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Para evitar confusión acerca de los llamados signos «degenerados», debo mencionar que de ninguna manera quiso Peirce denigrar a los iconos e índices y privilegiar los símbolos. Su uso del término «de-generado» es el de la matemática, distinto de su uso peyorativo en el habla popular. En realidad, los signos «de-generados» son más fundamentales, más esenciales para la comunicación, que los signos más «desarrollados», y sirven para modos de comunicación, sobre todo no-verbal, que quedan fuera del alcance de la semiosis propiamente simbólica.

En breves palabras, los signos «de-generados» son inauténticos. Los símbolos completamente consumados -un sueño ideal, ya que tal perfección no existe en el reino de este mundo- son los únicos signos auténticos. Sin embargo, los iconos e índices no son sencillamente una dilución de símbolos; contienen la potencialidad para llegar a ser signos empapados de significación y capaces de poner a sus intérpretes en el camino hacia la plenitud semiótica (para estudios más detenidos sobre los signos «de-generados», véase Buczunska-Garewicz [1979a. 1979b]; Gorlée [1990]; Tursman [1987].

 

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Limitaciones de tiempo y espacio no permiten una exposición detallada de las clases de signos de Peirce, aunque brevemente los elaboraré en las secciones que siguen. Véase David Savan (1987-88) para una de las mejores introducciones al sistema de signos del semiótico norteamericano.

 

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Marty (1982) usa el término functor en su exposición matemática más rigurosamente formal.

 

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No puedo hacer demasiado hincapié en la importancia del concepto de Spencer-Brown de que en el nivel más profundo, los actos de distinción, indicación y nominación, exigen que un límite o margen deba ser «cruzado» para que haya la ejemplificación de un signo, y si se «cruza» de nuevo, queda la «nada». En contraste, en la esfera de lo «real semiótico», un nuevo «cruce» no deja al signo en su estado anterior. Siempre e invariablemente hay una diferencia, el reconocimiento de la cual, en el sentido más primitivo, quizás dé origen a lo que concebimos como la memoria (Spencer-Brown 1979: 62-68).

 

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Hay que tener en cuenta que Spencer-Brown habla del acto de nombrar, y no de la función de los nombres o los nombres de por sí. El mero acto de nombrar, por decirlo así, es en cierta manera una pre-sintaxis, y no tiene nada que ver con la posición del nombre dentro de la estructura de una secuencia de signos en una enunciación.

 

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Véase a Schrödinger (1967) quien postuló, varios años antes del descubrimiento de DNA, que la vida comienza con el equivalente de un cristal aperiódico (también Hoffmeyer and Emeche [1991], Lofgren [1978, 1981a, 1981b, 1984], y Pattee [1969, 1972, 1977, 1986]).

 

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Peirce usaba las palabras «modos de ser» («modes of being»), que reemplazaré por «modos de significación» para evitar términos de la filosofía «esencialista» contemporánea.

 

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Cabe decir que Rescher and Brandom (1979) demuestran cómo la generalidad y la vaguedad son equivalentes a los principios de lo incompletoincompleteness»)y la inconsistenciainconsistency»), en la prueba de Kurt Gödel de la limitación de todos los sistemas formales.

 

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Este artículo apareció en el Journal of Speculative Philosophy, 1968, 2. Posteriormente ha sido recogido en los Collected Papers, vol. 5, párr. 264-317. En castellano poseemos una versión en la antología publicada por J. Vericat (E. Crítica, 1988, pp. 82-122).

 

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En adelante, siempre que aludamos a textos de Peirce recogidos en los Collected Papers, citaremos sus párrafos como suele hacerse habitualmente: la primera cifra se refiere al volumen y las que la siguen, separadas por un punto, al párrafo correspondiente.