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«Noli me tangere»: María Clara o la imposibilidad de construir una nación filipina

María Lourdes Casas





-Suéltame, que aún no estoy arriba con el Padre. Anda, ve a decirles a mis hermanos: «Subo a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios». Fue María y anunció a los discípulos:

-He visto al Señor y me ha dicho esto y esto.


(Juan 20, 17-18)                


Me parecía que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi patria, hermosa, sencilla, amable, candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une a las grandes virtudes de la madre España las bellas cualidades de un pueblo joven, como se unen en todo tu ser todo lo hermoso y bello que adornan ambas razas, y por eso tu amor y el que profeso a mi patria se funden en uno sólo...


(Noli, 87)                


Una ojeada a la lista compilada por el MLA resulta reveladora: el nacionalismo está de moda. Pese a que tal discusión teórica no es nueva, sí se puede apreciar una intensificación de la investigación en la última década del milenio. Baste mencionar como punto de partida teórico los estudios clásicos de Anderson, Gellner, Hobsbawn o Smith. El núcleo teórico de dichos autores es la comprensión de la nación como una entidad comunitaria «inventada» o «imaginada», a la que se le adereza con una serie de argumentos seudorracionales y en apariencia objetivos, tales como raza, historia, y religión, que apuntalan físicamente una entelequia como mucho afectiva, que reside en la voluntad de aquellos sujetos a ella. Todos estos conceptos teóricos son ambiguos, muy abstractos y muchas veces han dado lugar a malas interpretaciones en la práctica. Así, casi cada día leemos u oímos a través de los medios de información las atrocidades que se cometen en nombre de la nación y del deseo de independencia del opresor: la antigua Yugoslavia, Israel, Canadá, España (movimiento nacionalista catalán, gallego, vasco1), son países que han sufrido y sufren las consecuencias de estos movimientos radicales que se basan en la intransigencia y, en muchos casos, en conceptos racistas.

Tanto en el campo de la política, de la economía, de la historia, como de la literatura se vienen estudiando las manifestaciones de ciertos tipos de movimientos nacionalistas en las colonias con respecto a la metrópoli. Precisamente en la relación entre una colonia -Filipinas- y la metrópoli -España- en términos de creación de la nación de la primera a través de un texto literario, se concentran estas páginas. No cabe duda que el primer eslabón de la cadena de acontecimientos llamados a despertar la conciencia de los filipinos fue Rizal y su obra literaria y periodística; de manera especial hemos de considerar su novela Noli me tangere2 que fue erigida como símbolo y representación del espíritu nacional filipino, y ver en qué manera se imagina, o no, dicha «comunidad». Además de esta novela, nos ha resultado muy útil y reveladora una compilación de las cartas, Epistolario que el escritor filipino intercambió a lo largo de su vida con amigos y contemporáneos, publicada en tres tomos bajo la dirección de Teodoro M. Kalaw. Estas cartas constituyen por sí solas un documento excepcional sobre los avalares de su vida y su obra, y, curiosamente, no hemos encontrado hasta el momento ningún estudio detallado de las mismas.


Creación, publicación y acogida del Noli

Durante su estancia en España en el año 1886 Rizal concibió la idea de escribir un libro sobre las Filipinas y para ello propuso a sus amigos de la colonia filipina en Madrid que colaboraran en la empresa, exponiendo claramente lo que una y otra vez Rizal llamará a lo largo de su vida las «enfermedades» del país. La propuesta de Rizal era que cada uno de ellos escribiera un capítulo, sin embargo, a pesar de que en un primer momento todos sellaron el pacto, la empresa no se llevó a buen término -sin que sepamos cuáles fueron los motivos- y de ahí que Rizal decidiera escribir la obra por sí mismo en forma de novela (Bernad 55). Aproximadamente la mitad del Noli se redactó en España; la primera versión estuvo lista en Francia y se revisó y completó en Alemania. Dentro del proceso de creación de la obra es interesante el hecho de que Rizal escribió el Noli cuando llevaba cinco años fuera de Filipinas, es decir, la escritura estaba basada en el recuerdo de sus experiencias infantiles y juveniles, y por las informaciones que le llegaban a través de sus amigos, familia, ciertos periódicos... De la misma manera, el protagonista masculino de la novela, Crisóstomo Ibarra, tras una ausencia de siete años en los que ha viajado, vivido y educado en distintas ciudades europeas regresa a Filipinas, y después de varios días en la isla en determinados momentos duda de cuanto ve y ante el asombro que le producen ciertos aspectos de la vida de sus paisanos se pregunta si conoce realmente a la gente de su tierra natal, es decir, llega a sentirse extranjero en su propia patria: la educación, la cultura lo alejan de ellos. Finalizada la escritura del Noli comienza lo que sin duda podríamos calificar como la odisea para su publicación. De nuevo, el Epistolario nos da una abundantísima información y, aunque no es nuestro propósito hacer un análisis detallado, sí queremos llamar la atención sobre algunos aspectos que nos parecen relevantes para el propósito de este análisis. Para ello, sin ser exhaustivos, las cartas en las que se hace referencia explícita al Noli y que nos interesan pueden agruparse como sigue3:

  1. sobre las dificultades que encontró la obra
    • -económicas: tomo I, n. 109; tomo I, n. 110
    • -rechazo por parte de los lectores: tomo II, n. 174; tomo II, n. 175; tomo II, n. 347
  2. alabanzas: tomo I, n. 133; tomo I, n. 134; tomo I, n. 140; tomo II, n. 167; tomo II, n. 186
  3. las que tratan de dar una explicación al rechazo: tomo I, n. 136; tomo II, n. 177

Rizal tardó aproximadamente un año en conseguir que se publicaran los primeros ejemplares del Noli debido a cuestiones económicas ya que ni él ni sus mejores amigos contaban con el dinero que se les pedía. Poco a poco fue consiguiéndolo aquí y allá, y se fueron haciendo tiradas a veces simplemente de ocho o diez ejemplares; con el dinero recaudado se preparaban más ejemplares, etc. Tras estas primeras dificultades. Rizal sintió la desolación al ver el rechazo de la obra por parte de sus propios paisanos de la colonia filipina en Madrid en la que él había puesto tanta fe. No ocurrió así en la colonia de Barcelona donde se leía el Noli con avidez, se animaba a Rizal a seguir con su labor creativa y se le pedía constantemente que enviara más ejemplares. Así se expresa Rizal en una carta enviada a su amigo Ponce el 16 de junio de 1888:

[...] Mi vista, ahora, al buscar en Europa corazones amigos, se fija más en Barcelona que en otra parte. En Madrid, en donde yo contaba tantas amistades, entre los paisanos, fué donde mi obra no sólo no encontró apoyo, sino que ni pudo entrar, gracias al abandono y á la singular conducta de los demás, según el amigo, último parece que allá me queda...


(Tomo II, n. 174)                


¿Por qué Barcelona, «la capital industrial de España» como la llama más adelante en esta misma carta, sí conecta con la obra de Rizal y no Madrid? Quizás sea precisamente porque es realmente el centro económico de España con todas las implicaciones que esto conlleva: más movimiento, más apertura y, en nuestra opinión, aún más importancia cobra el hecho de que en Barcelona ya se estaba dando un fuerte sentimiento nacionalista. El contacto de la colonia filipina en Barcelona con las ideas del movimiento nacionalista catalán debió alentar sin duda el espíritu de estos filipinos haciéndolos más permeables a las ideas del Noli. Junto con estos «patriotas», destacan las cartas en las que se alaba la obra de Rizal y en las que encontramos las primeras críticas «literarias» por parte de sus amigos y enemigos.

Una vez más el epistolario nos ofrece información relevante en este duro proceso de acogida del Noli. En una carta enviada a Rizal y fechada en mayo o junio de 1887 se lee:

[...] Aun no he podido [terminar de] leer su libro de V., estoy á la [mitad; sí] hubiera de referirle las admirables impresiones que he tenido durante su lectura, tendría que llenar muchos p[lie]gos; baste decirle que ha despertado gran entusiasmo en los pocos que han sabido entenderlo.


(Tomo I, n. 136; la cursiva es nuestra)                


Un año más tarde el propio Rizal le envía a su amigo Ponce una misiva en la cual alude al mismo problema de falta de entendimiento y además critica el desinterés de muchos que ni se han tomado la molestia de leer la obra y repiten como papagayos lo que oyen a su alrededor:

[...] El que juzguen mal mi obra después de haberla leído no me lastima ni me pone tan triste porque lo más que esto puede demostrar es que yo he escrito mal; pero el que lo juzguen mal y se hagan eco de otras versiones sin haberla leído me dice mucho, que muchos ladrillos son todavía barros y no se puede construir la casa.


(La cursiva es nuestra. Tomo II, n. 177)                


Ante esta falla de comunicación con sus lectores, Rizal se plantea la posibilidad de haber cometido un error en el método, es decir, de no haber utilizado el estilo apropiado, una especie de lengua franca, fácilmente comprensible por sus lectores. Junto a ello se trasluce en estas cartas la queja que se repite constantemente en el Noli y que constituye para Rizal una de esas «enfermedades» que están martirizando la patria, es decir, la falta de preparación de sus compatriotas para hallar la medicina curativa.

Dificultades, rechazo incluso por parte de los filipinos dentro y fuera de Filipinas, censuras... ¿dónde está el problema?, ¿por qué creó tanta polémica?, ¿fue simplemente el mordaz ataque a las entidades religiosas que dominaban y ahogaban las Filipinas?, ¿se reduce todo a una mala interpretación? En primer lugar, debemos recordar que la obra de Rizal no se reduce al Noli, sino que anteriormente a esta publicación Rizal ya se había destacado como poeta y como articulista. No podemos dejar de mencionar el hecho singular de que escribió su primer poema, por el que ganó un premio literario, cuando apenas tenía diez años de edad; este poema, «A mis compañeros de mi niñez», es una defensa de la lengua tagala y de la patria. Todo lo cual hace que ya antes de la publicación del Noli Rizal fuera considerado como persona non grata en muchos círculos y sus amigos, sobre todo de Manila, le escriben pidiéndole que no regrese y que si lo hace tome todas las precauciones posibles, incluso un tal Felipe Zamora le dice «No vuelva aquí sin cambiar de Nacionalidad» (Tomo I, n. 100) con fecha de mayo de 1886, es decir, un año antes de la publicación del Noli. De esta manera, se fue forjando una imagen (¿equívoca?) de Rizal como héroe nacional que, sin duda alguna, se elevó a la máxima potencia con su fusilamiento convirtiéndolo no sólo en un héroe sino también en mártir. La bibliografía que tenemos de Rizal insiste una y otra vez en este aspecto, unas veces de forma un tanto fanática (Magtanggul; África; López Rizal; Capino; Gagelonia), crítica otras veces (Caudet; Adib Majul; Rafael); sin embargo, notamos una carencia estudios de tipo literario que traten de combinar los entresijos de la novela con los planteamientos nacionalistas. Y sin embargo, como señala Doris Sommer, existe una notable coincidencia entre el establecimiento de naciones modernas y la proyección de una historia ideal a través de las novelas, y aun añade que quizás «the most stunning connection is the fact that authors of romance were also among the fathers of their countries, preparing national projects through prose fiction, and implementing foundational fictions through legislative or military campaigns» (Sommer 73). Apunta Sommer cómo a través de estas novelas los autores tratan de alguna forma de cubrir los vacíos epistemológicos que la historia deja abiertos para proyectar un futuro ideal. Así ocurre en obras que se han erigido como clásicas en muchos países de Hispanoamérica: Amalia en Argentina, Sab en Cuba, María en Colombia, Martín Rivas en Chile, Iracema en Brasil, Aves sin nido en Perú y Enriquillo en la República Dominicana (Sommer 76). Nuestra propuesta es que a pesar de estar separadas por el océano Pacífico, el Noli me tangere en Las Filipinas es perfectamente estudiable siguiendo las premisas aplicadas por Doris Sommer en Latinoamérica y ha de ser considerada dentro de la misma tradición novelística.




María Clara: el estado de la Patria

María Clara es el personaje femenino principal y, si bien es cierto que todos los personajes de la obra no tienen importancia en cuanto a seres individuales de carne y hueso sino como personajes tipo que representan las diferentes clases sociales y de poder que convivían en las Filipinas de la época colonial, María Clara adquiere un valor añadido en cuanto a que su preponderancia en la novela no destaca por representar a la mujer filipina de cierta clase social, sino porque simboliza el estado en que se encuentra la «nación» y la esperanza que puede modificar esa situación. En otras palabras, el personaje de María Clara ha de ser interpretado en dos niveles diferentes (Terrenal):

María Clara is, first, on the level of reality in the context of the story, the artistically evoked picture of the heroine of his novel, but on the level of the ideality or mythos which underlines the context of the entire dramatic work, she is at the same time the symbol of Rizal's fatherland (ibid.: 61)4. Similarly, Retana (138)5 considers the good and self-sacrificing María Clara the symbol of the Motherland. He believes that this passionate novel produces through the heroine a vision of Filipino life in all its aspects, but most especially in its politico-social aspects (ibid. 132).


(3)                


A pesar de que su aparición física en la obra no sea tan destacada como la de otros personajes, es preciso señalar que éstos se mueven y actúan en relación a lo que ella significa aunque ella no esté presente. En este juego de relaciones hay tres personajes que están especialmente ligados a la figura de María Clara: Crisóstomo Ibarra, el padre Dámaso y Elías, tal y como expone Terrenal. Este crítico establece el simbolismo de los lazos que unen a estos personajes en los siguientes términos: Padre Dámaso → catolicismo; Ibarra → educación y libertad; y Elías → el contacto con la masa rural y las minorías no cristianas (6-12), y concluye su artículo afirmando que el personaje de María Clara sigue vivo hasta nuestros días y continúa representando el auténtico sentido que ha de tomar el proyecto de la constitución de la nación filipina y para que los filipinos no olviden el sacrificio de Rizal y de otros tantos que padecieron por la patria (16-17).

Aceptamos la reiterada idea de que María Clara simboliza la nación filipina, ahora bien creemos que hay que matizar cuáles son los elementos que nos permiten hablar de «nación» y cómo funcionan cuando los aplicamos a las Filipinas de la época que rememora el Noli. Los pilares sobre los que se sustentan los movimientos nacionalistas son fundamentalmente tres: memoria de un pasado común, unos lazos lingüísticos y culturales, y la conciencia de afinidad entre los integrantes del grupo nacional (Fox 17). Estos son los elementos que necesitan aunarse para construir la nación, es decir, hasta que no se consigue la conjunción de estos tres procesos estaríamos en lo que bien podríamos denominar como estado pre-nacional. En otras palabras: grupo, lengua y costumbres/cultura. Ahora bien, si volvemos la vista a la nación que se nos presenta en el Noli, lamentablemente creemos que ninguno de estos tres factores está funcionando acorde a los proyectos nacionalistas teóricos. Así pues, las Filipinas de Rizal están aún lejos de constituir una nación, es más, están estancadas en ese estado que hemos denominado como pre-nación. En el Noli sobre los tres aspectos lo que más se enfatiza y critica es el hecho de que si nada funciona es porque no hay una conciencia de grupo, un grupo que sepa utilizar los otros dos valores en función de una conciencia nacional: existe una lengua (el tagalo6), existen unas costumbres y una cultura anterior al estado colonial, pero no existe el espíritu de grupo y, como veremos, parece que no va a existir, que es un deseo, una «historia ideal» (Sommer) que se ahoga en la novela. Pero, analicemos el personaje de María Clara a través de esa concepción «mítica» y su elaboración literaria a lo largo de la obra.

María Clara, como ya señalé más arriba, aparece en pocas ocasiones de forma física en la obra, aunque podríamos considerarla como un personaje omnipresente. Lo primero que se nos dice de ella es que su madre murió en el parto y que Fray Dámaso la llevó al bautismo; después sigue una descripción física, es hermosísima aunque con ciertos rasgos de europeización. Más adelante se la considera «ídolo de todos» y se la describe tal y como era contemplada durante las procesiones: pura, infantil y alegre. Inmediatamente después se anuncia el paso de niña a mujer (alrededor de los 13 años) y es entonces cuando se la encierra en un convento para «recibir la severa educación religiosa». En el capítulo VII («Idilio en la azotea») María Clara aparece elegantemente vestida y con un rosario como brazalete, acompañada de su tía en la iglesia. En este capítulo ocurre el reencuentro con Crisóstomo Ibarra, lo cual produce una gran ansiedad en la joven. Es aquí también cuando el capitán Tiago, su padre, decide que ya es tiempo de sacarla del beatario puesto que ya han transcurrido siete años y hay que borrar la palidez de su rostro. El primer encuentro con Ibarra se produce en la azotea de la casa del capitán Tiago donde hablan amorosamente al principio y después pasan a un episodio de preguntas, recriminaciones, celos, sobre todo por parte de María Clara hacia el joven ya que piensa que durante los años de ausencia se habrá olvidado de ella al conocer a otras mujeres. La salida del beatario disgusta al padre Dámaso. María Clara y su tía salen para el pueblo para que, según el capitán Tiago, María Clara recupere el color. Gran alegría en la gente del pueblo por su llegada y turbación en el padre Salví -quien siente una atracción sensual hacia ella-. Crisóstomo llega al pueblo, habla de nuevo con María Clara y le anuncia la preparación de una fiesta. Para la Fiesta se dirigen a un bosque y van en barcas. Aquí conoce María Clara al piloto, Elías. A petición de todos María Clara canta una canción, una canción triste que versa sobre la patria. Sufre un gran susto cuando Ibarra se lanza al agua para ayudar al piloto que lucha contra un caimán. Ya llevan varios días en el pueblo y se nos da otra descripción de María Clara, pero ahora totalmente distinta: el color ha vuelto a su rostro, el ánimo feliz e infantil que había perdido también. Es la admiración de todos y cuando algunas mujeres pasan a su lado dicen «¡Parece la Virgen!». Sin embargo, tiempo después al pasear por una calle del pueblo, se encuentra con un mendigo y con Sisa cuyas historias le causan una gran desazón y tristeza. Poco después se produce el accidente (intento de asesinato) de Crisóstomo Ibarra, primera vez que María Clara se desmaya. La siguiente vez que aparece en la novela es decisiva: Ibarra intenta matar al padre Dámaso, pero la mano de María Clara se lo impide. A partir de este momento en todas su apariciones está llorando, lánguida, sin fuerzas, desmayada, postrada en la cama. Acercándonos al final de la novela se produce el último encuentro entre María Clara y Crisóstomo de nuevo en una azotea. Otra vez se nos describe a María Clara: sin adornos, pura, virginal. Confesión dolorosa a Ibarra de todo lo ocurrido. Antes de despedirse de Ibarra y ante la pregunta que le hace éste sobre su casamiento con Linares, ella le responde que sólo ama una vez. Cuando María Clara lee en los periódicos que Crisóstomo ha muerto, decide no casarse, habla con el padre Dámaso -su padre genético- y le dice que quiere volver al convento para ser monja o morir. Finalmente se encierra en el convento y la novela termina con una escena de novela gótica, y se nos dice que nunca más se supo nada de María Clara.

Tras este esquemático recorrido podemos remarcar una serie de elementos curiosos:

a) María Clara ha estado «ausente» (encerrada) durante siete años. Este encierro significó dos cosas: por un lado, la pérdida de contacto con el mundo real e inmersión en el mundo de la religión; por otro lado, supuso la separación de Crisóstomo Ibarra. Más interesante aún es el hecho de que poco después de que María Clara fuera encerrada en el convento, don Rafael Ibarra -padre de Crisóstomo- decide sacrificar el amor por su hijo enviándolo a Europa a estudiar tratando de convencerle de que es lo mejor para él y para su patria. Entretanto, el padre de María y el de Crisóstomo conciertan el futuro matrimonio de sus hijos, lo que hace felices a ambos jóvenes. Lo que tenemos aquí podríamos esquematizarlo de la siguiente manera:

INFANCIA:María Clara—————Crisóstomo Ibarra
||
||
SIETE AÑOS DE SEPARACIÓN: María en el beatario (RELIGIÓN)Crisóstomo en Europa (EDUCACIÓN)
SIETE AÑOS DESPUÉS:María/RELIGIÓN—————Crisóstomo/EDUCACIÓN

Sintetizamos así una de las ideas fundamentales del pensamiento de Rizal no sólo en el Noli, sino en toda su producción. No podemos aceptar ciertas acusaciones que, por ejemplo en algunas de las cartas recogidas en el Epistolario, se hacen contra él como antirreligioso, nada más lejos de la realidad. Es cierto que en el Noli las entidades religiosas están mordazmente criticadas, pero cebándose esta crítica en unos representantes eclesiásticos con muy poca preparación cultural (Noli 51); y también cierto tipo de religión, la falsa, la exterior, pero no la religión interior ya que Rizal era consciente de que en Filipinas para salvar a la patria, para constituir una nación, era preciso mantener la religión (Bonoan). Incluso cuando se nos da la descripción del joven Ibarra, símbolo de la educación que ha de encaminar la patria, nos queda bien claro que en él ambos elementos están fusionados:

Su aventajada estatura, sus facciones, sus movimientos respiraban, no obstante, ese perfume de una sana juventud en que tanto el cuerpo como el alma se han cultivado a la par.


(Noli 52; cursiva nuestra)                


y, por supuesto, tampoco María Clara es una «india» analfabeta, aunque no ha visto mundo y su visión por tanto de la realidad está cercenada, lo cual Rizal trata de solucionar sacándola del beatario.

b) María Clara no llegó a conocer a su madre y casi al final de la obra descubrimos con ella que su verdadero padre no es capitán Tiago, sino el padre Dámaso. ¿Cómo hacer encajar esta revelación que nos convierte a María Clara en una mestiza con el simbolismo que venimos manteniendo de María Clara = Patria? Ya dijimos más arriba que para elevar a su justa medida la realidad del concepto de patria en Filipinas, Rizal considera indisoluble la alianza entre la religión y la cultura. Además, Rizal añade un aspecto más que de nuevo encontramos en toda su producción: la necesidad que tienen las Filipinas de la metrópoli; necesitan a España porque todavía la nación no está constituida, no tiene las bases necesarias para mantenerse sola y si se desliga totalmente de la metrópoli no va a poder desarrollarse ni alcanzar por sí misma el progreso. Así pues, no es tan descabellada la idea de convertir al padre Dámaso, cuyos valores simbólicos serían la religión y España, en el padre de María Clara = Patria. María Clara es el objeto de deseo del protagonista y ella es «that which he must possess in order to achieve harmony and legitimacy» (Sommer 85), y así lo manifiesta el protagonista masculino en su primer encuentro en solitario con María Clara:

Me parecía que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi patria, hermosa, sencilla, amable candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une a las grandes virtudes de la madre España las bellas cualidades de un pueblo joven, como se unen en todo tu ser todo lo humano y bello que adornan ambas razas, y por eso tu amor y el que profeso a mi patria se funden en uno solo.


(87. Las cursivas son nuestras)                


Efectivamente la visión que nos ofrece aquí Crisóstomo-Rizal es la idealización de la patria, es consciente de que no es una realidad y si no por qué decir «de ese hermoso país», «ese» cuando realmente debiera decir «este». En definitiva, María Clara se nos convierte de este modo en una hija adoptada (= la colonia) que se sacrificará por contentar a sus padres: la honra de su madre (= la tierra) y evitar el dolor de su padre adoptivo y la honra de su padre genético (= la metrópoli) (Fanón 490).

c) El personaje de María Clara va cambiado en consonancia con los acontecimientos de la historia, es decir, en relación con los éxitos y fracasos de Crisóstomo. Desde el momento en que María Clara y Crisóstomo se juntan de nuevo en un suelo común, comienza el viaje odiséico en busca de la configuración de la nación con el entrelazamiento de los elementos señalados en los puntos anteriores. Así, María Clara recién salida del beatario está pálida, sin fuerzas, llena de religión, pero sólo religión y eso no basta para enfrentarse al mundo, por eso flaquea:

sintió esa vaga melancolía que se apodera del alma cuando se deja para siempre el lugar en donde fuimos felices, pero otro pensamiento amortiguó ese dolor.


(84)                


La lectura rizalina que se nos ocurre es que había llegado el momento de abandonar el adormecimiento en que estaba sumida la patria en las exclusivas manos de la religión e impregnarse de otros valores, aun a riesgo de sufrir. Vencido el primer momento de debilidad, el personaje cada vez aparece más idealizado, todo es positivo, vital, virginal, como la auténtica hija de Filipinas con la que soñaba Ibarra en Europa. El propio narrador omnisciente nos enfatiza este hecho cuando ante el susto que se lleva la protagonista al sentir en peligro la vida de Crisóstomo en la lucha con el caimán añade a María Clara una característica que él atribuye exclusivamente a las mujeres filipinas:

[...] cayó otro cuerpo al agua; apenas tuvieron tiempo de ver que era Ibarra. María Clara no se desmayó porque las filipinas no saben aún desmayarse.


(195. La cursiva es nuestra)                


La felicidad de María Clara coincide con los éxitos de Crisóstomo, todos -excepto los curas- lo alaban, incluso los periódicos. El primer triunfo decisivo es el permiso para construir la escuela, base fundamental para desarrollar la cultura de un pueblo. Sólo en un momento antes de la fatal caída, se ve turbada la felicidad de María Clara. Recordemos que ha estado encerrada sin contacto alguno con el mundo, de ahí que en el primer paseo que da por el pueblo con sus amigas su inocencia y el mundo perfecto que la religión había creado en su mente chocaran con la cruda realidad: el pueblo, la gente desamparada que sufre en silencio (235). Sin embargo, no es hasta el intento de asesinato de Crisóstomo (cap. XXXII: La cabria) cuando asistimos al retroceso de María Clara: su primer desmayo (272); por tanto, ¿quiere esto decir que no es ya tan filipina como lo era antes según palabras del narrador de que «las filipinas no saben aún desmayarse»? Creemos que es a partir de aquí cuando el idealismo del comienzo empieza a derrumbarse, si bien la gota que colma el vaso será el enfrentamiento físico entre Dámaso y Crisóstomo que termina con las siguientes palabras del narrador:

Levantó el brazo; pero la joven, rápida como la luz, se puso en medio, y con sus delicadas manos detuvo el brazo vengador: era María Clara.


(288)                


Es quizás éste el momento más sobrecogedor de toda la novela ya que si lo interpretamos desde el punto de vista simbólico, vemos claramente que la «ilusión» del comienzo está ahora trastocada completamente:

Crisóstomo /CULTURA«el brazo vengador»
María Clara/PATRIAen medio... con sus delicadas manos
Padre Dámaso/RELIGIÓNque espera recibir el golpe

Es decir, lejos de aunarse los que Rizal consideraba pilares para la patria filipina, se enfrentan, se pierde toda racionalidad y compostura. La postura equilibrada y serena del hombre ilustrado que abogaba por el diálogo y no por la lucha -Crisóstomo Ibarra-, se ve minada. La religión se vuelve irrespetuosa y calumnia la memoria del padre muerto. Finalmente, en medio, delicada, la que va a recibir el golpe es María Clara -la patria-. Sin embargo, Rizal no permite que el hecho llegue a sus últimas consecuencias y hace que Ibarra/CULTURA avergonzado salga corriendo. A pesar de todo el error ya está cometido y a partir de este momento la novela avanza hacia la tragedia.

Paralelamente al desmoronamiento anímico de María Clara ante la vida real, observamos una vuelta progresiva a la religión que se acerca cada vez más a la situación de encierro del comienzo de la novela. Lo que al dejar el convento fue melancolía ahora se convierte en deseo de volver a ese lugar donde era feliz. Es sobre todo a partir del capítulo LVIV («Examen de conciencia») cuando aumentan las referencias a la palidez, debilidad, encierro, rezos y el volver una y otra vez a la imagen de la Virgen. La Virgen / madre biológica aparecen contrapuestas en estos momentos de desmoronamiento, tomando finalmente la Virgen el lugar que debería ocupar la madre biológica si viviera, tal y como aparece contrapuesto en estas dos citas:

María Clara había recaído momentos después de haberse confesado, y durante su delirio no pronunciaba más que el nombre de su madre, a quien ella no había conocido.


(351)                


María Clara movió la cabeza negativamente, cerró con llave la puerta de su alcoba y sin fuerzas se dejó caer en el suelo, al pie de una imagen, sollozando:

-¡Madre, madre, madre mía!

María Clara no se movió: un estertor se escapaba de su pecho [...] la joven continuaba aún inmóvil, iluminada por los rayos de la luna, al pie de la imagen de la madre de Jesús.


(462)                


No deja de parecemos extraño que en un momento de delirio se dirija a su madre, no como «madre» sino por su nombre. Sin embargo, en el segundo pasaje, cuando le dicen a María Clara que la van a casar con Linares, desesperada acude a la imagen de la Virgen con la que ha convivido desde que nació y sin dudar la llama «madre». De nuevo parece que la mano del narrador omnisciente nos envía un destello: hasta ahora siempre se nos hablaba de la Virgen, imágenes de la Virgen o simplemente «una imagen», sin embargo después de hacer que María Clara invoque a la Virgen llamándola «madre», nos aclara que la imagen es de «la madre de Jesús»; si volvemos por unos momentos al plano simbólico, la figura de Jesús representa al Hijo que sacrificó su vida por la salvación de los hombres de la misma manera que ahora, María Clara, hija de esa misma madre tiene que sacrificar su amor y su libertad por salvar la honra de sus padres y de la madre que nunca conoció.

Poco a poco María Clara entra en una fase terminal anunciada por unas palabras que emite su tía creyendo que la joven está durmiendo:

-¡Vamos, se ha dormido! -dijo la tía en voz alta- como es joven no tiene ningún cuidado, duerme como un cadáver.

Cuando todo estuvo en silencio, ella se levantó lentamente y paseó una mirada alrededor. Vio la azotea, los pequeños emparrados, bañados por la melancolía de la luna.

-¡Un tranquilo porvenir! ¡Dormir como un cadáver! -murmuró en voz baja y se dirigió a la azotea.

La ciudad dormía [...]. La joven levantó los ojos al cielo de una languidez de zafir; quitóse lentamente sus anillos, pendientes, agujas y peineta, colocándolos sobre el antepecho de la azotea y miró hacia el río.


(462)                


María Clara se ha convertido en un muerto viviente, un cadáver -que es lo que significa para ella el «porvenir tranquilo»- ya que ¿qué puede ser ese porvenir tranquilo sino el volver al beatario, el único lugar donde fue feliz? María Clara/la patria se rinde, se desmorona y vuelve al estado inicial, nada se ha avanzado desde el comienzo de la novela. Por última vez María Clara se presenta ante Crisóstomo y lo hace despojándose de todo adorno externo retornando a aquella imagen pura, virginal del comienzo y se confiesa ante él: ha sacrificado todo cuanto ella deseaba por el bienestar de sus padres. Finalmente volverá al convento.

d) La monja del hábito mojado y hecho jirones. Entramos en las últimas páginas de la novela. Al parecer han transcurrido varios meses y todo es desolación. Los personajes que han desempeñado un papel importante en la novela o han muerto (el filósofo Tasio, Elías, el padre Dámaso...) o han salido de las Filipinas (Crisóstomo que tiene que huir, el teniente que decide irse a la metrópoli...) o son muertos vivientes (el desolado capitán Tiago y la propia María Clara). Pero antes de dar fin a su obra, Rizal añade un suceso ultrarromántico: una noche de tormenta se ve a una monja, que el narrador no identifica pero que fácilmente reconocemos como la virginal María Clara, en la azotea del convento con los brazos suplicantes extendidos hacia el cielo. Por medio de varias interrogaciones retóricas el sagaz narrador se pregunta quién será la virgen, la esposa de Jesucristo que así se lamenta, si será que «¿habrá abandonado el Señor su templo en el convento y no escucha ya las plegarias?, ¿no dejarán tal vez sus bóvedas que la aspiración del alma suba hasta el trono del Misericordiosísimo?» (489). Las respuestas las obtenemos después cuando se nos explica que un representante de la autoridad, enterado de lo ocurrido durante la noche en la azotea, fue al convento para informarse y cómo apareció ante él una monja con el hábito mojado y hecho jirones que «pidió el amparo del hombre contra las violencias de la hipocresía delatando horrores» (489). Sin embargo, fue tomada por loca y permaneció encerrada en el convento. Tiempo después alguien más pensó de forma diferente en cuanto a lo que ocurrió y fue a buscar a esta monja, sin embargo «la abadesa no permitió que se visitase el claustro, invocando para ello el nombre de la religión y de los santos estatutos» (490). Como consecuencia nada más se supo del asunto «como tampoco de la infeliz María Clara» (490).

Una vez más hemos de acogernos al simbolismo del personaje de María Clara para interpretar estos pasajes finales. No cabe duda de que María Clara/Patria encerrada de nuevo en el convento no ha encontrado la felicidad que encontró en otro tiempo porque antes no conocía el mundo, era un Segismundo calderoniano; sin embargo, la segunda vez que se encierra su situación es diferente. Rizal no podía permitir que toda la labor de Ibarra, el sacrificio de Elías, etc., cayeran en la nada. La Patria se ha visto sacudida fuertemente, se ha lanzado una llamada, se ha sembrado la semilla de la que hablaba el filósofo Tasio, y, por eso, la Patria oprimida de nuevo por el aferrante yugo de la religión se ahoga (ni siquiera las plegarias pueden salir, al menos no las que ellos no quieren que salgan). El poder celestial le ha sido vedado. Cuando tiene la oportunidad de exponer sus quejas ante un igual, un paisano, lo único que recibe es el calificativo de loca -al igual que Rizal se verá abandonado por muchos de sus compatriotas- y es condenada a seguir encerrada. No deja de ser significativo el hecho de que en esta novela hay tres personajes que terminan con el sambenito de «locos»; el poeta7, el filósofo Tasio y, finalmente, María Clara. Esta demencia producto de defender la verdad tiene distintas consecuencias para cada uno: el poeta deja de escribir antes de que se le tache de loco; Tasio está feliz porque dice que como lo consideran un loco no dan importancia a sus palabras y así él puede decir lo que quiere; María Clara es encerrada.




Conclusiones

En esta interpretación del personaje femenino principal insistimos en que su ascensión y caída están marcadas por el ritmo de los acontecimientos de tipo socio-políticos que se derivan de los intentos de mejorar el país del joven ilustrado recién llegado de Europa. Dos son sobre todo los elementos que entran en conflicto: la idea de la EDUCACIÓN vs. REVOLUCIÓN. Si tratamos de marcar una línea de evolución cronológica de estas dos concepciones, obtendríamos un esquema así:

CULTURAREVOLUCIÓNCULTURAREVOLUCIÓNCULTURA
↑↓↑↓
revolucióncultura
hasta cap. XXXII XXXII-XLIVXLV-LX LIIILXIII
XXXIV (clímax)

La cultura va a venir de la mano de Ibarra -labor ya iniciada por su padre- para completar las necesidades de la patria que en estos momentos casi levita en manos de la religión. Los progresos del joven que se ven acompañados del despertar y recuperación de María Clara. En entonces cuando María Clara, es decir, la Patria tendría aunados todos los componentes por los que Rizal abogaba para conseguir hacer progresar las Filipinas: religión, cultura y España -simbolizada en el mestizaje de María Clara al ser hija de india y español-. Sin embargo, se produce el intento de asesinato de Ibarra (Cultura) y se le advierte que tiene ya enemigos en las altas y bajas esferas; hay una pequeña revuelta durante una obra de teatro, le piden a Ibarra que la detenga, pero está vencido, no sabe qué hacer y tiene que pedirle a Elías que se haga cargo. Es la primera vez que la CULTURA se ve incapacitada para actuar y después, cuando Ibarra trata de matar al padre Dámaso, toda la moderación que trata de imponer a través de la educación se convierte en barbarie. Como consecuencia de estos hechos María Clara se debilita y empieza su «enfermedad». El siguiente descenso se produce cuando Elías e Ibarra debaten sobre estos términos y tratan de llegar a un equilibrio que hasta cierto punto se consigue cuando Elías convence al jefe de los tulisanes para que espere a ver si Ibarra consigue triunfos sin usar la fuerza. Sin embargo, de nuevo todo fracasa y se trastocan las posiciones: el propio Ibarra, desolado, opta por la revolución y Elías es el que dice que medite lo que va a hacer pensando sobre todo en los que van a sufrir realmente las consecuencias: el pueblo llano. Finalmente, las ideas que Rizal nunca abandonó vuelven a aparecer cuando Elías antes de morir -ya Ibarra ha salido huyendo- le entrega el oro a Basilio y le dice «¡Estudia!», con lo cual prevalece la idea de que es mejor la educación que la fuerza bruta. En esta novela el final deseado, la unión de los protagonistas, no se produce dado que los obstáculos sociales no han sido superados y por ello, termina en tragedia al igual que ocurría en obras como Sab, María y Aves sin nido (Sommer 82).

Tenemos así una estructura circular: la esperanza en la cultura arranca la novela, se pierde después, pero se recupera al final como un grito desesperado. Esta circularidad aparece también marcada por otros hechos: a) la fiesta: la obra comienza con una fiesta que da el capitán Tiago en honor de Ibarra y que además constituye la liberación de María Clara del beatario. Acercándonos al final de la obra Tiago organiza otra fiesta esta vez para celebrar el futuro casamiento de María Clara con Linares, lo cual no deja de simbolizar el encierro que más adelante se producirá; b) el encierro en una entidad religiosa: María Clara comienza en el beatario y termina fatalmente encerrada en un convento para siempre; c) la azotea: la primera conversación entre Crisóstomo Ibarra y María Clara se produce en la azotea de la casa de Tiazo y simboliza el reencuentro, y la última vez que se ven también es en una azotea y esta vez para despedirse para siempre. Todas estas coincidencias que apoyan la idea de circularidad nos hacen pensar que en realidad no se ha avanzado nada ya que volvemos una y otra vez al punto de arranque, lo cual nos parece que cuadra perfectamente con la tesis del pensamiento rizalino que queremos defender: desde el primer poema que escribió hasta su último escrito, Rizal insiste en el hecho de que lo que ahoga la patria no es en sí la intolerancia de las órdenes religiosas, sino la falta de unidad y preparación del pueblo filipino. El pueblo filipino, especialmente en la época que representa el Noli no tiene conciencia de nación, ni tiene la educación necesaria para nada, ni para elevar la cultura ni para la revolución ya que en ambas fracasa. Por eso, creemos que esta obra, como toda la obra rizalina, no debe leerse como incitadora a la revolución sino más bien como una advertencia. El propio Rizal en una de sus cartas a Del Pilar, fechada en enero de 1889, dice que escribió el Noli «para despertar los sentimientos de mis paisanos» (2: n. 218) y no a la revolución, aunque era consciente de que si no se daban las reformas desde arriba, vendría la revolución desde abajo (Caudet 597). Con todo, tampoco nos parece aceptable el negar rotundamente que Rizal optase en determinado momento por la salida revolucionaria (Caudet 597), puesto que él mismo en una carta a Ponce dice:

Lo principal que se debe exigir al filipino de nuestra generación no es ser literato, sino ser buen hombre, buen ciudadano que ayude con su cabeza, con su corazón y si acaso con sus brazos al progreso del país. Con la cabeza y con el corazón podemos y debemos trabajar siempre; con los brazos, cuando llegue el momento.


(2: n. 177)                


una vez más, vemos corroborado cómo el énfasis no es tanto la negativa a la revolución sino más bien al hecho de que aún no es el momento propicio. Nuestra tesis es que con el Noli, Rizal lo que pretende, además de denunciar magistralmente la pirámide social de las Filipinas de aquella época, es esencialmente denunciar la falta de preparación para todo de los filipinos y por eso dice que hasta que no se consiga la unión, la hermandad y la cultura no se puede modificar la estructura socio-política del país para constituir la verdadera nación filipina; y así como María Clara vuelve a estar encerrada en el convento, la Patria seguirá oprimida hasta el momento oportuno. De ahí, sin duda el título bíblico Noli me tangere (Bernad 55; Staley Johnson 155).

No nos cabe duda de que Rizal fue un hombre moderado en sus ideas, sin embargo creemos que su fusilamiento contribuyó a crear esa imagen de patriota-mártir-revolucionario que a modo de espejos valle-inclanescos han deformado el mensaje del escritor filipino.








Obras citadas

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