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Obras de la Gloriosa Madre Santa Teresa de Jesús. Tomo I

Santa Teresa de Jesús



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ArribaAbajoPrólogo

Es tanta y tan justa la fama de las esclarecidas virtudes y admirables escritos de la seráfica virgen santa Teresa de Jesús, que no hay parte ninguna del orbe cristiano donde no sea conocida y celebrada. Ya en vida aprobaron su espíritu las personas de más ciencia y virtud que tuvieron la dicha de conocerla y tratarla, las cuales no eran pocas a la sazón en España. De la misma manera todos cuantos han leído y examinado sus escritos, la han colmado de elogios, llamándola unánimemente doctora mística y maestra de la vida espiritual. «Siempre que, leo estos libros, dice el sabio Fr. Luis de León, me admiro de nuevo, y en muchas partes dellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que, habla el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano; que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras, y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee». No es, pues, necesario que nos detengamos en referir los nombres de los muchos varones ilustres que la prodigaron justas alabanzas, entre los cuales sobresalen el V. P. M. Juan de Ávila, san Pedro de Alcántara, san Francisco de Borja, el V. P. Gerónimo Gracián, el respetable padre Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús y otros innumerables; siendo este el motivo que nos ha hecho suprimir en nuestra edición los repetidos testimonios de personas graves que se hallan al principio de las ediciones antiguas. Solo tenemos que añadir que hasta por los mismos protestantes, tan prevenidos como están contra la Iglesia católica, se ha rendido honorífico testimonio a los inmortales escritos de la gran Doctora del siglo XVI. El célebre Leibnitz escribía a Andrés Morellio en 1696: «Muy justo es el aprecio que haces de los libros de Santa Teresa; pues en ellos he encontrado algunas veces esta admirable sentencia: que el alma del hombre debe concebir las cosas como si no hubiera en el mundo más que Dios y ella sola, etc.» (Acta S. Theresiae, pág. 554: Bollandos).

Tienen además estos libros el mérito relevante de la utilidad universal para toda clase y condición de personas, porque nadie ha de ercer que se escribieron únicamente para las almas retiradas en el claustro y entregadas a la vida contemplativa; pues si bien es cierto que tratan algunos puntos que no son indistintamente para todos, es también indudable que muchísimos otros convienen al común de los fieles, y que aun las cosas más sublimes, las enseña con suma llaneza y claridad. De aquí es que todas las personas, lo mismo eclesiásticas que seglares, encuentran en la sabia Teresa de Jesús una maestra segura que los guía y los lleva como por la mano desde los primeros pasos de la virtud, hasta lo más alto de la perfección evangélica. Sus libros, en fin, dice la Iglesia, en el oficio de su festividad, están llenos de pura y santa doctrina, y son muy propios para elevar el corazón de los fieles y encenderlos con el amor de las cosas celestiales.

Ahora para conocerlos mejor vamos a hacer dellos una breve reseña.

Santa Teresa en el espacio de cerca de veintiún años, fuera de las obras que se han perdido, compuso once libros o tratados que son:

  1. Su Vida, que consta de 40 capítulos, y además unas Adiciones con las revelaciones y mercedes que el Señor la hacía; pudiéndose añadir a este libro, las otras tres breves Relaciones de su vida que se hallan en los tomos I y II de las Cartas.
  2. El Camino de perfección, tiene 42 capítulos.
  3. El libro de las Fundaciones, que consta de 31 capítulos, fuera de la fundación de Granada, escrita por la V. Ana de Jesús.
  4. El Castillo interior o las Moradas, que contiene 27 capítulos.
  5. El Modo de visitar los conventos de religiosas Descalzas, etc., de nuestra Señora del Carmen.
  6. Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón, dividido en 7 capítulos.
  7. Exclamaciones o Meditaciones del alma de Dios, que son 17.
  8. Avisos a sus monjas, que son 69.
  9. Otros 19 Avisos.
  10. Varias composiciones en verso o glosas.
  11. Las Constituciones.
  12. Y por último, las Cartas contenidas en 4 tomos, además de otras que hasta ahora no se han incluido en ellos.

El primero fue el libro de su Vida, escrito por mandado de su confesor, que lo era a la sazón el P. Fr. García de Toledo, de la Orden de santo Domingo. «En este libro es de admirar, dice el P. Ribera, que conforme le iba escribiendo, la iba nuestro Señor poniendo en aquel grado de oración que escribía, y así fue prosiguiendo por todos los modos de oración que allí cuenta». Después de las Confesiones de san Agustín, añade el célebre escritor Baillet, es el más excelente que hay en este género. En él aparece la verdadera señal del amor divino de que se hallaba abrasado el corazón de Santa Teresa, tan conforme con san Agustín, que no se puede dudar de que estaban uno y otro animados de un mismo espíritu.

Además de la Vida, escribió otras tres de su vida, las cuales se encuentran entre las cartas: las dos primeras, son las cartas a y 12 del tomo II; y la tercera está en el tomo I, cartas 18 y 19; siendo todas tres excelentes documentos de la vida espiritual, y admirables por su laconismo, claridad y orden.

El Camino de perfección fue el segundo libro que compuso siendo priora de Ávila, y concluyó en 1569: escribiole asimismo por mandado de su confesor el P. Fr. Domingo Báñez también de la Orden de predicadores. En él procura quitar diestramente los primeros obstáculos de la perfección, a fin de que pronto quede allanada la escabrosidad del camino, y llegue así el alma por la oración y práctica de las virtudes a lo sumo de la perfección. Le apreciaba la santa mucho santa, sin duda, entre otros motivos, por ser acomodado al uso de todos, y convenir más a las almas que siguen el modo común de oración.

El tercero fue el de las Fundaciones de sus monasterios, comenzando por el de Medina del Campo y acabando por el de Burgos. Este libro, escrito como todos por obediencia, le empezó en Salamanca en 1575, por mandado del padre M. Gerónimo Ripalda, de la Compañía de Jesús, que allí la confesaba. Sintiéndose como imposibilitada de empezar por sus muchas ocupaciones y otros motivos de obediencia, dice que encomendándolo al Señor, oyó que la dijo: «Hija la obediencia da fuerzas». Y en una carta (tom. IV, fragm. 17) escrita en 1576, el mismo día que había vuelto a continuarle, añade al P. Gracián, «que el Señor la había manifestado que sería para utilidad de muchas almas».

El cuarto que es el Castillo interior o las Moradas, le empezó en Toledo en 1577, le continuó en Segovia y le acabó en Ávila el día de san Andrés del mismo año, por orden del doctor Velázquez su confesor, después obispo de Osma y luego arzobispo de Santiago.

Para conocer el mérito de este libro celestial, basta saber del Illmo. Sr. Yepes, haberle manifestado la santa «que se le había Mandado escribir el mismo Dios». Una de las cosas que más trabajo la costó fue el cumplir este mandato; más como el obediente cantará victorias, el que se lo había mandado, la asistió en todo; afirmando el mencionado escritor que el mismo Señor la dictó el argumento, el método y el título del libro. Citando le escribía, se veía su rostro inflamado y salir de él rayos de luz durante el espacio de una hora: y tuvo tanto exceso de oración, dice el P. Ribera, y andaba tan elevada a Dios, que en diez o doce días por la debilidad de cabeza no pudo escribir una carta. Ella misma refiere (tom. II, carta 100) que llegó a aquel estado de la morada séptima, donde el alma con Dios goza de aquella paz admirable de que allí se habla.

El quinto libro, que es el de los Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares, le escribió por orden de varias personas a quienes, dice ella estaba obligada a obedecer. De este libro no ha quedado sino un cuaderno o poco más, y parece ser solamente el exordio. De otra obra mayor que había compuesto por mandato de un confesor suyo, y por orden de otro, poco mirado, entregó a las llamas por parecerle mal que una mujer interpretase el libro de los Cánticos: de modo que el que al presente tenemos es una parte que acaso se pudo salvar por haberle empezado a copiar en secreto las religiosas. No hay cosa más excelente para que las almas se eleven a Dios, y admiren su infinita grandeza, y los milagros de su gracia el P. Ribera no acababa de lamentar su pérdida.

Las Exclamaciones del alma a Dios, son diez y siete, y las escribió en diversos días después de comulgar. Su lenguaje es tan vivo, penetrante y eficaz, que se está viendo la hoguera del divino fuego que ardía en su pecho: y cada palabra es una saeta, encendida que traspasa e inflama los corazones en purísimo amor.

El Modo de visitar los monasterios, es un libro de gran mérito en el que sobresalen la prudencia, juicio, santidad y otras cualidades notables; no habiendo ninguno en su clase que le sea superior.

Los Avisos espirituales a sus religiosas son sesenta y ocho. He aquí lo que acerca dellos dice un historiador de la santa: «Si mis palabras tuvieran alguna autoridad, yo exhortaría vivamente a todos los fieles a que no dejasen pasar día sin leer algunos dellos, pues la experiencia les enseñaría la instrucción y utilidad que sacarían de su lectura».

Los otros Avisos, tomados de los dichos y escritos de la santa, son diez y nueve: éstos los ilustró el V. Palafox con varias notas que están en el tomo I de Cartas, y sobre todos ellos escribió en dos tomos una obra de gran espíritu el P. Andrade, de la Compañía de Jesús, pluma infatigable y de lo más terso y castizo que tiene la lengua castellana.

Las siete Meditaciones del Padre nuestro han ido siempre con los escritos de la santa Madre y la duda de si eran suyas; pero por muy poco versado que esté cualquiera en la lectura de los clásicos de nuestra lengua, conocerá muy pronto que no lo son, porque siendo así que en su pluma de oro todo es gracia, donaire, rapidez, laconismo y un vuelo de frases y expresiones inimitable y único, el estilo de las Meditaciones es de lo más grave, sonoro, y elocuente que se haya jamás escrito en lengua castellana; de manera que ni los rasgos más levantados del Orador romano difieren tanto, por ejemplo, de la concisión de César y Salustio, como estas Meditaciones de cualquiera de los escritos de santa Teresa; además de que a las primeras páginas se ve claramente la mano ejercitada de un gran teólogo, doctor y maestro de Sagrada Escritura. Uno destos, confesor suyo, las escribió probablemente a instancia de la Virgen seráfica, y habiéndolas encontrado después copiadas de su mano, se tuvieron sin otra razón por una de sus obras.

No obstante, como largo tiempo han corrido con esta pretensión, o a lo menos incertidumbre, tampoco nosotros las omitiremos.

Nada decimos sobre el libro llamado Las Constituciones, porque no es de nuestro objeto.

Acerca de los Versos, debemos declarar que la Santa compuso varias Canciones espirituales en algunas fiestas y solemnidades para recrear el ánimo de sus hijas, como se sabe no solo por algunas que han quedado, sino por la expresa mención que hace de ellas en varias de sus Cartas.

Las que se conservan son: las Glosas insertas en el tomo II de sus Obras, y los versos de la trasverberación de su corazón, que empiezan: «En las internas entrañas, etc., etc.», y los cuales irán íntegros en su lugar correspondiente.

Cuál fuese el numen que la inspiraba, parece declararlo en el cap. 16 de su Vida por estas palabras: «Yo sé persona (era ella misma) que con no ser poeta, le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien; no hechas de su entendimiento, sino que para gozar más la gloria, que tan sabrosa pena le daba, se quejaba de ella a su Dios». Donde se ve que sus versos eran inspirados por el divino amor que la abrasaba.

Como Dios la mandó que escribiese estos libros, así parece, que quiso mostrar ser el autor dellos. Muchas veces estando escribiéndolos se quedaba en arrobamiento, y cuando volvía de él, hallaba algunas cosas escritas de su letra, pero no por ella. Estaba con la pluma en la mano, y con tanto resplandor en el rostro, que no parece sino que la luz del alma se difundía en el cuerpo: y por último, la tenía tan absorta en Dios, que aunque hubiese mucho ruido en su celda, ni la perturbaba, ni lo sentía.

En cuanto a las Cartas, hay que decir con dolor que han perecido muchas, bastando para probarlo, entre otras cosas, el considerar los infinitos negocios que tuvo en los últimos catorce años de su vida, durante los cuales mantuvo larga correspondencia con toda clase de personas. Perecieron, porque algunos con indiscreta devoción las cortaban para sacar la firma de la santa, o formar otras con sus letras.

Las publicadas en la edición de Madrid de 1793, que fue la última hecha por la Orden carmelitana, son 332, más 87 fragmentos de otras; y tanto aquéllas como éstos se hallan en los cuatro tomos, de Cartas que hoy se conocen: el primero contiene 65; el segundo 108; el tercero 82; y el cuarto 77, más los 87 fragmentos.

Casi todas fueron escritas, en los últimos veinte años de su vida, esto es, desde 1562 hasta 12 de septiembre, de 1582: y aun exceptuando cinco o seis, las demás se escribieron en los catorce últimos años.

El primer tomo se dio a luz en Zaragoza en 1658, con notas del V. Palafox, dedicado a Felipe IV, habiéndolo recibido el público con tanta avidez, según asegura la Biblioteca de Carmelitas descalzos, (Boll, pág. 550) que en el corto espacio de ocho años se hicieron varias reimpresiones, y se tradujeron en casi todos los idiomas del orbe cristiano.

El segundo tomo salió en un principio con notas del P. Fr. Pedro de la Anunciación, aumentándolas después el P. Fr. Antonio de san José.

El tercero y cuarto se publicaron en 1791, dedicados a Carlos III; y los anotó el referido P. Fr. Antonio de san José.

Acerca de la excelencia destas Cartas, es poco cuanto de ellas se hable, pues se puede decir que a las mismas se debe especialmente la reforma del Carmelo. Otros fundadores iban a Roma, trataban con los cardenales, informaban al Santo Pontífice, etc., etc. ¿Cómo pudo, pues, una pobre monja suplir todo esto? Lo suplió con sus cartas. En ellas trata de asuntos de todas clases y con todo género de personas: trata de cosas espirituales y místicas, de negocios graves y de trascendencia, de la observancia religiosa y de cosas familiares de la vida civil, cuando la necesidad o la caridad lo exigían. Si se cuentan las personas con quienes tuvo comunicación, veremos entre ellos al monarca Felipe II, a D. Teutonio de Braganza infante de Portugal, al duque de Alba, a los nuncios de S. S., al cardenal Quiroga y otros prelados y personajes de alta categoría. ¡Qué celo, dice el V. Palafox, no se descubre en ellas por el bien de las almas! ¡Qué, prudencia y sabiduría! ¡Qué eficacia en el persuadir!... Muchos santos ha habido en la Iglesia que la han enseñado pero que hayan tan dulcemente persuadido y cautivado y vencido las almas, no se hallarán fácilmente.

No son menores los elogios que hacen los escritores extranjeros. El P. Gil de la Sante, de la Compañía de Jesús (Orat. de palm. litt. París, 1741) la da la preferencia en el género epistolar. Y su panegirista Serre Figon (parte II, pág. 59) dice que aunque otra cosa no la debiéramos más que las Cartas, bastaría esto solo para ser acreedora a la gratitud de todo el orbe cristiano.

Además de las obras referidas y el tratado de los Cantares ya mencionado, que se quemó, otras cosas dejó escritas que no parecen o se perdieron para siempre, como el librito de la Melancolía, de que se hace mención en el cap. VII, núm. 1.º de las Fundaciones: Versos para las fiestas solemnes de Iglesia, y entre otros los indicados en la carta (la XXXI del tom. I) a su hermano Lorenzo, como asimismo los Villancicos al nombre de Jesús: una Canción a la entrada en las Descalzas de Elena de Quiroga, sobrina del arzobispo de Toledo (Crónica, lib. 13, capítulo 20, núm. 2) y unos Avisos importantes a Felipe II (tom. III, carta 1.ª, nota 2, 3, 4).

Digamos algo ahora de las ediciones que se han hecho de las obras de Santa Teresa.

Después de haber visto la celebridad que gozan éstas en todo el mundo católico, no es de extrañar que las naciones cristianas quisieran poseer tan rico tesoro. De aquí resultó, que no bien se publicaron en España, todas se apresuraron a traducirlas, hallándose al presente en latín, italiano, francés, alemán, inglés, polaco, etc., de modo que según el cálculo del erudito y profundo crítico, el P. Vandermoere (Bollandos) se aproximan a ochenta las ediciones que van hechas.

La primera impresión, se hizo en Salamanca en 1588; pero quedaron en ella algunos defectos que pasaron a las demás, pues se hallan suprimidos algunos elogios de la Compañía de Jesús. El primero que lo advirtió fue el padre Ribera, el cual, en la Vida que publicó de la Santa en 1590 (lib. IV) dice que se hallaba truncado un pasaje del cap. 38 de la Vida escrita por ella misma, pues en el original que se conserva en el monasterio del Escorial, después de haber referido que el Señor la había mandado que dijese ciertas palabras al rector de la Compañía, continúa de este modo: «De los de la Orden deste padre, que es la Compañía de Jesús, de toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces, etc., etc.»; Así se halla en el original; mas en los libros impresos que salieron en 1588 está alterado este pasaje y dice de este modo: «de los de cierta Orden, de toda la Orden junta, he visto cosas grandes, etc.». Otro lugar se alteró también en el libro de las Moradas. En la quinta (cap. IV, n.º 4) hablando de las almas que atrae Dios a sí, sacándolas del poder del demonio por medio de los santos, dice así: «Pues las que habrá perdido el demonio por santo Domingo y san Francisco y otros fundadores de Órdenes, y pierde ahora por el padre Ignacio, el que fundó la Compañía, etc.»: cuyas últimas palabras y pierde ahora por el padre Ignacio, el que fundó la Compañía, estaban omitidas. El P. Fr. Francisco de Santa María en la Crónica de los PP. Carmelitas Descalzos (lib. V, cap. 33 y 36) añade que pasaron estas fallas a las ediciones posteriores, y prosigue así: «No hallo a quien poder atribuir tan notable defecto sino al descuido del impresor o corrector. A los prelados de la Orden no se puede imputar, porque estando los escritos de nuestra madre, llenos de alabanzas de la sagrada religión de la Compañía, necio hurto sería defraudarla desto; y así de muy buena gana la restituyo lo que conocidamente es suyo». Hasta aquí la Crónica. Estos errores pasaron como era consiguiente a las traducciones extranjeras, mayormente francesas1, además de otras infinitas equivocaciones, nacidas de ignorancia de nuestra lengua, y más que todo en la versión de las Cartas.

Por las causas arriba dichas, sin duda, el capítulo general de Carmelitas celebrado en Roma en 1650 (Bollandos, Acta S. Theresiae, pág. 365, § 82) manifestó su desaprobación respecto de aquellas ediciones en que se hallaran estas alteraciones como injuriosas no solo a la Compañía, sino a la misma santa Madre. Así es que en la edición de Madrid de 1752, e igualmente en la de 1778 y la de 1795, impresas todas por la Orden carmelitana, se encuentran ya corregidos estos lugares; por cuyo motivo nos serviremos de esta última como la más correcta y fiel; colocando al final del tomo IV de las Cartas por vía de Apéndice los demás documentos de la Santa que hayamos podido reunir, con los cuales y la Carta importante ofrecida en el prospecto, tendremos el gusto de presentar otra inédita, que hemos adquirido posteriormente.

Ninguna persona extrañará estas aclaraciones como prueba de nuestro afecto y veneración a las Órdenes religiosas; porque aunque de notoriedad a ninguna pertenecemos ni hemos nunca pertenecido, somos por la profesión del bautismo hijos de la santa Iglesia, y como tales no cesamos humildemente de pedir al Señor por su conservación y restablecimiento, como baluarte que son y siempre han sido de la fe verdadera y apoyo firmísimo de la felicidad de las naciones. Esto lo hemos aprendido de nuestra seráfica Maestra; y pues nuestro siglo se les ha mostrado tan hostil y sañudo, no podemos menos de concluir cuando en contrario aquel pasaje insigne (Vida, cap. XXXII, n.º 6) en que escribe la Santa que un día después de la comunión la mandó Dios en términos expresos fundar el monasterio de san José de Ávila, donde se había de servir mucho a su divina Majestad, y que sería una estrella de gran resplandor, añadiéndola luego estas memorables palabras: «Que aunque las religiones estaban relajadas, no pensase que se servía poco en ellas: que ¿qué sería del mundo si no fuese por los religiosos?».

No nos detendremos en hacer reflexiones sobre este punto, porque no dudamos de la fuerza y valor que tendrán tan solemnes palabras en el ánimo de todos los que sepan apreciarlas debidamente.

Por lo demás, nuestros deseos sinceros son que estos preciosos libros anden en manos de todos: que los lean día y noche, y que saquen de tan celestial tesoro las riquezas que encierran, para mayor gloria de Dios, bien de sus almas y honor de nuestra ilustre Santa. Tales fueron los fines para que se mandaron escribir, y tal es también el rico fruto que nosotros deseamos cojan con abundancia todos los fieles, a cuyo objeto tenemos el gusto de ofrecerles esta nueva, completa y económica edición.- Madrid, 31 de octubre de 1851.

El editor,

N. de C. P.




ArribaAbajoCarta del maestro Fray Luis de León

A las madres priora Ana de Jesús, y religiosas descalzas del monasterio de Madrid


Salud en Jesucristo

Yo no conocí, ni vi a la santa madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, mas ahora que vive en el cielo la conozco, y veo casi siempre en dos imágenes vivas, que nos dejó de sí, que son sus hijas, y sus libros, que a mi juicio son también testigos fieles, y mejores de toda excepción de la grande virtud; porque las figuras de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo, y sus palabras, si las oyera, me declararan algo de la virtud de su alma; y lo primero era común, y lo segundo sujeto a engaño, de que carecen estas dos cosas, en que la veo ahora: que como el Sabio dice, el hombre en sus hijos se conoce. Porque los frutos que cada uno deja de sí cuando falta, ésos son el verdadero testigo de su vida, y por tal le tiene Cristo, cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del bueno, nos remite solamente a sus frutos. De sus frutos, dice los conoceréis. Así que la virtud, y santidad de la santa, madre Teresa, que viéndola a ella me pudiera ser dudosa, e incierta, esta misma ahora no viéndola, y viendo sus libros, y las obras de sus manos, que son sus hijas, tengo por cierta, y muy clara, porque, por la virtud que en todas resplandece, se conoce sin engaño la mucha gracia que puso Dios en la que hizo para Madre de este nuevo milagro, que por tal debe ser tenido, lo que en ellas Dios ahora hace, y por ellas. Que si es milagro lo que viene fuera de lo que por orden natural acontece, hay en este hecho tantas cosas extraordinarias, y nuevas, que llamarle milagro es poco, porque es un ayuntamiento de muchos milagros. Que un milagro es, que una mujer, y sola, haya reducido a perfección una Orden en mujeres, y hombres. Y otro la grande perfección a que los redujo. Y otro, y tercero, el grandísimo crecimiento que ha venido en tan pocos años, y de tan pequeños principios, que cada una por sí son cosas muy dignas de considerar. Porque, no siendo de las mujeres el enseñar, sino el ser enseñadas, como lo escribe san Pablo, luego se ve, que es maravilla nueva una flaca mujer tan animosa, que emprendiese una cosa tan grande, y tan sabia, y eficaz, que saliese con ella, y robase los corazones, que trataba para hacerlos de Dios, y llenase las gentes en pos de sí, a todo lo que aborrece el sentido. En que (a lo que yo puedo juzgar quiso Dios en este tiempo, cuando parece triunfa el demonio en la muchedumbre de los infieles, que le siguen, y en la porfía de tantos pueblos de herejes, que hacen sus partes, y en los muchos vicios de los fieles que son de su bando, para envilecerle, y para hacer burla dél, ponerle delante, no un hombre valiente rodeado de letras, sino una mujer pobre, y sola que le desafiase y levantase bandera contra él, y hiciese públicamente gente que le venza, huelle, y acocee: y quiso sin duda para demostración de lo mucho que, puede en esta edad, a donde tantos millares de hombres, unos con sus errados ingenios, y otros con sus perdidas costumbres aportillan su reino, que una mujer alumbrase los entendimientos, y ordenase las costumbres de muchos, que cada día crecen para reparar estas quiebras. Y en esta vejez de la Iglesia tuvo por bien de mostrarnos, que no se envejece su gracia, ni es ahora menos la virtud de su espíritu, que, fue en los primeros, y felices tiempos della, pues con medios más flacos en linaje, que entonces, hace lo mismo, o casi lo mismo, que entonces. Y no es menos clara, ni menos milagrosa la segunda imagen, que, dije, que son las escrituras, y libros, en los cuales, sin ninguna duda quiso el Espíritu Santo, que, la santa madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo; porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza, y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir, y en la pureza, y facilidad del estilo, y en la gracia, y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y así siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes dellos me parece, que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que habla el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma, y la mano, que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas escuras, y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee. Que dejados aparte otros muchos, y grandes provechos, que hallan los que leen estos libros, dos son a mi parecer los que con más eficacia hacen. Uno facilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud. Y otro encenderlos en el amor della, y de Dios. Porque en lo uno es cosa maravillosa, ver cómo ponen a Dios delante, los ojos del alma, y como le muestran tan fácil para ser hallado, y tan dulce tan amigable para los que le hallan; y en los otro no solamente con todas mas con cada una de sus palabras, pega al alma fuego del cielo, que, le abrasa, y deshace. Y quitándole de los ojos, y del sentido todas las dificultades que hay, no para que no las vea, sino para que no las estime, ni precie, déjanla, no solamente desengañada de lo que la falsa imaginación le ofrecía, sino descargada de su peso y tibieza, y tan alentada, y (si se puede decir así) tan ansiosa del bien, que vuela luego a él con el deseo que hierve. Que el ardor grande que en aquel pecho santo vivía, salió como pegado en sus palabras, de manera, que levantan llama por donde quiera que pasan. Así que tornando al principio, si no la vi mientras estuvo en la tierra, ahora la veo en sus libros, y hijas. O por decirlo mejor, en Vuestras Reverencias solas las veo ahora, que de son sus hijas de las más parecidas a sus costumbres, y son retrato vivo de sus escrituras, y libros. Los libros que salen a luz, y el Consejo Real me cometió que los viese, puedo yo con derecho enderezarlos a ese santo convento, como de hecho lo hago, por el trabajo que he puesto en ellos, que no ha sido pequeño. Porque no solamente he trabajado en verlos, y examinarlos, que es lo que el Consejo mandó, sino también en cotejarlos con los originales mismos que estuvieron en mi poder muchos días, y en reducirlos a su propia pureza en la misma manera, que los dejó escritos de su mano la santa madre, sin mudarlos, ni en palabras, ni en cosas de que se habían apartado mucho los trabajos que andaban, o por descuido de los escribientes, o por atrevimiento, y error. Que hacer mudanza en las cosas, que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas, fue atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer enmendar las palabras; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la santa madre es la misma elegancia aunque en algunas partes de lo que escribe antes que acabe la razón que comienza, la mezcla con otras razones, y rompe el hilo, comenzando muchas veces con cosas que ingiere; mas ingiérelas tan diestramente, y hace con tan buena gracia la mezcla, que ese mismo vicio le acarrea hermosura, y es el lunar del refrán. Así que yo los he restituido a su primera pureza. Mas porque no hay cosa tan buena, en que la mala condición de los hombres no pueda levantar un achaque, será bien aquí (y hablando con Vuestras Reverencias) responder con brevedad a los pensamientos de algunos. Cuéntanse en estos libros revelaciones, y trátanse en ellos cosas interiores, que pasan en la oración, apartadas del sentido ordinario, y habrá por ventura quien diga en las revelaciones, que es caso dudoso, y que así no convenía que saliesen a luz; y en lo que toca al trato interior del alma con Dios, que es negocio muy espiritual, y de pocos, y que ponerlo en público a todos, podrá ser ocasión de peligro. En que verdaderamente se engañan. Porque en lo primero de las revelaciones, así como es cierto, que el demonio se transfigura algunas veces en ángel de luz, y burla, y engaña las almas con apariencias fingidas; así también es cosa sin duda, y de fe, que el Espíritu Santo habla con los suyos, y se les muestra por diferentes maneras, o para su provecho, o para el ajeno. Y como las revelaciones primeras no se han de escribir, ni aprobar, porque son ilusiones; así estas segundas merecen ser sabidas, y escritas. Que como el ángel dijo a Tobías El secreto del rey bueno es esconderlo, mas de las obras de Dios, cosa santa, y debida es manifestarlas, y descubrirlas. ¿Qué santo hay que no haya tenido alguna revelación? ¿O qué visa de santo se escribe, en que no se escriban las revelaciones que tuvo? Las historias de las Órdenes de los santos Domingo, y Francisco, andan en las manos, y en los ojos de todos, y casi no hay hoja en ellas sin revelación, o de los fundadores, o de sus discípulos. Habla Dios con sus amigos sin duda ninguna, y no les habla, para que nadie lo sepa, sino para que tenga a juicio lo que les dice, que como es luz, ámala en todas sus cosas; como busca la salud de los hombres, nunca hace estas mercedes especiales a uno, sino para aprovechar por medio dél a otros muchos. Mientras se dudó de la virtud de la santa madre Teresa, y mientras hubo gentes que pensaron al revés de lo que era, porque aún no se veía la manera en que Dios aprobaba sus obras, bien fue que estas historias no saliesen a luz, ni anduviesen en público, para excusar la temeridad de los juicios de algunos; mas ahora después de su muerte, cuando las mismas cosas, y el suceso dellas hacen certidumbre que es Dios, y cuando el milagro de la incorrupción de su cuerpo, y otros milagros que cada día hace, nos ponen fuera de toda duda su santidad, encubrir las mercedes que Dios le hizo viviendo, y no querer publicar los medios con que la peficionó para bien de tantas gentes, sería en cierta manera hacer injuria al Espíritu Santo, y escurecer sus maravillas, y poner velo a su gloria. Y así ninguno que bien juzgare, tendrá por bueno que estas revelaciones se encubran. Que lo que algunos dicen, ser inconveniente, que la santa madre misma escriba sus revelaciones de sí, para lo que toca a ella, y a su humildad, y modestia, no lo es, porque las escribió mandada, y forzada, para lo que toca a nosotros, y a nuestro crédito, antes es lo más conveniente. Porque de cualquiera otro que las escribiera, se pudiera tener duda, si se engañaba, o si quería engañar, lo que no se puede presumir de la santa madre, que escribía lo que pasaba por ella: y era tan santa, que no trocara la verdad en cosas tan grayes. Lo que yo de algunos temo es, que disgustan de semejantes escritura, no por el engaño, que puede haber en ellas, sino por el que ellos tienen en sí, que no les deja creer, que se humana Dios tanto con nadie, que no lo pensarían, si considerasen eso mismo que creen. Porque si confiesan que Dios se hizo hombre, ¿qué dudan de que hable con el hombre? Y si creen que fue crucificado, y azotado por ellos, ¿qué se espantan que se regale con ellos? ¿Es más aparecer a un siervo o suyo, y hablarle, o hacerse él como siervo nuestro, y padecer muerte? Anímense los hombres a buscar a Dios por el camino que él nos enseña, que es la fe, y la caridad, y la verdadera guarda de su ley, y consejos, que lo menos será hacerles semejantes mercedes. Así que los que no juzgan bien destas revelaciones, si es porque, no creen que las hay, viven en grandísimo error: y si es porque algunas de las que hay son engañosas, obligados están a juzgar bien de las que la conocida santidad de sus autores aprueba por verdaderas, cuales son las que se escriben aquí. Cuya historia, no solo no es peligrosa en esta materia de revelaciones, mas es provechosa, y necesaria para el conocimiento de las huellas en aquellos que la tuvieren. Porque no cuenta desnudamente las que Dios comunicó a la santa madre Teresa, sino dice también las diligencias que ella hizo para examinarlas, muestra las señales que dejan de sí las verdaderas, y el juicio que debemos hacer dellas, y si se ha de apetecer, o rehusar el tenerlas. Porque lo primero, esa escritura nos enseña, que las que son de Dios, producen siempre en el alma muchas virtudes, así para el bien de quien las recibe, como para la salud de otros muchos. Y lo segundo nos avisa, que no habemos de gobernarnos por ellas, porque la regla de la vida es la doctrina de la Iglesia, y lo que tiene Dios revelado en sus libros, y lo que diría la sana, y verdadera razón. Lo otro nos dice, que no las apetezcamos, ni pensemos que está en ellas la perfección del espíritu, o que son señales ciertas de la gracia, porque el bien de las almas está propiamente en amar a Dios más, y en el padecer más por él, y en la mayor mortificación de los afectos, y mayor desnudez, desasimiento de nosotros mismos, y de todas las cosas. Y lo mismo que nos enseña con las palabras aquella escritura, nos lo demuestra luego con el ejemplo de la misma santa madre, de quien nos cuenta el recelo con que anduvo siempre en todas sus revelaciones, y el examen que dellas hizo, y como siempre se gobernó, no tanto por ellas, cuanto por lo que le mandaban sus prelados, y confesores, con ser ellas tan notoriamente buenas, cuanto mostraron los efectos de reformación que en ella hicieron, y en toda su Orden. Así que las revelaciones que aquí se cuentan, ni son dudosas, ni abren puerta para las que son, antes descubren luz para conocer las que lo fueren; y son para aqueste conocimiento como la piedra del toque estos libros. Resta ahora decir algo a los que hallan peligro en ellos, por la delicadeza de lo que tratan, que dicen no es para todos, porque como haya tres maneras de gentes, unos que tratan de oración, otros que si quisiesen, podrían tratar de ella, otros que no podrían por la condición de su estado: pregunto yo, ¿cuáles son los que destos peligran? ¿Los espirituales? No, sino es daño saber uno eso mismo que hace, y profesa. ¿Los que tienen disposición para serlo? Mucho menos, porque tienen aquí, no solo quien los guíe cuando lo fueren, sino quien los anime, y encienda a que lo sean, que es un grandísimo bien. Pues los terceros ¿en qué tienen peligro? ¿En saber que es amoroso Dios con los hombres? ¿Que quién se desnuda de todo le halla? ¿Los regalos que hace a las almas? ¿La diferencia de gustos que les da? ¿La manera cómo los apura, y alma? ¿Qué hay aquí, que sabido, no santifique a quien lo leyere? ¿Que no críe en la admiración de Dios, y que no le encienda en su amor? Que, si la consideración destas obras exteriores que hace Dios en la oración, y gobernación de las cosas, es escuela de común provecho para todos los hombres, ¿el conocimiento de sus maravillas secretas, cómo puede ser dañoso a ninguno? Y cuando alguna, por su mala disposición, sacara daño, ¿era justo por eso cerrar la puerta a tanto provecho, y de tantos? No se publique el Evangelio, porque, en quien no lo recibe es ocasión de mayor perdición, como san Pablo decía. ¿Qué escrituras hay, aunque entren las sagradas en ellas, de que un ánimo mal dispuesto no pueda concebir un error? En el juzgar de las cosas, débese entender a si ellas son buenas en sí, y convenientes para sus fines, y no a lo que fiará dellas el mal uso de algunos: que si a esto se mira, ninguna hay tan santa, que no se pueda vedar. ¿Qué más santos que los Sacramentos? ¿Cuántos por el mal uso dellos se hacen peores? El demonio como sagaz, y que vela en dañarnos, muda diferentes colores, y muéstrase en los entendimientos de algunos recatado, y cuidadoso del bien de los prójimos, para por excusar un daño particular, quitar de los ojos de todos lo que es bueno, y provechoso en común. Bien sabe él que perderá más en los que se mejoraren, y hicieren espirituales perfectos, ayudados con la lición destos libros, que ganará en la ignorancia, o malicia de cual, o cual que por su disposición se ofendiere. Y así por no perder aquellos, enrarece, y pone delante los ojos el daño de aquestos, que él por otros mil caminos tiene dañados; aunque como decía, no sé ninguno tan mal dispuesto, que saque daño de saber, que Dios es dulce, con sus amigos, y de saber cuán dulce es, y de conocer por qué caminos se le llegan las almas, a que se endereza toda aquella escritura. Solamente me recelo de unos que quieren guiar por sí a todos, y que aprueban mal lo que no ordenan ellos, y que procuran no tenga autoridad lo que no es su juicio, a los cuales no quiero satisfacer, porque nace su error de su voluntad, y así no querrán ser satisfechos: más quiero rogar a los demás, que no les den crédito, por que no le merecen. Sola una cosa advertiré aquí, que es necesario se advierta, y es2: que la santa madre, hablando de la oración que llama de quietud, y de otros grados más altos, y tratando de algunas particulares mercedes que Dios hace a las almas, en muchas partes destos libros acostumbra a decir, que está el alma junto a Dios, y que ambos se entienden, y que están las almas ciertas que Dios les habla, y otras cosas desta manera. En lo cual no ha de entender ninguno que pone certidumbre en la gracia, y justicia de los que se ocupan en estos ejercicios, ni de otros ningunos, por santos que sean, de manera que ellos estén ciertos de sí, que la tienen, sino son aquellos a quien Dios lo revela. Que la santa madre misma, que gozó de todo lo que en estos libros dice, y de mucho más que no dice, escribe en uno dellos estas palabras de sí3. Y lo que no se puede sufrir, Señor, es, no poder saber cierto si os amo, y son aceptos mis deseos delante, de vos. Y en otra parte. Mas ay Dios mío, ¿cómo podré, yo saber que no estoy apartada de vos? ¡Oh vida mía, qué has de vivir con tan poca seguridad de cosa tan importante! ¿Quién te buscara? Pues la ganancia que de ti se puede sacar, o esperar, que es contentar en todo a Dios, está tan incierta, y llena de peligros? Y en el libro de las Moradas4, hablando de almas que han entrado en la séptima, que son las de mayor, y más perfecto grado, dice desta manera: De los pecados mortales que ellas entiendan estar libres, aunque no seguras, que ternán algunos que lo entienden, que no les será pequeño tormento. Solo quiere decir lo que es la verdad, que las almas en estos ejercicios sienten a Dios presente para los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alumbrarlas, dándoles avisos, y gustos; que aunque son grandes mercedes de Dios, y que muchas veces, o andan con la gracia que justifica, o encaminan a ella, pero no por eso son aquella misma gracia, ni nacen, ni se juntan siempre con ella. Como en la profecía se ve, que la puede haber en el que está en mal estado, el cual entonces está cierto de que Dios le habla, no se sabe si le justifica; y de hecho no le justifica Dios entonces, aunque le habla, y enseña. Y esto se ha de advertir, cuanto a toda la doctrina común, que en lo que toca particularmente a la santa madre, posible es que después que escribió las palabras que ahora yo refería, tuviese alguna propia revelación, y certificación de su gracia. Lo cual así como no es bien que se afirme por cierto, así no es justo que con pertinacia se niegue; porque fueron muy grandes, los dones que Dios en ella puso, y las mercedes que le hizo en sus años postreros, a que aluden algunas cosas de las que en estos libros escribe. Mas de lo que en ella por ventura pasó por merced singular, nadie, ha de hacer regla común. Hoy con este advertimiento queda libre de tropiezo toda aquella escritura. Que según yo juzgo, y espero será tan provechosa a las almas, cuanto en las de Vuestras Reverencias, que se criaron, y se mantienen con ella, se ve. A quien suplico se acuerden siempre en sus santas oraciones de mí. En san Felipe de Madrid a 15 de septiembre de 1587.






ArribaAbajoVida de la Santa Madre Teresa de Jesús

Portada 2

Quisiera yo, que como me han mandado, y dado larga licencia, para que escriba el modo de Oración, y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran, para que muy por menudo, y con claridad dijera mis grandes pecados, y ruin vida. Diérame gran consuelo; mas no han querido, antes atádome mucho en este caso: y por esto pido por amor del Señor, tenga delante de los ojos, quien este discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin, que, no ha hallado Santo, de los que se tornaron a Dios, con quien me consolar. Porque considero, que después que el Señor los llamaba, no le tornaban a ofender: yo no solo tornaba a ser peor, sino que parece traía el estudio a resistir las mercedes que su Majestad me hacía, como quien se veía obligar a servir más, y entendía de sí, no podía pagar lo menos de lo que debía. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con todo mi corazón suplico, me dé gracia, para con toda claridad, y verdad yo haga esta relación, que mis confesores me mandan (y aun el señor, sé yo, lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he atrevido) y que sea para gloria, y alabanza suya, y para que aquí conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza, para que pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siempre alaben todas las cosas. Amén.


ArribaAbajoCapítulo primero

En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la ayuda, que es para esto, serlo los padres


1. El tener padres virtuosos, y temeroso de Dios, me bastará, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance, para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar, y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora, y de algunos Santos, comenzó a despertarme de edad (a mi parecer) de seis, o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres, y piedad con los enfermos, y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad: y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos: decía, que de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad; jamás nadie le oyó jurar, ni murmurar. Muy honesto en gran manera. Mi madre también tenía muchas virtudes, y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad; con ser de harta hermosura, jamás se entendió, que diese ocasión a que ella hacía caso de ella; porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad, muy apacible, y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió: murió muy Cristianamente. Eramos tres hermanas, y nueve hermanos: todos parecieron a sus padres (por la bondad de Dios) en ser virtuosos, sino fui yo, aunque era la más querida de mi padre; y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón: porque, yo he lástima, cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado, y cuán mal me supo aprovechar dellas. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios.

2. Tenía uno casi de mi edad, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor, y ellos a mí; juntábamonos entrambos a leer vidas de santos: como veía los martirios, que por Dios los santos pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios, y deseaba yo mucho morir ansí; no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes, que leía haber en el cielo. Juntábame con este mi hermano a tratar que medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen: y paréceme, que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres, nos parecía el mayor embarazo. Espantábanos mucho el decir en lo que leíamos, que pena, y gloria era para siempre. Acaecíanos estar muchos ratos tratando desto: y gustábamos de decir muchas veces, para siempre, siempre, siempre. En pronunciar esto mucho rato, era el Señor servido, me quedase en esta niñez imprimido e camino de la verdad. De que vi, que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños, y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían, y ansí no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver, como me daba Dios tan presto, lo que yo perdí por mi culpa. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas; y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.

3. Acuérdome, que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos: como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de Nuestra Señora, y supliquela fuese mi madre con muchas lágrimas. Paréceme, que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana, en cuanto me he encomendado a ella, y en fin me ha tornado a sí. Fatígame ahora ver, y pensar en que estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve, plega a vuestra Majestad sea ansí, y de hacerme tantas mercedes como me habéis hecho, ¿no tuviérades por bien, no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento, que no se ensuciara tanto posada, a dónde tan contino habíades de morar? Fatígame, Señor, aún decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os quedó a vos nada por hacer, para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo; porque no veía en ellos sino todo bien, y cuidado de mi bien. Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias de naturaleza que el Señor me había dado (que según decían eran muchas) cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderlo, como ahora diré.




ArribaAbajoCapítulo II

Trata cómo fue perdido, y lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas


1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero algunas veces, cuan mal lo hacen los padres, que no procuran que vean sus hijos siempre, cosas de virtud de todas maneras; porque con serlo tanto mi madre (como he dicho) de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi liada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías, y no tan mal tomaba este pasatiempo, como yo le tomé para mí; porque no perdía su labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos: y por ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos que no anduviesen en otras cosas perdidos. Desto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta, que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos, y comenzó a enfriar en lo demás; y parecíame, no era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento. Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos, y cabello, y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Durome mucha curiosidad de limpieza demasiada, y cosas que me parecían a mí no eran ningún pecado muchos años: ahora veo cuán malo debía ser. Tenía primos, hermanos algunos, que en casa de mi padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado; y pluguiera a Dios que lo fuera destos también, porque ahora veo el peligro que es tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con personas que no conocen la vanidad del mundo, sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores que yo: andábamos siempre juntos, teníanme gran amor; y en todas las cosas que les daba contento, les sustentaba plática, y oía sucesos de sus aficiones, y niñerías, no nada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres, que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos; porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor, que a lo mejor.

2. Ansí me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo, de cuya honestidad y bondad, que tenía mucha, desta no tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta, que trataba mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa (parece que adivinaba el mal que por ella me había de venir) y era tanta la ocasión que había para entrar, que no había podido. A esta que digo, me aficioné a tratar: con ella era mi conversación, y pláticas: porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones, y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo que más (para tener amistad conmigo, digo, y darme parte de sus cosas) no me parece había dejado a Dios, por culpa mortal, ni perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra. Éste tuvo fuerza para no la perder del todo; ni me parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona dél, que a esto me hiciese rendir. Ansí tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural, para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo; y no miraba que la perdía por otras muchas vías. En querer esta vanamente, tenía extremo; los medios que eran menester para guardarla, no ponía ninguno; solo para no perderme del todo, tenía gran miramiento. Mi padre, y hermana sentían mucho esta amistad, reprendíanmela muchas veces; como no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les aprovechaban sus diligencias; porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer, en especial en tiempo de mocedad debe ser mayor el mal que hace: querría escarmentasen en mí los padres, para mirar mucho en esto. Y es ansí, que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural, y alma virtuosos, no me dejó casi ninguno: y me parece me imprimía sus condiciones ella, y otra que tenía la misma manera de pasatiempos. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía: y tengo por cierto, que si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud; porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después quitado este temor del todo, quedome solo el de la honra, que en todo lo que hacía, me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella, y contra Dios.

3. Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser suya la culpa, sino mía; porque después mi malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buen aparejo: que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; mas el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal, porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía, sino a pasatiempos de buena conversación; mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía en él a mi padre, y hermanos; de los cuales me libró Dios, de manera que se parece bien procuraba ser tan secreto, que no hubiese harta quiebra de mi honra, y, sospecha en mi padre. Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, a donde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo: y esto con tan gran disimulación, que sola yo, y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad; porque haberse mi hermana casado, y quedar sola sin madre, no era bien. Era tan demasiado el amor que mi padre, me tenía, y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y ansí no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad; porque como yo tenía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo, a quien todo lo ve. ¡Oh Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco, y pensar que ha de haber cosa secreta, que sea contra vos! Tengo por cierto, que se excusarían grandes males, si entendiésemos, que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardar de descontentaros a vos.

4. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí; porque, ya no andaba cansada, y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía y procuraba confesarme con brevedad: traía un desasosiego, que en ocho días, y aun creo en menos, estaba muy más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento a donde quiera que estuviese, y ansí era muy querida; y puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad, y religión, y recatamiento. Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera como me desasosegar con recaudos. Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad, y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de buenos. Paréceme andaba su Majestad mirando, y remirando por donde me podía tornar a sí. Bendito seáis vos, Señor, que tanto me habéis sufrido. Amén. Una cosa tenía, que parece me podía ser alguna disculpa, si no tuviera tantas culpas; y es, que era el trato con quien por vía de casamiento me parecía podía acabar en bien, e informada de con quien me confesaba, y de otras personas, en muchas cosas me decían no iba contra Dios. Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como ahora diré.




ArribaAbajoCapítulo III

En que trata, cómo parte la buena compañía para tornar a despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darle alguna luz del engaño que había traído


1. Pues comenzando a gustar de la buena, y santa conversación desta monja, holgábame de oírla cuan bien hablaba de Dios, porque era muy discreta, y santa. Esto a mi parecer en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzome a contar cómo ella había venido a ser monja, por solo leer lo que dice el Evangelio: muchos son los llamados, y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por él. Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala, y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas, y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima: y si veía alguna tener lágrimas cuando rezaba, o otras virtudes, habíala mucha invidia; porque era tan recio mi corazón en este caso, que si leyera toda la Pasión, no llorara una lágrima: esto me causaba pena. Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada: comencé a rezar muchas oraciones vocales, y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir; mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no fue Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme. A cabo deste, tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas, que después entendí tenían, que me parecían extremos demasiados; y había algunas de las más mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer mucho me aprovechara. También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me era parte para no ser monja si lo hubiese de ser, sino a donde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad, y vanidad, que lo bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces, y luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.

2. En este tiempo, aunque yo no andaba descuidada de mi remedio, andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre. En estando buena lleváronme en casa de mi hermana, que residía en una aldea, para verla, que era extremo el amor que me tenía, y a su querer no saliera yo de con ella; y su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy. Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado, y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía, y fue fraile, y acabó de suerte, que creo goza de Dios: quiso que me estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era lo más ordinario de Dios, y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese, y aunque no era amiga dellos, mostraba que sí; porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar, tanto que, en otras fuera virtud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción. ¡Oh válame Dios, por qué términos me andaba su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que sin quererlo yo me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre. Amén. Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, ansí leídas, como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y, como acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno; y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado, y ansí poco a poco me determiné a forzarme para tomarle.

3. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí mesma con esta razón: que los trabajos, y pena de ser monja, no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en el purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi deseo; y en este movimiento de tomar este estado, más me parece me movía un temor servil, que amor. Poníame el demonio, que no podría sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendía con los trabajos que pasó Cristo, por que no era mucho yo pasase algunos por él; que él me ayudaría a llevarlos. Debía pensar (que esto postrero no me acuerdo) pasé hartas tentaciones estos días. Habíanme dado con unas calenturas unos grandes desmayos, que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya amiga de buenos libros: leía en las Epístolas de san Hierónimo, que me animaban de suerte, que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como tomar el hábito; porque era tan honrosa, que me parece, no tornara atrás por ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas, que procuré le hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue, que después de sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí, y a mi flaqueza no tornase atrás, y ansí no me pareció me convenía esto, y procurelo por otra vía, como ahora diré.




ArribaAbajoCapítulo IV

Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí mesma para tomar hábito, y las muchas enfermedades que su Majestad la comenzó a dar


1. En estos días que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile, diciéndole la vanidad del mundo; y concertarnos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio a donde estaba aquella mi amiga, que era a la que yo tenía mucha afición: puesto que ya en esta postrera determinación yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios, o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacia dél. Acuérdaseme a todo mi parecer, y con verdad, que cuando salí de en casa de mi padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que como no había amor de Dios, que quitase el amor del padre, y parientes, era todo haciéndome, una fuerza tan grande, que si el Señor no me ayudara, no bastarán mis consideraciones para ir adelante: aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra. En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender, cómo favorece, a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión; y es verdad, que andaba algunas veces barriendo en horas que yo solía ocupar en mi regalo, y gala: y acordándoseme que estaba libre de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba, y no podía entender por donde venía. Cuando desto me acuerdo, no hay cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque ya tengo experiencia en muchas, que si me ayudo al principio a determinarme, a hacerlo (que siendo solo por Dios, hasta comenzarlo quiere, para que más merezcamos, que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio, y más sabroso se hace después) aun en esta vida lo paga su Majestad por unas vías, que solo quien goza dello lo entiendo. Esto temo por experiencia, como he dicho en muchas cosas harto graves; y ansí jamás aconsejaría, si fuera persona que hubiera de dar parecer, que cuando una buena inspiración acomete muchas veces, se deje por miedo de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que poderoso es para todo, sea bendito por siempre. Amén.

2. Bastara, o sumo bien, y descanso mío, las mercedes que me habíades hecho hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra piedad, y grandeza a estado tan seguro, y a casa a donde había muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar, para ir creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando me acuerdo la manera de mi profesión, y la gran determinación, y contento con que la hice, y el desposorio que hice con vos: esto no lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre, y quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento, para lo que después os ofendí. Paréceme ahora, que tenía razón de no querer tan gran dignidad, pues tan mal había de usar della: mas vos, Señor mío, quisistes casi veinte años que usé mal desta merced, ser el agraviado, porque o fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí no guardar cosa de lo que os había prometido; aunque entonces no era ésa mi intención: mas veo tales mis obras después, que no sé qué intención tenía, para que más se vea quién vos sois, esposo mío, y quién soy yo. Que es verdad cierto, que muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas, el contento que me da, que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias. ¿En quién, Señor, puede ansí resplandecer como en mí, que tanto he escurecido con mis malas obras las grandes mercedes, que me comenzastes a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo, ni tiene nadie la culpa sino yo! Porque si os pagara algo del amor que me comenzastes a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí, ni tuvo tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia. La mudanza de la vida, y de los manjares me hizo daño a la salud, que aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos, y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien lo veía, y otros muchos males juntos; y ansí pasé el primer año con harta mala salud, aunque no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el mal tan grave, que casi me privaba el sentido siempre, y algunas veces del todo quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para buscar remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró llevarme a un lugar a donde había mucha fama de que sanaban allí otras enfermedades, y ansí dijeron haría la mía. Fue conmigo esta amiga, que he dicho, que tenía en casa que, era antigua. En la casa que era monja, no se prometía clausura. Estuve casi un año por allá, y los tres meses dél padeciendo tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias, que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo sufrir mi sujeto, como diré. Había de comenzarse la cura en el principio del verano, y yo fui en el principio del invierno: todo este tiempo estuve en casa de la hermana que he dicho, que estaba en el aldea, esperando el mes de abril, porque estaba cerca, y no andar yendo, y viniendo. Cuando iba me dio aquel tío mío (que tengo dicho, que estaba en el camino) un libro, llámase Tercer Abecedario, que trata de enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año había leído buenos libros, que no quise más usar de otros, porque ya entendía el daño que me habían hecho, no sabía cómo proceder en oración, ni cómo recogerme, y ansí holgueme mucho con él, y determineme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas: y como ya el Señor me había dado don de lágrimas, y gustaba de leer, comencé a tener ratos de soledad, y a confesarme a menudo, y comenzar aquel camino, teniendo aquel libro por maestro; porque yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese, aunque le busqué en veinte años después desto que digo, que me hizo harto daño para tornar muchas veces atrás; y aun para del todo perderme, porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para ofender a Dios.

3. Comenzome su Majestad a hacer tantas mercedes en estos principios, que al fin deste tiempo que estuve aquí, que eran casi nueve meses en esta soledad (aunque no tan libre de ofender a Dios, como el libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame casi imposible tanta guarda, tenía la de no hacer pecado mortal, y pluguiera a Dios la tuviera siempre: de los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó) comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno, ni lo otro, y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es, que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era Ave María; mas quedaba con unos efectos tan grandes, que con no haber en este tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y ansí me acuerdo, que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas. Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo nuestro bien, y Señor dentro de mi presente, y esta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior, aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento, ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar, y representar en mí, como lo procuraba traer la humanidad del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento, llegan más presto a la contemplación, si perseveran, es muy trabajoso, y penoso; porque si falta la ocupación de la voluntad, y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo y ejercicio, y da gran pena la soledad, y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos. A personas que tienen esta disposición, les conviene más pureza de conciencia, que a las que con el entendimiento pueden obrar porque quien discurre en lo que es mundo, y en lo que debe a Dios, en lo mucho que sufrió, y en lo poco que le sirve, y lo que da a quien le ama, saca doctrina para defenderse de los pensamientos, y de las ocasiones, y peligros; pero quien no se puede aprovechar desto, tiénele mayor, y conviénele ocuparse mucho en lección, pues de su parte no puede sacar ninguna. Es tan penosísima esta manera de proceder, que si el maestro que enseña, aprieta en que sin lección (que ayuda mucho para recoger a quien desta manera procede, y le es necesario, aunque sea poco lo que lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener) digo, que si sin esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración, que será imposible durar mucho en ella, te hará daño a la salud si porfía, porque es muy penosa cosa.

4. Ahora me parece que proveyó el Señor, que yo no hallase quien me enseñase, porque fuera imposible, me parece, perseverar diez y ocho años que pasé este trabajo, y estas grandes sequedades, por no poder, como digo, discurrir. En todos éstos, sino era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía, o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada; porque la sequedad no era lo ordinario; mas era siempre cuando me faltaba libro, que era luego desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos, con esto los comenzaba a recoger, y como por halago llevaba el alma; y muchas veces en abriendo el libro, no era menester más: otras leía poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía. Parecíame a mí en este principio que digo, que teniendo yo libros, como tener soledad, que no habría peligro que me sacase de tanto bien creo con el favor de Dios fuera ansí, si tuviera maestro, o persona que me avisara de huir las ocasiones en los principios, y me hiciera salir dellas, si entrara con brevedad. Y si el demonio me acometiera entonces descubiertamente, parecíame, en ninguna manera tornara gravemente a pecar. Mas fue tan sutil, y yo tan ruin, que todas mis determinaciones me aprovecharon poco, aunque muy mucho los días que serví a Dios, para poder sufrir las terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como su Majestad me dio. Muchas veces de pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia, y misericordia; sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno: por ruines, e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando, y perfeccionado, y dando valor, y los males, y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto permite su Majestad se cieguen, y los quita de su memoria. Dora las culpas; hace que resplandezca una virtud, que el mesmo Señor pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga. Quiero tornar a lo que me han mandado. Digo, que si hubiera de decir por menudo de la manera que el Señor se había conmigo en estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el mío, para saber encarecer lo que en este caso le debo, y mi gran ingratitud, maldad, pues todo esto olvidé. Sea por siempre bendito, que tanto me ha sufrido. Amén.




ArribaAbajoCapítulo V

Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo, y la paciencia que el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, según se verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar


1. Olvideme decir, como el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tonto, mas culpábanme sin tener culpa hartas veces: yo lo llevaba con harta pena, e imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser monja, todo lo pasaba. Como me veían procurar soledad, y me veían llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, ansí lo decían. Era aficionada a todas las cosas de religión, mas no a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada: era curiosa en cuanto hacía; todo me parecía virtud: aunque, esto no me será disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi contento, y ansí la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en mucha perfección: yo como ruin íbame a lo que veía falto, y dejaba lo bueno. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad, y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía: murió presto dello. Yo veía a todas temer aquel mal: a mi hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios, que dándomela ansí a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece tenía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espantome, porque aun no tenía a mi parecer amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba, y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos. También me oyó en esto su Majestad, que antes de dos años estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos penoso, y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.

2. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo, que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme con harto cuidado de mi regalo, mi padre, y hermana, y aquella monja mi amiga, que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería. Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque Dios sacó dello harto bien. Estaba una persona de la Iglesia, que residía en aquel lugar a donde, me fui a curar, de harto buena calidad, y entendimiento: tenía letras, aunque no muchas. Yo comenceme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados; porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera. He visto por experiencia, que es mejor siendo virtuosos, de santas costumbres, no tener ningunas, que tener pocas; porque ni ellos se fían de sí, sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me engañó estotros tampoco me debían de querer engañar, sino no sabían más: yo pensaba que sí, y que no era obligada a más de creerlos, como era cosa ancha lo que me decían, y de más libertad, que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial, decíanme que no era ninguno. Lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto no hizo tanto daño, que no es mucho lo diga aquí, para aviso de otras de tan gran mal, que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no buenas, fiara que yo me guardara dellas. Creo permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen, y me engañasen a mí: yo engañé a otras hartas con decirles lo mesmo que a mí me habían dicho. Duré en esta ceguedad creo más de diez y siete años, hasta que un padre Dominico, gran letrado, me desengañó en cosas, y los de la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agravándome tan malos principios, como después diré. Pues comenzándome a confesar con este que digo, él se aficionó en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar, para lo que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la afición deste mala, mas de demasiada afición tenía a no ser buena. Tenía entendido de mí, que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese graye por ninguna cosa, y el también me aseguraba lo mesmo, y ansí era mucha la conversación. Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más gusto me daba, era tratar cosas dél; y como era tan niña, hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su perdición: y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy peligroso estado con afición, y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra, y la fama, y nadie le osaba hablar contra esto. A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho, que esto tenía yo de gran liviandad, y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida, y tener ley a quien me quería. Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios. Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina: que debemos todo el bien, que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra él, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad de mundo! Fuérades vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra vos no lo fuera mi punto; mas ha sido todo al revés por mis pecados. Procuré saber, e informarme más de personas de su casa; supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre, que le había rogado le trajese por amor della al cuello, y este nadie había sido poderoso de podérsele quitar. Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente, mas diré esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de mujeres que este trato quieren tener; y crean, que pues pierden la vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a tener honestidad) que ninguna cosa dellas pueden confiar; y que a trueco de llevar adelante su voluntad, y aquella afición que el demonio las pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en ninguna desta suerte o no caí, ni jamás pretendí hacer mal, ni aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran, porque me guardó el Señor desto; mas si me dejara, hiciera el mal que hacia en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar. Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor: mi intención buera era, la obra mala; pues por hacer bien, por grande que sea, no había de hacer mi pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios: esto debía aprovecharle, aunque más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado esto comenzó, como quien despierta de mi gran sueño, a irse acordando de todo lo que había hecho aquellos años, y espantándose de sí, doliéndose, de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin dejó del todo de verla, y no se hartaba de dar gracias a Dios, por haberle dado luz. A cabo de un año en punto, desde el primer día que yo le vi, murió. Ya había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición grande que me tenía, nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con más puridad: mas también hubo ocasiones para que si no se tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves. Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal, no la hiciera entonces. Y paréceme, que le ayudaba a tenerme amor, ver esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven inclinadas a virtud; y aun para lo que acá pretenden, deben de ganar con ellos más por aquí, seguir después diré. Tengo por cierto, está en carrera de salvación. Murió muy bien, y muy quitado de aquella ocasión: parece quiso el Señor que por estos medios se salvase.

3. Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión: a los dos meses a poder de medicinas me tenía casi acabada la vida el rigor del mal de corazón, de que me fui a curar, era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían dél, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de gran hastío, calentura muy contina, y tan gastada, porque casi un mes me habían dado una purga cada día) estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger los nervios, con dolores tan incomportables, que día, ni noche ningún sosiego podía tener, y una tristeza muy profunda. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre, a donde tornaron a verme médicos: todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal estaba ética. Desto se me daba a mi poco, los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza; porque de nervios son intolerables, según decían los médicos, y como todos se encogían, cierto si yo no lo hubiera por mi culpa perdido, era recio tormento. En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y tengo por gran merced del Señor la paciencia que su Majestad me dio, que se veía claro venir dél. Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job en los Morales de san Gregorio, que parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis pláticas eran con él. Traía muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento, y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males? Esto parece me ponía esfuerzo.

4. Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces desde abril había sido el tormento, aunque los tres postreros meses mayor. Di priesa a confesarme, que siempre era muy amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme; y por no medar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan católico padre, y tan avisado, que lo era harto, que no fue ignorancia, me pudiera hacer gran daño! Diome aquella noche un parasismo, que me duró estar sin ningún sentido cuatro días poco menos: en esto me dieron el sacramento de la Unción, y cada hora, o momento pensaban espiraba, y no hacían sino decirme el credo como si alguna cosa entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé después en los ojos. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores, y oraciones a Dios muchas: bendito sea él que quiso oírlas, que teniendo día y medio abierta la sepultura en mi monasterio esperando el cuerpo allá, y hechas las honras en uno de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el señor tornase en mí; luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas, mas a mi parecer, que no eran con el sentimiento, y pena de solo haber ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables con que quedé, el sentido poco, aunque la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí había ofendido a Dios; que esta merced me hizo su Majestad entre otras, que nunca después que comencé a comulgar deje cosa por confesar, que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le dejase de confesar: más sin duda me parece, que lo iba harto mi salvación, si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco letrados por una parte, y por otra, y por muchas ser yo tan ruin. Es verdad cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí, y viendo como parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, o amiga mía, que miraras del peligro que el Señor te había librado, y ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor, que pudiera otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo, no añado muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados están. Por amor de Dios le pido, de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios, y lo que sufre a una alma. Sea bendito para siempre: plegue a su Majestad, que antes me consuma, que le deje yo más de querer.




ArribaAbajoCapítulo VI

Trata de lo mucho que debió al Señor, en darle conformidad, con tan grandes trabajos; y cómo tomó por medianero abogado al glorioso san José y lo mucho que le aprovechó


1. Quedé destos cuatro días de parasismo de manera, que solo el Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí. La lengua hecha pedazos de mordida: la garganta de no haber pasado nada, y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el agua no podía pasar. Toda me parecía estaba descoyuntada, con grandísimo desatino en la cabeza. Toda encogida hecha un ovillo, porque en esto paró el tormento de aquellos días, sin poderme menear, ni brazo, ni pie, ni mano, ni cabeza, mas que si estuviera muerta, si no me meneaban; solo un dedo me parece podía menear de la mano derecha. Pues llegar a mí, no había cómo; porque todo estaba tan lastimado, que no lo podía sufrir. En una sábana, una de un cabo, y otra de otro, me meneaban: esto fue hasta Pascua florida. Solo tenía, que si no llegaban a mí, los dolores me cesaban muchas veces; y a cuento de descansar un poco, me contaba por buena, que traía temor, me había de faltar la paciencia: y ansí quedé muy contenta de verme sin tan agudos, y continos dolores, aunque a los recios fríos de cuartanas dobles, con que quedé recísimas, los tenía incomportables; el hastío muy grande. Di luego tan gran priesa de irme al monasterio, que me hice llevar ansí. A la que esperaban muerta, recibieron con alma; mas el cuerpo peor que muerto, para dar pena verle. El extremo de flaqueza no se puede decir, que solos los huesos tenía: ya digo, que estar ansí me duró más de ocho meses: el estar tullida, aunque iba mejorando, casi tres años. Cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios. Todos los pasé con gran conformidad; y si no fue estos principios, con gran alegría, porque todo se me hacía no nada, comparado con los dolores, y tormentos del principio: estaba muy conforme con la voluntad de Dios, aunque me dejase ansí siempre. Paréceme era toda mi ansia de sanar, por estar a solas en oración, como venía mostrada, porque en la enfermería no había aparejo. Confesábame muy a menudo: trataba mucho de Dios, de manera que edificaba a todas, y se espantaban de la paciencia que el Señor me daba; porque a no venir de mano de su Majestad, parecía imposible poder sufrir tanto mal con tanto contento.

2. Gran cosa fue haberme hecho la merced en la oración, que me había hecho; que ésta me hacía entender, que cosa era amarle; porque de aquel poco tiempo, vi nuevas en mí virtudes, aunque no fuertes, pues no bastaron a sustentarme en justicia. No tratar mal de nadie por poco que fuese, sino lo ordinario era excusar toda murmuración; porque traía muy delante, como no había de querer, ni decir de otra persona, lo que no quería dijesen de mí: tomaba esto en harto extremo, para las ocasiones que había, aunque no tan perfectamente, que algunas veces, cuando me las daban grandes, en algo no quebrase; mas lo contino era esto: y ansí a las que estaban conmigo, y me trataban persuadía tanto a esto, que se quedaron en costumbre. Vínose a entender, que donde yo estaba tenían seguras las espaldas, y en esto estaban con las que yo tenía amistad, y deudo, y enseñaba: aunque en otras cosas temo bien que dar cuenta a Dios del mal ejemplo que les daba: plega a su Majestad me perdone, que de muchos males fui cansa, aunque no con tan dañada intención, como después sucedía la obra. Quedome deseo de soledad, amiga de tratar, y hablar en Dios; que si yo hallara con quien, mas contento, y recreación me daba, que toda la pulicía, o grosería (por mejor decir) de la conversación del mundo: comulgar, y confesar muy más a menudo, y desearlo; amiguísima de leer buenos libros: un grandísimo arrepentimiento en habiendo ofendido a Dios, que muchas veces me acuerdo, que no osaba tener oración; porque temía la grandísima pena, que había de sentir de haberle ofendido, como un gran castigo. Esto me fue creciendo después en tanto extremo, que no sé yo a que comparar este tormento. Y no era poco, ni mucho por temor jamás, sino como se me acordaba los regalos que el Señor me hacía en la oración, y lo mucho que le debía, y veía cuán mal se lo pagaba, no lo podía sufrir, y enojábame en extremo de las muchas lágrimas, que por la culpa lloraba, cuando veía mi poca enmienda, que ni bastaban determinaciones, ni fatiga en que me veía para no tornar a caer, en poniéndome en la ocasión: parecíanme, lágrimas engañosas, y parecíame ser después mayor la culpa, porque veía la gran merced que me hacía el Señor en dármelas, y tan gran arrepentimiento. Procuraba confesarme con brevedad, y a mi parecer hacía de mi parte lo que podía para tornar en gracia. Estaba todo el daño en no quitar de raíz las ocasiones, y en los confesores que me ayudaban poco; que a decirme en el peligro que andaba, y que tenía obligación a no traer aquellos tratos, sin duda creo se remediara, porque en ninguna vía sufriera andar en pecado mortal solo un día, si yo entendiera. Todas estas señales de temer a Dios me vinieron con la oración y la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante el castigo. Todo lo que estuve tan mala me duró mucha guarda de mi conciencia cuanto a mortales. ¡Oh válame Dios, que deseaba yo la salud para más servirle, y fue causa de todo mi daño! Pues como me vi tan tullida, y en tan poca edad, y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del Cielo para que me sanasen, que todavía deseaba la salud, aun con mucha alegría lo llevaba; y pensaba algunas veces, que si estando buena me había de condenar, que mejor estaba ansí; mas todavía pensaba, que servía mucho más a Dios con la salud. Éste es nuestro engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.

3. Comencé a hacer devoción de misas, y cosas muy aprobadas de oraciones, que nunca fui amiga de otras devociones que hacen algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias, que yo no podría sufrir, y a ellas les hacia devoción; después se ha dado a entender no convenían, que eran supersticiosas: y tomé por abogado, y Señor al glorioso san José, y encomendeme mucho a él: vi claro, que ansí desta necesidad, como de otras mayores de honra, y pérdida de alma, este Padre, y Señor mío me sacó con más bien que ya te sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio deste bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, ansí de cuerpo, como de alma: que a otros Santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia, que socorre en todas; y que quiere el Señor darnos a entender, que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, ansí en el Cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia: ya hay muchas que lo son devotas de nuevo, experimentando esta verdad. Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad, que de espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente, y bien, aunque con buen intento; mas esto tenía malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones, y con muchas faltas: para el mal, y curiosidad, y vanidad tenía gran maña, y diligencia; el Señor me perdone. Querría yo persuadir a todos fuesen devotos deste glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona, que de veras le sea devota, y haga particulares servicios que no la vea más en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años, que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida: si va algo torcida la petición, él la endereza, para más bien mío. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí, y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Solo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien, que es encomendarse a este glorioso Patriarca, y tenerte devoción, en especial personas de oración, siempre le habían de ser aficionadas. Que no sé como se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que los ayudó en ellos. Quien no hallare, maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por Maestro. Y no errará en el camino. Plega al señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él: porque aunque publico serle devota, en los servicios, y en imitarle siempre he faltado. Pues él hizo como quien es, en hacer de manera que pudiese levantarme, y andar, y no estar tullida; y no como quien soy, en usar mal desta merced.

4. Quien dijera que había tan presto de caer, después de tantos regalos de Dios, después de haber comenzado su Majestad a darme virtudes, que ellas mesmas me despertaban a servirle; después de haberme visto casi muerta, y en tan gran peligro de ir condenada; después de haberme resucitado alma, y cuerpo, que todos los que me vieron se espantaban de verme viva. ¡Qué es esto, Señor mío, en tan peligrosa vida hemos de vivir! Que escribiendo esto estoy, y me parece, que con vuestro favor, y por vuestra misericordia, podría decir lo que san Pablo, aunque no con esa perfección. Que no vivo yo ya, sino que Dios, Criador mío, vivís en mí, según ha algunos años, que a lo que puedo entender, me tenéis de vuestra mano, y me veo con deseos, y determinaciones (y en alguna manera probado por experiencia en estos años en muchas cosas) de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por pequeña que sea, aunque, debo hacer hartas ofensas a vuestra Majestad sin entenderlo: y también me parece, que no se me ofrecerá cosa por vuestro amor, que con gran determinación me deje de poner a ella, y en algunas me habéis vos ayudado, para que salga con ellas; y no quiero mundo, ni cosa dél, ni me parece me da contento cosa que no salga de vos, y lo demás me parece pesada cruz. Bien me puedo engañar, y ansí será, que no tengo esto que he dicho; mas bien veis vos, mi Señor, que a lo que puedo no miento, y con mucha razón, si me habéis de tornar a dejar; porque ya sé a lo que llega mi fortaleza, y poca virtud, en no me la estando vos dando siempre, y ayudando para que no os deje; y plega a vuestra Majestad, que aun ahora no esté dejada de vos, pareciéndome todo esto de mí. ¡No sé cómo queremos vivir, pues es todo tan incierto! Parecíame a mí, Señor mío, ya imposible dejaros tan del todo a vos; y como tantas veces os dejé, no puedo dejar de temer; porque en apartándoos un poco de mí, daba con todo en el suelo. Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a vos, no me dejastes vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme vos siempre la mano; muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender, como muchas veces me llamábades de nuevo, como ahora diré.




ArribaAbajoCapítulo VII

Trata por los términos que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho, cuán perdida vida comenzó a tener: dice los daños que hay en no ser muy encerrados los monasterios de monjas


1. Pues ansí comencé de pasatiempo en pasatiempo, y de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones, y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades, que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad, como es tratar de oración, tornarme a llegar a Dios; y ayudome a esto, que, como crecieron los pecados, comenzome a faltar el gusto, y regalo en las cosas de virtud. Veía yo muy claro, Señor mío, que me faltaba esto a mí, por faltaros yo a vos. Éste fue el más terrible engaño, que el demonio me podía hacer debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como los muchos, pues en ser ruin era de los peores, y rezar lo que estaba obligada, y vocalmente, que no tener oración mental, y tanto trato con Dios, la que merecía estar con los demonios, y que engañaba a la gente; porque en lo exterior tenía buenas apariencias: y ansí no es de culpar a la casa donde estaba, porque con mi maña procuraba me tuviesen en buena opinión, aunque no de advertencia, fingiendo cristianidad; porque en esto de hipocresía y vanagloria, a Dios, jamás me acuerdo haberle ofendido (que yo entienda) que en viéndome primer movimiento, me daba tanta pena, que el demonio iba con pérdida, y yo quedaba con ganancia, y ansí en esto muy poco me ha tentado jamás por ventura si Dios permitiera me tentara en esto tan recio como en otras cosas, también cayera; mas su Majestad hasta ahora me ha guardado en esto, sea por siempre bendito: antes me pesaba mucho, de que me tuviesen en buena opinión, como no sabía lo secreto de mí. Este no me tener por tan ruin, venía de que como me veían tan moza, y en tantas oraciones, y apartarme muchas veces a soledad a rezar y leer mucho, hablar de Dios, amiga de hacer pintar su imagen en muchas partes, y de tener oratorio, y procurar en él cosas que hiciesen devoción, no decir mal, y otras cosas desta suerte, que tenían aparencia de virtud; y yo que de vana me sabía estimar en las cosas que en el mundo se suelen tener por estima. Con esto me daban tanta, y más libertad, que a las muy antiguas, y tenían gran seguridad de mí; porque tomar yo libertad, ni hacer cosa sin licencia, digo por agujeros, o paredes, o de noche, nunca me parece lo pudiera acabar conmigo en monasterio hablar desta suerte, ni lo hice, porque me tuvo el Señor de su mano. Parecíame a mí (que con advertencia, y de propósito miraba muchas cosas) que poner la honra de tantas en aventura, por ser yo ruin, siendo ellas buenas, que era muy mal hecho; como si fuera bien otras cosas que hacía. A la verdad no iba el mal de tanto acuerdo como esto fuera, aunque era mucho.

2. Por esto me parece a mí me hizo harto daño no estar en monasterio encerrado; porque la libertad que las que eran buenas podían tener con bondad, porque no debían más, que no se prometía clausura, para mí que soy ruin hubiérame cierto llevado al infierno, si con tantos remedios, y medios el Señor, con muchas particulares mercedes suyas, no me hubiera sacado deste peligro: y ansí me parece lo es grandísimo, monasterio de mujeres con libertad; y que más me parece es paso para caminar al infierno las que quisiesen ser ruines, que remedio para sus flaquezas. Esto no se tome por el mío, porque hay tantas que sirven muy de veras, y con mucha perfección al Señor, que no puede su Majestad dejar (según es bueno) de favorecerlas, y no es de los muy abiertos, y en él se guarda toda religión, sino de otros que yo sé y he visto. Digo que me hacen gran lástima, que ha menester el Señor hacer particulares llamamientos; y no una vez, sino muchas, para que se salven, según están autorizadas las Honras y recreaciones del mundo, y tan mal entendido a lo que están obligadas, que plega a Dios no tengan por virtud lo que es pecado, como muchas veces yo lo hacía; y hay tan gran dificultad en hacerlo entender, que es menester el Señor ponga muy de veras en ello su mano. Si los padres tomasen mi consejo, ya que no quieran mirar a poner sus hijas a donde vayan camino de salvación, sino con más peligro que en el mundo, que lo miren por lo que toca a su honra; y quieran más casarlas muy bajamente; que meterlas en monasterios semejantes, si no son muy bien inclinadas; y plega a Dios aproveche, o se las tengan en su casa; porque si quieren ser ruines, no se podrá encubrir sino poco tiempo, y acá muy mucho, y en fin lo descubre el Señor; no solo dañan a sí, sino a todas; y a las veces las pobrecitas no tienen culpa, porque se van por lo que hallan: y es lástima de muchas que se quieren apartar del mundo, y pensando que se van a servir al Señor, y apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos juntos, que ni saben cómo se valer, ni remediar; que la mocedad, y sensualidad, y demonio las convida, e inclina a seguir algunas cosas, que son del mesmo mundo. Ve allí que lo tienen por bueno, a manera de decir. Paréceme, como los desventurados de los herejes en parte, que se quieren cegar, y hacer entender, que es bueno aquello que siguen y que lo creen ansí, sin creerlo; porque dentro de sí tienen quien les diga es malo. ¡Oh grandísimo mal! Grandísimo mal de religiosos (no digo ahora más mujeres que hombres) a donde no se guarda religión: a donde en un monasterio hay dos caminos de virtud, y religión, y falta de religión, y todos casi se andan por igual: antes mal dije, no por igual que por nuestros pecados caminase más el más imperfecto, y como hay más de él, es más favorecido. Úsase tan poco el de la verdadera religión, que más ha de temer el fraile, y la monja que ha de comenzar de veras a seguir del todo su llamamiento a los mesmos de su casa, que a todos los demonios. Y más cautela y disimulación ha de tener para hablar en la amistad que desea de tener con Dios, que en otras amistades, y voluntades que el demonio ordena en los monasterios. Y no sé de qué nos espantamos haya tantos males en la Iglesia; pues los que habían de ser los dechados, para que todos sacasen virtudes, tienen tan horrada la labor, que el espíritu de los Santos pasados dejaron en las religiones. Plega a la Divina Majestad ponga remedio en ello, como va que es menester. Amén.

3. Pues comenzando yo a tratar estas conversaciones, no me pareciendo, como veía que se usaban, que había de venir a mi alma el daño, y distraimiento, que después entendí eran semejantes tratos, pareciome, que cosa tan general como es este visitar en muchos monasterios, que no me haría a mí más mal que a las otras, que yo veía eran buenas; y no miraba que eran muy mejores, y que lo que en mí fue peligro, en otras no le sería tanto; que alguno dudo yo lo deje de haber y aunque no sea sino tiempo mal gastado. Estando con una persona, bien al principio del conocerla, quiso el Señor darme a entender, que no me convenían aquellas amistades, y avisarme y darme luz en tan gran ceguedad. Representóseme Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que de aquello le pesaba: vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo, y quedome tan imprimido, que ha esto más de veinte y seis años, me- parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada, y turbada, y no quería ver más a con quien estaba. Hízome mucho daño no saber yo que era posible ver nada, si no era con los ojos del cuerpo; y el demonio que me ayudó a que lo creyese ansí, y hacerme entender que era imposible, y que se me había antojado, y que podía ser el demonio, y otras cosas desta suerte; puesto que siempre me quedaba un parecerme era Dios, y que no era antojo: mas como no era mi gusto, yo me hacía a mí mesma desmentir; y yo como no lo osé tratar con nadie, y tornó después a hacer gran importunación, asegurándome, que no era mal ver persona semejante, ni perdía honra, antes que la ganaba, torné a la mesma conversación, y aun en otros tiempos a otras; porque fue muchos años los que tornaba esta recreación pestilencial, que no me parecía y a mí, como estaba en ello, tan malo como era, aunque a veces claro veía no era bueno; mas ninguna me hizo el distraimiento que esta que digo, porque la tuve mucha afición.

4. Estando otra vez con la mesma persona, vimos venir hacia nosotros, y otras personas que estaban allí también lo vieron, una cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos suelen andar: de la parte que él vino, no puedo yo entender pudiese haber semejante sabandija en mitad del día, ni nunca la ha habido; y la operación que hizo en mí, me parece no era sin misterio; y tampoco esto se me olvidó jamás. ¡Oh grandeza de Dios con cuanto cuidado, y piedad me estábades avisando de todas maneras, y qué poco me aprovechó a mí!

5. Tenía allí una monja, que era mi parienta, antigua, y gran sierva de Dios, y de mucha religión, ésta también me avisaba algunas veces y no solo no la creía, mas disgustábame con ella, y parecíame se escandalizaba sin tener por qué. He dicho esto, para que se entienda mi maldad, y la gran bondad de Dios, y cuán merecido tenía el infierno, por tan gran ingratitud; y también porque, si el Señor ordenare, y fuere servido, en algún tiempo lea esto alguna monja, escarmiente en mí; y les pido yo, por amor de nuestro Señor, huyan de semejantes recreaciones. Plega a su Majestad se desengañe alguna por mí, de cuantas de engañado, diciéndoles que no era mal, y asegurando tan gran peligro con la ceguedad que yo tenía, que de propósito no las quería yo engañar por el mal ejemplo que las di (como he dicho) fui causa de hartos males, no pensando hacía tanto mal.

6. Estando yo mala en aquellos primeros días, antes que supiese valerme a mí, me daba grandísimo deseo de aprovechar a los otros: tentación muy ordinaria de los que comienzan, aunque a mí me sucedió bien. Como quería tanto a mi padre, deseábale con el bien, que me parecía tenía con tener oración, que me parecía que en esta vida no podía ser mayor que tener oración; y ansí por rodeos como pude, comencé a procurar con él la tuviese. Dile libros para este propósito: como era tan virtuoso, como he dicho, asentose también en él este ejercicio, que en cinco, o seis años (me parece sería) estaba tan adelante, que yo alababa mucho al Señor, y dábame grandísimo consuelo. Eran grandísimos los trabajos que tuvo de muchas maneras; todos los pasaba con grandísima conformidad. Iba muchas veces a verme, que se consolaba en tratar cosas de Dios. Ya después que yo andaba tan distraída, y sin tener oración, como veía pensaba, que era la que solía, no lo pude sufrir sin desengañarle; porque estuve un año, y más sin tener oración, pareciéndome más humildad; y ésta, como después diré, fue la mayor tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder, que con la oración un día ofendía a Dios, y tornaba otros a recogerme, y a apartarme más de la ocasión. Como el bendito hombre venía con esto, hacíaseme recio verle tan engañado, en que pensase trataba con Dios como solía, y díjele: que ya yo tenía oración, aunque no la causa. Púsele mis enfermedades por inconveniente, que aunque sané de aquella tan grande, siempre hasta ahora las he tenido, y tengo bien grandes; aunque de poco acá, no con tanta reciedumbre, mas no se quitan de muchas maneras.

7. En especial tuve veinte años vómitos por las mañanas, que hasta más de medio día me acaecía no poder desayunarme; algunas veces más tarde: después acá que frecuento más a menudo las comuniones, es a la noche antes que me acueste, con mucha más pena, que tengo yo de procurarle con plumas, y otras cosas; porque si lo dejo, es mucho el mal que siento y casi nunca estoy, a mi parecer, sin muchos dolores, y algunas veces bien graves, en especial en el corazón; aunque el mal que me tomaba muy contino, es muy de tarde en tarde: perlesía recia, y otras enfermedades de calenturas, que solía tener muchas veces, me hallo buena ocho años ha. Destos males se me da ya tan poco, que muchas veces me huelgo, pareciéndome en algo se sirve el Señor. Y mi padre me creyó, que era ésta la cansa, como él no decía mentira, y ya conforme a lo que yo trataba con él, no la había yo de decir. Díjele, porque mejor lo creyese, que bien veía yo, que para esto no había disculpa, que harto hacía en poder vivir el coro. Aunque, tampoco era causa bastante para dejar cosa, que no son menester fuerzas corporales para ella, sino solo amor, y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad si queremos. Digo siempre, que aunque, con ocasiones, enfermedad, algunos ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de haber otros que hay salud para esto, y en la mesma enfermedad, y ocasiones, es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello, y acordarse, por quien lo pasa, y conformarse con ello, y mil cosas que se ofrecen: aquí ejercita el amor, que no es por fuerza que ha de haberla, cuando hay tiempo de soledad, y lo demás no ser oración. Con un poquito de cuidado grandes bienes se hallan en el tiempo, que con trabajos el Señor nos quita el tiempo de la oración; y ansí los había yo hallado, cuando tenía buena conciencia. Mas él con la opinión que tenía de mí, y el amor que me tenía, todo me lo creyó; antes me hubo lástima: mas como él estaba ya en tan subido estado no estaba después tanto conmigo; sino como me había visto, íbase, que decía era tiempo perdido: como yo le gastaba en otras vanidades, dábaseme poco. No fue solo a él, sino a otras algunas personas las que procuró tuviesen oración. Aun andando yo en estas vanidades, como las veía amigas de rezar, las decía cómo ternían meditación, y les aprovechaba, y dábales libros; porque este deseo, de que otras sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he dicho, lo tenía. Parecíame a mí, que ya que yo no servía al Señor, como lo entendía, que no se perdiese lo que me había dado su Majestad a entender, y que le sirviesen otros por mí. Digo esto, para que se vea la gran ceguedad en que estaba, que me dejaba perder a mí, y procuraba ganar a otros.

8. En este tiempo dio a mi padre la enfermedad, de que murió, que duró algunos días. Fuile yo a curar estando más enferma en el alma, que él en el cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de manera, que a cuanto entendía estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdido que digo; porque entendiéndolo yo, en ninguna manera lo estuviera. Pasé harto trabajo en su enfermedad; creo le serví algo de los que él había pasado en las mías. Con estar yo harto mala me esforzaba, y con que en faltarme él, me faltaba todo el bien, y regalo, porque en mi ser me le hacía: tuve tan gran ánimo para no le mostrar pena, y estar hasta que murió como si ninguna cosa sintiera, pareciéndome se arrancaba mi alma, cuando veía acabar su vida, porque le quería mucho. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió, y la gana que tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber recibido la Extrema Unción, el encargarnos le encomendásemos a Dios, y le pidiésemos misericordia para él, y que siempre le sirviésemos, que mirásemos se acababa todo; y con lágrimas nos decía la pena grande que tenía de no haberle servido, que quisiera ser mi fraile, digo, haber sido de los más estrechos que hubiera. Tengo por muy cierto, que quince días antes le dio el Señor a entender no había de vivir; porque antes destos, aunque estaba malo, no lo pensaba. Después con tener mucha mejoría, y decirlo los médicos, ningún caso hacía dellos, sino entendía en ordenar su alma. Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas, que jamás se le quitaba: algunas veces le apretaba tanto, que le congojaba mucho. Díjele yo, que pues era tan devoto de cuando el Señor llevaba la Cruz a cuestas, que pensase su Majestad le quería dar a sentir algo de lo que había pasado con aquel dolor. Consolose tanto, que me parece nunca más le oí quejar. Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le tornó el Señor tan entero, que nos espantábamos; y le tuvo hasta que a la mitad del credo, diciéndole él mesmo, espiró. Quedó como un ángel; y ansí me parecía a mí lo era él, a manera de decir, en alma, y disposición, que la tenía muy buena. No sé para qué he dicho esto, si no es para culpar más mis ruindades, después de haber visto tal muerte, y entender tal vida, que por parecerme en algo a tal padre la había yo de mejorar. Decía su confesor, que era dominico, muy gran letrado, que no dudaba, de que se iba derecho al cielo; porque había algunos años que le confesaba, y loaba su limpieza de conciencia.

9. Este padre dominico, que era muy bueno, y temeroso de Dios, me hizo harto provecho, porque me confesé con él, y tomó hacer bien a mi alma con cuidado, y hacerme entender la perdición que traía. Hacíame comulgar de quince a quince días, y poco a poco comenzándole a tratar, tratéle de mi oración. Díjome, que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho. Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y nunca más la dejé. Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios, por otra yo seguía al mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios. Teníanme, atada las del mundo. Parece, que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigo uno de otro, como es vida espiritual, y contentos, y gustos, y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo; y ansí no me podía encerrar dentro de mí, que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración, sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé ansí muchos años, que ahora me espanto, que sujeto bastó a sufrir, que no dejase lo uno, u lo otro; bien sé, que dejar la oración, no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas, el que me quería para hacerme mayores mercedes.

10. ¡Oh válame Dios!, ¡si hubiera de decir las ocasiones que en estos años Dios me quitaba, y como me tornaba yo a meter en ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! yo a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor en cubrir los males, y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande, en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían en mucho; porque, aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían; y era que había ya visto el Sabidor de todas las cosas, que era menester ansí, para que en las que después de hablado de su servicio, me diesen algún crédito: y miraba su soberana largueza, no los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de servirle, y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra.

11. ¡Oh Señor de mi alma!, ¡cómo podré encarecer las mercedes que en estos años me hicistes! ¡Y como en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíades con un grandísimo arrepentimiento, para que gustase de vuestros regalos, y mercedes! A la verdad tomábades, Rey mío, el más delicado, y penoso castigo por mucho, que para mí podía ser, como quien, bien entendía, lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigábades mis delitos. Y no creo digo desatino, aunque sería bien, que estuviese desatinada, tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud, y maldad. Era tan más penoso para mi condición recibir mercedes, cuando había caído en graves culpas, que recibir castigos; que una dellas me parece cierto, me deshacía, y confundía más, y fatigaba, que muchas enfermedades, con otros trabajos harto juntos; porque lo postrero veía lo merecía, y parecíame pagaba algo de mis pecados, aunque todo era poco, según ellos eran muchos: mas verme recibir de nuevo mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un género de tormento para mí terrible; y creo para todos los que tuvieren algún conocimiento, o amor de Dios; y esto por una condición virtuosa lo podemos acá sacar. Aquí eran mis lágrimas, y mi enojo de ver lo que sentía, y viéndome de suerte, que estaba en víspera de tornar a caer: aunque mis determinaciones, y deseos entonces, por aquel rato digo, estaban firmes. Gran mal es una alma sola entre tantos peligros: paréceme a mí, que si yo tuviera con quien tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por venganza, ya que no la tenía de Dios.

12. Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad, y trato con otras personas que traten de lo mesmo: es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con sus oraciones, cuanto más, que hay muchas más ganancias. Y no sé yo porque, pues de voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar, para más gozar de contar aquellos placeres vanos, se ha de permitir, que quien comenzare de veras a amar a Dios, y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres, y trabajos, que de todo tienen los que tienen oración. Porque si es verdad el amistad que quiere tener con su Majestad, no hay a miedo de vanagloria y cuando el primer movimiento le acometa, saldrá dello con mérito y creo, que el que tratando con esta intención lo tratare, que aprovechara a sí, y a los que le oyeren, y saldrá más enseñado, ansí en entender, como en enseñar a sus amigos. El que de hablar en esto tuviere vanagloria, también la terná en oír misa con devoción, si le ven, y en hacer otras cosas, que so pena de no ser cristiano las ha de hacer, y no se han de dejar por miedo de vanagloria. Pues es tan importantísimo esto para almas que no están fortalecidas en virtud, como tienen tantos contrarios, amigos para incitar al mal, que no sé cómo lo encarecer. Paréceme que el demonio ha usado deste ardid, como cosa que muy mucho le importa, que se escondan tanto de que se entienda, que de veras quieren procurar amar, y contentar a Dios; como ha incitado se descubran otras voluntades mal honestas, con ser tan usadas, que ya parece se toma por gala, y se publican las ofensas, que en este caso se hacen a Dios.

13. No sé si digo desatinos; si lo son, vuesa merced lo rompa; y si no lo son, le suplico ayude a mi simpleza, con añadir aquí mucho; porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros, los que le sirven, para ir adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades, y contentos del mundo; y para éstos hay pocos ojos: y si uno comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es menester buscar compañía para defenderse, hasta que ya estén fuertes en no les pesar de padecer; y si no veranse en mucho aprieto. Paréceme, que por esto debían usar algunos santos, irse a los desiertos; y es un género de humildad no fiar de sí, sino creer, que para aquellos con quien conversa, te ayudará Dios: y crece la caridad con ser comunicada, y hay mil bienes, que no los osaría decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto. Verdad es, que yo soy más flaca, y ruin que todos los nacidos, mas creo no perderá quien humillándose, aunque sea fuerte, no lo crea de sí, y creyere en esto a quien tiene por experiencia. De mí sé decir, que si el Señor no me descubriera esta verdad, y diera medios, para que yo muy ordinario tratara con personas que tienen oración, que cayendo, y levantando iba a dar de ojos en el infierno; porque para caer había muchos amigos, que me ayudasen: para levantarme hallábame tan sola, que ahora me espanto, como no estaba caída: y alabo la misericordia de Dios, que era solo el que me daba la mano: sea bendito para siempre jamás. Amén.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Trata del gran bien que se hizo, no se apartar del todo de la oración, para no perder el alma; y cuán excelente remedio es para ganar lo perdido. Persuade a que todos la tengan. Dice como es tan gran ganancia, y que aunque la tornen a dejar, es gran bien usar algún tiempo de tan gran bien


1. No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin, que cierto querría me aborreciesen los que esto leyesen, de ver una alma tan pertinaz, e ingrata, con quien tantas mercedes le ha hecho; y quisiera tener licencia para decir las muchas veces, que en este tiempo falté a Dios, por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración. Pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas, y con levantarme, y mal, pues tornaba a caer; y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales aunque los tenía no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros: sé decir, que es una de las vidas penosas, que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, y a acordarme lo que debía a Dios era con pena: cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban; ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude cuanto más tantos años. Con todo veo clavo la gran misericordia que el Señor hizo conmigo, ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener oración: digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay en él, es menester mayor, que tratar traición al rey, y saber que lo sabe, y nunca se le quitar de delante. Porque puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración; porque están viendo que los mira: que los demás podrá ser estén algunos, días que aún no se acuerden que los ve Dios. Verdad es, que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna vez año, que me guardaba de ofender al Señor, y me daba, mucho a la oración, y hacía algunas, y hartas diligencias para no le venir a ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato ahora esto. Mas acuerdáseme poco destos días buenos, y ansí debían ser pocos, y muchos de los ruines: ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, sino era estar muy mala o muy ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios: procuraba, que las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo al Señor, hablaba muchas veces en él. Ansí que si no fue el año que tengo dicho, en veinte y ocho años que ha que comencé oración, mas de los diez y ocho pasé, esta batalla, y contienda de tratar con Dios, y con el mundo. Los demás que ahora me quedan por decir, mudose la causa de la guerra, aunque no ha sido pequeña; mas con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios, y conocimiento de la vanidad, que es el mundo, todo ha sido suave, como diré después.

2. Pues para lo que he tanto contado esto, es (como he ya dicho) para que se vea la misericordia de Dios, y mi ingratitud; y lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma, que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y como si en ella persevera, por pecados, y tentaciones, y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin tengo por cierto, la saca el Señor a puerto de salvación, como (a lo que ahora parece) me ha sacado a mí: plega a su Majestad, no me torne yo a perder. El bien que tiene, quien se ejercita en oración, hay muchos santos, y buenos, que lo han escrito, digo oración mental, gloria sea a Dios por ello cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia que en esto osara hablar.

3. De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es, que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje; pues es el medio por donde puede tornarse, a remediar, y sin ella será muy más dificultoso: y no le tiente el demonio por la manera que a mí, a dejarla por humildad, crea que no pueden faltar sus palabras; que en arrepintiéndonos de veras, y determinándose a no le ofender, se torna a la amistad que estaba, y a hacer las mercedes que antes hacía, y a las veces mucho más, si el arrepentimiento lo merece: y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo, no carezca de tanto bien. No hay aquí de que temer, sino que desear; porque cuando no fuere delante, y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos, y regalos, que a éstos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tonto por amigo, que no se lo pagase: porque no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Y si vos aun no le amáis, porque para ser verdadero el amor, y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones, y la del Señor ya se sabe que no puede tener falta; la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata, no podéis acabar con sus de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad, y lo mucho que os ama, pasad por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.

4. ¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo, y me veo desta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría cuando esto veo deshacer en amaros!, ¡cuán cierto es sufrir vos a quien no os sufre que estéis con él! ¡Oh que buen amigo hacéis, Señor mío, cómo lo vais regalando, y sufriendo, y esperáis, a que se haga a vuestra condición, y tan de mientras lo sufrís vos la suya! Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido. He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procure llegar a vos por esta particular amistad. Los malos, que no son de vuestra condición, se deben llegar para que nos hagáis buenos, con que os sufran estéis con ellos si quiera dos horas cada día, aunque ellos no estén con vos, sino con mil revueltas de cuidados, y pensamientos del mundo, como yo hacía. Por esta fuerza, que se hacen al querer estar en tan buena compañía miráis (que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas veces) forzáis vos, Señor, a los demonios, para que no los acometan, y que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáisela a ellos para vencer. Si, que no matáis a nadie, vida de todas las vidas de los que se han de vos, y de los que, os quieren por amigo, sino sustentar la vida del cuerpo con más salud, y daisla al alma.

5. No entiendo esto: ¿qué temen los que temen comenzar oración mental? Ni sé de qué han miedo. Bien hace de ponerle el demonio, para hacernos él de verdad mal; si con miedos me hace, no piense en lo que he ofendido a Dios, y en lo mucho que le debo, y en que hay infierno, y hay gloria y en los grandes trabajos, y dolores que pasó por mí. Ésta fue toda mi oración, y ha sido cuanto anduve en estos peligros; y aquí era mi pensar cuando podía, y muy muchas veces algunos años tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar, y escuchar cuando daba el reloj, que no en unas cosas buenas: y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante, que no la acometiera de mejor gana, que recogerme a tener oración. Y es cierto, que era tan incomportable la fuerza que el demonio me hacía, o mi ruin costumbre, que no fuese a la oración, y la tristeza que me daba en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño, se ha visto me le dio Dios harto más que de mujer, sino que le he empleado mal) para forzarme y en fin me ayudaba el Señor. Y después que me había hecho esta fuerza, me hallaba con más quietud, y regalo, que algunas veces que tenía deseo de rezar. Pues si a cosa tan ruin como yo, tanto tiempo sufrió el Señor, y se ve claro, que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué persona por mala que sea podrá temer? Porque por mucho que lo sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas mercedes del Señor. ¿Ni quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, solo porque deseaba, y procuraba algún lugar, y tiempo, para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacía, o me la hacía el mesmo Señor? Pues si a los que no le sirven, sino que le ofenden, les está también la oración, y les es tan necesaria, y no puede nadie hallar con verdad daño que pueda hacer, que no fuera mayor el no tenerla; los que sirven a Dios, y le quieren servir, ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no es por pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y por cerrar a Dios la puerta, para que en ella no les dé contento. ¡Cierto los he lástima, que a su costa sirven a Dios! Porque a los que tratan la oración, el mesmo Señor les hace la costa; pues por un poco de trabajo da gusto, para que con él se pasen los trabajos. Porque destos gustos, que el Señor da a los que perseveran en la oración se tratará mucho, no digo aquí nada: solo digo, que para estas mercedes tan grandes, que me ha hecho a mí, es la puerta la oración; cerrada está, no sé como las hará; porque aunque quiera entrar a regalarse con un alma, y regalarla, no hay por dónde, que la quiere sola, y limpia, y con gana de recibirlas. Si le ponemos muchos tropiezos, y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir a nosotros, y queremos nos haga Dios grandes mercedes?

6. Para que vean su misericordia, y el gran bien que fue para mí no haber dejado la oración, y lección, diré aquí, pues va tanto en entender, la batería que da el demonio un alma para ganarla, y el artificio, y misericordia con que el Señor procura tornarla a sí, y se guarden de los peligros, que yo no me guardé. Y sobre todo por amor de nuestro Señor, y por el gran amor con que anda granjeando tornarnos a sí, pido yo, se guarden de las ocasiones; porque puestos en ellas, no hay que fiar, donde tantos enemigos nos combaten, y tantas flaquezas hay en nosotros para defendernos. Quisiera yo saber figurar la captividad que en estos tiempos traía mi alma, porque bien entendía yo, que lo estaba, y no acababa de entender en qué, ni podía creer del todo, que lo que los confesores no me agravaban tanto, fuese tan malo, como yo lo sentía en mi alma. Díjome uno, yendo yo a él con escrúpulo, que aunque tuviese subida contemplación, no me eran inconveniente semejantes ocasiones y tratos. Esto era ya a la postre, que yo iba con el favor de Dios apartándome más de los peligros grandes, mas no me quitaba del todo de la ocasión. Como me veían con buenos deseos, y ocupación de oración, parecíales hacía mucho; más entendía mi alma que no era hacer lo que era obligada por quien debía tanto: lástima la tengo ahora de lo mucho que pasó, y el poco socorro que de ninguna parte tenía, sino de Dios, y la mucha salida que le daban para sus pasatiempos, y contentos, con decir eran lícitos. Pues el tormento en los sermones no era pequeño, y era aficionadísima a ellos, de manera que si veía alguno predicar con espíritu, y bien, un amor particular le cobraba sin procurarlo yo, que no sé quién me le ponía: casi nunca me parecía tan mal sermón, que no lo oyese de buena gana, aunque al dicho de los que le oían, no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreación. De hablar de Dios, o oír dél, casi nunca me cansaba: esto después que comencé oración. Por un cabo tenía gran consuelo en los sermones, por otro me atormentaba; porque allí entendía yo, que no era la que había de ser con mucha parte. Suplicaba el Señor me ayudase; más debía faltar, a lo que ahora me parece, de no poner en todo la confianza en su Majestad, y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; más no debía entender, que todo aprovecha poco, si quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar, tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí, y yo dejádole.




ArribaAbajoCapítulo IX

Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y darle luz en tan grandes tinieblas, y a fortalecer sus virtudes para no ofenderle


1. Pues ya andaba mi alma cansada, y aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaeciome, que entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal; porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí, de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía; y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez, para no ofenderle.

2. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena, y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba; que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome, no eran de desechar mis lágrimas; y no sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento encomendábame, a aquella gloriosa santa, para que me alcanzase perdón.

3. Mas esta postrera vez desta imagen que digo, me parece me aprovechó más; porque estaba ya muy desconfiada de mí, y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces, que no me había de levantar de allí, hasta que luciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces. Tenía este modo de oración, que como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor a mi parecer, en las partes a donde le veía más solo. Parecíame a mí, que estando solo, y afligido, como persona necesitada, me había de admitir a mí. Destas simplicidades tenía muchas, en especial me hallaba muy bien en la oración del huerto; allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor, y aflicción que allí había tenido: si podía, deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor; mas acuérdome, que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con él, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años las más noches, antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones: y tengo para mí, que por aquí ganó muy mucho mi alma; porque comencé a tener oración, sin saber qué era y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir.

4. Pues tornando a lo que decía del tormento, que me daban los pensamientos; esto tiene este modo de proceder sin discurso de entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada, o perdida: digo perdida la consideración; en aprovechando, aprovechan mucho, porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de quietud, que yo conozco algunas: para las que van por aquí, es bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también ver campos, agua, flores: en estas cosas hallaba yo memoria del Criador; digo, que me despertaban, y recogían, y servían de libro, ven mi ingratitud, y pecados. En cosas del cielo, ni en cosas subidas, era mi entendimiento tan grosero, que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.

5. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación; como hacen otras personas, que pueden hacer representaciones a donde se recogen. Yo solo podía pensar en Cristo como hombre; mas es ansí, que jamás lo pude representar en mí, por más que leía su hermosura, y veía imágenes, sino como quien está ciego o a escuras, que aunque habla con alguna persona, y ve que está con ella, porque sabe cierto, que está allí, digo que entiende, y cree que está allí, más no la ve. Desta manera me acaecía a mí, cuando pensaba en nuestro Señor. A esta cansa era tan amiga de imágenes. Desventurados de los que por su culpa pierden este bien: bien parece, que no aman al Señor, porque si te amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se quiere bien.

6. En este tiempo me dieron las Confesiones de san Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré, ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a san Agustín, porque el monasterio a donde estuve seglar era de su Orden; y también por haber sido pecador, que de los Santos, que después de serlo el Señor tornó a sí, hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda; y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí: salvo, que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos solo una vez los había el Señor llamado, y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba; mas considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme que de su misericordia jamás desconfié, de mí muchas veces.

7. ¡Oh válame Dios, cómo me espanta la reciedumbre, que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo, y cuán atada me veía, para no me determinar a darme del todo a Dios. Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí; comencé a encomendarme mucho a este glorioso santo. Cuando llegué a su conversión, y leí, como oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió fin corazón: estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí mesma con gran aflicción, y fatiga. ¡Oh qué sufre un alma, válame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! yo me admiro ahora, cómo podía vivir en tanto tormento, sea Dios alabado, que me dio vida para salir de muerte tan mortal: paréceme, que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores, y haber lástima de tantas lágrimas.

8. Comenzome a crecer la afición de estar más tiempo con él, y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque quitadas, luego me volvía a amar a su Majestad; que bien entendía yo a mi parecer le amaba, mas no entendía, en qué está el amar de veras a Dios, cómo lo había de entender. No me parece acababa yo de disponerme a quererlo servir, cuando su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece, sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor conmigo, que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros años, darme gustos, y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura de devoción, jamás a ello me atreví, solo le pedía me diese gracia para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados. Como los veía tan grandes, aun desear regalos, ni gusto, nunca de advertencia osaba: harto me parece hacía su piedad, y con verdad hacía mucha misericordia conmigo, en consentirme delante de sí, y traerme a su presencia, que veía yo, si tanto él no lo procurara, no viniera. Solo una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa, que la mesma fatiga de verme tan poco humilde, me dio lo que me había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirlo, mas parecíame a mí, que lo es a los que están dispuestos, con haber procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que es no ofender a Dios; y estar dispuestos, y determinados para todo bien. Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues con todo creo me valieron; porque como digo, en especial después destas veces de tan gran compunción dellas, y fatiga de mi corazón, comencé más a darme a oración, y a tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino como digo, fueme ayudando Dios a desviarme, como no estaba su Majestad esperando sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré. Cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más limpieza de conciencia.



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