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ArribaAbajoCapítulo IX

Que contiene cómo Lázaro libró de la muerte a Licio su amigo, y de lo que más por él hizo


Yendo nosotros con el furor y velocidad que tengo dicho, dimos con nosotros en una gran plaza que ante la torre de la prisión estaba; mas nunca a mi pesar socorro entró ni llegó a tan buen tiempo, ni aquel buen Cipión Africano, socorrió a su patria, que casi del todo estaba ocupada del gran Anibal, como nosotros corrimos el buen Licio. Finalmente que el mensajero que el traidor envió supo también negociar, y los señores jueces que así mismo holgaron de contentar aquél, aunque malo, gran señor, y privado del Rey, porque otro día le dijese que tenía muy buena justicia, y que los que la ejecutaban eran muy suficientes; y así les ayude Dios que cuando llegamos tenían al nuestro Licio sobre un repostero, y a la hermosa su mujer con él dándole la postrer hocicada que por grandes ruegos la dejaron llegar, muy sin esperanza ella y Melo de nuestro velocísimo socorro. Estaban en torno de la plaza y por las bocas de las calles que a ella venían más de cincuenta mil atunes de la compañía del mal gran Capitán, a los cuales había dado la guarda del buen Licio. El ejecutivo verdugo estaba dando gran prisa a la señora capitana se apartase de allí y le dejase hacer su oficio, el cual tenía en su boca una muy gruesa y aguda espina de ballena del largo de un brazo para metelle por las agallas a nuestro muy gran Capitán, que si mueren los que son hijosdalgo. Y la triste hembra muy a su pesar dando lugar a aquel verdugo con grandes lloros y gemidos que ella y su compañía daban. ya el buen Licio se tendía para esperar la muerte, y cerrando para siempre sus ojos por no verla, ya que al verdugo como es costumbre le había pedido perdón, y llegándose a él, le andaba tentando el lugar o la parte por donde había de herir para más presto dejalle sin vida. Cuando Lázaro atún había hendido con su compañía por medio de los malos guardadores, derribando y matando cuantos delante dél se ponían con su toledana espada, y llegó a buen tiempo; al cual se debe creer que lo trujo Dios que quiere socorrer a los buenos en tiempo de más necesidad; pues llegando al lugar que digo, y visto el duro peligro en que el amigo estaba, di una gran voz, como las que solía dar en Zocodover: antes que llegase el verdugo a hacer su deber, yo le dije, vil Gurrea, ten, ten tu mano, sino morirás por ello. Fue mi voz tan espantosa y puso tanto temor, que no solo al Cegoñino, mas a los demás que allí estaban, dio espanto, y no es de maravillar por que, de verdad, a la boca del infierno que tal voz sonara, espantara a los espantosos demonios, que fuera parte que me rindieran las atormentadas ánimas. El verdugo atónito de me oír y espantado de ver el velocísimo ejército que en mi seguimiento venía, esgrimiendo mi espada a una y otra parte por ponelle más miedo, y dalle materia en que ocupase la vista, me esperó; mas como yo llegué pareciome asegurar el campo, y di al pecador que matarle quería una estocada por el testuz, por do cayó luego muerto al lado del que nada desto veía, aunque animoso y esforzado pece; la tristeza y pesar de verse tan injusta malamente morir le tenía a esta sazón fuera de su acuerdo, y cuando así le vi estar pensé si por desdicha mía había acaecido antes que yo llegase, que el miedo le hubiese muerto, y con esto apresuradamente llegué a él llamándole por su nombre, y a las voces que le di levantó un poco la cabeza y abrió los ojos, y como me vio y conoció, como si de la muerte resucitara, se levantó, y sin mirar nada de lo que pasaba se vino a mí, y yo lo recibí con el mayor gozo y alegría que jamás ni después hube, diciéndole: mi buen señor, quien en tal estrecho os puso, no os debe amar como yo. Ay, mi buen amigo, me respondió, cuán bien me habéis pagado lo poco que me debíades, plega a Dios me de lugar para os pagar lo mucho que hoy vuestro deudor me habéis hecho. No es tiempo, mi señor, le respondí, destas ofertas, do tanta voluntad de todas partes sobra, mas entendamos en lo que conviene, pues ya veis lo que pasa; metí mi espada entro el cuello y cortele un cabo de guindaleta con que estaba atado. Como fue suelto, tomó una espada a uno de nuestra compañía, y fuimos a su hembra, y Melo y los otros que con él estaban, que a esta hora atónitos y fuera de sí estaban de ver lo que vían; mas tornados en sí comienzan a darme gracias de la buena ventura. Señores, yo les dije, habeislo hecho vosotros como buenos; yo de aquí adelante y mientras tuviere vida, haré lo que pueda en vuestro servicio y de Licio mi señor, y porque no hay tiempo de hablar mi hecho, mas de hacer algo, entendamos en ello, y sea que vosotros, señores, no os apartéis de nosotros, porque venís desarmados y no recibáis daño; y vos, señor Melo, tomad una arma, y cien atunes de vuestra escuadra con sus armas, y no entendáis en otra cosa mas que en seguirnos, y mirad por vuestra hermana y esas otras hembras, porque nosotros llevamos acá los negocios y la victoria, y hayamos venganza de quien tanta tristeza y trabajo nos ha dado. Melo hizo como yo le rogué, aunque conocí dél, quisiera emplearse a más peligro, yo y el buen Licio nos tuvimos, y nos metimos entre los nuestros que andaban tan bravos y ejecutivos que pienso tenían muertos más de treinta mil atunes, y como nos vieron entre sí y conocieron su capitán, nadie puede contar el alegría que sintieron; allí el buen Licio, haciendo maravillas con su espada y persona, mostraba a los enemigos la mala voluntad que en ellos había conocido, matando y derribando a diestro y siniestro cuantos ante sí hallaba; mas a esta hora ellos iban tan mal trechos y desbaratados, que ninguno dellos entendía sino en huir y esconderse, y meterse por aquellas casas sin hacer defensa alguna más de la que las flacas ovejas suelen hacer a los bravos y carniceros lobos.




ArribaAbajoCapítulo X

Cómo recojiendo Lázaro todos los atunes. Entraron en casa del traidor de D. Paver y allí le mataron


Visto esto mandamos tocar las bocinas, porque los nuestros, que derramados andaban, se juntasen, al son de las cuales todos fueron juntos, y en ellos se renovó la demasiada alegría de ver a su buen capitán vivo y sano, y la victoria que de nuestros adversarios habíamos habido, porque pareció milagro, y por tal se debe tener que casi todos los que murieron eran criados y paniguados del malo D. Paver, a los cuales había dado la guarda del buen Licio por la gran confianza que dellos tenía. Y todos ellos deseaban haber hecho en él lo que nosotros hecimos en ellos; cosa muy acaecedera que cuando el señor es malo, los criados procuran serlo con él, y al revés, cuando el señor es piadoso, manso y bueno, los criados le procuran imitar, ser buenos y virtuosos, y amigos de justicia y paz, sin las cuales dos cosas no se puede el mundo sustentar. Pues tornando a nuestro negocio, visto que no teníamos con quien pelear, el buen Licio y todos a grandes voces me dijeron y qué me parecía se debía hacer, que todos estaban aparejados a seguir mi consejo y parecer, pues había de ser el más acertado. Pues mi voto queréis, valerosos señores y esforzados amigos y compañeros, les respondí; a mí me parece, pues Dios nos ha guardado en lo principal, así hará en lo accesorio, que tengo creído que esta victoria y buena andanza nos lo ha dado para que seamos ministros de justicia, pues sabemos que a los malos desama y castiga. El mayor de los que tantas muertes ha causado, no sería justo quedase con la vida, pues sabemos que la ha de emplear en maldades y traiciones; por tanto, si, así señor Licio os parece, vamos a él y hagamos en él lo que en vos hacer quiso, que siempre oí decir de los enemigos los menos; que muchos grandes hechos se han perdido juntamente con los hacedores dellos por no saber dalles cabo; si no pregúntese al gran Pompeyo y a otros muchos que han hecho lo que él, mayormente que la ocasión no todas veces se halla. Y como libraremos por lo hecho, libraremos por lo que está por hacer. Todos a grandes voces dijeron ser muy bien acordado, y que antes que se escapase diésemos sobre él. Con este acuerdo con muy buena ordenanza y con toda presteza llegamos a la posada del traidor, al cual a aquella hora le habían llegado has tristes nuevas de la libertad de nuestro buen Capitán y de la gran matanza de los suyos a esta sazón se le debía doblar el pesar cuando le entrasen a decir como le tenían cercado la casa y mataban a cuantos se defendían, y la cruel y espantosa y nunca oída manera de nuestro pelear; él era de suyo cobarde, y es Dios testigo que no se lo levantó, ni lo digo por quererlo mal, mas porque así lo vi y conocí; y como viese esta debía se encobardar, mas porque en los pusilánimes es muy acaecedero, y lo contrario en los animosos. Y así se dio tan mala maña, que ni en escaparse ni en defenderse entendió: la casa cerrada, Licio adelante y yo a su lado, entramos dentro con harta poca resistencia, do le hallamos casi tan muerto como le dejamos; con todo quiso hasta su fin usar de su oficio, no de capitán, mas de traidor disimulado, porque como así nos vio ir para él, con una vocecita y falsa risita, haciendo del alegre nos dijo: buenos amigos, ¿qué buena venida es ésta? Enemigo, respondió Licio, a daros el pago de vuestro trabajo, y como quien tenía delante la gran afrenta y peligro en que puesto le había no curó con él de más pláticas sino juntársele y meterle la espada tres o cuatro veces por el cuerpo; yo no le quise ayudar ni consentir que nadie lo hiciese por no haber dello necesidad y también porque así convenía hacerse a la honra de Licio; por manera que apocado y cobardemente feneció el traidor D. Paver, como él y los de sus costumbres suelen. Salimos de su casa sin consentir que se hiciese algún daño, aunque hartos de los nuestros deseaban saquealla, en la cual había bien de que trabar, porque aunque malo, no necio, ni tan fiel como se cuenta de Scipión, que siendo acusado por otros no tales como él, haber habido grandes intereses de la guerra de África, mostrando en su cuerpo muchas heridas, juró a sus dioses no le haber quedado otras ganancias de las dichas guerras, las cuales heridas ni juramento no pudiera mostrar, ni hacer el malo de nuestro adversario, porque siempre en la guerra lo más de lo que en ella ganaba se llevaba, y lo mejor. Y con lo menos acudía al Rey, y así era muy rico, y tenía sano y entero el pellejo, que bien pienso yo que hasta el día que murió no se le habían rompido, porque él se guardaba de hallarse en las batallas en lugar de peligro, sino a ver de lejos en qué paraba la cosa, a manera de muy cuerdo capitán. Y digo que porque no se pensase de nosotros codicia, mas de que viesen que de sus males, y no de los bienes lo quisimos despojar, no se tocó en cosa alguna. A esta hora todos los atunes que en la corte estaban, y los más peces que en ella se hallaron naturales y estranjeros recorrieron a palacio; la vuelta fue tan grande, y el ruido y voces tan espantoso, que el Rey, en su retraimiento lo oyó, y preguntando la causa, le dijeron todo lo pasado, de que se espantó y alteró en gran manera, y como cuerdo pareciole: que Dios te guarde de piedra y dardo, y de atún denodado: determinó por entonces no salir al ruido, y asimismo mandó que nadie saliese de palacio, mas que allí se hiciesen fuertes hasta ver la intención de Licio. Y así sé yo que bien estarían en el real palacio y delante de él más de quinientos mil atunes, sin otros muchos géneros de pescados que en la corte a sus negocios asistían; mas a mi ver si la cosa hubiera de pasar adelante tan poca defensa pienso tuvieran como otros: mas Dios nos guarde que tu ley y a tu Rey guardarás. Dejáronnos solos en la ciudad, y todos desampararon sus casas, y haciendas, no se teniendo en ellas por seguros; y los que no se iban al real palacio, salíanse huyendo al campo y lugares apartados, por manera que se podrá decir: dependen ciento de un malo, pues por aquel malo padecieron y fueron muertos y amedrentados muchos que por ventura no tenían culpa. Mandamos pregonar que ninguno de los nuestros fuese osado de entrar en ninguna casa, ni tomar un caracol que ageno fuese, sopena de muerte, y así se hizo.




ArribaAbajoCapítulo XI

Cómo pasado el alboroto del capitán Licio, Lázaro con sus atunes entraron en su consejo para ver lo que harían, y cómo enviaron su embajada al rey de los atunes


Esto pasado entramos en nuestro consejo para ver lo que haríamos; algunos hubo que dijeron ser bien volvernos a nuestro alojamiento y hacernos fuertes en él, o con tratar amistad y confederación con solos los que al presente teníamos por enemigos, y con vernos airados, y ver nuestro gran poder, holgarían de nuestra amistad y nos darían favor: el parecer del bueno y muy leal Licio no fue éste, diciendo que si esto se hiciese que haríamos verdad la enemistad y mentira de nuestro enemigo, haciéndonos fugitivos y dejando nuestro Rey y naturaleza, mas que era mejor hacerlo saber al Rey nuestro señor. Y que si su Alteza fuese bien informado de la mucha causa que hubo para lo hecho, mayormente aquella postrera y más peligrosa traición ser traidor ser contra la voluntad y mando de su Alteza, pues queriendo sobreseer el negocio como su Alteza enviaba a mandar con el portero al alcalde, usó de mandado para que su maldad y no el querer del Rey su señor fuese cumplido. Y que visto esto por su Alteza y que no había sido desacato, ni atrevimiento a su real corona lo hecho, sino servicio a su justicia debido; con este parecer nos arrimamos los más cuerdos. Pues en este consejo acordamos enviarle con quien bien lo supiese a decir; sobre quien había de hacer esto tuvimos diversos pareceres, por que unos decían que fuesen todos y lo suplicasen se parase a una finiestra45 a oír; otros dijeron que parecía desacato y era mejor ir diez o doce de nosotros dijeron que como estaba enojado no se desenojase en ellos; de manera que estábamos en la duda de los ratones, cuando pareciéndoles ser bien que el gato trajese al pescuezo un cascabel, contendían sobre quien se lo iría a colgar; a la fin la sabia capitana dio mejor parecer, y dijo a su varón que si servido fuese, que ella sola con diez doncellas se quería aventurar a hacer aquella embajada, y le parecía se acertaba el negocio; lo uno, porque contra ellas y sus flacas servidoras no se había el real poder de mostrar, lo otro porque ella por librar a su marido de muerte tenía menos culpa que todos, y lo demás porque pensaba sabello también decir, que antes le aplacase que indignase: a nuestro capitán le pareció bien, y a todos nosotros no mal. Y ella, apartando consigo a la hermosa Luna, que así se llamaba la hermosa atuna su hermana de quien ya dijimos, y con ellas otras nueve las mejores de hocicos y muy bien dispuestas, se fue a palacio, y llegando a las guardas les dijeron hiciesen saber al Rey como la hembra de Licio su capitán le quería hablar, y que su Alteza le diese a ello lugar, porque convenía mucho a su real servicio, y para evitar escándalos, y pacificar su corte y reino, y que por ninguna vía la dejase de oír, y que si lo hiciese haría justicia, porque ella y su marido y los que con él estaban lo pedían y querían fuese bien castigado el culpado, y que si su Alteza no la quería oír, que desde allí su marido Licio ponía a Dios por testigo de inocencia y lealtad, para que en ningún tiempo fuese juzgado por desleal. Y de todo esto y lo demás que había de decir y hacer la señora capitana iba bien informada, y ella que sabía muy bien hablar; llegada al Rey esta nueva, aunque muy airado estaba, mandó que le diesen lugar y entrase segura. Y puesta ante él haciendo el acatamiento, antes que comenzase su habla, el Rey le dijo ¿paréceos, dueña, que le ha salido a vuestro marido buena obra de entre las alas? Señor, dijo ella, vuestra Alteza sea servido de oírme hasta dar fin a mi habla, y después mande lo que servido fuera, y cumplirse ha todo lo mandado por vuestra Alteza, sin faltar un punto; el Rey dijo que dijese, aunque tiempo de más reposo era menester para oírla. La discreta señora, cuerda y muy atentadamente en presencia de muchos grandes que con él estaban, los cuales a aquella sazón debían de estar bien pequeños; comenzando del comienzo, muy por estenso dio cuenta al Rey de todo lo que hemos contado, contando y afirmando ser así verdad, y si un punto dello saliese en todo lo que decía, fuese de ella cruel justicia hecha, como de inventora de falsedad ante la real presencia, y asimismo Licio su marido y sus valedores fuesen sin dilación justiciados. El Rey le respondió, dueña yo estoy al presente tan alterado de ver y oír lo que se ha hecho; por ahora no os respondo, mas de que os volváis para vuestro marido, y decille heis si le parece estalle bien que levante el cerco que sobre mí tiene, y deje a los vecinos deste pueblo sus moradas, y mañana volveréis acá y darase parte del negocio a los de mi consejo y hacerse ha lo que fuere justicia. La señora capitana, aunque desta repuesta no llevaba minuta, no le quedó en el tintero la buena y conveniente respuesta, y dijo al Rey: señor, mi marido ni los que con él vienen no tienen cerco sobre vuestra real persona, y asimismo él ni nadie de su compañía en casa alguna ha entrado sino en la de D. Paver. Y así los vecinos y moradores de aquí no se quejarán con razón, que en sus casas les han hecho, menos una toca, y si están en el pueblo es esperando lo que vuestra Alteza les manda hacer y para esto es mi venida y no quiera Dios que en Licio, ni en los que con él vienen haya otro pensamiento, porque todos son buenos y leales. Dueña, dijo el Rey, por agora no hay mas que responder. Ella y sus dueñas haciendo su debida mesura con gentil continente y reposo, se volvió a nosotros; y sabida la voluntad del Rey, a la hora salimos de la ciudad con muy buena ordenanza, y nos metimos en el monte, mas no muy muertos de hambre, porque dimos en nuestros enemigos muertos, y aun mandamos llevar a los desarmados bastimentos para los nuestros tres o cuatro días con quedar tanto, que tuvo toda la ciudad y corte hartazgo; y mal pecado no rogasen a Dios que cada ocho días echase allí otro tal nublado guardando al que rogaba; la ciudad desembarazada de los nuestros, los moradores de ella cada cual se fue a su posada, las cuales hallaron como las dejaron, y el Rey mandó que le trujesen lo que en la posada del muerto gran capitán hallasen; y fue tanto y tan bueno, que no había Rey en el mar que más y mejores cosas tuviese, y aun fue esto harta parte para que el Rey diese crédito a sus maldades, por paracelle no podía tener lo que se halló con justo título, sino habido mal y cautelosamente, y hurtándoselo a él. Después de esto entró en su consejo, y como quiera que a do hay malos, alguna vez se halla algún bueno, debiéronle decir que si era así como la parte de Licio decía, no había sido muy culpado en su hecho, mayormente pues su Alteza había mandado no hiciesen de él al presente justicia hasta ser bien informado de su culpa; junto con esto el portero que el mandato llevó declaró la cautela, que el cauteloso con él había usado; y como le metió en su posada y engañó, diciendo estar ahí los jueces, y como no lo dejó salir de ella, y la diligencia que hizo allí, y los alcaldes ante el Rey dijeron como era verdad que el Capitán general les había enviado a decir que su Alteza les mandaba que luego a la hora hiciesen la justicia y por dar en ello más brevedad no le trujesen, como se suele hacer por las acostumbradas calles, y que ellos, creyendo que aquél fuese el mandado de su Alteza lo habían mandado degollar. Por manera que el Rey conoció la gran culpa de su capitán, y fue cayendo en la cuenta, y cuanto más en ello miraba, más se manifestaba la verdad.




ArribaAbajoCapítulo XII

Cómo la señora capitana volvió otra vez al Rey, y de la buena respuesta que trajo


Así estuvimos aquel día y la noche en el monte no muy descansados, y otro día la señora capitana con su compañía tornó a palacio; y por evitar prolijidad el señor nuestro Rey estaba ya harto más desenojado, y la recibió muy bien diciendo: buena dueña, si todos mis vasallos tuviesen tan cuerdas y sabias hembras, por ventura en sus bienes y honras aumentarían, y yo me ternía por bien andante. Digo esto porque en verdad viendo vuestra cordura y sabias razones, habéis aplacado mi enojo y librado a vuestro marido Y sus secuaces de mi ira y desgracia, y porque de ayer acá yo estoy informado mejor que estaba; decidle que sobre mi palabra venga a esta corte seguro él y toda su compañía y amigos, y por evitar escándalos por el presente le mando tenga su posada por cárcel hasta que yo mande otra cosa, y vos visitadnos a menudo, porque huelgo mucho en ver y oír vuestro buen concierto y razonamiento. La señora capitana le besó la cola dándole gracias de tan crecidas mercedes como muy bien supo; y así se volvió a nos con muy alegre respuesta, aunque algunos les pareció no lo debíamos hacer, diciendo ser mañosamente hecho para cojernos. A la fin como leales acordamos de cumplir el mandado de nuestro Rey, y ahincando sobre una prenda, que eran nuestras bocas, en las cuales confiábamos cuando nuestra lealtad no nos valiese. Luego movimos para la ciudad y entramos en ella acompañados de muchos amigos, que entonces se nos mostraban con ver nuestro hecho bien hilado. Y antes de esto no se osaban declarar por tales, conforme al dicho del sabio antiguo que dice así: cuando fortuna vuelve enviando algunas adversidades, espanta a los amigos que son fujitivos, mas la adversidad declara quien ama o quien no. Fuimos a posar a un cabo de la ciudad, lo más despoblado y sin embarazo que hallamos, donde estaban hartas casas sin moradores de los que nosotros sin vida hecimos; allí aposentamos lo más congregado que pudimos, y mandamos que no saliese a la ciudad ninguno de nuestra capitanía por parecer se hacía cumplidamente lo que su Alteza mandó. En este medio la señora capitana visitaba cada día al Rey, con lo cual él trabó mucha amistad, más de lo que yo quisiera, aunque todo, según pareció fue agua limpia, pagando la hermosa Luna con su inocente sangre, gentil y no tocado cuerpo. Porque como ella iba con su hermana a aquellas estaciones, y como suelen decir, de tales romerías tales veneras, el rey se pagó de ella tanto que procuró con su voluntad haber su amor, y bien creo yo la hermosa Luna no lo hizo con consejo y parecer de su hermana, y así fue de ello sabidor el buen Licio, porque casi me lo declaró pidiéndome mi parecer, yo le dije me parecía no ser mucho yerro, mayormente que sería gran parte y el todo de nuestra deliberación. Y así fue que la señora Luna privó tanto con su Alteza, y él fue de ella tan pagado que a los ocho días de su real ayuntamiento pidió lo que pidió y fuimos todos perdonados. El Rey alzó el carcelaje a su cuñado, mandó que todos fuésemos a palacio, Licio besó la cola del Rey, y él se la dio de buena gana, y yo hice lo mismo, aunque de mala gana en cuanto hombre por ser el beso en tal lugar. Y el Rey nos dijo: capitán, yo he sido informado de vuestra lealtad, y de la poca de vuestro contrario; por tanto desde hoy sois perdonado vos y todos los de vuestra compañía, amigos y valedores que en el caso pasado, os dieron favor y ayuda, y para que de aquí adelante asistáis en nuestra corte os hago merced de las casas y de lo que en ellas está, del que permitió Dios las perdiese y la vida con ellas, y os hago merced del mismo oficio que él tenía de nuestro Capitán general, y de hoy más lo ejerced y usad como sé que bien sabéis hacer; todos nos humillamos ante él, y Licio le tornó a besar la cola, rindiéndole grandes loores por tantas mercedes, diciendo que confiaba en Dios le haría con el cargo tales y tan leales servicios que su Alteza si tuviese por bien habérselas hecho. Aquel día fue informado el Rey nuestro señor del pobre Lázaro atún, aunque a esta sazón estaba tan rico y alegre de verlos ser amigos que me parece jamás haber habido tal alegría. El Rey me preguntó muchas cosas y en los de las armas como había hallado la invención de ellas, y a todo le respondí lo mejor que supe. Finalmente se holgó y preguntó con qué número de peces pensaría pelear con los armados que traimos; yo le respondí: señor, sacada la ballena, a todo el mar junto osaré esperar y pensaré ofender. Espantose de esto y díjome que holgaría si hiciésemos una muestra ante él por ver el modo que teníamos en pelear; acordose que el día siguiente se hiciese, y que él saldría al campo a verlos. Y así fue que Licio nuestro general, y yo y los demás salimos con todos los armados de nuestra compañía, y ordenó aquel día una buena invención, aunque acá los soldados lo usan, hícelos poner en ordenanza, y así pasamos ante su Alteza, y hecimos nuestro caracol, y aunque el coronel Villalba y sus contemporáneos lo debían hacer mejor, y con mejor concierto, a lo menos para el mar, y como no habían visto estar ordenados escuadrones, parecioles a los que los veían maravillosa cosa: después hice un escuadrón de toda la gente, poniendo los mejores y más armados en las primeras hileras; y hice a Melo que con todos los desarmados, y con otros treinta mil atunes saliesen a escaramuzar con nosotros, los cuales nos cercaron de todas partes, y nosotros muy en orden, nuestro escuadrón bien cerrado, comenzamos a defendernos y herir y ofenderlos, de manera que no bastara todo el mar a entrarnos. El Rey vio que yo había dicho verdad, y que de aquel modo no podíamos ser ofendidos, y llamó a Licio y le dijo: maravillosa manera se da éste vuestro amigo en las armas, paréceme es esta manera de pelear para señorear todo el mar. Sepa vuestra Alteza que es así verdad, le dijo el Capitán general, y cuanto a la buena industria del estraño atún mi buen amigo, no puedo creer sino que Dios viene, y que lo ha acarreado en estas partes para gran pro e honra de vuestra Alteza, y aumento de sus reinos y tierra; crea vuestra Grandeza que lo menos que en él hay es esto, porque son tantas y tan escelentes las partes que tiene, que nadie basta a las decir: el más cuerdo y sabio atún que hay el mar, virtuoso y honrado, y el atún de más verdad y fidelidad, el más gracioso, y de buenas maneras es que yo jamás he oído decir, finalmente no tiene cosa de echar a mal, y vuestra Alteza piense que no me hace decir esto la voluntad que le tengo, sino la mucha verdad que en decillo digo. Por cierto mucho debe a Dios, dijo el Rey, un atún que así con él partió sus dones, y pues me decís ser tal, justo es le hagamos honra, pues a nuestra corte ha venido, sabed de él si querrá quedar con nos, y rogádselo mucho de vuestra parte, y de la mía, que podrá ser no se arrepienta de nuestra compañía.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo Lázaro asentó con el rey y cómo fue muy su privado


Pasado esto, el general tomó cargo de me lo decir, y el Rey se volvió, muy contento a la ciudad, y nosotros también; después el capitán me habló diciendo lo que con el Rey había pasado, y como deseaba que le sirviese, y todo lo demás. Finalmente, yo fui rogado; y mucho a mi honra hice mi asiento. Veis aquí vuestro pregonero de cuantos vinateros en Toledo había, hecho el mayor de la casa real, dándome cargo de la gobernación de ella, y andar a decir donaires. Dí gracias a Dios, porque mis cosas iban de bien en mejor, y procuré servir a mí Rey con toda diligencia, y en pocos días casi lo era yo; porque ningún negocio de mucha o poca calidad se despachaba sino por mi mano, y como yo quería. Con todo esto no dejé sin castigo a los que lo merecían, y por mis mañas supe cómo y de qué manera la sentencia de Licio se había dado tan injustamente, aunque al presente el Rey había puesto silencio en el caso, por ser el capitán pece de calidad y muy emparentado; de que me vi en alto presumí de repicar las campanas, y dije al Rey que aquel había sido un caso feo, y no digno de disimularse, porque era abrir puerta a la justicia; por tanto que a su servicio cumplía fuesen castigados los que tuviesen culpa. Cometiolo su Alteza a mí como todo lo demás, y yo, los cometí de tal suerte, que hice prender todos los falsarios que muy descuidados estaban, y puestos a cuestión de tormento, confesaron haber jurado falso en dichos y condenación que al buen Licio se hizo. Preguntándoles por qué lo hicieron, o qué les dio el mal Capitán general porque la hiciesen, respondieron no les haber dado ni prometido, ni eran sus amigos ni servidores: ¡Oh desalmados pecadores, o litigantes y hombres que os quejáis que vuestro contrario hace mala probanza con número de testigos falsos que tiene grangeados para sus menesteres, venid, venid al mar, y veréis la poca razón que tenéis de os quejar en la tierra; porque si ese vuestro adversario presentó testigos, falsos, y les dio algo por ello, o lo prometió, y ser antes sus amigos, por quien el otro día hacía otro tanto! ¡mas a estos infieles peces, ni promesa, ni galardón, ni amistad lo hace hacer, y así son más de culpar y dignos de gran castigo! y así fueron ahorcados; supe más, el escribano ante quien pasaba la causa, ningún escrito que por parte de Licio se presentó, ni auto que en su defensa hiciesen, admitía ni quería recibir. ¡Oh desvergüenza, dije yo, y como se sufría en la tierra! por cierto, ya que el escribano no fuese favorable, hiciera lo demás honestamente tomando las escrituras, y después las pusiera en el proceso, mas no las hiciera perdedizas; mas ese otro hecho es el diablo: y asimismo se hizo de él justicia; súpose como no fue agua limpia la mucha brevedad que se tuvo en sentencialle, y yo culpé mucho a los ministros, diciéndoles: un pleito de dos pajas no lo determinaré en un año, ni en diez, ni aun en veinte, y la vida y honra de un noble pece deshacéis en una hora; diéronme no se qué escusas, las cuales no les escusaran de pena, sino que el Rey mandó espresamente hubiese con ellos disimulación por lo que tocaba al real oficio, y así lo hice, mas bien sentía había andado en medio de ellos y del mal General, el generoso y gracioso brazo que es el que suele bajar los montes y subir los valles, y adonde esto entra todo lo corrompe; por la cual causa el Rey de Persia dio un cruel castigo a un mal juez, haciéndole desollar, y teniendo tendida la piel en la silla judicial, hizo sentar en ella a un hijo del mal juez; y así el Rey bárbaro proveyó por maravillosa y nueva forma, que ningún juez dende adelante no fuese corrompido. En este propósito decía el otro que do afición reina, la razón no es entendida. Y que el buen legista pocas cosas puede cometer a los jueces mas determinallas por leyes, porque los jueces muchas veces son pervertidos, o por amor, o por odio, o por dádivas; por lo cual son inducidos a dar muy injusta sentencia, y por tanto dice la escritura: «Juez, no tomes dones que ciegan a los prudentes, y tornan al revés, las palabras de los justos.» Esto aprendí de aquel mi buen ciego, y todo lo demás que sé en leyes, que cierto sabía, según él decía más que Bártulo, y que Séneca en doctrina, mas por hacer lo que tengo dicho que el Rey me mandó, pasé por ello harto a mi pesar. En tanto que esto pasaba el General por mando del Rey había ido con grande ejército a hacer guerra a los sollos, los cuales pronto venció poniendo su Rey de ellos en sujeción, y quedó obligado a darle cada un año largas parias, entre las cuales daban cien sollas vírgenes y cien sollos, los cuales por ser de preciado sabor el Rey comía, y las sollas tenía para su pasatiempo. Y después nuestro gran Capitán fue sobre las toñinas y las venció y puso bajo nuestro poderío. Creció tanto el número de los armados y pujanza de nuestro campo que teníamos sujetos muchos géneros de pescados, los cuales todos contribuían y daban parias, como hemos dicho, a nuestro Rey. Nuestro gran Capitán no contento con las victorias pasadas, armó contra los cocodrilos, que son unos peces fierísimos, y viven a tiempo en tierra, y a tiempo en el agua, y hubo con ellos muchas batallas campales, y aunque algunas perdió, de las más salió con victoria; mas no era maravilla perder algunas; porque, como dije, estos animales son muy feroces, grandes de cuerpo, tienen dientes y colmillos, con los cuales despedazan cuantos se topan delante, y con toda su ferocidad los nuestros los hubieran desbaratado muchas veces, sino que cuando se veían de los nuestros muy apremiados dejaban el agua íbanse en tierra. Y así escapaban, y al fin el buen Licio los dejó con haber hecho en ellos grande matanza, recibió gran daño y perdió al buen Melo su hermano, que fue para el ejército harta tristeza, mas como muriese como bueno fuenos consuelo porque se averiguó que antes que lo matasen, mató con su persona y con su buena espada (de la cual era muy diestro) más de mil cocodrilos, y aun no lo mataran, sino que yendo ellos huyendo a tierra y él tras ellos en el alcance, no mirando el peligro, dio en tierra, y allí encalló y como no le pudieron los suyos socorrer, los enemigos le hicieron pedazos. Finalmente, el buen Licio, vino de la guerra el más estimado pece que había vivido en agua del mar estos diez años trayendo grandes riquezas y despojos, con los cuales enteramente acudió al Rey sin tomar para sí cosa alguna. Su Alteza lo recibió con aquel amor que era justo a pece que tanto lo había servido y honrado, y partió con él muy largo, hizo mercedes muy cumplidas a los que le habían seguido, por manera que todos quedaron contentos y pagados. El Rey por mostrar favor a Licio puso luto por Melo, y lo trujo ocho días, y todos lo trujimos, por que sepa vuestra merced el luto que se pone entre estos animales cuando tienen tristeza, que en señal de luto y pasión no hablan, sino por señas han de pedir lo que quieren. Y ésta es la forma que entre ellos se tiene cuando muere el marido o la mujer o hijo, o principal persona valerosa, y guárdase en tanta manera que se tenía por gran ignominia, y la mayor del mar, si trayendo luto hablasen, hasta tanto que el Rey se lo enviase a mandar al apasionado, que le mandaba que alce el llanto, y entonces hablan como de antes. Yo supe entre ellos que por muerte de una dama, que un varón tenía por amiga, puso luto en su tierra que duró diez años, y no fue el Rey bastante a se lo hacer quitar, porque todas las veces que se lo enviaba a decir que lo quitase, le enviaba a suplicar le mandase matar, mas que quitallo era por demás; y contáronme otra cosa de que gusté mucho, que viendo los suyos tan gran silencio unos a un mes, otros a un año, otros a dos, cada uno según tenía la gana de hablar, se le fueron todos, que un atún no le quedó, y con esto le duró tanto el luto, que aunque quisiera quitallo no tuviera con qué, cuando esto me contaban, pasaba yo por la memoria unos hombres parlones que yo conocía en el mundo, que jamás cerraban la boca, ni dejaban hablar a nadie que con ellos estuviese; sino un cuento acabado, y otro comenzado, y hartas veces por que no les tomasen la mano, los dejaban a medio tiempo tornaban a otro, y hasta venir la noche que los despartiese como batalla, no hubiésedes miedo que ellos acabasen; y lo peor que no ven ellos cuán molestos son a Dios y al mundo, y aun pienso que al diablo, porque de parte de ser sabio huiría de estos necios, pues cada semejante quiere a su semejante: vasallos de estos barones los vea yo, y que se les muera la amiga porque me vengue de ellos.