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Me temo estar en desacuerdo con el insigne historiador Fernand Braudel cuando dice: «[El nacionalismo español] no llegó a revelarse todavía en la época de Carlos V o de Felipe II, estos grandes luchadores y constructores, sino con mucho retraso, en el siglo XVII, cuando el imperio se estaba ya agrietando en tiempos del rey Planeta Felipe IV, y del conde-duque de Olivares, en la época de Velázquez, de Lope de Vega y de Calderón», (El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, 1953, I, pp. 144-145). El nacionalismo español, formado al socaire de la idea imperial, informa y explica por igual los versos de La Numancia, las doctrinas lingüísticas de Fernando de Herrera, o el cambio en la denominación del idioma, de castellano a español. Y todo esto ocurre en el reinado de Felipe II. El reinado de Felipe IV dará pábulo a la exposición doctrinal de ese ideal de nacionalismo español en la prosa de un Saavedra Fajardo o un Fernández de Navarrete, pero esa idea ya era vivencia en la época de Felipe II.

 

242

Ver, por ejemplo, el cumplido estudio que le dedica A. Zamora Vicente, «El cautiverio en la obra cervantina», Homenaje a Cervantes, ed. F. Sánchez-Castañer, Valencia, 1950, II, pp. 239-256. Desde otras perspectivas, el tema del cautiverio aflora múltiples veces en la obra de Luis Rosales, Cervantes y la libertad, 2 vols., Madrid, 1959-1960.

 

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Publicadas por Pedro Torres Lanzas, «Información de Miguel de Cervantes de lo que ha servido a S. M. y de lo que ha hecho estando captivo en Argel, y por la certificación que aquí presenta del Duque de Sesa se verá cómo cuando le captivaron se le perdieron otras muchas informaciones, fees y recados que tenía de lo que había servido a S. M.», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XII (1905), pp. 345-397.

 

244

En este sentido es de referencia obligada la monumental obra de Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, seis tomos en siete volúmenes, Madrid, 1948-1958. Mis referencias serán a II, pp. 453-464, donde se reconstruye la captura de Cervantes. La obra de Astrana adolece de falta de crítica y es casi inmanejable, pero es de interesante lectura porque allí yacen enterrados al tuntún un sinfín de documentos que ilustran la historia y la literatura de la época.

 

245

El maestre de campo Pero Díez Carrillo de Quesada, antiguo gobernador de la Goleta, general de la artillería de Nápoles, donde murió, vid. M. Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, 1819, p. 383.

 

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Otro cautivo declarante, Hernando de Vega, maestro de aja gaditano, contradice lo anterior: «La dicha galera [Sol] fue trayda para Argel donde este testigo la vido a ella y, a la dicha gente». Más adelante vuelvo a tratar del destino de Sol.

 

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Publicada por J. M. Torres, «Aclaraciones a la vida de Cervantes. Información de testigos hecha por Juan Bautista Villanueva ante el gobernador de Valencia en 1583, acerca de sus servicios en la batalla de Lepanto y en otras jornadas», Revista de Valencia, I (1880-1881), pp. 48-56; en los dos artículos siguientes (ibid., pp. 93-98 y 585-591) Torres recoge los detalles conocidos en su época sobre la captura y los estudia, bien someramente, por cierto.

 

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«Aquí se contiene un traslado de una carta muy dolorosa embiada por Melchior de Padilla captivo en la ciudad de Argel a su padre Diego de Padilla vezino de la villa de Xixón hasta la hora que ésta escriue. Fue la presente obra compuesta en gratioso metro por Matheo de Briçuela natural de la villa de Dueñas. Impresso en Barcelona en casa de Jauma Sendrat. Año de 1576». Publicó los versos Lucas de Torre, «Un cautivo compañero de Cervantes», Boletín de la Real Academia Española, III (1916), pp. 350-358. Por cierto que esta publicación ha escapado a la atención de los cervantistas en particular, y de los bibliógrafos en general, al punto que no la registra J. Simón Díaz, Bibliografía de la literatura hispánica, VI, Madrid, 1961, s. n. Mateo de Brizuela. Mucho más completo es el estudio de Frédéric Serralta, «Sur un poète mineur du XVIe siècle: Mateo de Brizuela», Caravelle, Toulouse, n.º 11, (1968), pp. 181-192, aunque no entra por los vericuetos en que se mete este capítulo. Aunque es triste constatar que Serralta cree que la carta de Padilla-Brizuela se ha perdido, y no conoce la edición de Lucas de Torre.

 

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Hay una discrepancia entre las fuentes que narran la liberación final de Sol, pero que creo se puede componer. Castellano atribuye la libertad de Sol a la oportunísima aparición del resto de la flotilla y la consecuente huida de los turcos; los vecinos de Villamiel atribuyen esa libertad a los esfuerzos de los mismos cristianos que ya iban cautivos, y que mataron a sus guardianes. Padilla-Brizuela parecen estar equidistantes de ambas versiones: los turcos a bordo de Sol fueron matados por los cristianos (¿los nuevos cautivos?, ¿las fuerzas de don Sancho de Leiva, o algún otro capitán?). Hay un punto en que confluyen todas estas versiones: los turcos habían dejado guardias a bordo de la recién capturada Sol, pero esos guardias fueron ultimados por la tripulación con la ayuda del resto de la flotilla, que apareció en ese momento en escena. Supongo que éste fue el probable fin de la galera Sol.

 

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Nueva discrepancia: la carta de Escobedo dice que después de la tormenta, Sol recaló en Villafranca de Niza; Padilla-Brizuela, dicen que en Cerdeña. Pero quizá también esta discrepancia se pueda reconciliar, ya que el propio Escobedo apunta la posibilidad de que parte de la flotilla hubiese «corrido a Córcega o a Cerdeña».