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Naturaleza y Literatura: Influencia de las nociones de Condillac y Diderot en dos preceptivas españolas del siglo XIX

José Antonio Hernández Guerrero





La lectura detenida de las cuestiones debatidas durante los siglos XVIII y XIX en las Ciencias Humanas y, más concretamente, en la Filosofía, en la Antropología, en la Sociología, en la Psicología, en la Estética y en la Poética, nos desvela que uno de los temas más reiterados es el de la relación de interdependencia que se establece entre las nociones de «naturaleza» y de «cultura», entre las funciones que se asignan al cuerpo y al espíritu, y entre el funcionamiento del cerebro y del pensamiento. Éste ha sido el asunto que, desde sus diferentes perspectivas formales, han planteado Marx, Freud, Baumgarten, Kant, Diderot, Locke, Condillac, Destutt de Tracy y, más recientemente, Croce y Levi-Strauss. En nuestras indagaciones -que siguen los análisis que ha realizado José Checa Beltrán1-, hemos llegado a la conclusión de que los filósofos que han influido de una manera más directa en las Retóricas y en las Poéticas españolas del siglo XIX han sido Condillac y Diderot. En sus obras formulan tres principios teóricos que han servido de fundamento a las normas dictadas por los preceptistas más estudiados durante esa época:

  1. La Naturaleza como valor supremo literario;
  2. El arte como interpretación del principio de unidad y de armonía que rige la Naturaleza;
  3. Las reglas como principios verdaderos y eternos fundados en la naturaleza de las cosas.



La Naturaleza como valor supremo literario

Hemos de tener en cuenta, en primer lugar, que Condillac, seguido por la mayoría de los Ideólogos, considera que la Naturaleza no es sólo ese mundo exterior que se identifica, como algunos han interpretado, con el paisaje, con los montes, con los ríos y con los bosques, sino que abarca también, y de manera preferente, la condición humana, sus actividades sensoriales y sentimentales, y sus comportamientos cognoscitivos y afectivos. Si es cierto que, con frecuencia, él identifica la naturaleza con la realidad, también es verdad que, según explica de manera reiterada, la realidad es una construcción que efectúa el hombre a partir de su subjetividad. Una de las consecuencias teóricas de esta concepción es su afirmación de que tanto la filosofía como el arte y, más concretamente, la literatura, están elaborados con los materiales que ofrecen las sensaciones que, bajo la guía del tacto, se agrupan para formar las ideas y las imágenes de los cuerpos. Según Condillac, la estatua, mediante el tacto, no percibe los cuerpos en sí mismos, sino sólo sus propias sensaciones. Él no niega, sin embargo, la realidad objetiva, sino que más bien la afirma. Rechaza que nosotros veamos los cuerpos en sí mismos y que conozcamos su naturaleza: según él, nosotros no podemos aseverar que los objetos posean las cualidades que nos ofrecen nuestras sensaciones, pero -agrega- tampoco podemos negarlo y, por lo tanto, no sabemos qué son.

De acuerdo con este principio, el fundamento de todas las manifestaciones artísticas es la Naturaleza, ese conjunto de seres que, paradójicamente, constituye el modelo de identificación universal y, al mismo tiempo, la raíz de diversificación de las distintas orientaciones artísticas que, a lo largo del tiempo y a lo ancho de la geografía, adoptan los diferentes grupos sociales:

«On parle beaucoup de la belle nature, il n'y a pas même de peuble poli qui ne se pique de l'imiter: mais chaquun croit en trouver le modele dans sa maniere de sentir. Qu'on ne s'éntonne pas si on tant de peine à la reconnoître; elle change trop souvent de visage, ou du moins elle prend trop l'air de chaque pays. Je ne sais même si la façon dont j'en parle actuellment, ne se sent pas un peu du ton que'elle prend, depuis quelque temps, en France».


(1793, t. I: 360)                


Condillac distingue entre las artes mecánicas y las bellas artes y, tras afirmar que, para imitar la naturaleza mediante las artes mecánicas es imprescindible conocer y aplicar sus leyes, advierte que, para cultivar las bellas artes, no es necesario conocer el principio que nos hace capaces de esta imitación y señala que, sin este conocimiento podemos, en ocasiones, superarla y que, aunque se posea suficiente talento para crear obras artísticas, suele resultar difícil identificar el funcionamiento de los artificios que producen esos efectos tan admirables.

«Quand il nous est permis de découvrir les moyens propes à produire les effets, nous pouvons imiter la nature, & perfectioner de plus en plus les arts méchaniques: mais si ces moyens nous font cachés, les effets ne sont plus en notre puissance, & nous sentons aussi tôt les bornes de ces arts.

Dans les beaux arts, au contraire, il n'est pas nécessaire, pour imiter la nature, de connoître le principie qui nous rend capables de cette imitation. Sans cette connoissance nous pouvons même quelquefois la surpasser. Mais quoique ce talent soit en nous, rien n'est si dificile que de démeler par quel artifice il produit des effets aissi admirables; & les bons systêmes sont ici aussi rares, qu'ils sont communs dans les arts méchanique».


(1793: 289-290)                


Condillac llega aún más lejos señalando que, en el fondo de las creaciones artísticas - poéticas, oratorias, musicales, etc.-, funciona un sistema de principios teóricos que las dotan de consistencia y cuyo conocimiento, aunque no garantiza el talento del autor, sí contribuye a su desarrollo.

«Mais dans les beaux arts, on me peut tenir les moyens que d'une organisation qui donne de la sensibilité à certains égards & dans un certain degré. C'est par là qu'on est poëte, orateur, musicien, &c. Les meillers systèmes ne sauroient donc en pareil cas créer le talent, mais ils contribuent beaucoup à le développer: & c'en est assez pour fair sentir combien il est important d'en rechercher les regles.

Les systêmes dans les beaux arts ont cela de particulier, que tout doit s'y réduire à une idée premiere, qui foit le germe de toutes les autres. Or nous connoissons qu'une idée est le germe d'une seconde, d'une troisieme, ou d'un plus grand nombre, quand, par l'analyse, nous voyons que chaque idée engendrée, n'est que la premiere modifiée d'une certaine maniere».


(Ibidem: 290-291)                


Algunos ideólogos como, por ejemplo, Pierre Louis Lacrètelle (1791), apoyándose en el Art poétique (1787) de Boileau, esquematizan las relaciones dialécticas que se establecen entre el literato y la Naturaleza afirmando que, en un primer momento, se genera un proceso de comunión mediante el cual la Naturaleza invade los sentidos, impregna la sensibilidad; a continuación, en un segundo estadio, las informaciones recibidas se pasan por la criba del «arte» y de las «luces» sufriendo un proceso de crítica; finalmente, se produce una vuelta al principio, un retorno a las fuentes de la creación. Llega a la conclusión de que el talento del literato consiste en «ser todavía más natural que el que sólo escribe bajo la inspiración de la Naturaleza».

Entre los diferentes retóricos españoles que siguen esta teoría, hemos fijado nuestra atención en Francisco Sánchez quien, en su obra Principios de Retórica y Poética (1805), repite estas mismas ideas y explica cómo la eficacia del discurso oratorio tiene su origen en la naturaleza humana y, más concretamente, en las fuerzas de las pasiones exaltadas por la imaginación:

«La Naturaleza hace elocuentes a los hombres más rudos en el combate de las pasiones exaltadas por la imaginación; y quando estas faltan, el mas sabio carece de energía: por consiguiente la Elocuencia es el lenguaje de la pasion y de la imaginación, el qual varía á proporcion de los sentimientos: como estos se modifica, como estos toma diverso carácter, diverso colorido, diverso grados de extensión y de fuerza. El que está poseido de la alegría se expresa y ordena sus ideas de otro modo que el que se halla sumergido en la tristeza; el lenguaje del furor es diferente del de la compasión, y así de las demas pasiones y afectos».


(p. 1)                


Después describe e ilustra con diversos ejemplos la manera cómo la Naturaleza «inspira» las fórmulas de exclamación para expresar los sentimientos de sorpresa, de cólera, de dolor y de alegría, y para manifestar las actitudes de humildad, de moderación o de modestia. Explica cómo sus variedades dependen, en las diferentes lenguas y en cualquier época, más que del significado de las palabras, de la fuerza, de la rapidez y del tono con los que se pronuncian y muestra cómo las fórmulas para elaborar las distintas partes de los discursos -el exordio, el estado de la cuestión, la narración de los hechos, la argumentación y la conclusiones- están determinados por impulsos naturales.

«La Naturaleza nos enseña que, habiendo de hablar sobre una materia de alguna importancia y extension, empecemos preparando los ánimos de aquellos á quienes dirigimos la palabra; que fixemos el estado de la cuestion ó asunto, expliquemos los hechos, empleemos las pruebas en abono de nuestra opinion, destruyamos las que puedan perjudicarnos, y finalmente, que cerremos el discurso con alguna conclusión particular».


(Ibidem)                


Podemos comprobar cómo también coincide con la noción condillaciana de Naturaleza que abarca, no sólo la suma de objetos materiales, sino también el conjunto de leyes jurídicas, de normas sociales y de pautas estéticas que, a través del curso del tiempo, orientan los comportamientos de los seres humanos.

«Por naturaleza entiendo este gran conjunto de seres, y las leyes que los gobiernan: el mundo actual, físico, moral y político; el histórico, el fabuloso, y el ideal donde los seres existen únicamente en sus generalidades. A saber, no solamente el estado actual de las cosas, sino el pasado; las revoluciones que han concurrido ó podido concurrir á variar el espectáculo del universo; la materia, el espíritu y sus leyes, lo verosímil, lo maravilloso y lo posible».


(Ibidem)                


En este principio apoya su concepción de belleza, de creación y de arte como el proceso mediante el cual el poeta extrae, reúne y reproduce las manifestaciones más auténticas y «verdaderas» de la Naturaleza.

«Por bella entiendo lo mas puro, lo mas acendrado, lo mas perfecto. El poeta recoge los rasgos mas hermosos dispersos en la Naturaleza, y con ellos forma un todo, dándole el carácter y colores que le convienen2. Por esta razón se llama creador. Pero no siempre está obligado a imitar la bella Naturaleza entendida en el sentido explicado; por ejemplo, cuando lo que se propone pintar es en sí tan bello, que no echa de ménos los adornos extraños. Si una pasión real no es susceptible de mas fuerza, ni una pradera de mas hermosura, &c.; en tal caso la belleza está en la verdad, y basta describirla como es en sí, para copiar la bella Naturaleza. El mérito del poeta se distinguirá entonces por la verdad de la descripción, por la fuerza del colorido y por la armonía del verso. Lo mismo digo quando se imitan ó representan caracteres, costumbres, acciones ó discursos de algunos personages».


(159-160)                


Tras estas reflexiones Francisco Sánchez, coincidiendo también con Condillac, llega a la conclusión de que la poesía, cuyo origen nace en la contemplación de la Naturaleza, persigue el ideal de perfeccionarla.

«La belleza ideal en la poesía consiste en perfeccionar la Naturaleza, imitándola con el metro ó verso que es su instrumento».


(290)                





El arte interpreta el principio de unidad y de armonía que rige la naturaleza

Según Diderot, el arte cumple la función de interpretar el principio de unidad y de armonía que rige a la Naturaleza, a pesar de que, a veces, ésta aparece como un conjunto incoherente de objetos sensibles o como la reunión desordenada de reinos separados. El hombre, con sus sentidos y con sus sentimientos, hace que la utilidad y la bondad converjan en la belleza. Así pues, la Naturaleza, en la que el hombre también está inscrito como factor fundamental, se convierte en valor supremo y sagrado. A primera vista -advierte- la Naturaleza puede aparecer como un conjunto incoherente de objetos sensibles, pero debemos descubrir la profunda unidad que se oculta bajo estas apariencias que, en el fondo, responden a un sistema organizado:

«[...] il y a peut-etre un phénomène central qui jetterait des rayons, non seulement à ceux qu'on a, mais encore à tous ceux que le temps ferait découvrir qui les unirait et qui en formerait un système».


(1818: 443)                


Donde vemos reinos separados -el mineral, el vegetal, el animal- el Reve de d'Alembert restablece la unidad y reconoce el sistema que organiza la Naturaleza. Según Diderot, las diferentes manifestaciones de la Naturaleza y los distintos comportamientos humanos están entre sí estrechamente relacionados. Esta es la razón de la unidad en que convergen los diferentes sentimientos. El sentimiento de la belleza se cruza en la naturaleza humana con el sentimiento de la bondad y, hasta tal punto coinciden, que lo que se afirme de uno se podrá aplicar también al otro. Lo bello emerge de lo útil porque «l'utile circonscrit tout» (II, 13: 84 ss.).

Diderot ilustra con ejemplos sencillos las distintas maneras con las que, mediante la imitación de diferentes objetos de la Naturaleza, se logra que los instrumentos, además de prestarnos utilidad, nos resulten gratos.

«Il n'est personne qui n'ait éprouvé que notre attention se porte principalement sur la similitude des parties, dans les choses mêmes où cette similitude ne contribue point à l'utilité: pourvû que les piés d'une chaise soient égaux & solides, qu'importe qu'ils ayent la même figure? ils peuvent différer en ce point, sans en être moins utiles. L'un pourra donc être droit, & l'autre en pié de biche; l'un courbe en-dehors, & l'autre en-dedans. Si l'on fait une porte en forme de bierre, sa forme paroîtra peut- être mieux assortie à la figure de l'homme qu'aucune des formes qu'on suit. De quelle utilité sont en Architecture les imitations de la nature & de ses productions? A quelle fin placer une colonne & des guirlandes où il ne faudroit qu'un poteau de bois, ou qu'un massif de pierre? A quoi bon ces cariatides? Une colonne est-elle destinée à faire la fonction d'un homme, ou un homme a-t-il jamais été destiné à faire l'office d'une colonne dans l'angle d'un vestibule? Pourquoi imitet-on dans les entablemens, des objets naturels? qu'importe que dans cette imitation les proportions soient bien ou mal observées? Si l'utilité est le seul fondement de la beauté, les bas-reliefs, les cannelures, les vases, & en général tous les ornemens, deviennent ridicules & superflus.

Mais le goût de l'imitation se fait sentir dans les choses dont le but unique est de plaire; & nous admirons souvent des formes, sans que la notion de l'utile nous y porte. Quand le propriétaire d'un cheval ne le trouveroit jamais beau que quand il compare la forme de cet animal au service qu'il prétend en tirer; il n'en est pas de même du passant à qui il n'appartient pas. Enfin on discerne tous les jours de la beauté dans des fleurs, des plantes, & mille ouvrages de la nature dont l'usage nous est inconnu».


(1751-1772, IV: 617)                


La Naturaleza nada hace incorrecto y, por eso, la literatura tendrá que aprender de ella. Diderot señala aquí la razón de las interrelaciones que se establecen entre las diferentes artes: este principio de la percepción de las relaciones «a lieu en poésie, en peinture, en architecture, en moral, dans tous les arts et dans toutes les sciences...; ne peut-on pas même dire qu'il est en cela d'une belle vie comme d'un beau concert?» (IX, 104 y I, 406).

«La armonía del cuadro más bello no es sino una débil imitación de la armonía de la naturaleza. El mayor esfuerzo del arte suele consistir en salvar la dificultad».


(1994: 156)                


Si ya Luzán había definido la poesía como «la imitación de la Naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha con versos, para la utilidad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamente», Alberto Lista, como ha analizado María del Carmen García Tejera (1974: 95), se opone a aquellos poetas y críticos que niegan la existencia de una base común que proporcione unidad y armonía, y defiende que las creaciones poéticas, además de ser hijas del ingenio, del entusiasmo y de la inspiración, han de expresar la unidad y la armonía profundas que reinan en la Naturaleza. Ésta es la razón por la que le interesa descubrir los principios filosóficos que, enlazados de forma sistemática, constituyen la base sólida de la Estética y de la Poética. Fernández González (1867: 68) indica que fue precisamente Lista el primero en reivindicar desde sus lecciones y artículos sobre literatura la «necesidad de cimentar los estudios de humanidades en principios verdaderamente filosóficos» (Ibidem). La certeza de que, bajo cualquier manifestación artística, existe un sentimiento de belleza y de sublimidad común a todos los hombres y que sobrepasa las barreras del tiempo, lo lleva a concluir que los fenómenos psicológicos que dan origen a dicho sentimiento deben ser reducidos a principios, de los que se deducirá el sistema que constituye la ciencia de la poesía.

«Si existe una ciencia de la poesía, existe también un arte de ella y las correspondientes reglas, porque es imposible que de los principios de una ciencia no se deduzcan métodos prácticos y legítimos para hacer bien lo que puede hacerse bien o mal. Estas reglas son las mismas que se deducen de la naturaleza de los sentimientos y de los instrumentos con que se expresan: estas reglas son las que siguieron por instinto, aunque todavía no existiese el arte, los Homeros, los Pilpay, y los Vates y Bardos primitivos de los pueblos. Pero el instinto es una norma muy poco segura en las naciones cultas que están ya excesivamente lejanas del candor e ingenuidad de la Naturaleza. Además, los pueblos civilizados quieren filosofarlo todo, ¿por qué, pues, se les ha de impedir el derecho de raciocinar acerca de las fuentes de sus placeres intelectuales?».


(1844: 166)                


Alberto Lista, que defiende la necesidad de considerar científicamente las «bellas artes», sigue, como advierte García Tejera, las huellas del sistema genético-analítico de Condillac, empeñado en reducir al principio general de la sensación el de la abstracción: «Analizar es, para mí, llegar a través de composiciones y descomposiciones al origen de las cosas, y mostrar toda la generación» («Última carta de Condillac a Cramer», Leroy, 1953: 86; citado por Auroux, 1981). De aquí su conclusión de que, si las bellas artes tienen por objeto la representación de lo bello y de lo sublime para exaltar los ánimos, es deseable -al menos en el caso de la poesía- que se analicen las sensaciones, los pensamientos y las palabras, a partir, respectivamente, de tres ciencias: la Ideología, la Lógica y la Gramática.




Las reglas como principios verdaderos y eternos fundados en la naturaleza de las cosas

De este principio fundamental -el de la Naturaleza- se deduce la índole, la función y el valor de «las reglas», descritas por Boileau y, en consecuencia, la necesidad y la obligación de conocerlas y de observarlas que contrae el poeta. Las reglas en las artes son ciertas leyes que prescriben al creador lo que debe hacer o evitar para lograr que sus obras adquieran la condición de artísticas y para que alcancen toda la perfección posible. Estas leyes no han sido dictadas por una autoridad, ni han sido convenidas convencionalmente sino que son unos principios verdaderos y eternos fundados en la naturaleza misma de las cosas: son invariables como la Naturaleza.

El hecho de que no siempre fueran bien conocidas por todos explica solamente la dificultad que representa para algunos hombres, debido a las circunstancias adversas en que éstos se encuentran y al esfuerzo arduo que supone su interpretación y su aprendizaje.

Gómez Hermosilla, por ejemplo3, se esfuerza en demostrar que cada una de las reglas que formula para la elaboración de los diferentes tipos de discursos retóricos y de composiciones literarias, no son, en manera alguna, arbitrarias, sino que, por el contrario, se deducen de la naturaleza misma de «las potencias intelectuales y morales del hombre, que por tanto, son y no pueden dejar de ser verdaderas» (1826, II: 249-250).

En coherencia con dicho principio fundamental, los Ideólogos defienden que la mejor manera de conocer las reglas es observar detenidamente la Naturaleza y leer con frecuencia, con atención y con fruición a los autores clásicos. El criterio de evaluación de las obras literarias también se deberá basar en la fidelidad con que se apliquen dichas reglas, pero no por sus valores intrínsecos, sino por la eficacia con que interpretan y definen a la Naturaleza. El juicio será acertado en la medida en que descubra, valore y formule la calidad intrínseca, artística o literaria, de la obra, que es anterior e independiente de dicho juicio4.

«Se ve que éste no es otra cosa que una colección o serie de principios verdaderos, inmutables y fundados en la naturaleza misma del hombre; los cuales nos enseñan lo que debemos hacer, y lo que nos es preciso evitar, para hablar de la manera más acomodada al fin que nos proponemos».


(1826, I: 3)                


Gómez Hermosilla, después de resumir en veintiún puntos todo el contenido de su preceptiva, proclama la veracidad, la invariabilidad, la eternidad y la racionalidad de las reglas, que son anteriores, incluso, a toda composición poética «[...] no son tales reglas porque Homero las haya practicado; al revés: Homero es buen escritor porque las observó» (Ibidem, II: 257). Esta opinión, no es en modo alguno, general pues otros autores como, por ejemplo, Diego Clemencín (1835: 5) quien declara su total desacuerdo y defiende que el fundamento de las reglas estriba en la autoridad y prestigio de los modelos clásicos5. Estas ideas coinciden con las que había difundido en Francia Mme. Staël, según dice Francisco Fernández González (1867: 63). Los tratadistas, en general, muestran su disconformidad con las doctrinas románticas que exigen una total libertad de la imaginación ya que las reglas nacen de nuestra misma naturaleza, no son preceptos caprichosos ni prácticas arbitrarias de ningún individuo de la especie humana: son decisiones de la sana razón, decisiones que han sido más o menos conocidas en tales o cuales períodos de la sociedad, y en tales o cuales países. Ésta es la verdadera idea -explica Gómez Hermosilla- de lo que se llaman reglas literatura. Gómez Hermosilla (Ibidem).

Como ilustración pueden servirnos las siguientes reflexiones de Alberto Lista:

«Ya es tiempo, pues, de que cese esa nueva preocupación nacida en nuestros días, que supone inútil el estudio y las reglas para sobresalir en la poesía; y si semejante delirio no podría ni aún decirse de un pintor, de un músico, de un arquitecto, ¿cómo se tolera que se diga de los que se ejercitan en pintar y en describir por medio del lenguaje? Porque el objeto de todas las bellas artes es el mismo: y ¿por qué no ha de ser necesario para la más noble de todas el estudio que lo es para las demás?».


(1844: 167)                







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