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Noticia biográfica

Del Excmo. Señor don Nicomedes-Pastor Díaz, extractada de la que se llevó en la Real Academia Española, en cumplimiento de sus estatutos

     Lo que hace mucho tiempo sobresaltaba los ánimos como negro presentimiento, hoy amarga realidad, embarga ya la voz y oprime los corazones.

     El Excmo. Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz, el leal amigo, el eminente repúblico, el insigne Académico, ha dejado de existir entre nosotros; para él se han abierto ya las puertas de la eternidad. A las nuestras ha venido a sonar otra vez más el inexorable llamamiento de la muerte, incesante renovación de las cosas humanas, que al mismo tiempo lleva al hombre a la inmutabilidad de su ser, al sitio donde ya no cabe perfeccionamiento, ni se admite mudanza, ni se sufre alteración.

     Mas no se ejercen ahora, como otras veces, sus rigores sobre una vida colmada por la edad, que hayamos visto en triste contemplación irse extinguiendo plácidamente entre nosotros. �Ay!... El que hoy lloramos, si bien aquejado por largo padecer, ha caído, se ha eclipsado en completa virilidad, en lo mejor y más cumplido de sus días, cuando más copiosa cosecha podía atesorar de merecimientos para sí, de glorias y consuelos para la Patria.

     No es esto decir, no, que haya caído sin sazón, y que no deje en pos de sí inmenso rastro de luz. Ya lo ha dicho la misma Sabiduría, en palabras de eterna verdad, como suyas:

                     Vejez venerable
no lo es por más larga;
que no se computa
por años ni canas.
Mejor ancianía
la vida sin mancha!(1)

     Y esa vida, en efecto, no sólo fue siempre digna, no sólo inmaculada como la que más, al abrigo de toda sospecha, y sin que en ella hallaran asidero ni la calumnia ni la envidia; sino que la embellecieron exquisitas flores, la coronaron riquísimos frutos, la esmaltaron nobles hechos, la inspiraron grandes principios, la elevaron altísimas ideas, la purificaron generosos sacrificios, la ha santificado, en fin, una muerte ejemplar; llenándola toda entera el amor a todo lo bello, el entusiasmo hacia todo lo grande: la amistad, la familia, la ciencia, la poesía, el Trono, la libertad, la Patria, la Religión.

     Bien lo saben sus amigos, sus compañeros, sus hermanos; los que con él compartieron los afanes de la pelea, los que con él esperaron saborear las dulzuras del triunfo, que harto ha huido de sus sedientos labios, en esta vida penosa de renovación y transformación, que en nuestro siglo lleva el mundo y España más que todo el mundo.

     No, la nueva generación que empieza a reemplazarnos, y para la cual todo es fácil y hacedero, no comprenderá nunca cuánta ha sido la lucha, cuánto el trabajo de los que le hemos abierto el camino, de los que hemos tenido que anudar lo que ya fue, con lo que irresistiblemente pugnaba por venir; época en que si en todo había fe, también todo se puso en duda, y nada quedó que no se pasase por el crisol. �Dichosos al fin los que de él han logrado sacar intacta la fe en Dios, y no han llegado a desesperar de los hombres! Aquellos cuyo corazón no han envenenado los odios, aun cuando los hayan lacerado la injusticia y la ingratitud; los que pueden pedir testimonio de sí a sus conciencias, y a lo menos, dar cuenta a Dios y al mundo, de la pureza de sus intenciones!

     Hailos ciertamente, para consuelo de la humanidad, para desagravio de nuestra época; y uno de ellos era el Sr. Pastor Díaz. �Creo (decía al que escribe estas líneas, en momentos de íntima confianza, en que con él hablaba como si hablase con su conciencia), creo que no se ha juzgado bien a nuestra época, ni se nos ha hecho justicia, ni a nosotros ni a nuestras intenciones; y a la amistad de V. confío yo lo que concierne a las mías y a mi nombre.� -Yo recibí este encargo de confianza; y este deber sagrado, y mi cariñosa y ardiente gratitud, son los únicos títulos que hoy me atrevo a invocar, cuando por breves momentos voy a ocupar la atención del público.

     Pero consignemos ya algunos datos relativos al objeto de estos apuntes.

Nació el Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz en Vivero, provincia de Lugo, diócesis de Mondoñedo, el 15 de Setiembre de 1811, de pobre, pero honrada cuna, cuya limpia fama, no sólo conservó sin tacha, sino que la ha devuelto acrecentada a la que le dio el ser, y a los hermanos que con él compartieron aquélla.

     Fueron sus padres los Sres. D. Antonio Díaz y Doña María Corbelle; aquél, oficial del cuerpo administrativo de la armada, y que andando el tiempo, ejercía la contaduría de Correos de Lugo cuando falleció.- Diez fueron los frutos de su venturosa unión: dos varones y ocho hembras, todos los cuales vivían ha pocos meses, hasta que en el espacio de cuatro, han fallecido aquellos dos: el Sr. D. Nicomedes-Pastor y el Sr. D. Felipe Benicio Díaz, Ordenador general de pagos en el Ministerio de la Gobernación, laborioso e inteligente empleado, celoso Diputado a Cortes, y más bien que hermano, hijo y discípulo de su inolvidable hermano; y por todos estos títulos, y por su dulce, modesto y simpático carácter, universalmente querido de cuantos teníamos la dicha de tratarle.

     No se extrañe que nos hayamos detenido en trazar el cuadro de este modesto y tranquilo hogar paterno, que ha sido el de nuestro compañero hasta espirar. Él conservó siempre las tradiciones, y como que continuó la persona de su padre. Su virtuosa madre ha recogido su postrer aliento; sus hermanas, solteras las más, han vivido bajo su amparo; aun las casadas le han rodeado con sus cuidados. Algunas de aquellas le han consagrado su existencia; y los que le amábamos y tanto apreciábamos su valer, no podemos olvidar ni desprendernos de lo que era parte tan íntima y querida de sí mismo, y en donde, por decirlo así, se sobrevive.

     D. Nicomedes-Pastor (que tales fueron sus nombres de pila, aun cuando el último vino a formar después, por el uso, parte de su apellido), principió a cultivar su inteligencia como a la sombra del clero, en su mismo pueblo natal, en el Seminario conciliar, en el cual eran notables los estudios clásicos, que amplió después con los de filosofía en otro Seminario conciliar, el de Mondoñedo. No desmintió él nunca esta filiación; y en ella está el germen, así del carácter severo y escogido de sus estudios y aficiones literarias, clásicos, por decirlo así, aun en medio del romanticismo; como de la constante ortodoxia de sus doctrinas, que habiéndole seguido en todo el curso de su vida literaria y política, ha consolado sus últimos momentos, y brilla con inextinguible luz sobre su sepulcro. Pasando después a la Universidad de Santiago para hacer la carrera de leyes, como entonces se decía, la Providencia, por sus inescrutables designios, valiéndose para ello de la disposición que se dictó para cerrar las universidades, le trajo a Madrid, e hizo que concluyese los estudios de jurisprudencia en la de Alcalá, acercándole al teatro de los grandes futuros sucesos, próximos a estallar, y haciéndole adquirir amigos y auxiliares entre la juventud inteligente y activa que en ellos había de tomar la principal parte.

     Tres influyentes patronos tuvo al presentarse en Madrid: el Sr. Varela, Comisario General de Cruzada; el Sr. General Latre, para las regiones del Gobierno; y el venerable Académico Excelentísimo Sr. D. Manuel José Quintana, para con la juventud literaria y política que en torno suyo se agrupaba. Allí conoció a los Sres. Donoso Cortés, Durán, Gallego, Vega, Olózaga, Espronceda, Larra, Estébanez Calderón (D. Serafín) y otros varios. La amistad del gran poeta conquistáronsela sus versos, escritos, aún en temprana edad, con verdadera y tiernísima inspiración, tomada de la naturaleza del país en que se meció su cuna.

     La mediación del General Latre influyó activamente en la carrera del Sr. Pastor Díaz. Al primer vislumbre de reforma, que fue la creación del Ministerio del interior y el establecimiento de las Subdelegaciones de Fomento, debidos al Excelentísimo Sr. D. Javier de Burgos, entre los auxiliares más activos y de más altas y cumplidas esperanzas que se procuró, lo fue el Sr. Pastor Díaz, que entró a servir como oficial segundo, y luego de primero, en la de Cáceres. Por aquel tiempo, planteándose el periódico El Siglo, fue uno de sus principales fundadores. En él contrajo con el señor Pacheco la íntima y cariñosa amistad, que al través de largos años y vicisitudes, los unió hasta más allá del sepulcro.

     Fundados por entonces La Abeja, por el Sr. Jordan, en la que escribían los Sres. Pacheco, Oliván y Bretón de los Herreros, y El Artista, del señor Ochoa, en ellos y otros periódicos publicó el señor Pastor Díaz algunas bellísimas composiciones. Séame lícito citar entra ellas la oda a la Luna, que me llevó a Sevilla la primer noticia del nombre, y la afición y el deseo del poeta y del amigo; que no sin razón presentía yo que había de serme tan tiernamente querido. No ha muchos días oíamos referir al Sr. Hartzenbusch, que el propio maravilloso efecto le causó oír al Sr. Pastor Díaz leer en el Liceo La Sirena del Norte; y que recuerda, como si ahora mismo los oyera, los sonoros versos con que concluye:

                     No más oí de la gentil Sirena
El concierto divino,
Sino el tumbo del mar sobre la arena,
Y el bronco son del caracol marino.

     Perdónese esta breve digresión: los que saben querer no dejarán de comprender la fuerza que encierran estos recuerdos, en que, hablándose de la vida de uno, se entreteje la de todos sus contemporáneos.

     Lo que sin duda es de mayor interés, es apreciar la influencia que el nombre y el ejemplo de Pastor Díaz ejercía en el movimiento político y literario de la época.

     Era, entretanto, 1836. El Excmo. Sr. D. Salustiano Olózaga recomendó a Pastor Díaz al Sr. D. Martín de los Heros, Ministro de la Gobernación, y éste le hizo secretario del gobierno político de Santander, donde hemos recogido gratos recuerdos de su carrera administrativa. Eran sus servicios tan justamente apreciados, que aun cuando él, aleccionado por el sacudimiento político de 1835, no sólo no participó del de 1836, sino que ni le aprobó, el Excmo. Sr. D. Joaquín María López, Ministro a la sazón, le hizo oficial del ministerio de la Gobernación, y en 1837 fue nombrado Jefe político de Segovia por el Excmo. Sr. D. Rafael Pérez.

     Gloriosa fue, por lo mismo que difícil, su tarea en este cargo. Coincidió su nombramiento con la invasión del General Zariátegui, y sobre todo con la del Conde de Negri. El joven Jefe político (contaba a la sazón veintiséis años) no sólo salvó los caudales del Erario y de los particulares, y las alhajas de las Iglesias, haciéndolos encerrar y defender en el Alcázar, sino que quedándose en los pueblos invadidos, enmedio de los contrarios, ya al abrigo de su poca edad y menor representación, ya escudado de la proverbial e histórica lealtad de aquellos nobles castellanos -harto más difícil y digna de apreciar en tiempo de civiles discordias,- pudo comunicar con el Gobierno, y disminuir los males que les aquejaban. Quiso el Gobierno recompensar la importancia de aquellos servicios, siendo de advertir que el mando del valiente y laborioso Jefe en aquella provincia duró dos años, largo y nada frecuente período en empleos de suyo movedizos, y que en aquella época lo eran por extremo: Pastor Díaz sólo quiso aceptar los honores de la toga en la Audiencia de Valladolid.

     El 1839, siendo Ministro el Sr. Pita Pizarro, y cuando el primer ensayo de reunión en una sola mano de la autoridad de los Jefes políticos y de los Intendentes en la persona de estos últimos, el señor Pastor Díaz pasó a Cáceres con aquella doble investidura.

     No vamos a tejer la historia política de aquel tiempo, ni menos a juzgarla. Pero hay dos hechos de suma transcendencia, y que son tan característicos del Sr. Pastor Díaz, que no podemos olvidarlos. Es uno de ellos su manifiesto en 1839 a los electores de Cáceres, tan célebre entonces, y que apareció después del tan famoso de Mas de las Matas; es el segundo su franca y leal aceptación de la Constitución de 1837, y sus enérgicos y constantes esfuerzos contra todo lo que volviese a abrir el período constituyente, cuyas discusiones son siempre tan estériles como peligrosas.- Éste ha sido uno de los caracteres más marcados de su política, que ha proclamado siempre, lo mismo en 1839, que en 1843, que en 1845, y hasta morir. Buscó siempre una nueva era, y procuró y esperó siempre la fusión de los partidos; queriendo quitarles el pretexto y la ocasión de predominar exclusivos.

     Esto le valió el nombre de puritano; por eso aclamó la Unión liberal, y estuvo en la disidencia, y salió del Ministerio.

     Tal ha sido siempre su constante propósito.

     No es el nuestro calificar si en él acierta; a los sucesos toca revelarlo. Pero al fin, como quiera, siempre partió su conducta de los más generosos y patrióticos pensamientos.

     Pero volvamos a 1840. Al estallar el famoso pronunciamiento de Setiembre, Pastor Díaz fue comisionado por varias personas para pasar a Valencia a ofrecer sus servicios a la Reina Gobernadora, y procurar el nombramiento de un Ministerio que satisficiese las necesidades públicas.

     Hallábase en Valencia el Excmo. Sr. General D. Leopoldo O'Donnell, y entonces pudo conocerle. Como quiera, vuelto a Madrid, le valió esto una prisión de cerca de dos meses; y en ella su salud, delicada siempre por constitución, principió a adolecer. Encerrado en el cuartel de salvaguardias, no hallaron ningún cargo que hacerle; él en aquella memorable ocasión, cuando salían de Madrid desterrados los redactores efectivos o presuntos de los periódicos, hizo en El Correo Nacional una campaña inolvidable en los anales de la prensa, cuyas batallas riñó al lado de su ilustre, íntimo e inseparable amigo el Excmo. Sr. D. Antonio de los Ríos Rosas. Ya libre de su prisión, fundó con éste, el señor Pacheco y el Excmo. Sr. D. Francisco de Paula Cárdenas, una Revista política con el título de El Conservador, periódico de marcada influencia, de sanas doctrinas, y que aun no participando de los proyectos del alzamiento militar de aquel año, vino noblemente a la defensa de los acusados, y pereció en la demanda.

     Adoleció gravemente de una artritis el Sr. Pastor Díaz en 1841; adoleció mucho más, moralmente, por la sentida muerte de su digno padre, a quien no veía desde 1832. A pesar de todo, dictando en la cama, además del periódico, emprendió con el Sr. Cárdenas una colección de biografías, y escribió la del Excmo. Sr. Duque de Rivas, la del General León, la de Cabrera y la de D. Javier de Burgos.

     A El Correo Nacional sucedió El Heraldo, y separándose de él posteriormente, fundaron El Sol, con nuestro amigo, los Sres. Ríos Rosas y Tassara; y Pastor Díaz fue el primero que en él proclamó la necesidad de declarar la mayoría de la Reina, suceso inmenso, cuya iniciativa toda le pertenece.

     En 1813 aparece casi impensadamente diputado a Cortes por la Coruña; y disueltas aquéllas, vuelve con las nuevas, por la provincia de Cáceres, que paga este tributo al recuerdo de su entendida y celosa administración. Posteriormente lo fue por Pozo-Blanco, en la provincia de Córdoba, y por Navalmoral de la Mata, distrito también de la de Cáceres. Aquí se presenta como orador, a no menor altura que como periodista. Su estilo, brillante siempre, tan rico en imágenes, que le hemos oído decir que le costaba mucho trabajo apartarlas de sí; de altos pensamientos, y profundo sin afectación, revela al hombre de Estado, al paso que acredita al buen patricio, al desinteresado repúblico, que no busca los propios medros, ni cultiva el favor de la pública opinión, ni aun el de los partidos; sino que lo sacrifica todo en aras de la Patria, y todo lo aquilata en el crisol de su conciencia.

     No volvió por entonces, en el largo período de nueve años, a ser empleado; pero el comercio de Madrid tuvo el buen tacto de salirle al encuentro, y de brindarle con una honrosa posición, la secretaría del Banco de Isabel II, que por entonces se estableció. Allí, y al frente del Real Consejo de agricultura, industria y comercio, que en 1847 reorganizó, o más bien creó, apareció como estadista profundo, como economista hábil, a quien no sólo eran conocidos los principios y los sistemas, sino los hechos y los datos. Y es que los caracteres distintivos del talento del Sr. Pastor Díaz eran la clara intuición, la variedad pasmosa, la originalidad, la flexibilidad, en fin. Aquella rica y poderosa inteligencia todo lo abarcaba, sobre todo se cernía; y aun desde su primera juventud, en donde para otros había que evitar escollos o recelar naufragios, él bogaba a sus anchas, y navegaba viento en popa, comprendiendo y aquilatando los más abstrusos sistemas filosóficos, y aprovechando y recogiendo cuanto era aprovechable. Especie de tacto moral, que a no muchos es dado, que por sí solo no alcanza el estudio, pero que tampoco sin el estudio se extiende y perfecciona.

     El que de ello dudare, abra por donde quiera las páginas de su folleto político titulado A la corte y a los Partidos, escrito en 1846. Sin pretenderlo, he anticipado acerca de este libro cuanto me permite decir en este lugar la materia a que corresponde. En él hay predicciones, unas de las cuales se han cumplido; otras no faltarán cuando les llegue su hora.

     Pero venimos a 1847, en el cual fue llamado para la Subsecretaría de la Gobernación por el Excelentísimo Sr. D. Manuel Seijas Lozano, y de allí a poco tiempo, y bajo la presidencia de su amigo el Excmo. Sr. D. Joaquín Francisco Pacheco, al Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras públicas. No es de este lugar, por no ser lato, exponer ni la causa de la formación, ni la política de aquel Gabinete. Creemos que algún día las conocerá el público, o cuando menos las expondrá la Historia.

     Pero sea lícito al que esto escribe, pagar aquí con lágrimas un tributo de gratitud al Jefe y al amigo; al amigo, que le llamó -no importa a dónde ni cómo; el pensamiento es un secreto de la amistad, el hecho fue que le llevó a su secretaria;- allí y en todas partes el Jefe no dejó nunca de ser el amigo; y el amigo, allí y en todo tiempo y lugar, fue siempre jefe del que mira como uno de sus más altos títulos de gloria, el haber logrado, el no haber nunca desmerecido su confianza.

     Fácil me sería aquí, más que en ningún otro período de su vida, dejar correr la pluma, y decir lo que vi, lo que oí, aquello de que fui alguna, aunque pequeña parte. Pero me lo prohíbe el temor de ser molesto, o de aparecer apasionado. Me basta consignar dos hechos en disculpa de mi silencio.

     Es el primero, que no hubo ramo alguno en la administración que no se tocase y mejorase; ni la instrucción pública, ni la cuestión, gravísima entonces, de subsistencias, ni la moralización de las sociedades anónimas, de que tanto se abusó, ni la legislación sobre aguas, ni la intervención en la contabilidad de obras públicas; la creación, en fin, del ramo de agricultura, la reclamación de los de sanidad y aranceles, sin los cuales, y sobre todo sin el último, no puede hallarse completo aquel Ministerio: todo en el corto espacio de cinco meses, en que la cuestión política y la de Hacienda llamaban principalmente la atención, y en que nuestra bandera entró sola por Portugal, orgullosa y bien llevada, a despecho de protestas, y a pesar de las notas y reclamaciones, hasta Oporto, llevando consigo la paz, y saliendo de allí sin dejar heridos ni enconados, y antes amistados y benévolos, a pueblos en quienes hasta el origen y semejanza es ocasión de injustificadas sospechas, y de envidias y de antipatías. También el representante de Su Santidad, después de largos años, fue recibido en España como en el pueblo católico por excelencia correspondía; y en la época de este Ministerio se poblaron las iglesias huérfanas, de sabios y celosos Pastores, tales que ni uno solo dejó de merecer filial respeto y veneración.

     Ni podía olvidar el Sr. Pastor Díaz tampoco los establecimientos literarios. Testigos sean, entre otros, la Biblioteca nacional y la de la Universidad de Sevilla: a esta socorrió con amplitud; al frente de la primera, sin pretensión ninguna de su parte, puso al Sr. Bretón de los Herreros(2).

     Baste finalmente añadir sobre esto que el departamento a cuyo frente estuvo el Sr. Pastor Díaz, y que a sus órdenes dirigían el Sr. D. Antonio Gil y Zárate y el Sr. D. Cristóbal Bordiú, recibió universales testimonios de pública aprobación.

     Pero era en 1847. En él obtuvo el Sr. Pastor Díaz un cargo, del cual no podemos hacer caso omiso. Hablamos de su nombramiento de individuo de número de la Real Academia Española, que se le confirió por unanimidad, y que será siempre en sus fastos de grata recordación. Fue a consecuencia de la acertada reforma que de sus Estatutos hizo el Sr. Marqués de Molins su actual Director, y a la sazón Ministro de Comercio, Instrucción y Obras públicas. En 18 de Marzo de dicho año de 1847, fueron electos Académicos los Sres. Olivari, Hartzenbusch, y Pastor Díaz. No puedo menos de renovar la idea del discurso de presentación del último. Decía el Sr. Pastor Díaz en 17 de Noviembre del propio año:

     �Lo que no hubiera podido responder a la Academia interrogándome, heme atrevido yo a indagarlo en el pensamiento de la Academia. Al ser indulgente y benévola conmigo, ha querido mostrar tal vez la necesidad de serlo con la época que corremos. No consagrando trabajos, sino prohijando conatos y deseos, no ha querido, sin duda, hacer una declaración de ciencia, sino calificar el carácter de una existencia.

     �Pero si dejando a un lado mi personal merecimiento para hacerme cargo de consideraciones más generales, aquella muestra de tolerancia pudiera ser parte para caracterizar la condición de una época literaria, de camino que cumplía con la obligación de agradecerla, cuadraba maravillosamente a mi propósito la tarea de explicarla; encontrándome así naturalmente conducido a considerar hasta qué punto la participación en los negocios públicos, de los que cultivan las letras y profesan las ciencias, puede ser causa o síntoma de decadencia en la literatura de una edad: hasta qué punto el consorcio de las tareas políticas con los trabajos del entendimiento, de la vida práctica con la especulativa contemplación de la verdad y de la belleza, puede ceder en detrimento de los adelantos del saber, y rebajar los quilates de la perfección ideal a la liga impura de las miserias terrenas, de las pasiones mundanas, de los intereses y necesidades materiales.�

     Harto siento no poder seguirle en la demostración de su tesis: voy sólo a citar dos párrafos:

     �Examínese con mayor detenimiento, dice, en la sucesión de sus vicisitudes, la historia de aquellas sociedades y de aquellas literaturas; y siempre se encontrará el mismo resultado. Cuando la profesión científica y la influencia política o social caminan separadas, siempre el saber decae, como la preponderancia política declina. Siempre que la civilización retrocede, la inteligencia y la acción se dividen; los caracteres del sabio, del filósofo, del literato, del estadista y del legislador se aíslan, se apartan y se divorcian.

     �Por eso en los tiempos bárbaros este divorcio se consuma. Artes y ciencias van a vivir en los yermos, y a refugiarse en los claustros. Dos o tres veces que en los siglos medios aciertan a penetrar en los palacios, parece que el hemisferio europeo se ilumina. Pero es una aurora boreal en la noche de un invierno polar. Las tinieblas de la barbarie vuelven. La inteligencia duerme. La conservación de las artes y de las ciencias en aquel aislamiento, es como la vegetación debajo de la nieve. En lo exterior reina una sociedad grosera, una gobernación anárquica, un poder sin obediencia, una ley inicua, la fuerza por razón de Estado, la venganza por derecho del individuo. En la esfera intelectual, la filosofía escolástica, las leyendas falsas, la astrología judiciaria, la nigromancia, la alquimia, las mil visiones de la metafísica teológica, engendrando otras tantas herejías. Al fin raya la luz, Dios la trae. Algunas eminencias aparecen coronadas de un vivo resplandor. No son ellas, sin duda, los focos luminosos: bástales la excelencia de ser las cumbres en que el nuevo sol da primero. A poco que se levanta, los hondos valles la reciben.�

Y por último, concluye de este modo:

     �Aquí -en la Academia,- como en la sociedad, el estudio de los hombres consumados en las vigilias de su gabinete, fecundará la viva enseñanza que da la amarga experiencia del mundo. En este consorcio, señores, la política podrá recordar diariamente a la ciencia, que la perfección moral del hombre, y la mejora continua de su condición social es el final propósito de todo saber, de todo estudio, de toda duradera inspiración. Aquí la ciencia podrá repetir todos los días a los hombres pagados en demasía de la importancia política o sobradamente preocupados de positivos intereses, que nunca, sin esplendor literario y sin superioridad científica, han alcanzado las naciones, por gloriosas y prósperas que aparezcan, aquella supremacía de influencia moral, que es la verdadera grandeza de los pueblos y de los hombres.

     �La combinación de estos dos principios, señores, es el seguro de vida de toda civilización sólida, como es el sello de perfección de toda consumada literatura.�

     Disimúlese esta cita. Ella recuerda la noble empresa del académico: ella explica por qué, al contemplar su vida, no he sabido yo ni podido dividir la política de la literatura.

     Pero en el año 1848 hay otro acontecimiento político y literario en su vida, en que él confirma con el ejemplo sus doctrinas. Hablo del rectorado de la Universidad de Madrid, que por entonces se le confirió. Presentáronsele un día los alumnos de cierta clase, en queja del profesor; y él, después de poner el conveniente correctivo, �yo también (me decía) debo enseñar. Con este incidente, en la situación política y moral de Europa, en la invasión de las malas doctrinas, es mi deber protestar con el ejemplo.� Y este origen, esta noble y alta y patriótica explicación tienen sus lecciones en el Ateneo contra el socialismo; lecciones que leía,-es decir, que llevaba escritas,- por evitar todo peligro de yerro propio en la improvisación, y toda ajena y tal vez maliciosa interpretación. Publicolas entonces La Patria, periódico de su ilustre amigo el Sr. Pacheco, y en cuya redacción política, él, como funcionario de aquel gobierno, no podía tomar parte. �Lástima grande que su salud, constantemente delicada, no le haya permitido dar mayor desarrollo a aquel interesante trabajo! Pero tal como se halla, es uno de los mejores florones de su corona literaria y científica, que, salvando los términos de nuestra Patria, debe darse a conocer en el extranjero, y que recibirá con avidez el público, que tanto las saboreó, y la juventud estudiosa, que siempre fue para Nicomedes objeto de tierna, especial y confiada predilección.

     También empezó a insertar en La Patria, y logró concluir más adelante, una novela con el título De Villahermosa a la China. Siendo suya, mirada por él con paternal cariño, y, por lo que en alguno de sus caracteres se trasluce sin dificultad, con el propósito de retratarse él moralmente, mal podía yo olvidarla en esta ocasión. A pesar de su casi estudiada sencillez, transpira en ella el gran talento de su autor, su exquisita sensibilidad, sus fuerzas de gigante. Sin embargo, siento no poder aplaudirla sin reserva. Pero �qué importa una hoja de laurel menos para quien ciñe tantos que no se agostarán jamás(3)?

     Hablamos antes de las poesías, que dio a la estampa en 1840; y ésas sí que le valieron una aureola que no se le podrá disputar mientras haya corazones que sientan. Es tierno y profundo y delicadamente elegiaco, pero no a la manera de Tibulo, aunque él le recuerda; antes parece que ha querido evocar los cantos de Ossian: en lo que es inmejorable, sin embargo, es en la pintura de la naturaleza: sus estrofas suelen ser cuadros.- He aquí lo que le dice su Inspiración en la composición que lleva este título:

                     De ébano y concha ese laúd te entrego,
Que en las playas de Albión hallé caído;
No empero de él recobrará su fuego
          Tu espíritu abatido.
                           El rigor de la suerte
Cantarás solo, inútiles ternuras,
La soledad, la noche y las dulzuras
          De apetecida muerte.

     No cito esos versos precisamente por buenos. En cualquiera de sus composiciones los hay mejores; en las que antes citamos, y en otras muchas, de esos que no se olvidan jamás.- Pero no es a mí a quien toca hablar de esto. Cualquiera que sea el sucesor que la Academia dé al dulce y melancólico poeta, al literato, al filósofo, al hombre de Estado, ése, que siempre será, digno cuando para reemplazarle le traigan los votos de aquélla; ése, quien quiera que fuere (séame dado esperarlo), hablará de su ilustre antecesor con voz más autorizada, y menos parcial que la mía. Tendrá además una tranquilidad que yo no soy poderoso a imponerme. �Cómo he de hablar hoy, si no sé más que de lágrimas; si apenas puedo hacerlo sin que ellas ahoguen mi voz?

     Y sin embargo, aún me falta recordar que Pastor Díaz fue Consejero de Estado en 1856, Senador del Reino desde 1858, y que representó a su Reina y a su Patria en extrañas regiones. Hízolo en Turín, siendo testigo de la ardiente impaciencia de aquel pueblo, en un período de empuje en que aspiraba no sólo a la libertad política, sino a una gran existencia y a una vasta dominación.

     Él, allí, con la experiencia y el escarmiento de las revoluciones, pudo observar, pudo aconsejar, pudo, en fin, decir, y sin duda dijo, a su Reina y a su Gobierno lo que a los intereses de España y del mundo católico convenía. El Sr. Pacheco en su interesante libro sobre Italia dice lo que Pastor Díaz era en Turín. Él lo vio, él lo presenció: escrito está su juicio, y yo nada puedo ni debo añadir a él.

     Pero sí debo, sí puedo averiguar lo que la fama pública dice de su residencia en Lisboa, en la cual conquistó las simpatías de la corte, las de los hombres públicos más notables, las de todo el país. Aún resuenan en él los sentidos acentos que, lamentando la prematura muerte de la Reina doña Estefanía, dirigió al Rey D. Pedro V de Portugal, a aquel Monarca que también pasó tan pronto, cuyo fin fue tan tierno, como que nacido y sentado sobre el trono, murió, más que de la enfermedad, del dolor que le causó la sospecha de haber involuntariamente causado la muerte a su hermano.

     Los Sres. Fontes y Casal Riveiro, Ministros aquél de Gobernación y éste de Hacienda del vecino reino, profesaron al Sr. Pastor Díaz una amistad verdadera, de ésas a las cuales no alcanza el olvido, ni entibia la separación.

     �Y sabéis la causa de la universal simpatía que por todas partes rodeaba al Ministro español? No era sólo, aunque entrase por mucho, su inmenso talento, la elevación de su carácter, su consecuencia política, la pureza de su vida, su inmaculada reputación: era que, como su Dios, y como digno representante de España y de su Reina, pasó haciendo beneficios y largas limosnas a españoles y portugueses; a aquellos, como su amparo allí, en nombre de la Reina; a éstos, como huésped generoso y bien nacido; a todos, como cristiano y como caballero. Hacíalo públicamente y como de oficio, en las públicas calamidades de incendios e inundaciones que allí hubo en su tiempo: secretamente -y eran las más veces- en las privadas. En eso invertía su sueldo, que para tales cargos paga cuantioso el Erario; sin ostentar lujo, ni menos escatimar de lo que pedía su decoro.

     Así fue Ministro de Estado en 1856, poniendo su esperanza en Dios, y recibiéndole como Viático, antes de echar sobre sus hombros -debilitados por la enfermedad, pero fortalecidos con el PAN DE LOS FUERTES- la entonces bien grave carga del Ministerio; y así también lo fue ahora, aunque en distintas circunstancias, tomando la cartera del de Gracia y Justicia. Quebrantado el ánimo, enflaquecidas las fuerzas por el reciente inmenso dolor de la pérdida de su hermano, se le exigió en nombre de la Patria y de la Reina, que se prestase a ser, con su persona, símbolo de reconciliación, a salvar, a restaurar un principio que él había creído digno y justificado.

     No se le ocultaron, no, las dificultades de la empresa. �Qué digo dificultades? Veía él como imposible lo que tal vez el buen deseo de algunos les fingía hacedero; sin echar cuentas con que no se puede siempre todo lo que se quiere, y que no punzan las espinas, y punzan mucho, hasta que se las comprime con el tacto. No de palabra, por escrito formuló el Sr. Pastor Díaz las dificultades, la imposibilidad en que se hallaba de ceder a las exigencias que se le hacían. Nada ha sucedido después, que él no hubiese previsto entonces; que no hubiese consignado de antemano en aquellos apuntes, que sus amigos han visto, y que no era posible, pensar ni expresar con mayor lucidez.

     �Cómo aceptó, pues? -Porque Dios en sus inescrutables juicios le llamaba a sí, y era preciso que aquella fuese la causa determinante, exacerbado, con el afán de las luchas y de las cuestiones políticas, el dolor de la reciente pérdida de su hermano. Acaso era también preciso que el ilustre defensor del Pontificado, el que desde Portugal había invertido en tan santa causa los ocios, o más bien las treguas que le daban las angustias de su enfermedad, hiciese pública muestra de sus principios, como lo hizo en el discurso que pronunció en el Senado.

     Fue sobre los derechos de estola y pie de altar; y con una franca, enérgica, sentida declaración, vino a poner el sello a su conducta oficial y pública. Hízolo sin vacilar, con notable franqueza y resolución. Dotó en seguida de un Pastor evangélico a la diócesis de Cádiz, el Rdo. P. Fr. Félix de Cádiz, del orden de Capuchinos, apoyando la alta indicación de S. M. la Reina; y como si hubiese cumplido su misión sobre la Tierra, no sin declarar antes que su presencia en el banco azul explicaba suficientemente los motivos de su venida, como quiera que él no podía estar en ningún lugar como tránsfuga, resignó, se retiró a morir, en el seno de su hogar, en los brazos de los suyos, al abrigo de esa misma Religión cuyo campeón se había declarado.

     Un mes duró su enfermedad, que su médico el Sr. D. Mariano Benavente, que de otro grave ataque le salvara en el año anterior, llamando a consulta al Sr. D. Vicente Asuero, calificó, con éste, de hipertrofia en el corazón, la misma, según entiendo, que nos había arrebatado al Sr. Donoso Cortés, cuyas palabras y hechos recordó alguna vez durante la enfermedad.

     Pero no puedo dejar de hacer mención de un hecho que encierra su último proyecto político y literario. Fue esta propuesta mía. Tratando varios amigos suyos de establecer una Revista moral, política y literaria, se le pidió, y él concedió sin la menor dificultad su cooperación, que sin duda hubiera sido de las más poderosas y autorizadas. Aun no habiendo podido ser efectiva, si el pensamiento se lleva a cabo, sus amigos le considerarán presente. Nadie puede llenar allí el hueco que él prometió que llenaría(4).

     Progresaba en tanto la cruel enfermedad, que no le daba tregua ni descanso, ni aun el último y más común de todos, el de reducirse a la cama. Conocía él propio toda la gravedad de su estado; bien que meses antes, cuando le hablaban de mudar de casa, decía: �Dejad que pase Marzo. �Qué sabemos lo que podrá suceder en Marzo?� Para que no se aprecie exageradamente este presentimiento, como que en todo hablamos la verdad, debemos decir que en Marzo fue también su ataque del año anterior.

     Hablaba con frecuencia de la muerte, y del estado de su conciencia, sobre todo con su amigo el señor D. Miguel Sánchez, Presbítero. Finalmente, de él propio salió el pedir los Santos Sacramentos. Designó para confesar al Reverendo P. D. Antonio Zarandona, Procurador general de las misiones en Ultramar, de la Compañía de Jesús, después de haberse convencido de que el P. D. Félix Cumplido, a quien pidió varias veces, no se hallaba en Madrid. Su preparación para recibir el sacramento de la Penitencia y el sagrado Viático, fue de lo más edificante. Provocábase él a sí propio al fervor, recitando en latín diferentes oraciones de las que en la Iglesia se aplican por tercera persona, y que él se aplicaba a sí propio.

     Rodeado de sus hermanas y de su hermano político el Sr. D. Pedro Pastor y Maseda, y de sus amigos más íntimos, entre los cuales, además de los ya nombrados, que no podíamos faltar, no debo omitir a los Sres. Marqués de Molins, D. Cándido Nocedal y D. Juan Valera, y a los Sres. Marqués de O'Gavan, D. José María Claros, D. Pedro A. de Alarcón y D. José María Fernández Jiménez, y algún otro, que no cito por no serme conocido, se consolaba con verlos siquiera, aun cuando no les pudiese hablar. El mismo día en que recibió el sagrado Viático, recordó que por tercera vez lo había verificado en su vida: �y aun otra cuarta, añadió, lo hice por mi sola cuenta, para hacerme cargo del ministerio en 1856�, como ya dijimos. Llamole alguno la atención acerca de que era día del Arcángel San Gabriel, y contestó con natural gracejo: �Eso me recuerda un cuento de un Padre maestro, de grandes campanillas en su convento, que, hallándose enfermo le decía el Guardián: -Alégrese, Padre, que hoy es día del Sr. Arcángel San Gabriel, Prepósito de la milicia celeste.- A lo cual el enfermo, guiñando, contestó: -�Yo también he sido Prepósito, Padre!� Recitó asimismo con perfecta entonación una octava de Valdivieso dirigida al Arcángel. Esto refiero como una prueba de la imperturbable serenidad de su ánimo; y porque las palabras y los ejemplos de los que saben morir, son dignos de recuerdo, para edificación y ejemplo de los que hemos de seguirlos.

     Continuó así el mal hasta el 21, o más bien el 22 de Marzo de 1863, puesto que a la una menos cuarto de la mañana, espiró, entregando su alma a su Criador, y dejando a los suyos hondos recuerdos y elevados ejemplos que no podrán olvidar.

     Su entierro fue el 23, con cristiana modestia y decoro por parte de los suyos, y extraordinaria afluencia de lo mejor y más elevado de la buena sociedad de Madrid. En especial asistieron casi todos nuestros Académicos, los hombres de letras y los políticos.

     Descansa en el cementerio de la Sacramental de San José y San Lorenzo, en el nicho señalado con el número 397, fila cuarta de la primera galería, entrando a la derecha.

     D. Nicomedes-Pastor Díaz llevaba sobre su pecho cinco grandes cruces: una española, la de Carlos III; y cuatro extranjeras: la napolitana de San Genaro; la de Cristo, de Portugal; San Jorge, de Parma; San Mauricio y San Lázaro, de Cerdeña.

     Era también individuo de la Academia de Ciencias morales y políticas.

     Pero la mejor de sus glorias ha sido la honrada pobreza en que vivió, y con la cual ha muerto abrazado. El Ministro de la Corona, el Embajador de su Reina, el Secretario del Banco, el amigo de tantos ricos y felices del mundo, no se cuidó de atesorar, no hizo contratas, no compró bienes de la Iglesia ni de los pobres; fue, sí, siempre liberal, siempre consecuente. No está, pues, no, reñido con la Religión el espíritu liberal, como piensan algunos y se afanan por persuadir.

     Ésta, que, con el elegantísimo poeta Arguijo, llamábamos honrada pobreza, es el aroma de la virtud del Sr. Pastor Díaz, y el elocuente ejemplo que lega a sus contemporáneos; y una y otro y sus talentos son hechos en que todo el mundo conviene. Nosotros añadiremos a esta unánime convicción un dato más. Este antiguo y buen servidor del Estado, que empezó a serlo, como hemos visto, hacia el año de 1833 o 34, en el de 63 no contaba veinte años de servicio, ni ha podido, por tanto, llegar a reunir los 40,000 rs. de cesantía, siendo así que día por día debería contar los treinta años, con cualquiera comisión o encargo de los que justamente sirven para adquirir derechos de activo, y que él ha conferido a tantos. Y es que cuando el Sr. Pastor Díaz no creía decoroso servir a un Gobierno, no vacilaba en retirarse, quedándose aun sin la ventaja de ganar tiempo para sus derechos pasivos, siendo así que su sueldo no solo había de cubrir las necesidades de su persona, oprimida con sus dolencias y debilitada para el trabajo, sino las de una madre anciana, y de una familia tan digna como dilatada.

     Con razón, pues, al decir de los periódicos, se trata de promover en las Cortes la declaración de una pensión a favor de esa madre y de esas hermanas, que hoy son verdaderamente huérfanas, y a quienes Dios se ha servido retirar el apoyo de sus dos hermanos. Éstas, si faltase la primera, quedarían destituidas de todo auxilio, y eso ni debe ni puede consentirse.

     No lo consentirán, ciertamente, los principales hombres políticos, los de letras; en fin, todos los académicos de exquisita cultura y elevados sentimientos que forman parte de alguno de los Cuerpos colegisladores(5).

     Mas si la Academia Española, a que el Sr. Pastor Díaz perteneció con tanta honra, no puede prestar a aquel piadoso y patriótico pensamiento otro apoyo que el moral, todavía me atrevo a proponerle otra cosa, que es de su particular incumbencia, y en la cual entiendo que no debe ni puede tener competidor, como que en cierta manera le pertenece.

     Hablo de las obras de este su inolvidable miembro. Varios son los casos en que la Academia ha tomado a su cargo favorecer la publicación de las que a su muerte dejan sus individuos. Así lo hizo con las del Sr. D. Juan Nicasio Gallego, con las del Sr. Duque de Frías, y más recientemente lo ha acordado con las del Sr. D. Agustín Durán. No que la Academia trate de lucrarse con ellas; que esto �cómo había de suponerse? Es el postrer tributo de cariño que merecen el amigo, el hermano que se va; el respeto que se empieza a profesar a aquel que para el mundo, sólo ya en ellas vive, y para quien empieza el juicio de la posteridad. Ninguna de las familias de los fenecidos ha rehusado esta altísima honra. Aun aquellas que felizmente no estaban en el caso de admitir el subsidio pecuniario, se han gloriado con la protección de la Academia, de esta madre común, en la cual se refunden la gloria y la autoridad de todos; que a nadie rebaja por grande que sea, y hasta a los menores enaltece y alienta.

     Pues bien: esa protección, ese auxilio, tales como sin duda son menester en este caso, es la que me atrevo a pedir por conclusión. Sin ellos, las obras del Sr. Pastor Díaz, algunas tal vez inéditas, casi todas agotadas o esparcidas, no llegarán a formar un cuerpo en que viva para siempre su autor, y viva por la Academia. La gloria para ésta; el provecho, si lo hubiere, cubiertos los gastos, para la familia del escritor.

     Si la Academia no pudiese reivindicar esta honra, de esperar es que nuestros más inteligentes y acreditados editores ambicionen la de contribuir a unir su nombre al del Sr. Pastor Díaz. Éste hizo en vida el plan de esta publicación, y me entregó el proyecto; yo le tengo a disposición de su familia y a la de la Academia, y de quien pueda necesitarle.

     Y ahora, �qué más he de añadir? Al dar la última despedida, el longum vale al tierno amigo, al compañero y al Jefe, pedir por último a Aquel que dice: -�Yo soy el que hiere y el que consuela,� que nos reúna en su seno, en el cual no cabe ausencia ni separación y adonde no se puede morir!

     Esto pedimos nosotros, los que no queriendo que la posteridad deje de conocer a los que ya duermen, escribimos estas noticias; los que aún vivimos, los que somos dejados, y seremos arrebatados también sobre las nubes, como dice el Apóstol.

     �Dichosos, pues podemos pedirlo; pues nos es dado añadir con éste: �Ay de los que no tienen esperanza!

     Madrid 26 de Marzo de 1863.

Fermín de la Puente y Apezechea.

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