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ArribaActo tercero

 

La misma decoración que el primer acto. Es de noche, algunos criados sacan luces.

 

Escena primera

 

DON JUAN, DON CARLOS, DON MARTÍN.

 
CORONEL.
En las islas Filipinas
dejé yo los cumplimientos;
se estará una hora a la puerta
el herido con el muerto;

 (Volviéndose hacia la puerta.)  

el cadáver de Martín
ordeno que entre primero.
DON MARTÍN.

 (Desde fuera.) 

No, señor, que aquí yo mando.
Si no entra don Carlos, no entro.
DON CARLOS.

 (Entrando.) 

Ea, pues.
DON MARTÍN.
Así me gusta,
señores, tomad asiento.
Hoy estoy muy quebrantado.
DON CARLOS.
Será la culpa del tiempo.
CORONEL.
Sí, que a los viejos no prueba
en estos días de invierno
andar fuera de techado
a todas horas y en cuerpo;
mas tú por lucir el talle...
Vaya, lo mismo se encuentra
que le dejé a mi partida.
DON MARTÍN.
En cuanto a robusto es cierto;
pero ya tengo más juicio.
CORONEL.
Debieras: la edad al menos...
DON MARTÍN.
(Este va a desaprobar
la boda.) Hombre, no es eso:
Mira, Juan, cuando salimos
a buscar al caballero
el asunto corría prisa,
el coche no estaba puesto,
la capa me impide andar,
y por eso salí en cuerpo:
no te pienses que estoy malo;
algo de dolor de huesos...
CORONEL.
Entonces será el reuma,
que se ha hecho absoluto dueño
hace más de cuarenta años
de tu físico.
DON MARTÍN.
No es cierto.
Tengo mi cuerpo muy sano.
CORONEL.
Vaya, pues muy buen provecho;
pero hablemos de otra cosa,
que nos importa más que eso;
DON CARLOS.
por lo pasado
creo está usted satisfecho;
Martín me parece que
ha confesado su yerro
manifestándole a usted
que eran faltas de su genio.
DON MARTÍN.
(Este condenado de hombre,
¿a que resucita muertos?)
Lo que dije a usted, de veras,
como lo dije lo siento,
que era usted mi íntimo amigo,
que yo tenía dos duelos,
el uno de hombre a hombre,
y otro con mis sentimientos;
que no sé si en mis palabras
anduve un poco indiscreto,
y si fue, pido perdón
a quien mil favores debo;
que yo no guardo rencor;
en fin, que no dije aquello...
DON CARLOS.
Señores, yo ya he olvidado
el lance poco halagüeño
que a los dos nos indispuso.
CORONEL.
No me esperaba yo menos.
DON MARTÍN.
Aquí dio fin la tristeza;
no se vuelva a hablar más de eso;
Carlos, alarga la mano;
contigo sin cumplimientos;
tú por tú, de hoy adelante.
DON CARLOS.
Bien, hombre.
DON MARTÍN.
Di algo al menos;
habla ahora más que sea
de la bo...

 (Calla al acordarse del CORONEL.) 

DON CARLOS.
¿Del casamiento
que usted quiere contraer?
¿Y al cabo está usted resuelto?
DON MARTÍN.
Hombre, si yo necesito...
CORONEL.
¿Quieres tener heredero,
no es verdad?
DON CARLOS.
¿Pero el señor
no es su...?
DON MARTÍN.

 (Interrumpiendo.) 

Cuanto me alegro
que hayas venido de América.
Es su padre   (A DON CARLOS, sí, silencio.
DON CARLOS.

 (A DON MARTÍN.) 

Usted quiere darle chasco.
(No me parece pequeño
el que vas a llevar tú.)
CORONEL.
¿Con qué diablos de secretos
andas ahí, Barandilla?
¿Estás echando requiebros
a don Carlos?
DON MARTÍN.
Sí; le pido
que disimule mi genio;
soy tan vivo...

 (Meneando la cabeza muy deprisa.) 

Pues me caso
mi querido Juan Renzuelo.
CORONEL.
Pues amigo Barandilla,
no conocerás tus nietos.
Hablando formal, Martín,
si me dicen qué más quiero,
ser célibe o ser marido,
conforme me estoy me quedo;
pero no por eso creas
que si casas bien lo siento.
DON MARTÍN.
(Cómo se hace el solterón
el maldito, y es mi suegro.)
Caso con mujer hermosa,
recogida, y un modelo
de virtud; muy poco amiga
de lujo, bailes, paseos;
hija de padres muy nobles,
y en cuanto a rica, veremos.
CORONEL.
Sólo es rica con que tenga
virtud y recogimiento.
La hermosura, Barandilla,
en mujer propia es lo menos,
y aun pienso que está de más
para la mujer de un viejo.
DON MARTÍN.
Siempre acabas la oración
con ese mismo argumento.
Tú vendrás hecho un indiano,
con más doblones que pelos.
CORONEL.
Hombre, no soy poderoso,
pero traigo algún dinero.
DON MARTÍN.
(Mi arca, llamada mazmorra,
va a tragarse tus talegos.)
Sí, ¿eh!, conque ¿vienes rico?
Pues, señor, vaya, me alegro;
ya no estoy pobre tampoco.
No te pienses que soy Creso;
pero el día de la boda
verás no me porto menos.
Ni Camacho, ni Cleopatra
dieron un festín tan bueno
como el mío: de Inglaterra
he de traer cocineros,
y de los más afamados,
los mismos que me sirvieron
cuando di un combite en Londres
al rey Jorge, que ya ha muerto.
DON CARLOS.
Es noticia.
DON MARTÍN.
Si en España
no saben ni freír huevos.
Veréis qué mesa. Os convido.
CORONEL.
Y no temas que faltemos.
¿Pero cuándo es esta boda?
¿Con quién es el casamiento?
Dílo claro.
DON MARTÍN.
Don Juanito,
no se puede decir eso.
Carlos, no le digas nada,
porque quiero sorprenderlo.
DON CARLOS.
Hombre, extraño la advertencia
cuando me ves hecho un muerto.
(Tratar de tú a don Martín
es tutear a mi abuelo.)
DON MARTÍN.
Tú verás, mi coronel,
lo que te tengo dispuesto.
CORONEL.
Pues, señor, bien.
DON CARLOS.
(Yo lo silbo
si es cual pienso el desenredo;
callo, y él se las avenga,
cásese o quede soltero.)


Escena II

 

DON JUAN, DON CARLOS, AMBROSIO (A la puerta.), DON MARTÍN (Echándole de ver.)

 
DON MARTÍN.
¿Qué quieres, segundo Judas?
AMBROSIO.
¿Puede usted oír un secreto?
DON MARTÍN.
Allá voy.

 (Se acerca a la puerta.) 

CORONEL.
Señor don Carlos,
Martín ha perdido el seso.
DON CARLOS.
En tocando al amor propio
solamente es loco o necio,
pero juicioso y sagaz
en asuntos de comercio.
Yo no sé...
AMBROSIO.

 (A DON MARTÍN.) 

Mi señorita
me ha dicho que quiere verlo
a usted pronto, que está en ascuas,
y que va a entrar al momento
si no se van las visitas;
que haga usted se vayan presto;
y afirmó su impaciencia
con más de veinte corriendos.
DON MARTÍN.
Ya se ve, tiene razón.
(Más yo he de echar a Renzuelo,
si no el plan...) Ve y díle, Ambrosio,
que voy a salir y vuelvo
al instante.
AMBROSIO.
Está muy bien.
DON MARTÍN.

 (A los dos.) 

¿Qué se piensa caballeros?
¡Hombres!, se me había olvidado
ir a tomar el refresco.
Vamos pronto, levantarse.
Será espléndido.
CORONEL.
No entiendo
a qué santo vas a darnos
ese dichoso refresco.
DON MARTÍN.
Refresco como yo doy
cuando salgo bien de un duelo.
CORONEL.
Verdad es; yo no caía...
DON CARLOS.
Vamos allá...
DON MARTÍN.
Id saliendo.

 (Vanse.)  



Escena III

AMBROSIO.
Pues, señor, no cabe duda;
si yo no ato mal los cabos,
Juan Renzuelo, coronel,
coronel americano,
que antes de ir a las Indias
ya era amigo de mi amo.
Ítem más, que don Martín
le llamó el resucitado.
¡Ay!, que sí salgo con bien
le compro una vela a un santo.
¡y yo que le dije, ¡burro!,
que serví siendo muchacho
en casa de doña Paca
cuando el marido enfadado
pilló las de Villadiego...
ya se ve, para afirmarlo!
¡Quién lo había de pensar!
Yo en verdad no siento tanto
que don Martín me despida
sin abonarme el salario,
que es lo más que hace; yo temo
que sepa anduve en el ajo
el bueno del coronel,
y que fui testigo falso,
que entonces da fin la historia
de Ambrosio, el más fiel criado:
¡Ay! aquí llega la víctima:
voy a decírselo claro,
que las bebidas amargas
mejor se pasan de un trago,


Escena IV

 

LUISA, AMBROSIO

 
LUISA.

 (Con sentimiento.) 

Ambrosio, dime, ¿no ha vuelto
ese corazón helado?
AMBROSIO.

 (Imitándola.) 

No, señora, que no ha vuelto
que hace poco se marcharon
Don Carlos, él y su suegro,
aquel coronel indiano
padre de mi señorita,
cuando éramos dos muchachos:
aquel que aplastó una bomba
en el sitio del Callao;
con don Juan Renzuelo, digo,
que está vivo y ha llegado.
LUISA.
¿Ambrosio, no me conoces?,
¿o tú estás loco o borracho?
AMBROSIO.
¡Ojalá, doña Luisita,
me viese usted hecho un Baco!
Más tan cierto es lo que digo
como aquí los dos estamos.
LUISA.
Oye, dí, ¿qué señas tiene?
Responde sin estudiarlo;
él es bajo de estatura.
AMBROSIO.
No, señora, no, que es alto,
y en salvo la parte tiene
un chirlo de más de un palmo.
LUISA.
(En la guerra del francés
dicen que le hirió un polaco
en la cara.) Sigue, Ambrosio.
AMBROSIO.
Color moreno atezado,
un sí es no es algo cojo,
y unos pelos como un diablo,
tiesos, un bigote...
LUISA.
Calla,
que me estás asesinando.
¿Conque es algo cojo?
AMBROSIO.
Un poco
me ha parecido carranco
de tal pierna como ésta.
LUISA.
(Ahí mismo tiene un balazo.)
Voy con madre, que le sabe
toda la vida y milagros
lo mismo que el Padrenuestro.
Sigue, Ambrosio.

 (Cada vez con más sobresalto.) 

AMBROSIO.
Voy andando;
pero por mí estoy seguro
que el coronel ha llegado.
LUISA.
Que me matas, mira, Ambrosio,
cuando te oigo asegurarlo.
Sí... es cierto...
AMBROSIO.
¿Qué le da a usted?
LUISA.
Tenme, tenme, que me caigo.

 (La sienta en una silla.) 

AMBROSIO.
Pues, señor, no me faltaba
sino que le dure el pasmo,
que entre ahora don Martín,
que piense que la he hecho algo,
que sin cuerpo de delito
castigue en mí el por si acaso,
que me encierre, que descubra
aquel pastel entretanto,
que averigüe el coronel
que yo también lo he amasado,
que le pida a Barandilla
me suelte y él me eche el gancho,
cata que salí de Herodes
para caer en Pilatos
el coronel me desuella...
¡San Bartolomé! Yo escapo.

 (Va a irse y llama DOÑA PACA a la puerta.)  



Escena V

 

LUISA, AMBROSIO y DOÑA PACA.

 
DOÑA PACA.

 (Desde fuera.) 

Don Martín, ¿se puede entrar?
AMBROSIO.
Vaya, lo mismo es, la suegra.
Hazte cuenta, pobre Ambrosio,
que te echaron a las fieras.
También soy víctima yo
de las uñas de una vieja.
DOÑA PACA.

 (Entrando.) 

Como oigo ruido en el cuarto,
valida de la franqueza...

 (Arrojándose a él y cogiéndole del brazo.)  

¿Qué es lo que miro, canalla?
¿Qué le has hecho?, ya está muerta.
AMBROSIO.
Suelte usted, no la he hecho nada.
DOÑA PACA.
Quién fuera perro de presa.
AMBROSIO.
Suélteme usted, por la Virgen,
si no pierdo la paciencia.
DOÑA PACA.
Dí, ¿qué has hecho, picarón?
AMBROSIO.
Nada; que lo diga ella.
DOÑA PACA.
No es posible, algo muy malo
será, que no es de las hembras
que por todo se desmayan,
y ahora lo está de veras.
Hija de mis ojos, díme
si este hijo de una perra
te hizo o quiso hacer
alguna cosa perversa.
AMBROSIO.
Lo dije.
LUISA.
No, madre mía,
no fue él, ¡ojalá fuera!
DOÑA PACA.
Pues hablad pronto; decidme
qué cosa, quién fue y quién sea
el autor de este trastorno.
LUISA.
A mí me faltan las fuerzas;
¡ay, madre de mis entrañas!
Cuando usted misma lo sepa...
DOÑA PACA.
Ambrosio...
AMBROSIO.
Que su marido
de usted ha vuelto de América.
DOÑA PACA.
¿Qué marido?
AMBROSIO.
El coronel
don Juan Renzuelo.
DOÑA PACA.
La lengua
te había de hacer añicos
por infame y embustero;
no te espantes  (A LUISA.) , que una bomba
lo aplastó como una breva;
tan  (A AMBROSIO.)  muerto estuvieras tú
podrido y comiendo tierra.
AMBROSIO.
Pues lo he visto con mis ojos.
LUISA.
Sí, mamá; ya estamos frescas;
sin haberlo oído nunca,
me ha dado todas las señas;
la cicatriz, la estatura,
el color y la cojera;
vamos, todas.
DOÑA PACA.
No te asustes,
que ése es el moro, tontuela.
AMBROSIO.
¿Se llama el moro don Juan?
¿Se llama Renzuelo, y llega
de América hace muy poco?
¿Tiene con mi amo franqueza
para tratarlo de tú?
¿Es moro de paz o guerra?
Pues éste al entrar en casa
le dio con toda su fuerza
a mi amo veinte abrazos,
se hicieron dos mil finezas.

 (Esto lo hará imitando con DOÑA PACA lo que vio hacer a DON JUAN y a DON MARTÍN.) 

Yo lo vi.
«Adiós, viejo», dijo al amo,
y el amo: «Adiós, calavera.
¡Hombre!, ¿tú has resucitado?
yo te creía en la huesa...»
DOÑA PACA.
Quita allá, que estoy difunta.
AMBROSIO.
Vaya, ¿está usted satisfecha?
DOÑA PACA.
¿Tú lo viste?
AMBROSIO.
Yo lo vi.
DOÑA PACA.
¿Lo oíste?
AMBROSIO.
Con mis orejas.
DOÑA PACA.
¿Y es lo mismo que lo dices?
AMBROSIO.
Como lo dice mi lengua.
DOÑA PACA.
Pues adiós yerno, adiós casa,
adiós coche y adiós mesa,
adiós criados con frac,
adiós modista y doncella...
AMBROSIO.
Que a mí me espera la cárcel
y a ustedes dos la galera.
DOÑA PACA.
¡Cómo! ¿Ya ultrajas, villano,
dos damas en la pobreza?
No, señor; aún no, hija mía,
tu madre aún no desalienta
ni desmaya al primer golpe;
muchos recursos me quedan.
Vamos a tratar las dos
cómo gobernamos esto...
LUISA.
(Estoy muerta.)
Sí, escucho; siga usted, madre.
DOÑA PACA.
Él al fin es el que hereda
por derecho a don Martín,
no seas tonta, ¿estás? Lo pescas,
y así por un lado u otro
hemos de coger la hacienda.
Al fin él es su sobrino,
y tarde o temprano es fuerza
que lo perdone... y los hijos
que enternecen a una piedra.
Yo entre tanto aquí me quedo
para lamentar tu pérdida.
Sostendré que el coronel
es mi marido, que intenta
por fin de su mala vida
deshonrarme, que me niega
porque le sé sus milagros;
ya sé el papel que me queda
que hacer, y mucho será
que a don Martín no convenza.
LUISA.
Pero mire usted que Eugenio
es un hombre sin cabeza,
y no sabe lo que se hace,
y...
DOÑA PACA.
¡Qué remedio! Ello es fuerza
salir, hija, del pantano
de cualquier modo que sea.
Vamos, sosiégate, Luisa;
tú no tienes la experiencia
de tu madre, y es preciso
que hagas lo que te aconseja
por tu bien; enjuga ya
esas lágrimas, serena
un poco esa cara; Ambrosio
era preciso estuviera
ahora aquí para llamar
a Eugenio, que el tiempo vuela
y él puede tardarse mucho
en venir; ¡cómo la enreda
el diablo cuando uno menos
lo piensa! Cuando se cierra
una puerta otra se abre;
si no fuera mi experiencia...
Ten ánimo, hija. El demonio
de ese coronel, que llega
para trastornar mis planes
allá de un millón de leguas.
Cuántos se han ido y no han vuelto,
y él vuelve, maldito él sea.
LUISA.
Bien, mamá; por una parte,
si salimos bien de esta
trapisonda, al cabo, aunque
me case con un tronera,
no doy la mano a un emplasto
de viejo...
DOÑA PACA.
Calla, que llega
alguno.

 (Se acerca a la puerta y vuelve.) 

Es Eugenio; a tiempo
viene; Luisa, ten firmeza;
yo me voy; te dejo sola;
cuidado cómo la enredas.

 (Vase.)  



Escena VII

 

EUGENIO, LUISA.

 
EUGENIO.
Le mataron, estoy cierto;
murió, como si lo viera.
Luisita (y él no está aquí;
quedó el tío en la refriega),
señora, ¿está usted llorando?
No me da a mí menos pena;
mas no ha sido culpa mía;
yo bien quise... bien quisiera...
haberlo estorbado; él
se buscó el riesgo; me pesa
que le hayan muerto.
LUISA.
¡Eugenito!
¡Ay, cielos!
EUGENIO.
¿Y cuántos eran
los asesinos? Yo he visto
subir uno la escalera
con una cara de hereje...
Yo iba bajando de prisa,
di con él un tropezón
por mirarle, y con tal fuerza
me empujó, que a poco más
voy rodando hasta la puerta
de la calle.
LUISA.
¡Ay! Ese es
mi tirano.
EUGENIO.
Sí, pues buena
facha tiene el angelito.
¿Y ha visto usted la pelea?
¿Se ha defendido mi tío?
¿Le mataron sin defensa?
¿Dónde está su cuerpo, eh?
LUISA.
Mayor desgracia me espera,
¡ay!, Eugenio, si usted tiene
alma, honor, delicadeza,
socórrame usted, socorra
usted, ¡ay!, a una doncella
sin amparo, una mujer
infeliz, que a usted se entrega,
que no tiene más consuelo
que usted, y que le confiesa
a usted la triste pasión
que para aumentar su pena
ha tenido que guardar
en silencio...
EUGENIO.
¿Con que es cierta
la muerte de Barandilla?
Usted teme que le ofendan,
como ha muerto sin testar,
mis parientes; ¡suerte adversa!
No veo remedio ninguno.
Voy a pensar...

 (Se lleva la mano a la frente.) 

Piensa, piensa. ¿Y sobre qué he de pensar?

 (Dándose un golpe en la frente.)  

Métase usted en la bodega;
yo no encuentro otro recurso;
al sótano antes que vengan;
voy por las llaves, ¡Ambrosio!

 (Gritando.) 

Sí, Luisita, a la bodega.
LUISA.
Calle usted, por Dios, Eugenio;
lo que más nos interesa
es el silencio.
EUGENIO.
¿Y por qué?
LUISA.
Por Dios, Eugenito, atienda
usted a lo que yo digo;
no se aturda usted, si intenta
favorecerme.
EUGENIO.
Es preciso
gritar para que me entiendan;
perdone usted, siga usted;
¡que siempre a mi me suceda
lo que a ninguno en el mundo
le sucedió! ¡Qué tragedia!
LUISA.
Oigame usted.
EUGENIO.
Sí, ya oigo,
ya todo yo soy orejas.
LUISA.
Ya sabe usted que su tío
me ama, que con finezas
se ha esforzado a merecer
de mí igual correspondencia,
y que mi madre también...
EUGENIO.
(¿También ha muerto la vieja?
Me lo pensé.)
LUISA.
Sabe usted,
me quiere casar por fuerza
EUGENIO.
Yo creí que con mi tío,
y es con otro... otro que tenga
más... más...
LUISA.
Calle usted
le contaré mis tristezas.
EUGENIO.
Bien dicen que nunca sale
aquello que uno se piensa.
Conque... ¿otro?
LUISA.
No, Eugenio;
es con él con quien intentan
casarme, y preferiría
arrojarme de cabeza
a un pozo primero que
darle mi mano por fuerza.
Nunca, jamás, no; la llama
que en mi pecho se alienta
no es por él, Eugenio mío;
perdóname si yo ciega,

 (Se pone de rodillas.) 

puesta a tus pies, te declaro
mi pasión, pasión eterna
digna de ti y de mí misma
que todo mi pecho quema.
Sácame, Eugenio, de aquí;
condúceme adonde quieras;
mírame, Eugenio; tu Luisa
por su dicha te lo ruega.
¿Me amas, dí?
EUGENIO.
Ya me pensaba
yo que era así; la doncella
me lo dijo. Luisa mía,
levanta, y haz lo que quieras
de mí. (Será menester
ahora casarme con ella
para cumplir por mí tío
como ha muerto.) Sí, que venga
el cura, pronto, corriendo;
vamos, vamos a la iglesia.
Te quiero más...
LUISA.
Qué dichosa
soy al oír sus ternezas!
Otra vez vuelve a mi alma
la esperanza; sí, ya empieza
mi pecho a estar más tranquilo,
vamos, Eugenio, ¿qué esperas?
EUGENIO.
(Pues , señor, viva el ingenio.
Saqué bien las consecuencias.)
Yo no espero nada; vamos,
que pongan la carretela;
los lacayos, los cocheros,
las criadas, las doncellas,
los mozos de cuadra, todos
es necesario que vengan.
Vamos, Luisa, ¿llamo?

 (Va a tocar la campanilla.) 

LUISA.
¡Eugenio!
Tú has perdido la cabeza;
tranquilízate; ¿te olvidas
de cómo estamos, no piensas
que será preciso que
nuestra boda sea secreta?
EUGENIO.
¡Ah! Sí ' es verdad, por el luto
del tío; las papeletas
de su entierro es lo primero
que hay que hacer.
LUISA.
¿Qué papeletas?
EUGENIO.
Y también las de tu madre.
LUISA.
¿Te burlas? (¡Ay, qué cheveta!
Si éste nos ha de valer,
soy perdida.) ¿Me desprecias?
EUGENIO.
¡Despreciarte, Luisa mía!
No; sino pienso en las reglas
que viviendo en sociedad
manda guardar la etiqueta;
ahora esta casa es mía,
y yo soy quien manda en ella
desde la muerte...
LUISA.
¿Qué muerte?
EUGENIO.
La de mi tío, ¡friolera!
LUISA.
Pues si no ha muerto tu tío.
EUGENIO.
¿Cómo que no? ¿Pues tú misma
no me has dicho que murió?
LUISA.
¿Yo?
EUGENIO.
Y tu madre,
LUISA.
¡Qué cabeza!
Si no es eso, Eugenio mío.
¿Cómo juzgas que quisieran
unirme a tu tío entonces?
¿Si mi madre no viviera,
quién había?...
EUGENIO.
¿Conque vive
y es sólo que te chanceas
por divertirte conmigo?
¿Y luego, cuál es la pena
que tanto te aflige?
LUISA.
Conque
¿no entendiste?
EUGENIO.
Ni una letra.
LUISA.
Tú no me quieres, Eugenio.
EUGENIO.
Conque, ¿no ha habido pelea,
y el tío vive?
LUISA.
Ese es
el mayor mal que me aqueja.
EUGENIO.
Su vida o su muerte, ¿cuál?
Vaya, díme lo que sientes;
explícate de una vez.
LUISA.
Eugenio, lo que desea
tu Luisa en tanta desdicha
es que a sacarla te ofrezcas
de aquí ahora, y más que luego
suceda lo que suceda.
¿Te decides?
EUGENIO.
¿A sacarte?
Vaya, bien, eso no cuesta
mucho trabajo; ya caigo,
el tío salió, y tú intentas
saber lo que ha sido de él.
LUISA.

 (Irritada.) 

No. ¡Jesús y qué tontera!
Quiero casarme contigo
y no con tu tío.
EUGENIO.
Dijeras
eso mismo hace una hora,
y al momento te entendiera.
Vaya, vamos.
LUISA.
Es preciso
que aquí ninguno me vea
salir contigo de casa,
y que busques la manera
de disfrazarme.
EUGENIO.
¿Un disfraz?
Bien pensado; pronto, ¡ea!,
ponte mi frac, mi sombrero,

 (Se quita el frac y el sombrero y se lo pone a LUISA.) 

que voy a salir afuera
a quitarme el pantalón,
me voy a quedar en piernas;
no importa, tú eres primero;
es menester que te vengas
conmigo; yo con la capa
me embozaré; es cosa hecha...
LUISA.
¡Ay, Eugenio! Ven, despacha.
EUGENIO.
¿Qué me despache?
DON MARTÍN.

 (Desde fuera.) 

Esas velas,
que no se las coma el gato;
hoy quiero yo ver la cuenta.
LUISA.
¡Ay, que viene don Martín!Eugenio, escóndete, vuela.
 

(EUGENIO, sin frac ni sombrero, huye por un lado y por otro sin saber adónde ir, y tropieza contra una mesa. LUISA le pone el sombrero, le echa la casaca encima y le mete dentro de la alcoba.)

 
EUGENIO.
Ya está aquí; ya me cogió;
tropecé, malditas mesas.
LUISA.
Aquí; toma esa casaca;
escóndete aquí y espera
ahí, detrás de esas cortinas;
cuidado cómo resuellas.


Escena VIII

 

EUGENIO, LUISA, DOÑA PACA (Entra por donde EUGENIO va a esconderse.)

 
EUGENIO.
Me pisó...
DOÑA PACA.
Quítate de ahí,
Luisa, pon cara risueña,
que viene.


Escena IX

 

LUISA, EUGENIO, DOÑA PACA, DON MARTÍN.

 
DON MARTÍN.
Señoras, vuelvo.
LAS DOS.
¡Ay!, que sea enhorabuena.
DOÑA PACA.
¿Salió usted bien? Y don Carlos
¿ha quedado en la palestra?
¿Ha quedado usted en paz?
LUISA.
¡Ay, mí don Martín, qué pena!
EUGENIO.

 (Sacando la cabeza.) 

Le ha llamado su Martín!
¡Está loca!
DOÑA PACA.
¡Si supiera
usted cuánto me costó
contener a Luisa! Apenas
entró el moro, que venía
de parte del buena pieza
de don Carlos...
DON MARTÍN.
Doña Paca,
don Carlos en la contienda
se ha portado como hombre;
yo le paré la primera
estocada; me repuse,
y respondiéndole en tercia
le desarmé; es todo un hombre;
yo le estimo, y él me aprecia;
me debe la vida.
DOÑA PACA.
¿Y qué
dijo el moro?
DON MARTÍN.
Mi destreza
y mi calma me valieron.
LUISA.
¿Y el moro?
DON MARTÍN.
¿Moro?
DOÑA PACA.
Esa fiera
que usted, recelaba tanto,
que me tiene casi vuelta
la cabeza.
DON MARTÍN.
¿El moro?
DOÑA PACA.
Sí.
Ese moro que amedrenta
con sólo verlo.
DON MARTÍN.
Señora,
usted pienso que está fuera
de su juicio; usted delira;
dale con el moro, y vuelta
con el moro; usted sin duda
no sabe lo que se pesca.
¿Qué moro ni qué ocho cuartos?
DOÑA PACA.
El moro de la pendencia.
LUISA.
El padrino de don Carlos.
DON MARTÍN.
¡Ah, el turco! Pues está buena
la equivocación; el moro;
¿quién diablos había, así, a tientas,
de atinar por ese nombre?
(Será menester a éstas
decirles que estaba el turco.)
Ya le dije buenas frescas;
le hice callar.
DOÑA PACA.
¿Con que estaba
allí ese turco? ¿Y qué señas
tiene, que dicen que asusta
con su cara y la presencia
que tiene de un tigre? ¡Ay, Dios!
Luisa y yo estábamos muertas.
DON MARTÍN.
Pues yo con mi sangre fría
le dije que se pusiera
en vez de don Carlos, y ese
de quien tantas cosas cuentan,
cuando me vio puesto en guardia,
calló y usó de prudencia.
DOÑA PACA.
¿Con que el turco estaba allí?
¿Lo ves, Luisa, cómo era
el turco? ¿Es alto?
DON MARTÍN.
Es un hombre
más largo que la Cuaresma;
la cara ancha, ojos grandes,
unos bigotes de media
vara, mirada de Herodes,
cejijunto, y unas fuerzas...
DOÑA PACA.
(Ese pícaro de Ambrosio...)
DON MARTÍN.
Como un jayán; con cualquiera
cuando va él por la calle
que le mira o le tropieza,
aunque le pida perdón
ya se sabe que la enreda;
pero conmigo, señora,
esos matones encuentran
la horma de su zapato;
ya me conocen; ¡me tiemblan!
DOÑA PACA.
Conque ¿tuvo miedo el turco?
LUISA.
(Ya respiro.) Martín mío,
por Dios, que no vuelva usted
a enredar otro conflicto;
tenga usted piedad de mí
si me tiene algún cariño.
DOÑA PACA.
De una viuda y de una huérfana;
sí, por Dios, don Martinito.
(No me paga Ambrosio el susto
aunque se volviera mico.)
¿Conque don Carlos y usted
han quedado tan amigos?
DON MARTÍN.
Eso es claro; mas que nunca
después de este desafío;
me debe la vida; pero,
señoras mías, es preciso
que esto quede entre nosotros
y que ni el más leve indicio
haya del lance; los hombres
se baten sin meter ruido;
el que va al campo es valiente,
y el vencedor y el vencido
quedan iguales; así,
lo que aquí a ustedes he dicho
sobre el combate es forzoso
no volver a repetirlo;
pudiera ofenderse Carlos,
no que a mí me importe un pito;
pero no es del vencedor
noble insultar al vencido.
¿Están ustedes? Conque,
silencio, yo lo suplico.
DOÑA PACA.
Por mí nada se sabrá.
LUISA.
Pues yo nunca a nadie digo
esta boca es mía.
DOÑA PACA.
Y yo
sé muy bien guardar sigilo.
(Voy a hablarle de Renzuelo.)
Bien lo decía mi marido,
que, a pesar de todo, nunca
guardó secreto conmigo.
DON MARTÍN.
¿Qué diría usted, doña Paca,
si estuviese don Juan vivo?
DOÑA PACA.
¡Ay, Jesús!... ¡Qué más quisiera
yo que saberlo de fijo!
Pero no se burle usted;
no vive, no; ¡pobrecito!
Está ya comiendo tierra,
y usted, don Martín, ha visto
mi fe de viuda; ¡infeliz!,
le perdió su genio vivo;
quien busca el peligro, ¡ay!,
muere al cabo en el peligro;
dicen verdad.
LUISA.
(¡Ay! ¡Él es!
¡Ay, mamá! )
DON MARTÍN.
(Será preciso
ir despacito, no sea
que las mate el regocijo.)
¿Y si yo dijera a ustedes
que hace poco que le ha visto
uno que ha vuelto de América,
que es amigo suyo y mío,
y que le ha dejado allí
bueno y sano, y con designio
de volverse por acá;
por fin que se halla aquí mismo,
que yo le he visto y le he hablado?
DOÑA PACA.
¡Don Martín! ¡Juan está vivo!
(No hay duda, Luisa, aquí está.)
¿De veras?
LUISA.
¿De positivo?
DOÑA PACA.
¡Bendito Dios! Conque, ¿fue
mentira lo que se dijo?
Ya tienes padre, hija mía.
¿Pero cómo? ¡Qué delirio!
¡Ay, don Martín, de mi alma!
No puede ser: ¿mi Juan vivo?
¿Pues no murió en el Callao?
¿No lo dijo así aquel chico
alférez que al lado suyo
le vio caer? ¿No han venido
cartas que nos lo afirmaban?
¿Y, en fin, hasta el cura mismo
que me dio la fe de viuda?
¿Y ahora está Renzuelo vivo?
(Vete, Luisa; busca a Eugenio.)
DON MARTÍN.
Pues ahora yo le afirmo
a usted que vive don Juan.
(Ya es necesario decirlo
todo.)
DOÑA PACA.

 (A LUISA.) 

(Salte y que te lleve
adonde pueda ahora mismo.)
LUISA.
¡Ay! Mamá, ¿será verdad?
DON MARTÍN.
Y está aquí en Madrid, y ha sido
el que en esta jaranilla
me ha servido de padrino,
DOÑA PACA.
¿Y fue aquel que usted creyó
que era el turco?
DON MARTÍN.
Pues el mismo.
DOÑA PACA.

 (A LUISA.) 

(Vete, Luisa.)

 (LUISA se echa a llorar.) 

¡Cómo llora,
la pobre de regocijo!
(Me lleva el demonio, vete.)
DON MARTÍN.
Y ahora ya con su permiso
me casaré con mi Luisa.
Vamos, ya papá está vivo.
No llore usted; ese llanto

 (Tomándole las manos a LUISA.) 

yo lo enjugaré, ángel mío;
y no pasa de mañana,
mañana, sí, verifico
mi casamiento.  (A DOÑA PACA.)  Esta noche
verá usted a su marido.
DOÑA PACA.

 (Con sobresalto.) 

¿Y si él me desprecia y no
quiere hacer la paz conmigo?
DON MARTÍN.
Eso queda de mi cuenta;
yo ya sé cómo avenirlo
a todo.
DOÑA PACA.
No vuelvo en mí...
¿Quién dijera?
DON MARTÍN.

 (A LUISA.) 

Vaya, un mimo
de usted pondrá todo en orden;
pero ¿por qué esos suspiros?
LUISA.
¡Ay! Calle usted, que no puedo
hablar; ¡siento un sudor frío!...
DON MARTÍN.
La sorpresa.
DOÑA PACA.
¿Y dónde está?
DON MARTÍN.
Yo voy a verle ahora mismo.
Está aquí en este café
del lado.
DOÑA PACA.
¡Oh, Dios! He sentido
la campanilla; él será.
DON MARTÍN.

 (Asomándose a la puerta.) 

Él es.
LUISA.

 (Corre precipitadamente a la alcoba.) 

¡Él es!
DOÑA PACA.
¡Qué martirio!
EUGENIO.

 (Abre la puerta y mira.) 

¡Qué bulla! ¿Qué es? ¡Aquí vienen!
Cierro, que me mira el tío.

 (Cierra.) 

DON MARTÍN.
Huyan ustedes; escóndanse
ahí en la alcoba.
LUISA Y DOÑA PACA.

 (Empujando la puerta.) 

¡Eugenito!

 (DOÑA PACA y LUISA gritan y huyen por la puerta del fondo.) 

DON MARTÍN.

 (Volviendo.) 

Que viene.


Escena X

 

DON MARTÍN, EL CORONEL.

 
DON MARTÍN.
Le cuento todo,
y así me caso tranquilo.

 (Entra EL CORONEL.) 

CORONEL.
Hombre, te marchaste tú;
don Carlos fue por la capa;
me dejasteis hecho un zote
y así, me he vuelto a tu casa.
Noto que estás pensativo;
¿qué haces ahí hecho una estatua?
DON MARTÍN.
Tú, Juan, eres hombre honrado;
debes perdonar las faltas
a quien las tuyas perdona;
por ley divina y humana
estás obligado a eso.
CORONEL.
¿De cuándo acá, Martín, hablas
corno padre de misión?
Explícate, pues. ¿Qué faltas
son esas? A nadie debo;
ninguno me debe nada;
ni ofendido ni ofensor,
espero tomar venganza;
sin parientes en el mundo,
ni me ríen, ni me ladran.
Con que un hombre como yo,
solo...
DON MARTÍN.
Mide tus palabras,
que tal vez te está escuchando
quien pudiera contrariarlas.
CORONEL.
¿A que eres tú, Barandilla?
Pues mira, están perdonadas,
y ahorrémonos el trabajo
de decirlas y escucharlas.
DON MARTÍN.
Tú nunca me has ofendido
más que en algunas palabras,
como...
CORONEL.
¿Y a quién con las obras?
DON MARTÍN.
A gentes más allegadas;
examina bien, Renzuelo,
toda tu vida pasada,
y mide con juicio recto
las relaciones que te atan
a la sociedad; entonces
socorre con mano franca
los seres a quien privaste
del fruto que les tocaba.
Piensa, Juan, piensa en los tiempos
de tus mil calaveradas,
que la mancha de tu vida
ahora puedes borrarla,
y probarás las dulzuras
que te tengo reservadas.
Mira, Juan, que no es a mí
a quien debes y no pagas.
CORONEL.
¿Pues a quién demonios debo?
¡Qué seres ni calabazas!
¿Ni qué examen de conciencia
para encontrar una mancha?
¿Qué relaciones son esas,
ni qué mil calaveradas?
Revienta.
DON MARTÍN.
Tú ya me entiendes;
pero eres terco, y te aguantas.
CORONEL.
Perdemos las amistades
si no te explicas.
DON MARTÍN.
Pensaba,
mi querido Juan Renzuelo,
merecerte más confianza.
Antes que te las presente
prométeme perdonarlas.
CORONEL.
Martín, ¿qué misterio es éste?
Repito están perdonadas.
DON MARTÍN.
Yo pensaba sorprenderte
con mi nueva desposada,
para que el gozo del día
te hiciese olvidar la causa
que te obligó, con razón
o sin ella, a abandonarlas;
pero viendo es imposible
que en silencio se efectuara
este plan...
CORONEL.
O tú hablas griego
o estoy, Barandilla, en Babia.
Hombre, ¿por qué me enjaretas
esa relación tan larga,
sin pies ni cabeza, pero
que a mi ver nunca la acabas?
DON MARTÍN.
Juan, extraño la frescura
con que mientes en mis barbas.
CORONEL.
Martín, ¡vive Dios!, te mato
o me dices de quién hablas.
DON MARTÍN.
¿Las perdonas?
CORONEL.
Voto a sanes;
digo que están perdonadas.
DON MARTÍN.
¿Me das una?
CORONEL.
Y también dos.
DON MARTÍN.
¿Perdonas a doña Paca?
CORONEL.
Pues haz cuenta, Barandilla,
que hasta ahora no has dicho nada.
DON MARTÍN.
¿Cómo que no? Tu mujer
y tu hija desdichada,
las dos, a no ser por mí,
ya estuvieran enterradas.
Pero si las niegas, Juan,
si tienes tales entrañas
que niegas a una hija tuya...
CORONEL.
Cuidado que estás machaca
¡Qué hija ni qué demonio!
DON MARTÍN.
Hasta a las fieras ablanda
el llanto de sus cachorros;
¿será tan dura tu alma
que al llanto de la inocencia
se cierre, y en la desgracia
mires tu esposa y tu hija
sin querer, no ya auxiliarlas,
siquiera reconocerlas?
CORONEL.
¿Tienes mi familia en casa?
(Está loco, y su manía
será preciso aguantarla.)
DON MARTÍN.
¡Hola! Conque, ¿ya confiesas?
Aquí están.
CORONEL.
¡Quiero abrazarlas!
DON MARTÍN.
Yo lo más que puedo hacer
es ayudarte a buscarlas.

 (Va hacia la alcoba y abre.) 

¡Canario! ¿Dónde se han ido?
CORONEL.
Martín, ya basta de chanza,
que yo no tengo mujer.
DON MARTÍN.
¿Ya vuelves a las andadas?
¡Renzuelo!(Voy al retrete
que allí están, y me olvidaba.)

 (Vuelve a la alcoba y supone que detiene a DOÑA PACA, que iba a escapar.)  

CORONEL.
Vaya, no hay duda, está loco.
DON MARTÍN.

 (Dentro.) 

¿Dónde va usted, doña Paca?
Ya el hombre está arrepentido:
vamos a abrazarle.
CORONEL.
¡Calla!
DON MARTÍN.
No se me resista usted,
doña Paca; vamos, vaya.
¿Lo ve usted, buena señora?
Más blando está que una malva.
Yo y mi madre te pedimos,

 (Se arrodillan delante del CORONEL.) 

rendidos aquí a tus plantas,
que la perdones, y que
me des tu bendición santa
para casarme con Luisa.
CORONEL.
¡Mi bendición! Pues tomadla,
caballero, yo os la otorgo.
DON MARTÍN.

 (Tirándole de la mano a la vieja.) 

Hínquese usted, doña Paca.
CORONEL.
¿Y esta señora es mi esposa?
DON MARTÍN.

 (Levantándose.) 

¿Tendrás valor de negarla
como tal en su presencia?
CORONEL.
¿Y es con ésta con quien casas?
DON MARTÍN.
No te burles, Juan.
CORONEL.
¿Y usted
para engañar a este maula
se ha servido de mi nombre?
DON MARTÍN.
Háblele usted, doña Paca;
confúndale usted; ¿qué hace
usted, sin hablar palabra?
 

(En este momento entra EUGENIO, haciendo abrir de golpe la puerta que va a la escalera y corriendo precipitadamente.)

 


Escena XI

 

DON MARTÍN, EL CORONEL, DOÑA PACA, EUGENIO

 
EUGENIO.
Aquí está; caí en el lazo;

 (Va a huir por otro lado y tropieza con DON MARTÍN.) 

me persigue la desgracia.
DON MARTÍN.

 (Deteniéndole por el brazo.) 

¿Dónde vas, demonio, dí,
o te echo por la ventana?
DOÑA PACA.
(Los cogieron. ¡Ay mi Luisa!)
CORONEL.
Este ha salido por magia.
EUGENIO.
Suelte usted, suelte usted, tío;
¡ay!, ¡ay!, que he perdido el habla.
DON MARTÍN.
Maldito, dime, ¿en qué enredos,
en qué peloteras andas?
EUGENIO.
Yo no, por culpa de Luisa...
DON MARTÍN.
¡Qué Luisa ni qué azofaifas!
EUGENIO.
Sí, señor, por Luisa ha sido.
DOÑA PACA.
(¡Ay, hija mía de mi alma!
Este loco va a acabar
de perdernos.)
CORONEL.
¿En qué danzas
andas metido, Martín?
DON MARTÍN.
El demonio que las arma
con este maldito aquí.
 (A EUGENIO.) , Lucifer, ¿de quién hablas?
¿De qué Luisa?
EUGENIO.
De la hija
de... Yo, que me la llevaba
porque ella me dijo...
DON MARTÍN.
¡Infame!
Yo te he de romper el alma.
CORONEL.
Pero déjale que hable.
 

(Entra DON CARLOS con LUISA, toda demudada y contra su voluntad.)

 


Escena XII

 

DON MARTÍN, EL CORONEL, DOÑA PACA, EUGENIO, DON CARLOS, LUISA.

 
DON CARLOS.
Esta señorita estaba
en el portal con Eugenio;
que trataba de llevarla
a dar un paseo nocturno;
y Eugenio, como se espanta
de cualquier cosa...
DON MARTÍN.
¡Tunante!
EUGENIO.
Señores... yo...
CORONEL.
Martín, basta;
deja al señor proseguir.
(¡Madre e hija, par de maulas
más completo!)
DON CARLOS.
Pues prosigo.
Dejó Eugenito a su dama,
se aturdió y echó a correr;
yo, viendo a Luisa asustada,
la he hecho volver, aunque creo
que esta vuelta no la agrada.
DON MARTÍN.

 (Volviéndose a DOÑA PACA.) 

¿Y qué quiere decir esto,
doña Paca o doña diabla?
DOÑA PACA.

 (Con enfado.) 

Yo no sé.
EUGENIO.

 (Muy desesperado y meneando la cabeza.) 

¡Por vida de...!
DON MARTÍN.
Explíquese usted. ¡Caramba!
DOÑA PACA.
Ambrosio tiene la culpa,
y para hacer cuentas claras,
quiere decir que yo soy
una mujer desgraciada.
DON MARTÍN.
¿Pero es éste su marido?...
CORONEL.
¿Qué marido? Martín, calla;
estas señoras querían
ver el fondo de tus arcas,
y se han engañado bien.
DON CARLOS.
Sucedió lo que pensaba.
EUGENIO.
¡Por vida de...!
LUISA.
¡Madre mía!
DOÑA PACA.
Ya no hay más que pecho al agua.
DON MARTÍN.
Si no pierdo la cabeza...
Ese Ambrosio, ese canalla,
¿dónde está, que es el autor
sin duda de estas patrañas?
¡Ambrosio, Ambrosio! ¿No oyes?
CORONEL.
Déjate un momento, aguarda,
que voy a buscarle yo.

 (Vase.) 

DON MARTÍN.
¡Jesús, Jesús, qué jarana!
¿Pero a dónde iba usted, Luisa?
LUISA.
Perdone usted...

 (Yéndose a poner de rodillas.) 

DOÑA PACA.

 (Deteniéndola.) 

Hija, calla;
vamos de aquí, ven conmigo.

 (Con ironía y descoco.) 

Señor don Martín, mil gracias.


Escena XIII

 

DON MARTÍN, EL CORONEL (trae cogido de una oreja a AMBROSIO.), DOÑA PACA, EUGENIO, DON CARLOS, LUISA, AMBROSIO.

 
CORONEL.
¡Galopín!
DON MARTÍN.
Pícaro, díme...
DON CARLOS.
Veamos esta maraña
hasta dónde va a parar.
DON MARTÍN.
¿Dí?...
CORONEL.
Desembrolla esta trama:
dí, ¿quién son estas mujeres?
AMBROSIO.
(Me perdió mi confianza;
cuando ya me iba a escapar
me echaron el guante.)
DON MARTÍN.
Habla.
CORONEL.
Y si no, te doy tormento.
AMBROSIO.
Son madre e hija; dos damas...
DON MARTÍN.
Sigue, pillo; dí quién son,
o te hago echar a las armas.
AMBROSIO.
Son hija y mujer de un hombre
que sirvió a un Grande de España,
y se llamaba Renzuelo
como este señor se llama.
DON MARTÍN.
¡Qué horror! ¡Qué vergüenza, eh?
Fuera al punto de mi casa.
¿Qué dirán de mí en Madrid?
Mañana me escapo a Francia.
LUISA.
¡Ay! ¡Perdón!
DOÑA PACA.
Fuera, sí, vamos;
repito que muchas gracias.

 (Hace ademán de irse, y DON MARTÍN la agarra fuertemente de un brazo para detenerla.) 

DON MARTÍN.
Aquí, bruja, vieja infame,
que te vas con las alhajas.
CORONEL.
Déjalas ir.
DON MARTÍN.
Me costaron...
CORONEL.
Déjalas ya que se vayan.

 (Vanse.) 

AMBROSIO.
Yo, señor, pido perdón
a vuecencia de mis faltas.
EUGENIO.
¡Por vida de!... Me atraparon.
¡He perdido una muchacha!
DON CARLOS.
¿Lo ves, Martín, cómo tuvo
el fin que yo te anunciaba?
CORONEL.
Barandilla, ten presente
esta lección, aunque amarga.
«Viejo que casa con niña
o lleva víctima, o maula.»




 
 
FIN