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Notas para la crítica del Nebrisense

Ignacio González Llubera





En la mayoría de los estudios consagrados a la historia del Humanismo en España, se echa de menos precisión en las conclusiones, consecuencia de una apreciación superficial de los hechos. Generalizaciones vagas y falsos paralelos llenan gran parte de dichos trabajos; y en particular, la conexión entre lo español y lo europeo en general, o no se establece, o se nos presenta de una manera confusa.

Los maestros de la crítica española de fines del siglo pasado, al tratar del Renacimiento en España, adoptaron un tono sistemáticamente panegirista: no olvidemos que su misión era rehabilitar el pasado español a los ojos de sus contemporáneos. En este sentido deben ser leídas en nuestros días muchas páginas, y algunas obras enteras, de Menéndez y Pelayo. En el maestro encontraremos siempre adivinaciones certeras y orientaciones seguras. Con todo, es evidente que al enfocar el problema del Renacimiento en España, y el del Humanismo en particular, no hemos de perpetuar aquella actitud, que no tiene ya ahora razón de ser. Y por lo mismo que tal es con frecuencia el caso, no creemos ocioso llamar hacia este punto la atención.

Los defectos de método a que aludimos deberían eliminarse de una vez. Su perpetuación implica una visión incompleta, y en ocasiones enteramente falsa, de la cultura española del siglo XVI. Hay que acabar de una vez con la noción que, consciente o inconscientemente, generalmente se adopta: la de suponer a España, durante aquel siglo máximo de su expansión, segregada, o poco menos, del resto de Europa. Al tratar del Humanismo, aun en la más insignificante de sus manifestaciones, dicha presuposición falsifica en su esencia el valor de los hechos estudiados.

El estudio del Renacimiento en España, en una palabra, debe emprenderse teniendo muy en cuenta su carácter internacional; debe ser considerado como una modalidad europea, más que como fenómeno indígena. No cabe situar a ninguna personalidad del Humanismo, si se parte, única o principalmente, del hecho de su nacionalidad; hay que relacionar en cada caso particular las ideas y la mentalidad del autor estudiado con las del Renacimiento en general. Se impone proceder de lo general a lo particular, y no viceversa.

El no haber tenido en cuenta el factor «europeo» en el caso español, ha dado lugar a errores críticos de primera magnitud; de ellos son ejemplo algunas verdades a medias que sobre Nebrija vienen perpetuándose en manuales de literatura.

Al tratar de la Gramática Castellana, de nuestro autor, se suele concluir, del hecho de haber sido esta obra la primera en su género impresa en Europa, que se trata primordialmente de una manifestación del sentimiento nacional español; se contrapone en este sentido Nebrija a Lorenzo Valla o a Erasmo. Nadie niega que el factor patriótico haya dejado de intervenir en una forma u otra en la publicación nebrisense; pero en cambio no se ha tomado en cuenta que la actitud humanista podría ser muy bien que la hubiese motivado, ya que la mentalidad renacentista no implica la postergación de las lenguas nacionales1.

La figura del Patriarca del humanismo español, en las múltiples manifestaciones de su actividad científica, ha sido muy imperfectamente apreciada. Cuantos de él se han ocupado, en vez de estudiar metódicamente su labor, se han contentado con repetir una letanía de epítetos encomiásticos, cuyo valor exacto en más de una ocasión sus panegiristas no han sospechado. Así se ha ido formando sobre la originalidad de nuestro autor una idea equivocada.

Es exacto que él fue el fundador de las enseñanzas de Humanidades en España; pero, además, suele presuponerse que gran parte de sus ideas filológicas eran producto de su mente. Si se hubiera tan sólo compulsado las Introductiones Latinae con los gramáticos a cada paso citados por Nebrija, se hubiera visto que la tradición de originalidad que a él ha ido constantemente vinculada, estriba en algo distinto de las ideas gramaticales por él propagadas.

Un ejemplo de los errores a que este apriorismo apologético ha conducido, es el siguiente:

Sostiene Nebrija en su Repetitio Secunda (por él leída en Salamanca en 1486, y con posterioridad varias veces publicada), que la lengua latina posee dos sonidos vocales que carecen de representación gráfica adecuada: una que suena entre e, i; y otra, entre i, u2. Nebrija no pretende ser el descubridor de semejante hecho: su aserto se basa en un texto de Quintiliano, y otro del gramático Diomedes, en los cuales se afirma la existencia, en el latín de su época, de una vocal intermedia entre i, u. Además, la serie de autoridades que Nebrija alega inmediatamente para probar el carácter vago de la i final, se hallan también en Tortelio Aretino al tratar de semejante cuestión en su De Orthographia (1471). Lo mismo cabría, tal vez, decir de otras tesis nebrisenses respecto de la pronunciación del latín, expuestas en la «repetición» que nos ocupa, en el folleto De Vi ac Potestate litterarum (1503), en De litteris Hebraicis (1504), y en otras obras. ¿Y si todo ello no fuese más que un eco de las enseñanzas que recibiera en Bolonia? Hubiese valido la pena de investigarlo antes de afirmar que el sistema de pronunciación del latín preconizado por Nebrija es original.3

En un problema de la índole del que nos ocupa se imponía, pues, además de tener en cuenta que el sistema gramatical nebrisense es el de los gramáticos latinos de la decadencia (universalmente conocidos durante la Edad Media, como todo el mundo sabe); estudiar a los grandes tratadistas italianos, contemporáneos de Nebrija; y sobre todo, investigar sus siete años de estudios en Italia.

Nebrija ocupa un lugar preeminente en la historia del Renacimiento español; pero no es atribuyéndole la originalidad material de cuanto escribió, como llegaremos a glorificarle dignamente. Semejante procedimiento sería contraproducente. Su timbre de gloria está en haber traído a España algo que fuera constituía un progreso intelectual, y el valor intrínseco de su obra ha de hallarse en las normas directivas que la inspiraban: normas directivas que son las del humanismo italiano.

Al estudiar a Nebrija habría, pues, que poner de relieve su actuación en la vida de España, como emisario de corrientes intelectuales. Es preciso relacionar su humanismo con el de Erasmo, Gaguin, y Budeo. No se ha dado la debida importancia, por ejemplo, al hecho de que mientras Nebrija fulmina contra la «barbaria» de la Universidad Salmanticense, Erasmo compone el Antibarbarorum Liber. El holandés y el español habían indudablemente bebido en la misma fuente: Valla4. Nos es imposible definir la significación de Nebrija desconociendo hasta qué punto asintió a la ideología del gran italiano. Porque Nebrija, más que por sus obras impresas, influyó tal vez en España con sus actividades docentes.

Una vez metódicamente fijada la ideología nebrisense, habría que perseguirla en sus discípulos: no sólo en los gramáticos, sino también en historiadores como Florián de Ocampo. Por otra parte, debería estudiarse la trascendencia en España de ciertos hechos culturales relacionados con el humanismo, parangonándolos con los respectivos análogos, fuera de España. Así cabría relacionar el estado de Salamanca al profesar allí Nebrija (1475-87, 1504-13), con el de la Sorbona; la fundación de la Universidad de Alcalá con la del Colegio de Francia (1530); las normas propuestas al emprender la edición de la Biblia Complutense con las de los exégetas contemporáneos en Inglaterra y Francia.

Tales son algunos de los muchos problemas que requieren investigarse antes de prodigar sobre Nebrija impertinentes epítetos. Entonces estaríamos en condiciones de precisar las palabras con que Menéndez y Pelayo habla de nuestro humanista en la Antología de Poetas Líricos, vol. 5. De ellas deberemos retener dos frases definitivas: la «poderosa virtud asimiladora», y «ardor propagandista». Estas dos virtudes eximias en aquellos años en que se fraguaba una nueva Europa constituyen la gloria, y explican en general la posición de Nebrija. Si él percibió y se asimiló la esencia de la ideología del Renacimiento; y si consagró su existencia a difundirla por tierras de España, su memoria queda con ello suficientemente exaltada.





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