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1

Sobre la estancia madrileña, de casi cuatro lustros, del crítico partenopeo, remito a mi estudio (Quinziano, 2003: 241-264).

 

2

Mininni (1914) recoge más de ciento sesenta cartas del napolitano, aunque hay que lamentar el hecho de que gran parte del nutrido epistolario de Signorelli de aquellos años, referido al período madrileño, como recuerda el mismo literato, se haya extraviado después de su definitivo regreso a Nápoles en 1783. El italiano lamenta la pérdida de su carteggio «per tanti anni continuato coi suoi più cari virtuosi amici», debido sobre todo a «l'incuria dei miei che trascurarono di custodir quelle carte, stimandole da me abbandonate» (Opuscoli Varii, I: 10), privándonos así de mayores detalles y de información valiosa sobre su larga experiencia madrileña.

 

3

Sobre la relación que el italiano entabló con los dos Moratines, véanse Mariutti Sánchez de Rivero (1960: 763-808) y mis recientes estudios: Quinziano (2001: 265-9; 2002: 199-231 y 2003: 253-5).

 

4

Véanse los amplios capítulos que le dedica al teatro español en su obra monumental: SCT VI: 137-226 (siglos XV y XVI); VII: 3-134 (siglo XVII y principios del XVIII) y IX: 56-194 (siglo XVIII).

 

5

El popular comediógrafo escribe que «[...] ocupábase por entonces Signorelli en escribir la Historia crítica de los teatros; y [Nicolás] Moratín, que cuando habló á sus compatriotas fue el más rígido censor de los defectos del nuestro, no quería que Signorelli ignorase los rasgos de ingenio felicísimos, las situaciones patéticas y cómicas, ni el mérito de lenguaje, facilidad y armonía que se encuentra en los desarreglados dramas de Lope, Calderón, Moreto, Rojas, Salazar, Solís y otros de su tiempo [...]» (L. Moratín, 1944: XIV).

 

6

Su arribo a Madrid en el mes de septiembre de 1765, en efecto, coincide con uno de los momentos más álgidos en la enconada batalla que los defensores del neoclasicismo llevaban adelante por afirmar un nuevo modelo dramático, puesto que, como el mismo literato italiano nos recuerda (SCT: VII: 57), tan sólo algunos meses antes, en junio, Carlos III había prohibido los autos sacramentales y había renovado la interdicción de las comedias de santos y otras de temas sacro, decretando con ello el primer triunfo de los partidarios del clasicismo. Del mismo modo, a los pocos meses de su arribo a la capital del reino, y a raíz de los sucesos de Aranjuez, asumía la presidencia del Consejo el conde de Aranda, promotor en los años sucesivos de una serie de iniciativas tendientes a reformar, en clave clasicista, los escenarios nacionales y que el napolitano apoyó con entusiasmo.

 

7

A este respecto Napoli Signorelli recordaba que «il giudizioso Luzán» ya se había ocupado de ambos dramaturgos, orientando sus reproches a los que él define «spropositati groppi gongoreschi di matte metafore» (SCT, VII: 7). Sobre los defectos detectados por el preceptista aragonés en el teatro áureo, véase el cap. XV de su libro III de la Poética (1974: 537-546). Sobre la crítica al drama calderoniano en el XVIII, véase Urzainqui (1983: 1493-1512 y 1984).

 

8

El italiano aduce no haber encontrado otros ejemplos, refutando las aseveraciones del jesuita Xavier Llampillas, quien había puesto en discusión tal primacía: «L'abbate Llampillas travedendo o volendo far travedere citò una sognata Storia teatrale delle antiche nazioni e della spagnuola da Agustín de Roxas. Essa altra cosa non era -aduce Signorelli- che certi dialoghi intitolati Viage entretenido, dove si trattava del mestiere de della vita laboriosissima de' commedianti Spagnuoli. Può di ciò vedersi Nicolás Antonio, ed il mio Discorso critico»; SCT, VII: 132, nota a.

 

9

Si las piezas de Calderón en la Italia del XVIII obtienen cierto éxito, sobre todo gracias a la adaptación de muchas de sus piezas para el teatro musical (Metastasio y Gozzi fundamentalmente), en España Andioc ha demostrado, en cambio, que, a medida que avanza el siglo, sobre todo en su segunda mitad, a Calderón, como a gran parte de los grandes autores áureos, cada vez se le representa menos y sus obras no logran permanecer muchos días en cartel (1988: 15-23).

 

10

Conviene no olvidar lo que al respecto había observado Nasarre, quien, entre otras acusaciones que movió a Calderón, había declarado que «el artificio y afeite con que hermosea los vicios es capaz sin duda de corromper los corazones de la juventud» (en S. de León 2000: 82; subrayado mío). Al aproximarse a los dramaturgos auriseculares, Signorelli refuta en varios pasajes del texto las afirmaciones que Nasarre había vertido en su Disertación (1749). Sin embargo, aunque lo ataque en reiteradas ocasiones o a veces se proponga incluso ignorarlo, en otros, como el recién citado, el hispanista sigue o repite casi textualmente algunas de las apreciaciones del aragonés. Existe ed. moderna del texto de Nasarre: Disertación o Prólogo sobre las comedias de España [1749], ed. J. Cañas Murillo, Cáceres: Universidad de Extremadura, 1992.