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ArribaAbajoCapítulo XXX

Torna a contar el discurso de su vida, y cómo remedió el Señor muchos de sus trabajos con traer al lugar donde estaba al santo varón fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso san Francisco. Trata grandes tentaciones, y trabajos interiores que pasaba algunas veces


1. Pues viendo yo lo poco, o nada que podía hacer para no tener estos ímpetus tan grandes, también temía de tenerlos, porque pena, y contento, no podía yo entender cómo podía estar junto; que ya pena corporal, y contento espiritual, ya lo sabía que era bien posible, más tan excesiva pena espiritual, y con tan grandísimo gusto, esto me desatinaba: aun no cesaba en procurar resistir, más podía tan poco, que algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz, y queríame defender del que con ella nos amparó a todos: veía que no me entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo, más no lo osaba decir sino a mi confesor, porque esto fuera decir bien de verdad, que no tenía humildad.

2. Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo, y por entonces todo, con traer a este lugar al bendito fray Pedro de Alcántara, de quien ya hice mención, y dije algo de su penitencia: que entre otras cosas me certificaron, que había traído veinte años cilicio de hoja de lata contino. Es amor de unos libros pequeños de oración, que ahora se tratan mucho de romance; porque como quien bien lo había ejercitado, escribió harto provechosamente para los que la tienen. Guardó la primera regla del bienaventurado san Francisco con todo rigor, y lo demás que allá queda dicho. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mía, supo que estaba aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque era testigo de mis aflicciones, y me consolaba harto; porque era tanta su fe, que no podía sino creer, que era espíritu de Dios el que todos los más decían era del demonio; y como es persona de harto buen entendimiento, y de mucho secreto, y el Señor hacía harta merced en la oración, quiso su Majestad darla luz, en lo que los letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores, que descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas cabía en ella. Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el Señor me hacía, con avisos harto provechosos para su alma. Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada, recaudó licencia de mi provincial, para que ocho días estuviese en su casa; y en ella, y en algunas iglesias le hablé muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que después en diversos tiempos le comuniqué mucho. Como le di cuenta en suma de mi vida, y maniera de proceder de oración, con la mayor claridad que yo supe (que esto he tenido siempre, tratar con toda claridad, y verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros movimientos querría yo les fuesen públicos; y las cosas más dudosas, y de sospecha, yo les argüía con razones contra mí) ansí que sin doblez, ni encubierta le traté mi alma. Casi a los principios vi que me entendía por experiencia que, era todo lo que yo había menester; porque entonces no me sabía entender como ahora, para saberlo decir (que después me lo ha dado Dios, que sepa entender, y decir las mercedes que su Majestad me hace) y era menester que hubiese pasado por ello quien del todo me entendiese, y declarase lo que era.

3. Él me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran imaginarias, no podía. Yo entender que podía ser aquello, y parecíame, que en las que veía con los ojos del alma, tampoco entendía cómo podía ser; que como he dicho, solo las que se ven con los ojos corporales eran de las que me parecía a mí había de hacer caso, y éstas no tenía. Este santo hombre me dio luz en todo, y me lo declaró, y dijo, que no tuviese pena, sino que alabase a Dios, y estuviese tan cierta, que era espíritu suyo, que si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese creer: y él se consolaba mucho conmigo, y hacíame todo favor, y merced, y siempre después tuvo mucha cuenta conmigo, y dábame parte de sus cosas, y negocios; y como me veía con los deseos que él ya poseía por obra (que estos dábamelos el Señor muy determinados) y me veía con tanto ánimo, holgábase de tratar conmigo. Que a quien el Señor llega a este estado, no hay placer, ni consuelo que se iguale a topar con quien le parece le ha dado el Señor principios desto; que entonces no debía yo de tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo tenga ahora: húbome grandísima lástima. Díjome, que uno de los mayores trabajos de la tierra, era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía necesidad, y no había en esta ciudad quien me entendiese, mas que él hablaría al que me confesaba, y a uno de los que me daban más pena, que era este caballero casado, que ya he dicho; porque como quien me tenía mayor voluntad20, me hacía toda la guerra, y es alma temerosa, y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin, no acababa de asegurarse. Y ansí lo hizo el santo varón, que los habló entrambos, les dio causas, y razones, para que se asegurasen, y no me inquietasen más. El confesor poco había menester; el caballero tanto, que aun no del todo bastó, más fue parte para que no tanto me amedrentase.

4. Quedamos concertados, que le escribiese lo que me sucediese más de allí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios: que era tanta su humildad, que tenía en algo las oraciones desta miserable, que era harta mi confusión. Dejome con grandísimo consuelo, y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y de que no dudase que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda, y por más seguridad de todo, diese parte al confesor, y con esto viviese segura. Mas tampoco podía tener esta seguridad del todo, porque me llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio, cuando me decían que lo era: ansí que temor, ni seguridad nadie podía que yo la tuviese, de manera, que les pudiese dar más crédito del que el Señor ponía en mi alma. Ansí que aunque me consoló, y sosegó, no le di tanto crédito, para quedar del todo sin temor, en especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma, que ahora diré; con todo quedé, como digo, muy consolada.

5. No me hartaba de dar gracias a Dios, y al glorioso padre mío san José, que me pareció le había él traído, porque era comisario general de la custodia de san José, a quien yo mucho me encomendaba, y a nuestra Señora. Acaecíame algunas veces (y aun ahora me acaece, aunque no tantas) estar con tan grandísimos trabajos de alma, juntos con tormentos, y dolores de cuerpo de males tan recios, que no me podía valer. Otras veces tenía males corporales más graves, y como no tenía los del alma, los pasaba con mucha alegría, mas cuando era todo junto, era tan gran trabajo, que me apretaba muy mucho.

6. Todas las mercedes que me había hecho el Señor, se me olvidaban, solo quedaba una memoria, como cosa que se ha soñado, para dar pena; porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me hacía andar en mil dudas, y sospechas, pareciéndome que yo no lo había sabido entender, y que quizá se me antojaba, y que estaba que anduviese yo engañada, sin que engañase a los buenos: parecíame yo tan mala, que cuantos males, y herejías se habían levantado, me parecía eran por mis pecados. Ésta es una humildad falsa, que el demonio inventaba para desasosegarme, y probar si puede traer el alma a desesperación: y tengo ya tanta experiencia, que es cosa del demonio, que como ya ve que lo entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como solía. Vese claro en la inquietud, y desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la escuridad, y aflicción que en ella pone, la sequedad, y mala disposición para oración, ni para ningún bien, parece que ahoga el alma y ata el cuerpo, para que de nada aproveche. Porque la humildad verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad (tan grandes como los dichos, se sienten con verdad) no viene con alboroto, ni desasosiega el alma, ni la escurece, ni da sequedad, antes la regala, y es todo al revés, con quietud, con suavidad, con luz. Pena que por otra parte conorta, de ver cuán gran merced le hace Dios en que tenga aquella pena, y cuán bien empleada es: duélele lo que ofendió a Dios, por otra parte la ensancha su misericordia: tiene luz para confundirse a sí, y alaba a su Majestad, porque tanto la sufrió. En esta otra humildad que pone el demonio, hay luz para ningún bien, todo parece lo pone Dios a fuego, y a sangre; represéntale la justicia, y aunque tiene fe, que hay misericordia (porque no puede tanto el demonio, que la haga perder) es de manera, que no me consuela, antes cuando mira tanta misericordia le ayuda a mayor tormento, porque me parece estaba obligada a más.

7. Es una invención del demonio de las más penosas, y sutiles, y disimuladas, que yo he entendido dél: y ansí querría avisar a vuesa merced para que si por aquí le tentare, tenga alguna luz, y lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo, que no piense que va en letras, y saber, que aunque a mí todo me falta, después de salida dello, bien entiendo es desatino. Lo que he entendido es, que quiere y permite el Señor, y le da licencia, como se la dio para que tentase a Job, aunque a mí como a ruin, no es con aquel rigor. Hame acaecido, y me acuerdo ser un día antes de la víspera de Corpus Cristi (fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto como es razón) esta vez durome solo hasta el día; que otras dúrame ocho, y quince días, y aun tres semanas, no sé si más, en especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oración, me acaece, que coge de presto el entendimiento por cosas tan livianas a las veces, que otras me reiría yo dellas, y hácele estar trabucado en todo lo que él quiere, y el alma aherrojada allí sin ser señora de sí, ni poder pensar otra cosa más de los disbarates que ella representa, que casi ni tienen tomo, ni atan, ni desatan, solo ata para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí: y es ansí, que me ha acaecido parecerme, que andan los demonios, como jugando a la pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder. No se puede decir lo que en este caso se padece, ella anda a buscar reparo, y permite Dios no le halle, solo queda siempre la razón del libre albedrío, no clara, digo yo, que debe ser casi atapados los ojos. Como una persona que muchas veces ha ido por una parte, que aunque sea noche, y a escuras, ya por el tino pasado sabe dónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y gúardase de aquel peligro. Ansí es para no ofender a Dios, que parece se va por la costumbre. Dejemos a parte el tenerla el Señor, que es lo que hace al caso.

8. La fe está entonces tan amortiguada, y dormida como todas las demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la Iglesia, mas pronunciado por la boca, que por otro cabo la aprietan, y entorpecen, para que casi como cosa que oyó de lejos le parece que conoce a Dios. El amor tiene tan tibio, que si oye hablar en él, escucha como una cosa que cree ser el que es, porque lo tiene la Iglesia; más no hay memoria de lo que ha experimentado en sí. Irse a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el tormento que en sí siente, sin saber de qué, es incorportable; a mi parecer es un poco de traslado del infierno. Esto es ansí, según el Señor en una visión me dio a entender, porque el alma se quema en sí, sin saber quién, ni por dónde la ponen fuego, ni como huir dél, ni con qué le matar; pues quererse remediar con leer, es como si lo supiese. Una vez me acaeció ir a leer la vida de un santo, para ver si me embebería, y para consolarme de lo que él padeció, y leer cuatro, o cinco veces otros tantos renglones, y con ser romance menos entendía dellos a la postre, que al principio, y ansí lo dejé: esto me acaeció muchas veces, sino que esta se me acuerda más en particular.

9. Tener pues conversación con nadie, es peor; porque un espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que pareces a todos me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en irme a la mano, o hace el Señor en tener de su mano a quien ansí está, para que no diga, ni haga contra sus prójimos, cosa que los perjudique, y en que ofenda a Dios. Pues ir al confesor, esto es cierto, que muchas veces me acaecía lo que diré, que con ser tan santos, como lo son los que en este tiempo he tratado, y trato, me decían palabras, y me reñían con una aspereza, que después que se las decía yo, ellos mesmos se espantaban, y me decían, que no era más en su mano: porque aunque ponían muy por sí de no lo hacer, otras veces que se les hacía después lástima, y aun escrúpulo, cuando tuviese semejantes trabajos de cuerpo, y alma, y se determinaban a consolarme con piedad, no podían. No decían ellos malas palabras, digo en que ofendiesen a Dios, mas las más disgustadas que se sufrían para confesar: debían pretender mortificarme; y aunque otras veces me holgaba, estaba para sufrirlo, entonces, todo me era tormento. Pues dame también parecer que los engaño, iba a ellos, y avisábalos muy a las veras, que se guardasen de mí, que podría ser los engañase. Bien veía yo, que de advertencia no lo haría, ni les diría mentira, mas todo me era temor. Uno me dijo una vez, como entendió la tentación, que no tuviese pena que aunque, yo quisiese engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar.

10. Esto me dio mucho consuelo. Algunas veces, y casi ordinario, al menos lo más contino, en acabando de comulgar descansaba, y aun apenas en llegando al Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena el alma, y cuerpo, que yo me espanto: no me parece, sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma, y salido el sol, conocía las tonterías en que había estado. Otras, con solo una palabra que me decía el Señor, con solo decir: No estés fatigada, no hayas miedo, (como ya dejó otra vez dicho) quedaba del todo sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera tenido nada. Regalábame con Dios, quejábame a él, cómo consentía tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las mercedes: no me parece, sino que sale el alma del crisol como el oro, mas afinada, y glorificada para ver en sí al Señor; y ansí se hacen después pequeños estos trabajos, con parecer incomportables, y se desean tornar a padecer si el Señor se ha de servir más dello. Y aunque haya más tribulaciones, y persecuciones, como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por él, todo es para mayor ganancia; aunque como es han de levar, no los llevo yo, sino harto imperfectamente. Otras veces me venían de otra suerte, y vienen que de todo punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena, ni desearla hacer, sino un alma, y cuerpo del todo inútil, y pesado; más no tengo con esto estotras tentaciones, y desasosiegos, sino un disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta el alma.

11. Procuraba hacer buenas obras exteriores, para ocuparme medio por fuerza, y conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia: no me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba alguna satisfación. Otras veces me hallo, que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios, ni de bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque esté en soledad, mas siento que le conozco. El entendimiento, e imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña; que la voluntad buena me parece a mí que está, y dispuesta para todo bien; mas este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso, que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un credo. Algunas veces me río, y conozco mi miseria, y estoyle mirando, y déjole a ver qué hace, y gloria a Dios, nunca por maravilla va a cosa mala, sino indiferentes, si algo hay que hacéis aquí, y allí, y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced que me hace cuando tiene atado este loco en perfecta contemplación. Miro, qué sería si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena. He lástima grande al alma de verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad y ansí digo al Señor: ¿Cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? No permitáis, Señor, sea ya más despedazada, que no parece sino que cada pedazo anda por su cabo. Esto pasó muchas veces, algunas bien entiendo le hace harto al caso la poca salud corporal.

12. Acuérdome mucho del daño que nos hizo el primer pecado (que de aquí me parece nos vino ser incapaces de gozar tanto bien) y deben ser los míos, que si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien. Pasé también otro gran trabajo, que como todos los libros que leía, que tratan de oración, me parecía los entendía todos, y que ya me había dado aquello el Señor, que no los había menester, y ansí no los leía, sino vidas de santos (que como yo me hallo tan corta en lo que ellos servían a Dios, esto parece me aprovecha, y anima) parecíame muy poca humildad pensar yo había llegado a tener aquella oración; y como no podía acallar conmigo otra cosa, dábame mucha pena, hasta que letrados, y el bendito fray Pedro de Alcántara me dijeron, que no se me diese nada. Bien veo yo que en el servir a Dios no he comenzado, aunque en hacerme su Majestad mercedes, es como a muchos buenos, y que estoy hecha una imperfección, sino es en los deseos, y en amar, que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir. Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan, y las muchas imperfecciones que veo en mí. Otras veces me da una bobería de alma (digo yo que es) que ni bien, ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen ni con pena, ni gloria, ni la da vida, ni muerte, ni placer, ni pesar no parece se siente nada. Paréceme a mí, que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta, porque le dan de comer, y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida tan miserable le pesa de vivir, y lo pasa con igualdad, mas no se sienten movimientos, ni efectos, para que se entienda el alma.

13. Paréceme ahora a mí, como un navegar con un aire muy sosegado, que se anda mucho sin entender porqué en estotras maneras son tan grandes los efectos, que casi luego ve el alma su mejoría, porque luego bullen los deseos, y nunca acaba de satisfacerse un alma esto tienen los grandes ímpetus de amor que he dicho, a quien Dios los da. Es como unas fuentecicas que yo he visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento el arena hacia arriba. Al natural me parece este ejemplo, y comparación de las almas que aquí llegan: siempre está bullendo el amor, y pensando, qué hará; no cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquella agua, sino que la echa de sí. Ansí está el alma muy ordinario, que no sosiega, ni cabe en sí, con el amor que tiene: ya la tiene a ella empapada en sí, querría bebiesen los otros, pues a ella no le hace falta, para que la ayudasen a alabar a Dios. O que de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana, y ansí voy muy aficionada a aquel evangelio: y es ansí cierto, que sin entender, como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada a donde estaba siempre con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam. Parece también como un fuego que es grande, y para que no se aplaque, es menester haya siempre que quemar: ansí son las almas que digo, aunque fuese muy a su costa, que querrían traer leña, para que no cesase este fuego. Yo soy tal, que aun con pujas que pudiese echar en él, me contentaría; y ansí me acaece algunas, y muchas veces; unas me río, y otras me fatigo mucho. El movimiento interior me incita a que sirva en algo, de que no soy para más, en poner ramitos, y flores a imágenes, en barrer, o en poner un oratorio, o en unas cositas tan bajas, que me hacía confusión. Si hacía algo de penitencia, todo poco, y de manera, que a no tomar el Señor la voluntad, veía yo era sin ningún tomo, y yo mesma burlaba de mí. Pues no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales para hacer algo por él. Es una pena bien grande; porque como le faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego, y ella muere, porque no se mate, paréceme que ella entre si se consume, y hace ceniza, y se deshace en lágrimas; y se quema, y es harto tormento, aunque es sabroso.

14. Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí, y le da fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras, y talento, y libertad para predicar, y confesar, y llegar almas a Dios, que no sabe, ni entiende el bien que tiene, sino ha pasado por gustar, que es no poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho. Sea bendito por todo, y denle gloria los ángeles. Amén.

15. No sé si hago bien de escribir tantas menudencias: como vuesa merced me tornó a enviar a mandar, que no se me diese nada de alargarme, ni dejase nada, voy tratando con claridad, y verdad lo que se me acuerda; y no puede ser menos de dejarse mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco como he dicho, y por ventura no sacar ningún provecho.




ArribaAbajoCapítulo XXXI

Trata de algunas tentaciones exteriores, y representaciones que le hacía el demonio, y tormentos que le daba. Trata también algunas cosas harto buenas, para aviso de personas, que van camino de perfección


1. Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones, y turbaciones interiores, y secretas, que el demonio me causaba, otras que hacía casi públicas, en que no se podía ignorar que era él. Estaba una vez en un oratorio, y apareciome hacia el lado izquierdo de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara sin sombra. Díjome espantablemente, que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor, y santigüeme como pude, y desapareció, y tornó luego: por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer; tenía allí agua bendita, y echela hacia aquella parte, y nunca más tornó. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando con tan terribles dolores, y desasosiego interior, y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que estaban conmigo, estaban espantadas, y no sabían qué se hacer, ni yo como valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores, y mal corporal es muy intolerable, hacer actos como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello, que me dé su Majestad paciencia, y me esté yo ansí hasta el fin del mundo. Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con estos actos para poderío llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese como era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que a donde pretendía ganar, perdía. Yo como le vi, reíme, y no hube miedo, porque había allí algunas conmigo, que no se podían valer, ni sabían que remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes que me hacía dar, sin poderme resistir con cuerpo, y cabeza, y brazos; y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego. No osaba pedir agua bendita, por no las poner miedo, y porque no entendiesen lo que era.

2. De muchas veces tengo experiencia, que no hay cosa con que huyan más para no tornar: de la cruz también huyen, mas vuelven luego, debe ser grande la virtud del agua bendita; para mí es particular, y muy conocida consolación que siente mi alma cuando la tomo. Es cierto, que lo muy ordinario es sentir una recreación, que no sabría yo darla a entender, con un deleite interior, que toda el alma me conorta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia; digamos, como si uno estuviese con mucha calor, y sed, y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo, que gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que ansí la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo que no es bendito. Pues como no cesaba el tormento, dije, si no se riesen pediría agua bendita. Trajéronmela, echáronmela a mí, y no aprovechaba, echela hacia donde estaba, y en un punto se fue, y se me quitó todo el mal, como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé cansada, como si me hubieran dado muchos palos. Hízome gran provecho, ver que aun no siendo un alma, y cuerpo suyo, cuando el Señor le da licencia, hace tanto mal, que hará cuando él lo posea por suyo: diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía. Otra vez, poco ha, me acaeció lo mesmo, aunque no duró tanto, y yo estaba sola, pedí agua bendita, y las que entraron después que ya se había ido, (que eran dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte dijeran mentira) olieron un olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo olí: duró de manera, que se pudo advertir a ello. Otra vez estaba en el coro, y diome un gran ímpetu de recogimiento, y fuime de allí, porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas dar golpes grandes a donde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar, como que concertaban algo, aunque no entendí que habla fuese, mas estaba tan en oración, que no entendí cosa, ni hube ningún miedo. Casi cada vez era cuando el Señor me hacía merced, de que por mi persuasión se aprovechase algún alma, y es cierto, que me acaeció lo que ahora diré; y desto hay muchos testigos, en especial quien ahora me confiesa, que lo vio por escrito en una carta, sin decirle yo quien era la persona cuya era la carta, bien sabía él quién era.

3. Vino una persona a mí, que había dos años y medio, que estaba en un pecado mortal, de los más abominables que yo he oído, y en todo este tiempo, ni se confesaba, ni se enmendaba, y decía misa. Y aunque confesaba otros, éste decía, que como él había de confesar cosa tan fea, y tenía gran deseo de salir dél, y no se podía valer a sí. A mí hízome gran lástima, y ver que se ofendía a Dios de tal manera, me dio mucha pena: prometile de suplicar a Dios le remediase, y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran mejores que yo, y escribí a cierta persona que él me dijo podía dar las cartas: y es ansí, que a la primera se confesó, que quiso Dios nuestro Señor (por las muchas personas muy santas que lo habían suplicado a Dios, que se lo había yo encomendado) hacer con esta alma esta misericordia; y yo aunque miserable, hacía lo que podía con harto cuidado. Escribiome, que estaba ya con tanta mejoría, que había días que no caía en él, mas que era tan grande el tormento que le daba la tentación, que parecía estaba en el infierno, según lo que padecía, que lo encomendase a Dios. Yo lo torné a encomendar a mis hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta merced, que lo tomaron muy a pechos: era persona que no podía nadie atinar en quien era. Yo supliqué a su Majestad se aplacasen aquellos tormentos, y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios a atormentarme a mí, con que yo no ofendiese en nada al Señor. Es ansí que pasé un mes de grandísimos tormentos, entonces eran estas dos cosas que he dicho. Fue el Señor servido, que le dejaron a él (ansí me lo escribieron) porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su ánima, y quedó del todo libre, que no se hartaba de dar gracias al Señor, y a mí, como si yo hubiera hecho algo, sino que ya el crédito que tenía de que el Señor me hacía mercedes, lo aprovechaba. Decía que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas, y se le quitaba la tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido, y como se había librado él: y aun yo me espanté, y lo sufriera otros muchos años, por ver aquella alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede la oración de los que sirven al Señor, como yo creo que lo hacen en esta casa estas hermanas, sino que como yo lo procuraba, debían los demonios indignarse más conmigo, y el Señor por mis pecados lo permitía. En este tiempo también una noche pensé me ahogaban, y como echaron mucha agua bendita, vivir mucha multitud dellos, como quien se va despeñando. Son tantas veces las que estos malditos me atormentan, y tan poco el miedo que yo ya les he, con ver que no se pueden menear, si el Señor no les da licencia, que cansaría a vuesa merced, y me cansaría si las dijese.

4. Lo dicho aproveche, de que el verdadero siervo de Dios se le dé poco destos espantajos, que estos ponen para hacer temer: sepan que cada vez que se nos da poco dellos y quedan con menos fuerza, y el alma muy más señora. Siempre queda algún gran provecho, que por no alargar no lo digo; solo diré esto que me acaeció una noche de las Ánimas, estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno, y diciendo unas oraciones muy devotas, que están al fin del que tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro, para que no acabase la oración, yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar, tornose (creo fueron tres veces las que la comencé) y hasta que eché agua bendita, no pude acabar; vi que salieron algunas ánimas del purgatorio en el instante, que debía faltarles poco, y pensé si pretendía estorbar esto. Pocas veces lo he visto tomando forma, y muchas sin ninguna forma, como la visión, que sin forma se ve claro está allí, como he dicho. Quiero también decir esto, porque me espantó mucho. Estando un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro, y en arrobamiento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles: yo no podía entender qué quería decir aquella visión; antes de quince días se entendió bien en cierta contienda que acaeció entre gente de oración, y muchas que no lo eran, y vino harto daño a la casa que era: fue contienda que duró mucho, y de harto desasosiego. Otra vez veía mucha multitud dellos en rededor de mí, y parecíame estar una gran claridad, que me cercaba toda, y esta no les consentía llegar a mí: entendí que me guardaba Dios, para que no llegasen a mí de manera, que me hiciesen ofenderle: en lo que he visto en mi algunas veces entendí que era verdadera visión. El caso es, que va tengo entendido su poco poder (si yo no soy contra Dios) que casi ningún temor los tengo, porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas rendidas a Dios, y cobardes, que aquí muestran ellos su poder. Algunas veces en las tentaciones que ya dije, me parecía, que todas las vanidades, y flaquezas de tiempos pasados tornaban a despertar en mí, que tenía bien que encomendarme a Dios: luego era el tormento de parecerme, que pues venían aquellos pensamientos, que debía ser todo demonio, hasta que me sosegaba el confesor; porque a un primer movimiento de mal pensamiento, me parecía a mí no había de tener quien tantas mercedes recibía del Señor. Otras veces me atormentaba mucho (y aun ahora me atormenta) ver que se hace mucho caso de mí, en especial personas principales, y de que decían mucho bien: en esto he pasado, y paso mucho. Miro luego a la vida de Cristo, y de los santos, y paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio, e injurias, háceme andar temerosa, y como que no oso alzar la cabeza, ni querría parecer: lo que no hago cuando tengo persecuciones, anda el alma tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte, ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa ansí, que entonces parece esta el alma en su reino, y que lo trae todo debajo de los pies. Dábame algunas veces, y durome hartos días, y parecía era virtud, y humildad por una parte, y ahora veo claro era tentación (un fraile, dominico, gran letrado, me lo declaró bien) cuando pensaba que estas mercedes, que el Señor me hace, se habían de venir a saber en público, era tan excesivo el tormento, que me inquietaba mucho el alma. Vino a términos, que considerándolo, de mejor gana me parece me determinaba a que me enterraran viva, que por esto; y ansí cuando me comenzaron estos grandes recogimientos, o arrobamientos a no poder resistirlos aun en público, quedaba yo después tan corrida, que no quisiera parecer a donde nadie me viera.

5. Estando una vez muy fatigada desto, me dijo el Señor, que qué temía, que en esto no podía sino haber dos cosas, o que murmurasen de mí, o que alabasen a él. Dando a entender, que los que lo creían, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que ambas cosas eran ganancia para mí, que no me fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda. Vino a términos la tentación, que me quería ir deste lugar, y dotar en otro monasterio muy más encerrado, que en el que yo al presente estaba, que había oído decir muchos extremos dél (era también de mi orden, y muy lejos, que esto es lo que a mí me consolara estar a donde no me conocieran) y nunca mi confesor me dejó. Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores (que después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba) y me enseñó el Señor esta verdad; que si ve tan determinada, y cierta estuviera, que no era ninguna cosa buena mía, sino de Dios, que ansí como no me pesaba de oír loar a otras personas, antes me holgaba, y consolaba mucho de ver que allí se mostraba Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.

6. También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios, y hacía oración particular, que cuando alguna persona le pareciese algo bien en mí, que su Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin mérito mío me hacía mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me dijo, que no lo hiciese, mas hasta ahora poco ha: si veía yo que una persona pensaba de mi bien mucho, por rodeos, o como podía le daba a entender mis pecados, y con esto parece descansaba: también me han puesto mucho escrúpulo en esto. Procedía esto, no de humildad a mi parecer, sino de una tentación venían muchas; parecíame que a todos los traía engañados, y (aunque es verdad que andan engañados en pensar que hay algún bien en mí) no era mi deseo engañarlos, ni jamás tal pretendí, sino que el Señor por algún fin lo permite, y ansí aun con los confesores, si no viera era necesario, no tratara ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo. Todos estos temorcillos, y penas, y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de Dios, no se le da más que digan bien, que mal, si ella entiende bien entendido, como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda, que no tiene nada de sí. Fíese de quien se lo da, que sabrá porqué lo descubre, y aparéjese a la persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna persona quiere el Señor se entienda, que la hace semejantes mercedes; porque hay mil ojos para un alma destas, a donde para mil almas de otra hechura no hay ninguno. A la verdad no hay poca razón de temer, y este debía ser mi temor, y no humildad, sino pusilanimidad; porque bien se puede aparejar un alma, que ansí permite Dios que ande en los ojos del mundo, a ser mártir del mundo, porque si ella no se quiere morir a él, el mesmo mundo la matará.

7. No veo cierto otra cosa en él que bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos, que a poder de murmuraciones no las perfeccione. Digo, que es menester más ánimo para si uno no está perfecto, llevar camino de perfección, que para ser de presto mártires; porque la perfección no se alcanza en breve (sino es a quien el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced) el mundo en viéndole comenzar le quiere perfecto, y de mil leguas le entiende una falta, que por ventura en él es virtud, y quien le condena usa de aquello mesmo por vicio, y ansí lo juzga en el otro. No ha de haber comer, ni dormir, no como dicen, resollar; y mientras en más le tienen, más deben olvidar, que aunque se están en el cuerpo, por perfecta que tenga el alma viven aun en la tierra sujetos a sus miserias, aunque más la tengan debajo de los pies: y ansí como digo, es menester gran ánimo, porque la pobre alma aún no ha comenzado a andar, y quiérenla que vuele, aun no tiene vencidas las pasiones, y quieren que en grandes ocasiones estén tan enteras, como ellos leen estaban los santos después de confirmados en gracia. Es para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar mucho el corazón, porque muy muchas almas tornan atrás, que no saben las pobrecitas valerse: y ansí creo hiciera la mía, si el Señor tan misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte, y hasta que por su bondad lo puso todo, ya verá vuesa merced que no ha habido en mí, sino caer, y levantar. Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas almas, que quieren volar antes que Dios les dé alas.

8. Ya creo he dicho otra vez esta comparación, mas viene bien aquí, trataré esto, porque veo algunas almas muy afligidas por esta causa. Como comienzan con grandes deseos, y fervor, y determinación de ir adelante en la virtud, y algunas, cuanto al exterior, todo lo dejan por él, como ven en otras personas, que son más crecidas, cosas muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos las podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos de oración, y contemplación, poner cosas que hemos de hacer para subir a esta dignidad, que ellos no las pueden luego acabar consigo, desconsuélanse: como es un no se nos dar nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento, que cuando dicen bien; una poca estima de honra, un desasimiento de sus deudos (que si no tienen oración, no los querría tratar, antes le cansan) otras cosas desta manera muchas, que a mi parecer les ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales, o contra nuestra natural inclinación. No se fatiguen, esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos, su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra con oración, y haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy necesario para este nuestro flaco natural tener gran confianza, y no desmayar, ni pensar que si nos esforzarnos, dejaremos de salir con vitoria. Y porque tengo mucha experiencia desto, diré algo para aviso de vuesa merced y no piense (aunque le parezca que sí) que está ya ganada la virtud, si no la experimenta con su contrario, y siempre hemos de estar sospechosos, y no descuidarnos mientras vivimos; porque mucho se nos pega luego, si como digo no esta ya dada del todo la gracia, para conocer lo que es todo, y en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros. Parecíame a mí pocos años ha, que no solo no estaba asida a mis deudos, sino me cansaban, y era cierto ansí, que su conversación no podía llevar. Ofreciose cierto negocio de harta importancia, y hube de estar con una hermana mía, a quien yo quería muy mucho antes; y puesto que en la conversación, aunque ella es mejor que yo, no me hacía con ella (porque como tiene diferente estado, que es casada, no puede ser la conversación siempre en lo que yo la querría) y lo más que podía me estaba sola; vi que me daban pena sus penas, más harto que de prójimo, y algún cuidado. En fin, entendí de mí, que no estaba tan libre como yo pensaba, y que aun había menester huir la ocasión, para que esta virtud que el Señor me había comenzado a dar, fuese en crecimiento, y ansí con su favor lo he procurado hacer siempre después acá.

9. En mucho se ha tener una virtud, cuando el Señor la comienza a dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de perderla, ansí es en cosas de honra, y en otras muchas; que crea vuesa merced que no todos los que pensamos estamos desasidos del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto. Y cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere aprovechar, créame, y dé tras este atamiento, que es una cadena, que no hay lima que la quiebre, sino es Dios con oración, y hacer mucho de nuestra parte. Paréceme, que es una ligadura para este camino, que yo me espanto el daño que hace. Veo algunas personas santas en sus obras, que las hacen tan grandes, que espantan a las gentes. ¡Válame Dios! ¿Por qué está aún en la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la perfección? ¿Qué es esto? ¿Quién detiene a quien tanto hace por Dios? O que tiene un punto de honra; y lo peor que tiene es, que no quiero entender que le tiene, y es porque algunas veces lo hace entender el demonio, que es obligado a tenerlo. Pues créanme, crean por amor del Señor a esta hormiguilla, que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que a todo el árbol no dañe, porque ningunas otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas. No es árbol hermoso, sino que él no medra, ni aun deja medrar a los que andan cabe él; porque la fruta que da de buen ejemplo, no es nada sana, poco durará. Muchas veces lo digo, que por poco que sea el punto de honra, es como en el canto de órgano, que mi punto, o compás que se yerre, disuena toda la música, y es cosa que en todas partes hace harto daño al alma, mas en este camino de oración es pestilencia.

10. ¿Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias, y testimonios; y queremos muy entera nuestra honra, y crédito? No es posible llegar allá, que no van por un camino. Llega el Señor al alma, esforzándonos nosotros, y procurando perder de nuestro derecho en muchas cosas. Dirán algunos, no tengo en qué, ni se me ofrece: yo creo que quien tuviere esta determinación, que no querrá el Señor. Pierda tanto bien, su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta virtud, que no quiera tantas. Manos a la obra, quiero decir las naderías, y poquedades que yo hacía cuando comencé, o algunas dellas; las pajitas que tengo dichas pongo en el fuego, que no soy yo para más: todo lo recibe el Señor, sea bendito por siempre. Entre mis faltas tenía esta, que sabía poco de rezado, y de lo que había de hacer en el coro, y cómo le regir, de puro descuidada, y metida entre otras vanidades, y veía a otras novicias que me podían enseñar.

11. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo sabía poco: luego se pone delante el buen ejemplo, esto es muy ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun sabiéndolo, tantico que estaba en duda, lo preguntaba a las niñas, ni perdí honra, ni crédito, antes quiso el Señor (a mi parecer) darme después más memoria. Sabia mal cantar, sentía tanto si no tenía estudiado lo que me encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto fuera virtud, sino por las muchas que me oían) que de puro honrosa me turbaba tanto, que decía muy menos de lo que sabía. Tomé después por mí, cuando no lo sabía muy bien, decir que no lo sabía. Sentía harto a los principios, y después gustaba dello: y es ansí, que comencé a no se me dar nada de que se entendiese no lo sabía, que lo decía muy mejor; y que la negra honra me quitaba supiese hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la pone en lo que quiere. Con estas naderías, (y harto nada soy yo, pues esto me daba pena) de poco en poco se van haciendo con actos, y cosas poquitas como estas (que en ser hechas por Dios les da su Majestad tomo) ayuda su Majestad para cosas mayores. Y ansí en cosas de humildad me acaecía, que de ver que todas se aprovechaban, sino yo (porque nunca fui para nada) de que se iban del coro coger todos los mantos. Parecíame servía a aquellos ángeles, que allí alababan a Dios, hasta que no sé cómo vinieron a entenderlo, que no me corrí yo poco, porque no llegaba mi virtud a querer que entendiesen estas cosas; y no debía ser por humilde, sino porque no se riesen de mí, como era tan nonada.

12. ¡Oh Señor mío, qué vergüenza es ver tantas maldades, y contar unas arenitas, que aún no las levantaba de la tierra por vuestro servicio, sino, que todo iba envuelto en mil miserias! No manaba aun el agua de vuestra gracia debajo destas arenas, para que las hiciese levantar. ¡Oh Criador mío, quién tuviera alguna cosa que contar entre tantos males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes que de recibido de vos! Es ansí, Señor mío, que no sé cómo puede sufrirlo mi corazón, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas mercedes; y que no he vergüenza de contar estos servicios, en fin como míos. Si tengo, Señor mío, mas el no tener otra cosa, que contar de mi parte, me hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza quien los hiciere grandes, que pues estos parece ha tomado el Señor en cuenta, los tomará mejor. Plega a su Majestad me dé gracia, para que no esté siempre en principios. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XXXII

En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno, que tenía por sus pecados merecido. Cuenta una cifra de lo que allí se le representó por lo que fue. Comienza a tratarla manera, u modo cómo se fundó el monasterio a donde ahora esta de san José


1. Después de mucho tiempo, que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que de dicho, y otras muy grandes, estando un día en oración, me hallé en un punto toda sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el señor, que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido, por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo, y estrecho, a manera de horno muy bajo, y escuro, y angosto: el suelo me parecía de una agua como todo muy sucio, y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él: al cabo estaba una concavidad metida en luna pared u manera de una alacena, a donde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí: esto que he dicho va mal encarecido.

2. Estotro me parece que aun principio de encarecerse cómo es, no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y (según dicen los médicos) los mayores que su pueden acá pasar; porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin, y sin jamás cesar. Esto no es pues nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible, y con tan desesperado, y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir, que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque allí parece que otro os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza. El caso es, que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos, y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar, y desmenuzar (a lo que me parece) y digo, que aquel fuego, y desesperación interior es lo peor. Estando en tan pestilencial lugar tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes que son espantosas a la vista, aprietan ellas mesmas, y todo ahoga, no hay luz, sino todo tinieblas escurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve. No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno, después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo: cuando lo a la vista muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me lucieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor, que verdaderamente yo sintiese aquellos tomentos, y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia: porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma) ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa: en fin, como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación deste fuego de allá. Yo quedé tan espantada, y aun lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es ansí, que me parece el calor natural me falta de temor, aquí a donde estoy, y ansí no me acuerdo vez que tenga trabajo, ni dolores, que no me parezca no nada todo lo que acá se puede pasar; y ansí me parece en parte, que nos quejamos sin propósito. Y ansí torno a decir, que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, ansí para perder el miedo a las tribulaciones, y contradicciones desta vida, como para esforzarme a padecerlas, y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos, y terribles.

3. Después acá, como digo, todo me parece fácil, en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame, cómo habiendo leído muchas veces libros a donde se da algo a entender de las penas del infierno, cómo no las temía, ni tenía en lo que son: a donde estaba, como me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar. Seáis bendito, Dios mío, por siempre, y como se ha parecido que me queríades vos mucho más a mí, que yo me quiero. Qué de veces, Señor, me librastes de cárcel tan temerosa, y como me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad. De aquí también gané la grandísima pena que me da, las muchas almas que se condenan (destos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia) y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto a mí, que por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro, que si vemos acá una persona, que bien queremos en especial, con un gran trabajo, o dolor, parece que nuestro mesmo natural nos convida a compasión, y si es grande nos aprieta a nosotros: pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber, que en fin se acallará con la vida, y que ya tiene término, aun nos mueve a tanta compasión: estotro que no le tiene, no sé como podemos sosegar, viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.

4. Esto también me hice desear, que en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte, no dejemos nada, plega al señor sea Señor sea servido de darnos gracia para ello. Cuando yo considero, que aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios, y no hacía algunas cosas, que veo, que como quien no hace nada se las tragan en el mundo, y en fin, pasaba grandes enfermedades, y con mucha paciencia, que me la daba el Señor, no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener, de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más contino, y veo a donde me tenían ya los demonios aposentada: y es verdad, que según mis culpas, aun me parece merecía más castigo. Mas con todo digo, que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego, ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal, sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará, como ha hecho a mí. Plega a su Majestad que no me deje de su mano, para que yo torne a caer, que ya tengo visto a donde he de ir a parar, no lo permita el Señor por quien su Majestad. es. Amén.

5. Andando yo después de haber visto esto, y otras grandes cosas, y secretos, que el Señor por quien es me quiso mostrar, de la gloria que se dará a los buenos, y pena a los malos, deseando modo, y manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal, y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes, y acabar ya de todo en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso; bien se veía que era Dios, y que le había dado su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos de los que comía. Pensaba qué podría hacer por Dios, y pensé, que lo primero era seguir el llamamiento que su Majestad me había hecho a la Religión, guardando mi regla con la mayor perfección que pudiese: y aunque en la casa donde estaba había muchas siervas de Dios, y era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad, salían las monjas muchas veces a partes, a donde con toda honestidad, y religión podíamos estar y también no estaba fundada en su primer rigor la regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden (que es con bula de relajación) también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande, y deleitosa. Mas este inconveniente de salir, y aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande para mí, ya porque algunas personas (a quien los prelados no podían decir de no) gustaban estuviese yo en su compañía, importunados mandábanmelo: y ansí según se iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el demonio en parte debía ayudar, para que no estuviese en casa, que todavía como comunicaba con algunas lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase gran provecho. Ofreciose una vez estando con una persona, decirme a mí, y a otras, que si seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo como andaba en estos deseos, comencelo a tratar con aquella señora mi compañera viuda, que ya he dicho, que tenía el mesmo deseo: ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que no llevaban mucho camino, y el deseo que dello teníamos más hacía parecer que sí. Mas yo por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la casa que estaba, porque era muy a mi propósito, todavía me detenía: con todo concertamos de encomendarlo mucho a Dios.

6. Habiendo un día comulgado, mandome mucho su Majestad, lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas, de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase san José, y que a la una puerta nos guardaría él, y nuestra Señora a la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor; y que aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase, se servía poco en ellas; que ¿qué sería del mundo, si no fuese por los religiosos? Que dijese a mi confesor esto que mandaba, y que le rogaba el que no fuese contra ello, ni me lo estorbase. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta habla, que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era él. Yo sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos, y trabajos que me había de costar; y como estaba tan contentísima en aquella casa, que aunque antes lo trataba, no era con tanta determinación, ni certidumbre, que sería. Aquí parecía se me ponía premio, y como veía comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría, mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante tantas causas, y razones, que yo veía ser claras, y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa, sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba. Él no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber poquísima, y casi ninguna posibilidad en mi compañera, qué era la que había de hacer. Díjome, que lo tratase con mi prelado, y que lo que él hiciese, eso hiciese yo: yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él, que quería hacer este monasterio; y el provincial vino muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor que fue menester, y díjole que él admitiría la casa: trataron de la renta que había de tener, y queríamos fuesen más de trece por muchas causas. Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo fray Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejonos que no lo dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se podía escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disbarate: a mí, que bien me estaba en mi monasterio, a la mi compañera tanta persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer, en parte me parecía, que tenían razón. Estando ansí muy fatigada, encomendándome a Dios, comenzó su Majestad a consolarme, y animarme: díjome, que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían fundado las religiones, que muchas más persecuciones tenía por pasar de las que yo podía pensar, que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi compañera, y lo que más me espantaba yo es, que luego quedábamos consoladas de lo pasado, y con ánimo para resistir a todos: y es ansí, que gente de oración, y todo en fin el lugar, no había casi persona que entonces no fuese contra nosotras, y le pareciese grandísimo disbarate.

7. Fueron tantos los dichos, el alboroto de mi mesmo monasterio, que al provincial lo pareció recio ponerse contra todos, y ansí mudó el parecer y no la quiso admitir: dijo, que la renta no era segura, y que era poca y que era mucha la contradicción; y en todo parece tenía razón, y en fin lo y no la quiso admitir. Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al provincial contrario, que con quererlo él, tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían absolver, sino lo dejaba; porque decían era obligada a quitar el escándalo.

8. Ella fue a un gran letrado muy gran siervo de Dios, de la Orden de santo Domingo, a decírselo, y darle cuenta de todo (esto fue aún antes que el provincial lo tuviese dejado) porque en todo el lugar no teníamos quien nos quisiese dar parecer; y ansí decían, que solo era por nuestras cabezas. Dio esta señora relación de todo, y cuenta de la renta que tenía de su mayorazgo a este santo varón, con harto deseo nos ayudase; porque era el mayor letrado, que entonces había en el lugar, y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que pensábamos hacer, y algunas causas; no le dije cosa de revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no que no quería yo nos diese parecer, sino conforme a ellas. Él nos dijo, que le diésemos de término ocho días para responder, y que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas aunque yo esto decía (y me parece lo hiciera) nunca jamás se me quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe, nunca ella por cosa que la dijesen se determinaba a dejarlo: yo (aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer) de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya contra lo que está en la Sagrada Escritura, o contra las leyes de la Iglesia, que somos obligados a hacer: porque aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera, que no lo podíamos hacer sin ofenderle, y que íbamos contra conciencia, pareciome luego me apartara dello, y buscara otro medio; mas a mí no me daba el Señor sino este. Decíame después este siervo de Dios, que lo había tomado a cargo con toda determinación, de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo (porque ya había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le parecía desatino como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero, que mirase lo que hacía, que no nos ayudase) y que en comenzando a mirar lo que nos había de responder, y a pensar en el negocio, y el intento que llevábamos, y manera de concierto, y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse: y ansí nos respondió, nos diésemos priesa a concluirlo, y dijo la manera, y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios, que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería, ansí siempre nos ayudó, como después diré. Y con esto fuimos muy consoladas, y con que algunas personas santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban: entre ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho mención, que (como lo es, y le pareció llevaba camino de tanta perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración) aunque los medios le parecían muy dificultosos, y sin camino, rendía su parecer a que podía ser cosa de Dios, que el mesmo Señor le debía mover: y ansí hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios, que dije que había hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios en él, para remedio, y aprovechamiento de muchas almas, y va venía en ayudarme en el negocio. Y estando en estos términos, y siempre con ayuda de muchas oraciones, teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña (mas desto a mí no se me daba nada, que me había dicho el Señor, que entrase como pudiese, que después yo vería lo que su Majestad hacía: y cuán bien que lo he visto) y ansí aunque veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros medios ordenar, y favorecernos.




ArribaAbajoCapítulo XXXIII

Procede en la mesma materia de la fundación del glorioso san José. Dice cómo le mandaron, que no entendiese en ella, y el tiempo que lo dejó, y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el Señor


1. Pues estando los negocios en este estado, y tan al punto de acabarse, que otro día se habían de hacer las escrituras, fue cuando el padre provincial nuestro mudó parecer, creo fue movido por ordenación divina, según después ha parecido; porque como las oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando la obra, y ordenando que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso admitir, luego mi confesor me mandó, no entendiese más en ello: con que sabe el Señor los grandes trabajos, y aflicciones, que hasta traerlo a aquel estado me había costado. Como se dejó, y quedó ansí, confirmose más ser todo disbarate de mujeres, y a crecer la murmuración sobre mí, con haberlo mandado hasta entonces mi provincial. Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque quería hacer monasterio más encerrado: decían que las afrentaba, que allí podía también servir a Dios, pues había otras mejores que yo, que no tenía amor a la casa, que mejor era procurar renta para ella, que para otra parte. Unas decían, que me echasen en la cárcel, otras (bien pocas) tornaban algo por mí: yo bien veía, que en muchas cosas tenían razón, y algunas veces dábales descuento, aunque como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor, no sabía qué hacer, y ansí callaba. Otras hacíame Dios muy gran merced, que todo esto no me daba inquietud, sino con tanta facilidad, y contento lo dejé, como si no me hubiera costado nada; y esto no lo podía nadie creer (ni aun las mesmas personas de oración, que me trataban) sino que pensaban estaba muy penada, y corrida; y aun mi mesmo confesor no lo acababa de creer. Yo como me parecía que había hecho todo lo que había podido, parecíame no era más obligada para lo que me había mandado el Señor, y quedábame en la casa, que yo estaba contenta, y a mi placer: aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse; o no había a medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.

2. Lo que mucho me fatigó, fue una vez que mi confesor, como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor querer que de aquella parte, que más me había de doler, no me dejase de venir trabajo; y ansí en esta multitud de persecuciones, que a mí me parecía había de venirme dél el consuelo) me escribió, que ya vería que era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de ahí adelante en no querer salir con nada, ni hablar más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido; otras cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor que todo junto, pareciéndome si había sido yo ocasión, y tenido culpa en que se ofendiese; y que si estas visiones eran ilusiones, que toda la oración que tenía era engaño, y que yo andaba muy engañada, y perdida. Apretome esto en tanto extremo, que estaba toda turbada, y con grandísima aflicción: mas el Señor (que nunca me faltó en todos estos trabajos que he contado, hartas veces me consolaba, y esforzaba, que no hay para que lo decir aquí) me dijo entonces, que no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios, y no ofendídole en aquel negocio: que hiciese lo que me mandaba el confesor en callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé tan consolada, y contenta, que me parecía todo nada la persecución que había sobre mí.

3. Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien, que es pasar trabajos, y persecuciones por él; porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios, y otras muchas cosas, que yo me espantaba: y esto me hace no poder dejar de desear trabajos, y las otras personas pensaban que estaba muy corrida: y si estuviera, si el Señor no me favoreciera en tanto extremo con merced tan grande. Entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de Dios, que tengo dicho, y mayores arrobamientos, aunque yo callaba, y no decía a nadie estas ganancias. El santo varón dominico, no dejaba de tener por tan cierto como yo, qué se había de hacer: y como yo no quería entender en ello, por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribían a Roma, y daban trazas. También comenzó aquí el demonio de una persona en otra, a procurar se entendiese, que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios, y que podría ser me levantasen algo, y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia, y me hizo reír (porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí, que en cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia, que alguien viese yo iba, por ella, o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura, me pornía yo a morir mil muertes) y dije, que deso, no temiesen, que harto mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte, que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a buscar, y que si era levantado, que el Señor me libraría, y quedaría con ganancia. Y tratelo con este padre mío dominico (que como digo era tan letrado, que podía quien asegurar con lo que él me dijese) y díjele entonces todas las visiones, y modo de oración, y las grandes mercedes que me hacía el Señor con la mayor claridad que pude, y supliquele lo mirase muy bien, y me dijese si había algo contra la Sagrada Escritura, y lo que de todo sentía. Él me aseguró mucho, y a mi parecer le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno, de allí adelante se dio mucho más a la oración, y se apartó en un monasterio de su Orden, donde hay mucha soledad, para mejor poder ejercitarse en esto, a donde estuvo más de dos años; y sacole de allí la obediencia (que él sintió harto) porque le hubieron menester como era persona tal: y yo en parte sentí mucho cuando se fue (aunque no se lo estorbé) por la grande falta que me hacía; mas entendí su ganancia porque estando con harta pena de su ida, me dijo el Señor, que me consolase, y no la tuviese, que bien guiado iba. Vino tan aprovechada su alma de allí, y tan adelante en aprovechamiento de espíritu, que me dijo cuando vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mesmo, porque lo que antes me aseguraba, y consolaba con solas sus letras, ya lo hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas sobrenaturales; y trájole Dios a tiempo, que vio su Majestad había de ser menester para ayudar a su obra deste monasterio, que quería su Majestad se hiciese.

4. Pues estuve en este silencio, y no entendiendo, ni hablando en este negocio cinco, o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó. Yo no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del pensamiento, qué se había de hacer. Al fin deste tiempo, habiéndose ido de aquí el retor, que estaba en la Compañía de Jesús, trajo su Majestad aquí otro muy espiritual, y de grande ánimo, y entendimiento, y buenas letras, a tiempo que yo estaba con harta necesidad; porque como el que me confesaba tenía superior, y ellos tienen esta virtud en extremo de no se bullir, sino conforme a la voluntad de su mayor, aunque él entendía bien mi espíritu, y tenía deseo de que fuese muy adelante, no se osaba en algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía. Ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho tenerle atado, y con todo no salía de lo que él me mandaba.

5. Estando un día con grande aflicción de parecerme el confesor no me creía, díjome el Señor, que no me fatigase, que presto se acabaría aquella pena. Yo me alegré mucho, pensando que era que me había de morir presto, y traía mucho contento cuando se me acordaba: después vi claro era la venida deste retor que digo, porque aquella pena nunca más se ofreció en que la tener, a causa de que el retor que vino no iba a la mano al ministro que era mi confesor; antes le decía, que me consolase, y que no había de qué temer, y que no me llevase por camino tan apretado: que dejase obrar el espíritu del Señor, que a veces parecía con estos grandes ímpetus de espíritu no le quedaba al alma como resollar. Fueme a ver este rector, y mandome el confesor tratase con él con toda libertad, y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción en decirlo, y es ansí, que en entrando en el confesonario sentí en mi espíritu un no sé qué, que antes, ni después no me acuerdo haberlo con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por comparaciones podría. Porque fue un gozo espiritual, y un entender mi alma, que aquel alma me había de entender, y que conformaba con ella, aunque, como digo, no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado, o me hubieran dado grandes nuevas dél, no era mucho darme gozo, en entender que había de entenderme, mas ninguna palabra él a mí, ni yo a él nos habíamos hablado; ni era persona de quien yo tenía antes ninguna noticia. Después he visto bien, que no se engañó mi espíritu, porque de todas maneras ha hecho gran provecho a mí, y a mi alma tratarle; porque su trato es mucho para personas, que ya parece el Señor tiene ya muy adelante, porque él las hace correr, y no ir paso a paso. Y su modo es para desasirlas de todo, y mortificarlas, que en esto le dio el Señor grandísimo talento, también como en otras muchas cosas. Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo, y vi ser un alma pura, y santa, y con don particular del Señor, para conocer espíritus: consoleme mucho. Desde ha poco que le trataba comenzó el Señor a tornarme a apretar, que tornase, a tratar el negocio del monasterio, y que dijese a mi confesor, y a este retor muchas razones, y cosas para que no me lo estorbase; y algunas los hacía temer, porque este padre retor nunca dudó en que era espíritu de Dios, porque con mucho estudio, y cuidado miraba todos los efectos.

6. En fin de muchas cosas, no se osaron atrever tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo que pudiese; y bien veía el trabajo a que me ponía, por ser muy sola, y tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo secreto, y ansí procuré, que una hermana mía, que vivía fuera de aquí, comprase la casa, y la labrase como que era para sí, con dineros que el Señor dio por algunas vías para comprarla; que sería largo de contar como el Señor lo fue proveyendo, porque yo traía gran cuenta en no hacer cosa contra la obediencia, mas sabía que si lo decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada, y aun ya fuera peor. En tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo, hacerlo labrar, pasé tantos trabajos, y algunos bien a solas; aunque mi compañera hacía lo que podía, mas podía poco, y tan poco, que era casi nonada; mas de hacerse en su nombre, y con su favor, todo el más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me espanto como lo pude sufrir. Algunas veces afligida, decía: Señor mío, cómo me mandáis cosas, que parecen imposibles, que aunque fuera mujer, si tuviera libertad, mas atada por tantas partes, sin dineros, ni de a dónde los tener, ni para Breve, ni para nada, ¿qué puedo yo hacer, Señor?

7. Una vez estando en una necesidad, que no sabía qué me hacer, ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José, mi verdadero padre, y señor, y me dio a entender, que no me fallarían, que los concertase, y ansí lo hizo sin ninguna blanca, y el Señor por manera que se espantaban los que lo oían, me proveyó. Hacíaseme la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece llevaba camino ser monasterio, y quería comprar otra, ni había con qué, ni había manera para comprarse, ni sabía qué me hacer, que estaba junto a ella otra también harto pequeña para hacer la iglesia; y acabando un día de comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me dijo: ¡Oh codicia del humano, que aun tierra piensas que te ha de fallar! ¿Cuántas veces dormí yo al sereno, por no tener a dónde me meter? Yo quedé muy espantada, y vi que tenía razón, voy a la casita, y tracela, y hallé, aunque bien pequeño monasterio cabal, y no curé de comprar más sitio, sino procuré, se labrase en ella, de manera que se pueda vivir, todo tosco, sin labrar no más de como no fuese dañoso a la salud, y ansí se ha de hacer siempre.

8. El día de santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con mucha hermosura, y díjome, que me esforzase, y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden, que está cerca deste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la pobreza que la bienaventurada santa tenía en su casa, se tiene en esta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco trabajo, que sea con toda firmeza, y autoridad del Padre Santo, que no se puede otra cosa, ni jamás haya renta. Y más hace el Señor (y debe por ventura ser por ruego desta bendita santa) que sin demanda ninguna nos provee su Majestad muy cumplidamente lo necesario. Sea bendito por todo. Amén.

9. Estando en estos mesmos días (el de nuestra Señora de la Asumpción) en un monasterio de la Orden del glorioso santo Domingo, estaba considerando los muchos pecados, que en tiempos pasados había en aquella casa confesado, y cosas de mi ruin vida; vínome un arrebatamiento tan grande, que casi me sacó de mí. Senteme, y aún paréceme que no pude ver alzar, ni oír misa, que después quedé con escrúpulo desto. Pareciome estando ansí, que me veía vestir una ropa de mucha blancura, y claridad; y al principio no veía quien me la vestía: después vi a nuestra Señora, hacia el lado derecho, y a mi padre san José al izquierdo, que me vestían aquella ropa: dióseme a entender, que estaba ya limpia de mis pecados. Acabada de vestir, yo con grandísimo deleite gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora. Díjome, que le daba mucho contento en servir al glorioso san José que creyese, que lo que pretendía del monasterio se haría, y en él se serviría mucho el Señor, y ellos dos; que no temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque ellos nos guardarían, que ya su Hijo nos había prometido andar con nosotras; que para señal que sería esto verdad, me daba aquella joya. Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor. Este oro, y piedras, es tan diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa, ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que parece todo lo de acá dibujo de tizne, a manera de decir. Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso san José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho, que no se ven: parecíame nuestra Señora muy niña. Estando ansí conmigo un poco, y yo con grandísima gloria, y contento (mas a mi parecer, que nunca le había tenido, y nunca quisiérame quitarme dél) pareciome que los veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles; yo quedé con mucha soledad, aunque tan consolada, y elevada, y recogida en oración, y enternecida, que estuve algún espacio, que menearme, ni hablar no podía, sino casi fuera de mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios, y con tales efectos, y todo pasó de suerte, que nunca pude dudar (aunque mucho lo procurase) no ser cosa de Dios nuestro Señor. Dejome consoladísima, y con mucha paz. En lo que dijo la Reina de los ángeles de la obediencia es, que a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía dársela a ellos: diome las causas, para que en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo; que él haría viniese recaudo por allí; y ansí fue, que se envío por donde el Señor me dijo (que nunca acabábamos de negociarlo) y vino muy bien. Y para las cosas que después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al obispo, mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado sería; y quiso el Señor fuese tan bueno, y favoreciese tanto a esta casa como ha sido menester para la gran contradicción que ha habido en ella (como después diré) y para ponerla en el estado en que está. Bendito sea el que ansí lo ha hecho todo. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XXXIV

Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase deste lugar: dice la causa, y cómo la mandó ir su prelado para consuelo de una señora muy principal, que estaba muy afligida. Comienza a tratar lo que allá le sucedió, y la gran merced que el Señor la hizo de ser medio, para que su Majestad despertase a una persona muy principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor, y amparo después en él. Es mucho de notar


1. Pues por mucho cuidado que yo traía, para que no se entendiese, no podía hacerse tan secreta toda esta obra, que no se entendiese mucho en algunas personas, unas lo creían, y otras no. Yo temía harto, que venido el provincial, si algo le dijesen dello, me había de mandar no entender en ello, luego era todo cesado. Proveyolo el Señor desta manera, que se ofreció en un lugar grande, islas de veinte leguas deste, que estaba una señora muy afligida, a causa de habérsele muerto su marido; estábalo en tanto extremo, que se temía su salud. Tuvo noticia desta pecadorcilla, que lo ordenó el Señor ansí, que le dijesen bien de mí para otros bienes que de aquí sucedieron. Conocía esta señora mucho al provincial, y como era persona principal, y supo que yo estaba en monasterio que salían, pónele el Señor tan gran deseo de verme, pareciéndole que se consolaría conmigo, que no debía ser en su mano, sino luego procuró por todas las vías que pudo llevarme allá, enviando al provincial que estaba bien lejos. Él me envió un mandamiento, con precepto de obediencia, que luego fuese con otra compañera: yo lo supe la noche de Navidad. Hízome algún alboroto, y mucha pena, ver que por pensar que había en mí algún bien me querían llevar (que como yo me veía tan ruin, no podía sufrir esto) encomendándome mucho a Dios, estuve todos los maitines, o gran parte dellos en gran arrobamiento. Díjome el Señor, que no dejase de ir, y que no escuchase pareceres; porque pocos me aconsejarían sin temeridad, que aunque tuviese trabajos se serviría mucho Dios, y que para este negocio del monasterio convenía ausentarme hasta ser venido el Breve; porque el demonio tenía armada una gran trama venido el provincial, y que no temiese de nada, que él me ayudaría allá. Yo quedé muy esforzada, y consolada: díjelo al rector, díjome, que en ninguna manera dejase de ir; porque otros me decían que no se sufría, que era invención del demonio, para que allá me viniese algún mal, que tornase a enviar al provincial.

2. Yo obedecí al retor, y con lo que en la oración había entendido, iba sin miedo, aunque no sin grandísima confusión de ver el título con que me llevaban, y como se engañaban tanto; esto me hacía importunar más al Señor, para que no me dejase. Consolábame mucho, que había casa de la Compañía de Jesús en aquel lugar a donde iba, con estar sujeta a lo que me mandasen, como lo estaba acá, me parecía estaría con alguna seguridad. Fue el Señor servido, que aquella señora se consoló tanto, que conocida mejoría comenzó luego a tener, y cada día más se hallaba consolada. Túvose a mucho, porque (como he dicho) la pena la tenía en gran aprieto: y debíalo hacer el Señor, por las muchas oraciones, que hacían por mí las personas buenas, que yo conocía, porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios, y tan buena, que su mucha cristiandad suplió lo que a mí me faltaba. Tomó grande amor conmigo; yo se le tenía harto de ver su hondad, más casi todo me era cruz, porque los regalos me daban gran tormento, y el hacer tanto caso de mí, me traía con gran temor. Andaba mi alma tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba el Señor, porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y estas me daban tanta libertad, y tanto me hacían despreciar todo lo que veía (mientras más, eran más) que no dejaba de tratar con aquellas tan señoras, que muy a mi honra pudiera yo servirlas, con la libertad que si yo fuera su igual. Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer, y tan sujeta a pasiones, y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha de tener el señorío, y como mientras es mayor tiene más cuidados, y trabajos, y un cuidado de tener la compostura conforme a su estado, que no las deja vivir, comer sin tiempo, ni concierto, (porque ha de andar todo conforme al estado, y no las complexiones) han de comer muchas veces los manjares más conforme, a su estado, que no a su gusto.

3. Es ansí, que del todo aborrecí el desear ser señora. Dios me libre de mala compostura, aunque esta con ser de las principales del reino, creo hay pocas más humildes, y de mucha llaneza. Ya la había lástima, y se la he de ver como va muchas veces, no conforme a su inclinación, por cumplir con su estado. Pues con los criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenía buenos; no se ha de hablar más con uno que con otro, sino al que se favorece ha de ser el malquisto. Ello es una sujeción, que una de las mentiras que dice el mundo, es llamar señores a las personas semejantes, que no me parece son sino esclavos de mil cosas. Fue el Señor servido, que el tiempo que estuve en aquella casa, se mejoraban en servir a su Majestad las personas della, aunque no estuve libre de trabajos, y algunas envidias que tenían algunas personas del mucho amor que aquella señora me tenía. Debían por ventura pensar, que pretendía algún interese; debía permitir el Señor me diesen algunos trabajos cosas semejantes, y otras de otras suertes, porque no me embebiese en el regalo que había por otra parte, y fue servido sacarme de todo con mejoría de mi alma.

4. Estando allí acertó a venir un religioso, persona muy principal, y con quien yo muchos años había tratado algunas veces: y estando en misa en un monasterio de su Orden (que estaba cerca a donde yo estaba) diome deseo de saber en que disposición estaba aquel alma (que deseaba yo fuese muy siervo de Dios) y levanténte para irle a hablar: como yo estaba recogida va en oración, pareciome después era perder tiempo, que quien me metía a mí en aquello, y tornéme a sentar. Paréceme, que fueron tres veces las que esto me acaeció, y en fin pudo más el ángel bueno, que el malo, y fuile a llamar, y vino a hablarme a un confesionario. Comencele a preguntar, y él a mí (porque había muchos años que no nos habíamos visto) de nuestras vidas; y yo le comencé a decir, que había sido la mía de muchos trabajos de alma. Puso muy mucho en que le dijese, que eran los trabajos: yo le dije, que no eran para saber, ni para que yo los dijese. Él dijo, que pues lo sabía el padre dominico, que he dicho, que era muy su amigo, que luego se los diría, y que no se me diese nada.

5. El caso es, que ni fue en su mano dejarme de importunar, ni en la mía me parece dejárselo decir, porque con toda la pesadumbre, y vergüenza que solía tener, cuando trataba estas cosas con él, y con el retor que he dicho, no tuve ninguna pena antes me consolé mucho; díjeselo debajo de confesión. Pareciome más avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de gran entendimiento: miré los grandes talentos, y partes que tenía para aprovechar mucho, si del todo se diese a Dios; porque esto tengo yo de unos años acá, que no veo persona que mucho me contente, que luego querría verla del todo dar a Dios, con unas ansias, que algunas veces no me puedo valer; y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me contentan, es con muy gran ímpetu, y ansí importuno mucho al Señor por ellas. Con el religioso que digo me acaeció ansí. Rogome le encomendase mucho a Dios (y no había menester decírmelo, que ya yo estaba de suerte, que no pudiera hacer otra cosa) y voime a donde solía a solas tener oración, y comienzo a tratar con el Señor, estando muy recogida con un estilo abobado, que muchas veces sin saber lo que digo trato, que el amor es el que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia que hay della a Dios, porque el amor que conoce que la tiene su Majestad, la olvida de sí, y le parece está en él, y como una cosa propia sin división habla desatinos. Acuérdome que le dije esto, después de pedirlo con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su servicio muy de veras, que aunque yo la tenía por buena, no me contentaba, que le quería muy bueno; y ansí le dije: «Señor, no me habéis de negar esta merced, mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo».

6. ¡Oh bondad, y humanidad grande de Dios, como no mira las palabras, sino los deseos, y voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre, que una como yo hable a su Majestad tan atrevidamente! Sea bendito por siempre jamás. Acuérdome, que me dio en aquellas horas de oración aquella noche un afligimiento grande de pensar si estaba en amistad de Dios, y como no podía yo saber si estaba engracia, o no, no para que yo lo desease saber; mas deseábame morir, por no me ver en vida a donde no estaba segura si estaba muerta; porque no podía haber muerte más recia para mí, que pensar si tenía ofendido a Dios, y apretábame esta pena; suplicábale no lo permitiese, toda regalada, y derretida en lágrimas. Entonces entendí, que bien me podía consolar, y confiar que estaba en gracia, porque semejante amor de Dios, y hacer su Majestad aquellas mercedes, y sentimientos que daba al alma, que no se compadecía hacerse al alma que estuviese en pecado mortal. Quedé confiada, que había de hacer el Señor lo que le suplicaba desta persona. Díjome, que le dijese unas palabras. Esto sentí yo mucho, porque no sabía cómo las decir, que esto de dar recaudo a tercera persona, como he dicho, es lo que más siento siempre, en especial a quien no sabía cómo lo tomaría, o si burlaría de mí. Púsome en mucha congoja, en fin fui tan persuadida, que a mi parecer, prometí a Dios no dejárselas de decir, y por la gran vergüenza que había, las escribí, y se las di. Bien pareció ser cosa de Dios en la operación que lo hicieron, determinose muy de veras de darse a oración, aunque no lo hizo desde luego. El Señor como le quería para sí, por mi medio lo enviaba a decir unas verdades, que sin entenderlo yo iban tan a su propósito, que él se espantaba: y el Señor, que debía de disponerle para creer que eran de su Majestad, y yo aunque miserable, era mucho lo que lo suplicaba al Señor muy del todo le hiciese aborrecer los contentos, y cosas de la vida. Y ansí sea alabado por siempre, lo hizo tan de hecho, uno cada vez que me habla, me tiene como embobada; y si yo no lo hubiera visto, lo tuviera por dudoso, en tan breve tiempo hacerle tan crecidas mercedes, y tenerle tan ocupado en sí, que no parece vive ya para cosa de la tierra. Su Majestad le tenga de su mano, que si ansí va adelante (lo que espero en el Señor si hará, por ir muy fundado en conocerse) será uno de los muy señalados siervos suyos, y para gran provecho de muchas almas, porque en cosas de espíritu en poco tiempo tiene mucha experiencia, que estos son dones que da Dios cuando quiere, y como quiere, y ni va en el tiempo, ni en los servicios. No digo que no hace esto mucho, mas que muchas veces no da el Señor en veinte años la contemplación que a otros da en uno: su Majestad sabe la cansa. Y es el engaño, que nos parece, que por los años hemos de entender lo que en ninguna manera se puede alcanzar sin experiencia; y ansí yerran muchos, como he dicho, en querer conocer espíritu sin tenerle. No digo, que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no gobierne a quien lo tiene, mas entiéndese en lo exterior, e interior que va conforme a vía natural por obra del entendimiento, y en lo sobrenatural, que mire vaya conforme a la Sagrada Escritura. En lo demás no se mate, ni piense entender lo que no entiende, ni ahogue los espíritus, que ya cuanto en aquello, otro mayor Señor los gobierna, que no están sin superior.

7. No se espante, ni le parezcan cosas imposibles, todo es posible al Señor, sino procura esforzar la fe, y humillarse de que hace el Señor en esta ciencia a una vejecita más sabia por ventura que a él, aunque sea muy letrado; y con esta humildad aprovechará más a las almas, y a sí, que por hacerse contemplativo sin serlo. Porque torno a decir, que si no tiene experiencia, si no tiene muy mucha humildad en entender que no lo entiende, y que no por eso es imposible, que ganará poco, y dará menos quien trata; no haya miedo, si tiene humildad, permita el ganar ni a Señor que se engañe el uno, ni el otro. Pues a este padre que digo, como en muchas cosas se la ha dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio ha podido en este caso, que es bien letrado, y lo que no entiende por experiencia, infórmase, de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor con darle mucha fe, y ansí ha aprovechado mucho a sí a algunas almas, y la mía es una dellas; que como el Señor sabía en los trabajos que me había de ver, parece proveyó su Majestad, que pues había de llevar consigo algunos que me gobernaban, quedasen otros que me han ayudado a hartos trabajos, y hecho gran bien. Hale mudado el Señor casi del todo, de manera, que casi él no se conoce, a manera de decir, y dado fuerzas corporales para penitencia, que antes no tenía, sino enfermo, y animoso para todo lo que os bueno, y otras cosas, que se parece bien ser muy particular llamamiento del Señor. Sea bendito por siempre. Creo todo el bien lo viene de las mercedes que el Señor le ha hecho en la oración, porque no son postizas; porque ya en algunas cosas ha querido el Señor se haya experimentado, porque sale dellas, como quien tiene ya conocida la verdad del mérito que se gana en sufrir persecuciones: espero en la grandeza del Señor ha de venir mucho bien a algunos de su Orden por él, y a ella mesma. Ya se comienza esto a entender: he visto grandes visiones, y díjome el Señor algunas cosas dél, y del retor de la Compañía de Jesús, que tengo dicho, de grande admiración, y de otros dos religiosos de la Orden de santo Domingo, en especial de uno, que también ha dado ya a entender el Señor por obra en su aprovechamiento, algunas cosas que antes yo había entendido dél; más de quien ahora hablo, han sido muchas. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él en un locutorio, y era tanto el antor, que mi alma, y espíritu entendía que ardía en el suyo, que me tenía a mí casi absorta; porque consideraba las grandezas de Dios, en cuán poco tiempo había subido un alma a tan grande estado. Hacíame gran confusión, porque le veía con tanta humildad escuchar lo que yo le decía en algunas cosas de oración; como yo tenía poca de tratar ansí con personas semejantes, debíamelo sufrir el Señor por el gran deseo que yo tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él, que parece dejaba en mi ánima puesto nuevo fuego para desear servir al Señor de principio. ¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en mucho, y suplicar al Señor la dejase en esta vida! Quien tiene el mesmo amor, tras estas almas se había de andar, si pudiese.

8. Gran cosa es a un enfermo, hallar otro herido de aquel mal; mucho se consuela de ver que no es solo; mucho se ayudan a padecer, y aun a merecer excelentes espaldas se hacen la gente determinada a arriscar mil vidas por Dios, y desean que se les ofrezca en qué perderlas: son como los soldados, que por ganar el despojo, y hacerse con él ricos, desean que haya guerras; tienen entendido no lo pueden ser sino por aquí. Es este su oficio el trabajar. ¡Oh gran cosa esa donde el Señor da esta luz de entender lo mucho que se gana en padecer por él! No se entiende esto bien hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que lo tiene en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de dejarlo, y ya va imperfecto todo, y perdido. Bien viene aquí, que es perdido quien tras perdido anda, y ¿qué más perdición, qué más ceguedad, qué más desventura, que tener en mucho lo que no es nada? Pues tornando a lo que decía, estando, yo en grandísimo gozo, mirando aquel alma, que me parece quería, el Señor viese claro los tesoros que había puesto en ella, y viendo la merced que me había hecho, en que fuese por medio mío, hallándome indigna della, en mucho más tenía yo las mercedes que el Señor le había hecho, y más a mi cuenta las tomaba, que si fuera a mí, y alababa mucho al Señor, de ver que su Majestad iba cumpliendo mis deseos, y había oído mi oración, que era despertase el Señor personas semejantes. Estando ya mi alma, que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí, y perdiose para más ganar: perdió las consideraciones, y de oír aquella lengua, divina, en que parece hablaba el Espíritu Santo, diome un gran arrobamiento, que me hizo casi perder el sentido, aunque duró poco tiempo. Vi a Cristo con grandísima majestad, y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y ansí me lo dijo, y quiso que viese claro, que a semejantes pláticas siempre se hallaba presente, y lo mucho que se sirve en que ansí se deleiten en hablar en él.

9. Otra vez estando lejos deste lugar, le vi con mucha gloria levantar a los ángeles. Entendí iba su alma muy adelante por esta visión: y ansí fue, le habían levantado un gran testimonio bien contra su honra, persona a quien él había hecho mucho bien, y remediado la suya, y el alma, habíalo pasado con mucho contento, y hecho otras obras muy a servicio de Dios, y pasado otras persecuciones: No me parece conviene ahora declarar más cosas, si después le pareciere a vuesa merced pues las sabe, se podrán poner para gloria del Señor. De todas las que he dicho de profecías desta casa, otras que della, y otras cosas, todas se han cumplido, algunas tres años antes que se supiesen, otras más, y otras menos, me las decía el Señor: y siempre las decía al confesor, y a esta mi amiga viuda, con quien tenía licencia de hablar, como he dicho; y ella he sabido que las decía a otras personas, y estas saben que no miento, ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa (cuanto más siendo tan graves) tratase yo, sino toda verdad.

10. Habiéndose muerto un cuñado mío súbitamente, y estando yo con mucha pena, por no haber tenido lugar de confesarse, se me dijo en la oración, que había ansí de morir mi hermana, que fuese allá, y procurase se dispusiese para ello. Díjelo a mi confesor, y como no me dejaba ir, entendilo otras veces: ya como esto vio, díjome que fuese allá, que no se perdía nada. Ella estaba en una aldea, y como fui sin decirle nada, le fui dando la luz que pude en todas las cosas; hice se confesase muy a menudo, y en todo trajese cuenta con su alma: ella era muy buena e hízolo ansí. Desde ha cuatro, o cinco años que tenía esta costumbre, y muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla nadie, ni poderse confesar. Fue el bien, que como lo acostumbraba, no había sino poco más de ocho días que estaba confesada; a mí me dio gran alegría, cuando supe su muerte. Estuvo muy poco en el purgatorio.

11. Serían aun no me parece ocho días, cuando acabando de comulgar, me apareció el Señor, y quiso la viese cómo la llevaba a la gloria. En todos estos años desde que se me dijo, hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me había dado a entender, ni a mi compañera, que ansí como murió, vino a mí muy espantada de ver cómo se había cumplido. Sea Dios alabado por siempre, que tanto cuidado tiene de las almas, para que no se pierdan.