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ArribaAbajoLección VI

Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

PRIMER PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD. Desarrollo filosófico.-1 y 2. Consideraciones generales.-3. Razón del método. Por qué prescindimos del mundo Oriental. Por qué comenzamos nuestro estudio por Grecia.-4. Primera manifestación de la filosofía griega. ESCUELA JÓNICA.-5. TALES DE MILETO. Su sistema. Análisis.-6. DIÓGENES DE APOLONIA. Amplía el sistema de Tales.-7. HERÁCLITO. Se fija en un principio moral.-8 y 9. ANAXÁGORAS. Su sistema. Fue el primero que reconoció y aplicó a la vida un principio inteligente.-10. PITÁGORAS. Análisis y exposición de su sistema.-11. SECTA DE LOS SOFISTAS. Sus doctrinas.-12. DEMÓCRITO, PROTÁGORAS, EPICURO.-13. En oposición a sus doctrinas viene la de Sócrates y Platón.

1. Sin embargo, que la antigüedad desconoció por completo y absolutamente los grandes principios de que nos hemos ocupado, ya lo hemos dicho y lo repetiremos aún, los vislumbró algunas veces, y algunas veces también los concibió, aunque imperfectamente. En efecto, en medio del materialismo horrible de aquellos tiempos, la noción moral, sobre todo, aparece errónea e incompleta, y en ocasiones contraria a la verdadera ley moral, pero no se había perdido absolutamente, ni faltaron inteligencias superiores que trataran de explicarla y distinguirla. Revélase con más o menos certidumbre en la vida de los hombres y de los pueblos como un sentimiento vago, como una idea remota, como un elemento de fuerza en el terreno del derecho, pero existe; y no podía ser de otra manera, allí donde el hombre como hombre nada era, donde el individuo y el espíritu y la personalidad desaparecen por completo absorbidos por el poder inmenso de aquel absurdo e inconsciente socialismo.

2. Desarrollemos las edades que pasaron, y veremos comprobados con hechos nuestros asertos; indudable cosa es que las civilizaciones orientales, si se exceptúa la del pueblo elegido por Dios como fiel depositario de la verdad y de la tradición, apenas si vislumbraron esas nociones. El genio griego adivinó un algo superior a la justicia y a la moralidad, sin por eso elevarse a las verdaderas nociones de moral y de justicia.

A poco que fijemos nuestra consideración y nuestros estudios en los variados sistemas fundados por la antigüedad para explicar esas nociones y fijar los principios en que radican, nos convenceremos se encierran en ellos casi todas las ideas que con más o menos científico aparato nos viene presentando la filosofía moderna: pero no como doctrina fija, no como principios de práctica aplicación, no como ideas que pudiesen marcarnos el camino de la verdad, del bien, de la ciencia, sino como destellos divinos de una inteligencia también divina llamados a sostener de cuando en cuando los pasos vacilantes de la humanidad, a iluminarla como lejano faro, para que no se mantuviese inactiva, a sostener su esperanza en medio de la lucha tremenda y encarnizada de la materia con el espíritu, a prepararle su espiritual y magnífica resurrección en el mundo moderno.

Por otra parte, los pensamientos, las ideas, los saberes de aquellos hombres han llegado hasta nosotros tan mutilados, tan incorrectos, tan inconexos y llenos de las tristes lagunas que los tiempos, los acontecimientos y la incuria de los hombres traen en pos de sí, que la mayor parte de las veces más bien que estudiar en sus obras tenemos que adivinar por sus fragmentos providencialmente arrancados al polvo de las edades.

3. Prescindimos en nuestro estudio de la civilización oriental, porque por más grande que ella fuera y por más digna que aparezca del concienzudo análisis del hombre de ciencia, está ya tan lejos de nosotros, que apenas si podemos sentir su influencia al través de los sistemas y de la ciencia griega, y fue tan eminentemente material y opuesta a la manera de ser del mundo occidental, que aun en los tiempos antiguos sólo puede considerarse como la primitiva y más tremenda manifestación de la materia ciega, dominando por la fuerza; pero no podemos prescindir de Grecia, tanto porque fue el crisol donde la ciencia occidental se elaboró para pasar después como elemento constitutivo de la civilización romana que aún pesa sobre el mundo moderno, cuanto porque resucitada más tarde, aun por los mismos padres de la Iglesia, es todavía elemento constitutivo de nuestra ciencia y de nuestros modernos conocimientos.

4. La primera aparición de la ciencia en Grecia, el primer intérprete de la necesidad siempre sentida por el hombre de buscar un algo superior, un quid divinum, que levantándolo sobre el mundo exterior y material que le rodea, le acerque a la verdad y le roture el camino que conduce a su fin, puede decirse que fue la escuela (secta en el lenguaje de los filósofos) JÓNICA. El pueblo griego había llegado tal vez a tocar los límites de su infancia, casi entraba ya en su edad viril, su civilización eminentemente material y egoísta había producido continuas luchas; sus dioses materiales también seguían su condición, y luchaban y disputaban entre sí como míseros mortales, como cuerpos sin alma, lanzados por la imaginación del hombre a los espacios del Olimpo.

5. TALES DE MILETO. En estos momentos, uno de los siete sabios del mundo helénico lanza el primer sistema filosófico; su genio, encadenado a aquel mundo, dominado por aquellas creencias, impregnado de aquellos elementos materiales, por muy grande que fuese no podía elevarse a demasiada altura; en sus especulaciones reconoce como principio dominante, tanto en la vida física como en la política, en la de la inteligencia y en la de la moral, la fuerza, y tiende sólo a proporcionar un nuevo y poderoso elemento de fuerza que diese poder y preponderancia a la Grecia sobre los demás pueblos. Le busca y cree hallarle en la asociación de todas las diversas nacionalidades que componían aquel mundo.

Presentía el filósofo la idea de la unidad como la base en donde más adelante pudiera cimentarse todo edificio de bien, de justicia y de ciencia, pero no concibió, no pudo concebir más que la unidad informe, material, realizada por la fuerza; así que, si bien adoptó como medio de llegar a ella la asociación, ni ésta debía cambiar en lo más mínimo la naturaleza y el carácter de los elementos componentes, ni pasaba de crear un cuerpo más fuerte, por más numeroso, y porque le unían intereses comunes. Grecia no comprendía aún ni la unidad material, sino en su faz primaria y más informe; así, pues, la variedad, la absurda variedad de la materia continúa sin que una sola fuerza del espíritu venga a darla el más mínimo elemento de unidad: la asociación por el sabio propuesta no era más que la unión de las fuerzas físicas para oponerse a la fuerza, para poder sostener la lucha eterna a que vivió entregada la antigüedad31.

6. Aparece DIÓGENES DE APOLONIA en pos de Tales, y ampliando y desenvolviendo la filosofía del maestro, pero sin salir del mundo externo y material, único teatro conocido de la escuela JÓNICA, no sólo acepta la necesidad del principio de asociación, sino que adivina un orden perfecto en la organización física y material del mundo, y por lo tanto una inteligencia que todo lo predispone para que ese orden perfecto no se altere; la idea de justicia consiste, pues, para el filósofo de Apolonia, en que ese orden físico exista, no dirigido por el hombre ni para el hombre, sino por un poder, por una fuerza que el sabio griego presiente, adivina, pero ni conoce ni menos puede definir: bástale con que el mundo físico se mueva ordenadamente, con que las fuerzas exteriores del hombre no perturben la unidad de ese movimiento, sino que, por el contrario, se asocien para sostenerlo y seguirlo para que obre justamente.

7. HERÁCLITO, aunque ocupándose principalmente de la naturaleza física, vislumbra la vida moral y le aplica los principios que aprendiera de Tales y de Diógenes. La lucha que el hombre sostenía constantemente con el mundo de la materia, la eterna guerra en que vivía con sus semejantes, al propio tiempo que la contrariedad y la oposición que observara en el mundo físico entre los distintos elementos componentes, lucha y oposición que ni podía explicar ni menos comprender cómo producían la unidad, le llevaron a admitir la contradicción como principio de armonía, mejor dicho, como la armonía misma.

Heráclito, pues, admite la oposición y la lucha en el mundo físico, como el origen y elemento productor de todas las cosas, y en el mundo moral la guerra como fuente de justicia, de bien y de verdad; todo luchaba a su alrededor, la naturaleza, el hombre, los dioses, y sin embargo, el mundo vivía; luego la guerra y la lucha eran, al propio tiempo que la armonía, el único elemento de orden y de unión entre las existencias, conociendo el mal sólo por sus efectos externos, y observando, que a pesar de su existencia el hombre vive y se desarrolla, lo acepta como un elemento necesario y productor del bien, mejor dicho, no comprende que entre el bien y el mal haya diferencia real. Claro es, pues, que el orden, la armonía, la unidad que Tales y Diógenes y Heráclito adivinaron, y de las que quisieron hacer los polos y puntos de apoyo de sus sistemas, no eran, no podían ser para ellos otra cosa que lo que eran las leyes físicas, esto es, leyes, principios, fatales e inconscientes. No les preocupa su origen ni tratan de averiguar si son superiores a la materia misma, porque tampoco comprenden que haya nada superior a la materia, puesto que todo lo que ven y conocen es la materia, diversa en la forma, pero para ellos una en la esencia32.

8. Los trabajos de los filósofos que nos han ocupado en los párrafos anteriores habían indudablemente producido bienes sin cuento, haciendo que el hombre se observase, observando al propio tiempo el mundo que les envolvía; la aspiración eterna que dirige al hombre hacia el origen de la existencia, condujo a Anaxágoras a buscar las ideas de moral, de justicia y de bien en un algo superior a la materia y a sus combinaciones, y de él puede decirse que arranca la noción de una inteligencia suprema que domina al mundo y da al hombre el bien y el mal según las leyes morales.

9. El gran mérito de ANAXÁGORAS consiste en que fue el primero que aplicó la idea de un principio inteligente y supremo a la vida inteligente, y por lo tanto, espiritual del hombre, atribuyendo el orden en el mundo, no a las combinaciones de la materia, no a la oposición y a la lucha por la materia sostenida, no a la necesidad, sino a la inteligencia, al espíritu33. El descubrimiento de esta gran verdad, que por sí sola había de cambiar la faz del mundo, le llevó por entonces a la concepción de una ley universal, que más tarde había de regir toda vida de relación.

10. El genio griego, dotado de una vitalidad inmensa, se desenvuelve con rapidez y con actividad sorprendentes; PITÁGORAS, dotado de una colosal inteligencia y de una instrucción admirables, arranca a la filosofía el ropaje puramente material con que la escuela Jónica la había abrigado para hacerla una ciencia moral y social al mismo tiempo, hasta donde esto era posible en aquellos tiempos y en aquellas civilizaciones. Es indudable que de todos los sistemas o sectas filosóficas de la antigua Grecia el más oscuro es el del filósofo que nos ocupa; hállanse en él mezclados la naturaleza y el espíritu y la religión; pero en medio de esta mezcla informe y mal definida, y en medio de la doble oscuridad que le presta por una parte esa misma confusión, y por otra lo incompleto de las nociones que de ella han podido llegar hasta nosotros, desfiguradas y mutiladas las más veces por sus discípulos, ello es lo cierto que las que poseemos bastan para comprender que partiendo de los principios iniciados por Anaxágoras, se elevó con más rápido y potente vuelo al conocimiento de Dios, y de él dedujo la armonía moral, la armonía universal del mundo y las nociones de bien y de justicia. Levantándose en alas de su genio y auxiliado por una intuición profunda, aplicó la ley de armonía a todo lo creado, y la naturaleza terrena y física, los astros, el ser sensible, el ser inteligente, todo, todo aparece a esa gran ley sometido y dirigido y gobernado por ella.

No le era dado, sin embargo, fijar el origen, el verdadero y santo origen de esa armonía que con tan sorprendentes caracteres se revela en todo cuanto existe, porque aunque se eleva a la idea de Dios como causa primaria y eficiente, el Dios pitagórico, como todos los de la antigüedad, es un Dios hombre y nada podía producir superior al hombre mismo, y a pesar de todo, como la inteligencia aun en medio de sus errores más groseros jamás pierde por completo la luz divina de la verdad, y dado un paso hacia esta le subsiguen otros y otros, una vez fijada la vista en Dios, una vez tomada la armonía como un grande elemento de la universal existencia, Pitágoras encuentra en el amor y en la igualdad nuevos principios científicos de adelanto moral. Su teoría de la amistad, que no es otra cosa que una revelación imperfecta del amor, que una religión grande, civilizadora, divina, había más tarde de convertir, santificándolo, en fuente inagotable de bien, fue el primer golpe asestado por la ciencia antigua al socialismo tremendo y al no menos tremendo materialismo de aquellas apartadas civilizaciones; sólo se comprendía en ellas que pudiesen existir lazos de unión entre hombres que habían nacido en una misma comarca, de una misma casta; todos los demás debían ser considerados como enemigos, y como tales aniquilados y destruídos; la amistad fue para la escuela pitagórica un lazo de unión universal y un elemento productor de la armonía moral, y no por el lazo del parentesco ni de la ciudad, sino por el de la virtud, debían unirse los hombres en el seno de aquella asociación religiosa, que forma el complemento de la doctrina pitagórica, puesto que, no las riquezas ni el poder ni los honores, sino las virtudes del alma deben ser el objeto predilecto de la actividad humana según la ley de Dios, que manda al hombre hacer siempre el bien, separarse del mal, no ya en las relaciones mutuas de hombre a hombre, sino hasta en la vida individual y aislada.

Era imposible que sentadas estas premisas no comprendiese el filósofo que la armonía era una palabra vana y que el amor y la amistad que tanto a ella contribuyen no podían existir sin que los sostuviera cierta igualdad entre los hombres, y a pesar de que esta noción, ni aun como noción esencial pudiera aplicarse al mundo antiguo, cuyo carácter distintivo, cuya vida era la desigualdad en todo, el filósofo adelantándose a su época aplicó este principio a la justicia haciéndola consistir en un trato igual a todos los hombres34.

11. Aunque mezquinos e insuficientes para producir el bien, las ideas y los principios proclamados por Anaxágoras y Pitágoras significan un progreso tan grande en la manera de ser del mundo antiguo, que éste no pudo resistir su empuje, y muy pronto y como reacción necesaria aparecen DEMÓCRITO, PROTÁGORAS, DE ABDERA, EPICURO y la SECTA DE LOS SOFISTAS, que prescinden de toda noción espiritual, niegan hasta la existencia de esa causa eficiente, presentida por la escuela Jónica y reconocida y precisada por Pitágoras para enseñar el materialismo como origen de donde todo emana, y para confundir la noción de bien y de justicia con la de fuerza material y ciega.

La definición del sabio, esto es, del hombre en su mayor grado de perfección, que da la secta, es la manifestación más clara del material egoísmo que forma la base de su doctrina, la paz del alma; y para realizarla deben romperse todos los lazos que nos unen a la existencia; conseguirlo es el fin supremo a que debe aspirar el sabio, pero como si no bastase con proclamar el placer como el supremo bien del hombre y buscarlo en esa paz destructora que constituye su sabio, se fijan en la marcha externa y material del mundo que ellos conocían, ven que la fuerza impera y domina por donde quiera, que la voluntad del más fuerte se impone a los demás, que todos doblan la frente ante el poderoso, y lejos de combatir estos errores, si bien naturales en aquellos tiempos como nacidos del predominio que en ellos tenía la materia, los aceptan y reconocen como principios generales y definen la justicia como una regla emanada de la fuerza, para utilidad sola y exclusiva del que la impone; y sin embargo, la humanidad en masa, aun dominada por la materia y por la fuerza, sentía algo superior a ellas, y más sabia que los filósofos, comprendía que la justicia existía y era muchas veces contraria a la que aquéllos enseñaban.

12. ¿Cómo, pues, concordar, la científica teoría con el grito general que la humanidad lanzara contra ella? Muy fácilmente, pues por una parte los dioses de la antigüedad personificando la fuerza procedían ni más ni menos que los hombres, y por otra, ese grito balbuciente que en favor de la justicia se elevaba no era más que el ¡ay! de dolor arrancado al paria de aquellas civilizaciones, nacido para soportar sobre su frente todo el peso de la iniquidad de sus señores. Sentados tan tristes como absurdos principios, las consecuencias no podían dejarse de sentir con el más desastroso aparato; el dominio de la fuerza sólo puede producir la lucha horrible, encarnizada, que halla su término en la destrucción, y he aquí cómo la vida práctica, y hasta cierto punto necesaria, de aquellos pueblos halla en la ciencia y en los hombres de genio su justificación, y éstos se convierten en rémora de todo bien y en auxiliares poderosos del materialismo y de la guerra35.

Empero, lo hemos dicho, hémoslo repetido, y aun no será la última vez que indiquemos que en medio de los delirios y de los errores en que la ciencia incurre muy a menudo, y que contristan nuestra alma cuando nos fijamos en la marcha histórica del saber al través de los tiempos y de las edades, a pesar de los dolorosos efectos de esos mismos errores, el Hacedor Supremo, que jamás ha abandonado por completo a su criatura más amada, hace surgir de tiempo en tiempo algún genio iluminado y poderoso, que entreviendo la verdad la patentiza, y no sólo acelera el movimiento hacia el bien, sino que proporciona al ánimo fatigado momentos de reposo, de santa fruición, de dulcísima esperanza.

13. En pos de la desconsoladora filosofía de los sofistas y del funesto materialismo que predicara, cuando el ánimo contristado ve adunarse en tristísima liga a las costumbres, a los hábitos, a la manera de ser del pueblo griego con la voz siempre importante de la ciencia para estrechar más y más el círculo de templado acero en que aquellas civilizaciones se encerraban; cuando ve al materialismo, al escepticismo y a la duda y descreimiento trabajar de consuno para destruir hasta en su germen el movimiento espiritualista, idealista mejor dicho, de Anaxágoras, de Pitágoras y de Genófanes; vienen Sócrates y Platón a recordar, perfeccionándolas, las doctrinas consoladoras de estos profetas de lo por venir. No tardaremos mucho en ver el mismo fenómeno repetido en el mundo moderno, a pesar de la clara luz que le ilumina, a pesar de las divinas nociones que Dios mismo le legara; y es que en la lucha constante que sostienen sobre la tierra la materia y el espíritu, la marcha humana no puede ser uniforme ni tranquila ni igual, sino que se caminará constantemente de la acción a la reacción, aunque siempre avanzando el espíritu.




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Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

PRIMER PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD. Desarrollo filosófico en Grecia. (Continuación.)-1. SÓCRATES. PLATÓN. Misión de ambos en el mundo antiguo. Retrato de Sócrates hecho por Platón.-2. No escribió o se han perdido sus obras.-3 al 6. Su doctrina, según Platón nos la revela. Sus virtudes. Su muerte. Su influencia.-7 al 12. PLATÓN. Su importancia e influencia en el mundo antiguo y en el mundo moderno. Su sistema. Fijación de la idea de Dios. Sus ideas de moral, justicia y derecho.-13. No fructificó en el mundo antiguo. Por qué.-14. ARISTÓTELES. Su carácter. Su significación.-16 al 19. Sistema de Aristóteles. Es materialista, pero no puede prescindir del idealismo de sus predecesores.-20 al 22. SECTA CÍNICA; su doctrina.-23 al 26. ESCUELA ESTOICA.-27. EPICURO. Su doctrina.

1. Hemos dicho en la precedente lección que en pos de los sofistas, y como una prueba de que la verdad, si se oscurece un momento, jamás se pierde ni deja de alumbrar al mundo, aparecen en el estadio de la filosofía griega las dos magníficas figuras, los dos colosos de la inteligencia que conocemos con los nombres de Sócrates y Platón.

¡Sócrates, Platón, el gran maestro, el divino36 discípulo, los dos colosos de la Grecia, las más grandes figuras de la antigüedad, son los elegidos por la voluntad divina para lanzar torrentes de luz sobre el mundo antiguo, para prepararlo a recibir la buena nueva, que haciéndole retemblar en sus cimientos había de crear un nuevo mundo y nuevas civilizaciones, el mundo de la verdad, la civilización del espíritu!

¡Sócrates, Platón, genios sublimes colocados por la mano del Eterno en medio de un mundo que no os comprendía, inteligencias iluminadas de no sé qué resplandor divino, héroes de la verdad, cuya alta ciencia apenas si aparentemente influyó en vuestra edad de hierro, qué grande, qué sublime, qué divina fue vuestra misión! ¡Cómo pensar entonces que los dulces ecos de vuestra voz, que los brillantes reflejos de vuestra profunda ciencia, que ni Grecia ni Roma comprendieron, habían de escucharse con respeto, habían de alumbrar con luz clarísima millares de años después de vuestra peregrinación sobre la tierra!

Es indudable que para el que sólo ve en el movimiento de los tiempos y en la marcha de las edades los externos y prácticos resultados; que para el que no comprende la admirable armonía, la sublime ilación, la santa unidad que presiden a la vida del mundo, la alta ciencia, el profundo saber, la clara intuición de estos filósofos, son destellos de luz perdida en la tenebrosa inmensidad de aquellos siglos; y en efecto, ¿qué resultado práctico y tangible produjeron? ¿Por ventura no siguió el mundo su desconsoladora carrera impelido por la fuerza, dominado por la materia? ¿Acaso, perdida la razón, perdida la verdad en el inmenso voltear de las edades, no caminaba el mundo antiguo hacia el inmenso sepulcro que hoy encierra su grandeza y sus iniquidades? Pues si ni un solo momento le detuvo en su borde la preciada ciencia de aquellos hombres, ¿cuál fue su misión? ¿Por qué reverenciar su saber ni su nombre? ¡Ah! no comprenden que en el magnífico movimiento de los tiempos, que en la providencial y santa marcha de las edades ni se rompe jamás el divino encadenamiento de las existencias, ni se da un solo paso que no represente una preparación profunda y laboriosa. No; el tránsito de la edad antigua a la moderna edad; el paso gigantesco que emancipando al mundo de la dominación de la materia debía entregarlo a la del espíritu, no le plugo a Dios que se verificase en un solo momento, porque no le plugo cambiar las condiciones de ser de los humanos. Era necesario que el mundo en masa estuviese preparado para la regeneración anunciada desde el comienzo de los siglos, presentida por el genio, esperada con santa ansiedad y santo gozo por las almas escogidas. Era preciso que unos pueblos arrojasen al viento la semilla, que otros abriesen el extenso surco regándola con lágrimas y sangre para que sus frutos se extendiesen sobre la haz de la tierra. Tocóle a Grecia lanzar al viento la idea germinadora, acaricióla Roma y preparó el terreno regado con la sangre y con las lágrimas que dieron al mundo antiguo su forzada material unidad, diole dulce calor el sol de la verdad, fructificó por la divina palabra del Redentor, y se cumplieron en la edad moderna los vaticinios y las esperanzas de los escogidos.

Pero no se crea tampoco que la influencia de los dos grandes genios de la filosofía griega pasó desapercibida para aquella civilización. Platón, el discípulo escogido de Sócrates, nos describe en su Sinopsis hasta qué punto el carácter y la doctrina del maestro dominaron a aquel pueblo inconstante y ligero. «Que hable un hombre, el orador más hábil, apenas si hace alguna impresión en nuestro ánimo; pero habla tú, o que repita tu discurso algún hombre, por poco versado que sea en el arte de bien decir; todos los que escuchen, hombres, mujeres, niños, se sienten trasportados de entusiasmo... Cuando le oigo mi corazón late con más fuerza que el de los coribantes; sus palabras me arrancan lágrimas ardientes y veo a la mayor parte de sus oyentes experimentar las mismas emociones»37.

2. No conocernos a SÓCRATES por sus obras, puesto que, o no las escribió o se han perdido por completo; su doctrina nos ha sido revelada por Platón, y no es por cierto muy fácil separar lo que es del maestro de lo que agregara el sabio discípulo; sin embargo, trataremos de formar un cuerpo de doctrina de las máximas que Platón pone en sus labios y de las noticias que Cicerón y otros escritores antiguos nos suministran.

3. Hemos visto hasta ahora revelarse en casi todos los filósofos griegos desde Anaxágoras, la idea de Dios, como causa eficiente, con más o menos fuerza, con más o menos claridad; Sócrates le presiente con su intuición profunda y su elevado genio como un ser único, espiritual, justo, infinito, y de esta noción sublime, nueva en el mundo antiguo y que fue la causa aparente de su muerte, veremos más tarde a Platón deducir admirables teorías y no menos admirables consecuencias.

4. Claro es que reconocido como principio y causa eficiente de todo lo creado un Dios único, espiritual, infinito, la noción moral, la idea de la justicia debían adquirir nuevos y más poderosos desarrollos, y en efecto, la noción moral, la idea de virtud y la de justicia se elevan con Sócrates a tanta altura, que sólo el cristianismo ha podido ir más allá: Sócrates, reconociendo la unidad de Dios, reconoce implícitamente la unidad humana, y de ella hace surgir ese cosmopolitismo que más tarde perfeccionarán los estoicos y que un día será dogma divino de una religión divina también y llamada a regenerar el mundo: pero el cosmopolitismo de Sócrates no podía existir sin un lazo de altísimo origen, sin una ley que se impusiese a la humanidad entera, y este lazo y esta ley es la necesidad de hacer el bien y de obrar en un todo conforme a la virtud, que no era ya la egoísta ataraxia de los sofistas y epicúreos, esa paz indiferente del alma que los separaba del mundo, sino la constante actividad empleada en hacer el bien de nuestros semejantes; no es difícil concebir que, dado este paso, conocida de este modo la ley moral, la idea de justicia debía también elevarse, generalizándose y tendiendo a la realización del bien, y que el que tales principios predicaba debía someterse con profundo y supersticioso respeto a las leyes externas que creía manifestaciones externas también de la ley moral, de la ley suprema que su profunda intuición le revelara; de aquí tal vez el que en medio de tan levantados principios, al venir a la vida práctica, Sócrates mismo errara muchas veces, y siguiera la corriente de su siglo y no pudiese dar amplia aplicación a las grandes nociones que forman su sistema.

5. Pero aunque así fuese, aunque Sócrates careciese de poder para cambiar la manera de ser y las condiciones esenciales del mundo antiguo, porque semejante victoria del espíritu sobre la materia sólo podía conseguirla Dios muriendo por la salud del universo y por el triunfo del bien, el hombre, que había casi adivinado a ese Dios, y que había predicado muchos de sus santos atributos, hirió de muerte al politeísmo antiguo, y por lo tanto, a la dominación de la materia. Pero la lucha era gigantesca y superior a las fuerzas de un hombre, la materia tenía aún fuerza sobrada, y Sócrates pagó bebiendo la cicuta el haberse adelantado a su civilización y a su siglo, sin que por el momento su benéfica influencia se dejase sentir en aquel mundo manchado de iniquidades sin cuento. Mártir de la idea y de la ley del deber que con elocuencia tanta había predicado, caminó a la muerte sin exhalar una queja, muy al contrario, sublimando con su palabra y con su ejemplo la necesidad de obedecer las leyes.

6. La semilla arrojada del mundo del espíritu al mundo de la materia, fructifica siempre más o menos presto con más o menos lozanía, y la sangre del justo por él bien derramada produce siempre magníficos y sazonados frutos. La doctrina de Sócrates, lanzada al mundo por sus elocuentes labios, no murió con el maestro, y aunque divididos sus discípulos en diversas escuelas, de las cuales alguna la torció y desnaturalizó, PLATÓN, el discípulo querido, la encarnación científica de Sócrates, la voz viva del maestro, fue el encargado por la Providencia, no sólo de continuar la obra, sino al mismo tiempo de interpretar y legar a la posteridad las ideas y los principios de aquel mártir de la verdad38.

7. Si le faltó a PLATÓN para ser el hombre más grande, la figura más colosal de la antigüedad, el martirio y la muerte sublime de su maestro, la pureza y profundidad de su doctrina, no sólo le han conquistado el nombre de divino, sino que le han hecho llegar hasta nosotros, aceptado y conservado con amor y con respeto por los Santos Padres, por esos filósofos profundos, más profundos tal vez de lo que cree el mundo moderno.

8. Admiración no escasa, y gran consuelo por cierto, causan al ánimo, apenado por los errores, por la degradación, por el materialismo cruel de las antiguas civilizaciones, el hallar de vez en cuando algún brillante rayo de la verdad perdida u olvidada, algún claro destello de la divina inteligencia alumbrando aquel caos tenebroso, predicando la paz y la verdad en medio de aquel mundo de luchas y de error. Y en verdad que esa luz divina que suele llamarse genio, esa revelación, esa intuición profunda que hace entrever la verdad, buscar el bien y profesarlo, en pocos hombres de la antigüedad son tan admirables como en Platón: cierto que apenas hace otra cosa que enunciar los principios; cierto que ni aun en el seno de su ideal, ni aun en el seno de su república esos principios se desenvuelven ni producen prácticas y subsiguientes consecuencias, porque era imposible que otra cosa sucediese mientras una larga y laboriosa preparación no hubiesen predispuesto al hombre para recibir la buena nueva, pero basta con que se enuncien los principios para que nos ligue al grande hombre, al genio colosal de la edad antigua, en sentimiento de profundo amor y de no menos profundo respeto.

9. Hasta Platón puede decirse que, si bien la filosofía adivinó a Dios como un ser único e inteligente, separándose así del carácter especial de aquellas civilizaciones, ni la idea se había completado, ni ese Dios había perdido el sello material y politeísta de las divinidades antiguas. Platón acepta el Dios único, el Dios inteligente de Sócrates y Anaxágoras, pero comprende que aun así no llena, no puede llenar el inmenso vacío que el alma siente; habíasele revelado la idea del bien, de lo bello, de lo bueno, con sobrada fuerza para que se contentase con un Dios único e inteligente; era preciso que esa inteligencia suprema, puesto que era única, no fuese estéril e infructífera, era necesario que esa suprema inteligencia produjera el bien, lo bello, lo verdadero, y no podía producirlo si a aquellos caracteres no se unía algo más, pero un algo grande, espiritual, verdadera y esencialmente divino; el genio inmenso del filósofo lo presiente, si no es ya que una revelación de más alto origen se lo hace conocer. No, el Dios de Platón no es la fuerza, no es el poder de los dioses paganos, no es tampoco la inteligencia señora y sola; es el amor unido a todos esos atributos, caracterizándolos, elevándolos, dirigiéndolos, haciéndoles producir el bien en todas las fases de la vida, en todas las aspiraciones de la existencia. Si Dios crea el universo, no es por un vano y orgulloso alarde de su poder infinito, no es por una estéril complacencia de su ilimitada inteligencia, no; es porque su amor se desborda, digámoslo así, es porque su bondad se extiende y llena y ilumina los espacios, y una vez la creación surgiendo de la nada, Dios la contempla, no con orgullo, que el orgullo no puede tender tan alto el vuelo; contémplala con amor, y la halla buena, y el placer más puro inunda a la existencia sin fin y sin principio.

10. La grande idea se ha lanzado al mundo de la materia, la naturaleza de Dios ha sido presentida, el inspirado filósofo ha encontrado el verdadero principio de todo principio, de toda existencia, de toda actividad, y como Dios es amor, como Dios es amor inteligente y único y espiritual y infinito, por lo tanto, y sólo con amor inteligente preside y dirige al universo, de Él y sólo de Él emana todo lo que es bueno, bello y verdadero; el amor inteligente del Dios adivinado por Platón matará el politeísmo y la discordia y el reinado del mal sobre la tierra, porque amando al hombre con ese amor inconmensurable e infinito, gozándose en su amor, sólo puede querer al bien para el hombre, sólo puede destinarlo al bien, sólo puede marcarle el camino que al bien conduce. Y véase por qué el mismo Platón, que dominado por su época, ahogado por la deletérea atmósfera del materialismo rechaza necesariamente toda idea de unión, de fraternidad, de caridad entre los hombres, y acepta la guerra como estado general, y llama bárbaro y enemigo a todo el que no es griego, y legitima la esclavitud, y sanciona la desigualdad esencial y de naturaleza entre los hombres39 y hasta las castas orientales, se acerca en un momento de clarovidencia y de entusiasmo a la verdad evangélica, cuando sublimado por la idea de amor, dice: Él da la paz a los hombres; Él los aproxima y rompe las barreras que nos separan del extranjero; Él es el principio de toda sociedad; Él preside a las fiestas y a los sacrificios; Él enseña la dulzura y destruye la cruel rudeza; Él prodiga la bienandanza y restringe y aniquila los odios; Él es el señor mejor y más bello; Él es, en fin, el encanto de los hombres y la gloria de los dioses40, y entonces niega que la guerra sea el estado natural del hombre, y entonces adivina el santo y sublime dogma de la fraternidad cristiana haciendo hermanos a todos los griegos, y entonces ataca a la esclavitud, queriendo que no pueda existir entre los diversos pueblos de la Grecia, y entonces coloca la justicia por cima de las virtudes guerreras, y entonces señala esa misma justicia como el fin supremo de todo legislador41; y cuando ha tendido tan raudo el vuelo no se derriten sus alas y busca el principio de justicia y le halla en Dios, como preexistente, como necesario, como anterior al hombre, y le une y asocia a los de bondad y belleza, para formar los prototipos del orden moral del universo42.

11. Lanzado en el camino no le basta con haber comprendido y definido la justicia, sino que analiza y combate y pulveriza las nociones que de ella tenía la antigüedad, y ridiculiza en nombre de Sócrates a los que decían que consistía en hacer el mayor bien posible a los amigos y el mal a los enemigos, y niega que consista en dar a cada uno lo que merezca por sus obras, y se desata contra los que dicen que es lo útil o el derecho del más fuerte, llamando indignos a los pueblos y a los gobiernos fundados por la fuerza, o gobernados por la utilidad y el interés43, y llama, en fin, a la justicia lazo que une a los hombres, y a la injusticia elemento y causa permanente de división, de disolución y de desorden44. Y cuando ya trata de definir la justicia, dice que es el enlace y coordinación armónica de todas las virtudes morales para producir el bien, que en el hombre no es otra cosa que su semejanza con Dios.

12. Cuando un hombre se levanta a tanta altura sobre su siglo, cuando derrama tan sublime semilla en una tierra que aún no está preparada, no puede extrañarse que ésta se pierda o tarde por lo menos en fructificar, tanto más si rompe abiertamente con los hábitos, las creencias y la manera de ser de un pueblo, de una edad, de una civilización, y la doctrina platónica no había de ser la excepción de esta regla, tanto más, cuanto que hiriendo en el fondo y en la forma al politeísmo tenía que ostentar algo de impío para la antigüedad, porque uno de los méritos más notables de Platón consiste, a nuestro entender, en el valor con que deduce y arrostra todas las consecuencias de sus principios; si de ello se quiere una prueba, véase de qué manera, al juzgar cierto pasaje de Homero, exclama: ¿Qué hombre no justificará sus maldades si comprende que obra como los hijos de los dioses?45

13. La filosofía de Platón, lejos de fructificar en el mundo antiguo, aunque aceptada y conservada, como veremos pronto, por los estoicos depositarios de tan preciado tesoro y providencialmente encargados de trasmitirlo al mundo moderno, fue combatida y casi desdeñada por Aristóteles, que siendo discípulo del gran maestro, pero careciendo de su genio y profunda intuición no puede respirar sin ahogarse en la elevada atmósfera en que vivía el espíritu de Platón, y desciende de nuevo a la tierra para vivir en ella, como podía vivir la generalidad de los hombres en el mundo antiguo.

14. Si Pitágoras y Sócrates y Platón pueden considerarse como la protesta viva y constante del espíritu contra la materia, y por lo tanto, como los primeros albores de la nueva luz que un día había de iluminar al mundo; si el sublime ideal de sus altas concepciones contrarias en un todo a la manera de ser y a las arraigadas creencias de aquellos apartados tiempos los levantan muy por cima de aquel mundo dominado por la materia, Aristóteles se presenta a nuestro estudio como el representante genuino de la religión, de la civilización, de las creencias, de los hábitos que forman la esencia de la antigüedad.

15. No busquemos en el filósofo Stagirita, el espiritualismo, el idealismo mejor dicho de sus predecesores y maestros en la ciencia; no esperemos verlo perseguir un principio, lanzarse en pos de una noción espiritual y levantada, no; su misión es más terrena, más práctica dicen sus adeptos; rara vez salvará el límite de acero de la vida exterior, rara vez se fijará en el espíritu, las doctrinas de los que le precedieron en la ciencia eran sin duda alguna inaplicables en aquellos momentos, y Aristóteles lo conoce y las desdeña y se fija en la historia, esto es, en lo pasado y en lo presente, sin ocuparse siquiera de lo porvenir. Y sin embargo, jamás el Eterno reveló una sola verdad al mundo para que permaneciese estéril o se perdiese en la inmensidad de los tiempos, y Aristóteles, por más que desdeñe la doctrina y nuevas nociones descubiertas por aquellos inspirados genios, está de ellas impregnado, y más de una vez, siquiera a pesar suyo, han de dirigirlo en su camino.

16. ARISTÓTELES toma al mundo tal cual era en su tiempo, con sus ideas, con sus vicios y con sus imperfecciones; la idea de Dios, la noción del espíritu para nada le preocupan, aquella civilización tenía sus dioses, y Aristóteles se contenta con esos dioses; allí había un alma que se revelaba sólo como inteligencia, y el filósofo no reconoce el espíritu sino como inteligencia; la concentración en sí mismo para buscar los principios de una organización más perfecta de la vida, le parece trabajo estéril y absurdo, y se contenta con el estudio histórico de las organizaciones existentes. Su gran empresa, más que a crear órdenes nuevos, se limita a mejorar un tanto los existentes; por lo tanto, su tan notable como renombrado libro La Política, debe considerarse como la investigación histórica, si bien profunda e importante, de los hechos observados y de las instituciones con crítica admirable analizadas y legitimadas por su inmenso genio.

17. Pero lo hemos dicho, las verdades tras largos sufrimientos conquistadas por la humanidad jamás se eclipsan por completo, y Aristóteles estaba impregnado de la rica savia que Anaxágoras y Pitágoras y Sócrates y Platón habían prestado a la ciencia; por eso, como veremos después que hayamos analizado el gran libro del filósofo de Stagira no se le puede considerar como el representante de un retroceso en la ciencia, sino más bien como el de un descanso en la incesante actividad del espíritu. Sin lanzarse en busca de principios, sin querer siquiera fijar la mirada en su naturaleza íntima, sienta como base capital de su sistema la existencia en el hombre del cuerpo y del alma, materia física y sensible aquél, inteligencia, o lo que es lo mismo, espíritu ésta, y como no podía ocultársele que en la naturaleza de las cosas está que las de más elevada categoría manden y dominen a las que le son inferiores, de aquí el que la inteligencia haya sido creada para dominar, y el cuerpo para obedecer y sufrir la influencia de aquélla; dominación necesaria, influencia útil al cuerpo mismo, ley universal a que todo se sujeta46. Mas no solamente la inteligencia domina al cuerpo, sino que a proporción que aquélla más se eleva y se sublima, más extiende su dominación pesando aún sobre las demás inteligencias menos elevadas, menos ilustradas; de esta verdad innegable deduce la desigualdad que brilla en todo su sistema y que le hace aceptar como buenas y como legítimas las horribles desigualdades del mundo antiguo: y no podía ser de otra manera, porque encerrado en el mundo externo y concreto de la materia y de la vida práctica, ni pudo comprender que el hombre se presente como ser esencial y como ser formal, ni por lo tanto, hacer la necesaria distinción entre la igualdad esencial del hombre y las desigualdades formales y transitorias o modificables en que vive; confundida, pues, la naturaleza esencial y la naturaleza formal del ser, pudo sancionar como hijas de esa misma naturaleza la desigualdad de la mujer, y sobre todo, la del esclavo, haciendo a Dios cómplice de la falsa doctrina que sanciona la teoría de que unos hombres han nacido para mandar, y otros sólo para obedecer y ser eternamente dominados. Colocado en la pendiente y obligado a deducir las consecuencias lógicas del principio sentado, al ver que el origen práctico de la esclavitud era la guerra, confunde el poder de la inteligencia con el de la fuerza, y ésta con el derecho47.

Ocúpase luego de señalar los orígenes de la vida social, y sin perder de vista el poder de la inteligencia, sino, por el contrario, exagerándolo, no le basta para crear y dar nervio a la vida de relación, y echa mano del interés como origen de la sociedad y del estado, cuyo fin supremo, así como el del hombre individuo no puede ser otro que la felicidad, esto es, la satisfacción del mayor número de necesidades posible, la utilidad general pero dirigida siempre por la inteligencia, y como por una parte la utilidad general no pueda ser jamás un elemento constante, y como por otra la inteligencia superior deba dominar siempre a la inferior, de aquí que no solamente se reconozca la variabilidad en las leyes, sino que se declare que entre los hombres que pertenecen a un estado haya unos que sean dioses entre los demás, y para los que no existen las leyes, sino que se imponen ellos mismos como ley viviente a los otros48.

18. Agrupados como elementos de vida y de actividad del hombre, la inteligencia, el interés, la utilidad y la fuerza más o menos material, desconocidos los grandes principios espirituales y morales que deben impulsar al hombre, arrancando de esa agrupación la desigualdad, claro es que, al aplicar su teoría a los grandes cuerpos colectivos, Aristóteles debía hacer de los griegos el centro de la inteligencia, y por lo tanto, mirar al resto de la humanidad como destinado a ser esclavo del pueblo heleno, a mirar la guerra como un modo de adquirir, como una especie de caza del hombre de la inteligencia contra el bruto, esto es, contra el hombre de otra civilización. Y cuando trata de fijar la noción de justicia que, a pesar de todo, se revelaba en su alma, y cuando una reminiscencia, tal vez lejana, de los prototipos de su maestro le hacen recordar que hay algo sobre esas leyes que rigen temporalmente a los pueblos y que han nacido de un acto de la voluntad del más fuerte por su inteligencia o por su poder, busca en una división de nombre solamente la razón de sus dudas, y crea la tan alabada distinción entre la justicia natural y la justicia positiva: distinción de nombre hemos dicho, porque no haciendo emanar la primera de la naturaleza esencial del hombre y de las cosas, sino solamente de la generalidad con que están admitidos ciertos preceptos, la confunde necesariamente con la positiva, y deduce de aquélla resultados que le son contrarios. Pero las grandes inteligencias aun lanzadas en el vacío lo sienten, y tratan de evitarlo, y Aristóteles llama en su auxilio un nuevo elemento material, una ley física, el clima, para justificar la supremacía de inteligencia que quiere establecer entre los diversos pueblos.

19. La teoría cosmopolita de Platón, sus ideas sobre la paz, son desechadas por completo por el discípulo, que no concibe la unidad humana, y que tampoco comprende la existencia sino en la lucha y en la guerra.

20. La doctrina de Sócrates, no sólo fue interpretada por Platón, el discípulo querido, sino por la secta cínica, que tuvo también su representación y su importancia en el mundo antiguo.

21. Distínguese la SECTA CÍNICA tanto por el valor con que predica sus ideas, cuanto por la separación completa que hace de la vida real y de la vida de relación con la humanidad. Partiendo sus adeptos del cosmopolitismo de Sócrates y de Platón, exagerándolo tal vez, creen que el mejor medio de hacerse ciudadano del mundo es no serlo de ninguna parte, romper por completo con todas las relaciones sociales; por eso para ellos la patria, los honores, la gloria, la familia, no sólo representan ideas vanas y sin necesaria realización, sino que aun las califican como perjudiciales para la vida filosófica de su secta; la virtud es el solo norte adonde el cínico debe dirigir sus ojos y sus pasos; para ellos no existe, ellos no comprenden otro bien que la virtud, otro mal que el vicio; fuera de la virtud, fuera del vicio todo es indiferente, todo es despreciable, y como en el orgullo de secta de los antiguos filósofos sólo era bueno, sólo verdadero lo que cada secta creía y practicaba, de aquí que los cínicos, lejos de tratar de la mejora del mundo que los rodeaba, le despreciasen, e impelidos de su odio se apartasen de él, y sólo para estigmatizarlo y condenarlo se pusiesen alguna vez en relación con el resto de los hombres. No se crea, sin embargo, que sus ideas sobre la virtud y la justicia adelantasen mucho a las que las demás escuelas profesaran; no se crea tampoco que ese cosmopolitismo, tan admirado por algún filósofo moderno, salvase las estrechas barreras de la ciudad antigua, ni bastase a borrar la profunda división entonces existente entre el ciudadano y el bárbaro; no se diferenciaba en esto la manera de ser de los estoicos de la del resto de los hombres de su época en más que en si para el ateniense o el tebano era bárbaro, extranjero, todo el que no había nacido en Tebas o en Atenas, para el cínico lo era todo el que no profesaba su doctrina.

22. Además, el hombre ha nacido para la vida de relación; en ella solamente puede existir, sólo en ella realizar su destino, y toda teoría que tienda a romper los santos lazos que crean esa vida constituyendo al hombre en la soledad y en el aislamiento, ha de ser rica en errores y convertirse en rémora y obstáculo para que el hombre alcance su fin y cumpla su destino.

23. Hija de la secta cínica, y como ella, viva y enérgica protesta contra los vicios del mundo antiguo; pero materialista también, y por lo tanto impotente para el bien, fue la ESCUELA ESTOICA, cuya influencia, escasa sin embargo en el mundo griego, por lo mismo que quería en él ser exclusiva, se convirtió en grande y poderosa, gracias al sentimiento práctico y hasta cierto punto ecléctico del mundo romano; no se extrañe, pues, que seamos ahora muy ligeros en su examen, puesto que hemos de volver a él cuando nos ocupemos de Roma.

24. Es indudable, que a pesar de los defectos y errores en que el estoicismo, como todas las escuelas del mundo antiguo, abunda, sentó verdades de altísima importancia y de no menos alta valía, que, aplicadas por los jurisconsultos romanos, iluminadas más tarde por el cristianismo, han producido brillantes resultados.

Los hombres, según ZENÓN y su escuela, sólo pueden hallar el bien supremo en la virtud, y no pueden reconocer otro mal que el vicio; pero no hay grados, no hay diferencias en el bien y en el mal; todo cuanto no es el bien absoluto, completo; todo cuanto no constituye un acto esencialmente virtuoso, es un mal; por eso es necesario, para juzgar de los actos, conocer y entrañar hasta en la intención, en los senos más recónditos de la conciencia. La virtud es la perfección del hombre que está en Dios, de quien el hombre es una parte; pero el Dios de los estoicos es el Dios de la antigüedad; el Dios de la materia, el Dios formado por el hombre, hombre también, aunque más fuerte que los demás49.

25. Los estoicos amplían más que las otras escuelas el principio de cosmopolitismo; pero como en todas ellas este principio tiende a relajar los lazos y los vínculos de relación naturales y necesarios en la vida; sin embargo, impelidos por él, no sólo repelen y condenan la separación y aislamiento en que los filósofos se habían mantenido de la vida pública, sino que enseñan la necesidad en que está el sabio de tomar parte en ella para imprimir a los pueblos y a las instituciones el carácter de la ciencia, y aunque los jefes de la secta no fueron consecuentes con su doctrina, porque el carácter de la Grecia y el estado en que en su tiempo se encontraba, no les permitían ni remotamente traer a la práctica sus severas doctrinas, más adelante sus discípulos siguieron la inspiración y pesaron con poder no escaso en la balanza política de la antigüedad.

26. Partiendo de la divinidad, pero de una divinidad tal como la comprendió la civilización de aquellos pueblos, claro es que los estoicos negaban todo principio de actividad, reconocían el mal como principio necesario, que ni se podía combatir ni menos estrechar los límites de su imperio, y permanecían, por lo tanto, impasibles ante los grandes males y los profundos vicios de aquellas edades, de aquellas civilizaciones.

27. Distínguese la escuela de EPICURO tanto por el carácter de negación, cuanto por el del profundo sensualismo que ostenta; el hombre, según ella, ha nacido para el placer, vive para el placer; el placer es el móvil de su vida; la utilidad, el interés, son los resultados prácticos a que debe aspirar; la sociedad, pues, será hija de una convención que las partes contratantes guardan sólo por su propio interés, y sólo hasta donde ese interés les obliga; la justicia, el derecho, en tanto deben aceptarse en cuanto sean útiles, en cuanto proporcionen un placer al que las ejercita; por lo tanto, todos los deberes ceden ante el interés personal, ante el más exagerado egoísmo. La doctrina de Epicuro, esencialmente materialista, destruye todos los lazos que unen al hombre con el hombre, y destruye, por lo tanto, toda vida de relación, toda vida social. El derecho no podía existir para esta escuela sino como expresión de la voluntad del más fuerte, como manifestación puramente material.




ArribaAbajoLección VIII

Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

PRIMER PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD.-DESARROLLO FILOSÓFICO EN ROMA.-1. Consideraciones generales.-2. CICERÓN. Sus conocimientos filosóficos.-3. Sus obras.-4. Su Libro de Legibus. Su análisis. Principios filosóficos profesados por Cicerón.-5. Se eleva al conocimiento espiritual del hombre.-6. Señala el origen de la ley y del derecho.-7. Sociabilidad del hombre.-8. Nueva manera de considerar la guerra.-9 al 11. Aplicación del sistema.-Influencia de Cicerón en el mundo antiguo.-12 al 18. SÉNECA. Su sistema.-19 y 20. Los PLINIOS, PLUTARCO, EPICTETO, MARCO AURELIO.-21 al 24. Fin del mundo antiguo.

1. Hemos examinado el movimiento filosófico del mundo griego, hemos visto hasta qué punto se lleva el idealismo entre sus sabios; pero hemos dicho también que los grandes trabajos, las magníficas concepciones de aquellos colosos de la inteligencia, no produjeron allí nada práctico y tangible. Vamos a ocuparnos de Roma, del pueblo que realizó el gran pensamiento de dar la unidad al mundo antiguo, del pueblo que en aquellas edades aparece dotado de un sentido práctico que no se nota en ninguno de los que le precedieron; que cierra el primer período de la segunda edad humanitaria para dar ingreso al segundo.

Roma no produce filósofos; en su seno no se crea una escuela; pero asimila a sí cuanto los pueblos que la precedieron habían hecho, lo aplica prácticamente con tal tino, con tacto tan exquisito, con intención tan profunda y providencial, que es la cuna del derecho, y tanto le levanta y perfecciona, que aun hoy pesa sobre el mundo moderno, y en sus leyes hay que buscar muchas veces las fuentes de la verdad, de la justicia y de la ciencia.

El estudio que de su marcha evolutiva nos proponemos hacer nos probará que la gran ciudad, cuyo derecho primitivo es rudo, bárbaro y sangriento, va paso a paso, merced a la ciencia griega, que acepta aparentando desdeñarla, perfeccionándolo y acercándolo a los verdaderos principios de bien y de justicia que habían de obtener el imperio en la edad moderna.

De todas las sectas filosóficas nacidas en Grecia, ninguna respondía mejor al carácter y al fin del pueblo romano que la estoica; pero como estaba destinado providencialmente a ser el paso de un período a otro período de la vida humanitaria, y como esto no podía tener lugar sino asumiendo toda la vida del período que terminaba, no esperemos ver el estoicismo dominando en toda su pureza, sino mezclado con ideas y con principios de otras escuelas. Sócrates, Platón y Aristóteles vienen uniendo las ideas de sus escuelas respectivas a la doctrina estoica, a formar la verdadera filosofía práctica de Roma.

En ese eclecticismo providencial y necesario se inspiraron los pocos filósofos que hubo en la Ciudad Eterna, pero que, a pesar de su escaso número y de su falta de originalidad, puede decirse que crearon la ciencia del derecho y la colocaron en su verdadero camino y punto de partida.

En efecto, la inmensa actividad de Roma, en ninguna esfera de acción se revela con más fuerza que en la del derecho; desde la Ley decemviral horribili carmine in duodecim tabularum inscripta, hasta el derecho tal cual le hallamos en los tiempos de Marco Aurelio, hay un abismo. Merced al derecho, la plebs romana se había levantado al nivel del orgulloso patricio; merced al conocimiento científico del derecho, el célebre jus gentium había nacido y se había impuesto al rudo y bárbaro derecho primitivo.

El primero, el más importante de los hombres, cuyo genio y cuya profunda ciencia contribuyeron al gran milagro, fue Cicerón; en pos de él podremos señalar a Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.

2. CICERÓN, el varón consular, el sabio jurisconsulto, el orador elocuente, el estoico desapasionado, había visto el derecho de gentes introducirse en el primitivo de Roma, y realizar este movimiento a los jurisconsultos y magistrados del segundo período histórico del derecho romano; pero el genio profundo y pensador del sabio quiso ir más lejos, quiso que la ciencia se apoderase del derecho; que éste encontrase en la filosofía su origen, su manera de ser, su fin. Penitus ex íntima philosophia haurienda disciplinam putat.50

La empresa no era tan fácil, sin embargo; como hemos dicho, en el siglo VII de Roma todos los sistemas filosóficos de Grecia eran ya conocidos, y la doctrina sensualista y materialista de Epicuro, entre otras, había hecho no pocos prosélitos, no siendo ciertamente extraños a ella los mismos jurisconsultos, y Alpheno Varo, de quien las Pandectas nos conservan multitud de fragmentos, decía que la doctrina de Epicuro era la verdadera filosofía. Cayo Trebatio, amigo de César y de Cicerón, la practicaba según el siguiente pasaje de éste: ¡Oh castra praeclara! ... sed quonam modo jus civile defendes, quum omnia tui causa facias, non civium? Ubi porro illa erit formula fiducie ut inter bonos agire oportet? Quomodo autem tibi placebit, Jovem lapidem jurare, quum scias Jovem iratum esse nemine posse?51 Cicerón, al combatir el epicureísmo, acude a todas las fuentes de la filosofía espiritualista o idealista, y en todas ellas se inspira para extender después su influencia a la juventud y al derecho de Roma. Platón y Pitágoras le inspiran las altas concepciones de su metafísica, toma de Aristóteles el método; de los estoicos, la severidad inquebrantable, el individualismo en su más alta concepción, y adunando y combinando las ideas distintas, los pensamientos de tan diversos sistemas, de tan contradictorias escuelas, crea la ciencia de la filosofía del derecho, condensada en los tres célebres tratados De Republica, De legibus y De officiis. Genio inmenso, cuya actividad sorprendente nos admira, y cuya prodigiosa fecundidad apenas se comprende; orador brillante y elocuente, hombre de estado, político lanzado a las terribles luchas del foro, pretor en las provincias, creador de una de las ciencias sociales más importantes y más difíciles de conocer entonces, que la lleva, sin embargo, a un grado de perfección inconcebible, es el primero que proclama y reconoce la existencia de una LEY NATURAL, que la caracteriza con toda verdad y con todo aparato científico, y que la muestra al mundo admirado en toda su pureza y esplendor. Véase, si no, cómo la define en el discurso pro Milone52. EST IGITUR NON SCRIPTA, SED NATA LEX, QUAM NON DIDICIMUS, ACCEPIMUS, LEGIMUS, VERUM EX NATURA IPSA ARRIPUIMUS, HAUSIMUS, EXPRESSIMUS; AD QUAM NON DOCTI SED FACTI; NON INSTITUTI SED IMBUTI SUMUS: como más adelante en el libro De officiis, bajo el nombre de EQUIDAD, la coloca como fundamento de derecho. JUS ENIM SEMPER QUAESITUM EST AEQUABILE: NEQUE ENIM ALITER ESSET JUS53, y en el De Republica la mira como dominando y brillando sobre el universo entero. JUSTITIA FORAS ESPECTAT ET PROJECTA TOTA EST AETQUE EMINET54, y finalmente, en las magníficas palabras con que Lelio combate los argumentos contra la justicia y el derecho, que más tarde habían de reproducirse en la moderna Europa. EST QUIDEM VERA LEX RECTA RATIO, NATURAE CONGRUENS, DIFUSA IN OMNES, CONSTANS, SEMPITERNA, QUAE VOCET AD OFFICIUM JURENDO, VETANDO, A FRAUDE DERETERREAT55.

3. Pero lo que sólo habían sido ideas generales más o menos perfectas y elevadas, aunque siempre insuficientes para crear por sí solas una teoría y servir de base a una ciencia, cambian de faz, y se combinan, como hemos indicado, y sin el aparato fastuoso de los sistemas griegos, pero con profundidad y miras prácticas extraordinarias crean la ciencia en el libro de Republica, y muy especialmente en el de LEGIBUS.

Si en el primero, muy superior por cierto a Platón, ha señalado los caracteres de la sociedad, su forma política, el juego de los poderes y su fin general, delineando con mano maestra las relaciones del hombre con el cuerpo social, en el segundo el gran filósofo-jurisconsulto, conocedor de todos los sistemas, el hombre público, el varón consular, el padre de la patria, el sabio legislador cuyo edicto resucita a la Cilicia espirante, resolverá los más grandes problemas del orden social, sentando como base y sólido cimiento de la doctrina que va a desenvolver la máxima, nueva entonces, de que el derecho tiene su raíz en la naturaleza: REPETAM STIRPEM JURIS A NATURA.56

4. El magnífico libro de Legibus, que no sin profundo respeto nos proponemos analizar, consta de dos partes: forman la primera los principios y doctrina filosófica del grande hombre; la segunda es una aplicación pálida, incompleta y defectuosa de aquélla a la legislación positiva del pueblo rey. ¿Por qué el hombre que tan alto se eleva en la teoría, por qué el hombre que creó la ciencia, al aplicarla al mundo práctico, vuela rastrero, y apenas si un punto de la tierra se levanta? ¡Ah! Es que no es dado al genio, por más brillante que aparezca, romper con el presente en un momento dado, que no puede sobreponerse a los hábitos, a las creencias que un siglo y otro siglo han aglomerado y que constituyen una civilización; es que a los hombres sólo les es dado preparar los grandes acontecimientos; es que la luz brilla lejana mucho antes que alumbre en toda su fuerza.

Cicerón, el hombre del pensamiento, el levantado genio de la antigua Roma, presiente la verdad, y la comprende y la toca, y fascinado por su luz divina, corre en pos de ella, y en su veloz carrera llega a fijar y a conocer casi todos los principios, casi todas las verdades que forman el caudal científico del siglo decimonono; en alas de su grande inteligencia vuela del mundo de la materia al mundo del espíritu, y vive en él, y en él piensa, y en él se inspira, mientras que Cicerón, el varón consular, el ciudadano de la altiva Roma, el legislador jurisconsulto, vive en la ciudad y respira sus auras, y dobla la rodilla ante sus dioses, y acata el código decemviral y las leyes positivas, que eran para aquel pueblo su más preciado tesoro, y no se atreve a luchar con un mundo que le hubiera ahogado sin fruto entre los acerados brazos del egoísmo y de la fuerza. Su misión, sin embargo, fue grande, noble y generosa; y con generosidad, con nobleza, la cumplió, legando a las edades venideras el germen de verdades que el Hijo de Dios había de santificar muriendo por el hombre.

5. Nosotros sólo nos ocuparemos de la parte primera del libro de Legibus, que es la que cuadra a nuestro propósito. Si Cicerón, como hemos dicho, señala como raíz del derecho la naturaleza, claro es que para estudiar aquél tenía necesariamente que comenzar por el estudio de ésta; no se ocultaba, empero, al filósofo que esa raíz, esa estirpe de donde emanaba el derecho no era, no podía ser la naturaleza material y física, el que había dicho VERA LEX RECTA RATIO EST ... SEMPITERNA, sólo en la naturaleza racional, y por lo tanto espiritual y eterna, podía buscar su origen; por eso, al ocuparse de fijar la naturaleza humana, sienta, y es tal vez el primero que lo hace con claridad y fijeza, que el hombre se compone de espíritu y de materia; que aquél le pone en comunicación y en relaciones con Dios, al propio tiempo que, disponiendo de la razón, no en toda la plenitud con que asiste al espíritu puro, sino limitada e imperfecta, hace brillar ciertos principios primitivos, que los modernos han reconocido y clasificado con nombres diferentes, mientras ésta le liga y encadena al mundo exterior, y crea las relaciones externas y materiales, más groseras que las del espíritu, pero no menos necesarias. Ese espíritu, esa alma, donde brilla la inteligencia, donde la razón radica, es un soplo divino, y puesto que ella crea las relaciones del hombre con Dios, y éstas no pueden existir sino entre seres semejantes, el hombre es semejante a su Criador: Quumque alias quibus cohaerent homines e mortali genere sumpserit, quae fragilia essent e caduca; animum tamen esse ingeneratum a Deo. EST IGITUR HOMINE CUM DEO SIMILITUDO57. Sentados estos principios, la lucidez del filósofo romano no podía detenerse, y debía, por el contrario, marchar de consecuencia en consecuencia. En efecto; si la razón, si el espíritu, no sólo creó relaciones entre Dios y el hombre, sino que hace que éste sea semejante a aquél, claro es que ese espíritu será uno en su esencia, por más que sea vario y diverso en sus aplicaciones y desarrollos; que las ideas primitivas y necesarias que en él se anidan existirán en todas las almas, y conducirán al hombre que por ellas se guíe al bien y a la virtud; el hombre, por lo tanto, no es distinto del hombre como es distinto de los demás animales, sino semejante, igual, por lo que nada humano es extraño ni indiferente al hombre. Quod si, quo modo est natura, sic judicio, homines HUMANI, ut ait poeta NIHIL A SE ALIENUM PUTARENT coleretur jus aeque ab omnibus58, la palabra, aunque varia en la expresión, diversa en las formas, concuerda por todas partes con el espíritu humano, es el lazo de unión de esa vida semejante que con su poder conciliador mantiene y fortifica la unión entre los hombres; el estado, pues, natural de éstos es la sociedad, su fundamento las relaciones del hombre con su Dios.

6. Cuando son conocidos semejantes principios, cuando se ha dado un paso tan avanzado en la ciencia, cuando tan cerca se está de la verdad, no es por cierto difícil empresa señalar el origen de la ley y del derecho. La ley, pues, en su más alta acepción será la razón suprema esencial de Dios, comunicada a la inteligencia e impuesta a la naturaleza humana. LEX EST RATIO SUMMA INSITA IN NATURA... Eadem ratio quum est in hominis mente confirmata et confecta LEX EST... Ea est naturae vis; ea mens ratioque prudentis; ea juris atque injuriae regula59. De ella ha nacido el Derecho, que no de la opinión del hombre ni de su voluntad ni su capricho; ella hace que el hombre nacido para la justicia considere el derecho como inherente a la naturaleza y a la sociabilidad humanas. En ella encuentra la justicia su indestructible base. Sólo ella, una en su esencia, la razón, manda o prohíbe; sólo el que la sigue o desconoce será justo o malvado; ella ha precedido a los siglos, y a las creaciones, y al mundo, y al hombre, y a las sociedades, y a las leyes escritas, regulando y ordenando los siglos, y las creaciones, y los hombres, y las leyes. Arrancadla del mundo, sustituidla con las leyes positivas, medid por ellas y por las instituciones de los pueblos la justicia de sus actos, confundidla con lo útil, como hicieron Aristipo y Epicuro, y desaparecerán el amor a nuestros semejantes y los deberes que con ellos nos ligan, y los que a la Divinidad nos acercan, y la virtud será palabra vana; y la religión, que no es otra cosa más que el lazo que a Dios nos une, perecerá; y las leyes de Sila, inundando de sangre el mundo romano, serán justas, porque ostentan el carácter externo de leyes, porque son leyes escritas.

7. Siendo el hombre sociable, y estando sometido a esa ley suprema que al regular las relaciones de los hombres se traduce en un amor natural, la fuente de todas las virtudes, el principio de todas las religiones será la caridad, el primer deber del hombre ejercerla con sus semejantes, especialmente con los desgraciados, teniendo siempre en cuenta que la justicia hace que el hombre ame a sus semejantes más que a sí propio, y que se crea nacido más para los otros hombres que para sí mismo, extendiendo de este modo su amor a la humanidad entera. La esclavitud sostenida por Aristóteles, el odio a los extranjeros, de que Platón no se ha podido desnudar, si no son abiertamente combatidos por el filósofo de Roma, pierden mucho de su terrorífica forma; el que ha unido la caridad al amor universal y a la justicia, aunque sosteniendo la teoría aristotélica sobre la esclavitud, quiere que existan de parte del hombre libre ciertos deberes para con los esclavos, que se les trate como a los mercenarios, que se redima a los cautivos, que se sostenga a los pobres, y que se considere como destructor de la sociedad que los dioses crearan a todo el que no respete a los extranjeros y olvide el deber de hacer el bien al hombre sea cual sea su condición y sólo porque es hombre60.

8. La guerra no podía menos de afectar profundamente el ánimo del hombre que había nacido en medio de ella, que por ella había visto a su patria grande y poderosa; así que, a pesar de las ideas de caridad y de cosmopolitismo que brillan por donde quiera en todas las obras de Cicerón, trata éste de justificar las guerras y las conquistas que Roma había realizado61. Pero, sin embargo, no puede menos de ligar la ley moral con la política, y el tercer libro de su tratado De Republica está destinado a probar que nada puede ser más funesto a los pueblos que la injusticia, con la que no ya es imposible gobernar, sino vivir. Partiendo de estos principios, no sólo quiere que la declaración y demás accidentes de la guerra se sometan al derecho, sino que se haga justamente, esto es, sin crueldad, sin vejaciones innecesarias, considera injusta toda la que se emprenda sin motivos justos y declaración pública precedida de esfuerzos para obtener reparación, recomienda la clemencia y alaba en un magnífico apóstrofe la de César, victorioso en las guerras civiles, cuyos triunfos no arrancaron una lágrima ni costaron una gota de sangre fuera de los campos de batalla.

9. Los principios y las verdades con que el genio de Cicerón enriqueció la ciencia se extienden también a caracterizar la soberanía y el poder, llamados a poner en práctica los principios de justicia, y a regir y gobernar las sociedades y los hombres, y por cierto que admira no sólo la exactitud y pureza con que deslinda y caracteriza aquellas dos nociones, sino la manera con que en el libro de Republica62 la aplica a las formas de gobierno, y la teoría de una cuarta forma, en que los principios monárquicos, republicanos y aristocráticos se mezclen y confundan, unificando todos los elementos de bien y de justicia que cada uno encierra; teoría que repetida más tarde por Montesquieu y por los filósofos del siglo XVIII, ha producido los gobiernos modernos por que hoy se rige la Europa.

10. Claro es que para quien había comenzado sus trabajos fijando la existencia de un Dios, y adivinando casi todos sus principales atributos, estudiando la naturaleza del hombre, y deduciendo los dos grandes principios de su semejanza con Dios, y de la necesidad de sostener con Él constantes relaciones; para el que apoyado en estos conocimientos había sentado la existencia de una ley moral, y definídola y señalado sus caracteres y buscado en ella la raíz del derecho; la ley positiva no podía hallar su origen ni su justificación en la voluntad sola y aislada, bien se presentase con el carácter de generalidad o de individualidad, sino en su conformidad con una regla eterna, racional, superior a la voluntad; con la ley moral o natural, en fin, que antes había definido y explicado; pero una vez reconocida la ley en su naturaleza eterna e inmutable, el poder, potestas, imperium, en el lenguaje romano, aparece en toda su fuerza para ejecutar lo que justo y bueno; el individuo, la familia, la ciudad, las naciones, el género humano en masa tienen que reconocerlo como aparición terrena del poder de Dios63.

11. Al analizar las escuelas griegas hemos podido observar que apenas influyeron en la marcha social, política y civil del mundo heleno, los trabajos de Cicerón, menos idealistas, aunque más espirituales, menos brillantes, aunque más prácticos, menos adornados del bello y científico oropel con que el genio griego vistiera sus concepciones, aunque no por eso menos profundos, lejos de crear una ciencia abstracta, destinada a vivir señera y sola en el mundo, crearon un orden de ideas que arrancando del conocimiento de Dios y del de la naturaleza humana, extendió muy pronto su influencia al derecho en general, y especialmente al de Roma; la teoría filosófica que acabamos de examinar en su inmenso plan abrazaba todas las instituciones sociales; pero un hombre solo, fuera cual fuera la extensión de su genio, no podía llevar a cabo la completa realización del inmenso pensamiento que en contradicción con las ideas, los hábitos y la manera de ser esencial del mundo antiguo, sólo sobre las ruinas de éste podía fructificar; por eso, y porque la voluntad del hombre por decidida que sea es limitada, el mismo Cicerón no pudo prescindir del mundo en que vivía, de la pesada atmósfera que le rodeaba, y al aplicar sus magníficas teorías al derecho existente, en la segunda parte del tratado De Legibus, no sólo aparece muy inferior, sino que se limita a resumir la legislación de las XII Tablas y el Derecho honorario.

12. SÉNECA.-Hemos visto hasta qué punto Cicerón, tomando como base de su filosofía la escuela estoica, había, sin embargo, aceptado los principios capitales de Platón, de Sócrates y de Aristóteles; algunos autores de alta estima le acusan de este eclecticismo, creyéndole hijo de limitación de inteligencia, de poca profundidad científica64. Nosotros, sin embargo, apoyados en la razón y en la autoridad de uno de los escritores más sabios de nuestra era, creemos que Cicerón, como Séneca y los Plinios y Epicteto y Marco Aurelio, siguieron este eclecticismo natural, necesaria y providencialmente: la misión del pueblo romano era unificar las doctrinas, unificar las nacionalidades, las religiones, en una palabra, el mundo antiguo, para facilitar el paso al mundo moderno, cuya hora había sonado ya en el reloj de los tiempos.

13. Por eso cada día para el pensador y el filósofo es un paso de progreso que no se interrumpe ni aun en los momentos de decadencia y decrepitud del imperio; por eso también Séneca significa un progreso comparado con Cicerón, y Epicteto y Marco Aurelio comparados con Séneca.

14. La doctrina de este filósofo y de los que le subsiguen aparece impregnada de la nueva savia que había de ahogar al mundo romano y dar vida a la edad moderna. Séneca funda su sistema, todo su sistema filosófico, en la caridad y en el amor; no son aún ni el amor ni la caridad cristiana, pero se le parecen mucho.

15. El sentimiento de unidad se revela en todas las obras y pensamientos de Séneca de una manera admirable, y no es difícil comprender los resultados que en su sistema produce. Considerando al hombre como parte integrante e igual del gran todo, su máxima es: «nada que corresponda al hombre puede ser indiferente al hombre»; de aquí que el dogma santo de la fraternidad, y el no menos santo principio de la igualdad, sean reconocidos y practicados por él.

16. Donde quiera fijemos la atención hallaremos magníficas ideas y sanos principios. «Donde quiera que veamos un hombre, encontramos la ocasión de hacer un beneficio65. Ese que llamas esclavo tiene su origen en la misma esencia que tú, goza del mismo cielo y respira el mismo aire, y vive y muere como tú66. La esclavitud no pesa sobre todo el hombre, la mejor parte de él es libre: el alma se pertenece a sí misma, es sui juris.» «¿Por qué, dice en otro lugar, huir y menospreciar al hombre que ha delinquido, siendo el error el que conduce al mal? ... Es necesario dulce y paternalmente dirigirlos al bien de que se han separado, no sin castigarlos, pero sin hacerlos víctimas de la cólera. ¿Pues qué, el médico se encoleriza con el enfermo?»67.

«Vivid con vuestros semejantes, como si Dios os mirase. Proceded con los demás como desearíais que procediesen con vosotros mismos. Los hombres deben acercarse unos a otros, porque han nacido para vivir en común»68.

17. Que tuvo la intuición de lo que es el alma, pruébanlo las siguientes frases: «Es cosa tan grande el espíritu del hombre, que no tiene otros límites que los que le son comunes con Dios ... su patria verdadera es el universo»69.

18. Lo dicho, que no podemos extender, porque los límites de este trabajo no nos lo permiten, basta para comprender que las bases de la justicia y del derecho eran para Séneca la benevolencia, la caridad, la paz; que sus ideas aplicadas al derecho tienen muchos puntos de contacto con las de los filósofos modernos, y que hasta en el derecho penal por tanto tiempo abandonado y desconocido en nuestra misma edad había vislumbrado y sentado el gran principio.

19. Los PLINIOS, PLUTARCO, EPICTETO y MARCO AURELIO, genios sublimes, nacidos al calor del antiguo estoicismo, vienen en pos de Séneca, no diremos perfeccionando, sino ampliando más y más el círculo de sus principios eternos y humanitarios. Bien quisiéramos dedicar un párrafo especial a cada uno de ellos; pero en la imposibilidad de hacerlo, nos concretaremos a decir solamente que con especialidad en Plinio el joven, en Epicteto y en Marco Aurelio se revela la verdad científica con fuerza tal, con esplendor tan soberano, que al leer sus obras cree uno tener a la vista magníficos tratados de la más pura moral cristiana, y, sin embargo, Plinio el joven mandaba a los cristianos al suplicio sin oírlos, sin preguntarles cuáles eran sus creencias, sin conocerlos, con sólo saber que eran cristianos!70 Epicteto y Marco Aurelio, entre los filósofos citados, merecen fijar un punto nuestra atención, ya porque el primero nos enseña que no es la ciencia sola la que hace al filósofo, sino las obras acordes con la ciencia, ya porque el segundo prescinde por completo de la inexorable indiferencia del estoico, para sustituirla con la máxima tres veces santa del amor, presidiendo a todo, regenerándolo todo, dirigiéndolo todo, reconoce la unidad del hombre en Dios, y quiere que el hombre se erija por sus obras en sacerdote de Dios; por lo tanto, castas, esclavitud, desigualdades sociales, todo está herido de muerte en la filosofía del emperador romano.

20. Claro está que en un pueblo como Roma, que vivía por el derecho y para el derecho, los pasos de progreso que la filosofía estoica viene dando desde CICERÓN hasta MARCO AURELIO habían de revelarse en el derecho positivo de la señora del mundo, toda vez que los jurisconsultos romanos pertenecían a la escuela estoica y eran a la vez legisladores. Así se comprende el magnífico proceso histórico que del derecho en Roma nos revelan sus códigos y monumentos, la aparición y el predominio que el derecho natural o de la razón viene adquiriendo de día en día hasta elevarlo a la altura en que nos le muestran las compilaciones justinianeas, que en último resultado no son otra cosa, histórica y filosóficamente hablando, que la muestra más clara y patente del movimiento y progresivo desarrollo del derecho desde las doce tablas hasta la época del Emperador Bizantino, y que llega hasta definir con Florentino la esclavitud «como una institución del derecho de gentes contraria al derecho natural.»

¿En qué consiste, pues, que cuando la verdad se revelaba con tanta fuerza en filósofos y jurisconsultos, que cuando el Cristianismo alumbraba ya con su purísima luz a aquel mundo y a aquella civilización no veamos triunfar la verdad y entronizarse y dominarlo todo con su poder sobrehumano? Ya lo hemos dicho: en que las antiguas civilizaciones estaban basadas en el materialismo, que el espíritu y sus funciones eran un secreto velado aun para el mundo, que se desconocía a Dios, y por lo tanto, no podía conocerse al hombre, en que el Cristianismo mismo no era una religión de lucha y de destrucción, sino de razón, de conciencia creadora; en que jamás la humanidad pasa de un estado a otro estado en un momento y de un salto, sino gradualmente y apoyando un pie en el presente para sentar el otro en lo que está por venir, y en que, por lo tanto, se necesitaban aún muchos siglos y mucho trabajo de elaboración para que esas mismas santas y sublimes verdades que la religión de Cristo nos revelara, y que habían de ser la base y el sólido cimiento de un nuevo mundo y de una nueva edad humanitaria, pudieran aplicarse.

21. El coloso romano había ya cumplido su destino, había dado al mundo la unidad material, única que podía existir en aquellos tiempos, había fundido en su inmenso crisol y con un fuego providencial, religiones, costumbres, hábitos, idiomas, nacionalidades; había pasado el rasero de la dominación y de la esclavitud primero, el de una mentida igualdad después, sobre aquel mundo que empobrecido, aniquilado, sin fe, sin esperanza, languidecía y moría por la inanición y por el aislamiento de los elementos mismos que se habían sometido a la unidad más enérgica, pero que no se habían armonizado.

22. Tocábase el momento supremo; las tribus del Norte convertidas en auxiliares del agonizante imperio se conmueven a impulso de la voluntad divina, y el coloso romano estalla en mil pedazos que cubren el polvo y las ruinas del pasado, pero que en un día providencial también, reaparecerán para ayudar a la realización del pensamiento divino.

23. El primer período de la segunda edad humanitaria concluye con la invasión de los bárbaros, las convulsiones de su lenta agonía aún nos aterran y estremecen, y es que no se rompe un orden de civilización sin horribles sacudimientos.

24. Del inmenso naufragio del mundo romano sólo se salvó lo que no era romano, lo que no pertenecía a aquel mundo, lo que no era de aquella civilización, el Cristianismo, y desde ese momento comienza su verdadera influencia y su verdadero poder. El mundo moderno es esencialmente cristiano, como fue esencialmente politeísta el mundo antiguo, y aun el triunfo del Cristianismo no se ha realizado, pero se realizará en un porvenir tal vez muy próximo.




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Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

COMPARACIÓN ENTRE EL PRIMERO Y SEGUNDO PERÍODO.-1 al 4. Insuficiencia de la filosofía en el primero.-5 y 6. Necesidad de principios nuevos.-El Cristianismo.-7. Caída del imperio romano.-La invasión de los bárbaros.-Retroceso a la primera edad.-8. La idea de Dios salva al hombre.-SEGUNDO PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD.-9 al 13. Idea de Dios.-Sus efectos.-14. En el arte.-15. En la ciencia.-En la filosofía.-16 y 17. Influencia del Cristianismo en la civilización.-Emancipación de la mujer.-Del esclavo.-18 al 20. Mahoma, su influencia.-21 y 22. El papado, su influencia.-Término de la Edad Media.

1. Hemos trazado en las lecciones anteriores el cuadro magnífico y terrible del primer período de la segunda edad humanitaria, hemos visto que en medio del doloroso conjunto que presenta a nuestro estudio, la mano del Eterno no ha abandonado al hombre, y que la filosofía, elevándose a una inconmensurable altura, había fijado grandes principios, grandes verdades, y había producido notables, aunque incompletos y en la práctica casi estériles, progresos.

2. En efecto, examinando las escuelas y viendo de qué modo providencial y portentoso se van acercando a la verdad cristiana, hemos visto que conocieron la unidad de Dios y la libertad, la fraternidad, la igualdad del hombre, casi hasta la caridad: hemos visto cómo habían herido en el corazón el politeísmo; ¿por qué causas tantas conquistas, tan notables progresos no produjeron resultado? Indicado queda en nuestras lecciones anteriores y sólo nos resta resumir para que resulte más vivo el contraste con el segundo período de la segunda edad y se pueda ver más claramente la importancia y necesidad del Cristianismo.

3. Todas las conquistas, todos los progresos de la filosofía pagana fueron impotentes, porque, como hemos dicho, el mundo politeísta, el mundo material, no podía aspirar más que a una unidad material y egoísta por lo tanto; las magníficas concepciones de los filósofos, las sublimes verdades por ellos recogidas y conservadas, puede decirse que no se referían al hombre como hombre, sino al hombre como miembro de una nación determinada, y por lo tanto, ni la libertad, ni la igualdad, ni la fraternidad que brillan en los escritos de Pitágoras, de Platón, de Séneca o de Marco Aurelio eran patrimonio de otros hombres que los griegos o los romanos; ni el conocimiento de Dios uno, ni el de la verdad que alcanzaron aquéllos, ni el de los derechos absolutos que presintieron, salían del estrecho círculo de los elegidos; la religión pagana herida por ellos en el corazón se llevaba la fe de los pueblos envuelta en su inmenso sudario, y los varios elementos componentes del coloso romano sin fe, sin creencias, sin lazo que los uniese, lejos de contribuir a sostenerlo, apresuraron su caída y la del mundo antiguo.

4. Estrabón pinta en elocuentes frases las causas de aquella inmensa catástrofe. «La filosofía, dice, se dirige a un pequeño número; es imposible que la mujer y las masas populares sean educadas en la religión, en la piedad, en la fe, por medio de discursos filosóficos; para ellos sólo sirve la superstición71. La esclavitud, la separación de castas, la servidumbre de la mujer, la distinción profunda entre los pueblos no podían extinguirse la verdadera unidad, la unidad-armónica no podía existir.

5. Empero viene el Cristianismo, declarando hijos de Dios a todos los hombres sin distinción de raza, de nacionalidad, de posición social, predicando que todos ellos tienen en Dios su destino y fin supremo, esto es, dándoles un mismo origen y un mismo fin, santifica y establece la verdadera igualdad, la igualdad universal, y por lo tanto crea al hombre hombre y prepara la verdadera unidad, la unidad armónica de las existencias.

6. Lento y laborioso debía ser el trabajo por la nueva religión emprendido; pero seguro e infalible, como tendremos lugar de ver en las lecciones sucesivas, el orgullo que divide es reemplazado por la caridad que une estrechameme, la verdad ya no es el patrimonio de una secta o de una escuela, sino del hombre, del universo entero72.

7. Ábrese, como hemos dicho, el segundo período de la segunda edad con un acontecimiento que hizo retemblar el mundo en sus cimientos, con la caída del imperio que había dado su ley a todos los pueblos, que por todas partes había implantado sus costumbres, sus creencias, su idioma; extiéndese por todas partes la barbarie como si Dios hubiera querido llevar al mundo al punto de partida; pero sobre la inmensa catástrofe flotaba el arca santa del conocimiento de Dios, y segunda vez se salvó la humanidad.

8. El conocimiento de Dios no es ya un secreto, todo hombre le comprende como ser uno, eterno, infinito, primordial, creador y rector de cuanto existe, colocado sobre todo y hacia el cual todo camina y se dirige; por eso en medio de la diversidad, de la incoherencia, de la lucha que caracterizan este período, el hombre, animado del deseo de fusión con Dios, se une a los demás hombres: mirándose como iguales ante Dios no luchan con el solo objeto de vencer y destruirse, y finalmente, considerándose sometidos a una ley divina y superior a ellos mismos, se mejoran y espiritualizan e igualan las relaciones existentes entre los hombres, ya en la familia, ya en la tribu, ya en las naciones.

9. En este período el conocimiento de Dios no es aún perfecto: conócesele en su esencia y en sus atributos esenciales, verdad, como un ser superior al hombre; pero no se conocen las relaciones que éste tiene con él, no se le conoce, en una palabra, científicamente, y todos, sin embargo, se creen con el derecho de salvar las barreras que de Dios les separan, y todos aspiran a conseguirlo; de aquí esa inmensa sed de libertad personal, la necesidad de abolir la esclavitud, de emancipar a la mujer y de terminar las guerras, reconciliando a las naciones con Dios por medio de una reconciliación mutua.

10. Esta exageración por una parte, y por otra el haberse guarecido del manto de la religión las artes, las ciencias y la verdad, hacen que el carácter de esta época sea eminentemente religioso, y eminentemente religioso también el poder: así, pues, el arte, la ciencia, el derecho, todo, todo aparece subordinado a la religión.

11. Como en medio de esa santa y sublime aspiración en el hombre de unirse estrechamente a Dios no vivía en él, porque su existencia material se oponía, trata de destruir cuanto de aquél la separa, o lo que es lo mismo, la humana individualidad, siendo, por lo tanto, imposible armonizar la vida de la humanidad con el pensamiento divino, que no es por cierto la destrucción del individuo, y sin embargo, los Padres de la Iglesia tienden a buscar esa unidad armónica que no destruye ninguno de los elementos de existencia, sino que, por el contrario, los abraza todos en un admirable concierto y en un pensamiento divino.

12. Causas especiales, entre ellas muy principalmente el estado de fuerza de aquellos tiempos, hicieron necesario que el cristianismo apelase también a la fuerza y se encerrase en un círculo de acero para combatir la fuerza, y tal vez, merced a eso, como merced a su dogma santo, a la insistencia con que trataba de elevar la inteligencia del hombre, a la noción de Dios y de la humanidad, el cristianismo, representado por los Pontífices romanos, y muy especialmente por Gregorio VII, que, como dice un autor célebre73, fue modelo de alta ciencia, de raro desinterés, de exquisita probidad y de raro patriotismo, hirieron de muerte el feudalismo, contribuyeron al desarrollo de los pueblos, a la perfección en las costumbres y al de las artes y las ciencias.

13. En efecto, en aquellos momentos en que el pasado había desaparecido por completo, en que dominaban tribus y hombres bárbaros y feroces, era necesario crearlo todo, y al mismo tiempo, y para conseguirlo, hacer doblar aquellas cabezas de acero sacudiendo sobre ellas rudos golpes. Sólo el cristianismo, en nombre de Dios, sólo el cristianismo haciéndose impenetrable en su dogma y en su disciplina podía realizar el milagro, como lo realizó en todas las esferas de la vida.

14. El arte antiguo había sido esclavo de la belleza material, el arte cristiano se distingue por su carácter ideal y plástico y crea la estética o ciencia teórica de lo bello.

15. La ciencia y la filosofía se consagran casi exclusivamente al servicio de la Iglesia y de la religión, pero dejan de ser un secreto, se popularizan, popularizando la noción de Dios que le sirve de fundamento, y se hacen el patrimonio de todos74, y por lo tanto de la razón universal.

16. La mujer se eleva y se sublima como esposa y como madre, y el canto amoroso y entusiasta de los trovadores, alabando la belleza de las damas y resonando así bajo el perfumado limonero del mediodía como tras la encina sagrada de la Germania, contribuyen a darle valor e importancia y a domar a los altivos señores.

17. Desde este momento no puede ser la fuerza ciega la que domine al mundo, y la misma disgregación de los estados feudales es un contrapeso al absolutismo despótico de los reyes; muy pronto el cristianismo y la mujer unidos en un providencial consorcio crean las costumbres caballerescas de la Edad Media, y al grito de por Dios y por mi dama el noble ampara al menesteroso, el fuerte cobija al débil, y los vasallos, el estado llano cultivando la industria, las artes y las ciencias se enriquecen, adquieren fuerza y vigor, y los comunes exigen y obtienen privilegios, esto es, se emancipan del poder de los señores y buscan en sí mismos el elemento protector, haciéndose a su vez y conquistando la igualdad ante la ley, el poder que ha de contrabalancear a los señores y a los reyes. El despotismo y el reinado de la fuerza están vencidos, el segundo período terminado y abierto el paso al tercero.

18. En esta época eminentemente religiosa, como hemos dicho, el Oriente, que ya había producido la Biblia y el Evangelio, lanza al mundo una religión nueva que tomando por base parte del dogma y de la moral de aquéllos, reviste las formas sensuales y tangibles, propias de aquellos pueblos ardientes y apasionados.

19. Religión material, se impone por la fuerza y la cimitarra sarracena; animada por ella, viene a influir en Siria, en Palestina, en Egipto, en África y en España para desde allí derramar su influencia poderosa, aunque indirecta, por el mundo entero. Claro es que no podía abolir la esclavitud y sacar a la mujer de su abyección, y por eso en medio de su poderoso alarde de fuerza fue de nuevo relegada a su cuna para envolverse en el manto de la barbarie.

20. Y no obstante, el mahometismo, inspirándose en las civilizaciones griega y persa, había traído al mundo occidental las ciencias profanas desdeñadas por los pueblos germanos, y el imperio fundado en Bagdad y en Córdoba vino a ser el santuario de las artes y de las ciencias y los magníficos centros del comercio y de la industria de aquella edad.

21. El cristianismo, la Iglesia había sido el grandioso elemento de acción que había civilizado al mundo de la Edad Media, dándole el conocimiento de un Dios único, infinito, incondicional, eterno, el del hombre como imagen y semejanza de su creador, aunque finita, condicional y limitada, el de la unidad e igualdad de la especie humana; ella había herido al poderoso en su cabeza erguida para enaltecer a los que sufren, había roto las cadenas del esclavo y de la mujer, elevándola al nivel del hombre, santificando su misión como madre, puesto que Dios mismo había encarnado en una mujer; el cristianismo, en fin, había echado los cimientos de la justicia y del derecho75, y es que sólo donde el cristianismo reina existe la civilización, y que a proporción que se aleja o se pierde surge la barbarie76. La Edad Media planteó todos los problemas sociales, religiosos y políticos que hoy agitan al mundo y que al cristianismo toca resolver, mejor dicho, que tiene resueltos idealmente, y que hubiera resuelto en la práctica como poder, si no hubiera olvidado que siendo una religión puramente espiritual, sólo espiritualmente puede ser tratada, y que desde el momento en que creyó que la razón era su enemiga y debía combatirla perdió su fuerza y su vigor.

22. El haberse la Iglesia estacionado, el haber querido dejar marchar al mundo sin ponerse a la cabeza del movimiento, dio origen a los trabajos de Abelardo, Arnaldo de Brescia, Juan Hus, Jerónimo de Praga y Savonarola, que prepararon el inmenso acontecimiento del siglo XVI, la protesta, que puede decirse pone término a la Edad Media e inicia el ingreso de la humanidad en el tercer período de la segunda edad.

Aún pudo el catolicismo en la primera mitad del siglo XIX enmendar el yerro, aún pudo ponerse al frente del movimiento, aun pudo salvarnos del abismo; no quiso hacerlo, y en vez de impulsar el movimiento espiritual, ha sido arrollado por él y sólo Dios sabe cómo llegará a la tercera edad.




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Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

SEGUNDO PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD.-Edad Media.-1 al 3. Consideraciones generales.-4. LACTANCIO.-Su definición de la justicia.-5. SAN AMBROSIO, la hace consistir en el amor.-6 al 12. SAN AGUSTÍN.-Sus ideas sobre la justicia, el Estado y la ley.-Su influencia en el derecho.-13. SANTO TOMÁS DE AQUINO.-14 al 17. Noción de la ley.-La divide en cuatro especies.-Noción de la justicia.-Del Estado.-18 y 19. La Edad Media no llegó a fijar la noción filosófica del derecho.-20 y 21. Por qué no lo consiguió.-22 al 24. Influencia de la Iglesia.-25 al 32. Cómo surge la protesta.-Rápida ojeada sobre la Edad Media.

1. Hemos descrito a grandes rasgos ese magnífico período humanitario que se llama Edad Media con razón, porque está entre el período de la variedad absoluta y egoísta y el de la unidad armónica, que comienza a aparecer en el tercer período de la segunda edad, y que ha de realizarse por completo en la edad tercera a cuyo dintel tocamos; pero que, como al Moisés de la Ley antigua, no nos es dado tal vez penetrar, aunque lo preparamos para las generaciones venideras.

2. Lo hemos dicho, el carácter predominante de la Edad Media es eminentemente religioso, la ciencia, el arte, la filosofía, el derecho, todo se cobija bajo el sagrado manto del cristianismo, todo crece a su sombra, todo toma su santo perfume; por eso en el seno de la Iglesia es donde hemos de hallar la ciencia, el arte, la filosofía, el derecho; por eso el estudio de los Santos Padres debe ser nuestro estudio; colosos de ciencia, de filosofía, dotados de no sé qué intuición divina, los Santos Padres caminan muy adelante de su siglo, y el análisis de sus obras, por más que sea importantísimo y nos diera inmensa luz para lo presente y lo que está por venir, se escapa a los estrechos límites de esta obra, como se escapa a nuestra pobre inteligencia; haremos de ellos un rápido examen, tanto más cuanto que uniendo en lazo estrecho la moral con el derecho, son sin duda mucho más importantes bajo el punto de vista de la primera que del segundo. A pesar de todo, su influencia en el derecho de la Edad Media es visible y profunda77.

3. Basta lo dicho en la lección precedente para comprender que los Santos Padres comenzaron a fundar una nueva teoría del derecho eminentemente cristiana, basada en la libertad, en la igualdad y en la unidad humanas, en profunda oposición con la que había conocido el mundo antiguo, y sobre todo en derecho penal, mediante el admirable, y aún no comprendido en toda su alteza, sistema penitenciario de la Iglesia. Más tarde los mismos santos padres por su conocimiento de los sabios filósofos y jurisconsultos de Grecia y Roma antiguas sintetizaron con una ciencia pasmosa la doctrina de la antigüedad y de la Edad Media.

4. LACTANCIO, a quien ya hemos citado, que vivió en el siglo IV de la Era Cristiana, es el primero que presenta y desenvuelve la idea de justicia en abierta oposición con la antigüedad; verdad es para ésta la justicia es ya una virtud, y toda virtud representa algo espiritual, tiene algo de sacrificio, se liga estrechamente con un sentimiento moral, pero no bastaba esto al filósofo cristiano, no bastaba esto al hombre que tenía fija en Dios su mirada, que vivía por Dios y para Dios; así que Lactancio hace consistir la justicia en el culto piadoso al Dios único y niega que de ella tuvieran conocimiento exacto sus antecesores toda vez que no conocían más que la vida material. Como se ve, Lactancio confunde la justicia con la moral y con la religión, y si bien hace dar, como todos los santos padres, un paso de progreso a la ciencia del derecho espiritualizándola, no concreta la idea, sino que la deja en una indefinible vaguedad.

5. SAN AMBROSIO, en el mismo siglo, adelanta a Lactancio; verdad es que considera la justicia como una noción moral y religiosa a un tiempo; pero la compara con la noción antigua, que casi puede decirse era negativa, y la hace surgir del amor, fuente divina de unión y de armonía, que, originado en Dios, extiende su acción por todo el universo; así pues, la justicia es el amor universal que nos lleva a realizar con todos los hombres lo que es bueno.

6. SAN AGUSTÍN, el genio colosal, que vivió en los siglos IV y V, había hecho sus estudios clásicos en los autores griegos y romanos, conocía a fondo la filosofía de la antigüedad, y nutrido en la ciencia de Platón trata de armonizar los pensamientos del divino filósofo con los del verdaderamente Divino Maestro; así, pues, tomando por molde el sistema de Platón, desenvuelve en él los principios del derecho y del Estado, estableciendo una profunda distinción entre la ley eterna y la justicia divina, y la ley humana y la justicia terrena, aquéllas eminentemente espirituales, divinas y eternas, éstas materiales, externas e impuestas al hombre por la fuerza y el castigo.

Claro es que la justicia que debe dominar al mundo es la justicia divina, por eso San Agustín la define el lazo de todas las virtudes, que inclina al hombre a tratar a cada uno según su dignidad. Su origen externo está en la naturaleza del hombre, que acepta sus principios, y que una vez que los ha practicado por la costumbre y que han sido sancionados por la religión, los eleva a leyes. Empero a pesar de dar a la ley tan alto origen, quiere que el Estado se rija por la justicia divina, y no por la humana.

7. El progreso que en la ciencia del derecho realiza San Agustín es inmenso; su distinción de la justicia y de la ley puede decirse que es la primera piedra de la ciencia en el mundo moderno; ella entraña la clasificación que más tarde veremos aparecer entre el derecho natural o racional y el concreto o positivo, marca las condiciones esenciales del primero y algo del carácter del segundo, si bien no es la fuerza ni la coacción la esencia de éste, como el gran Padre indica. La manera de elevarse a leyes los principios eternos de la justicia tiene muchos puntos de contacto con lo enseñado por la escuela histórica moderna, si bien nos parece que San Agustín descarta de la costumbre los elementos materiales que aquélla no ha sabido separar.

8. Finalmente, es tan alto, tan profundo, tan verdadero el pensamiento de que el Estado se rija por la ley divina y no por la humana, que después de quince siglos aún no se ha podido realizar por más que toquemos ya en los momentos en que así ha de suceder, es decir, en que la razón, traducida en el derecho natural, sea la base de todo derecho y de toda ley positiva.

9. La alta ciencia de San Agustín, sus profundos conocimientos en la filosofía antigua, el nuevo dogma y las nuevas verdades que el cristianismo le había revelado y que llenaban su corazón y su inteligencia, las causas fueron de que comprendiese cómo hasta entonces no se había concebido la noción de la justicia y la del bien supremo, abriendo así nuevos mundos y nuevos horizontes a la ciencia del derecho.

10. En efecto, la justicia, lazo estrecho y santo que une y encadena todas las virtudes, de origen divino pero íntimamente conforme con la naturaleza espiritual del ser, consiste en la acción del alma que trata a cada uno según su dignidad. Los caracteres, pues, de la justicia, según San Agustín, son muy diferentes de los que la antigua escuela le asignaba; según ésta la justicia era completamente pasiva, según aquél es activa, según la antigua filosofía bastábale con dar a cada uno su derecho, y como el derecho era esencialmente desigual, la justicia ni era una, ni igual por consecuencia; según el filósofo cristiano consiste en tratar a cada uno según su dignidad, y como en la dignidad humana, según el dogma cristiano, no hay ni puede haber diferencias, toda vez que el hombre es uno como semejante a su Creador, la justicia será siempre una e igual.

11. No se detiene aquí el filósofo cristiano, sino que, como hemos dicho, busca el punto de unión y de contacto entre la justicia absoluta y la justicia práctica y concreta, entre la ley racional y la ley positiva, y le señala, en que los preceptos de aquéllas, reconocidos y practicados por el hombre, toman el carácter de costumbre para después elevarse a leyes confirmadas por el poder y por la religión.

12. El bien supremo del hombre lo hace consistir en la paz del alma, pero no en la paz inactiva, fría y egoísta de los estoicos, sino en la paz que todo lo abraza, el alma y el cuerpo, Dios y el hombre, todos los órdenes y todas las cosas que existen, y como esa paz no puede concebirse sino en virtud de un orden universal de armonía que naciendo en Dios abarque toda la naturaleza y todas las manifestaciones individuales y sociales, de aquí que por una parte todo esté dispuesto según una ley divina, y por otra el fin ulterior, el bien supremo, consistan en la variedad armonizada.

Los estrechos límites de estos apuntes históricos no nos permiten examinar más detenidamente los importantes libros78 en que el gran Padre de la Iglesia cristiana desarrolla el magnífico plan que ha de cumplirse en los tiempos que están aún por venir.

13. Avanzando más los tiempos, hacia 1225, y en plena Edad Media, SANTO TOMÁS DE AQUINO desenvolvió la teoría del derecho y del estado, pero no con la elevación y profundidad de ideas que brilla en San Agustín, y otros Padres, sino con las sabias fórmulas y escolásticas distinciones que la época, en que tanto culto se prestaba a Aristóteles, cuya filosofía siguió Santo Tomás, le imponían, y cuyas teorías y formas se encuentran por donde quiera en el Doctor de la Iglesia, pero muy especialmente en lo que concierne a la justicia, al derecho y al Estado.

14. Toma como base y punto de partida para fijar la teoría de derecho, la noción de la ley, que divide en cuatro especies, que son: Ley eterna, cuyo origen es divino, y que rige al universo entero; Ley natural, que es la misma ley eterna cuando se aplica a seres racionales y a su destino general; Ley humana, que rige las condiciones particulares y fines parciales del hombre, y Ley divina, que comprende el orden especial y providencial establecido por Dios para la salvación del hombre.

15. Fijada de esta manera la noción de la ley, deduce la de la justicia, siguiendo la filosofía aristotélica; así, pues, aunque la considera como una virtud, no le da la elevación que San Agustín, sino que la concreta sólo a la vida de relación del hombre que por ella debe dar al hombre con igualdad lo que se le debe; la palabra igualdad caracteriza la justicia en esta definición, pero no hasta el punto de quitarle el sello de oscuridad que a la noción de justicia dada por Aristóteles acompaña; dar a cada uno lo que se le debe, aunque sea con igualdad, no es ser justo en la acepción verdaderamente filosófica de la palabra, por más que pueda serlo en la legal; por eso, sin duda alguna, Santo Tomás hace la distinción entre justicia exterior, que es la que hemos definido, y la justicia interior, que es la que consiste en obrar justamente por caridad, por amor de Dios, único y supremo juez y legislador

en cuestiones de justicia interior.

16. El Estado se rige por el derecho, pero éste ostenta dos fases distintas, una la natural, eterna, invariable, fundada en la naturaleza del hombre y en la ley natural, y aplicable a la realización del fin general, y otra el derecho humano, en armonía con la ley humana y nacido de una convención, pacto o contrato público o privado. Sanciona el filósofo un gran principio, que consiste en que el derecho del Estado sólo se puede aplicar a los actos externos, únicos que entran bajo el dominio de la legalidad o derecho positivo.

17. Basta fijarse en las indicaciones que preceden, para comprender que Santo Tomás, haciendo surgir el derecho de la voluntad de Dios, el Ser racional por excelencia, lo funda en la razón suprema, y al aplicarlo al hombre, ya como derecho natural, ya como derecho positivo, continúa dándole un carácter eminentemente racional79.

18. A pesar de lo que hemos expuesto al reseñar la historia del desenvolvimiento del derecho en la Edad Media, se comprenderá fácilmente que no se había llegado a la fijación filosófico-científica del derecho. Si durante el período de la Edad Antigua sólo se había podido alcanzar la unidad material, y, por lo tanto, era imposible realizar la armonía de los varios elementos componentes de la vida; durante la Edad Media sólo se aspiró a fundar la unidad religiosa, prescindiendo por completo de todos los demás elementos.

Verdad es que el cristianismo santificando los principios de libertad, de igualdad y de caridad había dado una nueva dirección a la vida; verdad que aceptando en el hombre una doble naturaleza espiritual y material había abierto nuevas vías de progreso a la ciencia. Verdad que lejos de desdeñar aceptó la antigua filosofía; pero todo este movimiento, todo este esfuerzo, casi sobrehumano, de la inteligencia, tendía más que a otra cosa al triunfo del dogma, a la perfección en los medios y formas de conseguirlo.

19. Fijos los ojos, fija la inteligencia de los Santos Padres en la cuestión religiosa y en el triunfo del dogma por ellos defendido, todo lo refieren a Dios, como el ser supremo, el ser universal, uno por excelencia; la unidad, pues, que durante este período domina a la humanidad, es la unidad primordial, divina, y el poder que la representa la Iglesia.

20. De aquí, por una parte, las tendencias absorbentes y dominadoras de la Iglesia y el dualismo que distingue a esta edad, y que se manifiesta en la lucha entre aquélla y el Estado; de aquí también el que todas las cuestiones revistan la forma religiosa, y que esa lucha ostente también un carácter religioso.

21. Es innegable que el cristianismo entonces civilizó al mundo y salvó a la ciencia, y no debe extrañarse, por lo tanto, su tendencia dominadora; si la hubiera ejercido sólo en el terreno espiritual hubiera sido más duradera y más fructífera, pero quiso extenderla demasiado a la vida externa y de relación de los pueblos, y la lucha entre el Estado y la Iglesia estalló en breve para dar vida al mundo moderno.

22. Ya en pos de Santo Tomás, y antes de salir de la Edad Media, en el siglo XIV, la ciencia del derecho toma nuevo vuelo y nuevos derroteros; se seculariza, digámoslo así, y comienza a manifestarse con los caracteres que habían de distinguirla en el tercer período de la segunda edad humanitaria, cuyo estudio va a ser objeto de las lecciones siguientes.

23. El ligero examen que acabamos de hacer de los Santos Padres, y especialmente de Santo Tomás de Aquino, demuestra cumplidamente que en la Edad Media el derecho filosófico y prácticamente considerado no sólo sufre la profunda influencia del cristianismo y de sus dogmas santos y civilizadores, sino que se une estrechamente con los estudios teológicos, importantísimos en aquellos tiempos.

24. La alta ciencia de los Santos Padres, la acción civilizadora de la Iglesia en aquellos siglos de lucha y de barbarie, y el carácter eminentemente espiritual de la religión cristiana, no sólo dieron tono y carácter a la Edad Media, sino que prepararon el tránsito al tercer período de la segunda edad humanitaria.

25. En efecto, el cristianismo, rompiendo la unidad material del primer período de la segunda edad, considerando al hombre en su doble faz espiritual y eminentemente divina y física o temporal, señalando el destino de la primera fuera de la vida terrena, y en ella el de la segunda, creó un dualismo social, cuyos dos polos eran la Iglesia y el Estado; aquélla quiso dominar, y en efecto dominó largo tiempo a éste, surgiendo una lucha, en la que el triunfo fue de la Iglesia mientras no se apartó del espiritualismo esencial, que es su carácter dominante; pero la misma lucha entablada, por una parte, el deseo de triunfar, por otra, hicieron olvidar a la Iglesia ese carácter esencial de su ser, y hacia el siglo XII vio comenzar la protesta, que en el siglo XVI había de cambiar la faz del mundo80.

26. Prescindiendo de las herejías de los primeros tiempos, que puede decirse tuvieron un carácter meramente teológico; en el siglo XII aparece ABELARDO, que puede decirse es la primera, aunque vaga manifestación del Estado oponiéndose a la Iglesia en nombre de la razón y del derecho. San Bernardo, el genio más prodigioso de su siglo, abandonó su retiro para confundir a Abelardo81.

27. ARNALDO DE BRESCIA, discípulo de Abelardo, trató de despertar a la Italia, y el antiguo Capitolio resonó a los gritos de libertad que saludaban la república ausónica; pero no era aún tiempo, y Federico I ahogó la herejía en la sangre del heresiarca82.

28. El primer paso se había dado, y Pierre d'Ailly y Juan Gerson lo repitieron en nombre del misticismo y del nominalismo. Pero conseguido el objeto de separar la parte escolástica de la religiosa, Jerónimo de Praga y Juan Huss pagan con la vida el haber querido avanzar demasiado rápidamente.

29. Por esta época la filosofía griega, que desde Constantinopla se extiende por el mundo occidental, viene en ayuda de la protesta, y surgen las distintas herejías que se dirigen contra Roma y contra el poder del papado, que quería sobreponerse a todo poder temporal, y negarle la legitimidad si no había recibido de sus manos la investidura.

30. Roma lucha con ardor, casi con encarnizamiento, por sostener su poder vacilante ya; pero la filosofía y la ciencia comenzaban a dominar, y aunque a veces impetró el brazo secular para que le ayudase a exterminar a los que la combatían, como toda su fuerza consistía en los medios espirituales de que podía disponer, y comenzaba a obrar contra sí misma, apoyándose en la fuerza material y en los poderes temporales que había anatematizado y tenido a raya mucho tiempo; como se hizo defensora del despotismo, ella, que había predicado la libertad, vio levantarse en Alemania el espectro gigantesco de la reforma, que, predicada por Lutero y por Calvino, había de herir con rudo golpe su unidad, su preponderancia y su poder temporal.

31. La reforma, que no juzgaremos nosotros bajo el punto de vista religioso, sino bajo el político y de derecho, fue un acontecimiento de gravísimas consecuencias para la sociedad, para la filosofía y para las ciencias.

32. Sociedad, ciencias y filosofía puede decirse que durante la Edad Media habían estado completamente al servicio de la religión, y sólo se habían cultivado en tanto en cuanto a la Iglesia convenía; desde el momento en que estalló la reforma, sociedad, ciencias, artes y filosofía se secularizaron, y desde ese momento puede decirse que la razón comienza a gobernar el mundo, y que espira el segundo período de la segunda edad para dar lugar al tercero y último.




ArribaAbajoLección XI

Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

TERCER PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD.-1 y 2. Estudio preliminar de este período.-3 y 4. Influencia de la reforma en la vida política y del derecho.-5 y 6. La filosofía toma parte en el movimiento.-7. DESCARTES, su sistema e influencia.-9 y 10. BACON.-11. NEWTON.-12 y 13. LEIBNITZ.-14 y 15. Aparece como ciencia la filosofía del derecho, pero ni científica ni prácticamente se llega a la unidad armónica.-16. La antigua lucha entre el espíritu y la materia reviste otra forma, la de libertad y autoridad.-20 a 22. Causas de que la filosofía del derecho no haya adelantado todo lo que debía.-23 y 24. La nueva escuela prescinde de la vida material.-25 y 26. Insuficiencia de la política por sí sola para el progreso.-27. La humanidad progresa, sin embargo.-28. Influencia de la asociación.

1. Hemos dicho que la humanidad no hace a saltos su carrera, ni pasa de una edad a otra de civilización rompiendo por completo con el pasado, sino que en su marcha providencial y lógica cada nueva era toma su punto de partida, de la que termina, y de ella también en gran parte sus elementos constitutivos; así, pues, en el tercer período de la segunda edad que vamos a examinar, hemos de encontrar grandes puntos de contacto con el que hemos estudiado, y no puede ser de otro modo, toda vez que la humanidad se va acercando a su edad de oro, a la tercera edad, que ha de ser la síntesis de todas las anteriores.

2. Fijémonos un punto en la marcha y desenvolvimiento humanitarios que hemos analizado en las lecciones anteriores y veremos que siempre las grandes cuestiones del conocimiento de Dios, del destino del hombre y de las relaciones de éste con Dios y con sus semejantes, han sido las que han caracterizado la vida de cada edad en todas sus manifestaciones integrales o de relación; así, pues, mientras en el primer período de la segunda edad la confusión del individuo con la divinidad hacía nacer la incoherencia, la desarmonía, la lucha, y como suprema perfección, la unidad material nacida de la fuerza, en el segundo período, o sea en la Edad Media, conocido Dios como Ser primordial, infinito, eterno, y poniendo, por lo tanto, la humanidad todas sus fuerzas en relación con Él; prescindiendo de los demás elementos y separándolos de Dios, ni era posible concebir la vida en toda su variedad, ni llegar a un organismo unitario completo; el tercer período, considerando a Dios no sólo como un ser eterno, incondicional e infinito, sino como ser con el que todos los seres se relacionan, reunirá todas las fuerzas aisladas de la humanidad, armonizará todos los contrastes y demostrará que el hombre no puede realizar su destino, el bien, sino como miembro activo del gran todo que Dios ha creado y dirige; por lo tanto, que todo está en la unidad, pero no en la unidad material del primer período, no en la unidad incompleta del segundo, sino en la unidad universal armónica, sintética, que ha de ser el carácter del tercero.

3. Para prepararlo surgió sin duda alguna la reforma, que en las altas y providenciales miras del Omnipotente vino a abrir ancho palenque a la razón, para que apoyada en el conocimiento de Dios hiciese el gran milagro. No vamos nosotros a juzgar la reforma bajo el punto de vista religioso, sino bajo el científico y social, único que nos concierne.

4. Es indudable que, rompiendo los lazos con que la Iglesia encadenaba a la razón, separando lo que es esencial al dogma de lo que no es dogmático, predicando el principio de que la autoridad por sí sola no basta para dirigir al hombre en su vida evolutiva si el movimiento no se apoya en la razón; aisló aparentemente al hombre, y aparentemente también le separó de Dios; y decimos aparentemente, porque como la noción de Dios es tan necesaria y trascendental, la razón no puede prescindir de ella, y la reforma, que no destruyó, que no pudo destruir la idea esencial de Dios, según el cristianismo la enseña, por ser la verdad, vino a darle nueva fuerza, haciendo que la razón aceptase libre y voluntariamente lo que el dogma y la autoridad le habían hecho aceptar forzadamente.

Además, herido el principio de la más alta autoridad, de la autoridad religiosa, claro es que quedaba destruido el de la política y social, y secularizado, digámoslo así, el poder, podía ser más fácilmente discutido y modificado.

5. De todas las ciencias, la filosofía o ciencia de la razón es la que más vuelo toma; merced a la reforma, ya no será una dialéctica consagrada, puesta sólo y exclusivamente al servicio de la religión, y agitándose fatalmente en el círculo de acero que aquélla le trazara, sino la ciencia inmensa, que todo lo abraza, que todo lo analiza, que lo estudia todo, aisladamente primero, pero para unirlo más tarde, para armonizarlo, para unificarlo en una unidad suprema y universal.

6. Pero la reforma no había hecho otra cosa que roturar el camino; era necesario que se diesen al hombre los medios de seguirle y tocó la gloria a DESCARTES.

7. DESCARTES, sentando como consecuencia de su célebre axioma, pienso, luego existo, la doctrina de que el hombre debe al menos una vez en su vida colocarse en una duda absoluta, prescindiendo de todo cuanto conoce y sabe, no para permanecer en ese estado, sino para reconstruir nuevamente sus conocimientos por medio de la razón, y asentándolos sobre el libre examen, no sólo ha espiritualizado la ciencia, sino que ha dado un criterium importantísimo para poder juzgar de todo, sin que la autoridad ni los juicios preconstituidos influyan en nuestra decisión.

8. Verdad es que el espiritualismo formulado por Descartes puede decirse que fue puro, esto es, que el filósofo no lo aplicó a la moral y a la política, pero sentado el principio, la aplicación vino por sí misma y sin necesidad de esfuerzos83.

9. Frente a frente de Descartes, el filósofo espiritualista, aparece BACON, el filósofo que, apoyándose en un método puramente experimental, y sensualista por lo tanto, hizo surgir a Hobbes, como Descartes a Spinosa, y véase de nuevo, en la edad moderna, frente a frente los dos principios que habían sostenido la eterna lucha y que concluirán por hermanarse en una síntesis admirable, en la tercera edad humanitaria, la materia y el espíritu84.

10. Más adelante veremos cómo ese grandioso acontecimiento se prepara, y analizaremos los diversos sistemas que en el tercer período de la segunda edad se han dividido la atención del mundo: continuando ahora en el estudio sintético de este período, veremos aparecer dos genios colosales que por diversas vías vienen a prestar nuevos elementos de actividad y de vida al mundo moderno.

11. NEWTON, el gran filósofo y el gran matemático, con su teoría de la atracción vino a cambiar por completo los antiguos sistemas, ligando en una ley santa y desconocida todas las existencias, dando nueva dirección a la cronología y a la historia, separándolos de todo culto religioso85 y tendiendo a unificarlo todo armonizándolo.

12. LEIBNITZ, cuyo inmenso genio era superior a Newton, por ser más extensos y variados sus conocimientos, quiso armonizarlo, unificarlo todo, y ciencias, religión, costumbres, leyes, la humanidad entera fueron objeto de su colosal inteligencia, de su grandioso trabajo.

13. El derecho no podía menos de sentir la benéfica influencia de la filosofía, y separado de la religión, pero nunca divorciado de ella por completo, entra también, como veremos luego, en una era de regeneración, mejor dicho, de nueva vida; en esta época es cuando verdaderamente aparece la ciencia que con el nombre de filosofía del derecho se conoce.

14. Pero en medio de los magníficos deseos, de las grandes concepciones de los filósofos cuyos nombres hemos indicado, como ni ellos ni la humanidad habían llegado al conocimiento completo y perfecto de Dios y de sus criaturas, como aún no se comprendían los estrechos santos lazos con que el Creador había ligado todas las creaciones, no era posible llegar a la verdadera unificación armónica, ni siquiera conseguir este gran resultado con relación al hombre y al derecho.

15. Verdad es que el hombre que, merced al cristianismo, había aprendido que es libre, que gracias a los filósofos de la edad moderna había podido apreciar toda la fuerza y toda la extensión del libre arbitrio de que está dotado, trata de romper las cadenas que le sujetan, de destruir todo poder externo que se le imponga por la fuerza; pero como no conoce la íntima relación que existe entre lo condicional y finito con lo infinito e incondicional, los resultados de su actividad son siempre incompletos.

16. De aquí que la lucha entre la materia y el espíritu reaparezca con nueva fuerza, de aquí que el pasado y el presente combatan con encarnizamiento sin producir aún nada completo, nada estable, nada perfecto.

17. Separadas en la vida práctica y externa desde la reforma la religión del Estado y de la política, los pueblos en su vida política y social han marchado sin duda alguna con más libertad y con mayor desembarazo, desenvolviendo todas las ideas, todos los principios, que sólo aparecían en lontananza en la Edad Media, dando mayor fuerza y extensión a los que aquélla había ya traído a la práctica, y véase cómo los tres grandes principios de libertad, igualdad y asociación, reconocidos y aceptados entonces, puede decirse que son los grandes puntos de apoyo que han de determinar la manera de ser del tercer período de la segunda edad; pero como aún la idea de Dios y la del destino de la humanidad no son conocidas en toda su extensión, ni como ideas y nociones universales, de aquí que la incoherencia y la lucha de los dos períodos anteriores caracterice aún a este tercero; verdad es que en él esos tres grandes principios tienen el apoyo y el auxilio de la ciencia, pero ésta también es incompleta, no ha llegado a la posesión de la verdad, y por lo tanto, no puede dar al hombre una solución verdadera y segura, ni realizar la unidad universal y armónica de todas las existencias, ni aun la de los dos elementos componentes de la humanidad, la materia y el espíritu.

18. En el proceso evolutivo de este tercer período aparecen, por lo tanto, de un lado los principios de libertad, igualdad y asociación, caracterizando e impulsando la vida y dándole una actividad a las veces vertiginosa y desacordada; de otro, el principio de autoridad de los antiguos tiempos, queriendo imponerse y detener el movimiento.

19. Desgraciadamente para nuestra edad, el principio de autoridad como dique al movimiento y como elemento de quietismo se opone a la ley providencial y necesaria de la actividad y del progreso, y el principio de libertad, considerado sólo bajo el punto de vista político, es puramente negativo, y no puede aparecer como elemento creador de un verdadero movimiento de progreso.

20. La ciencia en general, y la del derecho muy especialmente, se resienten de esta falta de verdad completa y de aplicación, y de aquí que aunque la filosofía del derecho haya adelantado notablemente, sobre todo en los últimos tiempos, en la práctica estamos muy lejos aún de la realización de los grandes principios por la ciencia consignados, y es que se ha olvidado por completo la gran máxima de que la unidad sintética a que el mundo aspira ha de abrazarlo todo, perfeccionándolo y armonizándolo todo en sus diversas esferas de acción, y aplicándose la actividad y la razón a unas esferas parciales, abandonando otras, la desarmonía no termina, y los choques de unos con otros elementos mantienen el desequilibrio y la duda.

21. En efecto, se ha creído que bastaba para realizar el gran pensamiento de la creación con respecto a la humanidad, con consignar en los códices los tres grandes principios de libertad, igualdad y asociación, esto es, la personalidad humana, pero se ha perdido de vista que para que la realización de esos principios sea práctica y fructífera es necesario, no sólo consignarlos, sino dar a los pueblos medios para que puedan cumplir con esas condiciones de existencia.

22. No habiéndose dado esos medios, la fijación de los derechos en cuestión es un sarcasmo para la humanidad, es condenarla al suplicio de Tántalo, haciendo que el agua toque a los labios para dejarla morir de sed.

23. Y es que la nueva escuela que quiere partir del derecho, y por lo tanto de los tres principios marcados, que son eminentemente espirituales, olvida dos grandes verdades, que son, 1.ª que sobre la tierra el espíritu no puede separarse de la materia, y 2.ª, que el espíritu humano es perfectible y que no puede prescindirse de cultivarlo y perfeccionarlo para que los principios espirituales de la vida puedan realizarse.

24. Dedúcese de lo expuesto que el hombre como ser material necesita hallar los medios de conservar y desarrollar la materia; como ser espiritual, los de desenvolver y perfeccionar su espíritu, en una palabra, que necesita el pan de la inteligencia y el pan del cuerpo, pues sin el pan del cuerpo éste perecerá y el espíritu no podrá continuar su carrera evolutiva; sin el pan del alma el cuerpo podrá vivir, pero el espíritu no romperá jamás el denso velo de la ignorancia.

25. Véase por qué todas las conquistas que en el terreno político han hecho los pueblos desde la revolución francesa hasta nuestros días, no han bastado en el terreno individual y práctico para proporcionar al hombre un ápice de bien, y en el terreno científico y humanitario apenas si le han hecho dar un paso de progreso hacia la tercera edad que todos presentimos porque está próximo su ingreso, pero para la cual, a decir verdad, muy pocos se hallan preparados.

26. No es necesario mucho esfuerzo para demostrar que la escuela contraria, queriendo detener a la humanidad en su carrera sin poder conseguirlo, que el hombre no puede ir jamás contra los decretos de su criador, produce constantes choques, y que la humanidad, merced a ambas, va caminando de la acción a la reacción, sin salir del despotismo, porque ambas escuelas, aunque por distintos senderos, suelen encontrarse fatalmente en un punto.

27. Pero en medio de tan encontrados elementos, a pesar de ellos, la humanidad marcha y marcha con paso constante, y los grandes problemas que sólo inició la Edad Media van en el tercer período tomando un carácter grave y acercándose a su realización.

28. El gran paso de progreso, la gran regeneración del mundo moderno para que pueda pasar de la segunda a la tercera edad humanitaria, ha de hacerlo, sin duda alguna, la asociación, pero no esa asociación material e interesada que vemos aparecer en los siglos medios con los nombres de gremios y de comunes o municipios, asociación particular, material, interesada, egoísta, antitética y privilegiada, sino la asociación general, desinteresada, sintética, la asociación que todo lo abrace, que todo lo regenere, que todo lo engrandezca en una armonía universal y divina.

29. La asociación ha de dar al hombre el pan del cuerpo y el pan de la inteligencia; la asociación ha de permitirle elevar su espíritu a las más altas concepciones, obrar con verdadera libertad, pero sin excederse de su esfera propia de acción, gozar de la igualdad formal a que puede el hombre aspirar sobre la tierra, y marchar con paso seguro a la consecución de su ulterior destino, para lo cual los hombres, las artes, las ciencias, la industria, todo, todo tiene que desenvolverse de una manera armónica, constante e inteligente.

30. Hasta ahora todo el progreso se encierra, puede decirse, en una doble fórmula de gobierno, monarquía o república; pero las fórmulas nada valen si a sus diferencias inmanentes no acompañan diferencias trascendentales; a señalar éstas no ha llegado aún ningún partido, ninguna escuela política; por eso hasta ahora la humanidad vive en la lucha, en el desequilibrio, en la duda.

31. Más adelante veremos los esfuerzos que se han hecho para llegar a resolver el gran problema de la asociación, y examinaremos las distintas teorías que para ello se han traído a la arena de la discusión; las examinaremos e indicaremos las causas que a nuestro entender se han opuesto a que hayan producido los resultados que sus autores apetecían y esperaban, y terminaremos esta exposición histórica señalando los caracteres que deben distinguir a la tercera edad, que ya se vislumbra, aunque muy de lejos.




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Historia del desenvolvimiento humanitario con relación al derecho


SUMARIO.

TERCER PERÍODO DE LA SEGUNDA EDAD.-1 y 2. BACON. Su influencia.-3. DESCARTES.-4. Nace la filosofía del derecho.-5 al 7. División en tres épocas.-8 al 14. Ligera reseña de los escritores anteriores a Grotio.-PRIMERA ÉPOCA.-DE GROTIUS A LEIBNITZ.-15 al 19. GROCIO. Sus sistemas.-20 al 23. HOBBES. Su sistema.-24 al 26. HELVECIO.-27. PUFFENDORF.-28. Los COCEJÍ.-SEGUNDA ÉPOCA.-DE LEIBNITZ A KANT.-29 al 34. LEIBNITZ. Su inmensa influencia.-35. THOMASIUS.-36 al 39. WOLF.-40 al 46. ROUSSEAU.

1. Al analizar en la lección precedente el tercer período de la segunda edad humanitaria, vimos que dos grandes genios vinieron a caracterizar sus primeros albores en la ciencia, BACON y DESCARTES, representante aquél, por el método que siguió, del materialismo, éste del más puro y enérgico racionalismo, ambos han tenido sin duda alguna profunda influencia en la marcha y progreso de la ciencia y en las diversas escuelas filosóficas que se han dividido el campo en la edad moderna.

Al calor de estas escuelas puede decirse que nació la filosofía del derecho, y, por lo tanto, su desenvolvimiento ha seguido el de aquéllas y se ha amoldado, como veremos, a sus principios dominantes.

2. BACON, que, según hemos dicho en la precedente lección, adoptando el experimentalismo como método de investigación y de conocimiento, sólo en los sentidos fijaba la fuente de conocer, echó los cimientos de una filosofía materialista. Fue ésta desenvuelta más tarde por Locke y Condillac, e introducida en la ciencia del derecho por Hobbes, Helvetio y otros, que, como consecuencia lógica, crearon la teoría de la fuerza para servir de base al derecho, o la del contrato social, planteada por los que, siguiendo a Locke, tenían en algo la reflexión, y la colocaban por cima de las sensaciones.

3. DESCARTES, al formular su sistema eminentemente espiritualista, prescindió de aplicarlo a la moral y a la política, y puede decirse que en su tiempo sólo le siguió Spinosa, que negó la libertad humana y sostuvo que el derecho no tenía otros límites que el poder86; pero más tarde la doctrina cartesiana, olvidada en Francia, aunque estudiada con cuidadoso esmero en Alemania, ha creado el verdadero espiritualismo, que arrancando de Leibnitz y de Kant, pasando por el idealismo subjetivo de Fichte al naturalismo idealista de Schelling y al idealismo absoluto de Hegel, ha dado origen al racionalismo real y armónico de Krause87.

4. Hemos dicho que cada época determinada en el proceso histórico de los tiempos, aprovecha las ideas y se apoya en los principios de las épocas pasadas, porque ni la humanidad hace a saltos su carrera, ni pasa en un momento dado de un orden de ser a otro distinto, rompiendo completamente con el pasado; así pues, no debe extrañarse que en el tercer período de la segunda edad encontremos mucho de lo que constituía y caracterizaba el primero y el segundo, pudiéndose decir que en realidad el tercer período, bajo el punto de vista de la ciencia del derecho, no comienza hasta Hugo Grotius, o lo que es lo mismo, en el último tercio del siglo XVI y primera mitad del XVII. Desde entonces puede decirse que existe la verdadera filosofía del derecho, desde entonces la ciencia de las leyes como verdadera ciencia.

5. Mr. Ahrens, al ocuparse de la historia del desenvolvimiento filosófico del derecho en esta época, la divide en tres períodos y uno de transición88, pero en el apéndice que coloca al fin del tomo primero olvida la división hecha en el cuerpo de la obra y hace una nueva en cuatro períodos89: no es extraña la contradicción del sabio tratadista, porque indudablemente no carecen de importancia los trabajos del período que unas veces llama de transición y otras primer período, y además éstos se extienden hasta tiempos posteriores al mismo Grotius; así pues, no es raro que, si teniendo en cuenta la esencia de los trabajos científicos que nos ocupan, los refirió Mr. Ahrens en el cuerpo de su obra a la Edad Media y los consideró transitorios, teniendo luego en cuenta su extensión e importancia, los agrupará para formar con ellos un período.

6. Nosotros seguiremos al sabio escritor en su división primera, ya porque realmente los escritos hechos en un sentido más bien teológico que filosófico no corresponden al tercer período de la segunda edad, ya también porque esos trabajos llegan casi a nuestros días y el período no estaría perfectamente clasificado.

7. Así pues, prescindiendo de los trabajos anteriores a Grotius, que realmente puede decirse corresponden a la Edad Media, dividiremos la historia del desenvolvimiento filosófico del derecho en tres épocas, que serán:

1.ª Desde Hugo Grotius a Leibnitz y Thomasius, 1583 al 646.

2.ª Desde Leibnitz y Thomasius, 1646, a Kant, 1728; y

3.ª Desde Kant hasta nuestros días.

8. Antes de entrar en el estudio detenido de las tres épocas que acabamos de señalar, vamos a hacer una ligera reseña de los escritores que, anteriores a Grotius, o coetáneos suyos, no habían abandonado en sus obras el criterio científico de la Edad Media, esto es, que no han separado por completo la ciencia del derecho de la ciencia teológica, y como no podamos extendernos demasiado en estos estudios históricos, vamos a trascribir lo que con admirable concisión dice Mr. Ahrens en la materia.

9. Los escritores que tratan del derecho sin separarlo de la teología ni distinguirlo de la moral, pueden dividirse en dos grupos: comprende el primero a todos los autores que consideran el derecho natural como una ciencia especial en íntima y estrecha relación con los dogmas y preceptos del cristianismo. Según ellos, aunque deducido de la naturaleza humana, como ésta se pervirtió por el pecado original y la razón se debilitó y oscureció, el derecho natural tiene necesidad del apoyo de la teología, como la razón de la revelación divina. Por lo tanto, hay que considerar al hombre en un doble estado antes de pecar, y después de haber pecado en el primer estado de integridad; el derecho natural se confunde con la religión y la moral y no son necesarias leyes positivas: en el segundo sólo queda una parte del derecho natural que debe ser protegida por las leyes, y de aquí la necesidad de las instituciones de derecho positivo, tales como la propiedad, los contratos, etc. Según estas ideas escribieron:

MELANCHTHON el Epitome philosophiae moralis, 1538.

OLDENDORS la Elementaris introductio juris naturae civilis et gentium, 1539.

HEMMING (Danés), De lege naturae, 1562.

ALB. BOLOGNETUS, De lege, jure et aequitate disputationes, 1585.

GENTILIS (profesor italiano en Oxford), Delegationibus, 1583 y De jure belli, 1588.

WINKLER, Principiorum juris libri, 1615.

10. El segundo grupo se compone de los escritores que influidos por la lucha religiosa del siglo XVI y por las ideas que ella trajo al mundo, se declaran adversarios de la monarquía y defensores de los derechos de los pueblos, que a su vez se subdividen, unos por considerar al pueblo superior a los reyes, otros por considerar a los reyes inferiores a las autoridades eclesiásticas.

11. Entre los primeros se cuentan Languet, que bajo el nombre de Junio Bruto publicó el libro titulado Vindiciae contra tyrannos, en 1577; Buchanan, en el De jure regni apud scotos; Milton, en su Defensio pro populo anglicano. Todos estos autores fundan la soberanía popular en textos bíblicos, tales como la elección de Saúl, en la analogía con la constitución sinodal de la Iglesia, y en la ley natural, según la cual un pueblo puede existir sin rey, pero un rey sin pueblo no.

12. Entre los segundos se cuentan especialmente los jesuitas, y sus obras más célebres son las de Suárez y el padre Juan de Mariana, que en su libro De rege et regis institutione llega hasta legitimar el regicidio. Los adeptos de esta escuela enseñan la soberanía del pueblo para deducir de ella que el poder real, como nacido de la voluntad popular, es muy inferior al poder espiritual, que viene directamente de Dios90.

13. Aunque por distintos y hasta opuestos caminos la idea de la soberanía popular, que más tarde había de convertirse en un poderoso elemento de civilización y de progreso y en el ariete más formidable contra el principio de autoridad y contra el despotismo, aparece ya en el siglo XVI sostenida por los que, tratando de destruir aquel principio en general, le atacan en la institución monárquica, y por los que, queriendo sostenerlo, pero en una sola de sus manifestaciones, le atacan y combaten en todas las demás. ¡Cuán cierto es que en la marcha providencial de las edades, los más encontrados elementos vienen a contribuir al pensamiento divino que preside al mundo!

Y sin embargo, aún pasaron dos siglos antes que el principio de la soberanía del pueblo se generalizase, y la teoría de los derechos del hombre se hiciese práctica.

14. Vengamos ahora a la verdadera historia del desenvolvimiento de la ciencia del derecho en el tercer período de la segunda edad, que hemos dividido en tres épocas, y ocupémonos de la primera.

Primera época.-Desde Grotius a Leibnitz y Thomasius, 1583 a 1646.

15. HUGO GROTIUS, que floreció de 1583 a 1645, más que el restaurador, como le llama Mr. Ahrens, puede decirse que es el creador de la ciencia del derecho natural.

16. Grocio es el primero que, separando por completo la ciencia del derecho de la religión positiva, la hace nacer de la naturaleza íntima del hombre, por lo que existiría aun cuando supusiéramos un imposible, la no existencia de Dios.

Pero Grocio no se separa por completo de las ideas religiosas; así que parte para fundar su teoría de un doble estado anterior y posterior al pecado original, señalando en el segundo como fuente constante y permanente del derecho, la sociabilidad, noción innata en el hombre como la razón91.

Así, pues, el derecho no puede ser considerado como la voluntad de Dios, sino como el producto de la razón y de la voluntad humanas, combinados según el principio de sociabilidad. Est injustum quod natura societatis repugnat92.

No distinguió la moral del derecho, con la misma precisión y claridad con que lo había hecho de la religión, lo cual, como veremos en adelante, puede producir funestos resultados.

17. Consecuencia de los principios aceptados por Grocio es el que considere el Estado como producto de un contrato celebrado para salir del estado natural, que precede al social, y como encargado de la doble misión de realizar el derecho y la salud común; pero al mismo tiempo de forzar a los hombres a ser virtuosos, toda vez que, confundida la moral con el derecho, el ejercicio de todas las virtudes está bajo la salvaguardia de éste, lo cual, como puede fácilmente comprenderse, puede ser origen de la más horrible tiranía.

18. El libro de Jure belli ac pacis, en que Grocio sentó y desarrolló sus teorías, tuvo un éxito inmenso, tanto porque fue el primero en que se trató el derecho fundamental y científicamente, cuanto porque al ocuparse del derecho de gentes, considerándolo bajo el punto de vista de la sociabilidad, lo trató en la más elevada esfera, le desnudó de todo elemento bárbaro y agresivo, y puede decirse que precisó el derecho de guerra y señaló las solas causas que podían justificarlo; pero como todo lo hacía derivar de la sociabilidad, sancionó multitud de errores, entre ellos el de legitimar la esclavitud, porque no se oponía a su gran principio93.

19. Grocio, puede decirse que es el iniciador de la escuela que se llama socialista, y a la cual pertenecen Barbeirac, Hobbes, Pufendorf, Cumberland, Henriet Samuel Cocejí, que todos parten de la sociabilidad, y de un estado antisocial anterior, si bien varían en señalar las causas originarias de esa misma sociabilidad, origen y fundamento, según ellos, del derecho, o mejor dicho, del contrato que liga a los hombres según el derecho.

Así, pues, mientras Grocio cree que la sociabilidad tiene su origen en la naturaleza del hombre, Hobbes le busca en el egoísmo y en la lucha.

20. HOBBES, espíritu matemático, partidario del despotismo y de los Stuardos, emigrado de Inglaterra por sus ideas, trató de aplicar la teoría del derecho a la política, y de demostrar que la fuerza era el origen de lo justo y de lo injusto, de todo poder, del estado en general. Claro es que, en pos de esta teoría del derecho, debía venir para la moral la del interés.

21. Veamos ahora cómo HOBBES plantea y desarrolla su sistema en los dos libros que escribió con los títulos de Elementa philosophica seu politica de cive, y Leviathan seu de civitate eclesiastica et civili.

22. El punto inicial de la filosofía de Hobbes es que el fin del hombre es el bienestar, por lo tanto, su primer objeto será la conservación; y su segundo, el obtener la mayor suma posible de bienestar; por lo tanto, todo medio que nos procure estos resultados, será legítimo, sin que para nada haya de tenerse en cuenta la existencia de los demás seres.

23. Consecuencia indeclinable de esta doctrina egoísta, es que el estado natural del hombre es un estado de lucha constante, de guerra permanente; pero como este estado es perjudicial al hombre mismo, aun considerado individualmente, de aquí el que los hombres tratasen de vivir en paz, creando un poder, una fuerza que se les impusiese, y que dominando todas las voluntades individuales, las sometiese a una ley común, represora y enérgica, que anule, cuanto esto es posible, las fuerzas individuales. La justicia, por lo tanto, no será otra cosa que lo que la ley ordene, y la ley la expresión de la voluntad del más fuerte. En este sentido, pues, todos los gobiernos serán iguales, siempre que repriman al individuo en pro de la sociedad.

24. HELVETIUS no sólo aceptó el sistema de Hobbes, sino que le dio forma menos científica, lo extendió y vulgarizó por medio de su libro Del espíritu, que obtuvo un gran éxito.

Claro es que el estado antisocial que Grocio y Hobbes tomaron como punto de partida, fue también el de Helvecio, que sostiene que en él los hombres no están unidos por ningún lazo, y por lo tanto, que tienen el derecho de destruir el bien de todos, para proporcionarse el que desean para sí.

Que cuando se convencen los hombres de los males que ese estado les proporciona, se reúnen en pequeños grupos y nombran un jefe que dirima las cuestiones que puedan surgir.

Que de la misma manera que el individuo sólo se agita a impulso de su interés propio, la sociedad se mueve a impulso del del mayor número; que ese interés es la fuente de todo bien, de la justicia y del derecho, y la ley positiva su salvaguardia.

Que las leyes pesan sobre todos y quitan a cada uno algo de su libertad para garantizar la de los otros; pero que no siendo bastante para conseguirlo ni la ley ni la convención que dio origen a la sociedad, el magistrado debe estar armado de la fuerza necesaria para hacer que las leyes se observen por el temor de las penas que infringen.

25. De la doctrina de Helvecio se desprende, que siendo únicamente la fuerza la ley rectora del hombre, y el interés la potencia impulsiva, no existe ni bien ni mal preconcebido, sino que ambas nociones emanan de la ley, como emanan de ella las de moral, justicia y derecho, y que todo cuanto ha existido está legitimado en la historia, si ha habido una ley que le haya prestado su sanción.

26. No nos detenemos ahora a refutar el sistema de Helvecio, porque lo hemos de hacer al ocuparnos de Rousseau y de Bentham. Solo diremos que ese estado de aislamiento o preternatural no ha existido nunca, puesto que el hombre nace de la unión de dos seres semejantes, y por lo tanto, ya existe sociedad, siquiera sea muy imperfecta, y además, que si ese estado existiera tal y como Habas y Helvecio lo describen, la humanidad hubiera perecido en su cuna.

27. PUFENDORF, queriendo fundir las doctrinas de Gracia y Habas, sigue más a éste que a aquél, y además retrograda haciendo depender toda idea de bien, de justicia y de derecho exclusivamente de Dios, y colocando como ley suprema del Estado la publica salus de la edad antigua.

28. Los dos COCEJÍ buscan también el origen del derecho exclusivamente de la voluntad divina.

Segunda época.-Desde Leibnitz y Thomasius a Kant, 1646 a 1728.

29. Ya lo hemos indicado en la lección precedente, si el genio colosal de Newton, descubriendo las leyes de la atracción, hizo dar un paso de inmenso progreso al mundo, el genio no menos grande de Leibnitz, abarcando la creación entera, precipitó y perfeccionó el progreso iniciado por el sabio matemático.

30. LEIBNITZ comprende que la variedad y la unidad son leyes constantes que rigen la creación entera, y trata de destruir el antagonismo que entre ellas existe armonizando la variedad para unificarla; sus vastos conocimientos y la profunda intuición que presta el genio, hicieron que el filósofo quisiera armonizarlo todo para hacer que todo formase parte de la unidad universal, y leyes físicas, leyes morales, religión, idiomas, hábitos, costumbres, derecho, todo, todo viene armonizándose a formar parte de la gran unidad universal del orden eterno e inmutable establecido por Dios.

31. Al ocuparse del derecho prescinde por completo de las hipótesis de un estado preternatural o antisocial, y refiriéndolo al eterno principio de todas las cosas, a Dios, señala en él la fuente de toda justicia, no por un solo acto de su voluntad, sino por ser el creador de un orden divino en el mundo moral; siguiendo su sistema armoniza la noción de justicia con la de bien y con toda noción divina o verdaderamente justa. Partiendo de estas premisas, el derecho no es para Leibnitz el que regula solamente las relaciones externas del hombre; su idea es más elevada, su misión más grande, pues se extiende, a regular todas las relaciones racionales del hombre con cuanto existe. Su fin es el perfeccionamiento del hombre y de la sociedad.

32. Aplícase el derecho solamente por los seres racionales; pero éstos, elevándose a Dios como al centro supremo de justicia, forman con él una asociación divina (civitatem Dei), en la cual la naturaleza está en armonía con la gracia.

Siendo la justicia emanación divina, y tendiendo a la perfección del hombre, individual y colectivamente considerado, deberá considerarse como el principio rector del amor de la humanidad, de la caridad universal.

33. Manifiéstase, sin embargo, el derecho, según Leibnitz, en tres diversos grados, que responden a los tres preceptos del derecho aceptados por la jurisprudencia de la antigua Roma.

El primer grado es el del derecho estricto, que consiste en la justicia conmutativa, y surge de la máxima alterum non laedere; el segundo el del derecho de la razón o de la equidad, que consiste en la justicia distributiva, y nace del precepto suum quique tribuere, y el tercero, que más bien corresponde a la moral que al derecho, consiste en la probidad y piedad, y se deriva del precepto honeste vivere.

Uniendo de este modo la moral y el derecho, abrazando éste en sus diversos grados así la justicia moral como la positiva, y extendiéndose a todas las relaciones racionales del hombre, el mundo entero es una ciudad de Dios, donde cada miembro debe ostentar y conservar su carácter y autonomía, y, por lo tanto, el Estado será una república compuesta de todos los pueblos cristianos gobernados por un concilio permanente, o por un senado que de él reciba su delegación.

34. El sistema de Leibnitz94 tiene dos defectos capitales: es el primero que no separa de una manera clara y precisa la moral del derecho, por más que éste parezca comprendido en los dos primeros grados y aquélla en el tercero, y el segundo que al ocuparse de las relaciones armónico-universales no precisa el carácter propio del derecho. En cambio la idea de la armonía, reduciendo la variedad a una unidad divina, el señalar como origen de la justicia y del derecho a Dios, no porque los imponga con su voluntad, sino porque él es el centro de toda armonía, la unidad final, son pensamientos de elevación inmensa y destinados a fructificar más tarde.

35. THOMASIUS, partiendo de la división hecha por Leibnitz del derecho en tres grados, estableció la diferencia entre la moral y el derecho, separando las obligaciones relativas a la una y al otro, y caracterizando las que nacen de éste por la sanción penal o coercitiva que puede unirse a ellas, por lo que las llama obligaciones perfectas, en contraposición a las de la moral, que llama imperfectas; haciendo surgir éstas del precepto haz a otro lo que quieras que hagan contigo, y aquella del no hagas a otro lo que no quieras para ti; como se ve, ni la distinción entre la moral y el derecho es clara y precisa, porque las dos máximas en que se funda son esencialmente una; ni el derecho está bien caracterizado, porque se comprende sólo como una noción negativa, lo que no es cierto, como tampoco lo es que la moral sea siempre positiva, lo cual hace muy vagos los principios en que ha de fundarse la justicia.

36. WOLF viene en pos de Thomasius, y aprovechando el pensamiento de progreso que éste introdujo en la ciencia del derecho al separar sus principios de los de la moral, y las ideas de Leibnitz relativas al perfeccionamiento, como fin del hombre y de la humanidad, siguiendo a la par las apreciaciones del derecho civil romano y del germánico, trata de legitimar por el derecho natural todas las instituciones del derecho positivo.

Sin quererlo, y tal vez sin pensarlo, Wolf, en vez de hacer dar a la ciencia un paso de progreso, puede decirse que la hizo retrogradar, toda vez que la distinción que aunque imperfectamente había Thomasius trazado entre la moral y el derecho desaparece en el sistema de Wolf; pues el perfeccionamiento puede aplicarse a todas las virtudes y hechos del hombre que, sin embargo, están fuera del dominio del derecho, y sólo entran en el de la moral.

37. Como puede deducirse de cuanto llevamos dicho, ninguno de los autores, cuyo estudio nos ha ocupado, han establecido una verdadera base para asentar la noción de justicia, ni la de derecho natural. Partiendo unos de la sociabilidad, otros de la fuerza, otros del perfeccionamiento, elementos que por sí solos son insuficientes, no habían podido venir al conocimiento de los principios inmutables y esenciales de la ciencia. Claro es que el estado de los pueblos debía resentirse del movimiento filosófico y científico, y al mismo tiempo que la doctrina de Descartes y Leibnitz les hacía concebir el principio de libertad como el gran elemento de la vida, las de Hobbes, Helvecio y demás filósofos y materialistas daban al poder todos los elementos necesarios para que el despotismo triunfase de la libertad.

38. Tal vez el pueblo en que este fenómeno se revelaba con mayor fuerza era la Francia; pero ésta había visto nacer bajo su cielo el genio de Descartes; sus ideas de libre examen se habían infiltrado en el corazón de aquel pueblo, y aunque anatematizadas, tanto por la autoridad secular como por la eclesiástica, produjeron sus efectos.

39. No podía partirse, sin embargo, de otro punto que de lo conocido; así que, apoyándose por una parte en la doctrina del estado preternatural, y por otra en el sensualismo y en el materialismo, que surgen del sistema de Bacon, Francia ve nacer la teoría del contrato social, destinada a producir resultados de inmensa importancia para el mundo.

40. JUAN J. ROUSSEAU, el célebre filósofo de Ginebra, fue el creador de ese sistema que vamos a examinar rápidamente, y que por más que hoy esté condenado por la razón y por la ciencia, tuvo, como hemos indicado, una inmensa influencia en la civilización del mundo moderno. Tal vez a las ideas que sirvieron de base al sistema de Rousseau se unieran las que, partiendo del sensualismo de Locke, dominaban por aquellos tiempos en Inglaterra, y que Montesquieu, Voltaire y otros habían importado en Francia.

Rousseau, las acepta y desenvuelve en su Emilio, en sus cartas escritas de la Montaña, y, por último, en su contrato social.

La doctrina de Rousseau, dice con mucha razón Mr. Ahrens en su Curso de derecho natural, es el grito de dolor de un pueblo esclavo, la enérgica protesta contra un despotismo decrépito y contrario a las leyes naturales. Luis XIV decía: el Estado soy yo; Rousseau grita en nombre del pueblo: el Estado somos nosotros. Este cambio de ideas vino a significar un cambio profundo en la manera de ser social de los pueblos.

41. El hecho que más saltaba a la vista y que más hería el corazón y la inteligencia del filósofo de Ginebra era la desigualdad, tanto esencial como formal, de que el mundo feudal estaba impregnado; así que el sentimiento que con más fuerza se revela en Rousseau es el de la igualdad más absoluta, y para realizarlo huye del estado social conocido, y retrocede a un estado preternatural de aislamiento, y podemos decir de exagerado individualismo, sin leyes, sin artes, sin ciencia, que son los elementos de perversión humanos y los orígenes de la desigualdad95.

Más tarde fija sus ideas, y desenvuelve por completo su teoría en el libro titulado Contrato social, si bien modificando las que sirvieron de base a la obra anterior, y aceptando ya la sociedad como un paso de progreso sobre el estado natural.

Propónese en el Contrato social resolver por completo el problema de una organización general y perfecta de las sociedades, y, por lo tanto, en él, al par que un sistema filosófico, hallaremos un sistema de derecho.

Como hemos indicado, supone que el hombre nace libre, y vive libre en el estado natural, desarrollándose, según sus facultades, instintos y tendencias, con entera voluntad y, por lo tanto, con absoluta igualdad, puesto que no tiene superior; pero que una vez así, colocado en el mundo, muy pronto el hombre se halla frente a frente de otro hombre, su igual, y desde ese momento puede haber choque entre ambos; si la voluntad no existiese, decidiría la fuerza; pero aquélla decide al hombre a ponerse en relación con el hombre y a pactar que cederá en el ejercicio de su libertad, a trueque de que cedan también los demás, y cada uno pueda conservar la libertad que le resta. En este pacto, en este contrato, está no sólo el origen puramente voluntario de la sociedad, sino el del derecho y el del Poder o Estado: la libertad, la voluntad son, pues, los elementos generadores de las instituciones todas, en lo que se ha realizado sin duda alguna un notable progreso sobre la doctrina de Hobbes y de los filósofos puramente materialistas, que señalan como origen de todas las instituciones y del derecho en todas sus manifestaciones, la fuerza.

42. Basta fijarse un punto en la teoría que examinamos para comprender que lo mismo puede conducirnos al más terrible despotismo que a la más absurda libertad; en efecto, si la voluntad es el origen del contrato social, si el acto voluntario por sí solo le legitima, será justo todo lo que la voluntad decida, sin que pueda salvarse de este escollo el sistema, por más que Rousseau, valiéndose de una especie de ecuación matemática, sustituya la voluntad individual por la general96, y constituya en ley la voluntad de las mayorías, que, sobreponiéndose a todo, crearán o destruirán, bien o mal, según que sean más o menos inteligentes.

43. De lo dicho se deduce que el sistema de Rousseau es completamente inadmisible. Parte en primer lugar de un supuesto completamente falso, cual es el estado de soledad y aislamiento a que el filósofo ginebrino llama estado natural, que jamás ha existido, como él mismo confiesa al decir: «la más antigua de las sociedades y la sola natural es la familia, que si se quiere es el primer modelo de las sociedades civiles97. Lo cual vale tanto como reconocer que el estado natural no ha existido, puesto que no puede concebirse al hombre sino naciendo en la familia.

En segundo lugar, y prescindiendo de que ni la tradición ni la historia nos hablan de ese contrato social, base y origen de las sociedades civiles y políticas, naciendo éstas con todas sus manifestaciones y consecuencias de la voluntad, serán, como ésta, variables en su fondo, en su forma y accidentes, sin que haya en ellas nada fijo ni estable.

44. No son éstos, empero, los defectos más capitales del sistema; consisten en que por más que la voluntad sea la facultad activa del hombre, es una facultad ciega que necesita de la razón que la esclarezca y dirija, según los principios preconstituidos del bien, lo verdadero y lo justo, sin los cuales la voluntad se convierte en un elemento causal y personalísimo, egoísta, por lo tanto, y que en vez de unir con un lazo estrecho a los individuos, ha de tender a separarlos y aislarlos, mientras que sólo los principios racionales sentados son los que pueden, sobreponiéndose al yo, esto es, al individuo, como leyes morales superiores que son, formar un lazo de unión moral y social.

45. Verdad es que Rousseau habla de un bien y de derechos y deberes humanitarios que el hombre no puede contrariar, pero ni desenvuelve estos principios, ni los hace entrar como elementos componentes de su teoría98.

Como hemos indicado, el continuo movimiento de la voluntad por una parte, y por otra el individualismo que ella crea, hacen que todos los lazos formados por la sucesión de los tiempos se rompan en un momento y coloquen a las sociedades en un estado de reconstrucción general y casi continua.

46. Como en el mundo práctico se traducen por punto general en hechos la mayor parte de las elucubraciones del mundo de la inteligencia, el sistema de Rousseau tuvo su aplicación práctica en el siglo XVIII, y aún la tiene hoy como una consecuencia de la revolución francesa, que quiso destruirlo todo y crearlo todo, pero que ni tuvo fuerza suficiente para destruir, ni mucho menos para crear, porque prescindió de los principios, que han de ser eternamente base y cimiento de la vida.

Pero es más el contrato social, que aunque imperfecta y equivocadamente, puede dar origen al derecho político y a las formas de gobierno, porque en ocasiones la voluntad puede sobreponerse a la justicia, no puede ni podrá jamás ser, como algunos pretenden, el origen del derecho privado, porque éste no puede asentarse ni por un momento más que en la justicia, en el bien, y en un fin moral por lo tanto.

Conduce, como hemos indicado, al más absurdo individualismo, pues hace al hombre soberano; individualmente soberano, sin reconocer nada superior a esa soberanía99.

Hemos terminado el rápido estudio que nos proponíamos hacer de las dos primeras épocas en que hemos dividido la historia del desenvolvimiento histórico del derecho en el tercer período de la segunda edad, y vamos a entrar en el de la tercera época, que comienza en Kant, y que será objeto de la lección siguiente.