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ArribaAbajoCapítulo XXXV

Prosigue en la mesma materia de la fundación desta casa de nuestro glorioso san José. Dice por los términos que ordenó el Señor viniese aguardarse en ella la santa pobreza; y la causa porque se vino con aquella señora que estaba, y otras algunas cosas que le sucedieron


1. Pues estando con esta señora que he dicho, a donde estuve más de medio año, ordenó el Señor, que tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí deste lugar, y acertó a venir por acá, y rodeó algunas por hablarme. Habíala el Señor movido el mesmo año, y mes que a mí, para hacer otro monasterio desta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que tenía, y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie, descalza. Es mujer de mucha penitencia, y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y apareciolo nuestra Señora, y mandola lo hiciese: hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había vergüenza de estar delante della. Mostrome los despachos que traía de Roma, y en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la hablé, no había venido a mi noticia, que nuestra regla antes que se relajase, mandaba no se tuviese propio; ni yo estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae consigo tener propio. Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien entendido, con no saber leer, lo que yo con tanto haber andado a leer las constituciones ignoraba. Y como me lo dijo, pareciome bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir, que hacía desatinos, y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí, que ser yo sola, poco, ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro; porque grandes deseos de pobreza, ya me los había dado su Majestad.

2. Ansí, que para mí no dudaba de serlo mejor, porque días había que deseaba fuera posible a mi estado andar pidiendo por amor de Dios, y no tener casa, ni otra cosa; mas temía, que si a las demás no daba el Señor estos deseos, vivirían descontentas; y también no fuese causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios pobres no muy recogidos, y no miraba, que el no serlo era causa de ser pobres, y no la pobreza de la distracción, porque esta no hace más ricas, ni falta Dios jamás a quien le sirve: en fin tenía flaca la fe, lo que no hacía esta sierva de Dios. Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba deste parecer, ni confesor, ni los letrados que trataba: traíanme tantas razones, que no sabía qué hacer; porque como ya yo sabía era regla, y veía ser más perfección, no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración, y tornando a Cristo en la cruz tan pobre, y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica; suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera, que yo me viese pobre como él. Hallaba tantos inconvenientes para tener renta, y veía ser tanta cansa de inquietud, y aun distracción, que no hacía sino disputar con los letrados. Escribilo al religioso dominico, que nos ayudaba; enviome escritos dos pliegos de contradicción, y teología, para que no lo hiciese, y ansí me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo le respondí, que para no seguir mi llamamiento, y el voto que tenía hecho de pobreza, y los consejos de Cristo con toda perfección, que no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en este caso me hiciese merced. Si hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho. Aquella señora con quien estaba, para esto me ayudaba mucho: algunos luego al principio decíanme, que les parecía bien, después como más lo miraban, hallaban tantos inconvenientes, que tornaban a poner mucho en que no lo hiciese. Decíales yo, que si ellos tan presto mudaban parecer, que yo al primero me quería llegar.

3. En este tiempo por ruegos míos, porque esta señora no había visto al santo fray Pedro de Alcántara, dije el señor servido viniese a su casa, y como el que era bien amador de la pobreza tantos años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba, y ansí me ayudó mucho, y mandó, que en ninguna manera dejase de llevarlo muy adelante. Ya con este parecer, y favor, como quien mejor lo podía dar, por tenerlo sabido por larga experiencia, yo determiné no andar buscando otros.

4. Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor, que en ninguna manera dejase de hacerle pobre, que esta era la voluntad de su Padre, y suya, que él me ayudaría. Fue con tan grandes efectos, en un gran arrobamiento, que en ninguna manera pude tener duda de que era Dios. Otra vez, me dijo, que en la renta estaba la confusión, y otras cosas en loor de la pobreza; y asegurándome, que a quien le servía no le faltaba lo necesario para vivir: y esta falta, como digo, nunca yo la temí por mí. También volvió el Señor el corazón del presentado, digo del religioso dominico, de quien he dicho me escribió no lo hiciese sin renta. Ya yo estaba muy contenta con haber entendido esto, y tener tales pareceres, no me parecía, sino que poseía toda la riqueza del mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.

5. En este tiempo mi provincial me alzó el mandamiento, y obediencia, que me había puesto para estar allí, y dejó en mi voluntad, que si me quisiese ir, que pudiese, y si estar, también, por cierto tiempo; y en este había de haber elección en mi monasterio, y avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado de prelada; que para mí solo pensarlo era tan gran tormento, que a cualquier martirio me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a este en ningún arte me podía persuadir; porque dejado el trabajo grande, por ser muy muchas, y otras causas, de que yo nunca fui amiga, ni de ningún oficio, antes siempre los había rehusado, parecíame gran peligro para la conciencia, y ansí alabé a Dios de no me hallar allá. Escribí a mis amigas, para que no me diesen voto.

6. Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el Señor, que en ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que buena se me apareja, que no la deseche, que vaya con ánimo, que él me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mucho, y no hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada, y como digo, no podía persuadirme a que a que estaba bien mi alma en ninguna manera, ni yo hallaba términos para ello. Contelo a mi confesor: mandome que luego procurase ir, que claro estaba era más perfección, y que porque hacía gran calor, bastaba hallarme allá a su elección, que me estuviese unos días, porque no me hiciese mal el camino. Mas el señor, tenía ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande el desasosiego que traía en mí, y el no poder, tener oración, y parecerme faltaba de lo que el Señor me había mandado, y que como estaba allí a mi placer, y con regalo, no quería irme a ofrecer al trabajo, que todo era palabras con Dios, que porque pudiendo estar a donde era más perfección, había de dejarlo, que si me muriese, muriese: y con esto un apretamiento de alma, un quitarme el Señor todo el gusto en la oración. En fin, yo estaba tal, que ya me era tormento tan grande, que supliqué a aquella señora tuviese por bien dejarme venir, porque ya mi confesor, como me vio ansí, me dijo, que me fuese, que también le movía Dios como a mí. Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento, que le había costado acabarlo con el provincial, por muchas maneras de importunaciones.

7. Tuve por grandísima cosa querer venir en ello, según lo que sentía; sino como era muy temerosa de Dios, y como le dije que se le podía hacer gran servicio, y otras hartas cosas, y dile esperanza, que era posible tornarla a ver; y ansí con harta pena lo tuvo por bien. Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más perfección una cosa, y servicio de Dios, con el contento que me da de contentarle, pasé la pena de dejar a aquella señora, y otras personas a quien debía mucho, en especial a mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y hallábame muy bien con él; más mientras más veía que perdía de consuelo por el Señor, más contento me daba perderlo. No podía entender cómo era esto, porque veía claro estos dos contrarios, holgarme, y consolarme, y alegrarme de lo que me pesaba en el alma, porque yo estaba consolada, y sosegada, y tenía lugar para tener muchas horas de oración: veía que venía a meterme en un fuego, que ya el Señor me lo había dicho, que venía a pasar gran cruz (aunque nunca yo pensé lo fuera tanto, como después vi) y con todo venía ya alegre, y estaba deshecha de que no me ponía luego en la batalla, pues el Señor quería la tuviese, y ansí enviaba su Majestad el esfuerzo y lo ponía en mi flaqueza

8. No podía, como digo, entender cómo podía ser esto: pensé esta comparación; si poseyendo yo una joya, o cosa que me da gran contento, ofrecéseme saber, que la quiere una persona, que yo quiero más que a mí, y deseo más contentarla, que mi mesmo descanso, dame gran contento quedarme sin ella, que me daba lo que poseía, por contentar a aquella persona, y como este contento de contentarla, excede a mi mesmo contento, quítase la pena de la falta que me hace la joya, o lo que amo, y de perder el contento que daba, de manera, que aunque quería tenerla, de ver que dejaba personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi condición tan agradecida, que bastara que bastara en otro tiempo a fatigarme mucho, y ahora aunque quisiera tener pena, no pedía. Importó tanto el no me tardar un día más, para lo que tocaba al negocio desta bendita casa, que yo no sé cómo pudiera concluirse, si entonces me detuviera. ¡Oh grandeza de Dios!, muchas veces me espanta cuando lo considero, y veo cuán particularmente quería su Majestad ayudarme, para que se efectuase este rinconcito de Dios, que yo creo lo es, y morada en que su Majestad se deleita; como una vez estando en oración me dijo, que era esta casa paraíso de su deleite, y ansí parece ha su Majestad escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía yo vivo con harta, harta confusión; porque yo no supiera desearlas tales para este propósito de tanta estrechura, y pobreza, y oración, y llévanlo con una alegría y contento, que cada una se halla por indigna de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas, que las llamó el Señor de mucha vanidad, y gala del mundo, a donde pudieran estar contentas conforme a sus leyes, y hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan de dar gracias a su Majestad: a otras ha mudado de bien en mejor. A las de poca edad da fortaleza, y conocimiento, para que no puedan desear otra cosa, que entiendan es vivir en mayor descanso, aun para lo de acá, estar apartadas de todas las cosas de la vida. A las que son de más edad, y con poca salud, da fuerzas, y se las ha dado para poder llevar la aspereza, y penitencia que todas.

9. ¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es menester buscar razones para lo que vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las cosas tan posibles, que dais a entender bien, que no es menester más de amaros de veras, y dejarlo de veras todo por vos, para que vos, Señor mío, lo hagáis todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley, porque yo no lo veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a vos. Camino real veo que es, que no senda: camino que quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los puertos, y rocas para caer; porque lo están de las ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda, y angosto camino, el que de una parte está un valle muy hondo a donde caer, y de la otra un despeñadero: no se han descuidado cuando se despeñan, y se hacen pedazos. El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va, por ancho camino, y real, lejos está el despeñadero; no ha tropezado tantico, cuando le dais vos, Señor, la mano; no basta una caída, y muchas, si os tiene amor, y no a las cosas del mundo para perderse, va por el valle de la humildad. No puedo entender, qué es lo que temen de ponerse en el camino de la perfección, el Señor por quien es nos dé a entender, cuan mala es la seguridad en tan en manifiestos peligros, como hay en andar con hilo de la gente, y como está la verdadera seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios. Los ojos en él, y no haya miedo se ponga este sol de justicia, ni nos deje caminar de noche para que nos perdamos, si primero no le dejamos a él. No temen andar entre leones, que cada uno parece quiere llevar un pedazo, que son las honras, y deleites, contentos, semejantes que llama el mundo, y acá parece hace el demonio temer de musarañas. Mil veces me espanto, y diez mil quería hartarme de llorar, y dar voces a todos, para decir la gran ceguedad, y maldad mía, por si aprovechase algo para que ellos abriesen los ojos. Ábraselos el que puede por su bondad, y no permita se me tornen a cegar a mí. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XXXVI

Prosigue en la materia comenzada, y dice, cómo se acabó de concluir, y se fundó este monasterio del glorioso san José, y las grandes contradicciones, y persecuciones, que después de tomar hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos, y tentaciones que ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria, y en gloria, y alabanza suya


1. Partida ya de aquella ciudad, venía muy contenta por el camino, determinándome a pasar todo lo que el Señor fuese servido, muy con toda voluntad. La noche mesma que llegué a esta tierra, llegó nuestro despacho para el monasterio, y Breve de Roma, que yo me espanté, y se espantaron los que sabían la priesa que me había dado el Señor a la venida, cuando supieron la gran necesidad que había dello, a la coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí el obispo, y al santo fray Pedro de Alcántara, y a otro caballero muy siervo de Dios, en cuya casa este santo hombre posaba, que era persona a donde los siervos de Dios hallaban espaldas, y cabida. Entrambos a dos acabaron con el obispo admitiese el monasterio; que no fue poco, por ser pobre, sino que era tan amigo de personas, que veía ansí determinadas a servir al Señor, que luego se aficionó a favorecerle; y el aprobarlo este santo viejo, y poner mucho con unos, y con otros, en que nos ayudasen, fue el que lo hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura, como ya he dicho, no puedo entender cómo pudiera hacerse, porque estuvo poco aquí este santo hombre (que no creo fueron ocho días, y esos muy enfermo) y desde ha muy poco le llevó el Señor consigo. Parece que le había guardado su Majestad, hasta acabar este negocio, que había muchos días, no sé si más de dos años, que andaba muy malo.

2. Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser ansí, no sé si pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se pareció después. Ordenó el Señor, que estuviese malo un cuñado mío, y su mujer no aquí, y en tanta necesidad, que me dieron licencia para estar con él, y con esta ocasión no se entendió nada, aunque en algunas personas no dejaba de sospecharse algo, mas aun no lo creían. Fue cosa para espantar, y que no estuvo más malo de lo que fue menester para el negocio, y en siendo menester tuviese salud, para que yo me desocupase; y él dejase desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba maravillado. Pasé harto trabajo en procurar con unos, y con otros que se admitiese, y con el enfermo, y con oficiales, para que se acabase la casa a mucha priesa, para que tuviese la forma de monasterio; que faltaba mucho de acabarse: y mi compañera no estaba aquí (que nos pareció era mejor estar ausente para más disimular) y yo veía que iba el todo en la brevedad por muchas causas: y la una era, por porque cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las cosas de trabajos que tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz; aunque todavía me parecía era poco para la gran cruz, que yo había entendido del Señor que había de pasar.

3. Pues todo concertado, fue el Señor servido, que día de san Bartolomé tomaron el hábito algunas, y se puso el Santísimo Sacramento: con toda autoridad, y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro san José, año de mil y quinientos y sesenta dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos monjas de nuestra casa mesma, que acertaron a estar fuera. Como en esta que se hizo el monasterio era la que estaba un cuñado (que como he dicho, lo había él comprado por disimular mejor el negocio) con licencia estaba yo en ella, no hacía cosa, que no fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra obediencia, y como veían ser muy provechoso para toda la Orden, por muchas causas, que aunque iba con secreto, y guardándome, no lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer, porque por muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara, cuanto más uno: esto es cierto. Porque aunque lo deseaba por apartarme más de todo, y llevar mi profesión, y llamamiento con más perfección, y encerramiento, de tal manera lo deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo todo, lo luciera, como lo hice la otra vez, con todo sosiego, y paz. Pues fue para mí como estar en una gloria, ver poner el Santísimo Sacramento, y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios; que esto se pretendió al principio, que entrasen personas, que con su ejemplo fuesen fundamento, para que se pudiese el intento que llevábamos de mucha perfección, y oración efectuar, y hecha una obra, que tenía entendido era para el servicio del Señor, y honra del hábito de su gloriosa Madre, que estas eran mis ansias. Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar de mi padre glorioso san José, que no la había. No porque a mí me pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni parece, siempre entiendo lo hacía el Señor; y lo que era de mi parte, iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar, que no que me agradecer; mas érame gran regalo, ver que hubiese su Majestad tomádome por instrumento, siendo tan ruin para tan grande obra; ansí que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí con gran oración.

4. Acabado todo, sería como desde a tres, o cuatro horas, me revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome delante, si había sido mal hecho lo que había hecho; si iba contra obediencia en haberlo procurado, sin que me lo mandase el provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto, a causa de sujetarle al ordinario, por no se lo haber primero dicho, aunque como él no le había querido admitir, yo no la mudaba, también me parecía no se lo daría nada por otra parte) y si habían de tener contento las que aquí estaban con tanta estrechura, si les había de faltar de comer, si había sido disbarate, que quien me metía en esto, pues yo tenía monasterio. Todo lo que el Señor me había mandado, y los muchos pareceres, y oraciones (que había más de dos años que casi no cesaban) todo tan quitado de mi memoria, como si nunca hubiera sido, solo de mi parecer me acordaba, y todas las virtudes, y la fe estaban en mi entonces suspendidas, sin tener yo fuerza, para que ninguna obrase, ni me defendiese de tantos golpes. También me ponía el demonio, que como me quería encerrar en casa tan estrecha, y con tantas enfermedades, que como había de poder sufrir tanta penitencia, y dejaba casa tan grande, y deleitosa, a donde tan contenta siempre había estado, y tantas amigas, que quizá las de acá no serían a mi gusto, que me había obligado a mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había pretendido esto el demonio para quitarme la paz, y quietud, y que ansí no podría tener oración, estando desasosegada, y perdería el alma. Cosas desta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi mano pensar en otra cosa con esto una aflicción, y escuridad y tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi ansí, fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a él no podía: paréceme21 estaba con una congoja, como quien está en agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aún confesor no tenía señalado.

5. ¡Oh válame Dios, y que vida esta tan miserable! No hay contento seguro, ni cosa sin mudanza. Había tan poquito, que no me parece trocara mi contento con ninguno de la tierra, y la mesma causa dél me atormentaba ahora de tal suerte, que no sabía que hacer de mí. ¡Oh si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida, cada uno vería con experiencia en lo poco que se ha de tener contento, ni descontento della! Es cierto, que me parece que fue uno de los recios ratos que he pasado en mi vida: parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba por pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto si durara. Mas no dejó el Señor padecer a su pobre sierva; porque nunca en las tribulaciones me dejó de socorrer, y ansí fue en esta, que me dio un poco de luz para ver que era demonio, y para que pudiese entender la verdad, y que todo era quererme espantar con mentiras; y ansí comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de servir al Señor, y deseos de padecer por él, y pensé que si había de cumplirlos, que no había de andar a procurar descanso, y que si tuviese trabajos, que eso era el merecer, y si descontento, como lo tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio; que ¿de qué temía?, que pues deseaba trabajos, que buenos eran estos, que en la mayor contradicción estaba la ganancia; que porque me había de faltar ánimo para servir a quien tanto debía. Con estas, y otras consideraciones, haciéndome, gran fuerza, prometí delante del Santísimo Sacramento de hacer todo lo que pudiese para tener licencia de venirme a esta casa, y en pudiéndolo hacer con buena conciencia, prometer clausura. En haciendo esto, en un instante huyó el demonio, y me dejó sosegada, y contenta, y lo quedé, y lo he estado siempre, y todo lo que en esta casa se guarda de encerramiento, penitencia, y lo demás, se me hace en extremo suave, y poco. El contento es tan grandísimo, que pienso yo algunas veces, ¿qué pudiera escoger en la tierra que fuera más sabroso? No sé si es esto parte para tener mucha más salud que nunca, o querer el Señor por ser menester, y razón que llaga lo que todas, darme este consuelo, que pueda hacerlo, aunque con trabajo; mas del poder se espantan todas las personas que saben mis enfermedades. Bendito sea él que todo lo da, y en cuyo poder se puede.

6. Quedé bien cansada de tal contienda, y riéndome del demonio, que vi claro ser él; creo lo permitió el Señor (porque yo nunca supe qué cosa era descontento de ser monja, ni un momento en veinte y ocho años, más que ha que lo soy) para que entendiese la merced grande, que en esto me había hecho, y del tormento que me había librado; y también para que si alguna viese lo estaba, no me espantase, y me apiadase della, y la supiese consolar. Pues pasado esto, después de comer descansar un poco (porque en toda la noche no había casi sosegado, ni en otras algunas dejado de tener trabajo, y cuidado, y todos los días bien cansada) como se había sabido, en mi monasterio, y en la ciudad lo que estaba hecho, había en él mucho alboroto, por las causas que ya he dicho, que parecía llevaban algún color. Luego la prelada me envió a mandar, que a la hora me fuese allá. Yo en viendo su mandamiento, dejo mis monjas harto penadas, y voime luego. Bien vi que se me habían de ofrecer hartos trabajos, mas como ya quedaba hecho, muy poco se me daba. Hice oración, suplicando al Señor me favoreciese, y a mi padre san José, que me trajese a su casa, y ofrecile lo que había de pasar, y muy contenta se ofreciese algo en que yo padeciese por él, y le pudiese servir, me fui con tener creído luego me habían de echar en la cárcel, mas a mi parecer me diera mucho contento, por no hablar a nadie, y descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente. Como llegué, y di mi descuento a la prelada, aplacose algo y todas enviaron a provincial, y quedose la causa para delante dél; y venido fui a juicio, con harto gran contento de ver que padecía algo por el Señor, porque contra su Majestad, ni la Orden, no hallaba haber ofendido nada en este caso, antes procuraba aumentarla con todas mis fuerzas, y muriera de buena gana por ello, que todo mi deseo era que se cumpliese con toda perfección. Acordeme del juicio de Cristo, y vi cuán no nada era aquel. Hice mi culpa, como muy culpada, y ansí lo parecía a quien no sabia todas las causas. Después de haberme hecho una grande reprehensión, aunque no con tanto rigor, como merecía el delito, y lo que muchos decían al provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a ello, antes pedí me perdonase, y castigase, y no estuviese desabrido conmigo.

7. En algunas cosas bien veía yo me condenaban sin culpa, porque me decían lo había hecho porque me tuviesen en algo y por ser nombrada y otras semejantes; mas en otras claro entendía que decían verdad, en que era yo más ruin que otras, y que pues no había guardado la mucha religión que se llevaba en aquella casa, como pensaba guardarla en otra con más rigor, que escandalizaba el pueblo y levantaba cosas nuevas. Todo no me hacía ningún alboroto, ni pena, aunque yo mostraba tenerla, porque no pareciese tenía en poco lo que me decían. En fin, me mandó delante de las monjas diese discuento y húbelo de hacer: como yo tenía quietud en mí, y me ayudaba el Señor, di mi discuento de manera, que no halló el provincial, ni las que allí estaban, por qué me condenar; y después a solas le hablé más claro, y quedó muy satisfecho, y prometiome, si fuese adelante, en sosegándose la ciudad, de darme licencia que me fuese a él, porque el alboroto de toda la ciudad era tan grande como ahora diré. Desde a dos, o tres días, juntáronse algunos de los regidores y corregidor y del cabildo, y todos juntos dijeron, que en ninguna manera se había de consentir, que venía conocido daño a la república, y que habían de quitar el Santísimo Sacramento, y que en ninguna manera sufrirían pasase adelante.

8. Hicieron juntar todas las Órdenes, para que digan su parecer, de cada una dos letrados. Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se deshiciese. Sólo un presentado de la Orden de Santo Domingo (aunque era contrario, no del monasterio, sino de que fuese pobre) dijo, que no era cosa que ansí se había de deshacer, que se mirase bien, que tiempo había para ello, que éste era el caso del obispo, o cosas de este arte, que hizo mucho provecho; porque según la furia, fue dicha no lo poner luego por obra. Era en fin, que había de ser, que era el Señor servido dello y podían todos poco contra su voluntad. Daban sus razones y llevaban buen celo, y ansí sin ofender a Dios hacíanme padecer, y a todas las personas que lo favorecían, que eran algunas, y pasaron mucha persecución. Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra cosa, y todos condenarme, e ir al provincial y a mi monasterio. Yo ninguna pena tenía de cuanto decían de mí, más que si no lo dijeran, sino temor si se había de deshacer: esto me daba gran pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban, y el mucho trabajo que pasaban, que de lo que decían de mí antes me parece me holgaba; y si tuviera alguna fe, ninguna alteración tuviera, sino que faltar algo en una virtud basta a adormecerlas todas: y ansí estuve muy penada dos días que hubo estas juntas que digo en el pueblo, y estando bien fatigada, me dijo el Señor: ¿No sabes que soy poderoso? ¿de qué temes? y me aseguró que no se desharía. Con esto quedé muy consolada. Enviaron al Consejo Real con su información. Vino provisión para que se diese relación de cómo se había hecho.

9.Hele aquí comenzado un gran pleito; porque de la ciudad fueron a la corte, y hubieron de ir de parte del monasterio, y ni había dineros, ni yo sabía qué hacer: proveyolo el Señor, que nunca mi padre provincial me mandó dejase de entender en ello; porque es tan amigo de toda virtud, que aunque no ayudaba, no quería ser contra ello. No me dio licencia hasta ver en lo que paraba, para venir acá. Estas siervas de Dios estaban solas, y hacían más con sus oraciones, que con cuanto yo andaba negociando, aunque fue menester harta diligencia. Algunas veces parecía que todo faltaba, en especial un día antes que viniese el provincial, que me mandó la priora no tratase en nada, y era dejarse todo. Yo me fui a Dios y díjele: «Señor, esta casa no es mía, por vos se ha hecho, ahora que no hay nadie que negocie, hágalo vuestra Majestad». Quedaba tan descansada, y tan sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí, y luego tenía por seguro el negocio.

10.Un muy siervo de Dios sacerdote, que siempre me había ayudado, amigo de toda perfección, fue a la Corte a entender en el negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo, de quien he hecho mención, hacía en este caso muy mucho, y de todas maneras lo favorecía. Pasó hartos trabajos, y persecución, y siempre en todo le tenía por padre, y aun ahora le tengo; y en los que nos ayudaban ponía el Señor tanto fervor, que cada uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la vida, y la honra, y no les iba más de ser cosa en que a ellos les parecía se servía el Señor. Pareció claro ayudar su Majestad al maestro que he dicho clérigo (que también era de los que mucho me ayudaban) a quien el obispo puso de su parte en una junta grande que se hizo, y él estaba solo contra todos, y en fin los aplacó con decirles ciertos medios, que fue harto para que se entretuviese, mas ninguno bastaba para que luego no tornasen a poner la vida (como dicen) en deshacerle. Este siervo de Dios que digo, fue quien dio los hábitos, y puso el Santísimo Sacramento, y se vio en harta persecución. Duró esta batería casi medio año, que decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo.

11. Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas mujercitas, y cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar solas doce mujeres, y la priora, que no han de ser más (digo a los que lo contradecían) y de vida tan estrecha; que ya que fuera daño, o yerro, era para sí mesmas; mas daño al lugar, no parece llevaba camino, y ellos hallaban tantos, que con buena conciencia lo contradecían. Ya vinieron a decir, que como tuviese renta, pasarían por ello, y que fuese adelante. Yo estaba ya tan cansada de ver el trabajo de todos los que me ayudaban, más que del mío, que me parecía no sería malo hasta que se sosegasen tener renta, y dejarla después. Y otras veces, como ruin, e imperfecta, me parecía que por ventura lo quería el Señor, pues sin ella no podíamos salir con ello, y venía ya en este concierto.

12. Estando la noche antes que se había de tratar en oración (y ya se había comenzado el concierto) díjome el Señor que no hiciese tal, que si comenzásemos a tener renta, que no nos dejarían después que la dejásemos, y otras algunas cosas. La mesma noche me apareció el santo fray Pedro de Alcántara, que era ya muerto; y antes que muriese me escribió como supo la gran contradicción, y persecución que teníamos, que se holgaba fuese la fundación con contradicción tan grande, que era señal se había el Señor servir muy mucho en este monasterio, pues el demonio tanto ponía en que no se hiciese, y que en ninguna manera viniese en tener renta. Y aun dos, o tres veces me persuadió en la carta, y que como esto hiciese, ello vernía a hacerse todo como yo quería. Ya yo le había visto otras dos veces después que murió, y la gran gloria que tenía; y ansí no me hizo temor, antes me holgué mucho; porque siempre aparecía como cuerpo glorificado, lleno de mucha gloria, y dábamela muy grandísima verle. Acuérdome que me dijo la primera vez que le vi, entre otras cosas, diciéndome lo mucho que gozaba, qué dichosa penitencia había sido la que había hecho, que tanto premio había alcanzado. Porque ya creo tengo dicho algo desto, no digo aquí más de cómo esta vez me mostró rigor, y solo me dijo que en ninguna manera tomase renta, y que por qué no quería tomar su consejo, y desapareció luego. Yo quedé espantada, y luego otro día dije al caballero (que era a quien en todo acudía, como el que más en ello hacía) lo que pasaba, y que no se concertase en ninguna manera tener renta, sino que fuese adelante el pleito. Él estaba en esto mucho más fuerte que yo, y holgose mucho; después me dijo cuán de mala gana hablaba en el concierto.

13. Después se tornó a levantar otra persona, y sierva de Dios harto, y con buen celo; ya que estaba en buenos términos, decía se pusiese en manos de letrados. Aquí tuve hartos desasosiegos; porque algunos de los que me ayudaban venían en esto, y fue esta maraña que hizo el demonio, de la más mala digestión de todas. En todo me ayudó el Señor, que ansí dicho en suma no se puede bien dar a entender lo que se pasó en dos años que se estuvo comenzada esta casa hasta que se acabó. Este medio postrero, y lo primero, fue lo más trabajoso. Pues aplacada ya algo la ciudad, diose tan buena maña el padre presentado dominico que nos ayudaba, aunque no estaba presente, mas habíale traído el Señor a un tiempo, que nos hizo harto bien, y pareció haberle su Majestad para solo este fin traído, que me dijo él después, que no había tenido para qué venir, sino que acaso lo había sabido. Estuvo lo que fue menester: tornado a ir, procuró por algunas vías, que nos diese licencia nuestro padre provincial para venir yo a esta casa con otras algunas conmigo (que parecía casi imposible darla tan en breve) para hacer el oficio, y enseñar a las que estaban: fue grandísimo consuelo para mí el día que venimos. Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo, que con grande amor me pareció me recibía, y ponía una corona, y agradeciéndome lo que había hecho por su Madre.

14. Otra vez, estando todas en el coro en oración, después de Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, y debajo dél parecía ampararnos a todas: entendí cuán alto grado de gloria daría el Señor a las desta casa. Comenzado a hacer el oficio, era mucha la devoción que el pueblo comenzó a tener con esta casa; tomáronse más monjas, y comenzó el Señor a mover a los que más nos habían perseguido, para que mucho nos favoreciesen, e hiciesen limosna, y ansí aprobaban lo que tanto habían reprobado, y poco a poco se dejaron del pleito, y decían que ya entendían ser obra de Dios, pues con tanta contradicción su Majestad había querido fuese adelante; y no hay al presente nadie que le parezca fuera acertado dejarse de hacer, y ansí tienen tanta cuenta con proveernos de limosna, que sin haber demanda ni pedir a nadie, los despierta el Señor, para que nos la envíen, y pasamos sin que nos falte lo necesario, y espero en el Señor será ansí siempre; que como son pocas, si hacen lo que deben, como su Majestad ahora les da gracia para hacerlo, segura estoy que no les faltará, ni habrán menester ser cansosas, ni importunar a nadie, que el Señor se terná cuidado como hasta aquí, que es para mí grandísimo consuelo de verme aquí metida con almas tan desasidas. Su trato es, entender cómo irán adelante en el servicio de Dios.La soledad es su consuelo, y pensar de ver a nadie, que no sea para ayudarlas a encender más el amor de su Esposo, les es trabajo, aunque sean muy deudos. Y ansí no viene nadie a esta casa, sino quien trata desto, porque ni las contenta, ni los contenta; no es su lenguaje otro, sino hablar de Dios, y ansí no entienden, ni las entiende, sino quien habla el mesmo. Guardamos la regla de nuestra Señora del Carmen, dada por Alberto, patriarca de Jerusalén, y cumplida esta sin relajación (sino como la confirmó el papa Inocencio IV el año MCCXLVIII en el año quinto de su pontificado) me parece serán bien empleados todos los trabajos que se han pasado. Ahora aunque tiene algún rigor (porque no se come jamás carne sin necesidad, y ayuno de ocho meses, y otras cosas, como se ve en la mesma primera regla) en muchas aun se les hace poco a las hermanas, y guardan otras cosas que para cumplir ésta con más perfección, nos han parecido necesarias, y espero en el Señor ha de ir muy adelante lo comenzado, como su Majestad me lo ha dicho. La otra casa, que la beata que dije procuraba hacer, también la favoreció el Señor, y está hecha en Alcalá, y no le faltó harta contradicción ni dejó de pasar trabajos grandes. Sé que se guarda en ella toda religión, conforme a esta primera regla nuestra. Plega al Señor sea todo para gloria, y alabanza suya, y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos. Amén.

15. Creo se enfadará vuesa merced de la larga relación que he dado de este monasterio, y va muy corta para los muchos trabajos, y maravillas, que el Señor en esto ha obrado, que hay dello muchos testigos que lo podrán jurar, y ansí pido yo a vuesa merced por amor de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a este monasterio vuesa merced lo guarde, y muerta yo lo dé a las hermanas que aquí estuvieren; que animará mucho para servir a Dios las que vinieren, y a procurar no caya lo comenzado, sino que vaya siempre adelante, cuando vean lo mucho que puso su Majestad en hacerla, por medio de cosa tan ruin, y baja como yo. Y pues el Señor tan particularmente se ha querido mostrar en favorecer para que se hiciese, paréceme a mí que hará mucho mal, y será muy castigada de Dios la que comenzare a relajar la perfección, que aquí el Señor ha comenzado, y favorecido para que se lleve con tanta suavidad, que se ve muy bien es tolerable, y se puede llevar con descanso, y el gran aparejo que hay para vivir siempre en él, las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo. Que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con él solo, y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene, y visto por experiencia, que para llevar el espíritu que se lleva y vivir de limosna, y sin demanda, no se sufre más. Y siempre crean más a quien con trabajos muchos, y oración de muchas personas, procuró lo que sería mejor; y en el gran contento, y alegría, y poco trabajo, que en estos años que ha que estamos en esta casa, vemos tener todas, y con mucha más salud que solían, se verá ser esto lo que conviene. Y quien le pareciere áspero, eche la culpa a su falta de espíritu, y no a lo que aquí se guarda, pues personas delicadas, y no sanas (porque le tienen) con tanta suavidad lo pueden llevar; y váyanse a otro monasterio, adonde se salvarán conforme a su espíritu.




ArribaAbajoCapítulo XXXVII

Trata de los efectos que le quedaban, cuando el Señor le había hecho alguna merced: junta con esto harto buena doctrina. Dice cómo se ha de procurar, y tener en mucho ganar algún grado más de gloria, y que por ningún trabajo dejemos bienes que son perpetuos


1. De mal se me hace decir más de las mercedes que me ha hecho el Señor de las dichas, y aun son demasiadas para que se crea haberlas hecho a persona tan ruin; mas por obedecer al Señor, que me lo ha mandado, y a vuesas mercedes, diré algunas cosas para gloria suya. Plega a su Majestad sea para aprovechar a alguna alma, ver que a una cosa tan miserable ha querido el Señor ansí favorecer, ¿qué hará a quien le hubiese de verdad servido? Y se animen todos a contentar a su Majestad, pues aun en esta vida da tales prendas. Lo primero, hase de entender que en estas mercedes que hace Dios al alma hay más, y menos gloria, porque en algunas visiones excede tanto la gloria, y gusto, y consuelo al que da en otras, que yo me espanto de tanta diferencia de gozar, aun en esta vida; porque acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto, y regalo que da Dios en una visión, o en un arrobamiento, que parece no es posible poder haber más acá que desear, y ansí el alma no lo desea, ni pediría más contento. Aunque después que el Señor me ha dado a entender la diferencia que hay en el cielo, de lo que gozan unos, a lo que gozan otros; cuán grande es, bien veo que también acá no hay tasa en el dar, cuando el Señor es servido, y ansí no querría yo la hubiese en servir yo a su Majestad, y emplear toda mi vida, y fuerzas, y salud en esto, y no querría por mi culpa perder un tantico de más gozar. Y digo ansí, que si me dijesen cuál quiero más, estar con todos los trabajos del mundo hasta el fin dél, y después subir un poquito más en gloria, o sin ninguno irme a un poco de gloria más baja, que de muy buena gana tomaría todos los trabajos por un tantico de gozar más de entender las grandezas de Dios; pues veo que quien más le entiende, más le ama, y le alaba. No digo que no me contentaría, y ternía por muy venturosa de estar en el cielo, aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal le tenía en el infierno, harta misericordia me haría en esto el Señor, y plegue a su Majestad vaya yo allá, y no mire a mis grandes pecados. Lo que digo es que, aunque fuese a muy gran costa mía, si pudiese, que el Señor me diese gracia para trabajar mucho, no querría por mi culpa perder nada. ¡Miserable de mí que con tantas culpas lo tenía perdido todo!

2. Hase de notar también que en cada merced que el Señor me hacía de visión, o revelación, quedaba mi alma con alguna gran ganancia, y con algunas visiones quedaba con muy muchas. De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día; porque para esto bastaba sola una vez, cuanto más tantas como el Señor me hace esta merced. Quedé con un provecho grandísimo, y fue éste. Tenía una grandísima falta, de donde me vinieron grandes daños, y era ésta; que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad, y si me caía en gracia, me aficionaba tanto, que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender a Dios, mas holgábame de verle, y de pensar en él, y en las cosas buenas que le veía; era cosa tan dañosa, que me traía el alma harto perdida. Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias, y gracias que en este Señor veía: ni hay saber, ni manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que es oír sola una palabra dicha de aquella divina boca, cuanto más tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar, de suerte, que con un poquito de tornarme a acordar deste Señor, no quede libre. Acaeciome con algún confesor, que siempre quiero mucho a los que gobiernan mi alma, como los tomo en lugar de Dios tan de verdad, paréceme que es siempre adonde mi voluntad más se emplea, y como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia; ellos como temerosos, y siervos de Dios, temíanse no me asiese en alguna manera, y me atase a quererlos, aunque santamente, y mostrábanme desgracia; esto era después que yo estaba tan sujeta a obedecerlos, que antes no les cobraba ese amor. Yo me reía entre mí de ver cuán engañados estaban, aunque no todas veces trataba tan claro lo poco que me ataba a nadie, como lo tenía en mí, mas asegurábalos, y tratándome más, conocían lo que debía al Señor; que estas sospechas que traían de mí, siempre era a los principios. Comenzome mucho mayor amor, y confianza deste Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan contina. Veía que aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura sujeta a muchas caídas, por el primer pecado que él había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor; porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas, ha de haber hora de hablar, y señaladas personas que les hablen: si es algún pobrecito que tiene algún negocio, más rodeos, y favores, y trabajos le ha de costar tratarlo. O, ¡qué si es con el Rey! Aquí no hay tocar gente pobre, y no caballerosa, sino preguntar quién son los más privados, y a buen seguro, que no sean personas que tengan el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades, que no temen ni deben, no son para palacio, que allí no se deben usar, sino callar lo que mal les parece, que aun pensarlo no deben osar, por no ser desfavorecidos.

3. ¡Oh Rey de gloria, y Señor de todos los reyes!, ¡cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego que es solo el que merecéis que os llamen Señor, según la majestad mostráis, no es menester gente de acompañamiento, ni de guarda, para que conozcan que sois Rey; porque acá un rey solo, mal se conocerá por sí, aunque él más quisiera ser conocido por rey, no le creerán, que no tiene más que los otros, es menester que se vea por qué lo creer. Y ansí es razón tenga estas autoridades postizas, porque si no las tuviese, no le ternían en nada; porque no sale de sí el parecer poderoso, de otros le ha de venir la autoridad. ¡Oh Señor mío! ¡Oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois grande emperador en vos mesmo, que espanta mirar esta majestad: mas, más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad, y el amor que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar, y hablar con vos como quisiéremos, perdido el primer espanto, y temor de vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos, mas no por miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada, en comparación de no perderos a vos. He aquí los provechos desta visión, sin otros grandes que deja en el alma, si es de Dios, entiéndese por los efectos, cuando el alma tiene luz, porque como muchas veces he dicho, quiere el Señor que esté en tinieblas, y que no vea esta luz, y ansí no es mucho tema la que se ve tan ruin como yo.

4. No ha más que ahora que me ha acaecido estar ocho días, que no parece había en mí, ni podía tener conocimiento de lo que debo a Dios, ni acuerdo de las mercedes, sino tan embobada el alma, y puesta no sé en qué, ni cómo, no en malos pensamientos, mas para los buenos estaba tan inhábil, que me reía de mí, y gustaba de ver la bajeza de un alma, cuando no anda Dios siempre obrando en ella. Bien ve que no está sin él en este estado, que no es como los grandes trabajos que he dicho tengo algunas veces; mas aunque pone leña, y hace eso poco que puede de su parte, no hay arder el fuego de amor de Dios; harta misericordia suya es, que se ve el humo, para entender que no está del todo muerto, torna el Señor a encender, que entonces un alma, aunque se quiebre la cabeza en soplar, y en concertar los leños, parece que todo lo ahoga más. Creo es lo mejor rendirse del todo a que no puede nada por sí sola, y entender en otras cosas, como he dicho, meritorias; porque por ventura la quita el Señor la oración, para que entienda en ellas, y conozca por experiencia lo poco que puede por sí.

5. Es cierto que yo me he regalado hoy con el Señor, y atrevido a quejarme de su Majestad, y le he dicho: «¿Cómo, Dios mío, que no basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de vos paso por ello, y quiero vivir a donde todo es embarazos para no gozaros, sino que he de comer, y dormir, y negociar, y tratar con todos, y todo lo paso por amor de vos? Pues bien sabéis, Señor mío, que me es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de vos, os me escondáis. ¿Cómo se compadece esto en vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el amor que me tenéis? Creo, Señor, que si fuera posible poderme esconder yo de vos, como vos de mí, que pienso, y creo del amor que me tenéis, que no lo sufriríades: mas estáis os conmigo, y veisme siempre; no se sufre esto, Señor mío, suplícoos miréis, que se hace agravio a quien tanto os ama». Esto, y otras cosas me ha acaecido decir, entendiendo primero cómo era piadoso el lugar que tenía en el infierno para lo que merecía; mas algunas veces desatina tanto el amor, que no me siento, sino que en todo mi seso doy estas quejas, y todo me lo sufre el Señor: alabado sea tan buen Rey. ¿Llegáramos a los de la tierra con estos atrevimientos? Aun ya al rey no me maravillo que no se ose hablar, que es razón se tema, y a los señores que representan ser cabezas; mas está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas, para deprender los puntos, y novedades, y maneras que hay de crianza, si han de gastar algo della en servir a Dios: yo me santiguo de ver lo que pasa. El caso, es que ya yo no sabía cómo vivir cuando aquí me metí; porque no se toma de burla cuando hay descuido en tratar con las gentes mucho más que merecen, sino que tan de veras lo toman por afrenta, que es menester hacer satisfacciones de vuestra intención, si hay, como digo, descuido, y aun plega a Dios lo crean.

6. Torno a decir que, cierto yo no sabía cómo vivir, porque se ve una pobre de alma fatigada. Ve que la mandan, que ocupe siempre el pensamiento en Dios, y que es necesario traerle en él para librarse de muchos peligros. Por otro cabo ve que no cumple perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos. Traíame fatigada, y nunca acababa de hacer satisfacciones, porque no podía, aunque lo estudiaba, dejar de hacer muchas faltas en esto, que, como digo, no se tiene en el mundo por pequeña. Y es verdad, que en las religiones (que de razón habíamos en estos casos estar disculpados) hay disculpa. No, que dicen que los monasterios ha de ser corte de crianza, y de saberla. Yo cierto que no puedo entender esto. He pensado si dijo algún santo, que había de ser corte para enseñar a los que quisiesen ser cortesanos del cielo, y lo han entendido al revés; porque traer este cuidado, quien es razón lo traya contino en contentar a Dios, y aborrecer el mundo, que le pueda traer tan grande en contentar a los que viven en él, en estas cosas que tantas veces se mudan, no sé cómo. Aun si se pudiera aún deprender de una vez, pasara, mas aun para títulos de cartas es ya menester haya cátedra adonde se lea cómo se ha de hacer, a manera de decir, porque ya se deja papel de una parte, ya de otra, y a quien no se solía poner magnífico, hase de poner Ilustre. Yo no sé en qué ha de parar, porque aún no he yo cincuenta años, y en lo que he vivido he visto tantas mudanzas, que no sé vivir. Pues los que ahora nacen, y vivieren muchos, ¿qué han de hacer? Por cierto yo he lástima a gente espiritual, que está obligada a estar en el mundo, por algunos santos fines, que es terrible la cruz que en esto llevan. Si se pudiesen concertar todos, y hacerse ignorantes, y querer que los tengan por tales en estas ciencias, de mucho trabajo se quitarían. Mas en qué boberías me he metido: por tratar en las grandezas de Dios, he venido a hablar de las bajezas del mundo. Pues el Señor me ha hecho merced en haberle dejado, quiero ya salir dél, allá se avengan los que sustentan con tanto trabajo estas naderías. Plega a Dios, que en la otra vida, que es sin mudanzas, no las paguemos. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XXXVIII

En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, ansí en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes visiones, y revelaciones que su Majestad tuvo por bien viese: dice los efectos con que la dejaban, y el gran aprovechamiento que quedaba en su alma


1. Estando una noche tan mala, que quería excusarme de tener oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en un oratorio; cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve ansí bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto ímpetu, que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi, fue a mi padre, y madre, y tan grandes cosas en tan breve espacio, como se podría decir un Ave María, que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy demasiada merced. Esto de en tan breve tiempo, ya puede ser fuese más, sino que se hace muy poco. Temí no fuese alguna ilusión, puesto que no me lo parecía, no sabía qué hacer, porque había gran vergüenza de ir al confesor con esto; y no por humilde a mi parecer, sino porque me parecía había de burlar de mí, y decir: que, ¿qué san Pablo para ver cosas del cielo, o san Jerónimo? Y por haber tenido estos santos gloriosos cosas destas, me hacía más temor a mí, y no hacía sino llorar mucho, porque no me parecía llevaba ningún camino. En fin, aunque más sentí, fui al confesor, porque callar cosa jamás osaba, aunque más sintiese en decirla, por el gran miedo que tenía de ser engañada. Él como me vio tan fatigada, que me consoló mucho, y dijo hartas cosas buenas para quitarme de pena.

2. Andando más el tiempo, me ha acaecido, y acaece esto algunas veces, íbame el Señor mostrando más grandes secretos; porque querer ver el alma más de lo que se le presenta, no hay ningún remedio, ni es posible, y ansí no veía más de lo que cada vez quería el Señor mostrarme. Era tanto, que lo menos bastaba para quedar espantada, y muy aprovechada el alma, para estimar, y tener en poco todas las cosas de la vida. Quisiera yo poder dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo pueda ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay desta luz que vemos, a la que allá se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece cosa muy deslustrada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea a pintar, ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender, con un deleite tan soberano, que no se puede decir, porque todos los sentidos gozan en tan alto grado, y suavidad, que ello no se puede encarecer, y ansí es mejor no decir más.

3. Había una vez estado ansí más de una hora, mostrándome el Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe mí, díjome: Mira, hija, que pierden los que son contra mí, no dejes de decírselo. ¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus hechos los tienen ciegos, si vuestra Majestad no les da luz! Algunas personas, que vos la habéis dado, aprovechado se han de saber vuestras grandezas, mas venlas Señor mío, mostradas a cosa tan ruin, y miserable, que tengo yo en mucho, que haya habido nadie que me crea. Bendito sea vuestro nombre, y misericordia, que a lo menos yo conocida mejoría he visto en mi alma. Después quisiera ella estarse siempre allí, y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá; parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello.

4. Cuando estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una vez estando yo mala del corazón (porque como he dicho, le he tenido recio, aunque ya no lo es) como era de mucha caridad, hízome sacar joyas de oro, y piedras, que las tenía de gran valor; en especial una de diamantes, que apreciaba en mucho. Ella pensó que me alegraran, yo estaba riéndome entre mí, y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería, aunque yo conmigo mesma lo quisiese procurar, tener en algo aquellas cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras. Esto es un gran señorío para el alma, tan grande, que no sé si lo entenderá, sino quien lo posee; porque es el propio, y natural desasimiento, porque es sin trabajo nuestro; todo lo hace Dios, que muestra su Majestad estas verdades de manera, que quedan tan imprimidas, que se ve claro, no lo pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir. Quedome también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho; ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre desta cárcel, y puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu, y mostrarle cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un instante se ve en todo este bien. Dejemos los dolores de cuando se arranca, que hay poco caso que hacer dellos, y los que de veras amaren a Dios, y hubieren dado de mano a las cosas desta vida, más suavemente deben morir.

5. También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra, y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver lo que hay allá, y saber a dónde hemos de vivir; porque si uno ha de ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el trabajo del camino, haber visto que es tierra adonde ha de estar muy a su descanso, y también para considerar las cosas celestiales, y procurar que nuestra conversación sea allá; hácese con facilidad. Esto es mucha ganancia, porque solo mirar el cielo recoge el alma; porque como ha querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá, estase pensando, y acaece algunas veces ser los que me acompañan, y con los que me consuelo, los que sé que allá viven, y paréceme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial cuando tengo aquellos ímpetus. Todo me parece sueño, y que es burla lo que veo con los ojos del cuerpo: lo que ya he visto con los del alma, es lo que ella desea, y como se ve lejos, éste es el morir. En fin, es grandísima la merced que el Señor hace a quien da semejantes visiones, porque la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz, porque todo no la satisface, todo le da en rostro: y si el Señor no permitiese a veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se podría vivir. Bendito sea, y alabado por siempre jamás. Plega a su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que ya que ha querido entienda algo de tan grandes bienes, y que comience en alguna manera a gozar dellos, no me acaezca lo que a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo permita por quien él es, que no tengo poco temor algunas veces, aunque por otra parte, y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su mano, para que me pierda. Esto suplico yo a vuesa merced siempre le suplique. Pues no son tan grandes las mercedes dichas a mi parecer, como ésta que ahora diré, por muchas causas, y grandes bienes que della me quedaron, y gran fortaleza en el alma, aunque, mirada cada cosa por sí, es tan grande que no hay qué comparar.

6. Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa, fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta, y leyendo las señales que han de tener los que comienzan, y aprovechan, y los perfectos, para entender está con ellos el Espíritu Santo. Leídos estos tres estados, pareciome por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo a lo que yo podía entender. Estándole alabando, y acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta de todo aquello (que lo veía yo muy bien ansí, como ahora entendía lo contrario de mí, y ansí conocí era merced grande lo que el Señor me había hecho) y ansí comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma, según la veía trocada. Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión: parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella, ni se hallaba capaz de esperar tanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer, y a mi parecer diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni qué quería, que tan alterada estaba. Arrimeme, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.

7. Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas, que echaban de sí gran resplandor. Era grande más que paloma, paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un Ave María. Ya el alma estaba de tal suerte, que perdiéndose a sí de sí la perdió de vista. Sosegose el espíritu con tan buen huésped, que según mi parecer, la merced tan maravillosa le debía de desasosegar, y espantar; y como comenzó a gozarla, quitósele el miedo, y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento, quedé lo más pascua tan embobada, y tonta, que no sabía qué me hacer, ni cómo cabía en mí tan gran favor, y merced. No oía, ni veía, a manera de decir, con gran gozo interior. Desde aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios, y las virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito, y alabado por siempre. Amén.

8. Otra vez vi la mesma paloma sobre la cabeza de un padre de la Orden de Santo Domingo (salvo que me pareció los rayos, y resplandor de las mesmas alas que se extendían mucho más) dióseme a entender había de traer almas a Dios.

9. Otra vez vi estar a nuestra Señora puniendo una capa muy blanca al presentado desta mesma Orden, de quien he tratado algunas veces. Díjome, que por el servicio que le había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa, le daba aquel manto, en señal que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante, y que no caería en pecado mortal. Yo tengo cierto, que ansí fue, porque ha pocos años murió, y su muerte, y lo que vivió fue con tanta penitencia, la vida, y la muerte con tanta santidad, que a cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile, que había estado a su muerte, que antes que espirase le dijo cómo estaba con él Santo Tomás22. Murió con gran gozo, y deseo de salir deste destierro. Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria, y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración, que cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribiome poco antes que muriese, que qué medio ternía, porque como acababa de decir misa se quedaba con arrobamiento mucho rato sin poderlo excusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que había servido toda su vida. Del retor de la Compañía de Jesús, que algunas veces he hecho dél mención, he visto algunas cosas de grandes mercedes que el Señor le hacía, que por no alargar no las pongo aquí. Acaeciole una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido. Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en la cruz, cuando alzaban la hostia; díjome algunas palabras que le dijese de consuelo, y otras, previniéndole de lo que estaba por venir, y poniéndole delante lo que había padecido por él, y que se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo, y ánimo; y todo ha pasado después como el Señor me lo dijo.

10. De los de la Orden deste padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces; y como digo otras cosas he visto dellos de mucha admiración, y ansí tengo esta Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho, y veo conforma su vida con lo que el Señor me ha dado dellos a entender.

11. Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme algunas palabras, trayéndome a la memoria por ellas, cuán mala había sido mi vida, que me hacían harta confusión, y pena, porque aunque no van con rigor, hacen un sentimiento, y pena que deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una palabra destas, que en muchos días que nosotros consideremos nuestra miseria; porque trae consigo esculpida una verdad, que no la podemos negar. Representome las voluntades con tanta vanidad que había tenido, y díjome, que tuviese en mucho querer que se pusiese en él voluntad, que tan mal se había gastado, como la mía, y admitirla él. Otras veces me dijo, que me acordase, cuando parece tenía por honra el ir contra la suya. Otras, que me acordase lo que le debía, que cuando yo le daba mayor golpe, estaba él haciéndome mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son pocas, de manera me las da su Majestad a entender, que toda parece me deshago, y como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el confesor, y quererme consolar en la oración, y hallar allí la reprensión verdadera.

12. Pues tornando a lo que decía, como comenzó el Señor a traerme a la memoria mi ruin vida, a vueltas de mis lágrimas, como yo entonces no había hecho nada a mi parecer, pensé si me quería hacer alguna merced; porque es muy ordinario cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí mesma, para que vea más claro cuán fuera de merecerlas yo soy, pienso lo debe el Señor de hacer. Desde ha un poco fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me pareció estaba del todo fuera del cuerpo, al menos no se entiende que se vive en él. Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva gloria, que jamás la había visto. Representóseme por una noticia admirable, y clara, estar metido en los pechos del Padre, y esto no sabré yo decir cómo es, porque sin ver (me pareció) me vi presente de aquella Divinidad. Quedé tan espantada, y de tal manera, que me parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre me parecía traía presente a aquella majestad del Hijo de Dios, aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía yo, sino que queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de sí, por en breve que haya pasado, por algún tiempo, y es harto consuelo, y aun aprovechamiento.

13. Esta mesma visión he visto otras veces: es a mi parecer la más subida visión, que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa, y aniquila todos los deseos de la vida; porque ya que yo, gloria a Dios, no los tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo vanidad, y cuán vanos son los señoríos de acá, y es un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad. Queda imprimido un acatamiento, que no sabré yo decir cómo, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede nadie osar ofender una majestad tan grandísima. Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones, y otras cosas; mas ya he dicho, que hay más, y menos aprovechamiento, desta queda grandísimo. Cuando yo me llegaba a comulgar, y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el Señor que le vea en la hostia) los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubriérades vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia, y miserable, con tan gran majestad? Bendito seáis, Señor, alaben os los ángeles, y todas las criaturas, que ansí medís las cosas con nuestra flaqueza, para que gozando de tan soberanas mercedes, no nos espante vuestro gran poder, de manera que aún no las osemos gozar, como gente flaca, y miserable.

14. Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que pasó ansí: hallose un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo, que era bajo, en viéndose con él, le dio una tristeza, que poco a poco se vino a morir de puro afligido, y cuidadoso, de no saber qué hacer dél. Si no le hallara junto, sino que poco a poco se le fueran dando, y sustentando con ello, viviera más contento que siendo pobre, y no le costara la vida. ¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis sustentar las almas, y sin que vean tan grandes riquezas, poco a poco se las vais mostrando! Cuando yo veo una majestad tan grande, disimulada en cosa tan poca, como es la hostia, es ansí, que después acá a mí me admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo, y esfuerzo para llegarme a él, si el que me ha hecho tan grandes mercedes, y hace no me le diese; ni sería posible poderlo disimular, ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas. Pues ¿qué sentirá una miserable como yo, cargada de abominaciones, y que con tan poco temor de Dios ha gastado su vida, de verse llegar a este Señor de tan gran majestad, cuando quiere que mi alma le vea? ¿Cómo ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el mesmo Señor, a aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza, y de piedad? Que duele más, y aflige el alma (por no le haber servido) el amor que muestra aquel rostro de tanta hermosura, con una ternura, y afabilidad, que temor pone la majestad que ve en él. Mas ¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré? Cierto, Señor mío, y gloria mía, que estoy por decir, que en alguna manera en estas grandes aflicciones que siente mi alma, he hecho algo en vuestro servicio. Ay que no sé qué me digo, que casi sin hablar yo, escribo ya esto, porque me hallo turbada, y algo fuera de mí, como he tornado a traer a mi memoria estas cosas. Bien dijera, si viniera de mí ese sentimiento, que había hecho algo por vos, Señor mío; mas pues no puede haber buen pensamiento si vos no lo dais, no hay qué me agradecer, yo soy la deudora, Señor, y vos el ofendido.

15. Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del alma, más claro que con los del cuerpo, con muy abominable figura. Paréceme que los cuernos rodeaban la garganta del pobre sacerdote; y vi a mi Señor con la majestad que tengo dicha, puesto en aquellas manos, en la forma que me iba a dar, que se veía claro ser ofendedoras suyas, y entendí estar aquel alma en pecado mortal. ¿Qué sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan abominables? Estaban ellos como amedrentados, y espantados delante de vos, que de buena gana parece que huyeran, si vos los dejárades ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo pude comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que si fuera visión de Dios, que no permitiera su Majestad viera yo el mal que estaba en aquel alma. Díjome el mesmo Señor, que rogase por él, y que lo había permitido, para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración, y como no deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su grande bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y todo para bien mío, y de todos. Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos, que otros, y cuán recia cosa es tomar este santísimo Sacramento indignamente, y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal. Harto gran provecho me hizo, y harto conocimiento me puso de lo que debía a Dios: sea bendito por siempre jamás.

16. Otra vez me acaeció ansí otra cosa, que me espantó muy mucho. Estaba en una parte, adonde se murió cierta persona, que había vivido harto mal, según supe, y muchos años: mas había dos que tenía enfermedad, y en algunas cosas parece estaba con enmienda. Murió sin confesión, mas con todo esto no me parecía a mí que se había de condenar. Estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él, y hacían también justicias en él, que a mí me puso gran pavor, que con garfios grandes le traían de uno en otro: como le vi llevar a enterrar con la honra, y ceremonias que a todos, yo estaba pensando la bondad de Dios, como no quería fuese infamada aquel alma, sino que fuese encubierto ser su enemiga. Estaba yo medio boba de lo que había visto: en todo el oficio no vi más demonio, después cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la multitud que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo; y no era menester poco ánimo para disimularlo. Consideraba qué harían de aquel alma, cuando ansí se enseñoreaban del triste cuerpo. Pluguiera el Señor que esto que yo vi (cosa tan espantosa) vieran todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien. Todo esto me hace más conocer lo que debo a Dios, y de lo que me ha librado. Anduve harto temerosa, hasta que lo traté con mi confesor, pensando si era ilusión del demonio, para infamar aquel alma, aunque no estaba tenida por de mucha cristiandad: verdad es, que aunque no fuese ilusión, siempre que se me acuerda me hace temor.

17. Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero decir algunas cosas que el Señor ha sido servido en este caso que vea de algunas almas. Diré pocas por abreviar, y por no ser necesario, digo para ningún aprovechamiento. Dijéronme era muerto un nuestro provincial, que había sido (y cuando murió lo era de otra provincia) a quien yo había tratado, y debido algunas buenas obras: era persona de muchas virtudes. Como lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí su salvación, que había sido veinte años prelado (cosa que yo temo mucho, cierto, por parecerme cosa de mucho peligro tener cargo de almas) y con mucha fatiga me fui a un oratorio: dile todo el bien que había hecho en mi vida (que sería bien poco) y ansí lo dije al Señor, que supliesen los méritos suyos lo que había menester aquel alma para salir de purgatorio.

18. Estando pidiendo esto al Señor, lo mejor que yo podía, pareciome salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile subir al cielo con grandísima alegría. Él era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años, y aún menos me pareció, y con resplandor en el rostro. Pasó muy en breve esta visión, mas en tanto extremo quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte, aunque había fatigadas personas hartas por ella, que era muy bien quisto. Era tanto el consuelo que tenía mi alma, que ninguna cosa se me daba, ni podía dudar en que era buena visión; digo, que no era ilusión. Había no más de quince días que era muerto, con todo no descuidé de procurar le encomendasen a Dios, y hacerlo yo, salvo que no podía con aquella voluntad, que si no hubiera visto esto; porque cuando ansí el Señor me lo muestra, y después las quiero encomendar a su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como dar limosna al rico. Después supe (porque murió bien lejos de aquí) la muerte que el Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a todos dejó espantados del conocimiento, y lágrimas, y humildad con que murió.

19. Habíase muerto una monja en casa, había poco más de día, y medio, harto sierva de Dios. Estando diciendo una lición de difuntos una monja (que se decía por ella en el coro) yo estaba en pie para ayudarla a decir el verso. A la mitad de la lición la vi que me pareció salía el alma de la parte que la pasada, y que se iba al cielo. Ésta no fue visión imaginaria, como la pasada, sino como otras que he dicho, mas no se duda más que las que se ven.

20. Otra monja se murió en mi mesma casa, de hasta diez y ocho, o veinte años, siempre había sido enferma, y muy sierva de Dios, amiga del coro, y harto virtuosa. Yo cierto pensé no entrara en purgatorio; porque eran muchas las enfermedades que había pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas, antes que la enterrasen (habría cuatro horas que era muerta) entendí salir del mesmo lugar, e irse al cielo.

21. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, con los grandes trabajos, que he dicho tenía algunas veces, y tengo de alma, y de cuerpo, estaba de suerte, que aun un buen pensamiento, a mi parecer, no podía admitir: habíase muerto aquella noche un hermano de aquella casa de la Compañía, y estando, como podía, encomendándole a Dios, y oyendo misa de otro padre de la Compañía por él, diome un gran recogimiento, y vile subir al cielo con mucha gloria, y al Señor con él: por particular favor entendí era ir su Majestad con él.

22. Otro fraile de nuestra Orden, harto buen fraile, estaba muy malo, y estando yo en misa, me dio un recogimiento, y vi cómo era muerto, y subir al cielo, sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile, que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado las bulas de la Orden, para no entrar en purgatorio. No entiendo por qué entendí esto, paréceme debe ser, porque no está el ser fraile en el hábito, digo en traerle, para gozar del estado de más perfección, que es ser fraile.

23. No quiero decir más destas cosas, porque como he dicho, no hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho merced que vea, mas no he entendido de todas las que he visto, dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la deste padre, y el santo fray Pedro de Alcántara, y el padre dominico, que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido, que vea los grados que tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen: es grande la diferencia que hay de unos a otros.




ArribaAbajoCapítulo XXXIX

Prosigue en la mesma materia de decir las grandes mercedes que le ha hecho el Señor: trata de cómo le prometió de hacer por las personas que ella le pidiese: dice algunas cosas señaladas, en que le ha hecho su Majestad este favor


1. Estando yo una vez importunando al Señor mucho, porque diese vista a una persona que yo tenía obligación, que la había del todo casi perdido, yo teníale gran lástima, y temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Apareciome como otras veces, y comenzome a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un clavo grande que en ella tenía metido, parecíame que a vuelta del clavo sacaba la carne: veíase bien el grande dolor, que me lastimaba mucho, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase, sino que mejor haría lo que le pidiese; que él me prometía, que ninguna cosa le pidiese, que no la hiciese, que ya sabía él que yo no pediría, sino conforme a su gloria, y que ansí haría esto, que ahora pedía. Que aun cuando no le servía, mirase yo que no le había pedido cosa que no la hiciese mejor que yo lo sabía pedir: que cuán mejor lo haría ahora que sabía le amaba, que no dudase desto. No creo pasaron ocho días, que el Señor no tornó la vista a aquella persona. Esto supo mi confesor luego: ya puede ser no fuese por mi oración, mas yo como había visto esta visión, quedome una certidumbre, que por merced hecha a mí, di a su Majestad las gracias.

2. Otra vez estaba una persona muy enferma de una enfermedad muy penosa, que por ser no sé de qué hechura, no la señalo aquí. Era cosa incomportable lo que había dos meses que pasaba, y estaba en un tormento que se despedazaba. Fuele a ver mi confesor, que era el retor que he dicho, y húbole gran lástima, y díjome, que en todo caso le fuese a ver, que era persona que yo lo podía hacer por ser mi deudo. Yo fui, y moviome a tener dél tanta piedad, que comencé muy importunamente a pedir su salud al Señor: en esto vi claro, a todo mi parecer, la merced que me hizo, porque luego a otro día estaba del todo bueno de aquel dolor.

3. Estaba una vez con grandísima pena, porque sabía que una persona, a quien yo tenía mucha obligación, quería hacer una cosa harto contra Dios, y su honra, y estaba ya muy determinada a ello. Era tanta mi fatiga, que no sabía qué remedio hacer, para que lo dejase, y aun parecía que no le había. Supliqué a Dios muy de corazón que le pusiese, mas hasta verlo no podía aliviarse mi pena. Fuime, estando ansí, a una ermita bien apartada (que las hay en este monasterio) y estando en una, a donde está Cristo a la columna, suplicándole me hiciese esta merced, oí que me hablaba una voz muy suave, como metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no pude, que pasó muy en breve. Pasado mi temor, que fue presto, quedé con un sosiego, y gozo, y deleite interior, que yo me espanté, que solo oír una voz (que esto oído con los oídos corporales) y sin entender palabra, hiciese tanta operación en el alma. En esto vi, que se había de hacer lo que pedía, y ansí fue, que se me quitó del todo la pena, en cosa que aún no era (como si lo viera hecho) como fue después. Díjelo a mis confesores, que tenía entonces dos, harto letrados, y siervos de Dios.

4. Sabía que una persona, que se había determinado a servir muy de veras a Dios, y tenido algunos días oración, y en ella le hacía su Majestad muchas mercedes, y que por ciertas ocasiones que había tenido la había dejado, y aún no se apartaba dellas, y eran bien peligrosas. A mí me dio grandísima pena, por ser persona a quien quería mucho, y debía: creo fue más de un mes que no hacía sino suplicar a Dios tornase esta alma a sí. Estando un día en oración, vi un demonio cabe mí, que hizo unos papeles, que tenía en la mano pedazos con mucho enojo, a mí me dio gran consuelo, que me pareció se había hecho lo que pedía: y ansí fue (que después lo supe) que había hecho una confesión, con gran contrición, y tornose tan de veras a Dios, que espero en su Majestad ha de ir siempre muy adelante. Sea bendito por todo. Amén.

5. En esto de sacar nuestro Señor almas de pecados graves, por suplicárselo yo, y otras traídolas a más perfección, es muchas veces: y de sacar almas de purgatorio, y otras cosas señaladas, son tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería cansarme, y cansar a quien lo leyese, si las hubiese de decir, y mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa muy conocida, y que dello hay hartos testigos. Luego, luego, dábame mucho escrúpulo, porque yo no podía dejar de creer, que el Señor lo hacía por mi oración (dejemos ser lo principal por sola su bondad) mas son ya tantas las cosas, y tan vistas de otras personas, que no me da pena creerlo, y alabo a su Majestad, y háceme confusión, porque veo soy más deudora, y háceme, a mi parecer, crecer el deseo de servirle, y avívase el amor. Y lo que más me espanta es, que las que el Señor ve no convienen, no puedo, aunque quiero, suplicárselo, sino con tan poca fuerza, y espíritu, y cuidado, que aunque más yo quiero forzarme es imposible, como otras cosas que su Majestad ha de hacer, que veo yo que puedo pedirlo muchas veces, y con gran importunidad, aunque yo no traiga este cuidado, parece que se me representa delante. Es grande la diferencia destas dos maneras de pedir, que no sé cómo lo declarar; porque aunque lo uno pido (que no dejo de esforzarme a suplicarlo al Señor, aunque no sienta en mí aquel fervor que en otras, aunque mucho me toquen) es como quien tiene trabada la lengua, que aunque quiera hablar no puede, y si habla es de suerte, que ve que no le entienden, o como quien habla claro, y despierto, a quien ve que de buena gana le está oyendo. Lo uno se pide (digamos ahora) como oración vocal; y lo otro en contemplación tan subida, que se representa el Señor de manera, que se entiende que nos entiende, y que se huelga su Majestad de que se lo pidamos, y de hacernos merced. Sea bendito por siempre, que tanto da, y tan poco le doy yo. Porque, ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace todo por vos? ¿Y qué dello, qué dello, qué dello, y otras mil veces lo puedo decir, me falta para esto? Por eso no había de querer vivir (aunque hay otras causas) porque no vivo conforme a lo que os debo. ¡Con qué de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es cierto que algunas veces me parece querría estar sin sentido, por no entender tanto mal de mí: el que puede lo remedie.

6. Estando en casa de aquella señora, que he dicho, a donde había menester estar con cuidado, y considerar siempre la vanidad que consigo traen todas las cosas de la vida; porque estaba muy estimada, y era muy loada, y ofrecíanse hartas cosas a que me pudiera bien apegar, si mirara a mí, mas miraba el que tiene verdadera vista a no me dejar de su mano. Ahora que digo de verdadera vista, me acuerdo de los grandes trabajos que se pasan en tratar personas a quien Dios ha llegado a conocer lo que es verdad en estas cosas de la tierra, a donde tanto se encubre, como una vez el Señor me dijo, que muchas cosas de las que aquí escribo, no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial, y porque en las cosas que yo señaladamente digo, esto entendí, o me dijo el Señor, se me hace escrúpulo grande poner, o quitar una sola sílaba que sea; ansí cuando puntualmente no se me acuerda bien todo, va dicho como de mí, o porque algunas cosas también lo serán. No llamo mío lo que es bueno, que ya sé no hay cosa en mí, sino lo que tan sin merecerlo me ha dado el Señor; sino llamo dicho de mí, no ser dado a entender en revelación.

7. ¡Mas ay Dios mío, y cómo aun en las espirituales queremos muchas veces entender las cosas por nuestro parecer, y muy torcidas de la verdad, también como en las del mundo, y nos parece que hemos de tasar nuestro aprovechamiento por los años que tenemos algún ejercicio de oración, y aun parece queremos poner tasa a quien sin ninguna da sus dones cuando quiere, y puede dar en medio año más a uno, que a otro en muchos! Y es cosa ésta que la tengo tan vista por muchas personas, que yo me espanto cómo nos podemos detener en esto. Bien creo no estará en este engaño quien tuviere talento de conocer espíritus, y le hubiere el Señor dado humildad verdadera, que éste juzga por los efectos, y determinaciones, y amor, y dale el Señor luz para que lo conozca; y en esto mira el adelantamiento, y aprovechamiento de las almas, que no en los años, que en medio puede uno haber alcanzado más que otro en veinte; porque como digo, dalo el Señor a quien quiere, y aun a quien mejor se dispone. Porque veo yo venir ahora a esta casa unas doncellas, que son de poca edad, y en tocándolas Dios, y dándoles un poco de luz, y amor (digo en un poco de tiempo que les hizo algún regalo) no le aguardaron, ni se les puso cosa delante, sin acordarse del comer, pues se encierran para siempre en casa sin renta, como quien no estima la vida por el que sabe que las ama. Déjanlo todo, ni quieren voluntad, ni se les pone delante, que pueden tener descontento en tanto encerramiento, y estrechura, todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios. Cuán de buena gana les doy yo aquí la ventaja, y había de andar avergonzada delante de Dios; porque lo que su Majestad no acabó conmigo en tanta multitud de años, como ha que comencé a tener oración, y me comenzó a hacer mercedes, acaba con ellas en tres meses, y aun con alguna en tres días, con hacerlas muchas menos que a mí, aunque bien las paga su Majestad; a buen seguro que no están descontentas por lo que por él han hecho.

8. Para esto querría yo se nos acordase de los muchos años (a los que los tenemos de profesión, y las personas que los tienen de oración) y no para fatigar a los que en poco tiempo van más adelante, con hacerlos tornar atrás, para que anden a nuestro paso, y a los que vuelan como águilas con las mercedes que hace Dios, quererlos hacer andar como pollo trabado; sino que pongamos los ojos en su Majestad, y si los viéremos con humildad darles rienda, que el Señor, que los hace tantas mercedes, no los dejará despeñar. Fíanse ellos mesmos de Dios (que esto les aprovecha la verdad que conocen de la fe) ¿y no los fiaremos nosotros, sino que queremos medirlos por nuestra medida, conforme a nuestros bajos ánimos? No ansí, sino que si no alcanzamos sus grandes efectos, y determinaciones, porque sin experiencia se pueden mal entender. Humillémonos, y no los condenemos, que con parecer que miramos su provecho, nos le quitamos a nosotros, y perdemos esta ocasión, que el Señor pone para humillarnos, y para que entendamos lo que nos falta, y cuán más desasidas, y llegadas a Dios deben estar estas almas, que las nuestras, pues tanto su Majestad se llega a ellas.

9. No entiendo otra cosa, ni la querría entender, sino que oración de poco tiempo, que hace efectos muy grandes (que luego se entienden, que es imposible que los haya para dejarlo todo, solo por contentar a Dios, sin gran fuerza de amor) yo la querría más que la de muchos años, que nunca acabó de determinarse más al postrero, que al primero, a hacer cosa que sea nada por Dios, salvo sí unas cositas menudas como sal, que no tienen peso, ni tomo, que parece un pájaro se las llevará en el pico, no tenemos por gran efeto, y mortificación; que de algunas cosas hacemos caso, que hacemos por el Señor, que es lástima las entendamos, aunque se hiciesen muchas: yo soy ésta, y olvidaré las mercedes a cada paso. No digo yo que no las terná su Majestad en mucho, según es bueno, mas querría yo no hacer caso dellas, ni ver que las hago, pues no son nada. Mas perdonadme, Señor mío, y no me culpéis, que con algo me tengo de consolar, pues no os sirvo en nada, que si en cosas grandes os sirviera, no hiciera caso de las nonadas. Bienaventuradas las personas que os sirven con obras grandes, si con haberlas yo envidia, y desearlo, se me toma en cuenta, no quedaría muy atrás en contentaros, mas no valgo nada, Señor mío, ponedme vos el valor, pues tanto me amáis.

10. Acaeciome un día destos que, con traer un Breve de Roma para no poder tener renta este monasterio se acabó del todo, que paréceme ha costado algún trabajo, estando consolada de verlo ansí concluido, y pensando los que había tenido, y alabando al Señor, que en algo se había querido servir de mí, comencé a pensar las cosas que había pasado; y es ansí, que en cada una de las que parecía eran algo, que yo había hecho, hallaba tantas faltas, e imperfecciones, y a veces poco ánimo, y muchas poca fe; porque hasta ahora que todo lo veo cumplido, cuanto el Señor me dijo desta casa se había de hacer, nunca determinadamente lo acababa de creer, ni tampoco lo podía dudar: no sé cómo era esto. Es que muchas veces por una parte me parecía imposible, por otra no lo podía dudar, digo creer, que no se había de hacer. En fin hallé lo bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte, y lo malo yo, y ansí dejé de pensar en ello, y no querría se me acordase, por no tropezar en tantas faltas mías. Bendito sea el que de todas saca bien cuando es servido. Amén.

11. Pues digo, que es peligroso ir tasando los años que se han tenido de oración, que aunque haya humildad, parece puede quedar un no sé qué de parecer se merece algo por lo servido. No digo yo que no lo merecen, y les será bien pagado, mas cualquier espiritual que le parezca, que por muchos años que haya tenido oración merece estos regalos de espíritu, tengo yo por cierto, que no subirá a la cumbre dél. ¿No es harto que haya merecido le tenga Dios de su mano, para no le hacer las ofensas, que antes que tuviese oración le hacía, sino que le ponga pleito por sus dineros, como dicen? No me parece profunda humildad, ya puede ser lo sea; mas yo por atrevimiento lo tengo, pues yo con tener poca humildad, no me parece jamás he osado. Ya puede ser, que como nunca he servido, no he pedido, por ventura si le hubiera hecho, quisiera más que todos me lo pagara el Señor. No digo yo que no va creciendo un alma, y que no se lo dará Dios, si la oración ha sido humilde, mas que se olviden estos años, que es todo asco cuanto podemos hacer, en comparación de una gota de sangre de las que el Señor por nosotros derramó: y si con servir más quedamos más deudores, ¿qué es esto que pedimos, pues si pagamos un maravedí de la deuda, nos tornan a dar mil ducados? Que por amor de Dios dejemos estos juicios, que son suyos. Estas comparaciones siempre son malas, aun en cosas de acá, pues ¿qué será en lo que solo Dios sabe, y lo mostró bien su Majestad cuando pagó tanto a los postreros, como a los primeros?

12. Es en tantas veces las que he escrito estas tres hojas, y en tantos días, porque he tenido, y tengo, como he dicho, poco lugar, que se me había olvidado lo que comencé a decir, que era esta visión. Vime estando en oración en un gran campo a solas, en derredor de mí mucha gente de diferentes maneras, que me tenían rodeada, todas me parece tenían armas en las manos para ofenderme, unas lanzas, otras espadas, otras dagas, y otras estoques muy largos. En fin, yo no podía salir por ninguna parte sin que me pusiese a peligro de muerte, y sola sin persona que hallase de mi parte. Estando mi espíritu en esta aflicción, que no sabía qué me hacer, alcé los ojos al cielo, y vi a Cristo (no en el cielo, sino bien alto de mí en el aire) que tendía la mano hacia mí, y desde allí me favorecía, de manera, que yo no temía toda la otra gente, ni ellos aunque querían, me podían hacer daño. Parece sin fruto esta visión, y hame hecho grandísimo provecho, porque se me dio a entender lo que significaba; y poco después me vi casi en aquella batería, y conocí ser aquella visión un retrato del mundo, que cuanto hay en él parece tiene armas para ofender a la triste alma: dejemos los que no sirven mucho al Señor, y honras, y haciendas, y deleites, y otras cosas semejantes, que está claro, que cuando no se cata se ve enredada, al menos procuran todas estas cosas enredar más amigos, parientes, y lo que más espanta, personas muy buenas. De todo me vi después tan apretada, pensando ellos que hacían bien, que yo no sabía cómo me defender, ni qué hacer.

13. ¡Oh válame Dios, si dijese de las maneras, y diferencias de trabajos que en este tiempo tuve (aun después de lo que atrás queda dicho) ¡cómo sería harto aviso para del todo aborrecerlo todo! Fue la mayor persecución me parece de las que he pasado. Digo, que me vi a veces de todas partes tan apretada, que solo hallaba remedio en alzar los ojos al cielo, y llamar a Dios: acordábame bien de lo que había visto en esta visión. Hízome harto provecho para no confiar mucho de nadie, porque no le hay que sea estable, sino Dios. Siempre en estos trabajos grandes me enviaba el Señor (como me lo mostró) una persona de su parte, que me diese la mano, como me lo había mostrado en esta visión, sin ir asida a nada, más de contentar al Señor, que ha sido para sustentar esa poquita de virtud que yo tenía en desearos en servir. Seáis bendito por siempre.

14. Estando una vez muy inquieta, y alborotada, sin poder recogerme, y en batalla, y contienda, yéndoseme el pensamiento a cosas que no eran perfectas, aún no me parece estaba con el desasimiento que suelo: como me vi ansí tan ruin, tenía miedo si las mercedes que el Señor me había hecho eran ilusiones; estaba en fin con una escuridad grande de alma. Estando con esta pena, comenzome a hablar el Señor, y díjome, que no me fatigase, que en verme ansí entendería la miseria que era si él se apartaba de mí, y que no había seguridad mientras vivíamos en esta carne. Dióseme a entender, cuán bien empleada es esta guerra, y contienda, por tal premio, y pareciome tenía lástima el Señor de los que vivimos en el mundo; mas que no pensase yo me tenía olvidada, que jamás me dejaría, mas que era menester hiciese yo lo que es en mí. Esto me dijo el Señor con una piedad, y regalo, y con otras palabras en que me hizo harta merced, que no hay para qué decirlas. Éstas me dice su Majestad muchas veces, mostrándome gran amor: Ya eres mía, y yo soy tuyo. Las que yo siempre tengo costumbre de decir, y a mi parecer las digo con verdad, son: ¿Qué se me da, Señor, a mí de mí, sino de vos? Son para mí estas palabras, y regalos tan grandísima confusión, cuando me acuerdo la que soy, que como he dicho, creo otras veces, y ahora lo digo algunas a mi confesor, más ánimo me parece es menester para recibir estas mercedes, que para pasar grandísimos trabajos. Cuando pasa, estoy casi olvidada de mis obras, sino un representárseme que soy ruin, sin discurso de entendimiento, que también me parece a veces sobrenatural.

15. Viénenme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes, que no sé si se podría encarecer. Acaeciome una mañana, que llovía tanto, que no parece hacía para salir de casa. Estando yo fuera della, yo estaba ya tan fuera de mí con aquel deseo, que aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por ellas, cuantimás agua. Como llegué a la iglesia, diome un arrobamiento grande, pareciome vi abrir los cielos; no una entrada como otras veces he visto. Representóseme el trono, que dije a vuesa merced he visto otras veces, y otro encima dél, a donde por una noticia, que no sé decir, aunque no lo vi, entendí estar la Divinidad. Parecíame sostenerle unos animales, a mí me parece he oído una figura destos animales, pensé si eran los Evangelistas, mas cómo estaba el trono, ni qué estaba en él, no vi sino muy gran multitud de ángeles; pareciéronme sin comparación con muy mayor hermosura, que los que en el cielo he visto. He pensado si son serafines, o querubines, porque son muy diferentes en la gloria, que parecía tener inflamamiento. Es grande la diferencia, como he dicho, y la gloria que entonces en mí sentí, no se puede escribir, ni aun decir, ni la podrá pensar quien no hubiere pasado por esto. Entendí estar allí todo junto lo que se puede desear, y no vi nada: dijéronme, y no sé quién, que lo que allí podía hacer era entender, que no podía entender nada, y mirar lo no nada que era todo en comparación de aquello; es ansí, que se afrentaba después mi alma de ver que pueda parar en ninguna cosa criada, cuantimás aficionarse a ella; porque todo me parecía un hormiguero. Comulgué, y estuve en la misa, que no sé cómo pude estar; pareciome había sido muy breve espacio, espanteme cuando dio el reloj, y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento, y gloria. Espantábame después, cómo en llegando a este fuego (que parece viene de arriba de verdadero amor de Dios, porque aunque más lo quiera, y procure, y me deshaga por ello, si no es cuando su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no soy parte para tener una centella dél) parece que consume el hombre viejo de faltas, y tibieza, y miseria, y a manera de como hace el ave Fénix (según he leído) y de la mesma ceniza, después que se quema sale otra: ansí queda hecha otra el alma después con diferentes deseos, y fortaleza grande; no parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor. Suplicando yo a su Majestad fuese ansí, y que de nuevo comenzase a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no te se olvide para procurar mejorarte siempre.

16. Estando una vez con la mesma duda, que poco ha dije, si eran estas visiones de Dios, me apareció el Señor, y me dijo con rigor: ¡Oh hijos de los hombres, hasta cuándo seréis duros de corazón! Que una cosa examinase bien en mí, si del todo estaba dada por suya, o no: que si estaba, y lo era, que creyese no me dejaría perder. Yo me fatigué mucho de aquella exclamación; con gran ternura, y regalo me tornó a decir que no me fatigase, que ya sabía que por mí no faltaría de ponerme a todo lo que fuese su servicio, que se haría todo lo que yo quería (y ansí se hizo lo que entonces le suplicaba) que mirase el amor, que se iba en mí aumentando cada día para amarle, que en esto vería no ser demonio, que no pensase que consentía Dios tuviese tanta parte el demonio en las almas de sus siervos, y que te pudiese dar la claridad de entendimiento, y quietud, que tienes. Diome a entender, que habiéndome dicho tantas personas, y tales, que era Dios, que haría mal en no creerlo.

17. Estando una vez rezando el salmo de Quicumque vult, se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios, y tres personas, tan claro, que yo me espanté, y consolé mucho. Hízome grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios, y sus maravillas, y para cuando pienso, o se trata en la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y es mucho contento.

18. Un día de la Asumpción de la Reina de los ángeles, y Señora nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arrobamiento se me representó su subida al cielo, y el alegría, y solemnidad con que fue recibida, y el lugar a donde está. Decir cómo fue esto, yo no sabría. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo de ver tanta gloria; quedé con grandes efectos, y aprovechome para desear más pasar grandes trabajos, y quedome grande deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, y estando comulgando los hermanos de aquella casa, vi un palio muy rico sobre sus cabezas: esto vi dos veces; cuando otras personas comulgaban no lo veía.




ArribaAbajoCapítulo XL

Prosigue en la mesma materia de decir las grandes mercedes que el Señor la ha hecho. De algunas se puede tomar harto buena doctrina, que éste ha sido, según ha dicho, su principal intento después de obedecer, poner las que son para provecho de las almas. Con este capítulo se acaba el discurso de su vida que escribió: sea para gloria del Señor. Amén


1. Estando una vez en oración, era tanto el deleite que en mí sentía, que como indigna de tal bien, comencé a pensar en cómo merecía mejor estar en el lugar que yo había visto estar para mí en el infierno, que como he dicho, nunca olvido de la manera que allí me vi. Comenzose con esta consideración a inflamar más mi alma, y vínome un arrobamiento de espíritu, de suerte, que yo no lo sé decir. Pareciome estar metido, y lleno de aquella majestad, que he entendido otras veces. En esta majestad se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades; no sé yo decir cómo, porque no vi nada. Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la mesma verdad: No es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que me debes, porque todo el daño que viene al mundo, es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad: no faltará una tilde della. A mí me pareció, que siempre yo había creído esto, y que todos los fieles lo creían. Díjome: Ay hija, qué pocos me aman con verdad, que si me amasen, no les encubriría yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender, que todo es mentira lo que no es agradable a mí; con claridad verás esto, que ahora no entiendes, en lo que aprovecha a tu alma. Y ansí lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta vanidad, y mentira me parece lo que yo no veo va guiado al servicio de Dios, que no lo sabría yo decir como lo entiendo, y la lástima que me hacen los que veo con la escuridad que están en esta verdad, y con esto otras ganancias que aquí diré, y muchas no sabré decir. Díjome aquí el Señor una particular palabra de grandísimo favor. Yo no sé cómo esto fue, porque no vi nada, mas quedé de una suerte, que tampoco sé decir, con grandísima fortaleza, y muy de veras para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura divina. Paréceme, que ninguna cosa se me pornía delante, que no pasase por esto.

2. Quedome una verdad desta divina verdad, que se me representó (sin saber cómo, ni qué) esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su Majestad, y poder, de una manera que no se puede decir; sé entender que es una gran cosa. Quedome muy gran gana de no hablar, sino cosas muy verdaderas, que vayan delante de lo que acá se trata en el mundo, y ansí comencé a tener pena de vivir en él. Dejome con gran ternura, y regalo, y humildad. Paréceme que sin entender cómo me dio el Señor aquí mucho, no me quedó ninguna sospecha de que era ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosa que no sea para llegarnos más a Dios: y ansí entendí, qué cosa es andar un alma en verdad, delante de la mesma verdad. Esto que entendí, es darme el Señor a entender, que es la mesma verdad.

3. Todo lo que he dicho entendí hablándome algunas veces, y otras sin hablarme, con más claridad algunas cosas, que las que por palabras se me decían: entendí grandísimas verdades sobre esta verdad, más que si muchos letrados me lo hubieran enseñado. Paréceme, que en ninguna manera me pudieran imprimir ansí, ni tan claramente se me diera a entender la vanidad deste mundo. Esta verdad, que digo se me dio a entender, es en sí mesma verdad, y es sin principio, ni fin, y todas las demás verdades dependen desta verdad, como todos los demás amores deste amor, y todas las demás grandezas desta grandeza, aunque esto va dicho escuro, para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a entender. ¡Y cómo se parece el poder desta majestad, pues en tan breve tiempo deja tan gran ganancia, y tales cosas imprimidas en el alma! ¡Oh Grandeza, y Majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío, todo poderoso? Mirad a quién hacéis tan soberanas mercedes, no os acordáis que ha sido esta alma un abismo de mentiras, y piélago de vanidades, y todo por mi culpa, que con haberme vos dado natural de aborrecer el mentir, yo mesma me hice tratar en muchas cosas mentira. ¿Cómo se sufre, Dios mío, cómo se compadece tan gran favor y merced, a quien tan mal os lo ha merecido?

4. Estando una vez en las Horas con todas, de presto se recogió mi alma, y pareciome ser como un espejo claro toda, sin haber espaldas, ni lados, ni alto, ni bajo, que no estuviese toda clara, y en el centro della se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro, como en un espejo, y también este espejo, (yo no sé decir cómo) se esculpía todo en el mesmo Señor, por una comunicación, que yo no sabré decir, muy amorosa. Sé que me fue esta visión de gran provecho, cada vez que se me acuerda, en especial cuando acabo de comulgar. Dióseme a entender, que estar un alma en pecado mortal, es cubrirse este espejo de gran niebla, y quedar muy negro, y ansí no se puede representar, ni ver este Señor, aunque esté siempre presente dándonos el ser; y que los herejes, es como si el espejo fuese quebrado, que es muy peor que escurecido. Es muy diferente el cómo se ve, a decirse, porque se puede mal dar a entender. Mas hame hecho mucho provecho, y gran lástima de las veces que con mis culpas escurecí mi alma, para no ver este Señor.

5. Paréceme provechosa esta visión para personas de recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy interior de su alma; que es consideración que más se apega, y muy más fructuosa, que fuera de sí (como otras veces he dicho) y en algunos libros de oración está escrito, a dónde se ha de buscar a Dios: en especial lo dice el glorioso san Agustín, que ni en las plazas, ni en los contentos, ni por ninguna parte que le buscaba, le hallaba como dentro de sí. Y esto es muy claro ser mejor: y no es menester ir al cielo, ni más lejos, que a nosotros mesmos, porque es cansar el espíritu, y distraer el alma, y no con tanto fruto. Una cosa quiero avisar aquí, por si alguno la tuviere, que acaece en gran arrobamiento; que pasado aquel rato que el alma está en unión, que del todo tiene absortas las potencias (y esto dura poco, como he dicho) quedarse el alma recogida, y aun en el exterior no poder tornar en sí, mas quedan las dos potencias, memoria, y entendimiento, casi con frenesí, muy desatinadas. Esto digo que acaece alguna vez, en especial a los principios. Pienso si procede de que no puede sufrir nuestra flaqueza natural tanta fuerza de espíritu, y enflaquece la imaginación. Sé que les acaece a algunas personas. Ternía por bueno, que se forzasen a dejar por entonces la oración, y la cobrasen en otro tiempo, aquel que pierden, que no sea junto, porque podrá venir a mucho mal. Y desto hay experiencia, y de cuán acertado es mirar lo que puede nuestra salud.

6. En todo es menester experiencia, y maestro, porque llegada el alma a estos términos, muchas cosas se ofrecen, que es menester con quién tratarlo; y si buscado no le hallare, el Señor no le faltará, pues no me ha faltado a mí, siendo la que soy; porque creo hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas; y si no la hay, es por demás dar remedio sin inquietar, y afligir. Mas esto también tomará el Señor en cuenta, y por esto es mejor tratarlo, como ya he dicho otras veces, y aun todo lo que ahora digo, sino que no se me acuerda bien, y veo importa mucho, en especial si son mujeres con su confesor, y que sea tal. Y hay muchas más que hombres, a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara, y también lo he visto yo, que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba dello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres.

7. Estando una vez en oración, se me representó muy en breve (sin ver cosa formada, mas fue una representación con toda claridad) como se ven en Dios todas las cosas, y como las tiene todas en sí. Saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi alma, y es una de las grandes mercedes que el Señor me ha hecho, y de las que más me han hecho confundir, y avergonzar, acordándome de los pecados que he hecho. Creo, si el Señor fuera servido, viera esto en otro tiempo, y si lo viesen los que le ofenden, que no ternían corazón, ni atrevimiento para hacerlo. Pareciome ya, digo, sin poder afirmarme en que vi nada; mas algo se debe ver, pues yo podré poner esta comparación, sino que es por modo tan sutil, y delicado, que el entendimiento no lo debe alcanzar, o yo no me sé entender en estas visiones, que no parecen imaginarias, y en algunas algo desto debe haber, sino que como son en arrobamiento las potencias, no lo saben después formar, como allí el Señor se lo representa, y quiere que lo gocen. Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del alma en estotra visión, salvo que es por tan subida manera, que yo no lo sabré encarecer, y que todo lo que hacemos se ve en este diamante, siendo de manera, que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera desta grandeza. Cosa espantosa me fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este claro diamante, y lastimosísima cada vez que se me acuerda, ver que cosas tan feas se representaban en aquella limpieza de claridad, como eran mis pecados. Y es ansí, que cuando se me acuerda, yo no sé cómo lo puedo llevar, y ansí quedé entonces tan avergonzada, que no sabía me parece a dónde me meter. ¡Oh!, quién pudiese dar a entender esto a los que muy deshonestos, y feos pecados hacen, para que se acuerden, que no son ocultos, y que con razón los siente Dios, pues tan presentes a la majestad pasan, y tan desacatadamente nos habemos delante dél. Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran majestad, y qué tan fuera de quien él es son cosas semejantes; y ansí se ve más su misericordia, pues entendiendo nosotros todo esto nos sufre. Hame hecho considerar, si una cosa como ésta ansí deja espantada el alma, ¿qué será el día del juicio, cuando esta majestad claramente se nos mostrará, y veremos las ofensas que hemos hecho? ¡Oh, válame Dios, qué ceguedad es esta que yo he traído! Muchas veces me he espantado en esto que he escrito, y no se espante vuesa merced sino cómo vivo, viendo estas cosas, y mirándome a mí. Sea bendito por siempre quien tanto me ha sufrido.

8. Estando una vez en oración con mucho recogimiento, y suavidad, y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles, y muy cerca de Dios; comencé a suplicar a su Majestad por la Iglesia. Dióseme a entender el gran provecho que había de hacer una Orden en los tiempos postreros, y con la fortaleza que los della han de sustentar la fe.

9. Estando una vez rezando cerca del santísimo Sacramento apareciome un santo, cuya Orden ha estado algo caída: tenía en las manos un libro grande, abriole, y díjome, que leyese unas letras, que eran grandes, y muy legibles, y decían ansí: «En los tiempos advenideros florecerá esta Orden, habrá muchos mártires».

10. Otra vez estando en Maitines en el coro, se me representaron, y pusieron delante seis, o siete, me parecen serían desta mesma Orden, con espadas en las manos. Pienso que se da en esto a entender, han de defender la fe; porque otra vez estando en oración, se arrebató mi espíritu, pareciome estar en un gran campo, a donde se combatían muchos, y estos desta Orden peleaban con gran fervor. Tenían los rostros hermosos, y muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos, otros mataban: parecíame esta batalla contra los herejes. A este glorioso santo he visto algunas veces, y me ha dicho algunas cosas, y agradecídome la oración que hago por su Orden, y prometido de encomendarme al Señor. No señalo las Órdenes, si el Señor es servido se sepa, las declarará, porque no se agravien otras; mas cada Orden había de procurar, o cada una della por sí, que por sus medios hiciese el Señor tan dichosa su Orden, que en tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia le sirviesen: dichosas vidas que en esto se acabaren.

11. Rogome una persona una vez, que suplicase a Dios, le diese a entender, si sería servicio suyo tomar un obispado. Díjome el Señor, acabando de comulgar: Cuando entendiere con toda verdad, y claridad, que el verdadero señorío es, no poseer nada, entonces le podrá tomar; dando a entender, que ha de estar muy fuera de desearlo, ni quererlo, quien hubiere de tener prelacías, o al menos de procurarlas.

12. Estas mercedes, y otras muchas ha hecho el Señor, y hace muy contino a esta pecadora, que me parece, no hay para qué las decir, pues por lo dicho se puede entender mi alma, y el espíritu que me ha dado el Señor. Sea bendito por siempre, que tanto cuidado ha tenido de mí.

13. Díjome una vez consolándome, que no me fatigase (esto con mucho amor) que en esta vida no podíamos estar siempre en un ser, que unas veces tenía fervor, y otras estaría sin él; unas con desasosiegos, y otras con quietud, y tentaciones, mas que esperase en él, y no temiese.

14. Estaba un día pensando, si era asimiento darme contento estar con las personas que trato mi alma, y tenerlas amor, y a los que yo veo muy siervos de Dios, que me consolaba con ellos, me dijo: que si a un enfermo, que estaba en peligro de muerte, le parece le da salud un médico, que no era virtud dejárselo de agradecer, y no le amar. Que, ¿qué hubiera hecho, si no fuera por estas personas? Que la conversación de los buenos no dañaba, mas que siempre fuesen mis palabras pesadas, y santas, y que no los dejase de tratar, que antes sería provecho, que daño. Consolome mucho esto, porque algunas veces, pareciéndome asimiento, quería del todo no tratarlos. Siempre en todas las cosas me aconsejaba este Señor, hasta decirme cómo me había de haber con los flacos, y con algunas personas. Jamás se descuida de mí; algunas veces estoy fatigada de verme para tan poco en su servicio, y de ver que por fuerza he de ocupar el tiempo en cuerpo tan flaco, y ruin como el mío, más de lo que yo querría.

15. Estaba una vez en oración, y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores, y había de tener el vómito ordinario. Como me vi tan atada de mí, y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan fatigada, que comencé a llorar mucho, y a afligirme: esto no es sola una vez, sino como digo muchas, que me parece me daba un enojo contra mí mesma, que en forma por entonces me aborrezco; mas lo contino es entender de mí, que no me tengo aborrecida, ni falto a lo que veo me es necesario. Y plega al Señor que no tome muchas más de lo que es menester, que sí debo hacer. Esta que digo, estando en esta pena, me apareció el Señor, y regaló mucho, y me dijo, que hiciese yo estas cosas por amor dél, y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y ansí me parece, que nunca me vi en pena, después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este Señor, y consolador mío, que aunque me dejaba un poco padecer, me consolaba de manera, que no hago nada en desear trabajos; y ansí ahora no me parece hay para qué vivir, sino para esto, y lo que más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella: Señor, o morir, o padecer: no os pido otra cosa para mí: dame consuelo oír el reloj, porque me parece me llego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida.

16. Otras veces estoy de manera, que ni siento vivir, ni me parece he gana de morir, sino con una tibieza, y escuridad en todo, como he dicho, que tengo muchas veces de grandes trabajos. Y con haber querido el Señor se sepan en público estas mercedes que su Majestad me hace (como me lo dijo algunos años ha que lo habían de ser, que me fatigué yo harto, y hasta ahora no he pasado poco, como vuesa merced sabe, porque cada uno lo toma como le parece) consuelo me ha sido no ser por mi culpa, porque en no lo decir, sino a mis confesores, o a personas que sabían dellos los sabían, he tenido gran aviso, y extremo; y no por humildad, sino porque como he dicho, aun a los mesmos confesores, me daba pena decirlo. Ahora ya, gloria a Dios, aunque mucho me murmuraban, y con buen celo, y otros temen tratar conmigo, y aun confesarme, y otros me dicen hartas cosas, como entiendo que por este medio ha querido el Señor remediar algunas almas (porque lo he visto claro, y me acuerdo de lo mucho que por una sola pasara el Señor) muy poco se me da de todo. No sé si es parte para esto haberme su Majestad metido en este rinconcito tan encerrado, y a donde ya como cosa muerta, pensé no hubiera más memoria de mí, mas no ha sido tanto como yo quisiera, que forzado he de hablar algunas personas; mas como no estoy a donde me vean, parece ya fue el Señor servido echarme a un puerto, que espero en su Majestad será seguro. Por estar ya fuera de mundo, y entre poca, y santa compañía, miro como desde lo alto, y dáseme ya bien poco de que digan, ni se sepa, en más ternía se aprovechase un tantico un alma, que todo lo que de mí se puede decir, que después que estoy aquí, ha sido el Señor servido, que todos mis deseos paren en esto. Y hame dado una manera de sueño en la vida, que casi siempre me parece estoy soñando lo que veo; ni contento, ni pena que sea mucha no la veo en mí. Si alguna me dan algunas cosas, con tanta brevedad, que yo me maravillo, y deja el sentimiento, como una cosa que soñó; y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera holgarme de aquel contento, o pesarme de aquella pena, no es en mi mano, sino como lo sería a una persona discreta tener pena, o gloria de un sueño que soñó, porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello, que por no estar yo mortificada, ni muerta a las cosas del mundo, me había hecho sentimiento, y no quiere su Majestad que se torne a cegar.

17. Desta manera vivo ahora, señor, y padre mío, suplique vuesa merced a Dios, o me lleve consigo, o me dé como le sirva. Plega a su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuesa merced algún provecho, que por el poco lugar ha sido con trabajo; mas dichoso sería el trabajo, si he acertado a decir algo, que sola una vez se alabe por ello el Señor, que con esto me daría por pagada, aunque vuesa merced luego lo queme. No querría fuese sin que lo viesen las tres personas que vuesa merced sabe, pues son, y han sido confesores míos, porque si va mal, es bien pierdan la buena opinión que tienen de mí; si va bien, son buenos, y letrados, sé que verán de dónde viene, y alabarán a quien lo ha dicho por mí. Su Majestad tenga siempre a vuesa merced de su mano, y le haga tan gran santo, que con su espíritu, y luz alumbre esta miserable, poco humilde, y mucho atrevida, que se ha osado determinar a escribir en cosas tan subidas. Plega al Señor no haya en ello errado, teniendo intención, y deseo de acertar, y obedecer, y que por mí se alabase en algo el Señor (que es lo que ha muchos años que le suplico) y como me faltan para esto las obras, heme atrevido a concertar esta mi desbaratada vida; aunque no gastando en ello más cuidado, ni tiempo de lo que ha sido menester para escribirla, sino poniendo lo que ha pasado por mí, con toda la llaneza, y verdad que yo he podido. Plega al Señor, pues es poderoso, y si quiere puede, quiera que en todo acierte yo a hacer su voluntad, y no permita se pierda esta alma, que con tantos artificios, y maneras, y tantas veces ha sacado su Majestad del infierno, y traído a sí. Amén.

El Espíritu Santo sea siempre con vuesa merced. Amén. No sería malo encarecer a vuesa merced este servicio, por obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a nuestro Señor, que según lo que he pasado en verme escrita, y traer a la memoria tantas miserias mías, bien podría; aunque con verdad puedo decir, que he sentido más en escribir las mercedes que el Señor me ha hecho, que las ofensas que yo a su Majestad. Yo he hecho lo que vuesa merced me mandó en alargarme, a condición que vuesa merced haga lo que me prometió, en romper lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de escrito, cuando vuesa merced envía por él: puede ser vayan algunas cosas mal declaradas, y otras puestas dos veces, porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía: suplico a vuesa merced lo enmiende, y mande trasladar, si se ha de llevar al padre maestro Ávila, porque podría ser conocer alguien la letra. Yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que ya no me queda más para hacer lo que es en mí. En todo haga vuestra merced como le pareciere; y vea está obligado a quien ansí le fía su alma. La de vuesa merced encomendaré yo toda mi vida a nuestro Señor, por eso dese priesa a servir a su Majestad para hacerme a mí merced, pues verá vuesa merced por lo que aquí va cuán bien se emplea en darse todo, como vuesa merced lo ha comenzado, a quien tan sin tasa se nos da. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos veremos a donde más claramente vuesa merced y yo veamos las grandes que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le alabemos. Amén. Acabose este libro en junio, año de 1562.

Esta fecha se entiende de la primera vez que le escribió la madre TERESA DE JESÚS, sin distinción de capítulos. Después hizo este traslado, y añadió muchas cosas, que acontecieron después desta fecha, como es la fundación del monasterio de san José de Ávila, como en la hoja 277 parece, Fray Domingo Bañes.




ArribaAbajoEl maestro fray Luis de León al lector

Con los originales de este libro vinieron a mis manos unos papeles, escritos por la santa Madre Teresa de Jesús, en que para memoria suya, o para dar cuenta a sus confesores, tenía puestas las cosas que Dios le decía, y mercedes que le hacía, demás de las que en este libro se contienen, que me pareció ponerlas en él, por ser de mucha edificación. Y así las puse a la letra, como la Madre las escribe, que dice así:

1. Esto me dijo el Señor un día: ¿Piensas hija, que está el merecer en gozar? No está sino en obrar, y en padecer, y en amar. No habrás oído que San Pablo estuviese gozando de los gozos celestiales más de una vez, y muchas que padeció. Y ves mi vida toda llena de padecer, y solo en el monte Tabor habrás oído mi gozo. No pienses cuando ves a mi Madre, que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos, sin grave tormento; desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer. Los grandes santos que vivieron en los desiertos, como eran guiados por Dios, ansí hacían graves penitencias, y sin esto tenían grandes batallas con el demonio y consigo mesmos; mucho tiempo se pasaban sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a estos responde el amor. ¿En qué te le puedo más mostrar, que querer para ti lo que quiso para mí? Mira estas llagas, que nunca llegarán aquí tus dolores. Éste es el camino de la verdad. Ansí me ayudarás a llorar la perdición que traen los del mundo (entendiendo tú esto) que todos sus deseos, y cuidados, y pensamientos se emplean en cómo tener lo contrario. Cuando este día comencé a tener oración, estaba con tan gran mal de cabeza, que me parecía casi imposible poderla tener. Díjome el Señor: por aquí verás el premio del padecer, que como no estabas tú con salud para hablar conmigo, he yo hablado contigo y regaládote. Y es ansí cierto, que sería como hora y media, poco menos, el tiempo que estuve recogida. En él me dijo las palabras dichas, y todo lo demás, ni yo me divertía, ni sé a dónde estaba. Y con tan gran contento, que no sé decirlo, quedome buena la cabeza, que me ha espantado, y harto deseo de padecer. También me dijo que trajese mucho en la memoria las que dijo a sus Apóstoles, que lo había de ser más el siervo que el Señor.

2. Un día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera, que aun no podía pasar la Forma, y teniéndomela en la boca, verdaderamente me pareció, cuando torné un poco en mí, que toda la boca se me había henchido de sangre; y parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta della, como si entonces acabara de derramarla el Señor; me parece estaba caliente, era excesiva la suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con gran deleite como ves; bien te pago el deleite que me inicias este día». Esto dijo, porque ha más de treinta años que no comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según ahora veo. Y ansí hacía unas consideraciones bobas, debíalas admitir el Señor; porque ésta es de las visiones que yo tengo por muy ciertas, y ansí para la comunión me ha quedado aprovechamiento.

3. Había leído en un libro, que era imperfección tener imágenes curiosas, ansí quería no tener en la celda una que tenía. Y también antes que leyese esto, me parecía pobreza tener ninguna, sino de papel, y como después leí esto, ya no las tuviera de otra cosa. Y entendí del Señor esto que diré, estando descuidada de ello: que no era buena mortificación; que cuál era mejor: ¿la pobreza o la caridad? Que pues era mejor el amor, que todo lo que me despertase a él, no lo dejase, ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas en las imágenes, decía el libro, y no la imagen. Que lo que el demonio hacía con los luteranos, era y quitarles todos los medios para más despertar, y ansí iban perdidos. Mis fieles, hija, han de hacer ahora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen.

4. Estando pensando una vez, con cuanta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos, debo andar mal, y con muchas faltas, entendí: «No puede ser menos, hija, procura siempre en todo recta intención, y desasimiento, y mírame a mí, que lo que hicieres conforme a lo que yo hice».

5. Estando pensando, qué sería la causa de no tener ahora casi nunca arrobamiento en público, entendí: «No conviene ahora, bastante crédito tienes para lo que yo pretendo: vamos mirando la flaqueza de los maliciosos».

6. Estando con temor un día23 de si estaba en gracia, o no, me dijo: «Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas, yo soy fiel, nadie se perderá sin entenderlo. Engañarse ha quien se asegurare por regalos espirituales: la verdadera seguridad es el testimonio de la buena conciencia. Mas nadie piense que por sí puede estar en luz, ansí como no podría hacer que no viniese la noche natural, porque depende de mi gracia. El mejor remedio que puede haber para detener la luz, es entender el alma, que no puede nada por sí, y que le viene de mí: porque aunque esté en ella, en un punto que yo me aparte, verná la noche. Ésta es la verdadera humildad, conocer el alma lo que puede, y lo que yo puedo. No dejes de escribir los avisos que te doy, porque no se te olviden, pues quieres poner por escrito los de los hombres».

7. La víspera de san Sebastián, el primer año que vine al monasterio de la Encarnación a ser priora, comenzando la Salve, vi en la silla prioril, a donde está puesta nuestra Señora, abajar con gran multitud de ángeles a la madre de Dios, y ponerse allí; a mi parecer no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Pareciome se parecía algo a la imagen que me dio la condesa, aunque fue de presto el poderla determinar, por suspenderme luego mucho. Parecíanme encima de las coronas de las sillas, y sobre los antepechos muchos ángeles, aunque no con forma corporal, que era visión intelectual. Estuve ansí toda la Salve, y díjome: «Bien acertaste en ponerme aquí, yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi hijo, y se las presentaré».

8. Como una tarde se fuese mi confesor con mucha priesa, llamado de otras ocupaciones que tenía más necesarias, yo quedé un rato con pena, y tristeza, y como criatura de la tierra no me parece me tiene asida, diome algún escrúpulo, temiendo no comenzase a perder esta libertad. Esto fue a la tarde, y a la mañana otro día, respondiome nuestro Señor a ello, y díjome que no me maravillase, que ansí como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sensuales, ansí el alma desea (cuando hay quien la entienda) comunicar sus gozos, y penas, y se entristece de no tener con quien. Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que había dicho a mi confesor, que pasaban de presto estas visiones; y díjome, que había diferencia desto a las imaginarias, y que no podía en las mercedes que nos hacía haber regla cierta; porque unas veces convenía de una manera, y otras de otra.

9. Un día después de comulgar, me parece clarísimamente se puso cabe mí nuestro Señor, y comenzome a consolar con grandes regalos, y díjome entre otras cosas: «Vesme aquí hija, que yo soy, muestra tus manos»; y parecíame que me las tornaba, y llegaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas, no estás sin mí; pasa la brevedad de la vida»24. En algunas cosas que me dijo entendí, que después que subió a los cielos, nunca abajó a la tierra, si no es en el santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie. Díjome, que en resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo, y que había estado mucho con ella, porque había sido menester.

10. Una mañana, estando en oración, tuve un gran arrobamiento, y parecíame que nuestro Señor me había llevado el espíritu junto a su Padre, y díchole: «Esta que me diste te doy», y parecíame que me llegaba a sí. Esto no es cosa imaginaria, sino con una certeza grande, y una delicadeza tan espiritual, que no se sabe decir: díjome algunas palabras, que no se me acuerdan, de hacerme merced eran algunas. Duró algún espacio tenerme cabe sí.

11. Acabando de comulgar, segundo día de Cuaresma en san José de Malagón, se me representó nuestro señor Jesucristo en visión imaginaria como suele, y estando yo mirándole, vi que en la cabeza, en lugar de corona de espinas, en toda ella (que debía ser a donde hicieron llaga) tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy devota deste paso, consolome mucho, y comencé a pensar, que gran tormento debía ser, pues había hecho tantas heridas, y a darme pena. Díjome el Señor, que no le hubiese lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le daban. Yo le dije, que qué podía hacer para remedio desto, que determinada estaba a todo. Díjome: Que no era ahora tiempo de descansar, sino que me diese priesa a hacer estas casas, que con las almas dellas tenía él descanso. Que tomase cuantas me diesen, porque había muchas que por no tener a donde, no le servían, y que las que hiciese en lugares pequeños, fuesen como ésta, que tanto podían merecer con deseo de hacer lo que en las otras, y que procurase anduviesen todas debajo de un gobierno de prelado, y que pusiese mucho, que por cosa de mantenimiento corporal no se perdiese la paz interior, que él nos ayudaría, para que nunca faltase. En especial tuviesen cuenta con las enfermas, que la prelada que no proveyese, y regalase a la enferma, era como los amigos de Job, que él daba el azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la paciencia. Que escribiese la fundación destas casas. Yo pensaba cómo en la de Medina, nunca había entendido nada para escribir su fundación. Díjome, que qué más quería de ver que su fundación había sido milagrosa. Quiso decir, que haciéndolo solo él, pareciendo ir sin ningún camino, yo me determiné a ponerlo por obra.

12. El martes después de la Ascensión, habiendo estado un rato en oración, después de comulgar con pena, porque me divertía de manera, que no podía estar en una cosa, quejábame al Señor de nuestro miserable natural. Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la santísima Trinidad en visión intelectual, a donde entendió mi alma por cierta manera de representación, como figura de la verdad, para que lo pudiese entender mi torpeza, como es Dios trino, y uno; y ansí me parecía hablarme todas tres personas, y que se representaban dentro en mi alma distintamente, diciéndome, que desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que cada una destas personas me hacía merced: en la caridad, en padecer con contento, en sentir esta caridad con encendimiento en el alma. Entendí aquellas palabras que dice el Señor, que estarán con el alma que está en gracia las tres divinas personas. Estando yo después agradeciendo al Señor tan gran merced, hallándome indignísima della, decía a su Majestad con harto sentimiento, qué pues me había de hacer semejantes mercedes, que por qué había dejádome de su mano, para que fuese tan ruin. (Porque el día antes había tenido gran pena por mis pecados, teniéndolos presentes.) Vi aquí claro lo mucho que el Señor había puesto de su parte desde que era muy niña, para llegarme a sí con medios harto eficaces, y como todos no me aprovecharon. Por donde claro se me representó el excesivo amor que Dios nos tiene en perdonar todo esto, cuando nos queremos tornar a él, y más conmigo, que con nadie, por muchas causas. Parece quedaron en mi alma tan imprimidas aquellas tres personas que vi, siendo un solo Dios, que a durar ansí, imposible sería dejar de estar recogida con tan divina compañía. Una vez poco antes desto, yendo a comulgar, estando la Forma en el relicario, que aún no se me había dado, vi una manera de paloma, que meneaba las alas con ruido. Turbome tanto, y suspendiome, que con harta fuerza tomé la Forma. Esto era todo en san José de Ávila, donde también una vez entendí: «Tiempo verná, que en esta iglesia se hagan muchos milagros, llamarla han Iglesia santa». Esto entendí en san José de Ávila, año de mil quinientos y setenta y uno.

13. Estando un día pensando, si tenían razón los que les parecía mal, que yo saliese a fundar, y que estaría yo mejor empleándome siempre en oración, entendí: «Mientras se vive no está la ganancia en procurar gozarme más, sino en hacer mi voluntad». Pareciome a mí, que pues san Pablo dice del encerramiento de las mujeres (que me lo han dicho poco ha, y aun antes lo había oído) que esto sería la voluntad de Dios, y díjome: «Diles, que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, ¿y qué si podrán por ventura atarme las manos?».

14. Estando yo un día después de la Octava de la Visitación, encomendando a Dios un hermano mío, en una ermita del monte Carmelo, dije al Señor (no sé si en mi pensamiento, porque está este mi hermano a donde tiene peligro su salvación): «Si yo viera, Señor, un hermano vuestro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Parecíame a mí no me quedara cosa que pudiera por hacer». Díjome el Señor: «¿Oh hija, hija, hermanas son mías estas de la Encarnación, y te detienes? Pues ten ánimo, mira que lo quiero yo, y no es tan dificultoso como te parece, y por donde piensas perderán estotras cosas, ganará lo uno, y lo otro; no resistas, que es grande mi poder».

15. Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía una persona muy religiosa, y cómo yo pudiera haber hecho más (según los deseos me ha dado alguna vez el Señor de hacerla) si no fuera por obedecer a los confesores, ¿qué si sería mejor no los obedecer de aquí adelante en eso? me dijo: «Eso no, hija, buen camino llevas, y seguro. ¿Ves toda la penitencia que haces?, en más tengo tu obediencia».

16. Una vez estando en oración me mostró por una manera de visión intelectual, cómo estaba el alma que está en gracia, en cuya compañía vi por visión intelectual la Santísima Trinidad, de cuya Compañía venía a aquel alma un poder que señoreaba toda la tierra. Diéronseme a entender aquellas palabras de los Cantares, que dicen: Dilectus meus descendit in hortum suum. Mostrome también cómo está el alma que está en pecado, sin ningún poder, sino como una persona que estuviese del todo atada, y liada, y atapados los ojos, que aunque quiere ver, no puede, ni andar, ni oír, y en gran escuridad. Hiciéronme tanta lástima las almas que están ansí, que cualquier trabajo me parece ligero por librar una. Pareciome, que a entender esto como yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer ninguno perder tanto bien, ni estar en tanto mal.

17. Estando en la Encarnación, el segundo año que tenía el priorato, Octava de san Martín, estando comulgando, partió la Forma el padre fray Juan de la Cruz (que me daba el santísimo Sacramento) para otra hermana: yo pensé que no era falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho, que gustaba mucho cuando eran grandes las Formas; no porque no entendía no importaba para dejar de estar entero el Señor, aunque fuese muy pequeño pedacito. Díjome su Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de mí». Dando a entender, que no importaba. Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y diome su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido, de aquí adelante, no solo como de Criador, y como de Rey, y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya, y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor: que o ensanchase mi bajeza, o no me hiciese tanta merced, porque cierto no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve ansí todo el día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor confusión, y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes.

18. Estando en el monasterio de Toledo, y aconsejándome algunos, que no diese el enterramiento dél, a quien no fuese caballero, díjome el Señor: «Mucho te desatinará, hija, si ignoras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí pobre, y despreciado dél: ¿por ventura serán los grandes del mundo, grandes delante de mí, o habéis vosotras de ser estimadas por linajes, o por virtudes?»

19. Un día me dijo el Señor: «Siempre deseas los trabajos, y por otra parte los rehúsas; yo dispongo las cosas conforme a lo que sé de tu voluntad, y no conforme a tu sensualidad, y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: he querido que ganes tú esta corona; en tus días verás muy adelantada la Orden de la Virgen». Esto entendí del Señor mediado hebrero, año de 1571.

20. Estando en san José de Ávila, víspera de pascua del Espíritu Santo, en la ermita de Nazareth, considerando en una grandísima merced, que nuestro Señor me había hecho en tal día como éste, veinte años había, poco más, o menos, me comenzó un ímpetu, y hervor grande de espíritu, que me hizo suspender. En este gran recogimiento entendí de nuestro Señor lo que ahora diré: Que dijese a estos padres Descalzos de su parte, que procurasen guardar cuatro cosas, y que mientras las guardasen, siempre iría en más crecimiento esta religión, y cuando en ellas faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. La primera, que las cabezas estuviesen conformes. La segunda, que aunque tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos frailes. La tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La cuarta, que enseñasen más con obras, que con palabras. Esto fue año de 1579. Y porque es gran verdad, lo firmé de mi nombre.

Teresa de Jesús.