transversalmente ovalado, de los cuales han formado los modernos el género Calosomo, el más raro, y acaso el más hermoso, es el siguiente.

El CÁRABO DE PUNTOS DORADOS (Calosoma auro punctatum, DEJ.). Tiene 12 líneas de longitud; su color superiormente es verde o negro broncíneo; los élitros son estriados, con tres series de puntos cóncavos de color de bronce; las patas intermedias corvas hacia dentro.

El Calosomo nos ha dado un ejemplo de longevidad, y otra prueba entre infinitas de la previsión del Criador, en cuyos designios entra que ningún animal perezca antes de haber asegurado la especie. Cuando el insecto ha puesto los huevos, desde luego muere; y como la puesta sigue inmediata a su última metamorfosis, resulta que la vida del insecto perfecto es muy corta; pero si un obstáculo cualquiera impide al insecto verificar la puesta, puede prolongarse su existencia mucho más allá del término ordinario. Hace dos años, vi entrar en mi gabinete una persona de exterior modesto, que sin preámbulo me dijo: «Señor mío: V. tiene afición a los insectos, y yo también; aquí le traigo uno que tengo metido en esa cajita hace más de un año, clavado con un alfiler, y no obstante goza mejor salud que un servidor de V., puesto que tengo una afección cancerosa en el estómago que no me deja seis meses de vida. Es el calosoma auropunctatum, que descubrí yo el primero en los alrededores de París, en 1795; cuya larva he criado, siendo el único que conozco su localidad... La del sicofanta no fue conocida de los entomologistas de París hasta que yo la hube indicado a Mr. Alejandro Brongniart, pues ni aún el mismo Geoffroy la conocía, y Mr. de Reaumur solo lo encontró una vez en una encina.» Estas palabras de repente me inspiraron una profunda estima hacia aquel sujeto bondadoso y sencillo, que a mis ojos representaba el prototipo del cazador de insectos. Con que pronto quedamos amigos, y no tardé en conocer que el sujeto con quien trataba, llamado Mr. Ledoux, poseía una verdadera organización de naturalista; quedando demostrado para mí que ese Reaumur iletrado hubiera recorrido con todos los honores académicos la carrera de las ciencias naturales. Pero era hijo de un coronel de la antigua guardia, quien el día de la consagración de Bonaparte, le dijo al volver de Nuestra Señora: «¿Quieres beber a la salud del Emperador?»; y después de haber brindado, añadió aquel rudo coronel, cual pudiera haberlo hecho un sargento reclutador: «Ahora, muchacho, eres soldado; tu educación está terminada, y no necesitas saber más que vencer o morir». «¡Vencer o morir!», contestó alegremente el joven. Partió luego después para Italia, donde entró al servicio del rey de Nápoles, y llegó a ser jefe de un batallón de ingenieros. Posteriormente, cuando esos diez años de fiebre militar que llaman imperio hubieron cedido el puesto a la restauración, el honrado Ledoux, a quien en vano los Borbones de Sicilia y los austríacos convidaron a que bebiese a su salud, regresó a Francia; hízose director de maquinaria, y vivía en Montmartre pobre y oscuro, cuando la pasión que desde su juventud tuvo por la entomología se despertó en él con mayores fuerzas que nunca. Dotado de un genio observador, ingenioso y paciente, había inventado mil remedios de atraer y coger a los insectos; ninguna especie rara existía para él; pues había estudiado la hora en que el animal acostumbra a salir, las circunstancias atmosféricas que más le convienen, los procedimientos más sencillos para lograr su captura, criarlo y conservarlo; y hubiera podido componer un tratado ex profeso sobre la cría de los coleópteros y de las mariposas. Había explorado las cercanías de París en un radio de veinte leguas: el magnífico bosque de Fontainebleau, que bajo una latitud de 48 grados presenta la Flora y el Fauno de las provincias meridionales de Francia, no contenía un matorral, un claro; un arroyuelo, una roca, un accidente cualquiera del terreno, que no le fuese minuciosamente conocido. Sabía las especies de árboles y plantas que prefieren ciertos insectos, y hasta había observado que entre una multitud de árboles de una misma especie, daba tan solo a uno inexplicable preferencia el insecto. Descubrió una especie desconocida de Enoplium a la que según costumbre puso su nombre: y como este era Ledoux, cierto latino, miembro de la sociedad entomológica, tuvo la feliz ocurrencia de adjetivar su nombre patronímico; y así el insecto descubierto por él fue llamado Enoplium dulce. Viéndose pues el honrado Ledoux provisto de un diploma de inmortalidad, dábale poco cuidado el esquirro que le tenía condenado a morir de hambre. Quitábale el sueño, acaso tanto como los lancetazos del estómago, el revelar la habitación del calosomo de puntos dorados: no quería llevarse al sepulcro su secreto; al paso que tampoco quería que fuese conocido de muchos; supuesto que aquel sitio pronto hubiera quedado despoblado de insectos por los aficionados (así se llaman con razón los que recogen insectos sin verdaderos conocimientos, ya para ponerlos arreglados en cuadros, para venderlos o para darse la importancia de naturalistas). Cuando conoció que iba a morir, no obstante los cuidados que con él se tenían, aunque sin esperanza, suplicome que hiciese avisar a Mr. Pierret, entomologista joven y ardiente, de quien hablaremos cuando tratemos de los lepidópteros. Vino Mr. Pierret, y el moribundo le dijo: «Durante mi vida se me ha atormentado para que diese a conocer la habitación de mi calosomo, como a nadie quería dejar disgustado, a uno le dije que se hallaba en las encinas; a otro que en las raíces del olmo; a otro que debajo de las piedras, etc. Mi última palabra es esta: dígoslo a vos solo, suplicándoos que no lo repitáis a nadie sino a la hora de la muerte, y esto a vuestro mejor amigo. Desde el 20 de mayo al 15 de junio, al oír a los mercaderes de... gritar por las calles, id a... al lado de... en la parte que mira a... a ciento cincuenta pasos de las fortificaciones: seguid a los labradores... de dos en dos horas, poco más o menos, veréis aparecer un calosomo; lo recogeréis sin ruido, y lo encerraréis en vuestra cajita, aunque con la precaución de no colocarlos todos en la misma compartición de la cajita pues se devorarían mutuamente. Si el animalito exhala un fuerte olor de almizcle, es señal que aún no efectuó la puesta, en cuyo caso podréis tener huevos y criar las larvas, y hasta podréis conservar el animal vivo por algunos años teniéndolo clavado en una hiedra con un alfiler, alimentándole en verano con orugas sin pelos, y en invierno con la membrana interna de los intestinos de pollos: esto es lo que a mí me ha ido mejor. Cuando haya muerto, lo lavaréis suavemente con un pincelito mojado en alcohol a fin de quitarle la especie de barniz que rezuma de su cuerpo durante el tiempo en que permanece clavado; pero sin sumergir el insecto en el alcohol, pues se alterarían los colores.

Pocas horas después de haber pronunciado Mr. Ledoux su novisima verba, me fue anunciada su muerte por el calosomo de puntos dorados que me presentara en nuestra primera entrevista, el cual me trajeron por su orden, dada cuando estaba moribundo. El insecto sobrevivió a su dueño, según la predicción de este, y había entonces año y medio que vivía de aquella suerte metido en una cajita de hoja de lata, y traspasado de parte a parte por un alfiler fino, fuertemente clavado en una hiedra. Hallábamonos a la sazón en la primavera, y seguí dándole a comer orugas: era un gusto verte desde su alfiler moviendo las patas con rapidez, corriendo sin mudar de lugar, y haciendo desaparecer entre sus mandíbulas las más gruesas orugas, cuyos despojos secos arrojaba luego. Así lo conservé por espacio de cuatro meses: cierto día, que devoraba su comida como de costumbre, probé de quitársela, y el esfuerzo que hizo para retenerla le dio un fuerte estirón en el cuello, de cuyas resultas le hallé muerto al día siguiente. Así aquel insecto que debía morir poco después de su puesta, se conservó por espacio de dos años, por la razón de no haber cumplido su destino.

El ESCARITA GIGANTE (Scarites gigas, FAB.). Este y algunas otras especies forman un grupo que se separa de los cárabos comunes en tener las patas anteriores palmeadas, la cabeza grande, las mandíbulas recias; el primer anillo del coselete ancho, semicircular, separado por una considerable estrechez del segundo anillo, el cual se articula con el primero por medio de un pedículo: la longitud del insecto es de 12 a 16 pulgadas; el cuerpo es negro, reluciente y complanado; faltan las alas membranosas; las mandíbulas son grandes y ahuecadas por un surco; los élitros lisos; las piernas del primer par, espinosas en su lado externo, lo que da al animal la facultad de escavar la tierra, en la que en efecto se hunde, y en los excrementos de vaca; es muy corredor, y vive en los lugares arenosos de los países cálidos.

Existen entre los cárabos algunas especies que cuando se ven perseguidas, arrojan con ruido de su abdomen un líquido cáustico, muy evaporable, fétido y penetrante. Cuando se tiene cogido el animal entre los dedos, dicho líquido produce en la piel una mancha semejante a la que produce el ácido sulfúrico; y aún si la especie es de las de mayor tamaño, causa una verdadera quemadura. Estos insectos pueden arrojar cinco o seis veces este humor ofensivo que les ha dado la naturaleza; tales son el Cárabo petardo y el Cárabo pistola, que se hallan regularmente en las cercanías de París.

El CÁRABO PETARDO (Carabus crepitans, LIN.). Tiene 4 líneas de largo; es de color leonado, con los élitros unas veces de azul oscuro, otras de un verde azulado, levemente surcados; las antenas leonadas, con el tercero y cuarto artículos negruzcos; siendo de este mismo color el abdomen.

El CÁRABO PISTOLA (Brachinus sclopeta, FABR.). Es la mitad más pequeño que el Petardo, diferenciándose tan solo por la sutura de los élitros, que es leonada desde la base hasta la parte media. Si al dar un paseo por los campos se observa una gran piedra puesta en el césped; levántese y hay casi seguridad de encontrar debajo de la misma una familia de cárabos petardos. Préstese atento oído y se oirán desde luego pequeños estalliditos, disparados por aquella turba de mosqueteros a quienes se ha puesto en alarma, y que tratan de espantar al enemigo para huir con más seguridad.

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Cárabos petardos.

El CÁRABO TIRADOR (Carabus balista, DEJEAN.). Su longitud es de 5 a 8 líneas, su color negro, el coselete rojo de herrumbre; los élitros negros; la cara inferior del cuerpo y las patas de un pardo negruzco: esta hermosa especie se encuentra en los Pirineos orientales y al mediodía de Europa.

Fácilmente se viene en conocimiento de que la naturaleza ha dado a los cárabos de que tratamos esas pequeñas máquinas infernales para que con tales armas pidiesen defenderse de sus enemigos, que son las aves insectívoras y los cárabos de mayor tamaño; pero ese recurso no es inagotable, y cuando han acabado las municiones son presa de sus agresores. Por lo demás, los braquinos de las zonas ecuatoriales, cuyo tamaño es mucho mayor que en los de Europa, tienen un aparato fulminante de mucho mayor calibre, de modo que si a los nuestros llamamos mosqueteros, en las armas de esas especies exóticas debemos ver unos verdaderos cañones. El vapor corrosivo que exhalan, y que cauteriza la piel, puede considerarse, si atendernos a las manchas que produce y a la fetidez que despide, como un ácido de naturaleza fosfórica; pero este ácido es tan fugaz, que no ha sido posible su análisis químico.

En las costas marítimas de Francia hállase un coleóptero carnívoro, que vive bajo de las rocas en medio del mar y puede respirar sin necesidad de subir a la superficie del agua: este es el blentus fulvescens: tiene el coselete en forma de triángulo inverso y truncado; las mandíbulas muy desarrolladas y que sobresalen mucho del labro. Este animal está provisto de tráqueas respiratorias laterales, que extraen del agua el aire mediante sus delgadas ramificaciones. El oxígeno inspirado cámbiase en ácido carbónico; al efectuarse la expiración es inmediatamente disuelto por el agua, y quedando libre el oxígeno que dicho ácido contenía entra en la tráquea. Débese esta ingeniosa explicación a Dutrochet, la cual puede generalizarse aplicándola a todos los insectos acuáticos. A más, el cárabo marítimo de que tratamos está cubierto de pelos, en los que se forman ampollitas de aire cuando la mar se ha retirado, y facilitan la existencia del insecto conservando al rededor de su cuerpo una atmósfera respirable.

Los coleópteros pentámeros, carnívoros, acuáticos, forman, después de las cicindelas y de los cárabos, una tercera tribu compuesta de los géneros Ditisco de Geoffroy, y Girino de Linneo. Estos animales tienen las patas aptas para la natación; las posteriores en forma de reinos, comprimidas y con los tarsos velludos y terminados en dos garfios desiguales: con sus fuertes maxilas despedazan la presa viva, que devoran con afán. El cuerpo es oval; las mandíbulas casi del todo cubiertas, y los ojos poco prominentes. Las larvas tienen el cuerpo largo y delgado, dos antenitas, seis ojos lisos, aproximados, y seis pies velludos; viven en el agua en los lagos y pantanos, de donde salen para metamorfosearse en ninfas. Llegado el animal al estado perfecto, vuelve al elemento en que nació. Nada perfectamente, y sube con facilidad a la superficie del agua; respira volviendo el cuerpo boca arriba, levantando algo la extremidad de los élitros, o inclinando el extremo del abdomen, a fin de que el aire se insinúe en los estigmas y de ellos a las tráqueas. Los carnívoros acuáticos salen del agua al anochecer, van a tierra y hasta se les ve penetrar en las casas atraídos por la luz.

Los ditiscos tienen las antenas como filamentos, y más largas que la cabeza; los pies del primer par más cortos que los restantes, y los últimos terminados por un tarso comprimido y en punta.

El DITISCO RIBETEADO (Dyticus marginalis, LIN.). Tiene más de una pulgada de longitud; el cuerpo negro superiormente, y pardo amarillento en su cara interior, los bordes del coselete y de los élitros son también amarillentos. La hembra tiene en los élitros diez ranuras muy marcadas, que se prolongan solo hasta unos dos tercios de la longitud del élitro; al paso que en los del macho no se ve más que dos o tres estrías puntuadas y apenas marcadas. Además, distínguese el macho por sus cuatro primeras patas, cuyos tarsos tienen los tres primeros artículos anchos y esponjosos en su cara inferior. En la frente lleva este insecto una mancha amarilla de esta forma. Encuéntrase el ditisco ribeteado en los alrededores de París. Puede conservarse en un vaso alimentándolo con carne cruda de buey, a la cual se arroja con voraz afán chupando la sangre, y dejando secas las fibras. Por medio de las diferentes profundidades que ocupa en el vaso indica las variaciones atmosféricas.

Los girinos tienen las antenas en forma de clava, y más cortas que la cabeza, la cual se halla hundida hasta los ojos en el coselete; los pies del primer par largos y dirigidos hacia adelante a modo de brazos; los otros cuatro muy comprimidos, anchos y formando aletas. Los ojos son en número de cuatro; el cuerpo oval, reluciente y por lo regular muy pequeño. Viven los girinos en la superficie de las aguas muertas, y también de las del mar, donde se les ve durante la primavera, reunidos en gran número, como puntos brillantes, nadando con ligereza, dando giros rápidos en todas direcciones: por cuyas evoluciones se les llama pulgas acuáticas y también torniquetes. Su primer par de patas sirve para coger la presa y las cuatro restantes como remos para nadar. Al verse cogidos difunden un hedor insufrible, y duradero.

El TORNIQUETE (Gyrinus natator, LIN.). Tiene 3 líneas de longitud; el cuerpo oval y muy reluciente, superiormente negro bronceado, y negro en su superficie inferior, con las patas leonadas; los élitros redondeados en su extremidad, con puntitos cóncavos formando líneas regulares y longitudinales; los ojos grandes y divididos por un reborde, de modo que representan dos arriba y otros dos debajo. La hembra hace su puesta en las hojas de plantas acuáticas, siendo los huevos diminutos, casi cilíndricos y blanco-amarillentos. A los ocho días nace una larva larga y delgada, con seis patas, que vive en el agua, saliendo de ella por el mes de abril para pasar al estado de ninfa: dirígese a las hojas de las cañas, donde permanece y se encierra en un capullo oval, puntiagudo en ambos extremos, y formado de una sustancia que saca de su cuerpo, y que cuando seca se asemeja a papel de estraza; en este capullo sufre su primera metamorfosis. Al cabo de un mes la ninfa queda convertida en un animal perfecto.




ArribaAbajoFamilia de los Braquélitros

La voz braquélitros significa élitros cortos. En los insectos que forman la segunda familia de los coleópteros pentámeros, los élitros en efecto no cubren el abdomen. Los braquélitros componen el género estafilino de Linneo. Las maxilas de los estafilinos solo tienen cada una un palpo, cuatro entre todos: dos correspondientes a las maxilas, y dos al labio inferior: la extremidad de las antenas no termina en punta, sino que el grosor es igual en toda su extensión, y aun a veces aumenta algún tanto en dicha extremidad. Los artículos tienen la forma de granulaciones, cilíndricas o levemente complanadas; la cabeza es gruesa, provista de fuertes mandíbulas; el coselete tan ancho como el abdomen; este último presenta hacia su extremo dos vejiguillas cónicas y velludas, que el animal a su arbitrio hace salir y entrar en él, de las cuales se escapa un humor sutil que en ciertas especies tiene un olor intenso. Estos coleópteros levantan con suma facilidad el extremo del abdomen, comunicándole mil diversas inflexiones, con lo que casi siempre impelen las alas obligándolas a meterse bajo de los élitros. En su mayor parte viven los estafilinos debajo de las piedras, en tierra, en los estercoleros y excrementos de los animales; otros habitan en los hongos y en las caries de los árboles; otros en sitios acuáticos, y se hallan unos muy pequeños en las flores: todos ellos son voraces, ágiles, escapan volando, corren ligeros, y por último, los varios movimientos del abdomen los dan a conocer al primer aspecto.

El ESTAFILINO PELUDO (Staphylinus hirtus, LIN.). Es una de las especies mayores, y sin duda la más hermosa. Tiene 10 líneas de longitud; es negro, muy velludo, con la parte superior de la cabeza, del coselete, y los últimos anillos del abdomen cubiertos de un denso vello amarillo dorado lustroso; los élitros de un gris ceniciento y la base negra; la parte superior del cuerpo de un negro azulado; el coselete más ancho que largo y casi semicircular, las antenas, más cortas que el coselete, van insensiblemente engrosando hacia su extremidad. Encuéntrase este insecto, aunque es raro, en los lugares arenosos del norte de Europa.

El ESTAFILINO OLOROSO (Staphylinus olens, LIN.). Esta especie es muy común en los contornos de París: tiene una pulgada de largo, y es enteramente negro; el coselete es cuadrado, aunque con el borde posterior redondeado, y es más estrecho que la cabeza, el extremo de las antenas es pardo con el último artículo escotado; la cabeza, el coselete y los élitros son de un negro mate con puntos finísimos, y las alas rojizas. Este insecto en todas partes vive debajo de las piedras; el olor agradable que despide el humor de sus vejiguillas abdominales es muy semejante al que se desprende de las manzanas, o del éter nítrico. Nada hay como la actitud que toma este coleóptero al verse perseguido: eleva el abdomen como un pequeño escorpión, y hace salir sus blancas vesículas; luego se para atrevido para aguardar al enemigo, y da una vuelta con agilidad sobre sus patas. En algunas partes los muchachos le llaman el diablo; probablemente a causa de su color negro, o acaso también por sus largas mandíbulas semejantes a unos cuernos, con que atenacea fuertemente el dedo del que lo coge sin precaución.




ArribaAbajoFamilia de los Esternoxios

Los coleópteros pentámeros que componen esta familia, lo mismo que los estafilinos y demás familias del mismo orden, solo tienen cuatro palpos, dos en las maxilas, y dos en el labio inferior. Los élitros les cubren el abdomen; las antenas son dentadas a modo de sierra, o como las púas de un peine; el primer anillo del coselete es largo por la parte inferior, y anteriormente se adelanta hasta debajo de la boca, presentando a cada lado una ranura donde se adaptan las antenas; en su parte posterior prolóngase en punta, la cual se aloja en una cavidad existente en la cara anterior del segundo anillo del coselete: de ahí la denominación de esternoxio, equivalente a esternón puntiagudo (los entomologistas han convenido en llamar esternón a la porción inferior del tórax que se halla entre las patas). La cabeza está metida hasta los ojos verticalmente en el coselete, y los pies se recogen debajo del cuerpo, el cual es de forma elíptica. Comprende esta familia los dos géneros Bupreste y los Eláteres, o escarabajos de resorte.

Tienen los buprestes la eminencia posterior del coselete complanada, y no terminada en punta comprimida; dicha eminencia se adapta simplemente a una depresión o escotadura del anillo inmediato; las mandíbulas terminan en punta no dentada; y el primer anillo del coselete presenta los ángulos posteriores poco o nada prolongados. Estos insectos ostentan riquísimos colores: en unos brilla el matiz dorado sobre un fondo de esmeralda; en otros el azur sobre fondo dorado; y así se mezcla con otros varios colores metálicos. Aunque pesados cuando caminan, son ligeros en el vuelo; y cuando se ven cogidos o pronto a serlo hacen la mortecina y se dejan caer al suelo. Deponen sus huevos en la madera seca. Las especies diminutas se albergan en las flores y en las hojas, pero las demás viven en los bosques, y a veces se las encuentra en los depósitos de madera, en las canteras, y en las casas donde fueron transportadas en estado de larva junto con la leña.

El BUPRESTE GIGANTESCO (Buprestis gigantea, LIN.). Tiene 2 pulgadas de longitud; el color del cuerpo verde cobrizo y algo rojizo, con dos grandes manchas lisas, de color de acero pulimentado; los élitros terminan en dos puntas, y son cobrizos en el centro y verdes broncíneos en los bordes, con puntos cóncavos, líneas en relieve, y arrugas. Esta magnifica especie, que nunca falta a los que trafican en la venta de insectos, pertenece a la Guyana, donde los naturales construyen con los élitros diferentes objetos de adorno, como collares, brazaletes, etc. Los buprestes indígenas son más pequeños, aunque no por ello son menos ricos sus colores: a estos pertenece el siguiente:

El BUPRESTE RUTILANTE (buprestis rutilans, FABRIC.). Tiene 8 líneas de longitud; el color verde azulado muy brillante; los élitros estriados y dentados como sierra en sus extremos, de un hermoso verde metálico; la espalda se ve sembrada de puntos violáceos, siendo sus bordes dorados. Hállase en las provincias meridionales de Francia.

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Bupreste gigantesco.

El género de los Eláteres solo difiere del de los Buprestes en que tiene un estilete en el primer anillo o segmento del coselete, cuyo estilete termina en punta complanada lateralmente, y se introduce al arbitrio del animal en una cavidad del segundo segmento. Tienen los taupinos las mandíbulas escotadas o hendidas en sus extremos, y los palpos terminan en un artículo mucho mayor que los precedentes, en forma de triángulo o de hacha. La disposición del esternón les da la facultad de saltar cuando su posición es boca arriba volviendo así a recobrar su actitud natural. Para ello el insecto introduce el estilete del primer segmento en la cavidad del segundo, y halla así un punto de apoyo, a beneficio del cual atiesa con fuerza el cuerpo, y dando de repente un golpe en el suelo con la cabeza, puntas laterales del coselete y cara superior de los élitros, lánzase al aire verticalmente, y haciendo varias piruetas vuelve a caer de patas y en la posición normal. Estos insectos tienen el cuerpo delgado y largo; los ángulos laterales del primer anillo del coselete prolongados en punta, y a cada lado de este anillo se ve una ranura que aloja a las antenas, las cuales son dentadas. Viven en las flores y en las plantas, como también en tierra o en el césped; andan con la cabeza baja, y al acercárseles alguien, hácense el muerto encogiendo las patas y arrimándolas al cuerpo. Cuando saltan, óyese un ligero chasquido seco; y cuando se ven cogidos entre los dedos arrojan a veces por la boca un líquido verduzco.

ELÁTER PECTINICÓRNEO (Elater pectincornius, LIN.). Es una especie notable entre las muchas indígenas que tenemos; tiene de 7 a 8 líneas de longitud, es de color de bronce; tiene las antenas en forma de púas de peine, pero únicamente el macho; los élitros son estriados y puntuados.

El ELÁTER ESTRIADO (Elater striatus, FABRIC.) Es una especie de bastante tamaño perteneciente a Cayena; de 1 pulgada de longitud, color negro, cubierta de pelos lisos y leonados, que le comunican un aspecto polvoriento; estos son más espesos en las partes laterales del coselete y de los élitros, donde forman una faja longitudinal blanquizca; en cada élitro se ven seis estrías de relieve, y en la extensión de cada una corre una línea de pelos blancos; las antenas son de un negro mate.

El ELÁTER CUCUJO, o LUCIÉRNAGA DE LA AMÉRICA MERIDIONAL (Elater noctilocus, LIN.). Esta especie es una de las más curiosas: su longitud es de 1 pulgada; el color pardo oscuro con un ligero vello ceniciento. A cada lado del coselete, junto a los ángulos posteriores, tiene una mancha amarillenta, redonda, convexa y reluciente; y en los élitros se ven líneas de puntitos escavados. Las manchas del coselete, y en especial el punto de unión del abdomen con el esternón, despiden una viva luz durante la noche, con la que pueden leerse los caracteres más diminutos, especialmente si en un solo vaso o botellita se reúnen varios de estos insectos. Con esta luz trabajan las mujeres en la América meridional; pónenla también en sus tocados como adorno en los paseos nocturnos, y cuando el indio hace un viaje de noche, se ata estos insectos en el calzado para que alumbren sus pasos. Los colonos los llaman moscas luminosas; a veces las transportan a Europa en estado de ninfa bajo de la corteza de leño que envían de las Antillas; así las Memorias de la Academia de ciencias hacen mención de un individuo de esta especie, el cual se metamorfoseó en París en una leñera del arrabal de San Antonio, y alarmó al vecindario con la viva luz que produjo. Este insecto, lo mismo que otras especies causa daños a los plantíos de cañas de azúcar; pues rompe con sus mandíbulas la parte leñosa para penetrar hasta donde esta la sustancia azucarada.




ArribaAbajoFamilia de los Malacodermos

Los coleópteros pentámeros que componen esta familia, tienen como los esternoxios, la cabeza metida en el coselete; pero el primer segmento de este no se adelanta formando relieve. Por lo regular tienen el cuerpo, todo o en parte, blando o flexible. Comprende esta familia cinco grandes géneros, como son: los Cebriones, Luciérnagas, Meliros, Apiarios y Ptinos.

Los cebriones tienen las mandíbulas terminadas en punta; y los palpos no se ensanchan hacia sus extremos; aproxímanse a los eláteres por el estilete que tienen también en el primer segmento torácico, el cual se mete en una ranura del segundo; y además por los ángulos posteriores del coselete que terminan en punta. Las antenas son más largas que la cabeza y el coselete juntos, y las patas no se encogen debajo del cuerpo.

El CEBRIÓN GIGANTE (Cebrio gigas, FABRICIO.). Tiene 1 pulgada de largo; la cabeza y coselete negruzcos y algo velludos; los élitros rojizos de color de ladrillo, lo mismo que el abdomen y los muslos: su superficie es puntuada y casi estriada; el pecho y las patas negruzco; y por último el cuerpo tiene la figura oval oblonga. Es común esta especie al mediodía de Francia y se encuera en abundancia tras las lluvias tempestuosas. Son sus hábitos desconocidos. La hembra difiere bastante del macho: este tiene las antenas filiformes compuestas de 11 artículos, y dilatadas en forma de sierra en el ángulo interior de su extremidad. Las antenas de la hembra son muy cortas, en forma de clava y de 10 artículos, el primero de los cuales es mucho más largo que los demás; el cuarto y siguientes con su reunión forman una pequeña maza oblonga. Las alas abortan en parte.

Los lampyris o luciérnagas, tienen los pulpos abultados en sus extremos, el cuerpo blando, recto y complanado, o ligeramente convexo; el coselete, circular o cuadrado, se adelanta hacia la cabeza cubriéndola más o menos; las mandíbulas son enteras en sus extremos; el penúltimo artículo de los tarsos se ve siempre dividido en dos lóbulos, y los garfios del último artículo ni son dentados, ni tienen apéndices. Estos animales se encogen, contraen las patas, y hacen la mortecina cuando los cogen.

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Luciérnaga espléndida (macho y hembra).

Varias especies de lampyris gozan de la propiedad fosforescente.

La LAMPYRIS ESPLÉNDIDA (Lampyris splendidula, LIN.). Es muy común en Europa; tiene el coselete amarillento con el disco negruzco, y dos manchas trasparentes en la parte anterior; los élitros son negruzcos; la cara inferior del cuerpo y los pies de un amarillento lívido; los primeros segmentos del abdomen unas veces son de este color, otras más oscuros; la hembra carece de élitros y de alas; es superiormente negruzca, con el contorno del coselete y el último anillo amarillentos; los ángulos laterales del segundo y tercer anillo son de color de carne; la cara inferior del cuerpo es amarillenta con los tres anillos últimos de un amarillo de azufre. Esa luz azulada que vemos moverse en las noches de verano en medio de los matorrales, es la hembra del lampyris que despide ese brillo fosfórico; por lo que el vulgo lo llama gusano luminoso. Débese esa claridad, que el animal puede aumentar o disminuir a su arbitrio, a las manchas situadas en los tres últimos anillos del abdomen; permanece aún después de haber separado a este de lo restante del cuerpo; manifiéstase sumergido en agua tibia; pero se apaga en el agua fría. Encuéntrase este insecto en todas partes: en el campo a orillas de los caminos, en los setos y en los prados. Pone en verano un sinnúmero de huevos, gruesos y esféricos, de un amarillo de limón, los cuales depositan en tierra o encima de las plantas. La larva es semejante a la hembra, aunque es negra, con una mancha rojiza en los ángulos posteriores de los anillos; las antenas y los pies son más cortos: probablemente es carnívora.

En las regiones de los trópicos el macho y la hembra gozan de la facultad fosfórica; y como una y otra son aladas, y además abundan mucho, ofrecen a aquellos naturales por la noche una iluminación natural movediza que forma un vistoso espectáculo, semejante a millares de estrellas cruzándose por el aire. También con este insecto puede cualquiera, como con el cucuajo, procurarse luz reuniendo algunos individuos en un vaso.

Los Meliros tienen los palpos filiformes y cortos; las mandíbulas escotadas en la punta; el cuerpo estrecho y largo; la base de la cabeza cubierta por un coselete plano o ligeramente convexo, y por lo regular cuadrado; los artículos de los tarsos enteros; los garfios del último unidentados o rodeados de una membrana; las antenas en forma de sierra, y en algunos machos, son los dientes como púas de peine, en lugar de ser como de sierra. Viven los meliros en las hojas y las flores, y son muy ligeros. Solo citaremos de este género la reducida sección de los Malaquios, los que Linneo coloca en su género Cantárides. Tales insectos son notables por el brillo de sus matices, y en particular por sus cuatro vejiguillas retráctiles, dos debajo de los ángulos posteriores del coselete, y otras dos debajo del abdomen; tienen el cuerpo blando y los élitros muy flexibles.

El MALAQUIO BIPUSTULADO (Malachius bipustulatus, FABR.). Tiene de 2 a 3 líneas de longitud; el color verde-metálico bastante brillante, los bordes laterales del coselete rojos, con una mancha de este mismo color en el extremo de cada élitro. Este insecto se encuentra por lo regular en las flores.

Los Apiarios tienen los palpos (dos lo menos) terminados en figura de maza; las mandíbulas dentadas; el penúltimo artículo de los tarsos dividido en dos lóbulos, y el primero muy corto o poco visible en algunos, lo que a menudo hace confundir los insectos de este género con los coleópteros tetrámeros; las antenas unas veces son filiformes y dentadas, y otras terminadas en maza; el cuerpo es cilíndrico; la cabeza y coselete más estrechos que el abdomen, y los ojos escotados; la mayor parte de estos animales viven en las flores, en los troncos de antiguos árboles, o en la leña seca.

El APIARIO (Atelabus apiarius, LIN.). Adornan a esta especie muy vivos colores vistosamente distribuidos: tiene de 5 a 6 líneas de longitud: es azul, con los élitros rojos, y en los mismos se ven tres listas azules, la última de las cuales ocupa el extremo de élitro. Hállase en Europa y vive en las flores, cuyo néctar extrae con sus largas mandíbulas, que terminan en forma de borlita. Pero aunque en estado perfecto tenga este insecto hábitos inocentes, no es lo mismo con respecto a su larva, la cual es carnívora, y siembra la desolación y estrago en las colmenas de abejas domésticas, cuyas larvas devora.

El ALVEOLAR (Trichodes alvearius, FABR.). Aseméjase a la especie precedente, de la que solo se diferencia en una mancha azul, cuadrada, situada en el escudete. (Así se llama una plaquita triangular situada en el coselete entre los élitros y la raíz de las alas). A más, la última faja azul se halla situada delante de la extremidad de los élitros. Así en estado perfecto, como en el de larva, tiene esta especie los mismos hábitos que la precedente; pero la alvearia vive en los nidos mismos de las abejas trabajadoras, y en los alvéolos a expensas de la posteridad de estos insectos. La alveolar hembra se aprovecha de la ausencia de la abeja obrera para deponer sus huevos en el nido que esta fabricó para sus hijos. Al nacer la larva del alveolar devora la de la abeja, que habita en la celdilla inmediata; y así se va abriendo paso de una a otra celdilla, aliméntandose con sus habitantes. Cuando la larva del alveolar ha adquirido todo su desarrollo y ha llegado a la última celdilla constrúyese en esta misma, para operar su metamorfosis, un capullo, donde pasa al estado de ninfa, y después al de insecto perfecto, lo que efectúa al cabo de un año desde la puesta de la madre. Esta larva tiene un hermoso color rojo; está provista de seis patas escamosas, y de dos garfios al extremo del abdomen.

No terminaremos el presente género sin hablar de una especie tan diminuta que apenas tiene una línea, a la cual Latreille llamó Necrobia ruficollis: tiene el color azul violáceo, con la base de los élitros y el coselete rojos. A pesar del poco brillo y exigüidad de proporciones que ofrece este insecto, su historia no deja de ofrecer bastante interés al considerarla unida a la del príncipe de la entomología francesa Pedro Andrés Latreille, muerto en 1.832, profesor en el Jardín Real de París. Era Latreille eclesiástico cuando estalló la revolución en 1.789, y así no tardaron en prenderle en Brives, su patria, conduciéndolo a las cárceles de Burdeos: al cabo de algunos días fue condenado a deportación, pena equivalente entonces a la de muerte; pues era la Gironda lo mismo que el Loira un torrente revolucionario, lo que no ignoraba Latreille. Pero en su oscuro e infecto calabozo suavizó sus pesares la entomología, y esta ciencia que cultivaba desde su infancia le salvó. Observó en el muro de la cárcel un pequeño cuello-rojo, especie rara para él y nueva; y desde luego puso en olvido al tribunal revolucionario, la deportación y el baño de muerte en el río, para atender exclusivamente al compañero de prisión. Consideremos pues al desgraciado preso contemplando cariñosamente al insecto, y ocultándolo con afán a las investigadoras miradas del carcelero (pues no echaba en olvido la suerte de la araña de Pelisson), y nos convenceremos de que entre los millares de especies que ese hombre ha descrito, ninguna conoció tan bien como la de este insecto; el cual presentó a su vista más bellezas que ninguno de los brillantes y magníficos coleópteros de los trópicos cuando tuvo a su disposición las grandes colecciones del Museo.

El médico de la cárcel, al pasar su acostumbrada revista de los calabozos, queda admirado viendo en tan apasionada tarea a un hombre cuya cabeza está en inminente riesgo; y por su parte admírase Latreille de las preguntas del médico; y cree dar una respuesta sin réplica diciendo que aquel insecto era muy raro, y que creyendo aquella especie nueva, siente no poder enviarla a algún sabio entomologista. Entonces el facultativo le participa que acababan de llegar a Burdeos dos naturalistas jóvenes, los Sres. de Argelas y Bory de Saint Vincent; y Latreille resuelve enviarles al instante aquel insecto; pero fue preciso burlar la vigilancia del carcelero, quien interceptaba toda comunicación exterior; y para ello el preso partió un tapón de corcho, dejando en él un pequeño hueco que alojase al insecto, volvió a unir los dos fragmentos, y confió aquel tesoro al facultativo, quien lo transmitió al ciudadano Bory de Saint-Vincent. Este, luego de haberse enterado de la misiva, se empeñó en salvar al preso, y ayudado por Mr. de Argelas tuvo la suerte de volverlo a la libertad y a la ciencia.

Luego después, cuando Latreille conquistó con sus numerosos escritos un puesto distinguido en el mundo científico, y en particular con su obra notable sobre los crustáceos y los insectos, todos los aficionados a la entomología quisieron obtener de su mano un individuo de la especie a que debió la libertad; y a más cuando murió este sabio, en 1.832, cargado de años y de honores, tuvieron la oportuna ocurrencia de hacer esculpir en el monumento que a sus costas le hicieron elevar, la figura del Necrobia ruficollis. Si nunca el lector va a dar un paseo por el cementerio del Este en París, no olvide el sepulcro de Latreille, situado en el recinto que llaman Piece du protestant, en la división 39, n.º 90, a la orilla del sendero. Dicho monumento consiste en un obelisco truncado, de 9 pies de alto, compuesto de un monolito de piedra de Chateau-Landon, al cual sirve de base un cubo igual, y lo corona un busto de bronce, efigie de aquel ilustre naturalista. La figura del insecto, de tamaño décuplo del natural, se halla en el centro de esta inscripción: Necrobia ru ficollis Latreillii salus. En cuanto a la inscripción del frontis del monumento a primera vista parece dar a entender que Latreille murió a la flor de su edad; pero es menester advertir que el latino a quien la sociedad entomológica confió el encargo de redactarla, queriendo decir que los amigos, discípulos y parientes del difunto habían elevado aquel mausoleo, creyó que la voz parientes podía traducirse en latín por la de parentes, con que sin vacilar escribió parentes, sodales, discipuli, etc. De ello se deduce que el monumento de Latreille, muerto a 70 años, le fue dedicado por sus padres; cosa que sin ser absolutamente imposible, no es verdadera. Dejando empero a un lado esta inexactitud de lenguaje, el monumento reúne bastante mérito y oportunidad, y hace honor a las personas que mandaron construirlo.

Forman los Pitnos, barrenas o carcomas, el quinto género de la familia de los malacodermos; todos son diminutos, y tienen la cabeza esférica y encapuzada por un coselete muy convexo; las mandíbulas cortas y dentadas hacia la punta; los palpos cortos, las antenas terminadas de un modo uniforme, simples, levemente dentadas, y lo menos tan largas como el cuerpo, el cual ofrece bastante consistencia. Apenas les tocan, que se hacen el muerto, dejándose caer al suelo sin hacer uso de las alas para huir, y permaneciendo gran rato en una inmovilidad completa. Sus larvas tienen fuertes mandíbulas, y causan grandes daños en los techos, muebles, libros y colecciones de historia natural.

El PTINO LADRÓN (Plynus fur, LIN.). Tiene 1 línea y media de longitud; el color pardo-claro, las antenas de la longitud del cuerpo, coselete presenta a cada lado una eminencia aguda, y otras dos redondeadas, cubiertas de un vello amarillento en sus intersticios; los élitros tienen dos listas transversas parduzcas formadas por pelos. La larva de este insecto hace sus estragos en los herbarios y colecciones zoológicas.

El PTINO AJEDREZADO (Anobium tesselatum, FABR.). Tiene 3 líneas de largo; el color pardo-oscuro mate, con manchas amarillentas tomadas por los pelos; el coselete es liso, y los élitros estriados. Esta especie produce en las habitaciones durante la noche aquel ruido particular que se ha comparado al de un reloj, por lo mismo el vulgo le ha llamado reloj de la muerte. Cuando el insecto produce este ruido, tiene el cuerpo fijo en la madera de un mueble, de una viga, etc., levántase y se baja alternativamente, y da repetidos golpes con las mandíbulas en el plano sobre que se halla situado. Igual ruido percibe a poca distancia, producido por otro insecto que responde al llamamiento del primero. Los excrementos de estos insectos forman los montoncitos de serrín carcomido que se observan a menudo en los techos de las casas viejas, y por causa del agujerito redondo que han taladrado para penetrar en la madera, se les ha llamado BARRENAS y CARCOMAS.

El PTINO o BARRENA PERTINAZ (Ptinus pertinaz, LIN.). Es una de las especies más curiosas; tiene el color negruzco; con una mancha amarillenta en cada ángulo posterior del coselete, y cerca del centro de su base una eminencia comprimida y dividida en dos anteriormente por una depresión; los élitros presentan estrías puntuadas. La perseverancia con que se hace el muerto desde que alguno le toca ha hecho dar a este insecto su nombre específico: tiene la cabeza encogida dentro del coselete, como dentro de una gorra, arrima las piernas y los tarsos con tal fuerza a las escamas, que parecen formar un solo cuerpo; las antenas quedan del todo ocultas bajo el reborde del coselete; así permanece mucho tiempo en tan molesta actitud, sin hacer el más leve movimiento; de modo que cualquiera creería que está muerto en realidad.

«Lo más particular en el ptino pertinaz, dice el Naturalista sueco, es la casi imposibilidad en que uno se halla de obligarle a hacer el más ligero movimiento, o de sacarle de esta especie de letargo fingido: ni el fuego, ni el agua, ni género alguno de tortura es capaz de hacerlo menear; pues se deja quemar vivo y despedazar sin manifestar la menor señal de vida. A varios de ellos los puse en una cuchara de plata encima de la llama de una vela, y se dejaron tostar a fuego lento sin tratar de huir, y hasta sin menear una sola; de modo que asombra una tenacidad al parecer fuera de los límites naturales. Todo lo que cuentan de la heroica constancia de los salvajes de América prisioneros, que se dejan despedazar el cuerpo y comer su carne sin hacer un gesto o soltar el menor lamento, ni dar la menor señal de dolor, dista mucho de lo que observamos en estos insectos. Pero si se los deja en paz sin tocarlos, salen de su aparente letargo después de estar quietos algún tiempo, y empiezan otra vez a moverse y a andar; luego vuelan, si bien rara vez, no obstante estar provistos de alas más largas que el cuerpo.

La BARRENA DE LAS HARINAS (Anobium paniceum FABR.). Es muy pequeña, de color leonado, de coselete liso y de élitros estriados. No solamente roe las sustancias farináceas, sino que se introduce en las colecciones de insectos en las que causa grandes daños cuando se la deja multiplicar y establecerse en el fondo de las cajas, lo cual deben evitar los aficionados a la entomología.




ArribaAbajoFamilia de los Taladradores

Distínguese esta pequeña familia de las dos precedentes en que tiene la cabeza enteramente desembarazada y fuera del coselete: debe su nombre al hábito de taladrar la madera en todas direcciones: son las antenas unas veces simples, es decir, sin dientes; otras complanadas y con dientes de sierra, y otras en forma de cuentas de rosario; citaremos tan solo el taladrador naval.

El TALADRADOR NAVAL (Lymexylon navale, OLIV.).Tiene las antenas simples, nada o casi nada complanadas, y ligeramente en figura de rosario, y el coselete casi cilíndrico. La longitud del insecto es de 6 líneas; el color leonado claro, con la cabeza, el borde externo y extremos de los élitros negros: muy común en los encinares del norte de Europa; y bastante raro en las cercanías de París. Multiplícase asombrosamente en los depósitos de madera de la Marina real, y causa increíbles estragos.




ArribaAbajoFamilia de los Clavicornios

Solo se diferencia esta familia de las tres precedentes en la figura de las antenas, gruesas en el extremo o en forma de clava, a cuya circunstancia deben el nombre. Hablaremos únicamente de la primera tribu, por ser la que constituye esencialmente la familia, por los caracteres de las antenas, siempre compuestas de 11 artículos, más largas que la cabeza, y en forma de clava, empezando desde el tercer artículo: esta tribu nos ofrece cuatro géneros interesantes: los Escarabajos, los Escudos, los Dermertes y los Birros.

Los escarabajos se distinguen por la posición de las patas, de las cuales las cuatro posteriores están más separadas entre sí en su raíz que las anteriores; los pies se encogen debajo del cuerpo, cuando asustado el insecto se finge muerto; el lado externo de las piernas es dentado o espinoso; las antenas, angulosas y terminadas en forma de clava sólida; es decir, compuestas de artículos muy apretados entre sí; la cabeza está metida en el coselete; el cuerpo es duro y cuadrangular; los élitros truncados; las mandíbulas fuertes, dirigidas hacia delante y a menudo desiguales: aliméntanse los escarabajos de sustancias animales en estado de putrefacción; así como también se encuentran en los estercoleros y bajo de las cortezas de los árboles; su andar es lento y pesado; en general tienen el color negro lustroso o bronceado.

El ESCARABAJO DE CUATRO MANCHAS (Hister quadrimaculatus, LIN.). Es una especie de las mayores: es negro; la clava de las antenas rojiza; en cada borde anterior del coselete hay dos líneas escavadas que siguen su contorno, y en cada élitro tres estrías, y el principio de otra más o menos prolongada en el borde externo; vense en ellos dos manchas rojas, una en la base, y otra algo más allá del centro; manchas que a veces se reúnen resultando una sola en figura de semiluna.

Los Enterradores, lo mismo que los escarabajos, tienen la cabeza encajada en el coselete, pero las patas insertas a distancias iguales unas de otras; sus antenas terminan en clava, compuesta de cuatro o cinco artículos, y regularmente perforada; es decir, que los artículos están como envainados los unos en los otros.

El ESCUDO DE CUATRO PUNTOS (Silpha quadripunctata, LIN.). Tiene la clava de las antenas oblonga, el cuerpo negro, el coselete escotado, y con los bordes amarillos; los élitros pajizos, con dos puntos negros en cada uno. Esta especie vive en las selvas, situándose en las encinas tiernas para alimentarse en ellas de orugas; especie de alimento de que se mantienen igualmente las larvas.

Las demás especies de este género viven en las carnes corrompidas; y están evidentemente destinadas a limpiar la tierra de los cadáveres e inmundicias que infestarían el aire con sus pestilentes exhalaciones. Entre todas las que componen este numeroso género, presenta gran interés por sus hábitos particulares el Necróforo, enterrador, o sepulturero. Distínguese de los demás en tener las antenas muy poco más largas que la cabeza, y que terminan como de repente en forma de maza casi esférica, compuesta de cuatro artículos. Llámanlos enterradores por el instinto particular que los induce a enterrar los cadáveres de topos, ratones, y otros pequeños cuadrúpedos, para deponer en ellos los huevos y asegurar de esta suerte abundante alimento a las larvas carnívoras que de ellos han de nacer.

El NECRÓFORO o SEPULTURERO (Silpha vespillo, LIN.). Vulgarmente es llamado punto de Hungría: tiene de 7 a 9 líneas de largo; es negro, con los tres últimos artículos de las antenas rojos, y dos listas anaranjadas transversas y dentadas encima de los élitros; las caderas de las dos patas traseras están provistas de un diente muy marcado, y las piernas son curvas.

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Necróforos sepultureros.

Nada más fácil que observar durante el verano los particulares hábitos del insecto de que estamos hablando: tórnese un topo o ratón recién muerto; póngase al aire libre en un terreno labrado; y se verá que al cabo de algunas horas habrá desaparecido; pero si se tuvo la precaución de señalar con un palito u otra señal el sitio en que se depuso, no habrá más trabajo entonces que remover la tierra, y a poca profundidad se hallará el cadáver enterrado. Quítese este, y debajo aparecerán los enterradores. Si en vez de aguardar a que el topo esté enterrado, nos ponemos de observación sin perderle el ojo, pronto oiremos un sonido agudo, producido por el roce de las alas de los necróforos; los que llegan acaso de grandes distancias atraídos por el olor que exhala el animal destinado a alimentar a su prole: llegan dos, tres, cuatro, sin pasar jamás de cinco. Pronto los vemos apearse, plegar sus membranosas alas bajo los amarillos élitros, en que llevan impresa una cruz negra que forma su fúnebre divisa. Empiezan echando sus cálculos, considerando el cuerpo bajo todos aspectos, y examinando las circunstancias del terreno; y en seguida, se deslizan todos debajo del difunto y trabajan a porfía; solevantan la carga con la cabeza y el coselete, ya hacia delante ya hacia atrás; pónense a escarbar bajo de sí la tierra con las patas, de modo que el topo vaya hundiéndose más y más hasta que venga a hundirse y a desaparecer del todo. Con dos horas de paciencia tendremos bastante para ver enterrado el cadáver; con todo la operación no habrá aún concluido, pues la hoya a las 24 horas tendrá 8 pulgadas de profundidad; y al terminar el segundo día el cadáver se hallará a 15 pulgadas bajo el nivel del suelo. Entonces los insectos detienen su trabajo y vuelven a subir a la luz del sol. Pero no tardan las hembras en bajar de nuevo a la sepultura a deponer los huevos en el cuerpo cuyo entierro tantos afanes les cuesta. Nace de dichos huevos una larva en forma de huso, que llega a tener hasta 1 pulgada y media de largo: tienen en cada segmento una mancha transversal roja y guarnecida con cuatro espinitas. Estas larvas devoran completamente el topo, sin perdonar siquiera la piel ni los huesos. No tardan en desprenderse de su primer vestido, y en arreglarse un alojamiento, donde se transforman en ninfas, armadas por detrás de dos puntas que les sirven para dar vuelta sobre sí mismas; finalmente, cae este segundo vestido y aparece el insecto en su estado de perfección y lleno de júbilo en el gran teatro donde representar idéntico papel al que desempeñaron sus padres.

En realidad acabamos de ver como de los instintos más admirables de los animales; con todo, no se crea que se limiten sus facultades a esta fuerza ciega e irresistible; pues el instinto se les ha dado por la Providencia para las circunstancias comunes, al paso que para las extraordinarias o accidentales en que el animal necesita deliberar, ha permitido que el instinto adquiera las cualidades de inteligencia. Para experimentarlo bastará poner el topo en un suelo duro y pétreo, no muy distante de algún terreno móvil; entonces se verá que el cadáver se mueve y dirige poco a poco hacia este último punto, donde es más fácil de excavar la tierra. Ahora los necróforos han cambiado de oficio, y de sepultureros se han pasado a faquines por necesidad. Si la carga es demasiado pesada,veremos a uno de ellos tomar el vuelo en busca de auxiliares, que pronto llegan y ayudan a los demás hasta haber colocado el cadáver en terreno conveniente.

Todavía más: un observador (la hija, me parece, del célebre Linneo, o el botánico Gleditsch, que vivió a mediados del pasado siglo), proporcionó a estos insectos una ocasión de ejercer su industria de una manera todavía más sorprendente. Clavó en la tierra un palo corvo en forma de horca, a la cual ató el extremo de un cordel, y con el otro ató como con una correa el cuerpo de un topo puesto en el suelo. Acudieron los enterradores, deslizáronse debajo del cadáver, y empezaron a excavar la hoya. Pero atado el topo con el cordel, quedaba suspendido y no se hundía. Salieron los enterradores de la hoya y empezaron a dar vueltas por el contorno, para ver de dónde procedía la causa de semejante contratiempo; de cuyas resultas, pusiéronse a excavar y a minar el punto del terreno en que estaba hincado el palo, hasta que lo hicieron caer, y entonces el topo obedeciendo a las leyes de la pesadez se hundió, y pronto quedó enterrado.

Cuando estos laboriosos animalitos se han retirado, luego de excavada la hoya y hecha la puesta, llega otra especie de Necróforo de gran tamaño, y aprovechándose de los trabajos de aquellos, pone los huevos junto a los primeros: tal es el Necróforo germánico.

El NECRÓFORO GERMÁNICO (Silpha germanica, LIN.). Tiene a veces más de 1 pulgada de longitud; el color negro, con una mancha amarilla de orín de hierro en la frente; el borde externo de los élitros leonado, y en cada una de estas dos líneas poco aparentes sobre un fondo puntuado.

Los Dermestes tienen la cabeza metida en el coselete hasta los ojos; y el primer segmento de este forma como un baberol; las mandíbulas son cortas, recias y dentadas; las antenas recias y más cortas que la cabeza y el coselete juntos, compuestas de once artículos, de los cuales los tres últimos forman de repente una clava perfoliada; las patas se repliegan debajo del cuerpo, aunque no del todo, pues los tarsos permanecen siempre libres; el cuerpo es oval, grueso y cubierto de pelos caducos, que aparentan diversos colores. Las larvas de los dermestes son también velludas, y la mayor parte se mantienen de restos de animales. Encuéntranse con especialidad en las pieles, como también en los museos de historia natural, donde se guardan aves y mamíferos empajados: anúnciase la presencia de estos insectos en tales sitios por la caída de las plumas y pelos que forzosamente han de caer después que se ha roído la piel que los sostenía: de allí se deriva la voz griega Dermeste equivalente a roedor de piel.

El DERMESTE DE LAS PELETERÍAS (Dermestes pellio, LIN.). Tiene solo 2 líneas y media de longitud; el cuerpo negro con tres puntitos blancos en el coselete, y otro en cada élitro, formados todos por el vello, la larva es larga, de color pardo rojizo reluciente, guarnecida de pelos rojos, de los cuales los posteriores forman una cola: anda resbalando y como a sacudidas; lo cual ejecuta también en estado perfecto lo mismo que los demás dermestes.

El DERMESTES DEL TOCINO (Dermestes lardarius, LIN.). Llámase así porque su larva se alimenta con el lardo y carne del cerdo: tiene el color negro; la mitad anterior de los élitros cenicienta con puntos negros; su longitud, de 3 líneas y media: es muy común en las casas. Su larva hace también no pocos estragos en las colecciones de historia natural: permanece en los sitios quietos y oscuros; es larga y va adelgazándose de adelante atrás; su color es pardo castaño superiormente; el cuerpo está cubierto de vello, con dos prolongaciones, a modo de cuernos escamosos en el último anillo. Cuando está cerca el tiempo de su metamorfosis, desarróllase la ninfa en la piel de la larva, que le sirve de capullo.

Los antrenos son unos dermestes, cuyas antenas forman una maza sólida, es decir, compuesta de artículos muy apretados; dichas antenas se alojan en unas cavidades practicadas en los ángulos anteriores del coselete; el cuerpo es corto, convexo y está cubierto de escamitas caducas.

El ANTRENO LISTADO (Byrrhus verbasci, LIN.). Es gris en su cara superior y amarillo-rojizo en la inferior, con los ángulos posteriores del coselete, dos listas transversales en los élitros y una mancha cerca de su extremo, de color gris. Vive la larva en las sustancias animales en estado de desecación; al paso que en estado perfecto se mantiene el insecto en las flores; su longitud apenas llega a dos tercios de línea.

El ANTRENO BORDADO (Anthrenus pimpinello, FABR.). Tiene 1 línea de longitud, de color negro y en su cara inferior está cubierto de escamas blancas; al paso que superiormente se ve entreverado el negro con el rojo y el blanco; en el arranque de los élitros nótase una ancha lista blanca, sinuosa y transversal; y en el extremo hay puntos o rasgos blancos. Lo mismo que el precedente, abunda este insecto entre las flores, y ambos también volando penetran en las habitaciones atraídos por las sustancias animales desecadas. Desgraciadas las colecciones de historia natural, y sobre todo entomológicas, donde llegan estos insectos a deponer sus huevos; pues las larvas que de estos nacen todo lo devoran no dejando más que élitros y patas. Dichas larvas son no obstante muy pequeñas; su cuerpo, de 1 a 2 líneas de largo es rechoncho, grueso, blando y cubierto de pelos en especial en los lados posteriores: fórmanlo doce segmentos, y los tres primeros sostienen sus patas escamosas: la cabeza está armada de dos recias mandíbulas. Estas larvas solo crecen cuando mudan de piel, y la última de que se despojan les sirve de capullo para pasar al estado de ninfa, lo cual depende de que en las sustancias animales de que se mantienen no pueden hallar materiales propios para formar un capullo sedeño.

Los birros se distinguen en que pueden encoger del todo las patas debajo del vientre: son cortos, convexos y viven en sitios arenosos; citaremos tan solo el siguiente:

El BIRRO PILULAR (Byrrhus pilula, LIN.). Tiene 3 ó 4 líneas de largo; inferiormente es de color negro; y en su cara superior, negruzco, bronceado y lustroso, con manchitas negras, entrecortadas por otras más claras y dispuestas en forma linear. Este insecto abunda en toda Europa; a la menor ocasión se finge muerto, y entonces parece que absolutamente no tiene patas; la figura esférica que toma en este caso le ha valido el nombre que lleva.