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ArribaAbajoCapítulo XL

Dice cómo, si procuramos siempre andar en amor, y temor, iremos seguros entre tantas tentaciones


1. Pues buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa. El que podemos tener, hijas, y nos dio su Majestad, es amor, y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos, el temor nos hará ir mirando a dónde ponemos los pies, para no caer en camino a donde hay tanto en qué tropezar, como caminamos todos los que vivimos, y con esto a buen seguro que no seamos engañadas. Direisme, que en qué veréis que tenéis estas virtudes tan grandes, y tenéis razón, porque cosa muy cierta, y determinada no la puede haber; porque siéndolo de que tenemos amor, lo estaríamos de que estamos en gracia.

2. Mas mirad, hermanas, hay unas señales que parece que los ciegos las ven, no están secretas, aunque no queráis entenderlas, ellas dan voces, que hacen mucho ruido; porque no son muchos los que con perfección las tienen, y ansí se señalan más. Como quien no dice nada, amor, y temor de Dios. Son dos castillos fuertes, de donde se da guerra al mundo, y a los demonios. Los que de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre, y los favorecen, y defienden; no aman sino verdades, y cosas que sean dignas de amar.

3. ¿Pensáis que es posible los que muy de veras aman a Dios, amar vanidades, ni riquezas, ni cosa del mundo, ni deleites, ni honras? Ni tienen contiendas, ni andan con envidias, todo porque no pretenden otra cosa sino contentar al amado: andan muriendo, porque los ame, y ansí ponen la vida en entender cómo le agradarán más. Que el amor de Dios, si de veras es amor, es imposible esté muy encubierto: si no mirad un san Pablo, una Madalena, en tres días el uno comenzó a entenderse que estaba enfermo de amor (éste fue san Pablo) la Madalena desde el primero día: ¡y cuán bien entendido! Que esto tiene, que hay más, y menos, y ansí se da a entender; como la fuerza que tiene el amor, si es poco, dase a entender poco; si es mucho: mas poco, o mucho, como haya amor de Dios, siempre se entiende. Mas de lo que ahora tratamos (que es de los engaños, e ilusiones que hace el demonio a los contemplativos) no hay poco en ellos, siempre es el amor mucho, o ellos no serán contemplativos; y ansí no se da a entender mucho, y de muchas maneras. Es fuego grande, no puede sino dar gran resplandor; y si esto no hay, anden con gran recelo, crean36 que tienen bien que temer, procuren entender qué es, y hagan oraciones, anden con humildad, y supliquen al Señor no los traiga en tentación, que cierto a no haber esta señal, yo temo que andamos en ella; mas andando con humildad, procurando saber la verdad, sujetas al confesor, y tratando con él con verdad, y llaneza, como está dicho, fiel es el Señor. Creed, que si no andáis con malicia, ni tenéis soberbia, con lo que el demonio os pensare dar la muerte, os da la vida, aunque más cocos, e ilusiones os quiera hacer.

4. Mas si sentís este amor de Dios, que tengo dicho, y el temor que ahora diré, andad alegres, y quietas, que por haceros turbar el alma, para que no goce tan grandes bienes, os porná el demonio mil temores falsos, y hará que otros os los pongan; porque ya que no puede ganaros, al menos procura hacernos algo perder, y que pierdan los que pudieran ganar mucho, creyendo son de Dios las mercedes tan grandes a una criatura tan ruin, y que es posible hacerlas, que parece algunas veces tenemos olvidadas sus misericordias antiguas.

5. ¿Pensáis que le importa poco al demonio poner estos temores? No, sino mucho, porque hace dos daños: el uno, que atemoriza a los que lo oyen de llegarse a la oración, pensando que han de ser también engañados: el otro, que se llegarían muchos más a Dios, viendo que es tan bueno, como he dicho, que es posible comunicarse ahora tanto con los pecadores. Póneles codicia, y tienen razón, que yo conozco algunas personas, que esto les animó, y comenzaron oración, y en poco tiempo salieron verdaderos, haciéndoles el Señor grandes mercedes. Ansí que, hermanas, cuando entre vosotras viéredes alguna a quien el Señor las haga, alabadle mucho por ello, y no por eso penséis que está segura, antes la ayudad con más oración, porque nadie lo puede estar mientras vive, y anda engolfado en los peligros deste mar tempestuoso.

6. Ansí, que no dejaréis de entender este amor a donde está, ni sé cómo se puede encubrir. Pues si amamos acá a las criaturas, dicen ser imposible, y que mientras más hacen por encubrirle, más se descubre, siendo cosa tan baja, que no merece nombre de amor, porque se funda en no nada, y es asco poner esta comparación: y ¿habíase de poder encubrir un amor tan fuerte como el de Dios? ¿Tan justo, que siempre va creciendo, teniendo tanto que amar, que no ve cosa para dejar de amar; fundado sobre tal cimiento, como es ser pagado con otro amor, que ya no puede dudar dél, por estar mostrado tan al descubierto con tan grandes dolores, y trabajos, y derramamiento de sangre, hasta perder la vida, porque no nos quedase ninguna duda deste amor? ¡Oh válame Dios, qué cosa tan diferente debe ser el un amor del otro, a quien lo ha probado! Plega a su Majestad nos le dé a entender antes que nos saque desta vida: porque será gran cosa a la hora de la muerte, ver que vamos a ser juzgadas, de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguras podremos ir con el pleito de nuestras deudas, no será ir a tierra extraña, sino propia; pues es a la de quien tanto amamos, y nos ama, que esto tiene mejor (con todo lo demás) que los quereres de acá, que en amándole estamos bien seguro que nos ama.

7. Acordaos, hijas mías, aquí de la ganancia que trae este amor consigo, y de la pérdida que es no le tener, que nos pone en manos del tentador, en manos tan crueles, manos tan enemigas de todo bien, y tan amigas de todo mal. ¿Qué será de la pobre alma, que acabada de salir de tales dolores, y trabajos, como son los de la muerte, cae luego en ellas? ¡Qué mal descanso le viene! ¡Qué despedazada irá al infierno! ¡Qué multitud de serpientes de diferentes maneras! ¡Qué temeroso lugar! ¡Qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una mala posada se sufre mal, si es persona regalada (que son los que más deben de ir allá) pues posada para siempre sin fin, ¿qué pensáis sentirá aquella triste alma? Que no queramos regalos, hijas, bien estamos aquí; todo es una noche la mala posada: alabemos a Dios, esforcémonos a hacer penitencia en esta vida. Mas ¡qué dulce será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de ir al purgatorio! Como desde acá aun podría ser que comience a gozar de la gloria. No verá en sí temor, sino toda paz; y que no lleguemos a esto, siendo posible, gran cobardía será: supliquemos a Dios, si vamos a recibir luego penas, sea a donde con esperanza de salir dellas, las llevemos de buena gana, y a donde no perdamos su amistad, y gracia, y que nos la dé en esta vida, para no andar en tentación, sin que lo entendamos.




ArribaAbajoCapítulo XLI

Que habla del temor de Dios, y cómo nos hemos de guardar de pecados veniales


1. ¿Cómo me he alargado? Pues no tanto como quisiera, porque es cosa sabrosa hablar con tal amor; ¿qué será tenerle? ¡Oh Señor mío!, dádmele vos, no vaya yo desta vida, hasta que no quiera cosa della, ni sepa qué cosa es amar fuera de vos, ni acierte a poner este nombre en nadie, pues todo es falso, pues lo es el fundamento, y ansí no durará el edificio. No sé porqué nos espantamos, cuando oyo decir, aquel me pagó mal, estotro no me quiere, yo me río entremí. ¿Qué os ha de pagar, ni qué os ha de querer? En esto veréis quién es el mundo, que en ese mesmo amor os da después el castigo: y eso que es lo que os deshace, porque siente mucho la voluntad de que la hayáis traído embebida en juego de niños.

2. Ahora vengamos al temor de Dios, aunque se me hace mal no hablar en este amor del mundo un rato, porque os librárades dél para siempre: mas porque salgo de propósito lo habré de dejar. El temor de Dios es cosa también muy conocida de quien le tiene, y de los que le tratan; aunque quiero entendáis, que a los principios no está tan crecido, si no es en algunas personas, a quien (como he dicho) da el Señor en breve tanto, y las sube a tan altas cosas de oración, que desde luego se entiende bien. Mas a donde no van las mercedes en este crecimiento, que como he dicho, en una llegada deja un alma rica de todas las virtudes, vase creciendo poco a poco, y vase aumentando el valor, y creciendo más cada día. Aunque desde luego se entiende, porque luego se apartan de pecados, y de las ocasiones, y de malas compañías, y se ven otras señales. Mas cuando ya llega el alma a contemplación (que es de lo que más ahora aquí tratamos) el temor de Dios también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado aun en lo exterior. Aunque con mucho aviso se miren estas personas, no las verán andar descuidadas, que por grande que le tengamos en mirarlas, las tiene el Señor de manera, que si gran interese se les ofrece, no harán de advertencia un pecado venial: los mortales temen como al fuego. Y éstas son las ilusiones que yo querría, hermanas, que temiésemos mucho, y supliquemos siempre a Dios, no sea tan recia la tentación que le ofendamos, sino que nos venga conforme a la fortaleza que nos ha de dar para vencerla. Esto es lo que hace al caso, este temor es el que yo deseo, que nunca se quite de nosotras, que es lo que nos ha de valer.

3. ¡Oh, que es gran cosa no tener ofendido al Señor, para que sus esclavos infernales estén atados, que en fin, todos le han de servir, aunque les pese, sino que ellos es por fuerza, y nosotros de toda voluntad! Ansí, que teniéndole contento, ellos estarán a raya, no harán cosa con que nos puedan dañar, aunque más nos traigan en tentación, y nos armen lazos secretos. En lo interior tened esta cuenta, y aviso, que importa mucho; que no descuidéis, hasta que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor, que perderíades mil vidas antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos de advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos? Mas hay una advertencia muy pensada, y otra tan de presto, que casi haciéndose el pecado venial, y advirtiéndose es todo uno, que no nos podemos entender. Mas pecado muy de advertencia, por muy chico que sea, Dios nos libre dél, que yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento, como es ir contra un tan gran Señor, aunque sea en muy poca cosa: cuanto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad, y viendo que nos está mirando, que esto me parece a mí es pecado sobre pensado, y como quien dice: «Señor, aunque os pese haré esto, ya veo que lo veis, y sé que no lo queréis, y lo entiendo; mas quiero más seguir mi antojo, y apetito, que no vuestra voluntad». ¿Y qué en cosa desta suerte hay poco? A mí no me parece leve la culpa, sino mucha, y muy mucha.

4. Mirad, por amor de Dios, hermanas, si queréis ganar este temor de Dios, que va mucho entender, cuán grave cosa es ofensa de Dios, y tratarlo en vuestros pensamientos muy ordinario, que nos va la vida, y mucho más tener arraigada esta virtud en nuestras almas, y hasta que le tengáis, es menester andar siempre con mucho cuidado, y apartarnos de todas las ocasiones, y compañías, que no nos ayuden a llegarnos más a Dios. Tener gran cuenta con todo lo que hacemos, para doblar en ello vuestra voluntad; y cuenta con que lo que se hablare vaya con edificación: huir de donde hubiere pláticas que no sean de Dios.

5. Ha menester mucho para arraigar, y para que quede muy impreso en este temor, aunque si de veras hay amor, presto se cobra: mas en teniendo el alma visto en sí con gran determinación, como he dicho, por cosa criada no hará una ofensa de Dios, aunque después se caiga alguna vez (porque somos flacos, y no hay que fiar de nosotros, cuando más determinados, menos confiados de nuestra parte, que de donde ha de venir la confianza, ha de ser de Dios) no se desanime, sino procure luego pedir perdón. Cuando esto que he dicho entendamos de nosotros, no es menester andar tan encogidos, ni apretados, que el Señor nos favorecerá, y ya la costumbre nos será ayuda para no ofenderle, sino andar con una santa libertad, tratando con quien fuere justo, aunque sean distraídas; porque las que antes que tuviésedes este verdadero temor de Dios, os fueran tósigo, y ayuda para matar el alma, muchas veces después os la harán para amar a Dios, y alabarle, porque os libró de aquello que veis ser de notorio peligro. Y si antes fuéredes parte para ayudar a sus flaquezas, ahora lo seréis, para que se vayan a la mano en ellas, por estar delante de vos, que sin quereros hacer honra acaece esto.

6. Yo alabo al Señor muchas veces, y pensando de dónde verná, porque sin decir palabra, muchas veces un siervo de Dios ataja las palabras que se dicen contra él: debe ser, que ansí como acá, si tenemos un amigo siempre se tiene respeto, si es en su ausencia, a no hacerle agravio delante dél, que saben que lo es: y como aquí está en gracia, la mesma gracia debe hacer, que por bajo que sea se le tenga respeto, y no le den pena en cosa que tanto entiende ha de sentir como ofender a Dios. El caso es, que yo no sé la causa, mas de que es muy ordinario esto. Ansí que no os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno, y a las veces dan en ser escrupulosa, y veisla aquí inhabilitada para sí, y para los otros: ya que no dé en esto será buena para sí, mas no llegará muchas almas a Dios, como ven tanto encogimiento, y apretura. Es tal nuestro natural, que las atemoriza, y ahoga, y aun se les quita la gana (por no verse en semejante apretura) de llevar el camino que vos lleváis, aunque conocen claro ser de más virtud.

7. Y viene otro daño de aquí, que en juzgar a otros (como no van por vuestro camino, sino con más santidad por aprovechar el prójimo, tratan con libertad, y sin esos encogimientos) luego os parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa, parecerá disolución; en especial en las que no tenemos letras, ni sabemos en lo que se puede tratar sin pecado, es muy peligrosa cosa; y aun andar en tentación contina (y muy de mala digestión, porque es un perjuicio del prójimo) y pensar, que si no van todos por el modo que vos encogidamente, no van tan bien, es malísimo. Y hay otro daño, que en algunas cosas que habéis de hablar, y es razón habléis, por miedo de no exceder en algo, no osaréis, sino por ventura decir bien de lo que sería muy bien abominásedes.

8. Ansí que, hermanas, todo lo que pudiéredes sin ofensa de Dios, procurad ser afables, y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación, y deseen vuestra manera de vivir, y tratar, y no se atemoricen, y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto, mientras más santas, más conversables con sus hermanas, que aunque sintáis mucha pena (si no van sus pláticas todas, como vos las querríades hablar) nunca os extrañéis dellas, y ansí aprovecharéis, y seréis amadas. Que mucho hemos de procurar ser afables, y agradar, y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas.

9. Ansí que, hijas mías, procurad entender de Dios en verdad, que no mira tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis que se os encoja el ánima, y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada (como tengo dicho) de no ofender a Dios, no dejéis arrinconar vuestra alma, que en lugar de procurar santidad, sacará muchas imperfecciones, que el demonio le porná por otras vías, y como he dicho, no aprovechará a sí, y a las otras tanto como pudiera. Veis aquí como con estas dos cosas, amor, y temor de Dios, podemos ir por este camino sosegados, y quietos, aunque (como el temor ha de ir siempre delante) no descuidados, que esta seguridad no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería gran peligro, y ansí lo entendió nuestro Enseñador, que en el fin desta oración dice a su Padre estas palabras, como quien entendió bien, que eran menester.




ArribaAbajoCapítulo XLII

En que trata destas postreras palabras: Sed libera nos a malo


1. Paréceme tiene razón el buen Jesús, de pedir al Padre nos libre de mal (esto es, de los peligros, y trabajos desta vida) por lo que toca a esta vida, porque en cuanto vivimos, corremos muchos riesgos; y por lo que toca a sí, porque ya vemos cuán cansado estaba desta vida, cuando dijo en la Cena a sus Apóstoles: «con deseo he deseado cenar con vosotros», que era la postrera cena de su vida, a donde se ve cuán sabrosa le era la muerte. Y ahora no se cansarán los que han cien años, sino siempre con deseo de vivir; mas a la verdad no la pasamos tan mal, ni con tantos trabajos, como su Majestad la pasó, ni tan pobremente. ¿Qué fue toda su vida, sino una contina muerte, siempre trayendo la que le habían de dar tan cruel delante de los ojos? Y esto era lo menos, mas tantas ofensas como veía se hacían a su Padre, y tanta multitud de almas como se perdían. Pues si acá, a una que tenga caridad le es esto gran tormento, ¿qué sería en la caridad sin tasa, ni medida deste Señor? Y qué gran razón tenía de suplicar al Padre, que le librase ya de tantos males, y trabajos, y le pusiese en descanso para siempre en su reino, pues era verdadero heredero dél. Y ansí añadió «Amén»: que en él entiendo yo, que pues con él se acaban todas las cosas, pidió al Padre el Señor, que seamos librados de todo mal para siempre, pues no me desquito de lo que debo, sino que puede ser por ventura cada día me adeudo más. Y lo que no se puede sufrir, Señor, es no poder saber cierto que os amo, ni si son aceptos mis deseos delante de vos.

2. ¡Oh Señor, y Dios mío, libradme ya de todo mal, y sed servido de llevarme a donde están todos los bienes! ¿Qué esperan ya aquí aquellos a quien vos habéis dado algún conocimiento de lo que es el mundo, y tienen viva fe de lo que el Padre Eterno les tiene guardado? El pedir esto con deseo grande, y toda determinación, por gozar de Dios, es un gran efeto para los contemplativos, de que las mercedes que en la oración reciben son de Dios. Ansí, que los que lo tuvieren, ténganlo en mucho: el pedirlo yo, no es por esta vía, digo que no se tome por esta vía sino que como he tan mal vivido, temo ya de más vivir, y cánsanme tantos trabajos.

3. Los que participan de los regalos de Dios, no es mucho que deseen estar a donde no los gocen a sorbos, y que no quieran estar en vida, a donde tantos embarazos hay para gozar de tanto bien, y que deseen estar a donde no se les ponga el sol de justicia. Haráseles todo escuro, cuanto acá después ven, y de cómo viven me espanto. No debe ser contento, quien ha comenzado a gozar, y le han dado ya acá prendas de su reino, a donde no ha de vivir por su voluntad, sino por la del rey.

4. ¡Oh cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte! ¡Cuán diferentemente se inclina aquí nuestra voluntad a lo que es la voluntad de Dios! Ella quiere queramos la verdad, nosotros queremos la mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos inclinamos a lo que se acaba: quiere queramos cosas grandes, y subidas; acá queremos bajas, y de tierra: querría quisiésemos sólo lo seguro, acá amamos lo dudoso. Que es burla, hijas, sino suplicar a Dios nos libre para siempre de todo mal. Y aunque no vamos en el deseo con tanta perfección, esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos a poderoso? Vergüenza sería pedir a un gran emperador un maravedí. Y para que acertemos, dejemos a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada la nuestra, y sea para siempre santificado su nombre en los cielos, y en la tierra, y en mí sea siempre hecha su voluntad. Amén.

5. Ahora mirad, hermanas, cómo el Señor me ha quitado de trabajo, enseñando a vosotras, y a mí, el camino que comencé a deciros, dándome a entender lo mucho que pedimos, cuando decimos esta oración evangelical. Sea bendito por siempre, que es cierto que jamás vino a mi pensamiento, que había tan grandes secretos en ella, que ya habéis visto que encierra en sí todo el camino espiritual, desde el principio, hasta engolfar Dios el alma, y darla abundosamente a beber de la fuente de agua viva, que dije estaba al fin del camino: y es ansí, que salida della, digo esta oración, no sé ya más ir adelante. Parece nos ha querido el Señor dar a entender, hermanas, la gran consolación que está aquí encerrada, y que es gran provecho para las personas que no saben leer: si lo entendiesen por esta oración, podían sacar mucha doctrina, y consolarse en ella.

6. Pues deprendamos, hermanas, de la humildad con que nos enseña este buen Maestro, y suplicadle me perdone, que me he atrevido a hablar en cosas tan altas, pues ha sido por obediencia. Bien sabe su Majestad, que mi entendimiento no es capaz para ello, si él no me enseñara lo que he dicho. Agradecéselo vosotras, hermanas, que debe haberlo hecho por la humildad con que me lo pedistes, y quisistes ser enseñadas de cosa tan miserable. Si el padre presentado fray Domingo Báñez, que es mi confesor (a quien le daré antes que le veáis) viere que es para vuestro aprovechamiento, y os lo diere, consolarme he que os consoléis: si no estuviere para que nadie le vea, tomaréis mi voluntad, que con la obra he obedecido a lo que me mandastes; que yo me doy por bien pagada del trabajo que he tenido en escribir, que no por cierto en pensar lo que he dicho. Bendito sea, y alabado el Señor por siempre jamás, de donde nos viene todo el bien que hablamos, y pensamos, y hacemos. Amén. Amén.






ArribaAbajoAvisos de la Santa Madre Teresa de Jesús para sus monjas

  1. La tierra que no es labrada, llevará abrojos, y espinas, aunque sea fértil; ansí el entendimiento del hombre
  2. De todas las cosas espirituales decir bien, como de religiosos, sacerdotes, y ermitaños.
  3. Entre muchos, siempre hablar poco.
  4. Ser modesta en todas las cosas que hiciere, y tratare.
  5. Nunca porfiar mucho, especial en cosas que va poco.
  6. Hablar a todos con alegría moderada.
  7. De ninguna cosa hacer burla.
  8. Nunca responder a nadie sin discreción, y humildad, y confusión de sí mesma.
  9. Acomodarse a la complexión de aquel con quien trata; con el alegre, alegre; y con el triste, triste: en fin hacerse todo a todos, para ganarlos a todos.
  10. Nunca hablar sin pensarlo bien, y encomendarlo mucho a nuestro Señor, para que no hable cosa que le desagrade.
  11. Jamás excusarse, sino en muy probable causa.
  12. Nunca decir cosa suya digna de loor, como de su ciencia, virtudes, linaje, si no tiene esperanza que habrá provecho; y entonces sea con humildad, y con consideración, que aquellos dones son de la mano de Dios.
  13. Nunca encarecer mucho las cosas, sino con moderación decir lo que siente.
  14. En todas las pláticas, y conversaciones, siempre mezcle algunas cosas espirituales, y con esto se evitarán palabras ociosas, y murmuraciones.
  15. Nunca afirme cosa sin saberla primero.
  16. Nunca se entremeta a dar su parecer en todas las cosas, si no se lo piden, o la caridad lo demanda.
  17. Cuando alguno hablare cosas espirituales, óyalas con humildad, y como discípulo37, y tome para sí lo bueno que dijere.
  18. A tu superior, y confesor descubre todas tus tentaciones, e imperfecciones, y repugnancias, para que te dé consejo, y remedio para vencerlas.
  19. No estar fuera de la celda, ni salir sin causa, y a la salida pedir favor a Dios, para no ofenderle.
  20. No comer, ni beber, sino a las horas acostumbradas, y entonces dar muchas gracias a Dios.
  21. Hacer todas las cosas, como si realmente estuviese viendo a su Majestad, y por esta vía gana mucho una alma.
  22. Jamás de nadie oigas, ni digas mal, sino de ti mesma; y cuando holgares desto, vas bien aprovechando.
  23. Cada obra que hicieres, dirígela a Dios, ofreciéndosela, y pídele que sea para su honra, y gloria.
  24. Cuando estuvieres alegre, no sea con risas demasiadas, sino con alegría humilde, modesta, afable, y edificativa.
  25. Siempre te imagina sierva de todos, y en todos considera a Cristo nuestro Señor, y ansí le ternás respeto, y reverencia.
  26. Esta siempre aparejada al cumplimiento de la obediencia, como si te lo mandase Jesucristo en tu prior, o prelado.
  27. En cualquier obra, y hora, examina tu conciencia; y vistas tus faltas, procura la enmienda con el divino favor, y por este camino alcanzarás la perfección.
  28. No pienses faltas ajenas, sino las virtudes, y tus propias faltas.
  29. Andar siempre con grandes deseos de padecer por Cristo en cada cosa, y ocasión.
  30. Haga cada día cincuenta ofrecimientos a Dios de sí, y esto haga con grande fervor, y deseo de Dios.
  31. Lo que medita por la mañana, traiga presente todo el día; y en esto ponga mucha diligencia, porque hay grande provecho.
  32. Guarde mucho los sentimientos que el Señor le comunicare; y ponga por obra los deseos que en la oración le diere.
  33. Huya siempre la singularidad, cuanto le fuere posible, que es el mal grande a la comunidad.
  34. Las ordenanzas, y regla de su religión, léalas muchas veces, y guárdelas de veras.
  35. En todas las cosas criadas mire la providencia de Dios, y sabiduría, y en todas le alabe.
  36. Despegue el corazón de todas las cosas, y busque, y hallará a Dios.
  37. Nunca muestre devoción de fuera, que no haya dentro; pero bien podrá encubrirla indevoción.
  38. La devoción interior no la muestre, sino con grande necesidad: Mi secreto para mí, dice san Francisco, y san Bernardo.
  39. De la comida si está bien, o mal guisada, no se queje, acordándose de la hiel, y vinagre de Jesucristo.
  40. En la mesa no hable a nadie, ni levante los ojos a mirar a otra.
    • Considerarla mesa del cielo, y el manjar della, que es Dios, y los convidados, que son los ángeles: alce los ojos a aquella mesa, deseando verse en ella.
  41. Delante de su superior (en el cual debe mirar a Jesucristo) nunca hable, sino lo necesario, y con gran reverencia.
  42. Jamás hagas cosa que no puedas hacer delante de todos.
  43. No hagas comparación de uno a otro, porque es cosa odiosa.
  44. Cuando algo te reprendieren, recíbelo con humildad interior, exterior, y ruega a Dios por quien te reprendió.
  45. Cuando un superior manda una cosa, no digas que lo contrario mandó otro, sino piensa que todos tienen santos fines, obedece a lo que te manda.
  46. En cosas que no le va, ni le viene, no sea curiosa en hablarlas, ni preguntarlas.
  47. Tenga presente la vida pasada, para llorarla, y la tibieza presente, y lo que le falta por andar de aquí al cielo, para vivir con temor, que es causa de grandes bienes.
  48. Lo que le dicen los de casa haga siempre, si no es contra la obediencia; y respóndales con humildad, y blandura.
  49. Cosa particular de comida, o vestido, no la pida, sino con grande necesidad.
  50. Jamás deje de humillarse, y mortificarse hasta la muerte en todas las cosas.
  51. Use siempre a hacer muchos actos de amor, porque encienden, y enternecen el alma.
  52. Hagan actos de todas las demás virtudes.
  53. Ofrezca todas las cosas al Padre Eterno, juntamente con los méritos de su hijo Jesucristo.
  54. Con todos sea mansa, y consigo rigurosa.
  55. En las fiestas de los santos piense sus virtudes, y pida al Señor se las dé.
  56. Con el examen de cada noche tenga gran cuidado.
  57. El día que comulgare, la oración sea ver, que siendo tan miserable ha de recibir a Dios, la oración de la noche, de que le ha recibido.
  58. Nunca siendo superior reprehenda a nadie con ira, sino cuando sea pasada, y ansí aprovechará la reprehensión.
  59. Procure mucho la perfección, y devoción, y con ellas hacer todas las cosas.
  60. Ejercitarse mucho en el temor del Señor, que trae el alma compungida, y humillada.
  61. Mirad bien cuán presto se mudan las personas, y cuán poco hay que fiar dellas, y ansí asirse bien de Dios, que no se muda.
  62. Las cosas de su alma procure tratar con su confesor espiritual, y docto, a quien las comunique y siga en todo.
  63. Cada vez que comulgare, pida a Dios al algún don por la gran misericordia con que ha venido a su pobre alma.
  64. Aunque tenga muchos santos por abogados, séalo en particular de san José, que alcanza mucho de Dios.
  65. En tiempo de tristeza, y turbación, no dejes las buenas obras que solías hacer de oración, y penitencia; porque el demonio procura inquietarte, por que las dejes: antes tengas más que solías, y verás cuán presto el Señor te favorece.
  66. Tus tentaciones, e imperfecciones no comuniques con las más desaprovechadas de casa, que te harás daño a ti, y a las otras, sino con las más perfectas.
  67. Acuérdate que no tienes más de una alma, ni has de morir más de una vez, ni tienes más de una vida breve, y una que es particular: ni hay más de una gloria, y esta eterna, y darás de mano a muchas cosas.
  68. Tu deseo sea de ver a Dios: tu temor, si le has de perder: tu dolor, que no le gozas; y tu gozo, de lo que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz.

DEO GRATIAS






ArribaÍndice

De las cosas notables que se contienen en este tomo


ABREVIATURAS
V. significaLibro de la Vida de la Santa
C. íd.Camino de Perfección
A. íd.Avisos
Cap. íd. Capítulo
N. íd. Número marginal

Abstinencia. No se ha de comer, ni beber sino a las horas acostumbradas, y entonces dando gracias a Dios: A. 20. De la comida si está bien, o mal guisada no se queje, acordándose de la hiel, vinagre de Jesucristo: A 39. Ve la palabra: Comida, y Gula.

Advertencias. Deseaba la santa hacer un concierto con cinco personas que se trataban en Dios, para que las unas se advirtiesen a las otras recíprocamente, los defectos que conociesen: V. cap. 16, n. 4 y 5.

Aflicción. Jamás falta el Señor a las personas desfavorecidas; porque dice David, que está el Señor con los afligidos: C. cap. 2, n. 1. Ve la palabra: Tribulaciones, Penas, Trabajos, y Sequedades.

Agradecimiento. Importa el conocer las mercedes que nos hace Dios para agradecérselas: entonces agradecemos, y amamos más a una persona, cuando reflexionamos en las mercedes que nos ha hecho: V. cap. 10, n. 4. El alma que es amorosa, más se excita para servir a Dios con el conocimiento de que las comunicaciones que tuvo en la oración fueron de su Majestad, que con el temor, y recelo de que serían del demonio: V. cap. 15, n. 9. Era la santa naturalmente agradecida: N. cap. 35, n. 8.

Agrado. Los religiosos han de ser agradables, de suerte que todos amen su conversación: mientras más santos más afables con el prójimo: C. cap. 41, n. 8. Con todos serás manso, y contigo riguroso: A. 54.

Agravios38. Nunca ha de pensar el religioso que le hacen agravio en su religión: C. cap. 12, n. 3 y 7. Toda persona que quiere ser perfecta ha de huir de pensar en que tuvo razón en lo que hace, y que no la tiene, el que la ejercita: C. cap. 13, por todo el capítulo. Solo ha de pensar el religioso que le agravian cuando le hacen alguna honra: Íbid. n. 1. Las personas religiosas que hacen caso de unas cositas que llaman agravios, parece que hacen casas de pajitas como niños, con estos puntos de honra: C. cap. 36, n. 1. La santa se corría del tiempo en que tomaba por agravio algunas cosas: Íbid. n. 2. Ve las palabras Honras, y Estimación, Ingratitud, y Quejas.

Agua. Pone la santa un símbolo excelente en este elemento para explicar cuatro grados de oración. V. cap. 11, n. 3 y 4. El vaso lleno de agua parece muy limpio, y claro cuando no le da el sol, pero si éste le hiere, aparecen en él muchas motas, así es el alma cuando la hiere el sol de justicia, que entonces conoce ella todas las manchas de sus imperfecciones: V. cap. 20, n. 20. Compara la santa el amor al agua que levanta las arenas en las fuentecillas: acordábase muchas veces del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana: V. cap. 30, n. 13. El que bebiere el agua que dijo el Señor a la Samaritana, no tendrá sed de cosas de esta vida: C. cap. 19, n. 3. Explica la santa tres propiedades que tiene el agua. Es cosa maravillosa que crezca el fuego, cuando es grande, con el agua: Íbid. n. 4. El agua de vida eterna, limpia al que la bebe de todas las inclinaciones malas, y culpas: Íbid. n. 7. De esta agua viva salen muchos arroyos, unos grandes, otros pequeños, y a veces algunos charquitos para niños, según el vaso de cada uno: C. cap. 20, n. 1. Ve la palabra: Sed.

Agua bendita. Tiene gran virtud para desviar a los demonios, y dice la santa, que aunque también huyen de la cruz, que suelen volver, pero no con el agua bendita: V. cap. 31, n. 1 y 2. Fue la Santa sumamente devota del agua bendita, y la recreaba el alma, y la daba motivo para admirar la virtud de las palabras con que se bendice y todo lo ordenado por la Iglesia: Íbid. n. 2.

Agustín (san). Fue la santa muy devota suya por haber sido santo pecador. Convirtiose de veras al Señor leyendo en el libro de sus Confesiones: V. cap. 9, n. 6 y 7. Dice el santo, que no hallaba también a Dios en las plazas, en los contentos, y en cuantas partes le solicitaba, como cuando le buscaba dentro de sí mismo: V. cap. 40, n. 5. Ganáronle para Dios las oraciones de su madre santa Mónica: C. cap. 7, n. 2. Buscaba el santo a Dios en muchas partes, y le halló dentro de sí mismo: C. cap. 28, n. 1.

Ajedrez39. Sabía la santa este juego: pone en él un símil para el modo con que el alma debe proceder con Dios: C. cap. 46, n. 12.

Alabanzas, o Aplausos. El alma que totalmente está puesta en las manos de Dios, lo mismo se le da cuando la magnifican, que cuando la vituperan: V. cap. 31, n. 6. Por sola una vez que el Señor fuese alabado, y bendito en lo que escribió la santa acerca de su vida, daba por bien empleado el trabajo que la costó escribirlo: V. cap. 40, n. 17.

Alegría. Procúrese andar con alegría espiritual, y santa libertad, sin temor nimio de que por eso se perderá la devoción: V. cap. 13, n. 4. Debemos andar alegres, sirviendo en todo lo que nos mandaren: C. cap. 18, n. 3. Hablar a todos con alegría moderada: A. 6. Cuando estuvieres alegre, no sea con risas demasiadas, sino con alegría humilde, modesta, afable, edificativa: A. 24.

Alma. Muchas veces no puede hacer lo que quiere por las miserias del cuerpo, que la deprimen, y enflaquecen: V. cap. 11, n. 2. Recibe gran consuelo cuando halla escritas en los libros las cosas que a ella la pasan en la oración: V. cap. 14, n. 4. Regalábase la santa considerando que su alma era un huerto, y que el Señor venía a él a coger las flores: Íbid. n. 6. No quiere Dios que reparta los dones que obra en ella, hasta que esté muy fuerte, que no la hagan falta para su propio sustento: V. cap. 17, n. 1. Muchas veces la manifiesta el Señor las virtudes, que pone su Majestad en ella y de aquí se la origina una humildad muy verdadera: Íbid. n. 2. Aunque siente la santa ser una misma cosa el alma, y el espíritu, pone una comparación excelente para manifestar alguna manera de distinción en el espíritu, y el alma: V. cap. 18, n. 1. Suele padecer el alma, una pena tan espiritual, y llena de desamparo, que se hace a sí misma muchas veces aquella pregunta de David: ¿Dónde está tu Dios? V. cap. 20, n. 8. El alma que llegó a conseguir las alas de paloma que menciona David, se pone sobre todo lo criado, ya no parece que es ella la que obra, sino Dios en ella: Íbid. n. 16. Refiere largamente la santa lo mucho que padece el alma en algunas tribulaciones; y sequedades, y lo poco que puede si se esconde la gracia: V. cap. 30, n. 3, y siguientes. Algunas veces dice la santa, que da una bobería de alma, que anda ésta como un asnillo: Íbid. n. 12. Mostró el Señor a la santa cómo asiste la santísima Trinidad en el alma, que está en gracia: en los papeles de la santa que están al fin de la Vida, n. 12. Ande el alma con santa libertad, y temor de Dios, sin inhabilitarse con escrúpulos, y apretamientos, que la dañan mucho: C. cap. 41, n. 5, y siguientes. Acuérdate que no tiene más de un alma, y darás de mano a muchas cosas: A 67.

Alonso Sánchez de Cepeda (el señor), padre de la santa40. Fue varón de mucha virtud, de gran verdad, religión, y caridad con los enfermos, y esclavos: V. cap. 1, n. 1. Quiso tanto a la santa, que el demasiado amor le expuso a que la hija muriese sin confesión: V. cap. 5, n. 4. Persuadiole la santa a que tuviese oración mental, y aprovechó en ella mucho: V. cap. 7, n. 6. Era muy devoto del paso de la cruz a cuestas; quince días antes de su muerte le dio el Señor aviso de ella. Asistiole la santa en la última enfermedad, y murió como un ángel: V. cap. 7, n. 8. Viole la santa en el cielo: V. cap. 38, n. 1.

Álvaro de Mendoza (don). Fue obispo de Ávila, y el que admitió el primer monasterio de la santa: V. cap 36, n. 1. Fue de ilustre linaje, muy apasionado de la santa, y muy virtuoso. C. cap. 5, n. 4.

Ambición. El anhelo de ser más, y puntillos de honra, le aborrece la santa en sus hijos: C. cap. 7, n. 8.

Amigos. Dice la santa, que para caer tenía muchos amigos, que la ayudasen, mas para levantar quedaba sola: V. cap. 7, n. 13. Como los amigos del mundo se suelen congregar para ofender a Dios, deseaba la santa que ella, y otras cuatro personas, que se trataban en el Señor, se juntasen para hacer el concierto de advertirse unas a otras los defectos que tuviesen, para perfeccionarse: V. cap. 16, n. 5. Puédese tratar con Cristo como con amigo, aunque es Señor, porque su señorío no es como los de este mundo, que se funda en autoridades postizas: V. cap. 37, n. 2. Véase las palabras: Amistad, y Trato espiritual, y Compañías.

Amistad. El trato, y amistad entre hombre, y mujer, aunque sea con intención honesta es peligrosa en siendo demasiada: V. cap. 5, n. 2. Es engañosa la amistad con los hombres, solo con Dios es verdadera: V. cap. 21, n. 1. Son muy perjudiciales las amistades particulares en las religiones, y especialmente entre las monjas: C. cap. 4, a. 4. La verdadera amistad consiste en enseñar el camino de la verdad a la persona con quien se trata, y en encomendarla a Dios: C. cap. 20. Ve las palabras: Amigos, y Trato espiritual.

Amor de Dios. El que tiene amor, se alegra con el retrato del amado: y cap. 9, n. 5. Son siervos del amor los que se ejercitan en la oración mental: V. cap. 11, n. 1. Somos muy duros, y muy tardíos en darnos desde luego del todo a Dios, y por eso no llegamos presto a conseguir el amor perfecto de Dios: Íbid. El amor de Dios no está en tener lágrimas, y gustos espirituales, sino en obrar con fortaleza: V. cap. 11, n. 8. Refiere la santa el encendido amor de Dios, en que solía arder su corazón: V. cap. 29, n. 7, y siguientes. Algunas veces entra el Señor en las almas una saeta de amor suya, que parece lleva yerba para aborrecerse a sí mismas, por amor de este Señor: Íbid. n. 9. Dice la santa, que bien la parece que ama a Dios, pero que la descontentan las obras: V. cap. 30, n. 21. El amor no puede sosegar, y como no cabe en el alma, sale hacia el prójimo, y en alabanzas de Dios: Íbid. n. 13. Es gran consuelo a las almas amorosas el poder hacer mucha penitencia, para que el fuego del amor tenga combustible, porque si no se deshace entre sí, y se hace ceniza: Íbid. Se tiene gusto en dar por el amado aquella joya, cuya posesión nos era muy gustosa, pruébalo la santa con un ejemplo: V. cap. 35, N. 8. Al que ama a Dios, las cosas más pesadas se las hace ligeras, y dulces su Majestad: Íbid. n. 9. Seguro va el que ama a Dios por el camino de la perfección; pues apenas tropieza en algo por su flaqueza, cuando su Majestad le da la mano, y le levanta: Íbid. Cuando su Majestad concede algunos beneficios a las almas por medio de la oración de las personas santas, se aviva mucho en éstas el amor de Dios: V. cap. 39, n. 5. El amor de Dios consume al hombre viejo de faltas, y tibieza, miseria, y hace otra al alma después de abrasada en este incendio, renace como el ave Fénix a nueva fortaleza, y puridad de vida: V. cap. 39, n. 15. A los que aman a Dios, no los recata su Majestad sus secretos. Dijo el Señor a la santa: ¿sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira, lo que no es agradable a mí: V. cap. 40, n. 1. Distingue la santa dos clases de amor, uno puramente espiritual, y otro también espiritual, pero que tiene en sí algo de sensual, como el de los parientes, y dice que no es malo: C. cap. 4, n. 7. Si se usa bien de este segundo amor, y se guarda templanza, y discreción en él, se irá perfeccionando, y lo que tiene de sensualidad, se hará virtuoso, pero es muy difícil de discernir entre estas dos calidades: Íbid. Es cosa de gran perfección, y precio el amor puro espiritual: C. cap. 6, n. 1. Al alma a quien Dios ha dado a conocer clara, y particularmente lo que es Criador, y criaturas, y las cosas del mundo, ama muy de otro modo, que aquellos que no tienen este conocimiento: Íbid. n. 2. Son estas almas de vista generosa, y no paran su amor en los cuerpos, por hermosos que sean, solo aman ellos aquello en que resplandece el Criador: Íbid. Los que aman estas cosas visibles solo por su hermosura, es lo mismo que amar a la sombra sin cuerpo: Íbid. Este amor puramente espiritual, no se le da mucho de no ser correspondido de las criaturas; y aunque sea muy amada de otro la persona que le tiene, no por eso se muestra deudor, y fía a Dios el que pagará: Íbid. n. 3. Es ceguedad querer que nos quieran: Íbid. Solo ama el que tiene este divino amor a las personas que la ayudan con su enseñanza, y doctrina, y a las que ve en disposición para darse a Dios: Íbid. n. 4, y 5. Se ríen estas almas del tiempo en que desearon mucho ser amadas de las criaturas, porque conocen que este amor no trae consigo cosa de importancia, sino aire y cosas que lleva el viento: Íbid. n. 4. No sosiega el alma que tiene este amor, sino ve muy aprovechada la persona a quien ama. Continuamente pide a Dios por ella, y nada siente de sus trabajos, sino lo que pueda apartar del servicio de Dios: Íbid. Es hermoso cambio dar nuestro amor por el amor de Dios: C. cap. 16, n. 7. Al fuego grande del amor de Dios no te apagan las aguas penosas de esta vida. Señorea a todos los elementos de este mundo: C. cap. 19, n. 4, Al fuego de amor de Dios que no es grande, le suele matar cualquier suceso adverso de la vida: Íbid. n. 5. Con las lágrimas dadas de Dios, se aumenta el fuego de su amor. Íbid. Suele crecer tanto el amor de Dios, que no le puede aguantar el sujeto, y así ha habido personas que han muerto con este fuego: Íbid. n. 9. Quien más conoce a Dios, más le ama: C. cap. 30, n. 4. La medida para poder llevar gran cruz, o pequeña, es el amor: C. cap. 32, n. 5. Amor, y temor de Dios son dos castillos donde guerrea el alma contra el mundo, y el demonio. Con estas dos virtudes se puede lograr seguridad para pasar esta vida: C. cap. 40, n. 1 y 2. El amor de Dios hace apresurar los pasos; el que le tiene ama todo lo bueno, se junta con los buenos, los favorece, los loa, y ama a solas las verdades: Íbid. El que tiene verdadero amor de Dios, no puede amar las riquezas, ni cosas de esta vida, ni tiene envidias, ni contiendas: Íbid. n. 3. El amor no se puede esconder en quien le tiene; es como el fuego, que luego abre bocas para manifestarse: Íbid. Es muy distinto el amor de Dios, de aquel que se tiene a las criaturas; el de Dios crece, porque halla siempre nuevas causas de amar, y tiene la seguridad de la correspondencia, fundada en lo que Cristo padeció por nosotros: Íbid. n. 6. El no tener amor de Dios, nos pone en manos del demonio, y en la tentación: Íbid. n. 7. Es falso el amor que se tiene a las criaturas. La santa se reía cuando oía decir, aquel me pagó mal; este otro no me quiere: juzgando a estos aprecios, y locuciones, juego de niños: C. cap. 41, n. 1. El mundo da el castigo al fin de la vida a los que le amaron, por lo que siente la voluntad el haberle amado: Íbid. No podía sufrir la santa el no saber de cierto si amaba a Dios, y si le eran aceptos sus deseos: C. cap. 42, n. 1. Usa siempre hacer muchos actos de amor, porque encienden, y enternecen el alma: A. 51. Véanse las palabras: Caridad y Voluntad.

Amor propio. No basta desasirnos de los deseos, y cosas del mundo, si no dejamos a nuestro amor propio. Es lo más arduo el ir contra el amor propio, porque esta muy dentro de nosotros mismos: C. cap. 10, n. 2. El que pierde el amor propio, no apetece los regalos: C. cap. 11, n. 1. El amor propio tiene perdidos a muchos monasterios, y mientras más es cuidado, se hace más insolente: Íbid. El religioso que de una vez no se determina a tragar la muerte, y la falta de salud, no le dejará hacer cosa buena su amor propio: Íbid. n. 3.

Ángeles. Uno hirió el corazón de la santa con un dardo, y dice esta, que vio en el cielo, que hay mucha diferencia de unos ángeles a otros. V. cap. 29, n. 11. Vio la santa una gran batalla entre los ángeles, y los demonios: V. cap. 31, n. 4. Vio la santa a mucha multitud de ángeles, que subían al cielo con María santísima, y su sagrado Esposo en una aparición que tuvo: V. cap. 33, n. 9. Vio la santa a gran multitud de ángeles asistiendo al trono de la Divinidad: V. cap. 39, n. 15. Estando en oración la santa se vio en una ocasión rodeada de ángeles: V. cap. 40, n. 8. No apartan los ángeles, que son las guardas, y criados de Dios, al pobre humilde, cuando llega a tratar con su Majestad, como lo hacen las guardias de los reyes de la tierra: C. cap. 22, n. 1. Ve las palabras: Querubines, y Serafines.

Ánimo. Tuvo la santa un ánimo más grande que de mujer: V. cap. 8, n. 5. Se acobarda el ánimo pareciéndonos que no somos capaces de grandes bienes, si en empezando el Señor a dárnoslos, nos atemorizamos con el recelo de que nos vendrá vanagloria. Si no conocemos que el Señor nos favorece, no tendremos ánimo para grandes cosas: V. cap. 10, n. 4. Es menester grande ánimo a los principios para resolverse el alma a tener oración, por las muchas contradicciones que pone el enemigo para estorbárnoslo: V. cap, 11, n. 2. Es el Señor muy amigo de almas animosas, y ninguna de éstas queda baja en la virtud. Importa mucho no apocar los deseos, y esperar confiados en Dios, que con su ayuda seremos santos, como lo fueron otros: V. cap. 13, n 1, 2, y 3. Se necesita mucho ánimo, aun para gozar las grandes mercedes, que suele hacer el Señor al alma en la oración: V. cap. 17, n. 1. Es necesario grandísimo ánimo para entregarse el alma a los arrobamientos: V. cap. 20, n. 3. Tenía valor la santa para combatir a todo el infierno, y con una cruz en la mano desafiaba a los demonios: V. cap. 25, n. 10. Es menester mucho valor para ver en esta vida a los cuerpos gloriosos: V. cap. 28, n. 2. Es menester grande ánimo para dedicarse a la virtud, por la guerra que hace el mundo a los que la siguen: V. cap. 31, n. 7. Es menester más ánimo para recibir algunas finezas amorosas de Dios, que para pasar grandes trabajos: V. cap. 39, n. 14. Tengamos tanta osadía para pensar que podemos ser santos, que Dios ayuda a los fuertes, y no disculpemos nuestros defectos con decir no somos santos, ni ángeles: C. cap. 16, n. 8. Ve la palabra: Determinación.

Antonio de Padua (san). Fue muy amante de la humildad de Cristo. V. cap. 22. y 4.

Aprovechamiento en la virtud. Cuando Dios quiere, en un instante pone al alma en mucha perfección. V. cap. 21, n. 4. Es error tasar el aprovechamiento por los años que se tiene ejercicio de virtud; el amor, y efectos santos son la regla para el aprovechamiento de las almas. V. cap. 39, n. 7. En medio año aprovechan más unas personas, que otras en muchos, si se disponen mejor, porque Dios concede el aprovechamiento según la disposición, o como quiere: Íbid. Los que han caminado muchos años por la oración, y virtud, y ven a otras almas que ca poco tiempo caminan más ligeras, no las condenen, ni las detengan; humíllense a vista de su fervor: Íbid. n. 8. Oración, o virtud, que en poco tiempo, produce muchas determinaciones para servir a Dios, es mejor que la de muchos años sin estos efectos: Íbid. n. 7, y 8. El que juzga que porque ha muchos años que sirve al Señor merece regalos, y consuelos, no llegará a la cumbre del espíritu: Íbid. n. 11. En empezando Dios a obrar en el alma, la hace tantas mercedes, y da tales alientos, que la parece poco cuanto se puede hacer en esta vida por su Majestad: C. cap. 12, n. 1. Véanse las palabras: Perfección y Perfectos en la virtud.

Arrepentimiento. Sentía grandemente la santa los deslices de su mocedad: V. cap. 1, n. 3. Ve la palabra: Contrición.

Arrobamiento y vuelo de espíritu. Es diverso en alguna manera el vuelo del espíritu, de la unión, aparta al alma mucho más de las criaturas. Pone la santa una comparación excelente para declararlo: V. cap. 18, n. 3. Vuelo de espíritu, arrobamiento, y éxtasis, son una misma cosa, solo con diferencia en los nombres. Son más aventajados que la unión, y causan efectos más superiores en el alma: V. cap. 20, n. 1. En el arrobamiento coge Dios al alma al modo que las nubes, o el sol elevan los vapores de la tierra, y la levanta hacia el cielo, para mostrarla el reino que la tiene preparado: Íbid. n. 2. En los arrobamientos parece que el alma no anima con el cuerpo: a este le va faltando el calor natural con gran deleite: Íbid. Al arrobamiento no le puede el alma resistir, ni tiene fuerzas para ello, como sucede en la unión sola. Elévase el cuerpo regularmente, y dice la santa, que habiendo algunas veces intentado resistirle, la parecía que peleaba con un jayán muy fuerte, y que quedaba muy quebrantada: Íbid. n. 3. Queda aquí el alma con un conocimiento muy espantoso, y admirable de la grandeza, y majestad de Dios, muy humillada, y llena de temor amoroso, desasida de todo, y con otros efectos que refiere la santa: Íbid. n. 5. Refiere largamente una especie de pena muy espiritual; que suele dar el Señor después de este grado de oración: y asegura la dijo su Majestad que tuviese en más esta merced, que todas las que la había hecho: V. cap. 20, desde el n. 15. hasta el 13. Después de los arrobamientos solía quedar la Santa tan ligera, y expedita, que parece se la quitaba toda la pesadez natural del cuerpo: Íbid. n. 13. Aunque lo ordinario es no perderse del todo el sentido en los arrobamientos; en lo muy subido de la unión de todas las potencias solía perderle la santa, y entonces dice, que el cuerpo, ni ve, ni oye, ni siente: Íbid. No se desconsuele el que se viere como atado el cuerpo muchas horas en el arrobamiento, aunque el entendimiento, y la memoria anden algo distraídos: Íbid. n. 15. Queda el alma después de los arrobamientos con efectos admirables, todo lo abandona, no la queda más voluntad que hacer la de Dios; se la cayó ya el pelo malo, no teme a los peligros, antes los desea; y si vio deja estos efectos, no fue verdadero el arrobamiento, sino se puede recelar que lo fue, como los que refiere san Vicente: Íbid. n. 16. Hállase aquí el alma con un señorío muy grande sobre todo lo criado. Se queda corrida de sí misma por el tiempo que apreció la honra, el dinero, deleites de la tierra, y lo demás que aprecia el mundo, y conoce que todo es mentira, y engaño cuanto no es Dios: Íbid. n. 17, y siguientes. Las almas que llegan a este estado, nada se les pone por delante que no ejecuten por Dios. Sienten mucho el volver a tratar con las gentes, el comer, dormir, y todo las cansa, y andan vendidas como en tierra ajena: V. cap. 21, n. 2. y 3. Tuvo la santa mucha pena porque se empezaron a publicar sus arrobamientos, por experimentarlos algunas veces delante de gentes: V. cap. 29, n. 12. Dudaba la santa cuál sería el motivo de no tener arrobamientos ya, y la dijo el Señor, que era menester atender a la flaqueza de los maliciosos en los papeles de la santa, que están después de la Vida, n. 5. Ve las palabras: Oración, Unión, Mercedes de Dios, Visiones, y Revelaciones.

Ávila (El Padre Nuestro). Después que la santa escribió su vida, quiso que la viese este venerable varón, diciendo que ella quedaba consolada si él la aprobase: V. cap 40, n. 18.

Avisos. Dábaselos Dios muchas veces a la santa para que se los diese a su confesor, y a doña Guiomar de Ulloa, pertenecientes a la fundación del convento de san José de Ávila: V. cap. 32, n. 6. Sentía mucho la santa dar a otras personas los avisos que la ordenaba el Señor. Dióselos varias veces a un padre dominico, y le aprovecharon mucho: V. cap. 31, n. 6. Encargó el Señor a la santa, que no dejase de escribir los avisos que la daba: en los papeles, que están después de la Vida: n. 6.



Baltasar Álvarez (El padre). Fue este religioso el segundo confesor de la santa de los de la Compañía de Jesús, y quien la puso en mucha perfección: V. cap. 24, n. 3. Padeció las persecuciones porque confesaba a la santa, y nunca la quiso dejar, aunque otros le decían se guardase de ella. Este padre la consolaba, y fortalecía con mucha discreción, y santidad: V. cap. 28. y 12.

Beatriz de Ahumada (doña) madre de la santa. Fue señora de gran virtud, honestidad y hermosura, sin hacer caso de ella; pasó muchas enfermedades, y trabajos; murió de 33 años: V. cap. 1, n. 1. Viola la santa en el cielo: V. cap. 38, n. 1.

Beneficios. Deshacía nuestro Señor el corazón de la santa representándola a los beneficios soberanos, y recordándola sus defectos: V. cap. 38, n. 11. Ve las palabras: Favores de Dios, y Mercedes de Dios.

Bernardo (san). Fue muy amante de la humanidad de Cristo: V. Capítulo 22, n. 4. Mi secreto para mí, dice san Bernardo: A. 38.

Bienes temporales. Los del mundo hacen oraciones porque el Señor los dé bienes temporales, y muchas veces si su Majestad se los concediese, se perderían: C. cap. 1, n. 2. Ve las palabras: Riquezas y Dineros.



Caídas en la culpa. Suelen servir para levantarse el alma a mayor virtud: V. cap. 19 n. 2.

Camino. El que no deja de andar siempre, va adelante, dícelo la santa para que no se deje del todo la oración, pues con ella a la larga, o a la corta llegará al cielo: V. cap. 19, n. 6. Pedía a Dios la santa que la llevase por otro camino, que no diese sospechas, aunque en su interior siempre apreciaba el que llevaba: V. cap. 27, n. 1. Errado lleva el camino para el cielo, el que piensa llegar allá por placeres, y honras: V. cap. 27, n. 9. Es yerro buscar otro camino los Carmelitas descalzos, que aquel que nos dejaron descubierto, y siguieron nuestros antiguos, padres: C. cap. 4, n. 3. Erramos el camino del cielo, y damos en él caídas, por no tener puestos los ojos, y fijos en Dios: C. cap. 16, n. 8. No a todos lleva Dios por un camino, y por ventura al que le parece que va por el más bajo, está más alto en los ojos de Dios: C. cap. 17, n. 1. Importa mucho el saber el alma, y tener seguridad de que va bien en el camino que lleva en la carrera espiritual: C. cap. 22, n. 1. Ten presente lo que te falta de andar de aquí al cielo: A. 47.

Caridad41. Crece la caridad cuando es comunicada en conversaciones santas: V. cap. 7, n. 13. Procuremos mirar a las virtudes que viésemos en los otros, y cubramos sus faltas con la consideración de las nuestras: V. cap. 13, n. 8. Deben sentirse las penas del prójimo aunque sean pequeñas: C. cap. 7, n. 4 y 5. Es muy propio de la caridad con el prójimo excusarle el trabajo, hurtándole las ocasiones, trabajando en ellas por él: Íbid. n. 8. No pienses faltas ajenas, sino las virtudes, y tus propias faltas: A. 28. Dice la santa, que pusiera mil vidas porque no se perdiese un alma: C. cap. 1, n. 1. Véase en la V. cap. 32, n. 3. Las conversaciones del Carmelita descalzo todas han de ir determinadas al provecho espiritual del amor del prójimo: C. cap. 20, n. 1. Véase la palabra: Amor de Dios.

Cartas. A la primera carta que recibió de la santa una persona eclesiástica de mal vivir, se confesó, y mudó de vida; y leyendo las cartas que ella le continuó en escribir, se aquietaba, y libraba de muchas tentaciones que tenía: V. cap. 31, n. 3.

Castidad. Naturalmente aborrecía la santa las cosas deshonestas: V. cap. 2, n. 3. Hemos de ser modestos en cuanto hiciéremos, y tratáremos A. 4.

Castigo. Para el corazón noble es recio castigo el recibir favores por las ingratitudes: V. cap. 7, n. 11. Ve la palabra: Reprehensiones.

Catalina de Sena (santa). Fue muy enamorada de la humanidad de Cristo: V. cap. 22, n. 4.

Celda. El religioso ha de guardar su celda, y a la salida pedir la asistencia de Dios: A. 19.

Celo42. Aun estando imperfecta la santa practicaba virtud, deseando que otros sirviesen a Dios, y enseñándolos el modo de tener oración, y persuadiéndolos para ello: V. cap. 7, n. 7. Véase en la V. cap. 8, n. 1. No hará mucho provecho en las almas, el que no tenga fuertes las virtudes. Si persuade al bien, y es defectuosa su vida, tentará con su persuasión: V. cap. 13, n. 7. Por librar un alma del infierno, decía la santa, que pasaría mil muertes de buena gana. Sacó estos impulsos de la visión, que tuvo del infierno: V. cap. 32, n. 3. Véase en el cap. 1, n.43

Ceremonias. Decía la santa, que padecería mil muertes antes que ir contra la menor ceremonia de la Iglesia: V. cap. 33, n. 3.

Cielo. El mirar hacia el cielo, recoge al alma: V. cap. 38, n. 5. Ve la palabra: Gloria.

Clara (santa)44. Se apareció a nuestra santa madre, y la esforzó para que continuase en la fundación de su primer convento, y la inspiró espíritu de verdadera pobreza, para entablarla en él: V. cap. 33, n. 8. De un convento de monjas de esta santa socorrieron al de nuestra santa madre: Íbid. Quería esta santa, que sus monasterios estuviesen murados con las virtudes de la humildad, y la pobreza: C. cap. 2, n. 5.

Clavo. Dio Cristo a la santa la mano derecha con un clavo, en señal de que la admitía por su esposo: en los papeles de la santa, que están al fin de la V. n. 17. Apareciose Cristo a la santa sacando con la mano derecha un clavo, que tenía en la izquierda, y con él sacaba la carne: V. cap. 39, n. 1.

Cobardía. El que se contenta con poco en el servicio de Dios, y en esto apoca los deseos, las cosas muy leves se le harán pesadas. Lleva paso de gallina en la virtud. Solo en el estado de casados se puede sufrir este modo de proceder: V. cap. 13,n. 4. Ve la palabra: Temores.

Codicia. Lamenta el Señor la codicia del género humano en una reprensión que dio a la santa: V. cap. 33, n. 7.

Comida, o banquetes45. No pidas cosa particular de comida sin gran necesidad: A. 49. Ve las palabras: Abstinencia, y Gula.

Compañías. Las malas ocasionan gran daño en la mocedad: V. cap. 2, n. 1. El trato del vicioso imprime sus inclinaciones en el natural más virtuoso, como lo experimentó la santa por una mala compañía: V. cap. 2, n. 2. Es don de Dios la buena compañía: Íbid. n. 4. La de Cristo es la única que asiste, y fortalece en los trabajos: V. cap. 22, n. 3. Solo los que viven en el cielo dice la santa, que la hacían compañía, y tenía por vivos, no los del mundo, a quienes reputaba muertos: V. cap. 38, n. 5. Dice la santa, que a la que fuese alborotadora, y amiga de inquietudes, que no la den el hábito, por que su compañía echará a perder a las demás monjas: C. cap. n. 8. Ve las palabras: Amigos, Amistad, Trato espiritual, y Conversaciones.

Comparaciones. Aun en las cosas temporales son malas, cuánto más lo serán en las espirituales: V. cap. 39 n. 11. No hagas comparición de uno a otro, que es cosa odiosa: A. 43.

Comunión sacramental. Cuando comulgaba la santa pensaba en la conversión de la Magdalena, y a su imitación se ponía a los pies Cristo: V. cap. 9, n. 2. Acabando un día de comulgar la santa, la dio Dios a entender el modo con que explica el tercer grado de oración: V. cap. 16 n. 1. Véase aquí el n. 4. Cuando comulgaba la santa, se gozaba muy especialmente con la santísima Humanidad de Cristo: V. cap. 22, n. 2. Quitaron a la santa las comuniones, cuando recelaban que su espíritu era malo: V. cap. 25, n. 8. Se representa su Majestad sacramentado en algunas almas tan señor de aquella posada, que parece las deshace en veneración: V. cap. 28, n. 7. Cuando la santa se solía hallar ahogada en penas, se la quitaban con la comunión, y quedaban sana en el alma, y el cuerpo: V. cap. 30. Cuando la santa comulgaba muchas veces, se la espeluzaban los cabellos, considerando la grandeza del Señor que recibía: trata largamente de esto: V. cap. 38, n. 13. Tenía la santa algunas veces tal ansia por la comunión que aunque la pusieran lanzas, no dejara de romper por ellas para recibirla: V. cap. 39, n. 15. En una de estas ocasiones, que la costó trabajo ir a la iglesia, la puso el Señor en un arrobamiento, que la duró dos horas, y la parecía se abrían los cielos, y que veía un trono, donde entendió estaba la Divinidad, con gran multitud de ángeles: Íbid. Llegando a comulgar la santa un día de Ramos se la llenó la boca de sangre, diciéndola el Señor: «Quiero que te aproveche mi sangre»; y en este favor quedó la santa, con mucho aprovechamiento para comulgar: en los papeles de la santa, que están después de la Vida, n. 2. Cuando la santa comulgaba, se disponía con tanta fe, como si viera con los ojos corporales entrar al Señor en su morada y se consideraba a sus pies como la Magdalena en casa del fariseo: C. cap. 34, n. 6. El mejor tiempo para negociar con Dios, es después de la comunión: persuade eficazmente la santa el que nos estemos con su Majestad: Íbid. n. 8. Trae gran provecho al alma el comulgar espiritualmente, y recogerse después con nuestro Señor: C. cap. 35, n. 1. El día que comulgares, la oración sea ver, que siendo tan miserable, has de recibir a Dios; y la oración de la noche, de que le has recibido: A. 57. Cada vez que comulgues, pide a Dios algún don especial: A. 63. Ve la palabra: Eucaristía.

Condenados46. Vio la Santa como jugaban, y maltrataban los demonios al cuerpo de una persona que se condenó: V. cap. 38, n. 16. Véase la palabra: Infierno.

Confesión. Jamás dejó la santa culpa por confesar advertidamente. Era muy amiga de confesarse frecuentemente: V. cap. 3, n. 4. Dispónese la santa para hacer confesión general, y la entra una aflicción grandísima a vista de sus pecados: V. cap. 2 n. 7. Véase las palabras: Confesores, y Maestro espiritual.

Confesores. En veinte años no encontró la santa confesor que la entendiese, ni ayudase: V. cap. 4, n. 2. Dice la santa, que la ocasionaron muchos perjuicios algunos confesores medio letrados, y que los doctos nunca la engañaron. Dice, que en siendo los confesores virtuosos, es mejor no tener letras, que el tener pocas, y da la razón para ello: V. cap. 5, n. 2. Un confesor la dio un dictamen muy errado, y los más la abonaban los pasatiempos, y conversaciones que tenía: V. cap. 8, n. 6. Hay pocos confesores, y maestros de espíritu, que no sean excesivamente prudentes, y su cobardía es causa de que las almas no aprovechen mucho: V. cap. 13, n. 5. El confesor, aunque no trate de oración, puede ser muy útil, si es gran letrado. Explica la santa su dictamen en abono de las letras: V. cap. 13, n. 12 y 13. El confesor si fuere letrado, y le falta virtud, adquirirá ésta si le tratan almas de oración, como sucedió a la santa con algunos: Íbid. n. 13. Pásase mucho trabajo con los confesores, que no son letrados, ni tienen experiencia de las cosas espirituales: V. cap. 20, n. 15. Quedó el alma de la santa como en un desierto en una ocasión que mudaron de Ávila a su confesor: V. cap. 24, n. 3. Solo el confesor de la santa no la ponía espanto en aquella recia aflicción, que padeció, cuando otros hombres doctos y virtuosos fueron de sentir de que su espíritu le manejaba el demonio: V. cap. 25 n. 8. Más miedo tenía la santa a los confesores espantadizos, que temen mucho al demonio, que al mismo demonio: Íbid. n. 12. Muchas veces dijo Cristo a la santa, que no ocultase nada al confesor, y que le buscase siempre docto: V. cap. 26, n. 3. Tenía la santa un confesor que la mortificaba y ejercitaba mucho, y fue el que más la aprovechó. Quería dejarle, y la reprehendía el Señor: Íbid. Un confesor aconsejó a la santa, no diese ya más parte de las mercedes que Dios la hacía, y su Majestad la dio a entender había sido mal aconsejada: V. cap. 28, n. 12. Llegó la santa a tal fatiga, que receló no hubiese quien la quisiese confesar: V. cap. 28, n, 12, y el cap. 29, n. 3, y en el cap. 40, n. 16. Uno de los confesores de la santa hizo juicio, que sus revelaciones eran del demonio, y la mandó se santiguase, y le diese higas: V. cap. 29 n. 4. Cuando la santa estaba más fatigosa, y penosa, hallaba desabrimiento, y palabras pesadas en los confesores, sin poderlas ellos excusar: V. cap. 30, n. 9. A las personas que más quería la santa eran sus confesores, y estos a los principios recelaban fuese con algún apego, y la mostraban desagrado, hasta que conocían era todo su amor espiritualísimo, y en Dios: V. cap. 37, n. 2. Estando la santa escrupulosa sobre si quería mucho a sus confesores, la dijo el Señor, que el enfermo no podía menos de querer, y agradecer a médico, que le daba la salud: V. cap. 40, n. 14. Sintiendo la santa la ausencia de su confesor, y dándola esto cuidado por si estaba asida a él, la dijo el Señor, que así como los mortales anhelan comunicar entre sí sus contentos sensuales, que desea también el alma tratar sus cosas con quien la entiende: en los papeles que están al fin de la V. n. 8. Al confesor que es santo, y aprovecha al alma de la religiosa, o mujer que confiesa, le cobra esta naturalmente amor, y entonces el demonio, porque le deje, la hace guerra, y batería con escrúpulos, sobre el amor que ve que le tiene: C. cap. 4, n. 7 y 8. Suele ser buen principio para aprovechar el alma tener amor al confesor santo y espiritual; pero es muy peligroso si le faltan estas circunstancias, y siempre conviene andar con gran cuidado. Íbid. n. 8. Es aviso de la santa cuando el confesor en todas sus pláticas no lleva más asunto, que el aprovechamiento de la confesada, y le ve temeroso de Dios, que no le deje, ni se fatigue por la afición que le tiene; pero si cuando en ellas va encaminado a alguna vanidad: Íbid. n. 8. Hacen gran daño en los monasterios, y especialmente en los muy encerrados, los confesores que no son santos, y espirituales: Íbid. Aunque el confesor sea virtuoso, si no tiene muchas letras, no conviene gobernarse la religiosa por él en un todo; y aunque tenga ambas cosas, será conveniente que alguna vez trate con otros: C. cap. 5, por todo él. La santa dice, que trató con un que había leído todo el curso de teología, y que la hizo mucho daño en cosas que la decía no eran nada; y esto la sucedió con otros dos, o tres: Íbid. n. 2. No quiere la santa, que los confesores que señala la religión a sus monjas, tengan el carácter de vicarios, ni jurisdicción sobre ellas. Solo han de ser para confesarlas, y celar el recogimiento, y honestidad del convento, y cuando hubiere falta, dar cuenta a los prelados: Íbid. n. 4. Procura tratar las cosas de tu alma con un confesor espiritual y docto, y síguele en todo. A. 62. Ve la palabra: Maestro espiritual.

Confianza. Hasta que la Santa desconfió de sí, y puso toda la confianza en Dios, no se convirtió totalmente a su Majestad: V. cap. 9, n. 2. La confianza en Dios ponía un esfuerzo admirable en la santa para combatir al demonio: V. cap. 25, n. 10. Si tenemos confianza, saldremos con victoria en las cosas de la virtud: V. cap. 31, n. 8. Ve la palabra: Esperanza.

Conformidad, y sufrimiento. Túvola la santa ejemplarísima en sus enfermedades: V. cap. 5, por todo el capítulo, y véase el capítulo siguiente. El alma que ne llega al tener grado de oración, que señala la santa, se ha de dejar toda en las manos de Dios, tan pronta para la vida, como para la muerte, para el cielo, como para el infierno: V. cap. 17, n. 1. Persuade ta santa largamente a sus hijas el que sean sufridas en sus enfermedades: C. cap. 10, n. 4, y en el cap. 11, por todo él. Ve la palabra: Paciencia.

Conocimiento. Importa conocer las mercedes que Dios nos hace para agradecerlas. No es falta de humildad este conocimiento: V. capítulo 10, n. 4.

Conocimiento propio. Es el pan con que se han de comer los manjares espirituales. A todos conviene esta meditación; pero tómese con tasa. Por subida que sea la oración, en el principio, y en el fin siempre se ha de acabar en el propio conocimiento: C. cap. 39, n. 4. Ve la palabra: Humildad.

Consejos. En todas las cosas dice la santa, que la aconsejaba el Señor, hasta decirla cómo se había de portar con los flacos, y otras personas: V. cap. 40, n. 14. Ve la palabra: Consulta.

Consuelo. Sirve de consuelo a las personas espirituales, el leer que los santos padecieron penas semejantes a las suyas: V. cap. 20, n. 7. Aunque el Señor dejaba en muchas aflicciones a la santa, después la consolaba, y así no podía por esto dejar de apetecer a los trabajos: V. cap. 40, n. 15. Ve la palabra: Gustos espirituales.

Consulta. Cuando la santa consultaba algún negocio, callaba las revelaciones que había tenido acerca de él, para que la diesen la resolución según las reglas naturales: V. cap. 32, n. 8. Hay muchos perjuicios en el mundo, por hacerse las cosas sin consulta: C. cap. 4, n. 8. Valiose la santa de la consulta de personas doctas, y de virtud para determinar el punto de confesores para sus monjas: C. cap. 5, n. 4. Véase la palabra: Consejos.

Contemplación. Los torpes de imaginación, y poco discursivos, si perseveran, aunque con mucho trabajo, llegan antes a la contemplación, que los expeditos en esta potencia: V. cap. 4, n. 3. No impide la humanidad de Cristo para llegar a la contemplación de la divinidad. Defiende esto la santa con muchas razones: V. cap. 2, por todo él. Las virtudes se requieren en más alto grado para la contemplación, que para la meditación: C. cap. 16, n. 4. Suele el Señor levantar a contemplación a personas que están en mal estado, para que se enmienden. Íbid. n. 4 y 6. Hace el Señor esta prueba con muchos, pero son pocos los que se disponen para gozar de esta merced: si corresponden no quedará por el Señor el levantarlos a grado muy alto: Íbid. n. 5. Los que solo tienen meditación, son como criados de Dios, que asisten en su viña: los contemplativos son hijos regalados, que los pone a su mesa. Íbid. Al verdadero humilde nunca le parece que es tan bueno, que le haya de poner el Señor en el estado de los contemplativos: no a todos lleva Dios por un camino, y a veces el que parece, más bajo, es más subido en los ojos de Dios: C. cap. 17, n. 1. No se desconsuele, el que no es contemplativo, que en la casa de Dios ha de haber de todo, y acaso merecerá más en la vida activa: y cuando menos se piense lo pondrá el Señor en la contemplativa, aunque sea tarde: Íbid. por todo el capítulo. Son intolerables los trabajos de los contemplativos. No admite el Señor a su amistad gente regalada: C. cap. 18, por todo él. Los contemplativos son muy animosos para padecer trabajos: Íbid. n. 1. Los contemplativos son los que llevan la bandera en las batallas de esta vida: pone la santa un símil excelente en el alférez, para explicar su obligación, y los trabajos que padecen: Íbid. n. 3 y 4. Explica la santa brevemente lo que es contemplación perfecta: C. cap. 25, n. 1. Los verdaderos contemplativos no están asidos a la honra; estiman los trabajos, más que los del mundo el oro, y las riquezas: no se envanecen con su linaje, ni reciben injuria en nada, y si no sienten estos efectos, no es perfecta su contemplación: C. cap. 36, n. 6, y siguientes. El pedir a Dios con ansia viva, que nos libre de todo mal, y nos lleve a gozar su reino, es efecto de la contemplación verdadera. No pueden los que la han experimentado dejar de desear el ir al cielo: C. cap. 42, n. 2 y 3. Ve las palabras: Oración, Arrobamiento, Visiones, Mercedes de Dios, y Unión.

Contrición. El pecador contrito templa el sentimiento de sus culpas, con el consuelo que le resulta de que en él resplandezca la misericordia divina: V. cap. 4, n. 2. Sentía a veces la santa tanto sus culpas que no se atrevía a ir a la oración, por parecerla no podría sufrir el sentimiento que en ella le ocasionarían sus defectos, a vista de los favores, que debía al Señor: V. cap. 6, n. 2. Estando el alma en los brazos de Dios, no puede temer a todo el mundo: C. cap. 16, n. 7. Ve las palabras: Arrepentimiento, y Lágrimas.

Conversaciones. Fue inclinada la santa a pasatiempos de buena conversación, y la hicieron daño: V. cap. 2, n. 3. Estas conversaciones resfriaron a la santa en la virtud, tanto que dejó por ellas la ovación mental: V. cap. 7, n. 1. Aunque el trato, y conversación con los del mundo sea permitido en algunos monasterios, siempre es perjudicial: V. cap. 7, n. 3. Las conversaciones espirituales son muy necesarias a las personas que tratan de oración. No se dejen por el recelo de que los podrá venir vanagloria en tratar de cosas levantadas: V. cap. 7, n. 12. Dice la santa, que si no hubiera conversado con personas de oración, que cayendo, y levantando hubiera dado en el infierno: porque para caer tenía mucho amigos que la ayudasen, mas para levantar se hallaba sola: V. cap. 7, n. 13. Así que se aparta la santa de conversaciones inútiles, encuentra al Señor que la regala: V. cap. 9, n. 7. Tenía la santa algunas conversaciones, que aunque lícitas, no la quería Dios en ellas, y la dijo su Majestad no quería que tratase con hombres, sino con ángeles: V. cap. 24, n. 3. Desde esta ocasión jamás tuvo gusto de hablar con personas, que no trataban de Dios, aunque fuesen muy amigos, y parientes: Íbid. Véase en el Camino de Perfección el cap. 4, n. 8. En los tiempos de mucha sequedad no se puede tener conversación con gentes: V. cap. 30, n. 9. Tenía la santa conversaciones continuas con Cristo como con un amigo: V. cap. 37, n. 2. Dijo el Señor a la santa, que la conversación de los buenos no dañaba, mas que procurase fuesen sus palabras pesadas, y santas: V. cap. 40, n. 14. El religioso, cuanto más santo, ha de ser más afable, de suerte que todos amen su conversación: C. cap. 44, n. 8. Ve las palabras: Trato espiritual, Amistad, Compañías, y Palabras.

Conversiones. Cuando por medio de la santa se convertía alguna alma, la atormentaban regularmente los demonios: V. cap. 31, D. 2. Convirtió a un sacerdote sacándole de un estado muy perdido: V. cap. 5, n. 2. Mejoró mucho en la virtud con el trato de la santa el padre presentado fray Domingo Ibáñez, dominico: V. cap. 33, n. 3. Gana para Dios a otro padre dominico con circunstancias muy especiales, que refiere largamente la santa: V. cap. 34, n. 4, y siguientes. Manifestola el Señor a un sacerdote diciendo misa, a quien los demonios rodeaban la garganta con sus cuernos, para que hiciese oración por él: V. cap. 38, n. 15. Las oraciones de la santa restauraron a la virtud a una persona que se había estragado, y el demonio la mostró grande ira, rasgando unos papeles: V. cap 39, n. 4.

Corazón. Es gran martirio para el corazón enamorado de Dios, el ver en su miseria el riesgo que tiene para volverá caer en sus defectos: V. cap. 7, n. 11. Es muy tardo el corazón del hombre para darse luego del todo a Dios, y por eso no entra en él prontamente el amor divino: V. cap. 11, n. 1. Tenemos unos corazones tan apretados, que nos parece nos ha de faltar la tierra, en queriéndonos descuidar algo del cuerpo: V. cap. 13, n. 4. Si al corazón del hombre le dan más tesoros, que los que caben en su cortedad, le quitan la vida, como sucedió al labrador que refiere la santa: V. cap. 38, n. 14.

Coro. La mucha honrilla que tenía la santa, la ocasionaba el errar muchas veces en las cosas del coro: V. cap. 31, n. 10, y 11. El coro no mata a nadie y aunque muchos huyen de él: C. cap. 10, n. 5.

Corona de espinas. Era la santa muy devota del paso de la corona de espinas. Apareciósela Cristo con una corona de gran resplandor en el lugar en que tuvo la de espinas: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 11. Sintiendo mucho la santa los dolores, que su Majestad habría tenido con las espinas, dijo el Señor a la santa, que no le tuviese lástima por aquellas espinas, sino por las muchas que ahora le daban: Íbid.

Correspondencia. Es injusta, y mala la que se tiene a las criaturas, si de ella se sigue ofensa de Dios: V. cap. 5, n. 2. Hay pocos perfectos, porque en los principios no corresponden a las mercedes que Dios los lace: C. cap. 34, n. 12.

Cortesía, y buena crianza. Corresponde a la buena crianza el tener atención a las circunstancias, y dignidad de las personas con quienes hablamos, para darlas el respeto, y tratamiento, que las corresponde: C. cap. 22, n. 1. De ninguna cosa se ha de hacer burla: A. 7. Véase la palabra: Educación.

Cosas pequeñas. Aunque sean muy menudas, y de poca monta las cosas que se hacen por Dios, las da su Majestad tomo, y valor, y ayuda para cosas mayores: V. cap. 31, n. 11. Los letrados por sus ocupaciones, y ser varones fuertes, no suelen hacer caso de algunas cosas pequeñas, que dañan a la flaqueza de las mujeres: en el prólogo al Camino de Perfección. Por esto la santa puso remedio para muchas menudencias en sus hijas: Íbid. A la Santa hizo mucho daño un confesor docto, porque no reparaba en cosas menudas, y esto la sucedió con otros tres: C. cap. 5, n. 2. A veces cosas muy pequeñas traen tanta fatiga, y trabajo a algunas almas, como en otras las muy grandes: C. cap. n. 4. Se ha de traer gran cuidado con las cosas pequeñas, para no dejar que se apegue el corazón a alguna por menuda que sea: C. cap. 10, n. 2. No hay que despreciar las cosas pequeñas, que crecen como la espuma: C. cap. 12, n. 7. Lo que hoy no parece nada, es mañana pecado venial, y después crece. Daña mucho en congregaciones el no reparar en lo poco: C. cap. 13, n. 2. Acostumbrándose el alma a obrar con perfección en cosas pequeñas, se dispone para hacerlo en las grandes: C. cap. 15, n. 2.

Costumbre. Si supiese el daño, que hace el que introduce una mala costumbre, antes quisiera perder la vida, que ser causa de ella: C. capítulo 13, n. 2. Es mal el de una costumbre viciosa, que camina en muchas edades, porque el demonio no la deja caer: Íbid. Por respetos de bien poca entidad se suelen dejar olvidar en las religiones sus santas costumbres: C. cap. 14, n. 2.

Credo. Tenía la santa especial consuelo, y regalo, cuando decía en las palabras del Credo, que el reino de Dios no tiene fin: C. cap. 22, n. 1. Ve las palabras: Evangelio, Escritura sagrada, y Fe.

Criadas, y sirvientes. Regularmente las ciega el interés: para todo lo malo, dice la santa hallaba aparejo en ellas: V. cap. 2, n. 3. Hay poco que fiar de los criados, el que es valido es siempre malquisto: V. cap. 34, n. 3. Los de doña Luisa de la Cerda envidiaban a la santa lo mucho que su ama la favorecía: no obstante aprovecharon en la virtud los días que vivió en aquella casa: Íbid.

Criador. Hasta que el alma esté muy aprovechada se debe valer de la meditación, para subir a Dios por las criaturas: V. cap. 22, n. 4. En todas las cosas criadas mire la providencia de Dios, y sabiduría, y en todas le alabe: A. 35. Ve la palabra Criaturas.

Criaturas. La vista de los campos, aguas, flores, y otras criaturas insensibles, recogían a la santa, y llevaban el espíritu hacia su Criador: V. cap. 9, n. 4. Ve la palabra: Criador.

Cristo nuestro bien47. Empezó la santa a tener oración representando a su Majestad dentro de su interior: V. cap. 4, n. 3. Dice la santa, que Cristo fue su maestro, y que en un momento la hacía entender las cosas de su alma, para poder declarárselas a sus confesores: V. capítulo 12, n. 4. Se ha de acostumbrar el alma a representar dentro de sí a Cristo, para enamorarse de su santísima humanidad: V. capítulo 12, n. 1. Pone la Santa una consideración de Cristo nuestro bien en el paso de la columna, para enseñar a tener meditación: V. cap. 13, n. 10 y 14. No puede ser estorbo la humanidad de Cristo para contemplar en la divinidad: V. cap. 22, por todo el capítulo. Fue la santa devota toda su vida de la humanidad de Cristo, y siempre deseaba tener delante su retrato: Íbid. n. 2. Es el verdadero amigo que asiste en los trabajos: es la puerta, y camino por donde hemos de entrar, para que Dios nos comunique sus mercedes, y secretos: Íbid. n. 3. Cristo ha de ser nuestro dechado. Todos los santos contemplativos lo traían cerca de sí: Íbid. Sin la humanidad de Cristo, anda el alma sin arrimo; somos humanos, y no ángeles, y así hemos de contemplar a Dios humanado; lo contrario suele ser falta de humildad: Íbid. n. 5 y 6. Siempre que pensemos en Cristo nos hemos de acordar del amor que nos tiene, para conseguir amarle, que amor saca amor: Íbid. n. 8. Pinta la santa la hermosura, y majestad de la humanidad de Cristo, y dice la razón que tuvieron los demonios para huir de su Majestad cuando bajó al limbo, y el espanto que sentirán los condenados en el día del Juicio: V. cap. 28, n. 8. Véase a este asunto el cap. 38, n. 13. La hermosura de Cristo que quedó impresa en el alma de la santa la quitó la inclinación para no dejarse, llevar del atractivo de las criaturas: V. cap. 37, n. 2. Tenía la santa conversación continua con su Majestad, veía que aunque era Dios, era hombre, y que no se espanta de nuestras miserias, y esta clemencia, y trato soberano la llenaba de amor: Íbid. No se necesitan terceros para tratar con Cristo, como para con los reyes de este mundo: en sí solo se ve toda la grandeza, y majestad, sin que haya menester de acompañamiento, ni de las autoridades postizas de los grandes de la tierra: Íbid. n. 2 y 3. Después que Cristo subió a los cielos según se lo dijo a la santa nunca bajó a la tierra, sino en el Sacramento. Después de resucitado se apareció a su santísima Madre, por estar muy necesitada: en los papeles de la santa, que están al fin de la V. n. 9. Muchas veces precisamos a Cristo los cristianos a andar a brazos con el demonio: C. cap. 16, n. 5. Estaba ya su Majestad cansado de la vida, cuando en la Cena dijo a los Apóstoles: «Con deseo he deseado cenar con vosotros y le era sabrosa la muerte»: C. cap. 42, n. 1. La vida de Cristo fue continua muerte, pues la tuvo siempre con todos sus tormentos delante de los ojos: Íbid. Véase las palabras: Pasión, y Corona de espinas.

Cruz. Todos la han de llevar a imitación de Cristo, los que se dan a la virtud, aunque hay diversidad de cruces: V. cap. 11, n. 3. El no resolverse, algunos desde el principio a llevar la cruz, es causa de que no adelanten en el camino espiritual: Íbid. n. 9. Importa mucho ser el alma amiga de la cruz, para que el demonio no la engañe con gustos, y deleites, que él finge: V. cap. 15, n. 7. Es muy delgada, y pesada la cruz que trae consigo el amor de Dios, aunque el alma jamás quiere verse libre de ella: V. cap, 16, n. 3. Conviene enamorarnos de la cruz, y no buscar más consuelo, que hacer compañía a Cristo en sus penas, y desamparo de criaturas: V. cap. 22, n. 6. Cogía la santa una cruz en la mano, y desafiaba a los demonios: V. cap. 25, n. 10. Las más veces se representaba su Majestad a la santa resucitado, aunque fuese en la hostia, otras en la cruz, en el huerto, otras con la corona de espinas, y llevando la cruz; pero siempre la carne glorificada: V. cap. 29, n. 3. La Virgen puso a la Santa una cruz de mucho valor, colgando de un collar de oro: V. cap. 33, n. 9. La medida para llevar gran cruz, o pequeña, es el amor: C. cap. 32, n. 5. V. las palabras: Mortificación, y Trabajos.

Cuerpo. Muchas veces no puede el alma lo que quiere, por la enfermedad que la ocasiona la miseria del cuerpo: V. cap. 11, n. 9. Se le ha de aliviar alguna vez por amor de Dios, con el fin de que recobre fuerzas, para servir mejor al alma: Íbid. Algunas veces participa el cuerpo del deleite y regalo, que goza el alma en la oración: V. capítulo 17, n. 7. Las almas perfectas sienten mucho la servidumbre de tener que asistir al cuerpo: V. cap. 21, n. 3. Causa tanto espanto la hermosura de un cuerpo glorioso, que es necesario mucho ánimo para mirarle, cuando Dios se le manifiesta al alma, que está en carne mor tal: V. cap. 28, n. 2. En algunos ímpetus del amor de Dios no siente, el cuerpo derramar sangre, y otras mortificaciones, más que si estuviese muerto: V. cap. 29, n. 10. Sentía mucho la santa el verse precisada a cuidar del cuerpo: V. cap. 40, n. 4. El principal cuidado del espiritual ha de ser perder el amor a su propio cuerpo: C. capítulo 10, n. 4. Mientras más cuidado se tiene con él, más necesidades descubre. Es causa de la relajación de muchos monasterios. Engaña al alma, y no la deja medrar: C. cap. 11, n. 2. En empezando a rendir, y sujetar al cuerpo, no nos aflige, ni molesta tanto: Íbid. n. 3. Importa mucho resolverse el religioso a tragar de una vez la muerte, y falta de salud, para rendir al cuerpo, porque en él vence al mayor enemigo de la vida: Íbid.

Culto divino. Todos los años celebraba la santa la fiesta del señor san José con el mayor esmero que podía: V. cap. 6, n. 3. Hacía pintar la imagen del Señor en muchas partes. Procuraba tener oratorio, y le aseaba con cosas de devoción: V. cap. 7, n. 1.

Cumplimientos mundanos. Eran martirio para la santa. Es necesaria lo a la vida para aprenderlos, y nunca dejara de haber faltas según es rígida la ley del cumplimiento mundano: V. cap. 37, n. 2, y siguientes. Véase el cap. 34, n. 2, y 3. Ve las palabras: Reyes, Señorío, Palacio, y Política mundana.

Curiosidad. La santa no se metía en averiguar en las mercedes que el Señor la hacía, mas de aquello que su Majestad la daba a entender en ellas, y cuanto más difíciles eran las cosas, la hacían más devoción, porque nunca dudó que Dios lo puede todo: V. cap. 28, n. 6. En cosas que no te van, ni te vienen, no seas curioso el hablarlas, ni preguntarlas: A. 46.



David. Consolábase la santa con un verso de este santo Profeta, en que dice: Vigilari, et factum sum sicul passer solitarius in tecto: por considerar que este santo había padecido penas semejantes a las suyas: V. cap. 20, n. 7.

Daza (el Maestro). Fue muy apasionado de la santa, y el que puso el Santísimo en el convento de san José, y dio el hábito a las cuatro primeras de sus hijas, ayudando siempre mucho a la santa: V. capítulo 36, n. 3. Asistió en una gran junta, que se hizo para deshacer el monasterio, y él solo contra todos, consiguió no se ejecutase: Íbid. n. 10.

Deleites. Los del mundo son ceguedad, y con estos se compra el trabajo: V. cap. 20, n. 20. Ve la palabra: Gustos espirituales.

Demonio. Algunas veces atemoriza a las almas para que no traten, y hablen con otras en puntos espirituales, haciéndolas creer, que caerán en vanagloria: V. cap. 7 n. 12. Ata Dios a los demonios para que no acometan a las almas, que tratan de oración: V. cap. 8, n. 4. Pone el demonio mucho miedo a las almas, para impedirlas no se resuelvan a tener oración: Íbid. n. 5. Véase a este asunto en la Vida, cap. 11, n. 2. Muchas veces tienta a las almas con falsa humildad, para que no cobren grandes intentos de servir a Dios en cosas heroicas, que hicieron los santos; persuadiéndoles a que este designio es soberbia: V. cap. 13, n. 3. Cuando las personas virtuosas hacen cosas defectuosas, se vale el demonio de su virtud para autorizar lo malo, porque otros lo ejecuten: V. cap. 11, n. 7. Para conocer cuando el demonio se transforma en ángel de luz, es forzoso que el alma sea muy experimentada, y puesta en la cumbre de la oración: V. cap. 14, n. 5. Suele aprovechar a las almas con el deleite, que las da en la oración, si ellas son desinteresadas, y amigas de cruz, y enderezar el tal deleite a Dios: V. cap. 15, n. 6, y 7. Sabe el demonio que tiene perdidas las almas que tratan de oración mental, y por eso pone tanta eficacia para separarlas de este santo ejercicio: V. cap. 19, n. 2. No tenía fuerzas el demonio para tentar a la santa contra las cosas de la fe: Íbid. n. 8. El demonio se vale de las mercedes que Dios nos hace, para ponernos en falsa confianza, y excitarnos a entrar en las ocasiones en que podamos ofenderá su Majestad: Íbid. n. 7. Pone mucho estudio el demonio para embarazar a las almas el que traten con personas amigas de Dios, que las puedan dar luz: V. cap. 23, n. 2. Solo dos, o tres veces quiso el demonio engañar a la santa con hablas interiores, y luego la avisó el Señor. Refiere largamente los malos efectos que dejan estas hablas: V. cap. 5, n. 6, y siguientes. No permite Dios que engañe el demonio al alma que desconfía de sí, y esta fuerte en la fe: Íbid. n. 7. Temen los demonios a quien no los teme. Más daño nos puede venir de un pecado venial, que de todo el infierno. Sus armas son nuestros defectos. Son amigos de mentira, y no hacen pacto con quien anda en verdad: Íbid. n. 10, y 11. Más miedo tenía la santa a los confesores que temen al demonio, que al mismo demonio: Íbid. n. 12. El demonio puede introducirse más en las visiones imaginarias, que en las intelectuales: V. cap. 28, n. 3. Algunas veces da Dios licencia al demonio para que tiente a las almas, como al santo Job, y entonces dice la santa, que parece que juega con ellas a la pelota: V. cap. 30, n. 7. Apareciose a la santa el demonio, y la dijo, lleno de rabia, que bien se había librado de sus manos, pero que él la volvería a ellas: V. cap. 31, n. 1. De los dolores, y tormentos que la ocasionaban los demonios, sacaba la santa la consideración de los cruelísimos que serán los que ejecuten con los condenados, cuando los tienen ya por suyos: V. cap. 31, n. 1. Regularmente la atormentaban los demonios, cuando por medio de la santa se convertía alguna alma: Íbid. Convirtió a una persona eclesiástica, a quien fatigaban mucho los demonios y pidió a Dios la dejasen libre, y que la atormentasen a ella, y así sucedió, pues pasó un mes de crueles tormentos: Íbid. n. 3. Estando la santa una noche de las Ánimas rezando unas oraciones, se la puso el demonio tres sobre el libro, y vio salir algunas almas del purgatorio: Íbid. n. 4. Los demonios están muy aterrados, y cobardes a vista de la Eucaristía: V. cap. 38, n. 15. Son muchas las sutilezas del demonio para tentar a las religiosas, y almas encerradas; pues conoce son necesarias muchas armas para combatirlas: en el prólogo del Camino de la Perfección. Quisiera ver al demonio junto a Cristo cuando le tentó en el desierto. Que miedo llevaría este desventurado, sin saber por qué: V. cap. 16, n. 5. Tiene el demonio gran miedo a las almas totalmente determinadas al servicio de Dios; a las que son mudables no las deja vivir: C. cap. 23, n. 1. Se transforma en ángel de luz, y no la deja conocer, hasta que ha bebido la sangre al alma, y destruídola las virtudes. Ésta es la mayor de las tentaciones: C. cap. 38, n. 2. Si no tenemos soberbia, y andamos sin malicia, con lo mismo que el demonio procura matarnos, nos dará la vida, por más ilusiones que nos ponga: C. cap. 40, n. 3. Teniendo a Dios contento no nos puede hacer mal el demonio, porque su Majestad le tiene atado: C. cap. 40, n. 3. Ve las palabras: Infierno, y Condenados.

Desasimiento. Después de los arrobamientos verdaderos queda el alma con un desasimiento muy notable de todas las cosas: V. cap. 20, n. 16, y siguientes. No se desconsuele si no viere en sí el desasimiento que quisiera tener, que andando el tiempo, Dios se le dará si no desconfía: V. cap. 31, n. 8. Véase en el Camino de Perfección, cap. 8, n. 1. A la santa la parecía que estaba desasida de todo y refiere un lance, en que conoció, que no era así: Íbid. Todo el bien del alma consiste en desprenderse de todo lo criado, y entregarse al Criador: ejecutado esto su Majestad va infundiendo las virtudes: C. cap. 8, n. 4. No basta dejar al mundo, y los parientes, si no nos desasimos de nosotros mismos: C. cap. 10, n. 1. Es gran medio para no asirse a cosa de esta vida, el considerar la vanidad, que es todo, y cuán presto se acaba: Íbid. n. 2, El amor de Dios y la humildad, no pueden estar en perfección, sin gran desasimiento de lo criado: C. cap. 16, n. 1. La condición de Dios es no darse del todo a nosotros si no nos desembarazamos de lo criado, le dejamos libre el corazón, para que quepa en él sin estorbo de gente baja, y baratijas: C. cap. 28, n. 8. Despega el corazón de todas las cosas, y busca, y hallarás a Dios: A. 36.

Deseos. Por grandes deseos que vean en sí, las almas, y determinaciones, después de las mercedes que el Señor las hace en la oración, si en la realidad no son muy mortificadas, y curtidas en trabajos, y no tienen verdadero desasimiento del mundo, no se fíen de sí, ni se expongan a las ocasiones, ni repartan todavía de las mercedes que Dios las hace, hasta estar más fuertes: V. cap. 15, n. 7. El que ve que no acaba de lograr las virtudes en sí, que desea mucho, no se desconsuele, que teniendo confianza en Dios, su Majestad le dará en obras, lo que a los principios tiene en deseos: V. cap. 31, n. 8. No nos hemos de contentar con hacer poco, sino que debemos ejecutar cuanto esté de nuestra parte, aunque no sea por otro motivo, que el huir de las penas del infierno: V. cap. 32, n. 4. Importa mucho tener altos pensamientos, o deseos, para que lo sean las obras. C. cap. 4, n. 1. Es necesario reportar los deseos de morir, cuando nacen de ímpetus del amor de Dios, mudando el pensamiento a que será mejor vivir más, para servir a su Majestad: C. cap. 19, n. 9. Los deseos dados de Dios traen consigo luz, y discreción; los que pone el demonio, falta de humildad, como sucedió al ermitaño a quien tentó para que se echase en un pozo, para ver más presto a Dios: C. cap. 19, n. 9. Anda siempre con grandes deseos de padecer por Cristo en cada ocasión: A. 29. Guarde mucho los sentimientos que el Señor le comunicare, y ponga por obra los deseos, que en la oración le diere: A. 32. Tu deseo sea de ver a Dios, y vivirás con gran paz: A. 68. Ve la palabra: Voluntad.

Determinación, y resolución48. Aunque a los principios no haya muy fuerte determinación, no por eso se deje de emprender el tener oración, que Dios la fortalecerá: C. cap. 20, n. 1. La determinación para seguir el camino del cielo por medio de la oración, ha de ser tan robusta, que no la mitiguen ni la muerte, ni la honra, ni peligro, o respeto de esta vida: C. cap. 21, n. 1. Cuando la determinación de servir a Dios es grande, y verdadera, no tiene el demonio mucha mano para tentar al alma, porque la tiene miedo, y sabe que saldrá mal: C. cap. 23, n. 1. El que está totalmente determinado a caminar al cielo, pelea con más valor, como el soldado que hace ánimo a vencer, o morir en la batalla: Íbid. Ve la palabra: Ánimo.

Devoción. No importa que el alma no tenga devoción, como ande siempre con ansias de agradar a Dios: V. cap. 12, n. 1. Suele haber algunas devociones impetuosas, que ahogan el espíritu, al modo de la olla que cuece demasiado. Se han de atajar estos arrebatamientos con suavidad, como al niño que llora aceleradamente: V. cap. 29, n. 8. Nunca muestres de fuera, lo que no tengas adentro; pero bien puedes encubrir la devoción: A. 37. La devoción interior no la muestres sin gran necesidad: A. 38. Procure mucho la devoción, y con ella hacer todas las cosas: A. 5.

Devociones. Aborrecía la santa a las devociones ridículas de ceremonias, y superstición, y solo amaba a las aprobadas por la Iglesia V. cap. 6, n. 3.

Dictámenes. Los que no son muy rectos, sabios, y considerados, hacen mucho perjuicio, como sucedió a la santa por los que la dieron hombres medio letrados: V. cap. 5, n. 2. Véase cap. 7 del libro de la vida n. 3. Un confesor necio dijo a la santa, que aun para subida contemplación no la serían impedimento los pasatiempos, y conversaciones que tenía: V. cap. 8, n. 6. No es bien introducirse al decir su parecer cuando no se lo piden, si no lo dicta la caridad. A. 16.

Difuntos. Vio la santa a un provincial después de muerto que se le apareció glorioso como de edad de treinta años, aunque era muy viejo: V. cap. 38, n. 17 y 18. Vio en otra ocasión subir al cielo, acompañado de Cristo a un religioso de la compañía de Jesús: Íbid. n. 21. Vio a un fraile de la Orden subir al cielo, sin entrar en el purgatorio, por haber guardado su profesión, y valerle, las bulas de la Orden: Íbid. n. 22. De las innumerables personas que supo la santa se salvaron, solo refiere que fueron tres las que no entraron en el purgatorio; y fueron san Pedro de Alcántara, el religioso de la Orden, y el padre dominico, que parece ser el presentado fray Pedro Ibáñez: Íbid. n. 3.

Dineros. El alma favorecida del Señor que ha gozado sus comunicaciones espirituales, se ríe de sí misma por el tiempo en que tuvo en algo a los dineros: V. cap. 20, n. 18. Si con ellos se pudiesen comprar los bienes espirituales, fueran dignos de precio; pero solo se compra con ellos la inquietud, y el infierno: Íbid. n. 19. Dineros y honras andan siempre juntos, y quien quiere la honra, no aborrece el dinero. Quien no tiene dinero, no es honrado en el mundo: C. cap. 2, n. 3, y 4. Véase las palabras: Riquezas, y Interés.

Dios. Siempre ayuda y favorece el Señor en los grandes aprietos, a los que se hacen fuerza por su Majestad: V. cap. 4, n. 1. A los principios nos ponen espanto las cosas del servicio de Dios, permitiéndolo así su Majestad para darnos más premio, si nos ayudamos: Íbid. Ninguna obra buena, por pequeña que sea, deja sin premio aun en esta vida. Dora, y encubre nuestras culpas, y a las acciones imperfectas las va poco a poco perfeccionando su misericordia: V. cap. 4, n. 4. Muchas veces encubre el Señor los defectos de los buenos, porque no se desacredite la virtud: V. cap. 7, n. 10. Es tan buen amigo, que en arrepintiéndonos de veras, nos perdona luego, y nos vuelve a hacer las mercedes, que nos hacía antes de las culpas. Nadie le tomó por amigo, sin que se lo pagase: V. cap. 8, n. 3. Véase el n. 4 de este cap., y el cap. 19, n. 7, y el cap. 19, n. 7 y 8. Véase a este propósito en la Vida, cap. 9, n. 8. No se niega Dios a nadie, cuando le buscamos de veras: poco a poco nos fortalecerá su Majestad para que consigamos victoria de nuestras pasiones: V. cap. 11, n. 2. Cuando el Señor se comunica al alma, la deja llena de humildad, y con otros efectos para dedicarse a la virtud, que no pueden dejar de conocerse el que son de su Majestad: V. cap. 15 n. 9. Solo espera el Señor que nos dispongamos, para llenarnos de mercedes espirituales: V. cap. 19, n. 3. Quien se aparta de Dios se desvía de la luz, y andará siempre tropezando: cap. 19, n. 6. En los arrobamientos conoce el alma, la grandeza, y majestad de Dios: V. cap. 20, n. 5. Cuando Dios se comunica al alma, entonces se descubren en ella las más pequeñas motas de imperfección: Íbid. n. 20. Dios comunica sus mercedes a un alma, aunque no esté dispuesta, y no a otras, solo porque quiere, para manifestación de su grandeza, obrando maravillas en la tierra más ruin: V. cap. 21, n. 4. Es el verdadero amigo; todas las cosas faltan, mas su Majestad no puede faltar: V. cap. 25, n. 9. Suele poner a la criatura en el extremo del mayor trabajo, para manifestar lo fino de su amor cuando la socorre: Íbid. Dice la santa, que se levanten contra ella todas las criaturas, y que la atormenten los demonios, que no se la da nada teniendo a Dios: Íbid. Las cosas que se hacen por Dios, aunque sean pequeñas, las estima su Majestad, y las da tomo, y ayuda para cosas mayores: V. cap. 31, n. 11. Todo es cabal en Dios, y lo ordena a nuestro bien, dando a cada uno según su capacidad: C. cap. 19, n. 9. Explica la santa algunas de las perfecciones, y grandezas de Dios, en contraposición de las miserables, que en los hombres aprecia el mundo, para que meditemos en ellas: C. cap. 22, n. 1. Dios esta en todas las cosas, y especialmente en el alma del justo, donde éste le debe buscar sin tener precisión de ir al cielo con la consideración: C. cap. 28, n. 1, y siguientes.

Discordia. Más quería la santa que entrase fuego en sus conventos, que alteraciones de la paz. Se la helaba la sangre pensando que en algún tiempo la pudiera haber: C. cap. 7, n. 8. Véase la palabra: Paz.

Discreción. Suele ser falsa la del mundo, y se sirve a Dios poco con ella: V. cap. 26, n. 9.

Disculpa. Padeció la santa muchos oprobios, y cargos que la hicieron sobre la fundación de su primer convento, sin disculparse: V. Capítulo 36, n. 6. Trata la santa del bien que trae al alma el no disculparse: C. cap. 15, por todo él. Rara vez le parece a la criatura que la falta razón para disculparse. Es grande humildad el verse condenada sin culpa, y no disculparse, imitando al Señor: Íbid. n. 1. En algunos casos en que es preciso decir la verdad, no es defecto disculparse: Íbid. Para practicar esta virtud no son necesarias fuerzas personales, ni se hace daño a la salud: Íbid. n. 1, y 2. Nunca somos condenados sin culpa, pues aunque alguna vez no la tengamos en la materia que nos imputan, la tenemos en otras: Íbid. No llegará a la cumbre de la perfección el que tiene la costumbre de disculparse: Íbid. n. 4. Es gran confusión para la que culpa a otra, el ver que no se disculpa, especialmente cuando la recarga sin razón, y en esto se suele aprovechar más que en diez sermones: Íbid. Siempre se descubre el no estar culpada la persona que no se disculpó cuando la condenaban sin motivo, y el Señor vuelve por ella, como lo hizo por la Magdalena en casa del fariseo, y con su hermana Marta: Íbid. Gánase gran libertad de espíritu no disculpándose, y aunque a los principios cuesta esto mucho, no es imposible el practicarlo: Íbid. 5. Es malísima razón el decir, que no somos santos, ni ángeles para no disculparnos de nuestros defectos y miserias, porque aunque no lo somos, lo podemos ser esforzándonos: C. cap. 16, n. 8. Jamás nos hemos de excusar, sino en muy probable causa. A. 11.

Doctores, y Varones ejemplares que defienden la Iglesia con sus letras, y virtud. Persuade mucho la santa a sus hijas hagan oración por éstos, para que triunfen de las herejías: C. cap. 3, n. 1, y siguientes. Necesitan estos varones virtud heroica, porque son los capitanes de los cristianos, y han de tratar con las gentes, y pisar los palacios: Íbid. n. 1 y 2. En lo exterior han de hacerse a vivir al modo de los hombres, siendo en lo interior ángeles: Íbid. n. 2. Si tienen imperfecciones, no merecen el nombre de capitanes, ni conviene que salgan de sus celdas, porque el mundo al instante los entenderá sus faltas, y no harán provecho: Íbid. Véase las palabras: Sabios, Escritos, y Letras.

Doctrina. Dice la santa, que si alguno dudase en la verdad de lo que ella escribía, que viniese a tratarlo con ella, que Dios la ayudaría para salir con su verdad adelante: V. cap. 18, n. 4. Dice también, que es doctrina, que la enseñó el Señor, el avisar a las almas, que no se expongan a las ocasiones, aunque hayan recibido mercedes del Señor, si no son muy mortificadas y desasidas de todo: V. cap. 19, n. 7. Véase las palabras: Sabios, Escritos, Doctores, Libros, y Letras.

Domingo Báñez (padre maestro fray), dominico. Fue catedrático de prima de Salamanca, hombre de grandes talentos, y autoridad, defendió el monasterio de san José de Ávila, y aquietó la furia de toda la ciudad, que lo quería deshacer, y gobernó la santa mucho tiempo: V. cap. 36, n. 8. Enviole la santa el libro de Camino de Perfección para que le aprobase, y reconociese si era a propósito para que le leyesen sus monjas: C. cap. 42, n. 6.

Dominicos (padres). Permaneció la santa en algunos errores, que la enseñaron sujetos medio letrados más de diez y siete años, hasta que un padre dominico muy docto se los quitó, enseñándola la verdad: V. cap. 5, n. 2. El padre dominico confesor del padre de la santa, lo fue después suyo: fuela muy útil su comunicación, y desde que le trató, no volvió a dejar la oración mental: V. cap. 7, n. 8, y 9. Un padre dominico muy docto la declaró una tentación, que tenía con capa de humildad: V. cap. 31, n. 4. Pidió al Señor con grande instancia por un padre dominico de grande entendimiento, diciéndole: Señor, éste es bueno para amigo, y su Majestad la concedió la súplica: V. cap. 34, n. 4, y siguientes. Dábale Dios avisos por medio de la santa, y se convirtió todo a su Majestad: aprovechó mucho a él, y otras almas, y a su religión. Díjola el Señor en muchas visiones cosas de grande admiración, y otra vez le vio con mucha gloria que le levantaban los ángeles: Íbid. Oyéndole hablar la santa cosas divinas, la vino un grande arrobamiento; y vio a Cristo mostrando mucho contento, por lo que allí se hablaba: Íbid. Vio la santa sobre la cabeza de un padre dominico al Espíritu Santo en forma de paloma, y entendió que ganaría muchas almas: V. cap. 38, n. 8. Véase las palabras: Fray Domingo Báñez, y Fray Pedro Ibáñez.

Dones y Gracias del Señor. Los da su Majestad a quien quiere, y cuando quiere, sin que esto se regule por los años en que se practica la virtud: V. cap. 34, n. 6.

Dudas. Dudando la santa si las mercedes que Dios la hacía, serían, o no suyas, la reprendió su Majestad, y la dijo, que haría mal en dudar esto, habiéndola dicho tantas personas, que eran de Dios: V. cap. 39, n. 19.



Edificios. Mira la palabra: Fábricas.

Educación, o Crianza. Han de cuidar los padres sean sus hijos devotos, y que lean en buenos libros: V. cap. 1, n. 1. Véase la palabra: Cortesía.

Ejemplo49. Es muy útil para los hijos el que reciben del buen porte de los padres: V. cap. 1, n. 1. Las personas que profesan virtud, causan mucho daño con sus faltas, porque el demonio se vale de su buena opinión, y virtud para autorizarlas, porque otros las ejecuten: V. cap. 11, n. 7. Muchas veces por el pretexto del buen ejemplo autorizamos el faltar, encubriendo nuestros defectos, contra la humildad: V. cap. 31, n. 10. Procuró la santa que las primeras de sus hijas fuesen muy ajustadas, para ejemplo de las venideras: V. cap. 36, n. 3. Cristo dijo a la santa, que avisase a sus frailes, enseñasen más con obras, que con palabras: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 20. Pónenos50 la santa delante de la consideración el ejemplo de suma pobreza de nuestros padres antiguos del Carmen, para excitarnos a la observancia de esta santa virtud: C. cap. 2, n. 4. La casa de Cristo fue el portal, y la cruz, y esto lo pone la santa por ejemplo, para que las casas de sus hijas no sean magníficas: Íbid. n. 5. Los que viven en congregación deben mirar mucho sus acciones, para que no den mal ejemplo; y se evite el que se originen costumbres viciosas: C. cap. 13, n. 2. Sean tales las acciones externas del religioso, que saquen de ellas ganancia, y doctrina sus hermanos: C. cap. 12, n. 6. Jamás hagas cosa, que no puedas hacer delante de todos: A. 42.

Empresas51. Cuando se siguen las empresas solo por Dios, aunque no se consigan, no se inquieta el espíritu, no obstante que pierdan el logro los trabajos ejecutados en ellas: V. cap. 33 n. 1.

Encarnación (Convento de la) de Ávila donde la santa entró monja. Se servía a Dios mucho en esta casa, y había religiosas ejemplares. Era casa grande, y deleitosa: V. cap. 32, n. 5. A la santa la dijo Cristo, que eran hermanas suyas las religiosas de este convento, y que por asistirlas no perderían las casas de la reforma: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 4.

Enfermedades. La buena conciencia, y obras virtuosas comunican fortaleza para sufrir el martirio de las enfermedades: V. cap. 4, n. 4. Padeció una religiosa vierta enfermedad muy molesta, y la santa tenía envidia a su paciencia: V. cap. 5, n. 1. Padeció la Santa muchas enfermedades. Son muy crueles las que traen consigo dolores recios: V. cap. 5, n. 3. Quedó la santa después de un parasismo que tuvo, maravillosamente lastimada en su cuerpo: V. cap. 6, n. 1. Refiere la santa los muchos achaques, y enfermedades que tuvo: V. cap. 7, n. 7. Cuando la santa estaba mala, dice que estaba mejor con Dios: V. cap. 8, n. 1. Hasta que la santa empezó a no hacer caso del cuerpo, siempre estuvo más enferma. Pone el demonio muchas veces tentación con pretexto de la salud corporal, para embarazarnos la mortificación, y otras buenas obras: V. cap. 13, n. 6. La santa se ponía buena algunas veces con las mercedes que el Señor la hacía en la oración: C. cap. 18, n. 7. Las enfermedades de la santa se las daba Dios, porque hacía en sus primeros años poca mortificación: V. cap. 24, n.1. A los grandes dolores, y accidentes del cuerpo que padeció la santa, se le solían juntar muchas penas del alma, y entonces era muy cruel el trabajo: V. cap. 30, n. 5. Pasó la santa, en sentir, de los médicos, los mayores dolores que se padecen en esta vida: V. cap. 32, n. 2. Mandó Cristo a la santa, que en sus conventos se tuviese gran cuidado, y asistencia con las enfermas: consta de los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 11. Es cosa muy imperfecta en las monjas andarse siempre quejando de unos malecillos, que se pueden bien sufrir. El mal, o enfermedad verdadera, ella misma se queja, sin que el enfermo la exagere: C. cap. 11, n. 1. El quejarse y medicinarse sin necesidad tiene echado a perder muchos monasterio: Íbid. n. 2. Si no se determina la religiosa de una vez a tragar la muerte, y falta de salud, no hará cosa de provecho: Íbid. n. 3. Con la comunión sacramental sanaba muchas veces la santa de sus males. Es también este divino pan medicina para el cuerpo: C. cap. 34, n. 5. Véase la palabra: Salud.

Entendimiento. En cosas del cielo, y asuntos muy elevados, y espirituales, no podía la santa trabajar mucho con su entendimiento: V. cap. 9, n. 4. En muchos años no entendió la santa lo que leía en los libros, y cuando el Señor la daba a entender las cosas, no acertaba a dar razón de ellas a sus confesores, hasta que el Señor, que fue su maestro, la enseñó también esto: V. cap. 12, n. 4. En la oración de quietud no ha de practicar muchos discursos el entendimiento, porque estorbará su labor a la voluntad: V. cap. 15, n. 4 y 5. Queda espantado muchas veces viendo las mercedes que el Señor obra en el alma: V. cap. 17, n. 4. Estando unida con Dios, y la voluntad en suma quietud, sucede a veces estar libre el entendimiento para entender, tratar en negocios de caridad: Íbid. n, 3. Sin que él trabaje con sus actos, y discursos, suele conocer maravillosas cosas, que se le manifiestan en la oración, y se las dan como guisadas: V. cap. 19, n. 1. El bullicio del entendimiento, imaginación, y de la memoria que suelen traer estas potencias, cuando la voluntad está unida con Dios, le compara la santa al que trae la lengüecilla de los relojes de sol: V. cap. 20, n. 14. Dice la santa, que su entendimiento era muy rudo: V. cap. 28, n. 6. En algunos tiempos de sequedad anda el entendimiento, como un loco furioso, sin que nadie le pueda detener: V. cap. 30, n. 11. Algunas veces se paraba la Santa a mirarle, y la daba risa ver su desvarío, aunque nunca se le iba a cosas malas, sino indiferentes: Íbid. En viendo la santa una persona de buen entendimiento, y partidas, al punto procuraba ganarla para Dios, y se lo pedía a su Majestad: V. cap. 34, n. 5. Los malos entendimientos no son para el Carmen descalzo. Juzgan éstos que entienden mejor que los sabios: C. cap. 14, n. 1. Un mal entendimiento es enfermedad irremediable: regularmente está acompañado de malicia. El buen entendimiento, si empieza a inclinarse al bien, se ase a él con fortaleza, y a lo menos puede servir en las comunidades para dar consejo; el malo para nada, sino para dañar: Íbid. El mal entendimiento no se conoce en todos prontamente, porque hay muchos que hablan bien, y entienden mal: Íbid. n. 1. Hay almas, y entendimientos tan desbaratados, como unos caballos desbocados, que no pueden sosegar en la meditación en cosa alguna: C. cap. 19, n. 3. La tierra que no es labrada llevará espinas, y abrojos: así el entendimiento del hombre: A. 1.

Envidia52. No ha de pensar el religioso, o religiosa en si tratan mejor que a él a los demás: C. cap. 12, n. 3, 4. Cuando el superior favorece con especialidad a alguno, el favorecido ocasiona envidias, y se hace malquisto: C. cap. 28, n. 8.

Ermitaños53. En el Carmen descalzo no sólo se debe, hacer vida de religiosos, sino también de ermitaños: C. cap. 13, n. 4.

Escarmiento. Pide la santa el que escarmienten las monjas en el daño que a ella la hizo los pasatiempos que tuvo de conversaciones no necesarias: V. cap. 7, n. 5. Véase la palabra: Arrepentimiento.

Escritos. Escribía la santa llena de ocupaciones, y como hurtando el tiempo, y sentía esta ocupación, porque la estorbaba hilar: V. cap. 10, n. 5. Véase el cap. 39, n. 12, y el cap. 40, n. 17. Para escribir las cosas encumbradas de la oración dice la santa que necesita el alma estar actualmente experimentándolas en el espíritu, porque si no no se puede concertar el lenguaje: V. cap. 14, n. 5. Dice la santa, que uno de los fines que tuvo para escribir las mercedes que el Señor la hacía, fue el engolosinar a las almas, para enamorarlas de este bien: V. cap. 18, n. 4. Véase a este propósito en la V. cap. 19, n. 2. Dice la santa, que deja muchas cosas por escribir de su vida, porque no tiene tiempo, y sería alargarse mucho: V. cap. 30, n. 14. Dijo que no refería todas las almas que por su medio habían salido de pecado, y del purgatorio, porque sería cansar y cansarse: V. cap. 39, n. 5. El Señor la enseñaba lo que había de y por eso dice ella, que hacía escrúpulo de quitar una sílaba, de aquello que su Majestad la daba a entender: Íbid. n. 6. Por sola una vez que el Señor fuese alabado en lo que la santa escribió de su vida, daba por bien empleado el trabajo que la costó el escribirlo: V. cap. 40, n. 17. Después que escribió la santa su vida, dice que pasó mucho en verse escrita, porque le atormentaba la memoria de sus miserias: Íbid. n. 18. Sujeta la santa sus escritos a la corrección de la Iglesia, y de los doctos, a quienes se los remitía para que los corrigiesen: en el principio del libro Camino de Perfección. Escribió la santa el libro de Camino de Perfección, a ruegos de sus hijas las de san José de Ávila: en el prólogo a dicho libro. Dice la santa, que no escribía cosa de que no tuviese experiencia en sí, o en otras personas: Íbid. Dice también, que algunas veces no entiende lo que escribe, y quiere el Señor sea bien dicho: C. cap. 6, n. 1. Dice asimismo, que cuando escribe acerca de las virtudes, que si acierta en algo, es por cuanto entiende, y escribe por el vicio opuesto que ha tenido contra las virtudes: C. cap. 8, n. 1. Dice que quiso el Señor acortase a explicar lo que escribe en el libro de su Vida; y que algunos que lo vieron lo aprobaron. Aconseja, a sus hijas que lo lean, si Dios las ha puesto en contemplación, pero si no, que se guíen por la doctrina que da en el Camino de Perfección, hablando de la oración mental, y vocal: C. cap, 25, n. 1. Dice como todo lo que ha escrito en dicho libro se lo enseñó el Señor, pues ella no tenía entendimiento para discurrirlo: C. cap. 42, n. 6. Véase las palabras: Doctrina, Doctores, Sabios, Libros, y Letras.

Escritura sagrada. Dice la santa, que padecería mil muertes por cualquiera de las verdades de la Escritura: V. cap. 33, n. 3. En un arrobamiento dijo el Señor a la santa, que todo el daño que viene al mundo se funda en no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad, y que no faltará una tilde de ella: V. cap. 40, n. 1. Quedó la santa con gran valor de este arrobamiento para cumplir la más pequeña parte de la Escritura: Íbid. Véase las palabras: Evangelio, Credo, Fe, y Herejes.

Escrúpulos. El alma escrupulosa se hace inhábil para aprovechar a otras, y aun para sí, no llegará almas a Dios, porque antes huyen de su trato, por no verse en las apreturas de los escrúpulos: C. cap. 41, n. 6. Los escrupulosos regularmente sienten mal de los que proceden con libertad santa, y a veces cometen la injusticia de no decir, ni hablar en lo que están obligados, por miedo falso de no exceder. Íbid. n. 7.

Esperanza. Conviene tener segura esperanza, y confianza, en que alcanzaremos la perfección, si peleamos con constancia, y no volvemos atrás: C. cap. 23, n. 1. Véase la palabra: Confianza.

Espíritu. No siempre se ha de tener atajo el espíritu; conviene a veces dejarle obrar: V. cap. 33, n. 4, y 5.

Espíritu Santo. En una víspera del Espíritu Santo vio la santa una paloma muy hermosa sobre su cabeza, y en este arrobamiento quedó su alma muy acrecentada en el amor de Dios y todas las virtudes: V. cap. 38, n. 6, y 7. Otra vez vio esta misma paloma sobre la cabeza de un padre dominico: Íbid. n. 8.

Esposa. Dio Cristo a la santa su mano derecha, enseñándola el clavo, en señal de que sería su esposa, y la dijo: «Desde aquí adelante no solo como de Criador, y como de Rey, y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía»: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 17. La esposa de Cristo ha de apetecer ser deshonrada como su divino Esposo: C. cap. 13, por todo él. La esposa debe estar instruida en las calidades del esposo, y las almas religiosas en las del suyo, que es Cristo, meditando siempre en sus perfecciones: C. cap. 22, n. 1. ¿Qué esposa hay, que recibiendo muchas joyas de valor del esposo, no le dé siquiera una sortija? ¿Pues por qué no han de hacer lo mesmo las almas religiosas con Cristo, dándole algo en prenda, y señal de que constantemente serán suyas? C. cap. 23, n. 1.

Estimación. Sentía mucho la santa que hiciesen aprecio de ella, y la estimasen: V. cap. 34, n. 4. Véase el cap. 34, n. 2. Porque la estimaban en el lugar que estaba, quiso dejar su monasterio, y irse a otro muy lejos de allí: Íbid. n. 6. Véase las palabras: Honra, Agravios, y Mayorías.

Eternidad. Considerando la santa en su niñez qué pena, y gloria eran ara siempre, se la quitó el amor a la vida, y a las cosas del mundo: V. cap. 1, n. 2.

Eucaristía54. Muchas veces vio la santa descubiertamente a Cristo en la hostia. Dice la majestad que trae consigo esta representación: V. cap. 38, n. 13. Pondera la santa la sabiduría del Señor en ofrecerse recatado en el Sacramento para que así tengamos ánimo para llegarnos a su Majestad, lo que no sucedería si se nos manifestase su grandeza: Íbid. n. 14. Era tanta la aflicción, y compunción que experimentaba la santa en vista de su miseria, para recibir la comunión, que la parecía por aquel sentimiento hacer algo en servicio del Señor: Íbid. Llegando la santa a comulgar vio a dos demonios que con sus cuernos rodeaban la garganta del sacerdote, y la manifestó el Señor esta visión para que entendiese la fuerza que tienen las palabras de la consagración: Íbid. n. 15. Gustaba la santa de que las Formas fuesen grandes: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 17. Hace la santa una exclamación al Padre Eterno, quejándose de que permita ser su Hijo tan maltratado de los hombres en el Sacramento: C. cap. 34, n. 3, y siguientes. Cristo se quedó en la Eucaristía para animarnos y sustentarnos, para que hagamos la voluntad del Padre: C. cap. 34, n. 1. De cuantas maneras quisiere comer el alma hallará sabor, y consolación en el de este santísimo Sacramento: no hay trabajo que no sea fácil, si le empezamos a gustar: Íbid. n. 2. Es la Eucaristía medicina, no sólo del alma, sino del cuerpo. La santa sanaba muchas veces con ella de sus enfermedades, y era tanta su fe, que se reía cuando oía decir a algunas personas, que quisieran haber vivido en el tiempo de Cristo para conocerle, y tratarle, pareciéndola que lo mismo se logra teniéndole en la Eucaristía: C. cap. 34, n. 5. Si el Señor cuando andaba en el mundo, con solo tocar sus ropas los enfermos, quedaban sanos, ¿cuanto más sanará a los que le reciben dignamente sacramentado? Íbid. n. 7. Está tratable disfrazado entre los accidentes, y si no fuese así, nadie se atreviera a acercarse a su majestad, ni habría mundo, ni quien quisiese parar en él, porque a vista de la verdad eterna, se conocería ser mentira, y burla todas las cosas de la tierra: Íbid. Hay muchas personas, que no sólo no quieren estar con el Señor, sino que le apartan, y echan de sí: esta consideración, dice la santa debe mover a los espirituales para recibir al Señor con gran amor, y devoción: C. cap. 35, n. 2. Exclama la santa al Padre Eterno pidiéndole remedie las irreverencias, que se hacen en el mundo contra su Hijo sacramentado: Íbid. n. 3, y siguientes. Ve la palabra: Comunión sacramental.

Evangelio. Fue muy devota la santa del Evangelio de la Samaritana: V. cap. 30, n. 13. A la santa la recogían más las palabras de los Evangelios, que todas las de otros libros: C. cap. 21, n. 1. Véase las palabras: Credo, Escritura sagrada, y Fe.

Exageración. Nunca se han de encarecer mucho las cosas, sino con moderación decir lo que siente: A. 13.

Examen de conciencia. En cualquiera obra, y hora examina tu conciencia: vistas tus faltas, procura la enmienda con el favor divino, y por este camino alcanzarás la perfección: A. 27. Con el examen de la noche tendrás gran cuidado: A. 56.

Exclamación, y peroración. Hace la santa una peroración admirable al Señor llena de humildad, pidiéndole entre otras cosas, el que todos la aborrezcan: C. cap. 15, n. 3.

Experiencia. Es muy provechosa en los directores de las almas, mas si no la tienen, y son humildes con letras, y conocen que no alcanzan muchas maravillas, que Dios obra en ellas, dispondrá su Majestad que no yerren en su gobierno: V. cap. 34, n. 6 y 7. No escribía la santa cosa de que no tuviese experiencia en sí, o en otras personas: en el prólogo al Camino de Perfección. El que tiene experiencia del amor, y finezas con que el Señor se comunica al alma, le mueve mucho más su infinita bondad, que aquel que solo la conoce, por la fe: C. cap. 23, n. 1.



Fábricas, y edificios. Previene la santa, que no sean suntuosos los conventos de sus monjas que si exceden en esto, que pide a Dios que se caigan, y las coja debajo: C. cap. 2, n. 5. Se han de caer estas casas el día del Juicio, y conviene que sean chicas, para que no hagan mucho ruido. No es justo hacer casas magníficas con limosnas, o sangre de los pobres: Íbid. No pone la santa a sus monjas tanta estrechura acerca de las huertas, pues dice conviene el que tengan campo con algunas ermitas, porque ayuda para la oración: Íbid.

Favorecidos, o validos. Los favores del mundo todos son mentira: C. cap. 29, n. 2.

Favores de Dios. Los favores de Dios en retorno de las culpas, son castigo muy penoso para el alma amorosa: V. cap. 7, n. 11. Véase las palabras: Mercedes de Dios, y Beneficios.

Fe. No tenía fuerzas el demonio para tentar a la santa en materias de fe: V. cap. 19, n. 5. Al alma muy fuerte en la fe, no permitirá el Señor que la engañe el demonio: V. cap. 25, n. 7. Aunque viese esta alma que se abrían los cielos para probar algo de lo que contradice a la fe, no la daría a crédito: por defender cualquiera verdad canonizada por la Iglesia se desmenuzaría con el demonio: Íbid. El tener muerta a fe no nos deja entender lo cierto que tenemos el castigo, y el premio: C. cap. 30, n. 2. Cuanto más difíciles eran las cosas, la hacían más devoción a la santa, y las creía mejor: V. cap. 28, n. 6. Véase las palabras Escritura, Evangelio, Credo, y Herejes.

Fénix. Puso la santa una comparación en el modo como renace esta ave, de su ceniza después de abrasada, para significar como se renueva el alma en todo lo bueno con el incendio del amor de Dios; y la dijo su Majestad, que había hecho buena comparación: V. cap. 39, n. 15.

Festividades. Era muy devota de la festividad de Corpus-Cristi: V. cap. 3, n. 7. Un día de santa Clara se apareció esta santa a nuestra santa Madre: V. cap. 33, n. 8. En una festividad de nuestra Señora de la Asunción recibió la santa mi favor, y aparición de gran gloria de María Santísima, y su sagrado Esposo: Íbid. n. 9. En una víspera del Espíritu Santo recibió un favor especialísimo, poniéndosela una paloma muy hermosa sobre su cabeza: V. cap. 38, n. 8. Un día de la Asunción de nuestra Señora vio la santa, y se la representó su subida a los cielos, y la alegría y solemnidad con que fue recibida: V. cap. 39, n. 17. Era la santa muy devota de la festividad del Domingo de Ramos, y en más de treinta años comulgaba en este día, para hospedar al Señor en consideración de la desatención de los judíos, que después de la entrada en Jerusalén, no le convidaron a comer: en los papeles de la santa, que están después de la Vida, n. 2. Llegando la santa a comulgar un día de Ramos, se la llenó la boca de sangre, y la dijo su Majestad: «Yo quiero que mi sangre te aproveche, etc.». Íbid. Víspera de san Sebastián recibió la santa un favor muy grande de María Santísima: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 7. En las fiestas de los santos piense sus virtudes, y pida a Dios se las dé: A. 55. Véase la palabra: Santos.

Ficción. Dice la santa, que los que fingen que Dios les habla al interior, que les es más fácil el decir, que lo oyen con los oídos corporales: V. cap. 25, n. 5. Véase la palabra: Verdad.

Fin. Trabajos que tienen fin no son trabajo, ni se debe hacer caso de ellos: C. cap. 3, n. 3. Para no aficionarse a cosa de esta vida, es buen medio el considerar, cuán presto se acaba todo: C. cap. 10, n. 2. Sentía la santa gran regalo interior siempre que oía las palabras del Credo, que dicen, que el reino de Dios no tiene fin: C. cap. 22, n. 1. Véase la palabra: Intención.

Finezas, y palabras amorosas. El Señor solía decir a la santa estas palabras: Ya eres mía, y yo soy tuyo. Y la santa también le solía decir: ¿Qué se me da a mí de mí, sino de vos? V. cap. 39, n. 14. Las ternuras, y palabras amorosas son muy de mujeres, y las aborrecía santa Teresa nuestra madre: C. cap. 7, n. 7.

Francia. Lloraba la santa con gran fatiga los daños que contra la fe hicieron los luteranos en la Francia, y se movió a fundar la vida estrecha, que estableció en la reforma, para pedir a Dios, con su familia, por los defensores de la Iglesia: C. cap. 1, n. 1 y 2.

Francisco de Asís (san). Las llagas de este santo significan el amor que tuvo a la humanidad de Cristo: V. cap. 22, n. 4. Le obedecieron las aves y los peces: C. cap. 19, n. 5. Mi secreto para mí, dice san Francisco: A 38.

Francisco de Borja (san). Trata a la santa, aprueba su espíritu, y la ordena que no resista más a las mercedes de Dios: V. cap. 24, n. 2.

Francisco de Salcedo (el señor). Por medio de este caballero empezó la santa a tratar con personas que la gobernasen. Refiere la santa largamente las especiales virtudes, y prendas de este caballero: V. capítulo 23, n. 3, 4 y 5. No había para la santa mayor descanso, que el tratar con este caballero. Refiere la humildad, y discreción con que la iba sobrellevando: Íbid. n. 4. Cuida mucho de la santa, aunque le parecía a los principios, que las cosas especiales que experimentaba en su espíritu eran del demonio: Íbid. n. 7. Alegrose mucho este caballero cuando san Francisco de Borja aprobó el espíritu de la santa, a quien siempre ayudaba en cuanto podía: V. cap. 24, n. 2. El grande amor que este caballero tuvo a la santa fue causa para estar tan fuerte, en los recelos de que sus revelaciones las causaba el demonio, por asegurarla más. Aun aprobándola el espíritu san Pedro de Alcántara no se aquietó del todo: V. cap. 30, n. 3. Ayudó mucho a la santa en la fundación del primero de sus conventos: V. cap. 31, n. 8. Véase el cap. 36, n. 10. Estuvo siempre muy firme en que el monasterio de san José se fundase sin renta: V, cap. 36, n. 12.

Fuego. Padeció, y experimentó la santa el furor del fuego del infierno en una visión que tuvo: V. cap. 32, n. 1 y siguientes. El fuego natural, si es grande, crece con el agua. Y al del amor de Dios, cuando está en su fuerza, no le apagan las aguas de las penalidades de esta vida: C, cap. 19, n. 4.



Galas. En sus mocedades fue la santa inclinada a las galas, y otras vanidades: V. cap. 2, n. 1. Los adornos exteriores suelen ser más martirio, que conveniencia, y decía la santa, que Dios la librara de mala compostura: V. cap. 34, n. 2 y 3. Véase la palabra: Trajes.

Gaspar de Salazar (el padre jesuita). Fue varón de mucho espíritu, y talento para adelantar las almas en la perfección, Aprovechó mucho a la santa, conoció los fondos de su alma, y esta aun antes de tratarle en el gozo que sintió en sí, barruntó lo mucho que la había de servir: V. cap. 33, n. 5. Dijo Dios a la santa en algunas visiones cosas d e grande admiración de este religioso: V. cap. 34, n. 7. Vio la santa algunas veces que el Señor le hacía grandes mercedes. Siendo perseguido, vio la santa a Cristo en la cruz al alzar la hostia; y la dijo algunas palabras, que dijese a este religioso para su consuelo, y lo que le había de suceder: V. cap. 38, n. 9.

Gerónimo (san). En el desierto lo atormentaba el demonio con malos pensamientos: V. cap. 11, n. 6.

Gloria. El que se determina a buscar solo los bienes eternos, así los apetece, que por ningún interés temporal dejará de adquirirlos, como sucedía a la santa: V. cap. 5, n. 1. Los deseos de la gloria quitan el miedo de la muerte: V. cap. 21, n. 3. ¡Quién ve, o considera la gloria que Dios nos tiene prevenida, que no conozca es nada todo cuanto podemos padecer por tal premio! V. cap. 26, n. 6. Dios enseñó en un arrobamiento a la santa el modo con que se entienden los bienaventurados en el cielo: V. cap. 27, n. 7. Algunas veces manifiesta Dios al alma las maravillas de la gloria: Íbid. Si pudiera haber vergüenza en el cielo, la tuvieran los bienaventurados por lo que dejaron de trabajar por Cristo, gozando la gloria a costa de su Majestad: Íbid. n. 9. Será sumo el gozo accidental que tendrá en el cielo aquel que en esta vida, en cuanto pudo, no dejó de hacer cosa alguna por amor de Dios: Íbid. Aunque en el cielo no hubiese más gloria, que ver la hermosura de la humanidad de Cristo, y la de los cuerpos, gloriosos, fuera grandísima: V. cap. 28, n. 3. El Señor reveló a la santa muchos secretos de la gloria que se dará a los buenos, y castigo a los malos: V. cap. 32, n. 5. Una hermana de la santa, que murió de repente, antes de los ocho días de su muerte se la apareció gloriosa: V. cap. 34, n. 11. En el cielo hay diversidad de grados de gloria, y los más santos los gozan más subidos, y por eso decía la santa, que por gozar un poquito más de gloria, que de buena gana pasaría en esta vida todos los trabajos, aunque durasen hasta el fin del mundo: Íbid. En un arrobamiento puso el Señor a la santa en la gloria, y entre otras cosas vio en ella a su padre, y a su madre: V. cap. 38, n. 4. Mostrando el Señor a la santa las grandezas de la gloria, la dijo: Mira hija lo que pierden los que son contra mí. Los que las han visto, desprecian todo lo terreno: Íbid. n. 2 y siguientes. En un mal de corazón que tuvo la santa en casa de doña Luisa de la Cerda, la sacaban sus joyas para alegrarla, y como ella había visto las riquezas del cielo, se reía de ver, que se apreciaban las de la tierra: Íbid. n. 4. Conviene el pensar en las grandezas de la gloria, y en que es nuestra patria, para pasar con alivio, y gusto los trabajos que se padecen en este camino: Íbid. n. 5. Entre los bienes de la gloria, lo es muy grande el no tener ya cuenta con cosa de la tierra; un sosiego y alegrarse de que se alegren todos, y una satisfacción grande, que se origina en los bienaventurados, de que todos santifiquen el nombre del Señor: C. cap. 30, n. 4. Acuérdate de que no hay más de una gloria, y esta eterna, y darás de mano a muchas cosas: A. 76. Véase la palabra: Cielo.

Gonzalo de Aranda. Fue un sacerdote, que ayudó mucho a la santa en la fundación de su primer convento, y el que fue a la corte a defenderle en el pleito que puso para su deshición la ciudad de Ávila: V. cap. 36, n. 10.

Gracia divina. Reveló el Señor a la santa en una ocasión el que estaba en gracia: V. cap. 34, n. 6. Los regalos espirituales no es señal cierta de estar el alma en gracia; más segura lo es la seguridad de la buena conciencia: en los papeles de la santa, que están después de la Vida, n. 6. La gracia depende totalmente de Dios, nadie la puede adquirir sin su Majestad: Íbid. Nadie la pierde sin entender que la pierde. Sin Dios no nos podemos mantener un instante en ella: Íbid. Manifestó el Señor a la santa cómo asisten las tres divinas personas en el alma que esta en gracia: Íbid. n. 12. Vio en otra ocasión cómo está Dios en el alma que está en gracia y el gran poder que la viene de la asistencia que tiene en ella la Santísima Trinidad. Diéronsela aquí a entender las palabras de los Cantares: Dilectus meus descendit in hortum suum: Íbid. n. 16. El siervo de Dios, con una palabra suya ataja las que se dicen contra Dios: la santa atribuye este efecto a la gracia divina, por el respeto que ocasiona, para que en su presencia no sea Dios ofendido: C. cap. 41, n. 6.

Gracias, y alabanzas. Deshácese la santa en alabanzas del Señor por la fineza con que se comunica a las criaturas en este valle de miserias, y dice, que algunas veces se desahoga con decir desatinos a su Majestad: V. cap. 18, n. 2. No halla el alma cosa que la baste para dar gracias a Dios cuando su Majestad la da a entender su misericordia en no tenerla en el infierno después que pecó: V. cap. 19, n. 1.

Grandezas de Dios. El alma se queda absorta, y espantada, cuando el Señor la manifiesta sus grandezas: V. cap. 20, n. 20. Véase la palabra: Majestad.

Guiomar de Ulloa (Doña). Fue una señora viuda muy amiga de la santa, y a quien el Señor sentó con gran firmeza la especie de la fundación del convento de san José de Ávila: V. cap. 32, n. 5. Ayudó mucho a la santa en esta empresa, y pasó tantas persecuciones, que no la querían absolver los confesores, si no desistía de ella: Íbid. n. 6 y 7.

Gula. Si se le dice a un regalado, y rico, que modere su plato, siquiera para otros que mueren de hambre, sacará mil razones para no hacerlo: C. cap. 33, n. 1. Véase las palabras: Comida, y abstinencia.

Gustos, o contentos espirituales. Sola una vez pidió la santa a Dios la diese, contentos espirituales, estando muy seca; pero en lo demás de su vida jamás le hizo esta petición: V. cap. 9, n. 8. Véase el cap. 39, n. 11. Explica la santa el modo cómo puede el alma sacar algún gusto, y ternura, ni bien toda espiritual, y sensual, aunque útil, valiéndose de santas consideraciones: V. cap. 10, n. 12. Dice que los gozos de la oración son semejantes a los que tienen los del cielo, que cada uno contento, y satisfecho con los suyos, aunque sean inferiores a los de los otros: V. cap. 10, n. 3. Véase en la Vida, cap. 37, n. 1. Dice la santa, que es donoso intento el querer muchos gustos, y consolaciones espirituales, sin acabar de arrancar el corazón de la tierra, ni acabar de darnos del todo al Señor: V. cap. 11, n. 2. Una hora de los gustos, y consuelos espirituales, que dio el Señor a la santa en la oración, dice que la apreciaba tanto, que la parecía quedaban muy pagadas todas las congojas de su vida: V. cap. 11, n. 6. Véase en la Vida, cap. 27, n. 8. No se pare a considerar el alma de oración, porque en poco tiempo da Dios otros consuelos, y gustos espirituales, y no a ella: V. cap. 11, n. 7. Tiene andado gran parte del camino de la virtud el alma que empieza a tener oración, sin desear consuelos en ella. Para mujercillas flacas como ella, dice la santa, que conviene llevarlas Dios con regalos, pero no a hombres de tomo, de letras, y entendimiento: Íbid. n. 8. No se ha de levantar el espíritu a cosas sobrenaturales, y extraordinarias, por gozar gustos espirituales, que es falta de humildad, y no conseguirá nada, y quedará más seco: V. cap. 12, n. 1, 2, y 3. Más vale un instante de los gustos espirituales que da Dios en la oración, que todos los contentos, y riquezas del mundo: V. cap. 14, n. 3. Véase el cap. 18, n. 5. Estos consuelos de Dios ocupan tanto al alma, que parece llenan el vacío, que en ella tenía hecho la culpa: Íbid. n. 4. Los contentos que da el Señor en la oración, no puede el alma dejar de apreciarlos mucho de los que da el demonio no hace caso, si es alma desinteresada, y amiga de cruz; y si ella endereza el deleite a Dios, aunque sea dado del demonio, granara con él, y perderá este enemigo: V. cap. 15, n. 6, y 7. Algunas devocioncitas de lágrimas, y fervorcillos gustosos, que se suelen sentir en la oración, aunque sean buenos sentimientos, no sirven para determinar si el espíritu es bueno, o malo: V. cap. 25, n. 6. El gusto, y deleite que ocasiona el demonio, solo puede engañar a quien no los hubiere tenido de Dios: Íbid. Hay mucha diferencia, y exceso en los gustos que el Señor da en esta vida, respecto de unas mercedes, o comunicaciones a otras: V. cap. 37, n. 1. El que juzga que porque ha muchos años que tiene oración, merece gustos, y regalos no llegará a la cumbre del espíritu: V. cap. 39, n. 11. Suele el Señor dar gustos espirituales, y aun subir a la contemplación a las almas perdidas, para ganarlas por medio de este regalo, y ternuras, si ellas se disponen, y cooperan: C. cap. 16, n. 6. El que camina en la virtud sin gustos espirituales, va más seguro: V. cap. 17, n. 3, y 4. Si a los contemplativos no diese el Señor algunos regalos espirituales, no pudieran tolerar los grandes trabajos que ocurren en este camino de la contemplación: C. cap. 18, n. 1. Algunas personas parece que por justicia piden a Dios regalos; faltan a la humildad, no se los dará el Señor, porque no son estos para beber el cáliz de su Pasión: Íbid. n. 5. Los gustos el que es verdadero espiritual los ha de guardar para la otra vida. Son censos al quitar, no perpetuos, ni renta, ni juros, que no faltan, como las virtudes: Íbid. Virtudes, y no gustos espirituales quiere la santa que apetezcan sus hijos; en aquellas hay seguridad, en esto mucha duda si son ilusión, o dados de Dios: Íbid. n. 7. Véase, la palabra: Consuelo.



Hablas interiores. La primera habla que tuvo la santa del Señor fue cuando reflexionando ella en las muchas mercedes que la franqueaba, y por qué no se las hacía a otras personas mejores, la dijo su Majestad: Sírveme tú a mí, y no te metas en eso; V. cap. 19, n. 5. Díjola el Señor: Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles: V. cap. 24, n. 3. Cuando son de Dios estas hablas, son unas palabras muy formadas, que aunque no las oyen los oídos, no puede resistir el alma para dejarlas de entender: V. cap. 25, y por todo él trata la santa de estas hablas. Explica largamente las señales que hay para conocer son estas hablas de Dios: Íbid. Obran estas hablas lo mismo que dicen, y no se quedan en palabras: Íbid. n. 5. Véase en la Vida, cap. 26, n. 2. Traen las hablas de Dios autoridad, y majestad tan grande, que sin reflexionar el alma en quien las dice, la deshacen en amor, si son cariñosas, y en temor, si son de reprensión: V. cap. 25, n. 4. El alma que experimenta estas hablas, nunca las olvida del todo aunque haya pasado mucho tiempo: Íbid. n. 6. Refiere, los malos efectos que dejan estas hablas, cuando son del demonio, la inquietan y afligen, aunque no es malo lo que dicen; y es que el alma barrunta, o percibe, y siente el mal espíritu: Íbid. n. 6. Estando la santa sumamente afligida recelando que en su espíritu la hablaba el demonio, la dijo su Majestad: No hayas miedo, hija, que yo soy, y no te desampararé, no temas: V. cap. 25, n. 9. En estas hablas reprendía muchas veces el Señor a la santa sus imperfecciones, y la enseñaba lo que había de hacer. Estando ella muy perseguida de las criaturas, la dijo: ¿De qué temes? ¿No sabes que yo soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he prometido: V. cap. 26, n. 2. Otra vez la dijo Cristo, que no era obedecer, que no estaba determinada a padecer, que pusiese los ojos en lo que su Majestad padeció por ella, y todo lo haría fácil: Íbid. n. 3. Cuando sentía la santa que se hubiesen quitado algunos libros en romance, la dijo Cristo: No tengas pena, que yo le daré libro vivo: Íbid. n. 5. Más efecto hace una palabra del Señor para introducirnos el conocimiento de nuestra miseria, que cuantas consideraciones podemos hacer nosotros a este fin. La palabra del Señor trae, consigo esculpida una verdad, que no se puede negar: V. cap. 38, n. 11. Véase las palabras: Mercedes de Dios, y Oración.

Hechizos. Dudaba la santa que los hubiese, aunque refiere un caso de un sacerdote a quien una mala mujer se los tenía puestos en un idolillo de cobre: V. cap. 5, n. 2.

Herejes. Se ciegan voluntariamente en sus errores contra lo que sienten en su interior: V. cap. 7, n. 2. Manifestó el Señor a la santa la perdición de los herejes en una visión en que la representó al alma en un espejo, el cual se ponía oscurecido en aquellos que están en pecado mortal; pero respecto de los herejes quedaba quebrado el espejo, que es peor: V. cap. 40, n. 4. En una visión vio la santa en un campo grande a los de una religión peleando, y venciendo a los herejes: Íbid. n. 10. Dijo Cristo a la santa, que lo que el demonio ejecutaba con los luteranos es apartarlos de todos los medios, que les puedan despertar de su error, y así los quita el que adoren a las imágenes: los papeles de la santa después de la Vida, n. 3. Lloraba la santa con gran fatiga los daños que hicieron los luteranos en la Francia: C. cap. 1, n. 1. Traen muy apretado los herejes a nuestro Redentor, y quisieran ponerle otra vez en la cruz: Íbid. Pone la santa un símil excelente para persuadir a sus hijas el contento que han de tener para pelear, por medio de la oración, contra los herejes, pidiendo a Dios fortalezca a los varones ejemplares de letras, que los contradicen: C. cap. 3, n. 1, y siguientes. Hace la santa una peroración admirable al Padre Eterno contra los herejes: Íbid. n. 4. Son desventurados los herejes por haber perdido por su culpa la consolación que inspiran en las almas las imágenes santas: C. cap. 34, n. 8. Véase las palabras: Fe, Iglesia, y Escritura sagrada.

Hermanos. Todos los de la santa fueron aplicados a la virtud: V. cap. 1, n. 1. En su niñez tuvo la santa más amor a su hermano Rodrigo, que a los demás hermanos: V., cap. 1, n. 2. Persuadió la santa a un hermano suyo a que fuese religioso: V. cap. 4, n. 1. Véase la palabra Parientes.

Hermosura. No se da en lo criado semejanza para poder comprenderse la hermosura, y claridad de la humanidad de Cristo, y de las cosas de la gloria: V. cap. 28, n. 4.

Hijos. Las virtudes que advierten en sus padres les estimula para ser virtuosos: V. cap. 1, n. 1. Obligó Cristo al Padre Eterno con las primeras palabras del Padre nuestro a que nos admitiese por sus hijos, y a que nos perdone nuestras ofensas, por ser mejor Padre que todos los del mundo: C. cap. 27, n. 1.

Hilarión (san). Era muy devota la santa de este santo, le pedía alcanzase de Dios no la engañase el demonio: V. cap. 27, n. 1.

Hipocresía. Dice la santa que nunca incurrió en este vicio: V. cap. 7, n. 1.

Hombres. Gustan más de las mujeres honestas, que de las que no lo son: V. cap. 5, n. 2. El hombre que es el que debe más a Dios entre todas las criaturas, es el que más le agravia, y ofende: C. cap 1, n. 2.

Honra. Fue extremado el amor que la Santa tuvo a la honra. Sirviola grandemente para no practicar acciones descubiertamente malas: V. cap. 2, n. 2. Véase todo el cap. 3 del libro de su Vida. Era la santa honrada, que no podía faltar a su palabra: V. cap. 3, n. 3. Jamás tuvo modales bajas, y rateras, como hablar por agujeros, y escondites y dice la movía a esto el que por el que por ella no perdiesen la opinión las religiosas de su convento: V. cap. 7, n. 1. El alma muy asistida de Dios se corre de sí misma por el tiempo en que tuvo aprecio a la honra del mundo, conoce que es mentira, y engaño aquello que los mundanos tienen por honra: V. cap. 20, n. 18. El alma que vive en verdad, se ríe de las personas religiosas, y de oración, que hacen mucho caso de puntos de honra, diciendo que es discreción, y autoridad de su estado el cuidarla: V. cap. 2l, n. 5. No es posible caminar al cielo con honras humanas, habiendo caminado Cristo por tantos desprecios: V. cap. 27, n. 9. Aquel gozará la verdadera honra, que en esta vida quiso ser despreciado por Cristo: Íbid. n. 9. La persona espiritual que conoce en sí algún puntito de honra, si quiere aprovechar, es preciso que corte esta cadena, o ligadura: V. cap. 31, n. 9. Algunas personas hacen santas obras, y todavía se están arraigadas en la tierra, y no sanas las virtudes, porque las roe la carcoma de la honra: Íbid. Así como en el canto de órgano un punto que se yerre descompone toda la música, de la misma suerte quita la armonía de las demás virtudes el puntillo de la honra: Íbid. Cristo caminó lleno de injurias, y es error el querer proceder nosotros con mucha honra: Íbid. n. 10. La mucha honra que en sus principios tenía la santa, la estorbaba para ejecutar bien las cosas del coro, y Oficio divino, porque la daba vergüenza cuando las erraba: luego que perdió este defecto, las hacía mejor: Íbid. n. 10, y 11. Cada uno pone la honra en aquello que quiere: Íbid. n. 11. Quiere Dios que no se desacrediten los difuntos en esta vida, aunque estén condenados en la otra: V. cap. 38, n. 16. Dijo Cristo a la santa: Mi honra es tuya, y la tuya mía. Cuidarás de mi honra como verdadera esposa: en los papeles de la santa, que están al fin de la Vida, n. 17. No es honrado en el mundo quien no tiene dinero, porque siempre andan juntos honras, y dineros. La santa pobreza trae consigo una verdadera honraza, que no se puede sufrir: C. cap. 2, n. 3, y 4. El monasterio donde entra el puntillo de honra, luego se relaja: C. cap. 12, n. 4. Honra, y provecho no pueden estar juntos. Entiéndelo la santa por el provecho del alma, y dice la daba vergüenza de los tiempos en que por la honra se agraviaba de algunas cosas: C. cap. 36, n. 2. En los monasterios donde entra la honra, no se servirá mucho a Dios. Introdúcela en muchos el demonio, y pone sus leyes que suben, y bajan en dignidades, juzgando deshonra cuando descienden en los oficios: Íbid. n. 2 y 3. Obliga mucho al Señor el que perdonemos las injurias no atendiendo a la honra del mundo, a que somos tan inclinados: Íbid. n. 5. A las almas que han llegado a contemplación perfecta, lo mismo se las da de la honra, que de la deshonra, y aun quieren más ésta; y si no sienten este efecto, no es segura su contemplación: Íbid. n. 6. Véase las palabras: Agravios, Estimación, y Mayorías.

Humildad. La santa anhela más publicar sus pecados, que referir sus virtudes: en el proemio al libro de la Vida. Muchas veces nos engaña el demonio con capa de humildad, como sucedió cuando persuadió a la santa dejase la oración, por no ser digna de tratar con Dios estando tan defectuosa: V. cap. 7, n. 1 y 6. Pide la santa a su confesor que publique sus pecados, y recate los favores que el Señor la hizo: V. cap. 10, n. 5. Muchas veces nos trata el Señor con sequedades, para que conozcamos nuestra miseria, y no nos ensoberbezcamos como Lucifer: V. cap. 11, n. 6. Es falta de humildad el levantar el espíritu, sin que Dios le levante, a cosas sobrenaturales: V. cap. 12, por todo él. La humildad tiene una excelencia, que no hay obra a quien acompañe esta virtud, que deje disgustada al alma: V. cap. 12, n. 3. Es humildad falsa la que mueve a no tener deseos animosos en la virtud, amedrentando al alma con el engaño de que será soberbia tener estos deseos: V. cap. 13, n. 3. Más sirve esta virtud para la oración, que todas las letras, y sabiduría del mundo: V. cap. 15, n. 5 y 6. El mayor peligro que padeció la santa fue cuando el demonio la tentaba a que dejase la oración, con capa de humildad, socorriola en esto un padre dominico: V. cap. 19, n. 6. El alma perfectamente humilde no se la da nada en decir bienes de sí, o que los digan otros, porque todos los atribuye a Dios: V. cap. 20, n. 20. El alma verdaderamente humilde a quien el Señor ha comunicado sus mercedes, y que está fuerte en la virtud, no se distrae del Señor en los mayores bullicios, y trato de gentes: V. cap. 21, n. 6. Todo el cimiento de la oración consiste en la humildad. Nunca hace Dios grandes mercedes a las almas, sino es cuando están deshechas en su abatimiento: V. cap. 22, n. 7. Véase el cap. 38, n. 11 y 12. La humildad causa muchos bienes a quien la tiene, y en aquellos que se arriman a él: V. cap. 23, n. 4. De todas las herejías, y pecados del mundo, la parecía algunas veces a la santa que ella era la causa; y dice, que ésta era una humildad falsa, que la ponía el demonio, para excitarla a desesperación, y que éste es un ardid de los más sutiles que inventa el enemigo: V. cap. 30, n. 6 y 7. Dijo Cristo a la santa, que tuviese en la memoria las palabras que dijo su Majestad a los Apóstoles, de que no había de ser más el siervo, que el señor: en los papeles de la santa, que están después de la Vida, n. 1. Santa Clara, y nuestra santa madre deseaban que sus monasterios estuviesen murados con la virtud de la humildad, y la pobreza: C. cap. 2, n. 5. Es la humildad hermana de la mortificación s, andan siempre juntas estas dos virtudes: C. cap. 10, n. 2. Son estas virtudes señoras de todo lo criado, quien las tuviere bien puede salir a pelear con todo el mundo. Es suyo el reino de los cielos: no se dejan conocer de quien las tiene, mas sí de los demás: Íbid. n. 3. Al verdadero humilde no se atreve el demonio a tentar ni con primeros movimientos de mayorías: C. cap. 12, n. 5. Cuanto el alma tuviere de humildad, tendrá de aprovechamiento en el camino de la virtud: Íbid. Los genios amigos de ser estimados y reparadores de faltas ajenas, y no de las propias, nacen de poca humildad, no son para el Carmen descalzo: C. cap. 13, n. 3. Crece, mucho la humildad cuando es la criatura condenada sin culpa, y entonces no se disculpa: C. cap. 15, n. 1. No hay dama que así rinda al Señor como la humildad, ésta le trajo del cielo a las entrañas de la Virgen, y con ella le traeremos nosotros de un cabello a nuestras almas: C. cap. 16, n. 1. No puede haber amor de Dios sin humildad, ni humildad sin amor, ni estar estas dos virtudes en perfección sin gran desasimiento de todo lo criado: Íbid. Crece la humildad cuando se junta con una santa osadía, de que, ayudada de Dios, podrá hacer las obras de los santos: C. cap. 16, n. 8. La humildad es el ejercicio principal de la oración, y el punto más sustancial para las personas que tratan de ella: C. cap. 17, n. 1. El verdadero humilde nunca piensa en que es tan bueno que Dios le pondrá en contemplación, aunque sabe que lo puede hacer; conténtase con servir en el estado más bajo: Íbid. Más le agrada al señor el estilo grosero de un pastorcillo humilde, que no sabe más cuando habla con su Majestad, que los razonamientos muy concertados de muchos sabios: C. cap. 22, n. 1. Es humildad necia el dejar de hablar con Dios con palabras tiernas, y amorosas, por juzgar el alma que esto es demasía: C. cap. 28, n. 1 y 2. A veces pone el demonio una tentación de unas humildades inquietas por la gravedad de nuestros pecados, que hacen mucho daño si no se vencen. La verdadera humildad trae mucha quietud, y suavidad: C. cap. 39, n. 1 y 2. Con esta tentación intenta el 1 demonio hacernos creer que somos humildes, de camino que desconfiemos de la misericordia de Dios: Íbid. n. 2. Nunca decir cosa suya digna de loor, como de su ciencia, virtudes, y linaje si no tiene esperanza que hará provecho, y entonces con humildad, y consideración de que aquellos dones son de la mano de Dios: A. 12. Siempre te imagina siervo de todos, y en todos considera a Cristo nuestro bien, y los tendrás respeto, y reverencia: A. 25. Jamás deje de humillarse hasta la muerte en todas las cosas A. 50. Véase la palabra: Conocimiento propio.