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ArribaAbajoAvisos

De la santa madre Teresa de Jesús, que ella dio después de muerta


Avisos que dio la Santa por medio de la insigne, y venerable Catalina de Jesús, fundadora del convento de Veas, al padre fray Gerónimo Gracián, primer provincial de la reforma.


ArribaAbajoAviso IX

Para el padre provincial


1. Este día (que es domingo de Cuasimodo) me mandó esta presencia de nuestra santa Madre, que diga a vuestra paternidad muchas cosas, que ha un mes que me las dio a entender; y porque tocaban a vuestra paternidad las dejaba de escribir, para cuando me viese con vuestra paternidad porque es imposible poder decir lo que se me ha dicho por menudo; y así sólo diré aquí algo, para que no se olvide todo. Lo primero: «Que no se escriba cosa, que sea revelación, ni se haga caso dello; porque aunque es verdad, que muchas son verdaderas; pero también se sabe, que son muchas falsas, y mentirosas; y es cosa recia andar sacando una verdad entre cien mentiras; y que es cosa peligrosa, y para ello me dio muchas razones.

»2. La primera, que cuanto más hay deste modo, más se desvían de la fe; la cual luz es más cierta, que cuantas revelaciones hay.

»3. La segunda, que los hombres son muy amigos desta manera de espíritu, y santifican fácilmente el alma que las tiene; y es negar el orden, que Dios tiene puesto para la justificación del alma, que es por medio de las virtudes, y el cumplimiento de su ley, y Mandamientos».

4. Dice: «Que vuestra paternidad ponga mucho en atajar esto, cuanto pudiere, porque importa mucho. Y que por la mayor parte somos las mujeres muy fáciles de dejarnos llevar de imaginaciones; y como falta la prudencia, y letras de los hombres, para poner las cosas en lo que son, tienen mayor peligro desto.

»5. Y por esto dice, que le pesará lean mucho sus hijas sus libros, particularmente el grande, que trata de su vida; porque no piensen   —321→   que está en aquellas revelaciones la perfección, y con esto las deseen, y procuren, pensando imitarla.

»6. Por esta manera dio a entender muchas verdades, que lo que ella tiene, y goza, no se lo dieron por las revelaciones que tuvo, sino por las virtudes. Y que vuestra paternidad va estragando el espíritu a sus monjas, entendiendo les hace bien en darles lugar a esto. Y que es menester, aunque haya algunas que las tengan, y muy ciertas, y verdaderas, que se les deshaga, y haga que se repare poco en ellas, como cosa que vale poco, y que a veces impiden más que aprovechan. Y ha sido esto con tanta luz, que me ha quitado el deseo que tenía de leer el libro de nuestra santa madre».

7. Esta presencia de nuestra santa madre advierte: «Que en estas visiones imaginarias, sin que vayan juntamente con las intelectuales, puede haber más sutil engaño. Porque lo que se ve con los ojos interiores, tiene más fuerza, que lo que se ve con los ojos del cuerpo. Y que, aunque nuestro Señor regala algunas veces a las almas desta manera, para grandes provechos, es cosa peligrosísima, por la gran guerra que puede hacer el demonio a gente espiritual para cosas malas por este camino del espíritu, en especial cuando hay propiedad en ellas. Y que en esto habrá seguridad, cuando cree más a quien la rige, que a su propio espíritu. Y que el espíritu más subido es el que aparta de todo sentir sensual».


Notas

1. Gobernar los santos patriarcas de las religiones en la tierra sus Órdenes, y provincias, siempre ha sucedido; pero en muriendo sueltan la jurisdicción, y sucede la intercesión, y lo que aquí gobernaban con la fuerza de su ejemplo, y de su voz, alientan, y aseguran, y favorecen la presencia divina con sus oraciones, pidiendo siempre por los hijos, y hijas de su santa profesión.

Sólo a santa Teresa parece que la ha privilegiado Dios, con que gobierne desde el cielo, y diversas veces se ha aparecido, dando consejos, direcciones, órdenes, y avisos para el gobierno universal de sus hijos, y sus hijas.

2. Algo de esto ha sucedido a otros patriarcas, como a san Francisco, serafín de la Iglesia, que tres años después de muerto tuvo Capítulo a sus religiosos en una casa particular: pero no sé, si se ha visto en las eclesiásticas historias con tanta frecuencia, como en la Santa.

3. Apareciose muchas veces a una religiosa de Veas de admirable espíritu, llamada Catalina de Jesús: de la cual hablan las corónicas como de una de las más raras en santidad, y perfección de toda la reforma. Véase el capítulo 32 del libro 3 de su corónica, tomo 1 y el tomo 2, libro 7, desde el capítulo 13 en adelante, donde se escribe la   —322→   prodigiosa vida desta venerable virgen, y especialmente el capítulo 30, donde se refieren estos, y otros muy importantes avisos, el cual texto seguiremos, por haber copiado de su mismo original.

4. A esta santa virgen le iba dando algunos avisos santa Teresa su madre, para que los advirtiese al provincial; y son tales, que se conoce que nacían del cielo, para mejorar la tierra.

5. El primero es el referido, el cual es aviso, y explicación; y la explicación, y el aviso son admirables: y bajado lo uno, y lo otro del cielo al suelo, es para llevar las almas del suelo al cielo.

Sin duda la oyeron con atención los padres, y hijos del Carmelo, porque resplandecen en el silencio, y negación a estas cosas; y a sus revelaciones les ponen el candado del silencio, diciendo: Secretum meum mihi (Isaiæ 24, v. 16): Mi secreto para mí, pues si las tienen, se las callan, y se niegan a ellas: y ellos, y su hijas viven en fe, y en esperanza, y en caridad, y en silencio, y esperanza, que es toda su fortaleza: In silentio, et espe erit fortitudo vestra (Isaiæ 30, v. 15).

6. Abrázanse con las revelaciones, y verdades reveladas de la Iglesia, que son al creer gobernarse por los artículos de la fe, y al obrar, por los Mandamientos de Dios, y de la Iglesia: y no tienen más revelaciones, que guardar sus santos votos, obedecer a sus superiores, como si en ellos miraran al mismo Dios, ser observantes en sus reglas, y constituciones. Viven mortificados, y humildes, tratan de lo eterno, desprecian lo temporal, toman de lo temporal sólo aquello que es forzoso para lo eterno: oran, lloran, gimen, acuden a Dios con penitencia, y fervor de espíritu, con abstracción, y retiro.

7. Tienen un retiro sin ociosidad, y con alta, y humilde contemplación: vacían el corazón de deseos, ahogan los deseos imperfectos al nacer en el mismo corazón, y fíanse todo de Dios, y de su gracia, y buscan en su gracia, y con su gracia al mismo Dios.

8. Obran en la vida teniendo presente a la muerte: miran a la muerte en las mismas ocasiones, y operaciones de la vida; sirven con seriedad, compunción, y alegría; tienen juicio, como quien teme el juicio; tienen cuenta con la vida, como quien la ha de dar después de su muerte; miran ahora al infierno, para no entrar después en el infierno; hacen de la celda cielo, para ir de la celda al cielo. Este modo de obrar, de vivir, de desear son seguras, y santas revelaciones; y esto hacen, y viven con estos avisos de su santa madre. La cual, con haber sido tan ilustrada de revelaciones en el suelo, todavía les enviaba desde el cielo estos útiles, santos, y perfectos documentos contra desear, y publicar las revelaciones.

9. Y aunque esta revelación de santa Teresa trae consigo (como hemos dicho) la explicación, y siendo suya basta, y sobra para su inteligencia, todavía no la tocaremos, sino que la retocaremos con algunas advertencias, que miren más a esforzar la atención de quien leyere tan importante doctrina, que no a declarar la revelación.

10. En el número primero, dice: Que no se escriba cosa de revelaciones: conque hace la Santa diferencia de tenerlas a escribirlas.

Que la beata, o devota, o religiosa, o espiritual tenga, o no tenga revelaciones, no está en su mano, y así no dice la Santa: No tengan revelaciones,   —323→   sino: No se haga caso dellas, y no se escriban las revelaciones.

11. De suerte, que el tenerlas, o no tenerlas, no está en su mano; pero el escribirlas, o no escribirlas está en su mano; y si está en su mano el no escribirlas, ¿quién le metió en dar la mano al escribirlas, pasando al escribirlas desde el tenerlas? ¿Quién le metió en pasar la revelación de la cabeza a la mano, y de la mano al papel, y luego que anden volando con las alas de las hojas del papel por el mundo las revelaciones?

En esto pone moderación la Santa, en manifestar la revelación, no al confesor, que eso bueno es, sino al papel; porque eso suele ser peligroso, y es más peligroso hacerlo, porque está en nuestra mano dejarlo de hacer. Porque aquello es peligroso en nosotros, en donde se empeña la voluntad, no donde nos lleva la necesidad.

12. En el mismo número, siguiendo la Santa el mismo intento, hace una ponderación bien rara, y que enfrena mucho con ella a los que tuvieren afición a revelaciones. Porque dice: Que aunque muchas son verdaderas, pero se sabe, que muchas son falsas, y mentirosas; y es recia cosa andar sacando una verdad entre cien mentiras. Reparo en el modo del decirlo. Muchas (dice) son verdaderas. No dice: Se sabe que son verdaderas, sino: Son verdaderas. Pero al calificar las falsas, no se dice: Son falsas, sino: Se sabe que son falsas.

13. Y esto lo dice con gran misterio. Porque las revelaciones verdaderas son verdaderas delante de Dios; pero hasta que la Iglesia las califique, no se sabe que sean verdaderas, aunque sean verdaderas.

Pero las falsas, aunque son contrarias a la ley de Dios, y se desvían del amor de Dios, o de las reglas, y preceptos de Dios, no sólo son falsas, sino que luego se conoce, y se sabe, y se publica que son falsas, y hacen un ruido grandísimo en la Iglesia, como revelaciones falsas, y escandalizan la Iglesia.

14. De aquí se colige, cuán arriesgadas obran las almas, que por su propia voluntad andan sobre la maroma delgada de apetecer revelaciones, y cuán ruidosas serán siempre sus caídas, porque van a perder mucho, y ganar poco.

Pues si son verdaderas las revelaciones, aunque lo sean, hasta después de muertos no se declaran por verdaderas; y raras veces las declara a Iglesia: pero si son falsas, luego, y de contado, viviendo la visten del san benito de falsas. Y si esto es así (como lo insinúa la Santa) ¿quién se aventura a una afrenta de contado, por una honra muy incierta, y de fiado?

15. También se ha de advertir, que dice: Que hay muchas verdaderas en la Iglesia, para que no se obre con temeridad en el calificar, ni dar crédito a las revelaciones; así al condenarlas, como al oírlas, y censurarlas, pues las que pueden ser falsas, pueden también ser verdaderas: y en la Iglesia, así como hay santos que aman a Dios, hay Dios que a estos santos tal vez les da a entender verdades reveladas, y ciertas; y ni se ha de condenar esto por imposible, que sería desatino, y aun error; ni por tan ordinario, porque sería ligereza.

16. Pero luego añade a esta regla una terrible limitación: Y recia cosa es (reparo en la palabra recia cosa, que aun en el cielo conservaba   —324→   la frase, con que hablaba, y que usaba en la tierra) recia cosa es andar sacando una verdad entre cien mentiras.

Esta es muy notable calificación de la poca seguridad que hay en las revelaciones, y cuán peligroso es este camino: y es bien que lo oigan, lo lean, y lo entiendan con atención las almas, para huir de apetecer semejante camino.

17. Porque no pagan las revelaciones a la verdad los diezmos, como se paga a la Iglesia, de diez uno, sino las primicias, y muy cortas, e inciertas, de ciento uno, y dudoso: y este es certísimo tributo.

De suerte, que de cien revelaciones, las noventa y nueve son falsas, y sola una es verdadera, en la opinión de la Santa. Y advertimos, que es esta una opinión, que la tiene en el cielo; y opinión que se tiene en el cielo, no es opinión probable, porque en el cielo se acabó lo probable, y se vive con lo cierto, y de allí anda ausente lo dudoso, y se vive con lo evidente. Y así como esta revelación sea la verdadera de las ciento (como yo propiamente lo creo, porque trae consigo excelentísima doctrina) y no sea de las noventa y nueve, en ese caso esta doctrina es, y será verdaderísima.

18. La verdad desta ponderación, y que no es ponderación, sino verdad, lo creerá fácilmente cualquiera medianamente versado en la historia eclesiástica. Porque dejando a una parte las verdades reveladas de la fe, porque esas son sobre toda censura, y las formó Dios para reglas de la misma fe, si se contasen, o pudiesen contar las revelaciones verdaderas, y falsas que ha habido en el mundo, exceden más que a ciento por uno las falsas a las verdaderas.

Véanse las revelaciones falsas de los Nicolaítas, Agapetas, Maniqueos, Alumbrados, Origenistas, Montanistas, y otros infinitos monstruos, y véanse la máquina de revelaciones falsas de infinitos que han castigado por ser falsas revelaciones, aun no siendo herejes; y véanse las verdaderas de santa Brígida, y santa Catalina, y santa Teresa, y otros santos, y santas de la Iglesia, que no corresponden las verdaderas a una por ciento de las falsas. Y si no fuera por no salir de la clausura de las notas, podíamos traer innumerables ejemplos.

19. De aquí se sigue una consecuencia penosísima para el alma que las padece, y otra no menos penosa para el confesor que las averigua: Que es recia cosa (como dice la Santa) andar sacando una verdad entre cien mentiras.

Para el alma que las padece, o las apetece (que sería peor) es recia cosa andar rodeada de cien mentiras, para buscar una no necesaria verdad, cuando fuera peligroso andar rodeada de cien verdades, como tuviese consigo una necesaria mentira, cuanto más una voluntaria mentira.

20. Porque si el camino del alma ha de ser todo de Dios, y de verdad: In spiritu, et veritate (Joan. 4, v. 23), ¿qué cosa más recia, que en camino de verdad andar una alma rodeada de mentiras, cuando una mentira basta para afear, y destruir el camino de la verdad?

Si a una persona, que ha de hacer un viaje importantísimo, y que le va la vida en hacerlo con seguridad, le guiase un hombre por donde hubiese cien caminos, que los noventa y nueve fuesen a un despeñadero, y el uno solo al lugar, cuando había un camino por otra parte claro, llano,   —325→   cierto, seguro, descubierto, y real, ¿no tendría por demonio al que le pusiese en el primer camino, porque dejase el segundo?

Así el alma considere, que si de cien revelaciones las noventa y nueve son falsas, y la una verdadera, y en creyendo, o cayendo en una falsa se despeña, y no es fácil hallar la verdadera entre cien falsas, lleva un peligroso camino.

21. Para el pobre confesor es también recia cosa andar sacando (como dice la Santa) o entresacando una verdad entre cien mentiras; porque si a un hombre le pusiesen delante un montón de cien manzanas podridas, y le dijesen: Escoged aquí una manzana buena, y entera, ¿por ventura no era cosa enfadosísima buscar una manzana buena entre cien podridas, y malas?

Y aun en montón era esto tolerable, aunque enfadoso; pero si fuese en un árbol muy alto, que por la distancia no era fácil el conocerlo, y por andar de rama en rama era más fácil el caer, que el escoger, aún sería más penoso, dificultoso, y peligroso.

22. Así suele suceder a los padres espirituales, que han de andar averiguando secretos de las almas, altos, profundos, dificultosos, de rama en rama, de acción en acción, y de pensamiento en pensamiento: en los cuales tal vez corren su peligro, si lo creen, o si no lo creen; y es terrible cosa gobernar con este peligro.

23. Y causa más ponderación, que aun no dice la Santa: Que es recia cosa hallar una verdad entre cien mentiras, sino: Buscar, o sacar una verdad entre cien mentiras. De suerte, que puede ser que sea verdad en mi deseo al buscarla, y mentira en el suceso al hallarla.

De suerte, que no hay una manzana buena entre las ciento, sino una que la busco buena, y puede ser que la halle como las otras podrida. Así puede ser, que entre cien revelaciones, siendo las noventa y nueve falsas, busque una verdadera: la cual, después de haberse cansado en buscarla, la halle falsa.

24. Luego va la Santa poniendo razones para manifestar este peligro: y la primera que ofrece en el número segundo, es: Apartarse de la fe, siendo esta más cierta, que cuantas revelaciones hay.

25. ¿Pero cómo se aparta el alma de la fe por las revelaciones? Pues las revelaciones verdaderas no sólo no apartan de la fe, sino que aumentan, y avivan la fe, y la acrecientan, como en muchas partes lo dice la Santa de sí misma en sus Obras.

No hay duda, que las revelaciones ciertas avivan la fe, pero en contingencia de si son ciertas, o no son ciertas, amar las revelaciones, y desearlas, no sólo apartan de la fe, sino que pueden dar al traste en el alma que las desea con la fe, y apagar del todo a su caridad, y arrancarle del corazón la esperanza, y sepultarla en el infierno.

26. Supongamos, que una alma se enamora de sus revelaciones, y va creyendo a sus revelaciones; y se fía, y entrega a sus revelaciones, y vive con ellas, y estas revelaciones no son la fe, que es cierta, e infalible, santa, perfecta, y que encamina, y guía a lo bueno, perfecto, y santo: pero esta alma tiene por perfecto, y santo, como a la fe, a sus revelaciones: con eso la fe manda una cosa, otra las revelaciones: ella quiere, y cree más a sus revelaciones, que a su fe: conque las llevan   —326→   al infierno sus revelaciones, cuando sin ellas la llevaba al cielo su fe.

27. Expliquémoslo de otra manera. Las almas, para vivir bien en la vida de espíritu, han de vivir (como habemos advertido) con lo que creen, mucho más que con lo que ven; porque lo que creen es a Dios, y en Dios, que no ven: lo que ven, es al mundo: han de vivir con Dios, que creen, y no con el mundo, que ven.

Creen que hay cielo, y no lo ven, ni la gloria del cielo: ven al mundo, y sus deleites: han de vivir procurando la gloria del cielo, que creen, y no ven; y volviendo las espaldas a los deleites, que ven.

28. Pues si la fe aun quiere que nos neguemos a lo que vemos, para que gocemos lo que no vemos, y creemos, ¿cuánto más querrá que nos neguemos a lo que ni se debe creer, ni se puede ver, que son las propias revelaciones, pues a ellas, ni les debemos el crédito de la fe, ni las podemos dar la vista como a lo que en el mundo vemos?

Y así en esta escuridad de la fe está todo nuestro remedio: y esto que es escuridad, es más cierto que el sol, y que cuantas revelaciones puede haber fuera de la misma.

29. Desta necedad de apartarse de la fe por las revelaciones, han nacido todas las caídas de los que se han perdido en la Iglesia por revelaciones: y basta, y sobra por todas la caída del gran padre Tertuliano, padre tan eminente de la Iglesia, que por creer las revelaciones de una mujercilla, y a Montano su protector, siendo uno de los cedros más levantados del Líbano, llegó a ser menor que los pisados tomillos del desierto.

30. Añade otra razón la Santa en el número tercero, para dar por arriesgado el gobernarse, y aficionarse a las revelaciones, y es: Que santifican las almas los hombres por ellas, cuando se han de santificar por las virtudes.

Aquí la Santa llama santificación a la opinión de santidad; y santificar llama al tener por santas a las almas. Como si dijera: Tiénenlas por santas por las revelaciones, que son inciertas, y no por las virtudes, que son ciertas. Tiénenlas por santas, porque dicen que Dios se les aparece, cuando toda su santidad había de consistir en esta vida, no en que Dios las vea a ellas (que siempre las está viendo) sino en que ellas sirvan a Dios. Tiénenlas por santas por una cosa que puede ser que sea falsa; y dejan las virtudes, en que consiste la verdad de la santidad, que nunca dejan de ser verdadero indicio de gracia, y de santidad.

31. De aquí resulta, que como ellas ven que las tienen por santas, por revelaciones, y no por virtudes, van arrimando las virtudes, aplicándose, y arrimándose a las revelaciones; y revelaciones sin virtudes, no son revelaciones, sino ilusiones.

32. Y reparo, que dice la Santa: Que los hombres las santifican a ellas. De donde se colige claramente, que habla de las revelaciones de las mujeres, y de la opinión de santidad, que por ellas les dan los hombres: conque avisa a los hombres, que no se dejen llevar del juicio, revelaciones, ilusiones, y engaños de las mujeres, sino que obren en esto como hombres, y no como mujeres.

Porque no sé cómo se es, que las revelaciones de las mujeres les parecen mejor a los hombres, y las de los hombres a las mujeres, que no   —327→   las de estas a ellas y las de aquellos a estos. Debe de nacer esto de la maldita inclinación de los sexos encontrados, en los cuales fácilmente se huelga más el hombre del trato de las mujeres, que no de los hombres: y las mujeres del trato de los hombres, que no de las mujeres. Conque cada especie de gente da más crédito a aquello, que naturalmente ama más, cuando por el mismo caso que lo ama más, ha de recatarse más, y no aplicarle sobrado crédito; por que el juicio que ha de ser del espíritu, no sea de la afición2, y de la naturaleza.

33. Por esto es menester que anden los maestros de espíritu atentísimos, y recatadísimos en estas materias: y cuidando de no cegarse, aun con la honesta inclinación, y afición a sus hijas espirituales, despavilando bien los ojos, y desnudando el corazón. Porque es un sexo blando, amable, suave, y un poquito traidor, que inclina, traba, y llama, y luego abrasa, quema, y mata: y así es menester andar con él con cien mil recatos.

34. Añádese a esto, que la imaginación de las mujeres comúnmente suele ser vivísima, su facilidad grandísima, su credulidad arrojadísima: conque fácilmente se creen a sí mismas, y se llevan tras sí al que las ha de tener, y detener, y contener, para que se gobiernen por Dios, y por las virtudes, y no por su juicio propio, y por sí.

35. En el número cuarto pondera la Santa otra razón de la flaqueza de las mujeres; y dice, que como una parte se dejan llevar de su antojo, o imaginación, y por otra no tienen letras, claro está que gobierno de imaginación sin letras, es gobierno de perdición. Porque si las revelaciones (ya sean en la imaginación, ya sean en el entendimiento, ya sean en la vista) no se registran por las letras, con la ley de Dios, y con los preceptos divinos, con los consejos evangélicos, y con el juicio prudente del confesor docto, espiritual, y desapasionado; corren riesgo de ser engaños, e ilusiones, las que se tienen por revelaciones.

36. Y lo que es más, son tan dificultosas de entender, que aun andando al lado de muchas letras, las revelaciones han parado en ilusiones: o porque las letras se dejaron gobernar de las revelaciones, cuando habían de gobernar a las revelaciones las letras; o porque no pudieron las letras vencer la escuridad, y tinieblas, con que gobernaban al alma las revelaciones.

De lo primero, buen ejemplo es el referido de Tertuliano, varón lleno de letras, que se dejó llevar, y cautivar todas sus letras de una mujer, gobernada de falsas revelaciones.

37. De lo segundo (que es, que muchas veces las letras aún no bastan a desengañar a los que tienen revelaciones) a cada paso se ven innumerables ejemplos. En nuestros tiempos una labradora, que vivía en un lugarejo cerca de una de las universidades de España, la primera en las letras teológicas, trajo al retortero a varones doctísimos, y perfectísimos, que la tenían en grande opinión de santidad, y admiraban sus revelaciones; y no bastaron tantas letras, y lo que es más, tan grande espíritu, para conocer aquel espíritu, que era todo él un embuste; y así fue castigada por el santo tribunal.

38. La razón de esto es, que aquellos santos, y doctos varones, como grandes médicos, juzgaban según la relación de aquella enferma; y ella   —328→   mentía, y disimulaba, y era el exterior tan mesurado, y compuesto, que no se podía penetrar lo interior descompuesto, y desmesurado; y si al médico engaña el enfermo, no lo curará el mismo Hipócrates, ni Galeno; y así han sido engañados de mujeres varones doctisímos, y santísimos, sin culpa suya, y con perdición dellas, muriéndose el enfermo por su engaño, y escapándose el médico por su buena intención.

39. No faltaban aquí letras, sino que no bastaban las letras a curar la enfermedad; porque fue engañosa la relación, como la revelación.

Y otras veces la conocen, y no la curan; porque no quiere la enferma aplicar la intención, ni la acción a los remedios, y huye de los remedios, que le aplica el médico; conque viene la enferma a parar en la sepultura sin culpa alguna del médico.

40. En número quinto, como la Santa había tenido tantas revelaciones, y se las habían mandado escribir, como quien desde el cielo quiere dar satisfacción a la tierra, les dijo a sus religiosas, que en sus libros, donde hay discursos de virtudes, y de revelaciones, imiten las virtudes, y no se aficionen a las revelaciones; y que le pesará mucho que hagan lo contrario, y que lean mucho en sus libros, llevadas más del afecto a las revelaciones, que en ellos se escriben, que de la celestial, y admirable doctrina, que contienen; con la cual tanto fruto han hecho en la Iglesia, y dado infinitas almas a la gloria, y que hoy son la piedra del toque de los maestros de espíritu para discernir el verdadero del falso. La cual es doctrina consiguiente a la antecedente; y es como si dijera: Las revelaciones son inciertas; las virtudes ciertas: andad hijas con lo cierto, y dejad lo incierto: las revelaciones son peligrosas, las virtudes seguras; dejad lo peligroso, y caminad con lo seguro.

41. Y añade en el número sexto, para que vean, que es mucho mejor camino el de las virtudes, que el de las revelaciones: Que el premio que gozaba en la otra vida, no era por las revelaciones, sino por virtudes.

Como si les dijera: Hijas, preveníos de la moneda con que se compra la gloria, para venir a la gloria; porque en la gloria no pasa la moneda de las revelaciones, sino de las virtudes. Dios, cuando dijo: Negotiamini dum venio (Lucæ 19, v. 13): Negociad, tratad, y contratad, mientras que vengo a juzgaros, no quiso que el trato, y la granjería fuese con revelaciones, sino con las virtudes; comprando estas con la mortificación, con la observancia de los preceptos, con seguir los consejos, con la oración, con la penitencia, y el sudor, el trabajo, la paciencia, y la cruz. El negociar con los talentos de la gracia, y de la naturaleza, no ha de ser empleando, ni cargando en revelaciones; porque es peligrosa mercaduría, y cargazón, sino con la imitación de las virtudes del Señor, y de la Virgen, y de los santos; y esta es la moneda, que pasa en la otra vida, y la que en esta granjearon los santos, que está en ella.

42. Y dice discretamente, no que no tengan revelaciones, porque eso claro está (como hemos dicho) que no es en su mano, sino que no se aficionen a ellas, y que no hagan caso dellas; y que no se gobiernen por ellas, y que se nieguen a ellas. Porque las revelaciones han de mirarse como enfermedades, las cuales no se tienen, sino que se padecen.

Y así cuando aflige a uno la calentura, los que quieren hablar con   —329→   propiedad, no dicen: Pedro tiene gran calentura, sino: Padece gran calentura; porque lo que se padece, propiamente no se tiene, antes la calentura lo tiene a él, que no él a la calentura; porque si él tuviera a la calentura, no la tuviera, sino que la soltara. Pero porque la calentura lo tiene a él, no la puede echar de sí, hasta que le suelta a él la calentura.

43. Así se han de tener las revelaciones, arrobos, y visiones; no como quien las tiene a ellas, sino como quien las padece, y no puede dejar de tenerlas, aunque quiera; y escogiendo el alma buen médico espiritual, que la cure, y la gobierne, y aun tal vez es menester buen médico corporal; porque dependen (si las revelaciones son imaginaciones) del estado de la salud corporal el curar lo espiritual, y es menester que la curen en lo espiritual, y en lo temporal.

44. Añade en el mismo número, que aunque haya algunas revelaciones ciertas (que sí habrá) es mejor dejar las ciertas, por no incurrir en las inciertas, que no gobernarse por las ciertas, con riesgos de perderse por las inciertas.

Es prudentísimo dictamen, y celestial, como bajado del cielo. Porque en lo que voy a ganar, y no a perder, eso he de hacer, y en lo que voy a perder, y no a ganar, eso tengo de rehusar.

45. Si yo tengo en la Iglesia cuantas verdades he menester para salvarme ya reveladas, y ciertas, infalibles, y de fe, ¿quién me mete en embarcarme en un navío de revelaciones dudosas, que cuando pienso que me lleva al puerto, den conmigo a pique en la tempestad, y me sepulten en el infierno?

¿Quién deja lo cierto, por lo dudoso? ¿Quién deja lo seguro por lo peligroso? ¿Quién deja lo que es de Dios, por lo que es de mi propio juicio, sino quien no tiene rastro de juicio?

46. Yo supongo que sean ciertas mis revelaciones, ¿qué me importa, si no me he de salvar por las revelaciones, sino por las virtudes? Pero si fuesen inciertas, y falsas, y me embarcase en ellas, ¿qué navegación era la mía en la vida espiritual, toda de escollos, de Scilas, y Caribdes? Pues si yo puedo navegar en mar sereno, ¿no es locura navegar en el tormentoso?

47. Dirá alguno que esto leyere: Pues, señor, ¿no queréis que haya revelaciones en la Iglesia? ¿No ha de haber en ella revelaciones, pues hay en ella almas, que a Dios tratan, y a quien Dios se manifiesta?

No digo yo que no las haya, ni que no las ha de haber, sino que así como hay, y ha de haber revelaciones, haya también temores, recelos, recatos, consejos, advertencias, y humildad en estas revelaciones; y que haya luz, y letras, y cuidado de no gobernarse por revelaciones, donde está la ley de Dios patente, clara, llana, santa, y descubierta, y de infalible verdad, sin sombras de falsedad.

48. Y así el alma, que padece este trabajo, padézcalo como peligro, y trabajo, y no como gozo, alegría, y vanidad, y propia satisfacción. Ande en humildad, y consejo. No se tenga por mejor, sino humíllese, y tema, y tiemble, pensando que es la peor del mundo; y con eso esperando, y confiando en Dios, y obrando, y sirviendo, y obedeciendo a su santa ley, y a su confesor, y haciendo caso de las virtudes, y dejando a   —330→   Dios las revelaciones; viva, y obre, estimando más (como lo hacían los santos) la cruz sin revelaciones, que no las revelaciones sin cruz.

49. Y los maestros espirituales no den motivo a las almas para que se aficionen a estas cosas inciertas, dudosas, y peligrosas; y que aunque no hay duda, que cuando Dios las envía, causan grandes utilidades en las almas, y en la Iglesia: pero no así, cuando las almas las solicitan, y los confesores las aplauden, porque esto es sumamente peligroso.

50. Las revelaciones de santa Brígida son ciertas (como hemos dicho), las de santa Catalina, las de santa Getrudis; y estas, y las de santa Teresa todas pueden píamente creerse que son ciertas, y verdaderas, y por ser verdaderas, pueden contarse; pero las que han sido falsas, y lo son, y lo serán, son tantas, que no sé si podrán fácilmente contarse.

Y después de ser ciertas aquellas, confiesa aquí santa Teresa, que no se fue al cielo por sus revelaciones, sino por sus virtudes. Y así, almas, démonos a las virtudes, y neguémonos a las revelaciones.

51. Yo confieso, que de todas cuantas revelaciones hay de la Santa, ninguna me ha contentado más que esta revelación contra las revelaciones; porque estas verdades que aquí dice, asientan tan de cuadrado en la razón natural, y sobrenatural, y se conforma de suerte con lo espiritual, y prudencial de la Iglesia, que cuando de las otras revelaciones se pudiera dudar, de esta no dudara yo; pues aunque no viniera esta verdad desde el cielo, es grandísima verdad, y utilísima en la tierra, para huir de los lazos de la tierra, y conseguir la gracia en el suelo, y la gloria en el cielo.

52. Pero también es necesario advertir, que no se han de censurar con aspereza estas cosas, ni afligir sobrado a las almas afligidas, sino obrar en todo con tal fuerza reservada al creerlas, que nunca nos empeñemos, ni embarquemos en lo que no son las verdades de la fe, que es donde habemos de navegar.

Tenía yo un amigo, y sobradamente amigo, que viendo que se escandecía, y enfurecía otro conocido suyo, oyendo algunas revelaciones, le decía: Que no se acongojase por eso, sino o las creyese, como si no las creyese, o no las creyese, como si no le importasen. Porque el día que el maestro, que gobierna aquellas almas no se embarca, ni se empeña en estas cosas, y que las mismas almas se humillan, y sólo obran, y creen por lo que ordena la fe, y su maestro; no hay que afligirse, ni acongojarse, ni causar más pena a quien lo padece, pues muchas veces no está en su mano dejarlo de padecer. Y así como hemos visto muchas caídas por no hacerlo así, hemos visto notable gloria, y utilidad a la Iglesia por hacerlo así.

53. Últimamente dice la venerable madre Catalina de Jesús (a quien se le hizo esta revelación): Que con ella se le quitó el deseo que tenía de leer el libro de la Vida de la Santa; esto es, las revelaciones que están en la Vida de la Santa, que fue quitársele la gana de revelaciones; y en cuanto a esto, también se me ha quitado a mí: y creo que se les quitará a cuantos la leyeren, y fueren cuerdos, y quisieren andar por buen camino, y fácil, y claro; porque deseo de revelaciones corre peligro de ser deseo de imperfecciones; y lo que es peor, de engaños, y de ilusiones.





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ArribaAbajoAviso X

Para el padre provincial


1. Algunos días antes de la fiesta de san Andrés, estando yo en oración encomendando a Dios las cosas de nuestra Orden, se me representó aquella presencia de nuestra santa madre Teresa de Jesús, y me dijo: «Di al provincial, que procure introducir en las casas, que no se procure aumento temporal, ni espiritual, por los medios que los seglares lo hacen; porque no harán lo uno, ni lo otro, sino que se fíen de Dios, y vivan en recogimiento. Porque algunas veces piensan que hacen provecho a los seglares, y a nuestra Orden, en comunicarlos mucho, y antes pierden crédito, y sacan daño en sus espíritus. Y pensando pegarles espíritu, traen ellos el de los seglares, y sus modos: y así saca mucho provecho el demonio. Porque por la solicitud en lo temporal, entra el espíritu de distracción en la Orden, y tiniebla en el espíritu».

2. «Que procure tener en sí, y para los demás la memoria destas cosas. Y que cualquiera cosa que se haya de determinar, ponerla primero en recogimiento de oración; por que pueda tener tanto espíritu, como entiende, y haga efecto lo que enseñare, y mandare. Y que procure tener tanto espíritu para sí, como sabe para los otros».


Notas

1. Desde el cielo celaba santa Teresa la abstracción de sus hijos, y así dio este aviso, para que ya que era forzoso socorrerse, como lo hacen los seglares (porque vivimos en cuerpos mortales) no sea con los modos de los seglares.

2. A dos cosas puede mirar este aviso. La primera, a lo interior. La segunda, a lo exterior. A lo interior, fue decirles a los religiosos: Forzoso es que el prior busque con qué se sustente su convento, como lo es que el seglar busque cómo sustente su familia; pero el prior, y la priora lo busquen, puesta toda su confianza en Dios, y pidiéndolo primero a Dios, y con aquella seguridad que Dios ofrece en la fe, en la esperanza, y amor de Dios; y teniendo presente, que quien sustenta los gusanos de la tierra, no dejará que mueran de hambre sus siervos (Matth. 10, vers. 29, vers. 31); y lo que dijo su divina Majestad, que pues alimenta los pajarillos del campo, bien sustentará a los que le aman, y tratan de agradarlo, y de servirlo, no dejando los medios, sino teniendo presente a Dios en los medios.

3. De aquí resulta (y este es el segundo fin de este aviso) que con esto se despide un axioma común, que dice: Poner los medios, como si no hubiera Dios; y acudir a Dios, como si no hubiera medios.

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Porque deste axioma, la primera parte: Poner los medios, como si no hubiera Dios, tiene malísimo equívoco; porque en los medios, y en los fines, y en todo hemos de obrar, como si hubiera Dios, y con Dios, y para Dios, y por Dios. Y no hay buenos medios, ni remedios sin Dios; y lo que es más, ni es bien querer sin Dios los medios, ni los remedios.

4. Y aunque veo, que el intento del que inventó este adagio, no fue decir, que fuesen sin Dios los medios, sino que se apliquen con esfuerzo, y con calor; todavía para templar, y moderar, y dar acierto al esfuerzo, y al calor de los medios, es menester no perder, ni un punto a Dios, y tener presente a Dios, y que los medios no se hallen en ningún tiempo sin Dios; porque sin Dios los medios, más son daños que no medios, ni remedios. Y esto es lo que dice en este aviso la Santa.

5. Lo interior, de que han de cuidar los superiores, para diferenciarse de los seglares, es no buscar el sustento, dando de lo espiritual por lo temporal; esto es, no apartándose de su instituto, por el aumento temporal de la casa. Porque si la comida me costase la virtud, y tanto fuese yo perdiendo de lo bueno, cuanto me fuesen dando del sustento, sería desdichada granjería dar de lo del cielo por los bienes de la tierra, y quitar de la disciplina regular en lo espiritual por tomar de lo temporal, y dar las virtudes por los dineros, y dar los bienes eternos por los temporales.

6. Esto sucedería, si se hiciese con granjerías ilícitas, si se enredasen en haciendas superfluas, si esto lo obrasen con tanta ocupación, que ahogasen al espíritu, y apagasen el fervor de la caridad, y desterrasen la quietud de la abstracción, y contemplación.

Y así la comida, y sustento de los religiosos se ha de granjear en los principios, en los medios, en los fines, en lo interior, por Dios, con Dios, y para servir a Dios, para que su divina Majestad la bendiga, y haga que se logre en su servicio. Por eso discretamente algunos llaman a la comida de la religión, bendita, y a la de algunas casas seglares mal gobernadas, maldita.

7. Porque el religioso la busca, y pone los medios con Dios, de Dios, y por Dios: va a buscar la limosna, y la pide por amor de Dios: danle el pan, la fruta, y el pescado, y dice: Sea por amor de Dios. Llévala a la casa, y dala a mi hermano cocinero, y le dice en entrando: Deo gracias, y añade: Guise esto por amor de Dios. El cocinero lo hace todo por Dios; y si le dan prisa, la mayor cólera dice: Acabe, hermano, por amor de Dios; y él responde: Tengan paciencia por amor de Dios. Llévanla al refitorio, y recibe la bendición del prelado, y la de Dios: y entre lecciones santas, y de Dios, se sustentan siempre, tratando de Dios; y danle luego las gracias a Dios de aquel sustento: y así todo ello está lleno de bendiciones de Dios.

8. Por el contrario en algunas casas mal gobernadas de seglares, todo está lleno de maldiciones. Porque dice el mayordomo al amo, que le dé dinero para el sustento de la casa, porque no tiene un real. Responde, que no le tiene, que lo busque. El otro renegando sale jurando, votando, y maldiciendo: ¿que cómo ha de sustentar a la casa sin dinero?

Pasa luego este ruido al dispensero; y él con otros tantos reniegos, y juramentos pone las mismas dificultades. Al fin, a fuerza de diligencias,   —333→   entre infinitas maldiciones, se va a una dispensa, y se trae con otros tantos reniegos la comida: aderézanla, y al pedirla, y al darla, y al comerla, todo es pendencia, disgustos, maldiciones, y disensiones; y así a este género de comida, no hay que admirar la puedan llamar, maldita.

9. Destos modos han de huir los religiosos, y aun los seglares, procurando que la intención sea de Dios; el disponer los medios con Dios; el sustentarse para servir a Dios; si hallan lo que buscan, dar gracias a Dios; y si no hallan, pedir, y tener paciencia por Dios; porque desta suerte no he visto hombre sin sustento: Non vidi justum derelictum, nec semen ejus quærens panem (Sal. 36, v. 25).






ArribaAbajoAviso XI

Para el padre provincial


También me ha dicho nuestra Madre santa, diga a vuestra paternidad: «Que no haya reelección de priores, porque importa por muchas cosas. La primera, porque aunque importa mucho ayudar a los otros, importa más el aprovechamiento propio de cada uno, y lo bien que parecerá ser súbditos, los que han sido prelados, y será de grande ejemplo; y los priores nuevos iranse imponiendo. Y que aunque estos no tengan tanta experiencia, que los que han sido priores, los podrán aprovechar, tomando su consejo; aunque no queriéndose meter a dárselo ellos, ni entremeterse en alguna cosa de gobierno, sin pedírselo. Porque se me ha dicho, que importa mucho, que sean de veras súbditos, los que han sido prelados, y lo parezcan, para ejemplo de los otros, y no piensen los demás que no se pueden hallar sin mandar, y gobernar. Y que parezcan súbditos, como si nunca hubieran sido priores, ni lo hubiesen de volver a ser, no contando lo que ellos hacían en sus oficios, sino aprovecharse a sí mismos; y desta manera harán gran provecho, cuando lo vuelvan a ser».


Notas

1. Este es aviso, y explicación: y así no es necesaria la nota, pues el aviso, y la explicación son de los cielos. Harto dudosa es la cuestión entre los políticos, si conviene que los oficios sean perpetuos, o temporales: y sobre esto discurren dilatadamente los estadistas.

2. Yo, antes que viese este aviso de la Santa, solía decir, que en siendo buenos los superiores, y procediendo bien, habían de ser eternos. Porque si no, se quita el gobierno al experimentado, y al justo, y al celoso, y al cuerdo, y al que tiene contentos a los súbditos, al que   —334→   los mejora con su ejemplo, y confirma con su fervor, para dar el gobierno a quien lo ha de gobernar todo con un incierto, y mal seguro acierto.

Y por el contrario, si son malos los gobernadores, y notablemente malos, no habían de aguardar a que acabase el trienio; pues a tres años de mal gobierno, pueden trabucar el mundo, y dejarlo sin remedio, ni gobierno.

3. También veo, que tres gobiernos que estableció Dios, el de los jueces, y el de los reyes, y el de los pontífices, todos fueron perpetuos. El de los jueces en Moisés, y sus sucesores, hasta Samuel. El de los reyes en Saúl, y sus sucesores, hasta Sedecías, y el de los pontífices desde san Pedro, hasta el fin del mundo. Y señal es esta, que es buena la reelección, y por decirlo mejor, la perpetuidad de los gobiernos.

4. Pero puede responderse, que eso se entiende en los gobiernos, que establece Dios: pero en la elección de los hombres, y más en vida regular, interior, y espiritual, suele ser la ruina de la religión, la reelección, como aquí advierte la Santa.

Y así comúnmente es lo mejor, y más bien recibido el mudarse los gobiernos por número de años, y por los tiempos limitados, por lo que aquí se dice en la revelación.

5. Y añade entre otras conveniencias: Que los que fueren mandando, hagan oficios de obedecer, por dos razones, espirituales, y discretas.

6. La primera, por que no se les olvide con el mandar el obedecer, respecto de que esta nuestra naturaleza, aun en el muy perfecto, en acostumbrándose a mandar, se le va olvidando de suerte el obedecer, que huye del obedecer, acostumbrado a mandar; y huir del obedecer, es huir de la humildad, y de la obediencia; y huir de la humildad, y de la obediencia, es huir del cielo, e irse acercando al infierno.

7. La segunda, porque sabiendo prácticamente obedecer, sepan después prácticamente mandar; porque habiendo sentido en sí la amargura del precepto, será después dulce al mandar, y sabrá dar suavemente los preceptos; y cuando sufra en sí la condición del prelado, moderará después la condición al ser prelado, y dos onzas de juicio práctico, enseñan más que cien arrobas de juicio especulativo.

Sepa el religioso qué es ser azotado, y azotará con blandura siendo prelado. Coma el pan negro siendo súbdito, y vea lo que lo sienten los súbditos, y buscará parar sus súbditos, siendo superior, el pan blanco.






ArribaAbajoAviso XII

Para el padre provincial


1. Hoy día de los Reyes me ha dicho, que diga al padre provincial: «Que una barahúnda que corre entre los religiosos, de que no hace penitencia, y trae lienzo, que ha sido razón tenerla; porque muchos de los súbditos, que no son amigos de su regalo, no miran la necesidad,   —335→   y trabajo, y lo que padece por los caminos, sino un día que llega de huésped, si comió carne, y tomó un poco de regalo por su enfermedad: y tiéntanse, y apetecen ser prelados; y que por esto, que le vean también penitente, aunque no sea con mucho secreto, por el buen ejemplo».

2. «Que alabe mucho la penitencia, y reprenda cualquier exceso, y demasía en las comidas; porque como no dañe a la salud, toda penitencia, aspereza, y menosprecio ayuda mucho al espíritu».

3. «Que procure desterrar con rigor, si no bastare la suavidad, todo lo que fuere cualquiera punto de relajación de regla, y constituciones, porque de ordinario estas cosas tienen pequeños principios, y grandes fines».


Notas

1. Es este aviso el cimiento, y fundamento de la regular enseñanza, que consiste en la fuerza del ejemplo, de que acabamos de hablar: Que exhorte el prelado a la penitencia a los súbditos, con el ejemplo, y las obras. Más edifica un prelado callando, y obrando, que no obrando, y predicando. Más persuade con ir al coro, para que vayan al coro, que con predicar una hora todos los días, diciendo divinidades sobre que vayan al coro.

2. El edificio del aprovechamiento interior de los súbditos, no se debe a la voz de sus prelados, sino a su ejemplo, y sus virtudes. Por eso se llama al obrar bien, edificar, y no se llama así al hablar bien; porque obrando, principalmente se edifica, como en esto material obrando se edifican las casas, y no hablando.

3. El Señor primero fue humilde, para enseñar la humildad; y primero padeció para enseñar a padecer; y primero tomó la cruz, para que sus discípulos le siguiesen en cruz: porque andar el prelado sin cruz, y decir a los otros que la tomen, y le sigan con ella, parece que es enseñanza farisaica, de la cual decía el Señor: Omnia quæcunque dixerint vobis, servate, et facite; secundum opera vero eorum nolite facere (Matth. 23, v. 3): Haced lo que os dicen, pero no lo que hacen; pues poniendo grande carga en los hombros ajenos, no querían ellos ni aun con el dedo tocar, ni aliviarles la carga.

4. Por esto no convertían los fariseos; porque cuanto hacían con la voz, deshacían con el ejemplo perverso. Y por el contrario, el Señor, y sus Apóstoles edificaban obrando, y enseñaban hablando, y ejecutando: y a los que atraía a sí la virtud de sus obras, alumbraba, y guiaba la luz, y fuerza de sus palabras.

5. La virtud que aquí aconseja la Santa que obre, y persuada este superior, es la de la penitencia; y en esto se conoce que es doctrina bajada del cielo, y por no predicarse frecuentemente en los púlpitos, temo que está perdida la tierra.

6. Tres predicadores grandes ha habido en el mundo, que los han excedido   —336→   a todos. El Hijo de Dios, que predicaba su misma palabra, y ese comenzó a predicar penitencia: san Juan Bautista, y ese predicaba bautismo de penitencia: san Pedro, vicario de Cristo, y ese comenzó predicando penitencia.

¿Pues quién ha desterrado de los púlpitos la penitencia? ¿Cómo nos olvidamos de predicar penitencia? ¿Crecen los pecados, y se olvida la penitencia? Esto no es dar al traste con el mundo los pecados.






ArribaAbajoAviso XIII

Para sus hijas las Carmelitas descalzas


Hoy día de los Reyes, preguntando a esta presencia de nuestra madre, ¿en qué libro leeríamos? Tomó una cartilla de la doctrina cristiana, y dijo: Este es el libro, que deseo lean de noche, y de día mis monjas, que es la ley de Dios. Y comenzó a leer el artículo del Juicio, con una voz que estremecía, y espantaba, la cual se me quedó en los oídos algunos días, y descubrió una máquina de doctrina altísima, y la perfección a que llega una alma por este camino; y así no puedo arrostrar a enseñar cosas altas a las almas que tengo a mi cargo, sino ando con gran deseo de enseñarlas las cosas de la cartilla, e imponerlas en esto. Y para mí apetezco a leer en la doctrina, que me parece hay bien que aprender; y no sé qué tesoro hay en ella para mí. Procuro aficionarlas a cosa de humildad, y mortificación, y ejercicio de manos. Lo demás les dará nuestro Señor, cuando convenga.


Notas

1. Este santo consejo, que santa Teresa les envió del cielo a sus hijas, de que el libro en que más les conviene leer de día, y de noche, es la cartilla de la ley de Dios, no sólo es consejo de la Santa, sino del santo rey David, a quien se lo dictó el Espíritu Santo, cuando dijo: Lex tua tota die meditatio mea est (S. 118, v. 97): Señor, tu ley es todo el día mi meditación. Es como una mujer, que se precia de bien prendida, y anda todo el día con el espejo en la mano (y aun algunas dicen, que lo traen en la manga) para mirarse, si está bien prendida, o bien presa de su amor propio. Estas mujeres bien se ve, que ni ellas se quieren mal, ni quieren ellas que las quieran mal.

2. Así ha de ser el alma santa en lo bueno, como es la loca en lo vano. Ha de tomar el espejo de la ley del Señor perpetuamente en la mano, y mirarse a ella, y pulirse, y adornarse, y examinarse con ella, no saliendo un punto della.

Ha de preguntarse por toda la ley, y ha de ajustar sus obras, palabras,   —337→   y pensamientos a la santa ley, mirando su alma en la santa ley; y en viendo cosa en sí, que no se ajuste a la ley de Dios, arrojarla, y apartarla de sí, y volverse luego a ajustar a la ley del Señor.

3. Por eso la buena Esposa del Señor ha de tener presente siempre sus constituciones, y en ellas, como en un espejo, se ha de estar mirando, y ejercitando. Y sería conveniente, que estuviesen impresas, y tuviesen muchas copias de ellas, para las que están impresas en el papel, mirándose como en un espejo en ellas, las impriman en su corazón.

4. Yo me acuerdo, que sirviendo una iglesia, en que había un gran número de monjas, sujetas a la dignidad, le concedí 40 días de indulgencia a la religiosa que leyere las constituciones, y se registrase a ellas; y si cada día lo hacía, cada día se las concedía, y hallaban en ello aprovechamiento.

5. Es verdad, que esto mismo lo han de hacer perfectamente, como lo hacen imperfectamente las del siglo; porque estas se gobiernan por su propio amor; pero las esposas del Señor lo han de hacer todo por el amor, y con el amor de su Esposo, y sólo por agradarle: y para agradarle han de andar con el espejo de las constituciones, y cartilla de la ley de Dios en las manos; y esto con tal amor, que lo gobierne más el amor, que no el temor. Y de tal manera guarden las constituciones, y con tal amor, que aunque no hubiera constituciones, fueran sus constituciones el amor de su Esposo.

6. Este pues que aquí llamamos espejo, llama santa Teresa la cartilla; porque allí han de aprender la ciencia del espíritu, pues en las constituciones les enseña la clausura, la pobreza, la obediencia, y la caridad, y todas las demás virtudes de su santa profesión.

Allí hallarán el maestro, y el magisterio, y todo cuanto han de aprender, y saber en la vida del espíritu. Y yo fiaré poco de religiosa, ni de alma que no tenga siempre a la vista, como David, esta celestial cartilla de la ley del Señor, sus constituciones, y obligaciones; atendiendo a lo que miran, y atendiendo no sólo a las voces, sino a las señas del Señor: esto es, a las inspiraciones, y movimientos interiores del Espíritu Santo.

7. Así dice el santo rey David: Sicut oculi ancillæ in manibus dominæ suæ, ita oculi nostri Dominum Deum nostrum, donec misereatur nostri (S. 122, v. 2): La buena sierva, no sólo está atenta a lo que manda su señora con la voz, sino a lo que manda por señas con la mano; y está no sólo oyendo la voz, sino mirando a la mano, para obedecer a lo que ordena por señas. Así ha de hacer el alma santa en Dios.

8. También esta cartilla, y espejo en las almas, para mirarse, reformarse, y aprender, puede ser un Cristo crucificado. ¡Oh qué espejo! ¡Oh qué hermosura! ¡Oh qué luz! ¡Oh qué doctrina, que está enseñando en la cruz!

Esta cartilla le ofrecía san Francisco, serafín de la Iglesia, a un religioso suyo, que le pedía un Breviario, o Biblia, para aprender las Escrituras; y el santo, celoso de su evangélica pobreza, juzgando que era contra ella, que tuviese otro Breviario más del común, habiéndoselo negado diversas veces, diciendo, que acudiese al de la comunidad; volviéndole   —338→   a importunar, le dijo, que no quería darle Breviario. Y preguntándole el fervoroso religioso: ¿Por qué no? le respondió: Porque en dándote el Breviario, me pedirás que te dé un criado. El religioso dijo: ¿Pues para qué yo he menester criado? Respondió el santo: Para poder decir: Ola, daca el Breviario. Y añadió: Tu Breviario, hijo, y donde has de aprender lo que te conviene, sea un Cristo crucificado. Como si dijera: Para cumplir con el rezo, ya tienes el Breviario del convento: para aprender, mira hijo a un Cristo crucificado.

9. Respondió como serafín de pobreza, y de amor. De pobreza, celándola con tal extremo, que aun lo muy permitido, y honesto le negaba a su hijo, y lo contenía en lo preciso, para que no pasase a lo superfluo. Y de amor, pues lo encamina a origen de amor, que es un Cristo crucificado en la cruz, por nuestro amor.

(Otros seis documentos, y avisos, que santa Teresa dio a una hija suya, y a otro prelado de la reforma, después de muerta).






ArribaAbajoAviso XIV

1. Ama más, y anda con más rectitud, que el camino es estrecho.


Notas

1. Estos seis documentos que se siguen, también los dio la Santa, según refieren las corónicas, desde el cielo: y ellos son tan espirituales, y santos, que se conoce con evidencia, que es doctrina celestial, aunque no vinieran desde el cielo.

2. Este primero, es el primero con razón, pues se funda en el primero de los preceptos del Decálogo: Amarás a Dios, y dice: Ama más. Una cosa es decir: Ama, y otra, y mayor el decir: Ama más. El amar ha de ser de todos: pero amar más es de pocos, a quien Dios porque los ama más, hace que le amen más, y más.

3. No te contentes, dice la Santa, con amar, sino con amar más hoy que ayer; y amar más mañana que hoy; y cada día ama más, y más, y más.

Cuando el Señor explicó este mandamiento, lo explicó con grande ponderación, porque no dijo sólo: Ama a Dios, como en todos los demás preceptos: No mientas: No adulteres: Honra a tu padre, y a tu madre, sino que dijo: Ama a Dios de todo tu corazón, de todo tu entendimiento, y de todas tus entrañas. Como si dijera: Ama a Dios del todo, y de todas maneras, y en todos tiempos. Ama a Dios más, y más, que a todo, y a todos. Todas las demás virtudes tienen sus tiempos determinados, y puede haber casos en que no se puedan ejercitar. Porque el guardar las fiestas cesa, cuando no son días de fiesta: el no jurar cesa en muchas ocasiones, que no se ofrece, ni la necesidad, ni la ocasión de   —339→   jurar: el no mentir cesa en el tiempo del silencio: la sensualidad en apartando la ocasión: el ayuno, en faltando las fuerzas. Pero para guardar el precepto de amar a Dios, siempre es ocasión, siempre es tiempo, y siempre es posible, y siempre es fácil; y siempre, y en todo tiempo es muy suave, útil, y gustoso, acomodado, deleitoso, y agradable.

4. Porque así como en todas partes está Dios, y todo lo llena, lo alegra, lo vivifica, lo ocupa; en todas puede el alma amarlo, servirlo, agradarlo, y adorarlo: ni falta la materia, ni falta el tiempo, ni falta el sujeto, ni falta el objeto, ni cansa; antes deleita la ocupación. Y así alma (dice santa Teresa): Ama más; y en amando más, vuelve a amar más, y no te sacies de amar a aquel Señor, que no se sació de amar, y de morir por tu amor. Y así me admiro, que haya quien diga, que este mandamiento de amar a Dios está implícito en el no ofender a Dios, y en los demás del Decálogo: y con cumplir aquellos, se cumple este, y eso basta; conque en todo rigor parece que nos dejan nueve Mandamientos, porque quitan el primero, y el mayor, librándolo en los demás, y no sé si diga, y cautivándolo en ellos.

5. También me entristece mucho, que haya otros que digan, que este mandamiento de amar a Dios, sólo obliga en casos muy raros, peligrosos, y contingentes; y que pueden lícitamente pasar mucho tiempo sin amar a Dios las almas: conque cuando Dios puso más fuerza, y ponderación en el precepto, la ponemos nosotros menor, y más dilatada en la ejecución.

Y así aunque sea precepto afirmativo, pero es tan eficaz, necesario, conveniente, suave, fácil y útil, que es menester que le demos repetida ejecución; porque una cosa tan debida, como amar a Dios, ¿cómo es posible, ni verisímil, que admita tantas, y tan grandes dilaciones, como consienten estas, y otras opiniones?

6. Pero dejemos esto a los teólogos morales, y vámonos a lo místico, y a lo seguro, con que se salvó santa Teresa, y todos los santos del cielo. Ama más, y más, y más a un Dios, que cada día te ama más, y más; pues cada día más te sufre, y perdona más, y más. Demos al no amar las dilaciones, y al amar más, y más las ejecuciones; sigamos esta opinión, dejando otras opiniones.

7. No se queda aquí la Santa, sino que añade: Y anda con más rectitud. Pasó del amar al obrar, y de la raíz al árbol; y del árbol a la fruta. Como quien dice: Ese amar, alma, redúcelo de amar a obrar, y ese obrar sea dentro del amor.

Crezca la pureza del obrar, al paso que crece en tu alma el amar. Sea un reloj concertado tu amar, y tu obrar, tal que el espíritu de este reloj sea el amar, y sea el obrar la mano que señale la hora, y calidad de tu amor. Las obras son la mano de tu reloj, que señalan su concierto; y como anda el espíritu allá dentro, anda la mano acá fuera. Malas obras, desconcertado reloj. Buenas obras, buen espíritu, y reloj. Amor sin obras, más es engaño, que amor. Obras sin amor, son cuerpo sin alma; porque les falta el amor. Amor, y obras, componen toda la armonía, y música suavísima, que alegra, recrea, y entretiene a los oídos de Dios.

8. Si tengo caridad sin obras, y no responden, ni corresponden estas a la caridad, temo que no es caridad; pues nos dijo el Señor: A fructibus   —340→   eorum cognoscetis eos (Matth. 7, v. 16); que por las obras (como por la fruta el árbol) conoceríamos cual sea la caridad.

Por el contrario, si tengo obras (como nos dice san Pablo) prodigiosas, admirables, y estupendas, pero no tengo caridad: Factus sum velut æs sonans, aut cymbalum tiniens (1, Cor. 13, v. 1): Soy como la campana, que llama a los otros a la iglesia, y está fuera de la iglesia. Su voz es de perfección, su materia de metal.

9. Añade una razón admirable, y eficaz, no sólo para amar, y obrar, sino para amar, y obrar cada día más, y más, y es: Que es el camino estrecho. Y son palabras de vida, y de vida eterna; pues son del que es vida, camino, y verdad eterna, cuando dijo: Arcta via est, quæ ducit ad vitam (Matth. 9, v. 14): Estrecho es el camino que lleva a la eterna vida.

Camino estrecho, áspero, dificultoso, por sierras, por breñas, por asperezas, no puede andarse, ni vencerse, sino con grande fuerza de amar, y obrar.

10. A esto mira también lo que dice el Espíritu Santo, que obremos por alcanzar, seguir, y conseguir lo bueno, lo santo, lo perfecto, lo justo, y lo honesto, no sólo con diligencia, no sólo con ansia, no sólo con perseverancia, no sólo con afecto, sino con agonía, que es la más fuerte ponderación de la dificultad de la empresa, y de la ansia del que ha de ocuparse en ella: Pro justitia agonizare, et usque ad mortem certa pro justitia (Eccl. 4, v. 33): Busca lo bueno con ansia, y con agonía hasta morir. ¡Oh qué engaño, pensar que el camino del cielo es ancho, y acomodado, y que callen en él los deleites de la vida; mucho amar al mundo, y mucho apetito a la carne, grandes gustos, y recreaciones! ¡Oh qué engaño! ¡Oh qué perdición! ¡Qué daño! No es sino estrecho, penitencias, lágrimas, contrición, dolor, y desnudez de pasiones, de vicios, y apetitos. Este es camino del cielo, y buscarlo con ansia, con agonía, no sólo al vivir, sino hasta morir dure esta ansia, y agonía.

11. Esta ansia, y agonía, que se aplica a caminos muy estrechos, y a grandes dificultades, quiere la Santa que sea amorosa agonía; porque el amor todo lo vence, lo allana, lo facilita, y suaviza; y este da aliento, y esfuerzo para vencer no sólo lo dificultoso, sino lo que parece imposible.

Esto que parece imposible a nuestra debilidad, que es salvarse con la gracia del Señor, lo ha de vencer el amor; y deste amor ha de nacer la agonía de salvarse, y esforzarse cada día en amar, y en obrar más, y más; y no cesar de amar, de caminar, y de obrar, como dice san Pablo: In agone (2, Tim. 2, v. 2), como quien está en una agonía, y en una lucha, en que no va menos que el morir, o el vencer; el morir eternamente, para padecer eternamente, o gozar eternamente de Dios.






ArribaAbajoAviso XV

Los del cielo, y los de la tierra seamos una misma cosa en pureza, y en amor; los del cielo, gozando; los de la tierra, padeciendo:   —341→   nosotros adorando la esencia divina; vosotros, el santísimo Sacramento; y di esto a mis hijas.


Notas

1. Este es admirable documento, y en él quiere la Santa desde el cielo, que sea la tierra cielo. Esto sucederá en tres cosas, que aquí señala. La primera, que los de la tierra procuren parecerse en la pureza a los del cielo. La segunda, que los de la tierra amen a quien aman los del cielo. La tercera, con que adoren con reverencia profunda al santísimo Sacramento en la tierra, como adoran a la esencia divina los del cielo; pues en el santísimo Sacramento se halla la divina esencia, que está en el cielo, y la tierra, y a más de eso está encarnado el Verbo eterno.

2. Con esto enseña cuatro cosas: la primera, que viva el alma en pureza, y que cada día más, y más se limpie, y se purifique, porque las pasiones del alma son el destierro de su gracia; y tanto entra de Dios en nosotros, cuanto sale de impureza de nosotros; tanto va entrando de luz, cuanto sale de tinieblas.

Toda nuestra habilidad consiste en vaciar el corazón de deseos, de propiedades, de asimientos, de cosas que impiden el habitar Dios en nuestro corazón; pues en teniendo desocupada el alma de lo que a Dios embaraza, toda la ocupa con su gracia, con su luz, con sus virtudes, consigo mismo; y en estando Dios en el alma bien servido, y adorado, gobierna, guía, alumbra, purifica, y limpia Dios el alma; y aquella alma en la tierra está como las almas del cielo, sino en el gozo de la visión beatífica, en el gozo del amor; sino en los efectos inefables de la gloria, en los efectos admirables de la gracia.

3. La segunda cosa que enseña es, que viva el alma en amor; y eso depende mucho de la pureza, porque si el alma está pura, y limpia, y sólo tiene a Dios en sí, y no deseos vanos, ni propiedades, ella andará enamorada de Dios; y si ella anda enamorada de Dios, ella conservará pureza, y se darán las manos la pureza, y el amor; porque el amor purifica, y la pureza dispone a mayores incendios del amar, por la pureza.

4. Algunas veces me he puesto a considerar, cuál es lo que comienza primero en las almas, ¿la pureza del obrar, o el amar? Porque parece que el amor es el que encamina a la pureza, respeto de que el amor procura no disgustar a quien ama, y así la pureza se debe toda al amor.

Por otra parte veo, que la pureza es la que trae a sí el amor: y no entrara en el alma el amor, si no le hiciera el paso, y le abriera la puerta la pureza. Porque en estando puro, y limpio el corazón, como no puede dejar de amar el humano corazón, ama al Señor, que limpió su corazón, y sucede a la pureza el amor, como el efecto a la causa, o el suceso a la proporcionada disposición del suceso.

5. En esta duda yo creería, que la gracia es la que promueve la pureza, y esta dispone, y llama al amor; y este amor, como va creciendo en el alma cada día, la promueve a más, y mayor pureza; y esta pureza creciendo hace, y dispone cada día a más amor; y este mismo amor, al paso que crece en el alma, la promueve a más pureza, tanto   —342→   cuanto fuere creciendo en amor; y tanto va creciendo de pureza en el amar, en el querer, en el desear, en el obrar, cuanto se aumenta el amar.

6. Lo tercero que enseña es, que lo que en las almas bienaventuradas es gozar, sea en esta vida en las almas santas padecer. Las del cielo (dice) gozando; las de la tierra padeciendo. Conque nos enseña, que el cielo en esta vida no se fabrica, como en la eterna gozando, sino padeciendo: y esto por muchas razones.

7. La primera, porque no es posible, que llegue a tener amor pacífico en el alma la misma alma, sin vencer por la gracia las pasiones de el amor mundano: para vencer, y desterrar del alma las pasiones, es menester primero, padecer, y pelear, hasta ahuyentarlas, y desterrarlas del alma. De que se sigue, que no puedo llegar a la gloria, y paz del amor en el suelo, y hacer a mi alma con esta paz, gloria, y cielo, sin padecer, y penar, para arrojar de mi alma las pasiones, porque entre Dios en el alma, que es el que hace al alma cielo.

8. Lo segundo, porque no sólo el padecer hace cielo el suelo, como causa de ir al cielo los del suelo, pues con el padecer se fabrica el ir al cielo desde el suelo, sino porque en el alma enamorada el mismo padecer es ya cielo, y consuelo, y alegría. Y como en el cielo se goza con deleites, y coronas de gloria inmortal, en el suelo se goza con penas, y tribulaciones, y aflicciones, que nos llevan a aquella inmortal corona; y como allá alegra el ver a Dios, acá alegra el padecer por Dios: y lo que hace allí la gloria para alegrar a las almas en la patria, hace aquí el amor, y la caridad divina por las penas, para alegrar a las almas en el destierro. Y como dice aquí santa Teresa, todos gozan, y son unos los de la Iglesia triunfante, y la militante; aquellos gozando, y estos mereciendo; aquellos gozando de Dios, estos sirviendo a Dios: aquellos alegrándose de ver a Dios, y estos alegrándose de padecer por Dios.

9. Con lo cuarto que enseña, allana una grande diferencia entre los del cielo, y los de la tierra: y es, que pueden los del cielo decir, que tienen grande ventaja a los de la tierra, en que ellos ven a Dios, pero que nosotros no vemos a Dios.

A esto responde la Santa, y nosotros con la Santa podemos responder, que también vemos a Dios como ellos, aunque no le vemos de la manera que ellos.

10. Porque el santísimo Sacramento, y el Señor que vemos sacramentado, es el mismo Hijo de Dios, que ellos ven sin el misterio, y nosotros miramos, y adoramos sacramentado en el misterio: y tan Dios es el Hijo de Dios sacramentado en la iglesia, como lo es en el cielo sin Sacramento, descubierto, y manifiesto.

11. Y si ellos gozan de la vista beatífica, nosotros podemos llamar beatífica el ver, y adorar este Sacramento, que si no beatifica en la gloria, que aquí causa, beatifica en la gloria, y bien que nos comunica: y que en una cosa les excedemos nosotros, si nos exceden ellos en muchas a nosotros: y es que nosotros vemos con grande mérito a lo que ellos ven sin mérito, aunque cesó la fe con la evidencia. Ven con más gozo, mas no con merecimiento.

12. Ellos ven al que nosotros recibimos; y más es en su manera el   —343→   recibir, que no el ver. Ellos gozan con lo que ven, y nosotros con recibir, para padecer por quien recibimos, y para gozar por quien padecemos, y a quien recibimos, y adoramos, y gozamos.

Finalmente, podemos decir los de la tierra, que desde que el Señor se quedó sacramentado en el suelo, ya las almas santas, y justas pueden tener por cielo al suelo, y hacer una vida celestial en la tierra.






ArribaAbajoAviso XVI

1. El demonio es tan soberbio, que pretende entrar por las puertas, que entra Dios, que son las comuniones, y confesiones, y oraciones, y poner ponzoña en lo que es medicina.


Notas

1. Este es un aviso excelente, porque es muy medicinal para obrar lo bueno con tal cuidado, y diligencia, y advertencia, que entre las manos no se nos vuelva lo bueno perdido, perverso, y malo.

2. Esto podíamos entender que aconseja san Pablo, cuando dice: Vince in bono malum (Rom. 12, v. 21): Vence en lo bueno lo malo. No sólo dice: Vence con lo bueno lo malo, sino: Vence dentro de lo bueno lo malo: para lo cual es menester mayor gracia, que para vencer lo malo, que anda ausente de lo bueno. ¿Pues cómo puede lo malo estar dentro de lo bueno? ¿Cómo pueden las tinieblas habitar dentro de la misma luz? ¿Cómo puede en lo interior de lo blanco tener lo negro su habitación? ¿Cómo pueden estar Dios, y Dagón3 en un templo?

3. No puede estar en lo bueno lo malo, claro está; porque no es posible, que sea bueno, en teniendo dentro de sí lo que es malo, y no puede jamás hacerse una confección, o mezcla de malo, y bueno, que no sea todo malo: porque como Dios, y Belial no se juntan, tampoco lo bueno, y malo.

4. Pero lo que se dice es, que en ejercicios, que materialmente son buenos, santos, y perfectos, puede introducirse tal malicia, que nos los haga malos, pecaminosos, o imperfectos: y esto es lo que hace el demonio en lo bueno, procurando sembrar cizaña, como entre el trigo limpio, puro, y cándido, para que aquella cizaña pecaminosa ahogue del todo aquel trigo; y esta cizaña dice san Pablo, que suele andar con lo bueno, y es menester arrancarla; y así se puede entender: Vince in bono malum.

5. La soberbia del demonio, que no pudo verse en el cielo lograda, procura lograrse en el mundo condenada: y ya que no pudo clavar su diente en la divinidad del Señor, cuya omnipotencia le arrojó a eterna condenación, lo procura clavar en nuestra humildad, y pobreza, y humanidad, criaturas del Señor; y ya que no pudo vencer al Redentor, quiere vencerlo en las almas: y toda su ansia es vengarse en la hechura, el que no pudo vengarse en el Hacedor.

  —344→  

6. Finalmente, de la manera que algunos malos hombres, que no pudiendo vengarse en el enemigo, se vengan en sus hijos, en su hacienda, en su heredad, y procuran abrasarla; así este enemigo astuto, y entendido, y vengativo, y experimentado, y viejo, y maldito pone el daño en la misma medicina, para que con lo que él pone en ella, sea daño, y no sea medicina, y estos hijos adoptivos de el Eterno Padre, hijos por gracia, y misericordia, coman veneno al comer la medicina, y que se traguen la muerte con el pan del cielo, que les da su Eterno Padre.

7. Con eso hace dos cosas muy perversas, y soberbias. La primera, abrir las puertas de la culpa, para entrar él en el alma. La segunda, cerrar las puertas de la gloria, por que no entre en ella el alma.

Porque las puertas del alma para la gloria son los santos Sacramentos; y si él hace, y procura, que se reciban indignamente, y que en su recepción, y en su administración se ofenda a Dios, ciérrale al alma la puerta para el mérito, y la gloria, y se entra él en el alma por la puerta de la culpa, y lleva tras sí la puerta, y se queda como en su casa (por decirlo mejor, como en su infierno) en el alma.

De suerte, que de ausente, y desterrado, se hace señor de aquella escala para la gloria, se fabrica la muerte, y el mismo infierno.

8. Tres cosas señala la Santa aquí, por donde Dios llama, y lleva a las almas a la gloria, y por donde el demonio procura que se vayan al infierno. La primera, las comuniones: la segunda, las confesiones: la tercera, la oración. Y porque no explica aquí la Santa, cómo es posible que el demonio pueda hacer infierno la gloria, y culpa la gracia: esto es, cómo puede hacer los medios de gloria, y gracia, que sean mal ejercitados, de condenación, e infierno, será bien que brevemente lo expliquemos, para que abramos los ojos, y escarmentemos, viendo que sabe el demonio hacer daños los remedios.

9. Lo primero, no hay duda que es manjar de vida el Sacramento eucarístico, porque este es pan del cielo, este es maná divino, este es el que no sólo nos da vida espiritual, santa, perfecta, alegre, y gozosa, sino vida eterna, y celestial; y todas estas, y otras son palabras de la ley evangélica.

Pero también es cierto, que este manjar da todo esto a quien dignamente lo recibe, y a los que con temor santo le introducen en el pecho, y con disposición conveniente, y a los que lo temen, y aman, y reciben con humildad, espíritu, pureza, y fervor. Pero a los que sin pureza conveniente lo reciben, y sin hacer juicio, y consideración, estos se comen el juicio de Dios; y el juicio de Dios adorado, y temido es gran bien; pero el juicio de Dios comido, como nos dice san Pablo, es muerte, y condenación: Juditium sibi manducat, et bibit (1, Cor. 11, v. 29).

10. Pues lo que hace el demonio para matarnos, es, ya que no puede poner veneno en el Sacramento, pónelo en la recepción, y en la disposición del que lo recibe; y hace que de tal manera lo reciba, que el que es vida recibido con reverencia, y temor, sea muerte recibido sin temor, ni reverencia.

Y así, almas, es menester atender, y entender, que no está el bien   —345→   en recibir al Señor tanto, cuanto en recibir al señor como a Señor, como a Dios, como a Esposo, como a Padre, como a Amigo, como a Pastor; y con aquella reverencia, que el buen siervo recibe en su posada al señor; con aquella fidelidad, que guarda la buena esposa a su esposo; con aquel respeto, que obedece el buen hijo a su padre; con aquella fineza, que procede con su amigo el buen amigo; con aquella obediencia, y humildad, con que sigue la oveja a su pastor; de esta suerte se ha de servir, adorar, agradar, y recibir al señor.

Porque recibirle oveja perdida, esposa adúltera, amigo infiel, esclavo duro, e inobediente hijo, ingrata criatura a su Dios, y Criador, no es, alma, no, recibirlo, sino ofenderlo, herirlo, y crucificarlo; y no se recibe vida, sino juicio, muerte, y muerte de eterna condenación.

11. La segunda medicina, en donde el demonio suele poner la ponzoña, es en el ejercicio de la santa confesión. Porque después que el demonio hirió al alma con la culpa, no tiene otro remedio la pobre, sino esta saludable medicina; y después de haber perdido la gracia, y arrojádose loca, y temeraria en el mar ponzoñoso del pecado, no tiene otro modo de librarse, sino esta segunda tabla, que es el sacramento de Penitencia.

12. Pues como el demonio aborrece tanto al alma, y quiere que sus daños sean sin remedio alguno, pone en el remedio el daño. Y siendo su remedio, que se confiese con los labios, para que no se confiese, pónele un candado en los labios; y ya por vergüenza desvergonzada, ya por pereza, ya con otros distraimientos, le tiene cerrados los labios, y siendo su remedio, que el pecador se confiese, y que sea con dolor, y contrición, o verdadera atrición, llévalo a confesar sin contrición, sin atrición, ni dolor.

Es su remedio llevar propósito de la enmienda; llévalo a que se confiese con tanta priesa, que no parece que va como quien huye del pecado, sino como quien huye del Sacramento; porque dice que va por cumplir con la Iglesia. Como quien dice: Sólo por cumplir, no por merecer; por escapar de la pena de la Iglesia, no por salir de la culpa, que me mata a mí, y escandaliza a la Iglesia.

13. Si él dijera: Voy por cumplir con la Iglesia, como hijo verdadero de la Iglesia, obedeciendo el precepto de la Iglesia, para reducirme por la gracia al gremio universal de la Iglesia, y hacerme por ella místico miembro de la Iglesia; era buen modo de cumplir con la Iglesia: pero con algunos que el demonio dilata las confesiones de año a año, no hace que así lo entiendan, sino que van por cumplir con la Iglesia: esto es, por cumplimiento, no por amor, ni santo temor. Van por que no los descomulguen, por que no pierdan su honra.

Todo esto es poner el demonio el veneno, donde ha de estar la medicina, y el que no puede poner en el Sacramento, ponerlo en despreciar el Sacramento, y en la mala recepción del Sacramento.

14. No así, no, almas, la confesión sea clara, pura, verdadera, penitente, y dolorosa: el ir a este Sacramento con dolor, con temor santo, con contrición perfecta, con propósito constante de no volver a ofender a Dios: decir limpiamente lo que impuramente obraste; a tu Padre hablas, a tu Dios, a quien derramó por ti su sangre, a quien desea, más   —346→   que tú, tu remedio, a quien sabe ya al decir, aquello que comiste al pecar. El mismo que se halló viéndolo cuando pecabas, y donde pecabas, lo está oyendo donde lo confiesas. No mires tanto al sacerdote, cuanto a Dios, que se representa en el sacerdote.

15. La tercera medicina del alma, en que santa Teresa señala, y advierte, que el demonio pone ponzoña, es la oración; y aquí puede advertirse, cuán importante remedio es la oración para el alma; pues santa Teresa lo propone con el Sacramento eucarístico, y la confesión; y el demonio, como a remedio tan eficaz, asesta a él su artillería, y su ponzoña.

16. En la oración puede poner el demonio de muchas maneras la ponzoña, y todas en mi sentimiento se vencen de una manera. Puede ponerla convidando en la oración con deseos de propia excelencia; porque sólo el orar es dignidad (ya se ve) hablar con Dios, ponerse delante de Dios, tratar con Dios. Sólo hablar con el rey, es dignidad: ¿pues qué será hablar con Dios? Y si de aquí, de donde le ha de nacer al alma humildad, y confianza, y decir con Abrahán: Cum sim pulvis, et cinis (Gen. 18, v. 27), que es polvo, y ceniza; ella se engríe, ensoberbece, se desvanece, y desea arrobos, visiones, revelaciones, y busca otros delirios como este, que recibidos son peligrosos, y deseados dañosos, ya el demonio puso su ponzoña en la oración de aquella alma.

17. Lo segundo, la puede poner con turbar el demonio la imaginación del que ora, y ponerle en ella, y en la fantasía ilusiones, engaños, y disparates. Y si el alma se deja gobernar de la imaginación, y no apela de la imaginación a la humildad, y sinceridad del corazón, y al consejo del prudente confesor, ya come el alma ponzoña.

18. Lo tercero, suele poner sequedades, tentaciones, torpezas, y otros mil modos de tentar al orador, para retraerlo, y apartarlo de aquel soberano, y utilísimo ejercicio. Y si el alma no resiste, y persevera, antes se acobarda, y se retira, ya el demonio la va destruyendo con la ponzoña, que la puso en la oración.

19. Casi a estos tres modos de ponzoña se reduce la que pone el demonio en la oración; y todas tres se vencen con una manera de pelea, y defensa, que es con armarse el alma de humildad, de consejo, y perseverancia.

20. Para las primeras tentaciones de visiones, revelaciones, y cosas de este género, humillarse, negándose a todo lo que no fuere la humildad, y obrar con el consejo del prudente, y docto padre espiritual.

21. Para el segundo daño, ha de buscar por los mismos pasos el remedio, humildad, y consejo; y purificar la intención, y no desear sino a Dios, y padecer por Dios, y negarse en todo a las criaturas, para agradar a su Criador, a su Señor, y a su Dios.

22. Para las terceras (que son sequedades, y otras deste género) el remedio es, lo que dice la misma Santa, y la humildad con la perseverancia, y no dejar la oración, y antes morir perseverando con ella, que no vivir vencido del enemigo, huyendo de la oración.

Porque aunque todas las virtudes corren a conseguir la corona, pero entre todas es la perseverancia la que se lleva la corona: Omnes quidem currunt, sed unus accipit bravium (1, Cor. 95, v. 24). Pues ni el que   —347→   corre es algo, ni el que pelea, ni el que obra, ni el que padece, ni el que merece, sino aquel que persevera.






ArribaAbajoAviso XVII

Cualquiera cosa grave, que se haya de determinar, pase primero por la oración



Notas

1. Esta es máxima utilísima, y tan clara, que más necesitamos de ejercitarla, que de explicar.

2. Cinco cosas, entre otras, tiene la oración admirables, y provechosas, para que el varón espiritual, y cualquiera alma se aconseje con la oración. La primera, es la luz que Dios allí comunica para el acierto. Pues habiendo dicho tantas veces: Petite, et dabitur vobis: quærite, et invenietis: pulsate, et aperietur vobis (Lucæ, 11, v. 9): Pedid, y recibiréis: llamad, y os responderán: orad, y rogad a vuestro Padre celestial, y otras razones como estas, en las cuales está ofreciendo su divina Majestad a los que oran, y le piden, que les concederá lo que le piden: ¿qué duda hay, que quien fuere a suplicarle luz, acierto, y dirección, se la dará en la oración?

3. Lo segundo, tiene también de bueno el acudir por consejo a la oración el humillarse el que ha de tomar la resolución; porque en mi concepto el mayor daño de las resoluciones depende de la presunción, y vanidad al resolver: porque para todo nos parece que bastamos, y que nuestro entendimiento no necesita de otra luz que de la suya, y todo lo sufriremos, sino el que otro diga que sabe más que nosotros: y bien pasará uno porque otro diga, que sabe coser mejor que él; pero que sabe gobernar mejor que él, no lo sufrirá, ni aun el que no sabe otra cosa que coser.

Cuántos zapateros hay, que dicen desde su banquillo, si yo fuera presidente, si yo fuera del Consejo, si yo gobernara el mundo: porque le parece a él que es más hábil para gobernar al mundo, que para dar buen cobro de los zapatos, que está cosiendo en su banco.

4. Esta presunción del gobernar, y del resolver, no se la quitará al hombre, sino la gracia de Dios; porque entró en el hombre con la culpa, y su desgracia: pues desde que el demonio puso a nuestros primeros padres al oído aquellas venenosas palabras: Eritis sicut Dii (Gen. 3, v. 5): Seréis como dioses; esto es, sabréis como dioses, heredó toda su posteridad la presunción del saber.

Pero el que va a la oración, si se humilla, y conoce su ignorancia, y en figura de pobre de sabiduría, pide limosna a Dios (que es la misma sabiduría, y entendimiento) humillado, y resignado, ya se puede tener por alumbrado, y enseñado. Y pues él sabe que ignora, sabe el principio de la sabiduría, y el medio de desterrar la ignorancia.

5. Lo tercero, porque el que va a la oración por consejo, se conoce   —348→   que va con buena intención; pues nadie va a Dios sino con deseo de agradarle, y de servirle; y mucho lleva andado para el acierto, el que lleva buena intención al consejo.

6. Lo cuarto, porque el que va a Dios por la oración, para que le aconseje en ella, no es posible que ya que no acierte con lo mejor, dé por lo menos en lo malo. Porque delante de Dios, y en su presencia, y humilde, arrodillado, compungido, y devoto; ¿cómo es posible que resuelva cosa que sea ofensa de Dios? Y gran cosa es, ya que no acertemos con lo mejor de lo bueno, no caer, ni llegar, ni incurrir en lo peor de lo malo.

7. Lo quinto, porque el que va por consejo a la oración, por lo menos lleva la ventaja del pensar en el negocio, que va a resolver: y gran cosa es para acertar, el meditar, pensar, premeditar, y discurrir sobre la resolución de aquel negocio.

Una de las cosas que tiene perdido el mundo, es el resolver sin pensar, y que primero se vea el efecto, que el consejo: y que gobierne la ligereza, e inconsideración, y presunción, lo que ha de gobernar la meditación, la consideración, y la luz de Dios, por la oración, y consejo.

8. A este propósito vienen bien las palabras del Profeta: Desolatione desolata est onmis terra, quia nullus est, qui recogitet corde (Jere. 12, v. 11). La asolación, o la disolución de la ciudad, y el desuello de los ciudadanos, y del mundo, es sobrar resoluciones, y faltar consideraciones: obrar mucho, y pensar poco.






ArribaAbajoAviso XVIII

1. Procúrense criar las almas muy desasidas de todo lo criado, interior, y exteriormente: pues se crían para esposas de un Rey tan celoso, que quiere que aun de sí mismas se olviden.


Notas

1. Toda la vida espiritual se encierra en este documento, y aviso. Y como quiera que la vida más espiritual ha de ser la de las esposas de Cristo bien nuestro, fuera de la de los sacerdotes, religiosos, y obispos, que estos solos deben aventajarlas por su ministerio; está bien encaminada esta luz a las hijas de santa Teresa, y con esa luz es bien que veamos, y en esta fuente bebamos todos.

2. La vida del seglar, y de cualquiera otro que tenga por fin esto temporal, entre otras cosas que tiene de pésimo, es, que sigue una profesión tan arriesgada con gobernarse por su propia voluntad, que con lo que le ofrece el mundo, le cautiva; y con lo que apasiona, aprisiona; y con lo que convida, mata; y con lo que alegra, encadena; y con lo que encadena, condena.

La razón es clara; porque el corazón que crió Dios para sí libre, suelto, y desasido, luego que es llevado, ganado, y arrastrado del apetito,   —349→   y gusto de lo temporal, se ase, se cautiva, rinde, y traba con esto bajo, torpe, terreno, y sensual, de suerte, que de libre de Dios, se hace siervo miserable del mundo, y cautivo del demonio.

3. Esta es la causa por que el alma santa ha de procurar no amar cosa criada, sino por Dios, y con Dios, y para Dios; porque no hay amor, que sin estas calidades no sea un despeñadero, y que no esté llamando a muchísimos peligros, y a gran número de daños.

Por eso se podrá llamar el amor de las criaturas, amor con miedo, porque no han de amar las almas a cosa criada, en que no deban obrar con gran recelo de amar. Está lleno de esquinas, por donde anda el amor de las criaturas, y apenas halla las calles: todo es encontrar con las esquinas, y por eso suele dar más caídas, que no pasos, y más pasos al caer, que no al andar.

4. Sólo el autor de Dios es amor sin miedo de amar, y allí puede el alma arrojarse a amar sin tasa al que sin tasa nos ama. Una cosa pido a Dios, y otra aborrece mi alma. La que le pido es que no me deje amar a las criaturas sin el Criador; y que sea por el Criador todo amor que diere a las criaturas. La que aborrece mi alma, es, el desear en esta vida sino a Dios, pues no hay otra cosa que desear sino a Dios en esta vida.

5. Cuanto damos de amor a las criaturas, tanto lo hurtamos al Criador, como otras veces he dicho: y cuando parece que somos agradecidos, o amantes, no somos sino ladrones ingratos a aquel amor.

Que yo le dé al padre, a la madre, a la esposa el amor ordenado, y santo, es muy santo, y ordenado: pero que ni al padre, ni a la madre, ni a la esposa, ni al hijo le dé amor, que para dárselo a él, sea menester que se lo quite a Dios, es desordenado amor.

6. Más fácilmente debemos dar el dinero, la ocupación, y el tiempo, la salud, y la persona a las criaturas, que no el corazón; porque aquello tal vez es justo, y necesario, y comúnmente honesto el darlo; pero el corazón sólo a Dios.

Hijo, dice el Espíritu Santo, dame tu corazón: Fili præbe mihi cor tuum (Prov. 23, v. 26). Esto que pide Dios al alma, le está cada instante pidiendo con notable ansia el demonio. Toda la guerra de el demonio con Dios, es sobre quien ha de ser señor del corazón del hombre, y quien ha de poseer, y llevarse para sí esta joya de el humano corazón.

7. Pondera excelentemente al intento san Bernardo, que a vista de los cielos, y de la tierra, se está peleando por Dios, y por el enemigo común de las almas, sobre quien será señor de un corazón tan corto, y pequeño, que no basta para satisfacer al almuerzo de un pequeño gavilán.

8. Verdad es, que aunque es esta su medida, y tan pequeña, y limitada, es capaz del mismo Dios, por estar allí el alma racional, que es imagen viva de Dios. Halló san Antonio abad un día al demonio muy solícito entre sus monjes, haciéndoles repetidas reverencias, y muy grandes cortesías, y procurando granjearlos de innumerables maneras. Dijo el santo: ¿Que quién le había traído a la casa de los santos, siendo la misma maldad? A que respondió, que toda su pretensión, no era más que le diesen sus monjes una niñería. Y preguntándole: ¿Cuál? Dijo: Que una media luna, un ojo de un buey, y la cuarta parte de la rueda: y con esto desapareció.

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9. Quedó el santo confuso, y para saber lo que había de negar al demonio, quiso con sus hijos averiguar lo que pretendía: y hallaron que por todas aquellas cosas tan disformes, raras, y diferentes, quería pedir, y arrancar del alma del monje su corazón. Porque la media luna es una C, el ojo del buey, que siempre es redondo, es una O, la cuarta parte de rueda, es la primera letra de, Rota, en latín, que quiere decir Rueda, que es una R, y juntas estas tres cosas distantes, significa corazón, COR. Con esto habiendo entendido los monjes la pretensión4 que tenía a su corazón este fiero enemigo de las almas, pusieron más cuidado en guardarse de sus uñas, y poner sólo en Dios su corazón.

10. A esto miran unos versos muy discretos, que dicen que se hallaron en un antiguo sepulcro, que dicen:


Dimidium sphæræ: sphæram, principe Romæ
Postulat a nobis divinus Conditor orbis.



Una media bola, una bola entera, y la cabeza de Roma le pide a las criaturas su divino Criador. Porque una media bola hace figura de C, una entera de O, la primera letra de Roma, R, y todo junto COR, que es el corazón.

11. Por esto santa Teresa quiere los corazones de sus hijas desasidos. Y añade: Interior, y exteriormente, porque es celoso su Esposo. Desasido en lo interior; esto es, desnudo el corazón de todo humano amor, y deseo, no sólo de lo malo en lo grave, que esa no es fineza, sino obligación, no sólo de lo malo en lo leve, que eso aunque no fueran esposas lo debían a su misma conveniencia, sino de lo bueno, cuando lo bueno, por el asimiento, puede llegar a imperfecto, y de imperfecto hacerse perdido, y malo.

Porque aun lo bueno, si llega a ser asimiento, ya sea de lo natural, como padre, madre, hermanos; ya sea de lo espiritual, como lágrimas, regalos espirituales, y otras cosas deste género, como se tenga con propiedad en el alma, cautiva al humano corazón, y lo entretiene, y lo detiene, para que no llegue a la unión, que por la voluntad ha de tener la esposa con el Esposo.

12. Por esto dice el beato padre, y místico doctor fray Juan de la Cruz (Lib. 1, de la Sub. del Mont. C. 11), que como un pajarito estuviese atado, aunque no fuese con una cadena gruesa de hierro, sino muy delgada, atado estaba. Y que así el alma, como quiera que esté atada, ya con cadena gruesa de hierro en lo grave, aunque no llegue a culpa grave; ya con cadena delgada de hierro en lo leve: ya con cadena de oro en lo permitido, y bueno, asida con el amor propio, y atada, no es posible que llegue a unión perfecta de voluntad con su Criador. Y así para que el alma sea toda de Dios, es menester que no tenga en ella parte la criatura, ya sea la criatura a quien ama, y sea la misma alma, que ama con propiedad a la criatura. Porque es tan celoso Dios del alma, que no sólo tiene celos de que ella ame a otra cosa que a Dios, sino de que se ame el alma a sí misma.

13. Y dice la Santa: Sin asimiento exteriormente, por que no sólo se nieguen al interior asimiento, sino a esto exterior, cuanto sea posible, para que se hallen más libres en lo interior, negadas a lo exterior. Porque   —351→   aunque el asimiento que daña, es siempre el interior; pero para asirse con lo interior, dispone muchísimo lo exterior. Porque la esposa del Señor, que tiene su trato con las criaturas, si con ellas anda frecuentemente en lo exterior, muy presto les dará lo interior. Y la monja, que da a la amiga con exceso la conversación, ella le dará bien aprisa el corazón.

Y la religiosa, que siempre está tratando con sus padres, o parientes, no soltará el amor de sus parientes, y padres: y cuanto tuviere de trato no necesario con ellos, irá cobrando de asimiento; y cuanto crezca aquel, crecerá este. Y así la Santa quiere a sus hijas desasidas en lo interior, y exterior: y que estén desasidas desto, para que lo estén de aquello.

14. Añade: Pues se crían para esposas de un Rey tan celoso, que quiere que de sí mismas se olviden. Aunque lo encarece bien; pero es poco, respeto de lo que Dios es celoso: porque no hay amor de propiedad tan delicado, y delgado del alma a las criaturas, que no le embarace a Dios; y en siendo amor con gusto de amar a la criatura, todo se lo quita a Dios. Porque dice su divina Majestad (y con razón) que cuanto el alma ocupa de amor ajeno, tanto le quita al divino: y como Dios la quiere a ella sin limitación alguna, quiere que ella a Dios ame sin limitación. Y que pues Dios la quiso hasta negarse a su misma vida, dándola por ella en una cruz, se niegue ella por Dios (como dice la Santa) hasta negarse a su misma vida.

15. Y como Dios la quiso más al vivir, le quiera ella más que al vivir. Y si otra cosa quiere con Dios, y tiene con Dios en el corazón, en no viviendo con Dios, y por Dios, y para Dios, ya está Dagón en un templo con Dios, y es menester que salga Dagón, o Dios. Y si no está Dagón, porque no perdió la gracia, están allá los mensajeros de Dagón, y de el Dragón, que son los asimientos, las pasiones, que si no se arrojan de el corazón, vienen a parar en prisiones, que va poniendo al alma aquel Dagón, y Dragón.

16. A esto mira lo que dijo el Señor, que el que le ha de seguir, se niegue a sí mismo; no sólo a sus padres, sino a sí mismo: Abneget semelipsum, et sequatur me (Lucæ 14, v. 26). Y en otra parte, a sus padres, y a sus hermanos; y lo que es más: Adhuc autem, et animam suam, y a su misma vida, y amor ha de negarse: y alma que no hace esto, no es esposa fina, y leal de el Señor. Y así de todo ha de andar el alma espiritual desasida, y sólo a Dios, y de Dios asida.

17. Pareciome muy bien el sentimiento de un alma, que la noche de Navidad, viendo que eran las doce de la noche, y que estaba el niño Jesús llorando en las pajas de el pesebre, le dijo:


Las doce son de la noche,
Niño Dios, y no dormís:
Si es amor, ¡ay Dios qué dicha!
Si son celos, ¡ay de mí!



Porque aquella alma temerosa, y fervorosa decía: Si mi amor, y su amor no le dejan dormir a Jesús, dándole, yo el mío, y dándome a mí el suyo, ¡dichosa yo que le hago velar de amor! Pero si los celos, y recelos   —352→   que tiene de mí, y de que amo las criaturas, no sólo le hacen velar, sino que le obligan a llorar, ¡ay de mí!

18. Esta copla ha de ser la fuga de las almas devotas en esta música espiritual. Y examínense bien en lo interior, y exterior: y averigüen si Dios puede estar juntamente celoso de sus propiedades, o asimientos, o pasiones; y huir de ello, como de el fuego, para que sea fuego de amor, y no de celos el que desvele al Señor.






ArribaAbajoAviso XIX

Procuren ser los religiosos muy amigos de pobreza, y alegría; que mientras durare esto, durará el espíritu que llevan



Notas

1. Es esta muy discreta, y espiritual máxima: Pobreza, y alegría. Puso primero la pobreza, y luego a la alegría; como quien pone primero a la madre, y luego a la hija. Y aun con ser gentil, un gentil entendimiento filosófico decía, que es cosa alegre la pobreza, y que la alegría desaparece, y destierra la pobreza honesta: Res est læta paupertas. Y añade: Non est paupertas, si læta est (Séneca).

2. Creo que ya lo dijimos arriba, pero merece repetirse; por que no sólo el sol de santa Teresa nos alumbre, sino la vela de este discreto pagano, y nos avergoncemos los cristianos de amar con tal ansia las riquezas: Honesta cosa es la pobreza alegre. Y añadió: Antes si es alegre, no es pobreza. La pobreza da alegría, y aquella alegría da riqueza santa, destierra a la pobreza, y deja al alma llena de celestiales riquezas.

3. Pero es menester advertir, que aquí no se habla propiamente de la pobreza de las alhajas solamente, aunque esta es necesaria en quien profesa pobreza, y aun a los que no la profesamos con el voto, aunque la debemos profesar con el espíritu; por que no nos cautiven las alhajas, y en lugar de ser riquezas de varones: Divitiæ virorum, seamos nosotros (lo que Dios no permita) Viri divitiarum, que Nihil invenerunt in manibus suis (Sal. 75, v. 6), cautivos de las riquezas, que nos hallamos, al morir, sin riquezas de virtudes, por morir rodeados de riquezas, sin virtudes.

4. La pobreza, de que se habla aquí principalmente, es la de deseos, y afectos, que acompaña a la pobreza de alhajas. Y esta pobreza, yo juzgara, que trae consigo alegría; porque tiene dentro de sí a Dios, y es Dios la misma alegría. La pobreza voluntaria arroja de sí cuanto tiene, y cuanto desea; y con eso en el corazón vacío de criaturas, entra Dios, y tanto más llena, cuanto halla mayor vacío; y un corazón lleno de Dios, forzoso es que esté alegre, y que sea esta pobreza, no sólo alegre, sino la misma alegría.

5. De aquí deduce esta consecuencia, y máxima la religión de el Carmelo,   —353→   y la misma procuremos imprimir todos en el corazón, que si queremos alegría, no la pidamos al mundo, sino a Dios: y que cuanto entrare en el corazón más de pobreza, y arrojaremos de deseos, tanto entrará más de Dios; y que al salir los deseos, irá entrando la alegría, porque ni cabe con Dios tristeza, ni alegría sin Dios.

6. Hasta aquí (más para consuelo de los padres que me lo han pedido, que no porque estas celestiales cartas, y avisos de la Santa necesitasen de notas) he escrito lo que tumultuariamente se me ha ofrecido a la consideración entre mucha ocupación del ministerio que sirvo, y tan aprisa, que ello mismo está diciendo con sus imperfecciones, y defectos, que ha obrado al escribirlo mi pluma: Sicut calamus velociter scribentis (Sal. 44, v. 2). Si a vuestra reverendísima le parece, que pueden ser de algún servicio a Dios, y honra de la Santa el imprimirlas, lo remito a su censura. Guarde Dios a vuestra paternidad reverendísima como deseo. Osma 28 de marzo de 1656.

De vuestra paternidad reverendísima M. S.

Juan, obispo de Osma






 
 
Fin
 
 




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ArribaÍndice

De las cosas notables que se contienen en este tomo


Abreviaturas
C.significaCarta.
Not. id.Notas.
A. id. Avisos.
Cap.id. Capítulo.
N. id. Número marginal.

Abigail. Pareciose en la intercesión santa Teresa a Abigail: C. 13, Not. 5.

Afabilidad, y dulzura5. Conócese la agradabilísima de la santa en unas expresiones de fineza que escribe al maestro fray Domingo Báñez: C. 16, n. 1.

Agradecimiento6. El bien que nos hicieron en alguna gran necesidad debe ser más agradecido: C. 62, n. 1.

Agravios. No nos hemos de acordar de los agravios que nos hicieron, y así se deben olvidar; pero sí de los que hicimos, para satisfacerlos: C. 52, n. 4 y 5.

Agua bendita. Es la mejor cosa para que huya el demonio; mas es necesario que lo toque: C. 33, n. 8.

Agustín (san). Cítale la santa en la sentencia que dice: Pasa el espíritu de Dios como la saeta, que no deja señal: C. 32, n. 8.

Alegría. Es don especial, que comunica el Señor a los hijos, y hijas de santa Teresa, pues siempre está la alegría en sus corazones: C. 19, Not. 4. Es gran bien andar las monjas con alegría, y grandísimo perjuicio el estar descontentas: C. 26, n. 10. Procuren los religiosos ser muy amigos de pobreza, y alegría, y mientras dure esto durará el espíritu de Dios: A. 19.

Alma. Son como las bestias los que no se paran en considerar la grandeza de sus almas: C. 30, n. 12. Algunas veces parece que anda el alma fuera de sí, y que anima al cuerpo estando en otra parte: C. 32, n. 9.

Alonso de Cepeda (el señor), padre de la santa7. No podía esta llevar en   —358→   paciencia, que sus parientes volviesen a pedir en justicia la hacienda que su padre había vendido: C. 29, n 7.

Alonso Ramírez8. Fue ciudadano de Toledo: quiso fundar el convento de religiosas Carmelitas de aquella ciudad, en se levantaron algunas contradicciones; y le dice la santa, que, cuando a él, y a ella los apedreen por el asunto, irá bien la fundación: C. 38, n. 4.

Alonso Velázquez (don), obispo de Osma9. Escribiole la santa una carta la más discreta, y espiritual de todas las suyas, en que le enseña a orar, siendo así que era su confesada: C. 8. Manifestó el Señor las grandes virtudes de este prelado a la santa, pero que le faltaba la oración: Ibid. n. 3.

Álvaro de Mendoza (don). Le apreciaba tanto la santa, que decía, que sólo con saber que su ilustrísima estaba bueno, pasaría ella con gusto todas sus enfermedades: C. 4, n. 1. Decíale la santa, que nadie le tenía amor tan desnudo de intereses, como ella, y sus hijas, pues sólo querían que él las quisiese: Ibid. N. 4. Favoreció mucho a la santa, y a su religión: hízola dos señalados beneficios, el primero admitir el convento de san José de Ávila debajo de su jurisdicción, para que se pudiese fundar; y el segundo entregarle a la Orden, después de asegurado, para que se pudiese mantener: Ibid. Not. 2.

Ambrosio Mariano (fray). Hácele la santa discretas advertencias en varios puntos en que le escribe: C. 28, por toda.

Amistad, y amigos. No se ha de dar gusto a los amigos en lo que es contra la conciencia: C. 28, n. 1. Importa tener gran precaución para fiarse de los amigos: Ibid. n. 9. Se deben conservar a los amigos: C. 54 n. 6. Es injusta la amistad, que calla los defectos del amigo, cuando estos se pueden remediar diciéndolos al superior C. 62, n. 2.

Amor de Dios10. El amor de Dios quita el de las criaturas, para no estar el alma asida a ellas: C. 32, n. 5. Este amor la da un señorío sobre todo lo criado: Ibid. A quien ama a Dios le sirve de cruz todo lo de este mundo: A. 7, n. 1. El verdadero amor de Dios ha de hacer concierto con su Majestad de ser todo suyo, y no querer nada de sí: A. 8, n. 2.

Amor en común11. El amor iguala términos muy desiguales: C. 1, Not. 8. Desde luego empezó el espíritu de la santa a caminar más por amor, que por temor: C. 19, n. 12.

Ana Henríquez (doña)12. Fue de la casa de los marqueses de Alcañizas, muy amiga de la santa, y esta la escribe la C. 12.

Ana de Jesús (la venerable madre). Repréndela agriamente por lo sucedido en la fundación de Granada: C. 65, por toda ella. Corrígela el que echase menos no la pusiesen en el sobrescrito de las cartas presidenta, o prelada, sino sólo Ana de Jesús: Ibid. n. 11.

Andalucía. Dice la santa, que halló en esta provincia sujetos de buen talento, y letras, y que quisiera los tuviera su religión así en la provincia de Castilla: C. 13, n.4. Dice que no era para ella la tierra de Andalucía, y que deseaba verse en la tierra de promisión, por Castilla la Vieja: C: 47, n. 11. Es menester más ánimo para salvarse en Andalucía, que en Castilla la Vieja, por la fertilidad, y delicias de aquella tierra: Ibid. Not. 10. Véase verbo Sevilla.

Ánimo. Necesítale mucho el alma en los principios que empieza a tener arrobamientos, y arrebatamientos: C. 18, n. 13. Decían a la santa personas muy letradas, que estaba obligada a no ser cobarde en la fundación de su primer convento: C. 29, n. 2. Muestra el valor que   —359→   tenía la santa cuando la ponían algunos miedos con el arzobispo de Granada: C. 65, n. 4.

Antonio Morán. Consolose mucho la santa con él, por las noticias que la dio de su hermano el señor Lorenzo de Cepeda: alábale de hombre muy verídico, y entendido: C. 29, n. 4, 5 y 6.

Arrobamiento. Causa espanto esta voz, y así la santa lo solía explicar con el nombre de suspensión: C. 18, n. 9. Diferénciase el arrobamiento de la unión, en que suele durar más que ella, y se siente más en lo exterior, porque falta en él en algún modo el calor natural, y el cuerpo, y miembros quedan como muertos: Ibid. n. 10 y 11. Entiende el alma más de lo que goza en el arrobamiento, que en la unión, y queda con mayores afectos: Ibid. n. 12. Diferénciase el arrobamiento del arrebatamiento, en que aquel empieza por poco, y éste muy veloz: necesita el alma mucho ánimo en los principios del arrebatamiento: Ibid. n. 13. Quedan grandes efectos, y especialmente conocimiento del poder de Dios: Ibid. n. 14. Uno se levantó serafín en un arrobamiento, y descendió Lucifer: C. 23, Not. 12. Padecíalos en público la santa, y escribe a su hermano para que pida a Dios se los quite: C. 32, n. 3. Véase verbo Oración.

Asimiento. A nada de esta vida le han de tener las almas religiosas, ni aun a sus preladas; éstas crían esposas para el Crucificado, y las deben quebrantar la voluntad, para que no se apegue a criaturas: C. 65, n. 9 y 10. Procúrese criar las almas muy desasidas de todo lo criado, porque se crían para esposas de Cristo: A. 18.

Atrevimiento. Son los atrevidos necios, y en dándoles un poco de favor, se toman mucho: C. 11, n. 4.

Ávila13. Refiere la santa la mucha virtud de esta ciudad, y el grande aparejo de estudios, y otras comodidades para la buena crianza de los hijos: C. 30, n. 7.

Avisos. Dio el Señor cuatro avisos a la santa para la manutención religiosa de su reforma: A. n. 2.

Baltasar Álvarez (el padre) de la Compañía de Jesús. Tenía la santa en él todo su consuelo, y la parecía le gozaba poco: C. 12, n. 1 y 5. Fue insigne varón, espiritualísimo confesor de la santa, que la supo bien mortificar; y en una ocasión que ella deseaba con ansia una respuesta suya, remitiéndola el papel, le mandó que no le abriese en dos meses: Ibid. Not. 1 y 2.

Bartolomé de Medina (el padre fray) domínico, y catedrático de Salamanca. Por noticias sentía mal de las cosas de la santa, y sabiéndolo ella, deseó más tratarle, que con quienes aprobaban su espíritu, y lográndolo, la aseguró más que los otros este gran sujeto: C. 19, n. 13.

Beatriz de Jesús. Fue sobrina carnal de la santa; la costó mucho el ganarla para Dios, y la religión, por la resistencia de sus padres: C. 7, n. 3. Tratola el señor Palafox, siendo priora del convento de santa Ana de Madrid, y le dio una imagen de Cristo crucificado, que ella había traído consigo más de cuarenta años, y él hizo lo mismo en más de diez y siete: Ibid. Not. 3.

Beneficios. No se han de perder los amigos, y bienhechores, que han beneficiado en varios asuntos, por que éstos alguna vez falten en algo: C. 47, n. 9. Véase las notas de esta carta 13 y siguientes. Véase verbo Favores, y Mercedes de Dios.

Burgos. Dice la santa, que padeció mucho en la fundación del convento   —360→   que hizo en esta ciudad: C. 7, n. 2. Ocasionó estos trabajos el señor arzobispo de aquella ciudad, aun siendo un gran prelado, y observantísimo: Ibid. Not. 2.

Cáliz. No quería la santa fuesen de metal inferior a la plata, porque no se sufre el que los del mundo se sirvan con plata, y a Dios con bronce: C. 34, n. 2.

Calumnias. Donde falta el temor de Dios, es fácil el levantar calumnias contra el prójimo, y el probarlas con falsedades: C. 1, n. 1.

Camino. Hemos de dejar a Dios que obre en nosotros lo que gustare, no queriendo otro camino que el que nos diere su Majestad: C. 33, n. 10.

Cárcel14. Las cárceles, y persecuciones las llevaba la santa con gozo por Dios, y su religión: C. 27, n. 1. Desde la cátedra de su cárcel enseña la santa la doctrina, que hace dulces los trabajos padecidos por Dios: Ibid. Not. 1 y siguientes.

Cartas15. Expresa la santa el consuelo que tenía con las cartas de Gracián, y se queja de que no le responde a todo, y que se olvida de poner la fecha: C. 23, n. 1. Encarga a su hermano el señor Lorenzo de Cepeda, que siempre lea sus cartas, y dice puso mucho cuidado en que fuese buena la tinta en una que le escribió: C. 29, n. 14. Aun cuando escribía la santa en puntos domésticos, y temporales, juntaba lo humano con lo divino con admirable espíritu: C. 30, Not. 1. Dice la santa a su hermano, que jamás volvía a leer las cartas que escribía, y que si faltan algunas letras, que las ponga él allá, pues importa poco esto, como se entiendan: C. 32, n. 10. Hizo daño a la santa escribir muchas cartas, y la mandaron no escribiese, hasta después de las doce: C. 33, n. 1. Es gran trabajo el escribir cartas, pero son inexcusables para suplir la ausencia, y gobierno del mundo: C. 33, Not. 8. Pueden tomar los secretarios de los señores de las cartas de la santa, fórmula, y modelo para escribir un pésame: C. 39, n. 1. Algunos por dar una mala nueva escriben cartas largas, y de mala letra: C. 47, Not. 2. Véase el n. 1 de esta carta. Véase verbo Escritos, Firmas, Libros, y Letras.

Casilda de san Angelo16. Fue Carmelita en el convento de Valladolid: la aplaude la santa de gran talento, y dice eran muchas las mercedes que recibía de Dios: C. 12, n. 2. Chupó la materia que salía de la llaga de otra religiosa: Ibid. Not. 3.

Castidad. Jamás en cosa de su espíritu sintió la santa cosa que no fuese limpia, y casta, y dice que las cosas sobrenaturales no inclinan a lo contrario, porque traen olvido del cuerpo: C. 19, n. 25. Véase para inteligencia de esto las Not. 37 y 38 de dicha carta. Da a entender la santa, escribiendo a su hermano, que siempre la libró el Señor de pasiones contra la pureza: C. 32, n. 6. Suelen venir movimientos sensuales en la oración, y aun cuando se comulga; no se deben dejar por eso las comuniones: C. 33, n. 4.

Catalina de Cristo. Fue insigne: amola mucho la santa, y la escribe la carta 42. Compendia su vida el señor Palafox: Ibid. Not. 6 y siguientes.

Causa jurídica, o Proceso. Hiciéronla contra la santa, y sus monjas de   —361→   Sevilla, y oprimidas éstas del miedo de descomuniones, las obligaron a deponer muchas cosas inciertas: C. 17, n. 5. Véase la Not. 3 de esta carta. Cuando el juez está apasionado, probará lo que quisiere, especialmente si el testigo es mujer, y tiene miedo: Ibid. Not. 7. Donde falta el temor de Dios, se levantan muchos testimonios, y será fácil probarlos: C. 1, n. 1. Quéjase la santa de que en una jurídica, que se hizo en su convento de Sevilla, se contestaron cosas, que eran inciertas: C. 51, n. 6. Siente la poca verdad que se practicó en este proceso, y hace oración por dos religiosas, que fueron las que más faltaron: C. 58, n. 2. Fatigábase la santa porque estas dos monjas no se reconocían de haber faltado a la verdad: C. 60, n. 3 y 4. Procura la santa por estas dos religiosas para el fin de que se reconozcan: C. 61, n. 5.

Celo de las almas17. Sentía la santa con eficacia en sí deseos de alabar a Dios; y de aquí se la originaban los grandes anhelos que tuvo por el bien de las almas: C. 19, n. 27. Sentía grandemente la santa la perdición de los indios, y de otras almas: C. 30, n. 12.

Censos. Hay gran trabajo en cobrar los censos, y son mejores las haciendas: C. 31, n. 10. En habiendo con qué quitarlos, luego se debe ejecutar: C. 62, n. 5.

Chaves (el maestro). Fue confesor de Felipe II, de gran entereza. Dice la santa a Gracián se valga de su intercesión para ganar el auxilio del rey: C. 22, n. 2. Véase la Not. 10 y 11 de esta carta.