Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCarta XXI

Al padre Gonzalo de Ávila, de la Compañía de Jesús. Confesor de la Santa


1. Jesús sea con vuestra merced. Días ha que no me he mortificado tanto como hoy con letra de vuestra merced. Porque no soy tan humilde, que quiera ser tenida por tan soberbia; ni ha de querer vuestra merced mostrar su humildad tan a mi costa. Nunca letra de vuestra merced pensé romper de tan buena gana. Yo le digo, que sabe bien mortificar, y darme a entender lo que soy; pues le parece a vuestra merced que creo de mí puedo enseñar. ¡Dios me libre! No querría se me acordase. Ya veo que tengo la culpa; aunque no sé si la tiene más el deseo, que tengo de ver a vuestra merced bueno: que desta flaqueza puede ser proceda tanta bobería como a vuestra merced digo, y del amor que le tengo, que me hace hablar con libertad, sin mirar lo que digo: que aun después quedé con escrúpulo de algunas cosas, que traté con vuestra merced y a no me quedar el de inobediente, no respondiera a lo que vuestra merced manda; porque me hace harta contradicción. Dios lo reciba. Amén.

2. Una de las grandes faltas que tengo, es juzgar por mí en estas cosas de oración; y ansí no tiene vuestra merced que hacer caso de lo que dijere; porque le dará Dios otro talento, que a una mujercilla como yo. Considerando la merced, que nuestro Señor me ha hecho de tan actualmente traerle presente, y que con todo eso veo cuando tengo a mi cargo muchas cosas que han de pasar por mi mano, que no hay persecuciones, ni trabajos que ansí me estorben. Si es cosa en que me puedo dar prisa, me ha acaecido, y muy de ordinario, acostarme a la una, y a las dos, y más tarde, por que no esté el alma después obligada a acudir a otros cuidados, más que al que tiene presente. Para la salud harto mal me ha hecho, y ansí debe de ser tentación, aunque me parece queda el alma más libre: como quien tiene un negocio de grande importancia, y necesario, y concluye presto con los demás, para que no le impidan en nada a lo que entiende ser lo más necesario.

3. Y ansí todo lo que yo puedo dejar que hagan las hermanas, me da gran contento, aunque en alguna manera se haría mejor por mi mano; mas como no se hace por ese fin, su Majestad lo suple, y yo me hallo   —109→   notablemente más aprovechada en lo interior, mientras más procuro apartarme de las cosas. Con ver esto claro, muchas veces me descuido a no lo procurar, y cierto siento el daño: y veo que podría hacer más, y más diligencia en este caso, y que me hallaría mejor.

4. No se entiende esto de cosas graves, que no se pueden escusar, y en que debe estar también mi yerro; porque las ocupaciones de vuestra merced sonlo, y sería mal dejarlas en otro poder, que ansí lo pienso, sino que veo a vuestra merced malo, querría tuviese menos trabajos. Y cierto que me hace alabar a nuestro Señor ver, cuán de veras toman las cosas que tocan a su casa, que no soy tan boba, que no entiendo la gran merced que Dios hace a vuestra merced en darle ese talento, y el gran mérito que es. Harta envidia me hace, que quisiera yo ansí mi perlado. Ya que Dios me dio a vuestra merced por tal, querría le tuviese tanto de mi alma, como de la fuente, que me ha caído en harta gracia, y es cosa tan necesaria en el monasterio, que todo lo que vuestra merced hiciere en él, lo merece la causa.

5. No me queda más que decir. Cierto que trato como con Dios toda verdad; y entiendo, que todo lo que se hace para hacer muy bien un oficio de superior, es tan agradable a Dios, que en breve tiempo da lo que diera en muchos ratos, cuando se han empleado en esto; y téngolo también por experiencia, como lo que he dicho, sino que como veo a vuestra merced tan ordinario tan ocupadísimo, ansí por junto me ha pasado por el pensamiento lo que a vuestra merced dije; y cuando más lo pienso, veo que, como he dicho, hay diferencia de vuestra merced a mí. Yo me enmendaré de no decir mis primeros movimientos, pues me cuesta tan caro. Como vea yo a vuestra merced bueno, cesará mi tentación. Hágalo el Señor como puede, y deseo.

Servidora de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta es para el padre Gonzalo de Ávila, de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa, y que actualmente ejercitaba este oficio, como se colige del número primero, especialmente de aquellas palabras: Que aun después quedé con escrúpulo de algunas cosas que traté con vuestra merced. Y del contexto consta, que era juntamente rector del colegio donde estaba: que, a lo que se puede colegir de otras cartas, más que por conjetura, era en Ávila.

Hallábase, pues, este santo religioso con el trato exterior del gobierno, menos sazonado para el de Dios. Comunicó su trabajo con la Santa, haciéndose discípulo de quien le tenía por maestro: y mandola, que le   —110→   enseñase el modo de portarse en las ocupaciones exteriores, de suerte que no dañase a lo interior. La Santa con esa, en el número primero, responde con grande discreción: Que no es tan humilde, que quiera ser tenida por soberbia; y esto lo va repitiendo por todo este número de cuatro, o cinco maneras, y en todas entendidísimamente, y con estilo tan conciso, y lacónico, que es menester tener harto cuidado con la impresión. Y donde dice: Que no es tan humilde, que quiera ser tenida por soberbia, con negar su humildad, la está acreditando, pues no quiere ser tenida por soberbia; porque es tan humilde, que no quiere enseñar de puro humilde, la que Dios crió para alumbrar, y enseñar a las almas.

2. En el segundo número confiesa otra falta suya, de quererlas juzgar a todas por sí. Y esa misma falta es muy grande humildad; pues piensa de todas como de sí, cuando está conociendo tantas mercedes como ha recibido de Dios: creyendo, que lo que ella tiene, no puede faltarles a todas las demás.

Aquí explica el ansia con que deseaba soltar los cuidados exteriores por buscar lo interior. Y no me admiro. Lo primero, porque el alma que tiene sentimientos de Dios, nada exterior la contenta, y sólo lo interior la consuela. Lo segundo, porque lo exterior comúnmente ocasiona distraimiento, y lo interior aprovechamiento. Lo tercero, porque viendo la Santa donde estaba su Amado, y estando en su corazón, que es lo más interior, sentía (como san Agustín) buscar por afuera en las criaturas al que tenía allá dentro del alma. Finalmente, viviendo desterrada en el mundo, en nada hallaba reposo, sino sólo en Dios.

3. En el número tercero sigue la misma materia: y es muy útil para que los prelados dejen cosas de poca importancia, para darse a la oración. Y a este propósito decía san Bernardo al pontífice Eugenio, que había cosas, que las había de hacer él solo; como son orar, meditar, contemplar, llorar, y acudir a Dios. Otras, él, y los demás; como predicar, exhortar, administrar los Sacramentos; y favorecer en lo exterior a las almas. Otras, los demás solos sin él, como es cuidar de la hacienda, y juzgar pleitos, y otros de esta calidad, que las deben hacer los ministros, y sólo el obispo cuidar que lo hagan.

4. En el número cuarto alaba sus deseos, y limita este cuidado de dejar los cuidados, cuando son los negocios graves, y de calidad que requieren la misma persona: y dice, que entonces, con la gracia divina, tal vez se recibe más de aquella infinita bondad, en brevísimo tiempo, que en el recogimiento en el más dilatado. Porque como el arte de servir a Dios, es hacer en todo su voluntad, allí recibe más el alma de Dios, donde el alma más le da a Dios; y nunca tanto más le da, como cuando se niega a sí en lo interior, por darse a Dios, y a su santa voluntad, en lo que es exterior.





  —111→  

ArribaAbajoCarta XXII

Al padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios


1. Jesús sea con vuestra paternidad. Mi padre, después que se fue el padre prior de Mancera he hablado al maestro Daza, y al doctor Rueda sobre esto de la provincia; porque yo no querría que vuestra paternidad hiciese cosa que nadie pudiese decir que fue mal, que más pena me daría esto, aunque después sucediese bien, que todas las cosas que se hacen mal para nuestro propósito, sin culpa nuestra. Entrambos dicen, que les parece cosa recia, si la comisión, de vuestra paternidad no trata alguna particularidad para poderse hacer, en especial el doctor Rueda, a cuyo parecer yo me allego mucho, porque en todo lo veo atinado; en fin, es muy letrado. Dice, que como es cosa de jurisdicción, que es dificultoso hacer elección; porque si no es el general, o el Papa, que no lo puede hacer, y que los votos serían sin valor, y que no habrían menester más estotros para acudir al Papa, y dar voces, que le salen de la obediencia, haciéndose superiores en lo que no pueden; que es cosa mal sonante, y que tiene por más dificultoso confirmarlo, que dar licencia el Papa para hacer provincia; que con una letra que escriba el rey a su embajador, gustará de hacerlo; que es cosa fácil, como se lo diga, cuales traían a los Descalzos. Podría ser que si con el rey se tratase, gustase de hacerlo; pues aun para la reforma es gran ayuda, porque estotros los ternían en más, y descuidarían ya en que se han de deshacer.

2. No sé si sería bueno que vuestra paternidad lo comunicase con el padre maestro Chaves (llevando esa mi carta, que envié con el padre prior), que es muy cuerdo; y haciendo caso de su favor, quizá lo alcanzaría con el rey: y con cartas suyas sobre esto, habían de ir los mesmos frailes a Roma (los que está tratado) que en ninguna manera querría se dejase de ir; porque, como dice el doctor Rueda, es el camino, y medio recto el del Papa, o general. Yo le digo, que si el padre Padilla, y todos hubiéramos dado en acabar esto con el rey, que ya estuviera hecho; y aun vuestra paternidad mesmo se lo podría tratar, y al arzobispo: porque si electo el provincial se ha de confirmar, y favorecerlo el rey, mejor puede hacerlo ahora. Y si no se hace, no queda la nota, y la quiebra, que quedará, si después de electo no se hace, y queda por borrón; y porque se hizo lo que no podía, y que no se entendió, pierde vuestra paternidad mucho crédito.

3. Dice el dotor, que aun si lo hiciera el visitador domínico, u otro,   —112→   mejor se sufría que hacer ellos perlados para sí: y que en estas cosas de jurisdicción, como he dicho, se pone mucho, y es cosa importante, que la cabeza tenga por donde lo pueda ser. Yo, en pensando que han de echar a vuestra paternidad la culpa con alguna causa, me acobardo; lo que no hago cuando se las echan sin ella, antes me nacen más alas: y ansí no he visto la hora de escribir esto, para que se mire mucho.

4. ¿Sabe qué he pensado? Que por ventura, de las cosas que he enviado a nuestro padre general, se aprovecha contra nosotros (que eran muy buenas), dándolas a cardenales; y hame pasado por pensamiento no le enviar nada, hasta que estas cosas se acaben: y ansí sería bien, si se ofreciese ocasión, dar algo al Nuncio. Yo veo, mi padre, que cuando vuestra paternidad está en Madrid, hace mucho en un día; y que hablando con unos, y otros, y de las que vuestra paternidad tiene en palacio, y el padre fray Antonio con la duquesa, se podría hacer mucho para que con el rey se hiciese esto, pues él desea que se conserven. Y el padre Mariano, pues habla con él, se lo podía dar a entender, y suplicárselo, y traerle a la memoria lo que ha que está preso aquel santico de fray Juan. En fin, el rey a todos oye: no sé por qué ha de dejar de decírselo, y pedírselo, el padre Mariano en especial.

5. Mas qué hago de parlar: y qué de boberías escribo a vuestra paternidad y todo me lo sufre. Yo le digo, que me estoy deshaciendo, por no tener libertad para poder yo hacer lo que digo que hagan. Ahora como el rey se va tan lejos, querría quedase algo hecho. Hágalo Dios como puede.

6. Con gran deseo estamos esperando esas señoras: y estas hermanas, muy puestas en que no han de dejar pasar a su hermana de vuestra paternidad sin darla aquí el hábito. Es cosa extraña lo que vuestra paternidad las debe. Yo se lo he tenido en mucho; porque están tantas, y tienen necesidad: y con el deseo que tienen de tener cosa de vuestra paternidad no se les pene cosa delante. ¡Pues Teresica, las cosas que dice, y hace! Yo también me holgara; porque a donde va no la podré ansí gozar, y aun quizá nunca, que está muy a trasmano. Con todo queda por mí, y las voy a la mano; porque ya está recibida en Valladolid, y estará muy bien, y sería darles disgusto mucho, en especial a Casilda. Quédase acá para Juliana (aunque yo no les digo nada desto de Juliana) porque ir a Sevilla, hácese muy recio para la señora doña Juana; y aun quizá, de que sea grande, lo sentirá. ¡Oh qué tentación con su hermana, la que está en las Doncellas! Que por no lo entender, deja de estar remediada, y más a su descanso que está.

7. Mi hermano Lorenzo lleva esta carta, que va a la corte, y desde   —113→   allí creo a Sevilla: en Madrid ha de estar algunos días. La priora creo escribe, y ansí no más de que Dios me guarde a vuestra paternidad. La de Alba está malísima: encomiéndela a Dios; que aunque más digan della, se perdería harto, porque es muy obediente; y cuando esto hay, con avisar se remedia todo. ¡Oh qué obra pasan las de Malagón por Brianda! Mas yo reí lo de que torne allí.

8. A doña Luisa de la Cerda se le ha muerto la hija más pequeña; que me tienen lastimadísima los trabajos que da Dios a esta señora. No le queda sino la viuda. Creo es razón le escriba vuestra paternidad y consuele, que se le debe mucho.

9. Mire en esto de quedar aquí su hermana, si la parece mejor, no lo estorbaré; y si gusta la señora doña Juana de tenerla más cerca. Yo temo (como ya tiene por sí, de ir a Valladolid) no le suceda alguna tentación después aquí: porque oirá cosas de allá, que no tiene en esta casa, aunque no sea sino la huerta; que esta tierra es miserable. Dios me le guarde, mi padre, y haga tan santo como yo le suplico. Amén. Amén. Mejor se va parando el brazo. Son hoy 15 de abril.

Indigna sierva, y hija de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.

10. Doña Guiomar se está aquí, y mejor; con harto deseo de ver a vuestra paternidad. Llora a su fray Juan de la Cruz, y todas las monjas. Cosa recia ha sido esta. La Encarnación comienza a ir como suele.


Notas

1. Esta carta es, según se colige del contexto, sobre que el padre fray Gerónimo Gracián, en virtud de las letras que tenía de visitador apostólico de la Orden del Carmen, trataba de erigir provincia de los Descalzos, con provincial aparte que los gobernase. Comunicolo con la Santa, y ella con dos grandes letrados de la ciudad de Ávila, que el uno fue el maestro Gaspar Daza, de quien queda hecha mención en la carta cuarta, número cuarto; y el otro el doctor Rueda: y ambos le dijeron, que no podía hacerse; y así le escribe, que no haga tal cosa.

2. El padre maestro fray Gerónimo Gracián, para quien es la carta, fue como hemos dicho, uno de los principales instrumentos, que Dios, y la Santa escogieron, como parece por estas epístolas, para las fundaciones desta celestial reforma. Porque aunque el venerable padre fray Juan de la Cruz, varón de admirable espíritu, y a quien Dios ha ilustrado con grandes milagros, y cuya canonización puede con el tiempo esperar la piedad de los fieles, fue también una de las principales, y primeras piedras de este santo edificio, y aun la primera con el padre fray Antonio de Jesús; pero el padre maestro Gracián, fue el primero   —114→   provincial, y visitador de la Descalcez, y en quien cargó principalmente el peso de todo el trabajo, y sus persecuciones; y el que antes, y después de la muerte de santa Teresa, con tribulaciones, y golpes fue labrado tan maravillosamente, como lo refiere su vida particular, discretamente escrita, y sacada a luz por don Francisco Gracián Berruguete, secretario de su majestad en la Interpretación de lenguas, ministro que en la virtud, entendimiento, y ejemplo se conoce, que es de una familia tan noble, y calificada en la sangre, y en lo santo; que como dijo un discreto cortesano, y jurisconsulto doctísimo, y grande eclesiástico, singular amigo mío, parece que podían canonizar a los desta familia, por actos positivos de santidad (si esto fuera posible), como solían darse los hábitos, por haber sido tantos los que en esta sagrada reforma, y fuera della han muerto con opinión conocida de santidad.

3. En cuanto a la vida, y las virtudes del maestro fray Gerónimo Gracián, remito al lector al libro de su santa vida: y yo sólo digo (sobre las grandes alabanzas de santa Teresa, y las revelaciones que tuvo de las mercedes que Dios hacía a su alma) que fue de las más ejercitadas, y labradas, y atribuladas, que ha habido en la Iglesia de Dios de aquel género, discurriendo de las que no están canonizadas; porque, como con manos de oro, de plata, y de hierro, fue ejercitado, labrado, y mortificado de toda suerte de personas, santas, virtuosas, y malas, con grandes aumentos de perfección.

De manos de oro, y muy santas: pues dentro de su misma religión, muerta ya santa Teresa, le quitaron el hábito reformado por su sentencia, y se quedó en la calle del mundo, seglar sacerdote; que fue una mortificación, y tribulación de suprema magnitud.

4. Fue también labrado por manos de plata: porque fuera de la religión, en los tribunales a donde recurrió, no halló en España, ni en Italia el remedio, y consuelo que deseaba, suspirando siempre por su hábito, y por su santa, y espiritual Descalcez; padeciendo esto con grande resignación, obrado por admirable ordenación divina, para ver hasta dónde llegaba la paciencia, y virtud de este varón de Dios; y aprobándose lo obrado contra él; y negándole los recursos que él pretendía, y cerrándole las puertas del mundo, para abrirle más patentes las del cielo.

5. Y por manos de hierro fue labrado también este santo varón; porque siguiendo constantemente la empresa de la restitución de su amado hábito de la Descalcez, fue cautivado de los moros, y estuvo en Túnez aprisionado con durísimos hierros, y allí ayudó admirablemente a aquellos pobres cautivos, que se hallaban en el mismo tiempo; y escribió algunos tratados espirituales, no teniendo ociosas las manos al bien de las almas, aun teniendo con grillos los pies; hasta que rescatado, como se refiere en su Vida, volvió a Roma, y su Santidad le mandó, que se vistiese el hábito antiguo de Carmelita calzado, y con él llegó a Flandes, en donde vivió con ejemplo admirable, y sirvió de consuelo grandísimo a la serenísima señora infanta doña Isabel, de quien fue confesor, y al señor archiduque Alberto, que en todos tiempos le favoreció mucho; y allí murió con conocida, y grande opinión de santidad.

Escribió un tomo grande de diversidad de tratados muy espirituales,   —115→   manifestando en ellos grandísimo espíritu, y ser alma muy actuada en la vida interior.

6. En esta carta, pues, procura la Santa disuadir al P. Fr. Gerónimo del intento de la provincia. Y debe notarse, que no se funda para ello tanto en que no podía conseguirse, cuanto en que no podía hacerse. Como quien dice: Lo que no puede hacerse, no es bien que se haga, aunque pueda conseguirse: que es razón prudentísima, y espiritualísima, y muy conforme a lo que san Bernardo escribe al pontífice Eugenio en pocas palabras de oro: In omni negotio (dice) tria considera: primum, an liceat: secundum, an deceat: tertium, an expediat (D. Bern. lib. de Considerat. ad Eug.). En todo cuanto obras, o pontífice, considera tres cosas: la primera, si es lícita; la segunda, si es decente; la tercera, si es conveniente. Y le pone primero las dos, antes de llegar a la tercera: porque si no es lícita, no se ha de hacer, aunque sea decente, y conveniente; y si no es decente, no se ha de hacer, aunque sea conveniente, y lícita; y sólo se ha de hacer, cuando es lícita, decente, y conveniente.

7. Aquí santa Teresa dice lo mismo. No es lícita; porque dicen los doctos, que no puede hacerse. No es decente; porque parecerá mal: Y más pena me daría (añade en el número primero) que de vuestra paternidad se digan cosas que toquen a culpa, que todas las cosas que se hacen mal para nuestro propósito, sin culpa nuestra: y así no es bien se consiga lo conveniente por medios, ni lícitos, ni decentes.

Con esto despide la Santa a Maquiavelo, y al Bodino, y a todos los infaustos políticos, que no reparan en los medios por conseguir los fines; y al perverso dictamen, que se puso en estos infelices tiempos, grabado sobre un cañón de artillería, que decía: Ratio ultima Regum. Esta es la razón mayor de los reyes. ¡Horrible mote! Al fin de bronce, de hierro, y de la artillería, reprobado, y cruel, pasar la razón del obrar a la fuerza; y no a la verdad, a la justicia, y a la equidad.

8. Porque habla aquí del prior de Mancera, lo fue de la casa a donde se pasó el primero convento, que fue el de Duruelo, aunque después se ha restituido al mismo lugar, me he acordado de lo que dice la Santa en sus fundaciones (lib. 3, c. 2) con grandísima gracia, que cuando fue a fundar aquel convento el V. P. Fr. Antonio de Jesús, no llevaba para fundarlo más riqueza, que cinco relojes de arena. De suerte, que sobre cinco relojes de arena fundó Dios la Descalcez sagrada. Milagro grandísimo, fundar sobre arena tan alto, y constante edificio, que toca al cielo con sus capiteles; pero con arena, que nos lleva con el mismo tiempo a la muerte, y nos dispone bien las horas del día, no es tan grande el milagro. ¡Oh divina pobreza, qué de riquezas celestiales crías de ti misma!

Que cierto es lo que dice San Juan Crisóstomo: Que es la pobreza la que nos lleva de la mano al cielo; la que nos arma en la guerra del espíritu, la que nos corona en el ejercicio de la mortificación: puerto es de tranquilidad; y en ella consisten las riquezas de la caridad: Est enim paupertas manus ductrix quædam in via, quæ ducit ad cælum, unctio athletica, exercitatio quædam magna, et admirabilis, portus tranquillus (D. Chrysost. Homil. 15 in Epist. ad Heb.).

9. En el número segundo ofrece la Santa prudentes medios para que   —116→   se hiciese la provincia de Descalzos; porque hacerla para que no durase, era más desacreditarla, que formarla.

Funda la Santa todo el acierto de esta materia en ganar al rey, y al Papa. ¡Qué seguro, y eterno quería que fuese el edificio, fundado sobre dos piedras tan sólidas, como la potestad espiritual, y temporal! Y así le sucedió todo: porque el rey lo pidió, y el Papa lo bendijo, y confirmó, conque se perficionó la reforma.

10. El P. M. Chaves, que nombra en este número, debía ser aquel gran varón, y maestro de confesores de los reyes, fray Diego de Chaves, que lo fue del señor rey Felipe II, y de la Santa: religioso de la Orden sagrada de santo Domingo, sujeto de alto espíritu, y valor.

De este esclarecido varón se refiere, que habiendo entendido por diversas quejas que habían acudido a él de los negociantes, y pretendientes, que cierto gran ministro era áspero, e incontratable con ellos, avisó de ello a su majestad, encargándole la conciencia, para que lo reformase. Y aunque el señor rey Felipe II dio orden de moderarlo, viendo su confesor que no se enmendaba, enviado a llamar de su majestad, para que le confesase, respondió: Que no podía irle a confesar, pues no se atrevía absolverle, si no reformaba a este ministro, por ser daño público. Y añadió: Y temo, que no se ha de salvar vuestra majestad, si no lo remedia. A qué respondió aquel prudentísimo, y religiosísimo príncipe con grande gracia, y paciencia: Venid a confesarme, que todo se remediará; y espero que me he de salvar, pues padezco lo que me escribís, y hacéis.

11. Y no se acabó aquí el valor de este grande confesor, ni la cristiandad, y moderación de este esclarecido príncipe; porque no se quietó esta materia, hasta que obligó a su majestad, y su majestad al ministro, que hiciese una obligación firmada de enmendarse en la condición. La cual envió este ministro a su majestad, y su majestad la entregó a su confesor, que la guardó para en caso que no se enmendase, fuese reformado del todo.

A este santo religioso llama santa Teresa muy cuerdo: y dél se vale para alcanzar del rey la carta para su Santidad, en orden a dividir de la Observancia los Descalzos; y no es de omitir la cortesanía con que la Santa le advierte: Que haciendo caso de su favor, lo alcanzará esto del rey. No puede negarse, que favores sin confianza, ni se ajustan, ni se logran; y no merece la intercesión quien desconfía del favor, o no aprecia, sino que desprecia el medio.

12. En el número tercero prosigue la misma materia, y persuade con los dictámenes que podría el mayor político, sobre el parecer del doctor Rueda, que puntos, y empresas de jurisdicción no las comience sin grande fundamento; porque son tan celosas, y dificultosas, que es edificar sobre arena, emprenderlas de otra manera.

13. En el número cuarto advierte, cuanto conviene suspender algunas relaciones que hacía de reformación al padre general de la Observancia; hasta que se forme la provincia de Descalzos: como quien sabía, que todo el arte del gobierno consiste en obrar convenientemente, y en sazón.

14. En este mismo número, y en toda la carta resplandece el cuidado grande, que tenía la Santa de que conservase el P. Gracián el grande crédito, que tenía de espiritual, y prudente, y esto por dos razones:   —117→   la primera, por lo que lo amaba: la segunda, porque desacreditado el instrumento, con que se había de obrar en el servicio de nuestro Señor, con dificultad se conseguiría el intento.

15. Concluye el número, diciendo: El rey a todos oye: no sé por qué se lo ha de dejar de decir. Facilitaba este negocio la Santa con la suavidad del rey al oír; porque es el principio de obrar bien los reyes, oír los reyes.

Llegose una viejecita a hablar a Felipo rey de Macedonia, padre del grande Alejandro, y viendo que no se detenía a oírla, le cogió del brazo, y le dijo: Señor, es menester oír, o dejar de reinar: conque se detuvo, y la oyó. Verdaderamente, que en oír, y obrar consiste el reinar, y gobernar.

16. En el número quinto dice con grandísima gracia: ¡Mas qué hago de parlar! ¡Y qué de boberías escribo! Y esto es habiendo hablado en lo político, como el más político; y como el más espiritual, en lo espiritual. Y no hay que admirar que dijese esto, porque sobre todo nadaba su humildad, y todo lo sazonaba, y convertía en sustancia. ¡Oh qué buen magisterio para los espirituales hacer mucho, y pensar que no hacen nada!

17. Dice en el mismo número con grande fervor: Que se está deshaciendo por verse encerrada. Efectos celestiales de su celo abrasador. Sin duda parece que crió Dios a santa Teresa para apóstol en la esfera de mujer: y no podía caber su vocación en la clausura estrecha de su esfera.

18. En el número sexto habla de la jornada, que hacía su madre del P. Gracián con su hija doña María, a darla el hábito de Carmelita descalza en Valladolid, y dice lo que la deseaban en Ávila; pero que las consuela con doña Juliana, que fue otra hermana suya, que después tomó el hábito de Carmelita descalza en Sevilla, y se llamó Juliana le la Madre de Dios. Esto, y todo lo demás de la carta es de negocios; pero en todos ellos se reconoce su espíritu, su prudencia, su providencia, y el sumo afecto al P. Gracián, y a sus virtudes, y a su madre, y a todos sus deudos; porque era muy según su corazón esta familia.






ArribaAbajoCarta XXIII

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad, padre mío. Yo he recibido tres cartas de vuestra paternidad por la vía del correo mayor, y ayer las que traía fray Alonso. Bien me ha pagado el Señor lo que se han tardado. Por siempre sea bendito, que, está vuestra paternidad bueno. Primero me dio un sobresalto, que como dieron los pliegos de la priora, y no venía letra de vuestra paternidad en uno, ni en otro, ya ve lo que había de sentir. Presto se remedió. Siempre me diga vuestra paternidad las que recibe mías, que no hace sino no responderme a cosa muchas veces, y luego olvidarse de poner la fecha.

  —118→  

2. En la una, y en la otra me dice vuestra paternidad que cómo me fue con la señora doña Juana; y lo he escrito por la vía del correo de aquí. Pienso viene la respuesta en la que me dice viene por Madrid; y ansí no me ha dado mucha pena. Estoy buena, y la mi Isabel es toda nuestra recreación. Extraña cosa es su apaciblimiento, y regocijo. Ayer me escribió la señora doña Juana. Buenos están todos.

3. Mucho he alabado al Señor de como van los negocios: y hanme espantado las cosas que me ha dicho fray Alonso, que decían de vuestra paternidad. Válame Dios, qué necesaria ha sido la ida de vuestra paternidad. Aunque no hiciese más, en conciencia me parece estaba obligado, por la honra de la Orden. Yo no sé cómo se podían publicar tan grandes testimonios. Dios los dé su luz. Y si vuestra paternidad tuviera de quien se fiar, harto bueno fuera hacerles ese placer de poner otro prior; mas no lo entiendo. Espantome quien daba ese parecer, que era no hacer nada. Gran cosa es estar ahí quien sea contrario para todo; y harto trabajo, que (si fuera bien) lo rehusase el mesmo. En fin no están mostrados a desear ser poco estimados.

4. (La mejor oración es la que tiene mejores dejos, confirmados con obras). No es maravilla, que teniendo tantas ocupaciones Pablo pueda tener con José tanto sosiego: mucho alabo al Señor. Vuestra paternidad le diga, que acabe ya de contentarse de su oración, y no se le dé nada de obrar el entendimiento, cuando Dios le hiciere merced de otra suerte; y que mucho me contenta lo que escribe. El caso es, que en estas cosas interiores de espíritu la oración más acepta, y acertada es la que deja mejores dejos. No digo luego al presente muchos deseos; que en esto, aunque es bueno, a las veces no son como nos los pinta nuestro amor propio. Llamo dejos, confirmados con obras, que los deseos que tiene de la honra de Dios, se parezcan en mirar por ella muy de veras, y emplear su memoria, y entendimiento en cómo le ha de agradar, y mostrar más el amor que le tiene.

5. ¡Oh que ésta es la verdadera oración! Y no unos gustos para nuestro gusto, no más; y cuando no se ofrece lo que he dicho, mucha flojedad, y temores, y sentimientos de si hay falta en nuestra estima. Yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer las virtudes. Si es con grandes tentaciones, y sequedades, y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, esto ternía por buena oración; pues lo que más agrada a Dios, ternía por más oración. Que no se entiende, que no era el que padece, pues lo está ofreciendo a Dios, y muchas veces mucho más, que el que se está quebrando la cabeza a sus solas, y pensará, si ha estrujado algunas lágrimas, que aquello es la oración.

  —119→  

6. Perdone vuestra paternidad con tan grande recaudo, pues el amor que tiene a Pablo lo sufre, y si le parece bien esto que digo, dígaselo, y si no, no; mas digo lo que querría para mí. Yo le digo que es gran cosa obras, y buena conciencia.

7. En gracia me ha caído lo del padre Joanes; podría ser querer el demonio hacer algún mal, y sacar Dios algún bien dello. Mas es menester grandísimo aviso, que tengo por cierto, que el demonio no dejará de buscar cuantas invenciones pudiere, para hacer daño a Eliseo, y ansí hace bien de tenerlo por patillas. Y aun creo no sería malo dar a esas cosas pocos oídos; porque si es porque haga penitencia Joanes, hartas le ha dado Dios, que lo que fue por sí solo, que los tres que se lo debían aconsejar, presto pagaron lo que José dijo.

8. De la hermana san Gerónimo, será menester hacerla comer carne algunos días, y quitarla la oración, y mandarla vuestra paternidad que no trate sino con él, o que me escriba, que tiene flaca imaginación, y lo que medita le parece que ve, y oye; bien que algunas veces será verdad, y lo ha sido; que es muy buena alma.

9. De la hermana Beatriz me parece lo mesmo, aunque eso que me escriben del tiempo de la profesión, no me parece antojo, sino harto bien. También ha menester ayunar poco. Mándelo vuestra paternidad a la priora, y que no las deje tener oración a tiempos, sino ocupadas en otros oficios, por que no vengamos a más mal; y créame, que es menester esto.

10. Pena me ha dado lo de las cartas perdidas; y no me dice si importaban algo las que perecieron en manos de Peralta. Sepa que envío ahora un correo. Mucha, mucha envidia he tenido a las monjas, de los sermones que han gozado de vuestra paternidad. Bien parece que lo merecen, y yo los trabajos; y con todo me dé Dios muchos más por su amor. Pena me ha dado el haber de irse vuestra paternidad a Granada: querría saber lo que ha de estar allá, y ver cómo le he de escribir, o a dónde. Por amor de Dios lo deje avisado. Pliego de papel con firma no vino ninguno: envíeme vuestra paternidad un par dellos, que creo serán menester, que ya veo el trabajo que tiene, y hasta que haya alguna más quietud, querría quitar alguno a vuestra paternidad. Dios le dé el descanso, que yo deseo, con la santidad que le puede dar. Amén. Son hoy veinte y tres de octubre.

Indigna sierva de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.

  —120→  
Notas

1. Esta carta de santa Teresa, con ser así que es familiar, y que se conoce, que no puso cuidado en escribirla, es de las más discretas, y espirituales, que aquella santa pluma dejó a la Iglesia; y señaladamente el recado, que envía a Pablo para José, es un pedazo de oro místico, que cuantos tratan de vida interior habían de estamparlo en sus almas.

Llama José a la madre María de san José, priora de Sevilla. Y en esta misma carta nombra al padre fray Gerónimo Gracián, ya con el nombre de Pablo, ya con el de Eliseo; que a toda esta atención, y recato, obligó a la Santa la persecución de aquellos tiempos.

2. En el número primero se conoce bien el amor, que tenía al padre Gracián en el cuidado de su salud, y en el ansia de sus cartas, y quejas que le da de que no le respondía a todo, como deseaba.

Verdaderamente, que entrambos hacían el oficio de padre, y madre de la reforma; porque santa Teresa, como madre amante tierna de sus hijos, e hijas, siempre vivía con una perpetua, y santa inquietud, y deseo de saberlo todo. El padre fray Gerónimo Gracián por otra parte, entregado al gobierno, y bien de las almas, y a las operaciones de la reformación, no se acordaba algunas veces de responder, ni de poner la fecha en sus cartas, ni aun de escribirlas.

3. En el número segundo nombra a la hermana Isabel de Jesús, hermana del padre Gracián, que tomó el hábito en Toledo, siendo de poca edad, y a la señora doña Juana, que era doña Juana de Antisco su madre, dichosa sin duda en tener tales hijos, e hijas; pues casi todos fueron espirituales habitadores del Carmelo. Pasó esta señora por Ávila, estando allí la Santa, a dar el hábito en el convento de Carmelitas descalzas de Valladolid a una hija suya, hermana del padre Gracián, que se llamó María de san José, como queda dicho en la carta antecedente, núm. 6, y en las notas, núm. 18.

4. En el número tercero dice la Santa: Que le han admirado los testimonios, que le levantaron en el Andalucía. Ninguno como la Santa se podía admirar de eso; porque tenía bien experimentada su excelente virtud.

Añade luego: Que fue necesaria su ida, para que se desapareciesen aquellos nublados. Porque no hay duda alguna, que la presencia, candidez, y sinceridad de un varón espiritual, es como el sol, que en saliendo, ahuyenta las tinieblas espesas de calumnias, y mentiras. Y luego dice: Que dé Dios luz a los que publicaban tan grandes testimonios. Pedíale a Dios la Santa lo que habían menester, luz para ver la virtud deste varón de Dios; porque sin ella, en nuestra fragilidad lo bueno parece malo, y lo malo bueno.

5. En el mismo número habla la Santa de alguna elección de prior, que había hecho el padre fray Gerónimo en algún convento de la Observancia, de la cual entonces era visitador, y dice una cosa bien discreta, entre otras: Que es gran cosa que esté allí quien sea contrario para todo. Como quien dice: Se vive con grande atención con los enemigos a la vista; y con esa atención se vive mejor. Si no estuviéramos ciegos, podríamos   —121→   reconocer, que comúnmente hablando, debemos mucho más a los enemigos, que a los amigos; porque estos las más veces nos lisonjean, y adormecen; pero aquellos en el camino de espíritu nos despiertan, y ejercitan.

6. Luego habla en el número cuarto en sus santas cifras, y entiendo, que llama Pablo al padre Gracián; y no me admiro, siguiendo, e imitando (según el espíritu que Dios le comunicó en su santo ejercicio) al apóstol de las gentes.

7. Dale luego por aviso para un alma espiritual (que como hemos dicho era la madre María de san José, priora de Sevilla) que le diga: Que acabe de contentarse de su oración. De explicación necesita esta máxima. El contentarse una alma de su oración, puede ser de una de dos maneras, o con propia satisfacción, y presunción de que anda segura en su camino, sin el santo temor, con que es bien que vivamos, y más en lo místico: y no es esto lo que dice la Santa, porque ese género de contento sería muy peligroso. El segundo modo de contento es, quietándose, y sosegándose en el camino que Dios la lleva, sin andar mudando caminos, sino contenta, y resignada de que haga Dios su voluntad; y esto es lo bueno, y perfecto, y lo que aquí aconseja la Santa.

8. Desde este número cuarto, en que comienza a hablar de espíritu, todo lo que dice había de estar escrito con letras de oro; y pido atención a quien lo leyere, y que vuelva a leerlo, y aun decorarlo: porque este recado de la Santa pesa más que muchas cartas reales, y que muchísimos tratados, que se han escrito en la Iglesia de Dios.

9. Entra asentando una máxima grande, que es, que no se le dé nada de que no obre en su oración el entendimiento, cuando Dios se la gobernare de otra manera; esto es, que si la voluntad arrebata al entendimiento, y Dios la ha encendido de suerte con su amor, que él calla, y ella se abrasa, y a la meditación pasó a contemplación; y entienda entonces, que los discursos que fueron buenos para medios, los deben dejar en llegando al fin: y no sólo los ha de dejar, sino que se los harán dejar; porque en estando el alma enamorada de Dios, ¿para qué quiere los discursos, sino dejarse en todo llevar de Dios, y abrasarse de Dios?

10. Yo dijera, que en la oración hay discurrir para amar, y hay discurrir con amor; y hay amar sin discurrir. Discurrir, y meditar para amar, es santo, y bueno; pero el discurrir llevada el alma del amor, y con la fuerza del amor, es mejor: pero con la fuerza grande del amor de Dios, que cesen los discursos, y se abrase el alma en amor sin discursos, y se apodere de tal manera del alma el amor, que la desnude de todos discursos, este es más perfecto, y vivo amor.

Aquello primero parece que lo hago yo sólo; aunque ni eso podría hacer sin la gracia: esto segundo lo hacen en concurso el alma, y Dios: lo tercero parece que lo hace Dios sólo en el alma; porque el alma obra cuanto quiere Dios, pero más padece que hace: y esto es lo que san Dionisio llama, en mi sentimiento: Pati divina (san Dionisio), padecer lo humano con lo divino; esto es, padecer en lo humano, que es el alma lo divino que obra Dios en el alma.

¿Pero quién nos mete en eso a los pecadores, sin entenderlo, ni tratar de Dios, ni de espíritu? Él se apiade de mí, y me tenga en sí, y me   —122→   lleve a sí. ¡Oh Señor! Las monjas nos arrebatan a los superiores el cielo, porque nos arrebatan la oración, que las lleva al cielo. Dadnos oración de monjas, y tendremos virtudes de obispos.

11. Luego en el mismo número dice otra máxima admirable, que si la primera era de oro, esta segunda es de diamantes: Créame padre, (dice), que la mejor oración, es la que deja el alma fervorosa. Como si dijera: Aquella es mejor oración, que desde la oración, lleva luego al alma a la acción, a la obediencia, al servir, al agradar a Dios, al ejercitar las virtudes: no sólo deja deseos, sino deseos eficaces, y prácticos; y tales, que si desea obedecer, obedece: si desea trabajar, trabaja: si desea humillarse, se humilla: si desea padecer, padece: finalmente, que reduce el amar a Dios a servir a Dios.

12. Refiérese, que delante de un pontífice se arrobó un varón espiritual, y levantose mucho de la tierra, de suerte, que el pontífice con gran devoción le besó los pies, estando en el aire. Volvió a tiempo que lo pudo ver el estático; y de donde le había de resultar confusión, le resultó soberbia; y se tuvo por grande, el que había de humillarse hasta los abismos, de puro pequeño; y díjole bien otro espiritual, que estaba allí: ¡Oh desdichado! Subiste serafín, y bajaste Lucifer. Es menester que entendamos, que así como la meditación ha de llevar al amar, el amar ha de llevar al obrar, y al humillarse: y así como la consideración me ha de llevar a la contemplación, la contemplación me ha de llevar a las virtudes de la acción, y a toda acción, y ejercicio práctico de las virtudes.

Esta es la razón por que el Señor no puso la oración por indicación del buen espíritu, sino a las obras por indicación de la oración, cuando dijo: No puede el buen árbol dar mala fruta; ni dar buena fruta el mal árbol: por la fruta conocerás el árbol: Ex fructibus eorum cognoscetis eos (Matth. 7, v. 17 et 18). Como si dijera: Mirad a las virtudes del espiritual, y conoceréis el espíritu del espiritual.

13. Todo el número quinto es celestial, ponderando lo que conviene tener por perfecta oración la que más limpia el alma, y la que más la purifica: y por mejor la que la lleva más eficazmente a las virtudes, la que a ellas las guía, y alumbra, para que obre con mayor limpieza de afectos; y acaba con grandísima gracia: Mejor que la que se está quebrando la cabeza a sus solas, y a pura fuerza ha estrujado algunas lágrimas, pensando que aquello es la oración.

Habla aquí la Santa de las almas que quieren hacerse oradoras, y espirituales a fuerza de fuerza; siendo así, que quiere (como decía a otro propósito un cortesano) mucho más maña que fuerza; esto es, que quiere más ponerse delante de Dios en humildad, en resignación, en ansia de que haga su divina Majestad su voluntad en el alma, en confesarse indigna, pobre, miserable, reconocerse hija de su gracia, y en conocer que no hay en ella cosa buena, si no la pone su misericordia, en negarse a todo lo que no fuere su amor, y voluntad, en hacerse pobre de aquella riqueza, y mendiga de aquella eterna liberalidad; que no en querer a fuerza de fuerza, y de diligencias con un género de propiedad, tal, que le parece que lo ha de alcanzar por sus manos, hacerse el alma santa, pura, espiritual, y devota.

  —123→  

¡Oh almas espirituales, y lo que dice en esto la Santa! ¡Oh almas! Que doctrina esta para humillarse, y confundirse, y tenerse por nada delante de Dios, y ponerse nada en sus manos, para salir todo de sus manos, y en saliendo todo de sus manos, volver luego a quedarse en su nada.

14. Finalmente los que lo practican, y lo entienden, lo expliquen: que no sé más que sentir, y oler como de lejos (porque no lo alcanzo de cerca) que esto que aquí dice la Santa es todo celestial, y es doctrina de san Pablo, y de san Agustín, en infinitas partes defensores acérrimos de la gracia, a la cual nos debemos todos, y del todo, y ella nos da la penitencia, y las lágrimas; y así yo pecador, y miserable, querría ser hijo humilde, y siervo fiel de la gracia, y de la divina misericordia; y no de mí mismo, y de la soberbia aborrecible de mis mismas obras, y propietarios desos: No yo, no yo, sino la gracia de Dios conmigo: Non ego, sed gratiæ Dei mecum (1, Cor. 15, v. 10).

15. Y dice discretamente la Santa: Pensará que estrujando algunas lágrimas, porque aquella palabra estrujar, dice una fuerza a las lágrimas, que salen por prensa, y es como si las sacaran por alambique, no corren como el agua aquellas lágrimas, sino que se sudan, violentan, y destilan, y son más hijas de la propia voluntad, que no de la gracia, y devoción. Porque verdaderamente las lágrimas, si ellas no se vienen, muy dificultosamente se traen; esto es, si Dios primero no las envía al corazón, tarde, y sin fruto saldrán a los ojos, desde el corazón. Dios nos libre del que llora cuando quiere, que es señal que llora de suyo, y no llora de Dios: las lágrimas las da Dios cuando quiere, y porque quiere; y por eso se llama don de lágrimas, porque es dado, no debido, ni tomado por sus propias manos, sino enviado por las de Dios.

Si este don estuviera en nuestra mano, o siempre habíamos de llorar nuestras culpas, si no lo viesen los prójimos, habiendo riesgo de vanidad; o nunca, habiendo este riesgo, habíamos de llorar; más vale que llore el alma allá dentro con los ojos enjutos del cuerpo, que no que llore el cuerpo muy seca, y enjuta el alma.

16. Después de haber dicho la Santa divinidades, dice al padre Gracián en el número sexto: Que se lo diga a José (esto es, a la madre María de san José) si le pareciere bien esto: pues el amor que tiene a Pablo (esto es, al mismo padre Gracián) lo sufre. Y parece también esto, que podía decirlo este padre, no sólo a la madre María de san José, sino a todos los que tratan de espíritu, para su aprovechamiento.

17. Al fin del número sexto acaba su discurso con dos palabras, que habíamos de sobreponerlas escritas en las puertas de nuestros aposentos, y aun en nuestros corazones, diciendo: Yo le digo, padre, que es gran cosa, obras, y buena conciencia. ¡Oh qué dos palabras! Obras, y buena conciencia. Reducir el amor al obrar, el obrar a limpiar el alma con la escoba espiritual del amor, es lo mejor del espíritu. Contemplación, y obras, y buena conciencia.

18. Ha hablado de la contemplación, y del amor, y luego reduce este amor a obras, y a buena conciencia con amor. No hay cosa más fuerte, para no dejarse vencer de lo que a Dios ofende, que el amor: no hay cosa más eficaz que el amor, para echar del alma lo que a Dios ofende.   —124→   Dénmela enamorada, que yo se la daré limpia; y si está poco limpia, no está muy enamorada. Cuanto crece el amor de Dios, tanto crece la pureza del alma; y cuanto descaece aquel, descaece también esta.

Mudose el buen color, dice Jeremías (Thren. 4, v. 1), y fue porque se mudó el amor. Tantos quilates, cuantos se pierden de amor, se va perdiendo de pureza. Amor, obras, y buena conciencia con amor de Dios es toda la vida del espíritu, y de aquí sólo depende toda la ley, y profetas.

19. En el número sétimo habla de la persecución de Sevilla, y de alguna tentación, que el demonio fraguaba contra algún religioso, y advierte, que Patillas (así llama al demonio) podrá ser que vuelva vencido, donde está buscando el engañar, y vencer; y es cierto, que por la gracia divina, sus batallas ayudándonos Dios han de ser nuestras vitorias, y sus tentaciones nuestras coronas; y así no hay sino animarse los atribulados, y tentados, y pensar en la resistencia, y ponerse humildes delante de Dios, resistiendo, y pidiendo, y orando; porque no hay que temer a un enemigo, que sólo es poderoso si le ayudamos, y no puede vencernos, si no queremos ser dél arrastrados, y vencidos.

20. En el número nono habla de una religiosa, que debió de padecer algunas imaginaciones, y ella puede ser que tuviese por revelaciones; y dice discretamente la Santa, como tan grande maestra de espíritu: Que será menester hacerla comer carne algunos días, porque tal vez procede de la debilidad de la cabeza, más que no de la del corazón, el padecer este género de engaños.

Pareciome muy bien lo que dijo un varón docto, oyendo grandes revelaciones de una beata, que ella decía de sí, que la llevaban por acá, y por acullá por esos aires. A todo esto sólo respondía: Fuerte imaginación tenía esa señora. Porque verdaderamente este género de cosas están muy sujetas a la imaginación, y las imaginaciones muy sujetas, cuando Dios lo permite al demonio; y tal vez puede ser que no sea aquella revelación del demonio, sino de su misma imaginación.

21. Casi el mismo remedio le da en el número décimo a otra religiosa, que le quiten el ayunar. Raro médico espiritual, y doctísimo fue santa Teresa. Porque escribiendo al padre Gracián, estando en la Andalucía, y la Santa en Castilla la Vieja, sin poder tomar el pulso, ni mirar el rostro al enfermo, solo por relación en ausencia, como grandísimo físico, con tan grande primor, y acierto curaba las dolencias del espíritu.

22. Y no deja de ser notable el modo de curación; porque los médicos lo más comúnmente curan con la dieta, y la abstinencia; pero la Santa daba por remedio la comida; y esto nace de la diferencia de los enfermos. Cuando se cura a abstinentes, es su remedio la comida; y cuando se cura a glotones, es su remedio la abstinencia.

23. Y porque las notas permiten grandes llanezas, y menudencias, viene a propósito aquí una cosa bien graciosa, que sucedió a la Santa con una de sus hijas, imitadora de sus virtudes, y gracias, la cual era grande ayunadora, y mandando la Santa a las hermanas, en un día muy festivo, que almorzasen, se defendía de almorzar como las otras esta religiosa; y llamándola la Santa, le dijo: ¿Que por qué no almorzaba como las demás? Ella hizo sus réplicas con grande humildad; a lo cual la Santa   —125→   le dijo: Vaya, vaya, y cómase por Dios, y la obediencia un torrezno. Y la religiosa entonces: ¡Ay madre!; ¿obediencia, Dios, y torrezno? Con muy grande voluntad. Como si dijera: Agradar a Dios, y merecer, y sustentarme mereciendo, ¿qué más puedo desear? En todo ganan los siervos de Dios, en comer, en beber, en recrearse. Por eso dijo el Apóstol, que a los justos, omnia cooperantur in bonum (Rom. 8, vers. 28).

24. El número décimo todo es de negocios: y nos hemos dilatado tanto en las notas de los números antecedentes, que hemos menester recoger el discurso, y aun la devoción a la Santa, que principalmente nos gobierna, para no pasar de lo preciso, a lo que no es necesario.






ArribaAbajoCarta XXIV

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios


Jesús sea con vuestra reverencia, mi padre. Por la vía de Toledo también le he escrito. Hoy me trajeron esta carta de Valladolid, que de presto me dio sobresalto la novedad; mas luego he considerado, que los juicios de Dios son grandes, y que en fin ama a esta Orden, y que ha de sacar algún bien, o escusar algún mal, que no entendemos. Por amor de nuestro Señor vuestra reverencia no tenga pena. A la pobre muchacha he harta lástima, que es la peor librada, porque es burla con descontento andar ella con la alegría, que andaba. No debe de querer su Majestad, que nos honremos con señores de la tierra, sino con los pobrecitos, como eran los apóstoles, y ansí no hay que hacer caso dello; y habiendo sacado también a la otra hija, para llevarla consigo, de santa Catalina de Sena, hace al caso para no perder nada, acá digo a los dichos del mundo; que para Dios quizá es lo mejor, que en sólo él pongamos los ojos.

2. Vaya con Dios. Él me libre destos señores, que todo lo pueden, y tienen extraños reveses. Aunque esta pobrecita no se ha entendido, al menos de tornar a la Orden, creo no nos estará bien. Si algún mal hay, es el daño que puede hacer, haber en estos principios cosas semejantes. A ser el descontento como el de acá, no me espantara; mas tengo por imposible poder ella disimularle tanto, si ansí le tuviera. Lástima he a aquella pobre priora lo que pasa, y a la nuestra María de san José. Escríbala vuestra reverencia. Cierto que siento mucho verle ahora alejar tanto: no sé qué me ha dado. Dios le traiga con bien; y al padre fray Nicolás, dé mis encomiendas. Todas las de acá las envían a vuestra reverencia y guárdele Dios. Son hoy 28 de setiembre.

De vuestra reverencia súbdita, y hija.

Teresa de Jesús.

  —126→  
Notas

1. Esta carta es para el padre fray Gerónimo Gracián. Es notable en el estilo, conciso, y breve, con que la Santa la escribió, y la gracia que expresa en él, y en lo que trata.

2. Parece que la ocasionó haber entrado en el convento de Valladolid la hija de algún señor grande, que tenía otra hermana en santa Catalina. Y siendo así, que estaba contenta la Carmelita, el padre sacolas a entrambas de uno, y otro convento. Y sobre si estaba contenta la novicia, o no lo estaba, y si la priora la trataba bien, o mal, debió de levantarse alguna polvareda en aquella corte contra el convento, que dio motivo a esta carta.

Siempre que los padres no entreguen los hijos a los prelados, como si se los entregasen a Dios, para que hagan dellos todo cuanto quisieren, ni tendrán hijos religiosos, ni seglares. Y no los tendrán seglares, porque están en profesión de religiosos, y no religiosos, porque vivirán en el convento con relajación de seglares.

3. En este número segundo dice la Santa, hablando de la novicia, y de su padre: Vaya con Dios. Él me libre destos Señores, que todo lo pueden, y tienen extraños intereses. Y dícelo con tanta gracia, que pueden perdonarle la censura los señores, por el buen gusto con que se la aplica.

4. Lo cierto es, que es sumamente peligroso el poder; y que si no lo templa, y refrena la razón, pasa luego a flaqueza. El poder en lo malo, no es poder, sino debilidad; sólo es poder, el poder en lo bueno. Por eso no puede Dios pecar, siendo omnipotente; porque no sería el pecar, poder, sino errar, y caer.

Y así los reyes, y los señores, y todos los que pueden mucho, han de sujetar su poder al poder de Dios, y ajustar su regla inferior a aquella eterna, y soberana regla; porque en saliendo de ella, y de lo bueno a lo malo, lo que parece poder, es precipicio, perdición, y ruina.

5. Todavía, si se le fue aquella hija de aquel gran señor a la Santa, le han entrado a ser después hijas, tan grandes señoras, que se conoce bien, que a la que se contentaba con los pobrecitos, como dice en el número primero, la ha enriquecido Dios con los grandes, para que haga más fuerza el ejemplo en el mundo.

6. En el convento de Lisboa vive hoy la madre Micaela de santa Ana, hija de la cesárea majestad del señor emperador Matías, que con superior menosprecio del mundo, trocó sus esperanzas por las del cielo, y el palacio de su tío el señor archiduque Alberto, por la clausura estrecha de las Carmelitas descalzas.

7. Dos hermanas a un mismo tiempo he conocido yo en Alba; que la una lo era del Excmo. señor duque D. Antonio, y se llamó Beatriz del santísimo Sacramento, y la otra del Excmo. señor duque D. Fernando, que hoy vive, y fue la madre Ana de la Cruz, marquesa de Villanueva del Río; las cuales ya obedeciendo, ya mandando, preladas, y súbditas Carmelitas descalzas, obraban con admirable ejemplo, y espíritu.

8. La madre Juana de la santísima Trinidad, Excma. duquesa de Béjar, hija de la gran casa del Infantado, desde su palacio se fue a Sevilla,   —127→   dejando sus Excmos. hijos, a ser hija de santaTeresa, entregando con una misma resolución su alma a Dios, y aquella gran luz al mundo.

9. Y la madre Luisa Madalena, Excma. condesa de Paredes, aya, y camarera mayor de la nuestra señora, desde el de su majestad, Dios le guarde, se fue a sepultar al convento de Malagón, donde hoy es prelada, y la que alumbraba con sus esclarecidas virtudes, y gobernaba con su gran entendimiento, y discreción al palacio real de la reina nuestra señora, se fue a servir a Dios en otro más real, y más alto palacio.

10. En el monasterio de Talavera entró la madre Luisa de la Cruz, en el siglo doña Luisa de Padilla, hija del Adelantado mayor de Castilla don Antonio de Padilla, madre del señor duque de Uceda, y fundadora del convento de Lerma, donde murió, siendo prelada, y dechado de súbditos, y preladas, el año de 1614. Y allí mismo la madre Beatriz de san José, en el siglo doña Beatriz de Ribera, prima hermana del conde de Molina, y principal fundadora del convento de Lerma, donde fue trece años prelada, y murió el de 1633.

11. En el convento de Lerma tomó el hábito el año de 1611 la madre María de la Cruz, en el siglo doña María de Velasco, hija del conde Morón, y la heredera del estado. Y allí mismo una hija de los Excmos. condes de Lemos, llamada Catalina de la Encarnación, que murió siendo novicia el año de 1625, con gran sentimiento de los prelados, por las esperanzas que su singular prudencia, y virtud les había prometido, en edad de diez y seis años.

12. En Valladolid la madre Mencía de la Madre de Dios, de la gran casa de Benavente. Y en el convento de Corpus-Cristi de Alcalá la madre María del santísimo Sacramento su hermana, marquesa que fue de las Navas, tías ambas del Excmo. conde de Benavente, que hoy vive. Y asimismo en Valladolid, la madre Mariana del santísimo Sacramento, de la casa de Montealegre. Y aquella alma santa, la Excma. doña Brianda de Acuña, en la religión Teresa de Jesús, tía de los Excmos. condes de Castrillo, ejemplo admirable de la Descalcez. De quien dicen sus corónicas, que ayunó cuatro años continuamente a pan, y agua; y que continuará toda la vida, si los prelados no se lo impidieran.

13. En Palencia, la Excma. señora doña Luisa de Moncada y Aragón, hermana del Excmo. duque de Montalto, condesa de santa Gadea, mujer que fue del Adelantado mayor de Castilla, D. Eugenio de Padilla; llamose Luisa del santísimo Sacramento. Y en Logroño la madre Vincencia del santísimo Sacramento, hija de los condes de la Corzana, priora que hoy es de Palencia.

14. En Burgos, dos hijas de los Excmos. condes de Aguilar, marqueses de la Hinojosa, que en tiempo de santa Teresa salieron del real convento de las Huelgas, para el de las Descalzas, y se llamaron en él, Catalina de la Asunción, e Isabel del santísimo Sacramento.

15. En Guadalajara, la hermana Leonor de Jesús María, hija de los Excmos. duques de Pastrana. Y en el convento de san José de Zaragoza, y en el de Huesca, dos hijas de los marqueses de Torres. Y asimismo en san José de Zaragoza murió la venerable madre Catalina de la Concepción, nieta del almirante de Portugal, dama que fue de la princesa de Portugal en Madrid.

  —128→  

16. En Barcelona, la madre Estefanía de la Concepción su fundadora, en el siglo doña Estefanía de Rocaberti, hija de los condes de Peralada, en el principado de Cataluña. Y en Huesca su sobrina la madre priora, que hoy es, Catalina de la Concepción, en el siglo doña Catalina Bojados y Rocaberti, hija de los condes de Saballa.

17. En Cuerva, la madre Aldonza de la Madre de Dios, en el siglo doña Aldonza Niño de Guevara, madre de D. Rodrigo Laso Niño de Guevara, conde de Añover, bien conocido en España en la corte del señor rey D. Felipe II, y en Flandes en la del señor archiduque Alberto, de quien fue ministro, y consejero mayor. Y allí mismo la madre Leonor María del santísimo Sacramento, nieta de la madre Brianda, e hija de los condes de Arcos.

18. En Córdoba, la madre Brianda de la Encarnación, en el siglo doña Brianda de Córdoba de la casa de Guadalcázar. Y doña Catalina de Córdoba, hija de los Excmos. marqueses de Priego, señores de la casa de Aguilar, D. Alonso de Córdoba y Aguilar, y doña Catalina Fernández de Córdoba, en la religión Catalina de Jesús, religiosas ambas de tan señalada virtud, como nos dicen las corónicas de esta sagrada reforma en el tom. 2, lib. 8, cap. 24 y 25.

19. En Roma, las dos hijas del condestable Colona, primas hermanas del almirante de Castilla, que en el siglo se llamaron, la mayor doña María, y la otra doña Victoria Colona.

20. En Nápoles, su madre del Excmo. señor duque de Montalto, virrey de Valencia, D. Luis Moncada y Aragón, hermana del Excmo. señor duque de Medinaceli.

21. Finalmente, pasaran de notas o comentos, si hubiera de referir las ilustres señoras, que han tomado el hábito de santa Teresa, con otras muchas hijas de títulos, y señores particulares, que por ser tantas, no caben en poco papel, y se dejan. Como también los muchos religiosos nobles, y de grandes prendas del siglo, que dejando la vanidad del mundo, han vestido el pobre sayal, que les dejó santa Teresa, descalzando sus pies, para renunciar las honras, y riquezas del mundo, haciéndose pretendientes, y merecedores de perpetua memoria, y gloria eterna. Pero basta para todo, el ver, que la serenísima emperatriz Leonor, mujer segunda del santo, y victorioso emperador D. Fernando el II, así como murió su majestad cesárea, buscó por consuelo de tan desmedida pérdida, el ponerse debajo del manto de santa Teresa, en el convento real de Carmelitas descalzas de la ciudad de Viena.






ArribaAbajoCarta XXV

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad mi padre, y le haya dado esta Pascua tantos bienes, y dones suyos, que pueda   —129→   con ellos servir a su Majestad lo mucho que le debe, en haber querido, que tan a costa de vuestra paternidad vea remediado su pueblo. Sea Dios por todo alabado, que cierto hay bien que pensar, y que escribir desta historia. Aunque no sé las particularidades de cómo se ha concluido, entiendo debe de ser muy bien: al menos, si el Señor nos deja ver provincia, no se debe de haber hecho en España con tanta autoridad, y examen, que da a entender quiere el Señor a los Descalzos para más de lo que pensamos. Plegue a su Majestad guarde muchos años a Pablo, para que lo goce, y trabaje; que yo desde el cielo lo veré, si merezco este lugar.

2. Ya trajeron la carta de pago de Valladolid. Harto me huelgo vayan ahora esos dineros. Plegue al Señor, ordene, que se concluya con brevedad; porque aunque es muy bueno el perlado que ahora tenemos, es cosa diferente de lo que conviene, para asentarse todo como es menester, que en fin es de prestado.

3. Por esa carta verá vuestra paternidad lo que se ordena de la pobre vejezuela. Según los indicios hay (puede ser sospecha) es más el deseo que estos mis hermanos deben de tener de verme lejos de sí, que la necesidad de Malagón. Esto me ha dado un poco de sentimiento; que lo demás, ni primer movimiento digo el ir a Malagón; aunque el ir por priora, me da pena, que no estoy para ello, y temo faltar en el servicio de nuestro Señor. Vuestra paternidad le suplique, que en esto esté yo siempre entera, y en lo demás, venga lo que viniere, que mientras más trabajos, más ganancia. En todo caso rompa vuestra paternidad esa carta. Harto consuelo me da, que esté vuestra paternidad tan bueno; si no que no lo querría con la calor ver en ese lugar. ¡Oh qué soledad me hace cada día más para el alma, estar tan lejos de vuestra paternidad aunque del padre fray José, siempre le parece está cerca, y con esto se pasa esta vida, bien sin contentos de la tierra, y muy contino contento! Vuestra paternidad ya no debe estar en ella, según le ha quitado el Señor las ocasiones, y dándole a manos llenas, para que esté en el celo. Es verdad, que mientras más pienso en esta tormenta, y en los medios que ha tomado el Señor, más me quedo boba; y si fuese servido, que esos andaluces se remediasen algo, lo ternía por merced muy particular, no fuese por manos de vuestra paternidad como no le va el apretarlos, pues ha sido esto para su remedio: y esto he deseado siempre.

4. Hame dado gusto lo que me escribe el padre Nicolao en este caso, y por eso lo envío a vuestra paternidad. Todas estas hermanas se le encomiendan mucho. Harto sienten pensar, si me he de ir de aquí.   —130→   Avisaré a vuestra paternidad lo que fuere. Encomiéndelo a nuestro Señor mucho por caridad. ¡Ya se acordará de lo que murmurarán estas andadas después, y quien son: mire, ¡qué vida! Aunque esto hace poco al caso.

5. Yo he escrito al padre vicario los inconvenientes que hay para ser yo priora, de no poder andar con la comunidad, y en lo demás: que ninguna pena me dará; iré al cabo del mundo, como sea por obediencia; antes creo, mientras mayor trabajo fuese, me holgaría más de hacer siquiera alguna cosita por este gran Dios, que tanto debo: en especial creo es más servirle, cuando sólo por obediencia se hace; que con el mi Pablo, bastaba para hacer cualquiera cosa con contento, el dársele. Hartas pudiera decir, que le dieran contento, sino que temo esto de cartas, para cosas del alma en especial. Para que vuestra paternidad se ría un poco, le envío esas coplas, que enviaron de la Encarnación, que más es para llorar, cómo está aquella casa. Pasan las pobres entreteniéndose. Como gran cosa han de sentir verme ir de aquí, que aún tienen esperanza (y yo no estoy sin ella), de que se ha de remediar aquella casa.

6. Con mucha voluntad han dado los doscientos ducados las de Valladolid, y la priora lo mesmo, que si no los tuviera, los buscara: y envía la carta de pago de todos cuatrocientos. Helo tenido en mucho; porque verdaderamente es allegadora para su casa: mas tal carta le escribí yo. La señora doña Juana me ha caído en gracia, que me ha espantado, que me escribe la tiene algún miedo: porque daba los dineros, sin decírselo. Y verdaderamente, que en lo que toca a la hermana María de san José, siempre la he visto con gran voluntad: en fin, se ve la que a vuestra paternidad tiene. Dios le guarde, mi padre, Amén. Amén. Al padre rector mis encomiendas, y al padre que me escribió este otro día, lo mesmo. Fue ayer postrer día de Pascua. La mía, aún no ha llegado.

Indigna sierva de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta es para el mismo padre fray Gerónimo Gracián, después de sosegado lo más furioso de la tormenta, que tanto combatió la nave de su reforma, y dale las gracias de que tan a su costa; esto es, de persecuciones, trabajos, y afrentas, haya conseguido tan gloriosa vitoria. Y añade, como verdadera profeta, hija de profetas: Que Dios querría a los Descalzos para más de lo que pensaban; esto es, para servirle en la Iglesia con su espíritu, ejemplo, y penitencia: y que lleven, como   —131→   hasta aquí lo han hecho, infinitas almas al cielo, y darles después en él infinitas coronas.

2. Y dice: Para más de lo que pensaban; porque siempre exceden los premios, y mercedes de Dios a las esperanzas del hombre, pues nosotros esperamos como hombres; pero Dios da siempre con medida de Dios.

3. Dice la Santa: Que ella no lo verá, porque morirá luego; y perdóneme, que lo está viendo, y alegrándose de lo que está viendo, en sus hijos, e hijas. Y no sólo los está viendo, sino como veremos en diversas mercedes que Dios les ha hecho, desde que murió, apareciéndose la Santa a hablarles, parece, que los está gobernando.

4. Al fin del número da la norabuena a Pablo (que era el mismo padre fray Gerónimo Gracián) porque en tiempo de tribulaciones, y persecuciones, fue muy común, aun desde la Iglesia primitiva, ponerse otros nombres, para que se libre la verdad de las manos de la calumnia, y de la violencia.

5. En el número segundo, se conoce, que habla de las diligencias que se hacían por la Santa, y por el padre Gracián, y los demás Descalzos, para dividir la provincia. Para lo cual pidió la Santa a sus hijas las Carmelitas descalzas de Valladolid, como parece en la carta cuarenta y ocho, prestados doscientos ducados, que sirvieron para traer los despachos de esta división, conque se puso en entera libertad la reforma. Y es menester, que se acuerden los padres de volver a aquel santo convento, y a sus madres este dinero, y con buenas usuras; pues redituaron tan fecundamente a esta sagrada Descalcez, que por ellos pudo gobernarse con libertad a su modo una profesión tan alta. ¡Oh Providencia divina, y con qué menudencias labras cosas soberanas, celestiales, y divinas!

6. Parece por el número tercero, que a la Santa la habían mandado ir a Malagón por priora, y fue elección del padre fray Ángel de Salazar, vicario de los Descalzos, el cual, al fin del año de 1579 mandó a la Santa, que pasase de Ávila a Malagón, a examinar el espíritu de la venerable madre Ana de san Agustín, y juntamente por prelada de aquella casa. Y como fue ya al fin de sus dichosos días, pondera mucho sus achaques; y esto significa también el decirle: Por esa carta verá lo que se ordena de la pobre vejezuela. ¡Qué dichosa casa es esta de Malagón, pues mereció tantos favores de santa Teresa!

7. Añade: Que sus hermanos, sospechaba, que deseaban verla lejos de sí. Y no hay que admirar, siendo reformadora. El celoso, sólo con la presencia mortifica, y con el mismo silencio reprende. Como los niños de la escuela, en saliéndose el maestro, se alegran, así los remisos, en ausentándose el reformador.

8. En el número cuarto le dice, cuán consolada se halla con el suceso, y lo que desea la quietud de lo de Andalucía, y que no fuese por su mano, aunque siempre es más segura, la experimentada; porque deseaba evitarle ocasiones de disgustos.

9. En el número quinto, insinúa, que murmuraban las andadas de la Santa; esto es, los caminos que hacía, para reformar. Y añade: ¡Miren qué vida! Como si dijera: Qué vida tan penosa, caminar padeciendo,   —132→   para reformar; caminar reformando, para padecer; caminando, padece el cuerpo; y reformando, con estas murmuraciones, el alma.

Este es el premio en el mundo de la reformación, y de promover la virtud de las almas, calumnias, y más calumnias, murmuraciones, y más murmuraciones. El varón espiritual, ¿qué otra cosa espera? Sobre no ser muy espiritual, en esperarlo, se hallará sumamente engañado, y después disgustado.

Da luego el remedio a este daño, que es no hacer caso de lo que murmuran; porque no hay duda, que no hay tal arte de satisfacer las injurias, como tolerarlas.

10. En el número sexto dice, cómo ha propuesto sus achaques, y enfermedades al padre vicario, para que vean, que no puede ser buena priora de Malagón, la que fue buena, y santa, y santísima fundadora de toda la religión. ¡Oh humildad soberana! Si ya no fue ponderación discreta, que hizo la Santa, de lo que impiden al buen gobierno los achaques, y enfermedades del gobernador: no digo las morales, y de las costumbres, que esas son la perdición del gobernador, y del gobierno, sino los corporales.

11. Yo he reparado, que habiendo Dios atribulado tanto a los Apóstoles, y discípulos, no se halla, que a ninguno de ellos los atribulase con enfermedades del cuerpo; ni en ellos hubiese necesidad de hacer milagros sobre ello; porque es tan incompatible el gobernar bien sin salud, que parece, que se pasa la enfermedad del gobernador al mismo gobierno: porque en estando sin ella, así andan enfermas las reglas, como lo anda el superior.

Pero después de esto, entre tanto que estemos en estos vasos mortales, y frágiles, es preciso servir sanos, y enfermos, y que nos halle la muerte trabajando, y penando. Y digo, que no se halla que tuviesen enfermedades los Apóstoles, aunque san Pablo dice, que se gloriaba en sus enfermedades: Libenter gloriabor in infirmitatibus meis (2, Cor. 12, v. 9), porque los expositores no entienden aquellas palabras de las enfermedades corporales, tanto como de sus trabajos, y persecuciones: y claro está, que tenían achaques; pero no tales, que les impidiese el gobierno necesario de la Iglesia, y la conversión de las almas: porque en este caso, muy bien proponía santa Teresa, y se excusaba de ser prelada en Malagón, la que era fundadora santísima de toda su Descalcez.

12. Para templar los cuidados del padre fray Gerónimo Gracián, y los que la Santa tenía, le envía las coplas espirituales, que habían hecho entre sus aflicciones las religiosas de la Encarnación de Ávila. Nadie supo, como santa Teresa, mezclar las burlas con las veras, haciendo veras las burlas. Con que hiciesen coplas espirituales sus hijas, las entretenía en alabanzas divinas, en medio de sus cuidados: y para recrear los del padre Gracián, se las remitía, para que viendo en aquellas almas tal alegría, y gozo en su tribulación, se alegrase su maestro, y consolase en sus penas.

13. En el número siguiente alaba con grandísima gracia a la madre priora de Valladolid (éralo la madre María Bautista, su sobrina) de allegadora para su casa. Oigan esto todas las madres prioras del Carmelo,   —133→   y acuérdense de ello en sus oficios, y entiendan, que no es esta pequeña virtud. En faltando lo temporal, descaece lo espiritual. ¿Pues qué hará una pobre priora con veinte monjas encerradas, sin tener qué comer? Sobre este barro frágil crió Dios la hermosura del alma, y mientras estamos en esta vida, no puede en ella resplandecer el diamante, si no se conserva el engaste. Es necesario el sustento del cuerpo, para que pueda ejercitar sus operaciones el alma; y no pueda esta ejercitarlas, si no sustentan su cuerpo.

14. Pero así como es cierto, que no se puede conservar lo espiritual, sin el sustento temporal, es también certísimo, que en los conventos del Carmelo no conservarán bien lo temporal, si se descuidan en lo espiritual, y en la observancia de su santa regla, y constituciones. Y esto por dos razones, que la una es de gracia, y la otra de naturaleza.

La de gracia es, porque sirviendo mucho a Dios dentro del convento, moverá su divina Majestad los ánimos de los fieles fuera del convento, para que las socorran. La de naturaleza; porque en procediendo con espíritu, y observancia, lo primero escusan gastos superfluos, y se contentan con los necesarios; y como dice el filósofo moral: Necessariis rebus, et exilia sufficiunt, supervacuis, nec regna (Séneca). Para lo necesario, da lo bastante el destierro, para lo superfluo, ni un reino.

15. Lo segundo, el crédito de su virtud, y espíritu, y el ejemplo, y agrado con que se gobiernan con todos, despierta amor, y el amor socorros. Y luego añade: Pero tal carta la escribí yo. Esta es la carta cuarenta y ocho, en que le pide, que haga este socorro. También era buena allegadora la Santa de almas, y de corazones para Dios.






ArribaAbajoCarta XXVI

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios


1. Jesús sea con vuestra reverencia. Amén. Por esa carta verá vuestra reverencia lo que en Alba se pasa con su fundadora. Hanla comenzado a tener miedo, y hécholas tomar monjas, y deben de pasar harta necesidad, y veo mal remedio para llegar a razón: menester ha vuestra reverencia informarse de todo.

2. No olvide vuestra reverencia dejar mandado lo de los velos en todas partes, y declarado por qué personas se ha de entender la constitución; por que no parezca las aprieta más, que yo temo más, que no pierdan el gran contento con que nuestro Señor las lleva, que esotras cosas; porque sé, qué es una monja descontenta: y mientras ellas no dieren más ocasión de la que hasta ahora han dado, no hay por qué las aprieten en más de lo que prometieron.

3. A los confesores, no hay para qué los ver sin velos jamás, ni a los frailes de ninguna Orden; y muy menos a nuestros Descalzos. Podríase   —134→   declarar, como si tienen un tío, y no tienen padre, y aquel tiene cuenta dellas, o personas de muy mucho deudo, que ello mesmo se lleva razón: o si hay duquesa, o condesa, persona principal: en fin, en donde no pueda haber peligro, sino provecho; y cuando no fuere desta suerte, que no se abra: o si otra cosa se ofreciere, que sea duda, que se comunique con el provincial, y se pida licencia; y si no, que jamás se haga; mas yo he miedo no la de el provincial con facilidad. Para cosa de alma parece que se puede tratar sin abrir velo. Vuestra reverencia lo verá.

4. Harto deseo les venga luego alguna que traiga algo, para pagar lo que se ha gastado en la obra. Dios lo guíe como ve la necesidad. Aquí están bien, que todo les sobra, digo cuanto a lo exterior, que para el contento interior, poco hará esto, mejor le hay en la pobreza. Su Majestad nos lo dé a entender, y haga a vuestra reverencia muy santo. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra reverencia.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta es para el mismo P. M. Gracián: y según se puede colegir del contexto, cuando la Santa la escribió, se hallaba en la fundación de Palencia.

2. Con la fundadora de Alba (que era una criada de los señores duques, de quien habla la Santa en sus fundaciones con grande aprobación de virtud) tuvieron grandes diferencias las religiosas, según parece por las corónicas, y dice: Que le habían cobrado miedo (Tom. I, lib. 2, c. 26), explicando con eso el valor, que es menester para defenderse en servicio de Dios, y oponerse a cuanto fuere contra la buena observancia de la religión.

3. Cuando esta carta se escribió, estaba para juntarse en Alcalá de Henares el capítulo de la separación de los Descalzos en provincia a parte: para el cual escribió la Santa a diferentes prelados, diferentes, y muy importantes avisos, acerca del gobierno de sus hijas: unos de los cuales son los que en esta carta dio al P. Fr. Gerónimo Gracián, acerca de las rejas de los locutorios, que son las puertas del cielo, cerradas; y las del peligro, abiertas; y advierte los casos en que pueden abrirse. Y aquí dice una máxima excelente en el gobierno de monjas, y aun en el de los religiosos, y eclesiásticos, y aun en el de los seculares: No las aprieten (dice) más de lo que prometieron. No hay cosa más peligrosa para conventos, comunidades, ciudades, y reinos, que llevarlos por fuerza a lo que ellos pueden caminar contentos con suavidad. Por eso dice el Espíritu Santo: Qui vehementer emungit, elicit sanguinem. Y en otra parte: Noli esse justus multum (Proverb. 30, v. 33, Eccles. 7, v. 17). Como si dijera: No seamos más justos que la ley, al gobernar; no es poco, si nuestros súbditos obran conforme a la ley.

  —135→  

4. Luego da dos razones admirables para esto. La primera, donde dice: Porque sé bien lo que es una monja descontenta; que viene a ser poco menos que una alma desesperada. Porque encerradas, y descontentas, ¿qué les queda sino penar, y morir, sin merecer? Y padecer, y morir, sin merecer, es el último, y mayor de los males.

5. La segunda: Que no querría que perdiesen el contento, con que Dios las lleva; porque la alegría del servir a Dios, aligera los trabajos de la penitencia: y lo que con aquella alegría apenas pesa un adarme, sin ella pesa doscientas arrobas. Y así se ha de procurar conservar las almas en esta santa alegría; porque es de mayor facilidad el servir, y de mayor mérito el obrar. Por eso dice el texto sagrado de san Pablo: Hilarem enim datorem diligit Deus (2, Cor. 9, v. 7). Dios quiere alegres sus siervos.

6. Añade en el número tercero: Que a los confesores, no hay para qué los ver sin velos jamás. Y tiene razón; porque no han menester los confesores la vista para curar a las almas, sino el oído: ni las penitentes, para ser curadas, han menester mirar, sino hablar: y así, ciérrense los ojos, y sólo se abran los labios en ellas, y los oídos en ellos.

7. Añade: Y mucho menos a nuestros Descalzos: ¿por qué siendo tan santos, y queriéndolos más que a otros? Por eso mismo. Porque los quería más, los quería asegurar más, para que fueran buenos, y santos: y no hay medio para perder la santidad muy apriesa, como el riesgo de mirar a las mujeres, aunque sean santas ellas, y ellos santos.

Porque, aunque ellos sean santos, son hombres; y aunque ellas sean santas, son mujeres: y santos, y santas, sobre ser mujeres, y hombres, en vida de culpas, con el peligro a la vista, no tienen seguridad.

8. Viendo san Felipe Neri, que un niño de doce años jugaba con sobrada llaneza con una hermanilla suya de la misma edad, le reprendió, y le mandó no lo hiciese, y se apartase de las mujeres. Respondió el muchacho: ¿Qué importa, padre, que aunque es mujer, es mi hermana? Respondió el santo discretamente: Mira, hijo, el demonio es grande lógico, y así te volverá esa proposición al revés, diciéndole: Aunque es hermana, es mujer.

9. Las ruinas de la vista, nadie las puede contar. ¿O qué bien dijo san Epifanio, el cual, estando una noche en una pobre choza cociendo unas legumbres para comer, se puso a mirarlo por la ventanilla de la casa, que salía a la calle, una mujer; y preguntándole ella: ¿Quieres algo, padre? respondió el santo: Sí quiero. ¿Qué? Quiero (dijo) un poco de piedra, y lodo, para cerrar con ella la ventana por donde me estás mirando.






ArribaAbajoCarta XXVII

Al padre fray Juan de Jesús Roca, Carmelita descalzo. En Pastrana


1. Jesús, María, y José sean en el alma de mi padre fray Juan de Jesús. Recibí la carta de vuestra reverencia en esta cárcel, a donde estoy con sumo gusto, pues paso todos mis trabajos por mi Dios, y por mi religión.   —136→   Lo que me da pena, mi padre, es lo que vuestras reverencias tienen de mí: esto es lo que me atormenta. Por tanto, hijo mío, no tenga pena, ni los demás la tengan; que como otro Pablo (aunque no en santidad) puedo decir: que las cárceles, los trabajos, las persecuciones, los tormentos, las ignominias, y afrentas por mi Cristo, y por mi religión, son regalos, y mercedes para mí.

2. Nunca me he visto más aliviada de los trabajos, que ahora. Es propio de Dios favorecer a los afligidos, y encarcelados, con su ayuda, y favor. Doy a mi Dios mil gracias, y es justo se las demos todos, por la merced que me hace en esta cárcel. ¿Hay (mi hijo, y padre) mayor gusto, ni más regalo, ni suavidad, que padecer por nuestro buen Dios? ¿Cuándo estuvieron los santos en su centro, y gozo, sino cuando padecían por su Cristo, y Dios? Este es el camino seguro para Dios, y el más cierto; pues la cruz ha de ser nuestro gozo, y alegría. Y ansí, padre mío, cruz busquemos, cruz deseemos, trabajos abracemos; y el día que nos faltaren, ¡ay de la religión Descalza! ¡Y ay de nosotros!

3. Díceme en su carta, como el señor Nuncio ha mandado, que no se funden más conventos de Descalzos, y los hechos se deshagan, a instancia del padre general: que el Nuncio está enojadísimo contra mí, llamándome mujer inquieta, y andariega; y que el mundo está puesto en armas contra mí, y mis hijos, escondiéndose en las breñas ásperas de los montes, y en las casas más retiradas, porque no los hallen, y prendan. Esto es lo que lloro: esto es lo que siento: esto es lo que me lastima, que por una pecadora, y mala monja, hayan mis hijos de padecer tantas persecuciones, y trabajos, desamparados de todos, mas no de Dios, que de esto estoy cierta, no nos dejará, ni desamparará a los que tanto le aman.

4. Y porque se alegre mi hijo con los demás sus hermanos, le digo una cosa de gran consuelo, y esto se quede entre mí, y vuestra reverencia y el padre Mariano, que recibiré pena que lo entiendan otros. Sabrá mi padre, como una religiosa de esta casa, estando la vigilia de mi padre san José en oración, se le apareció, y la Virgen, y su Hijo, y vio cómo estaban rogando por la reforma, y le dijo nuestro Señor, que el infierno, y muchos de la tierra hacían grandes alegrías, por ver, que a su parecer estaba deshecha la Orden: mas al punto, que el Nuncio dio sentencia, que se deshiciese, la confirmó a ella Dios, y le dijo, que acudiesen al rey, y que le hallarían en todo como padre; y lo mesmo dijo la Virgen, y san José, y otras cosas, que no son para carta: y que yo, dentro de veinte días, saldría de la cárcel, placiendo a Dios. Y ansí alegrémonos todos, pues desde hoy la reforma Descalza irá subiendo.

  —137→  

5. Lo que ha de hacer vuestra reverencia, es estarse en casa de doña María de Mendoza, hasta que yo avise: y el padre Mariano irá a dar esta carta al rey, y la otra a la duquesa de Pastrana, y vuestra reverencia no salga de casa, porque no le prendan, que presto nos veremos libres.

6. Yo quedo buena, y gorda, sea Dios bendito. Mi compañera está desganada: encomiéndenos a Dios, y diga una misa de gracias a mi padre san José. No me escriba hasta que yo le avise. Dios le haga santo, y perfecto religioso Descalzo. Hoy miércoles, 25 de marzo de 1579. Con el padre Mariano avisé, que vuestra reverencia, y el padre fray Gerónimo de la Madre de Dios, negociasen de secreto con el duque del Infantado.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Prevengan lágrimas las hijas de santa Teresa; porque han de ver en la cárcel a su madre; pero han de ser, como fueron las suyas, de contento, y alegría, porque estaba padeciendo por Dios; y padecer por su dulcísimo Esposo, es contento, y alegría. Padecer en esta vida mortal es necesidad de nuestra naturaleza; pero padecer por el amor de Jesús, es el mayor bien, que puede darnos la gracia en esta vida mortal. Padeced, hijos, decía san Pedro en una de sus epístolas (1, Pet. 4, vers. 15); mas no como malhechores, sino como verdaderos siervos de Jesús; y si así padecéis, hijos, tened por honra, y gloria grandísima el padecer.

2. Con san Pablo deseaba aquí la Santa trabajos, y más trabajos (que no los da la prisión), porque padecer afrentas, e ignominias por Cristo, y su religión, eran regalos para ella: O morir, o padecer, decía esta sediente paloma de los trabajos. Como si dijera: O morir por el amor, padeciendo, o morir al no padecer, viviendo, por padecer por Jesús. No tengo por vida la vida sin padecer; y así quiero con el padecer asegurarme en la vida.

Era como quien tenía a la vista una empresa valerosa, y hasta vencerla combatía sin cesar, diciendo; que peleaba padeciendo hasta morir, siendo consuelo, del no poder morir por su Amado, por su Amado el padecer. Que era decir con sentidísimo afecto: ¡Oh Bien eterno, que padecisteis por mí! ¡Haced que padezca yo por vos, gloria eterna, que disteis por mí la vida! Haced que dé la vida por vos. Y si no me dais (gloria eterna) el morir, concededme el padecer.

O morir, o padecer, amor mío, habéis de conceder a mi amor; porque no puede aliviar las ansias, que tiene mi alma de dar la vida por vos, sino padeciendo trabajos, que me lleven a la muerte a ofrecer por esa muerte esta vida. En esta vida, mi vida desea morir por vos; pero si no le dais el morir, dadle por lo menos, gloria mía, el padecer.

3. También explica la Santa esta agonía, y anhelo de morir, y padecer   —138→   por su amado (aunque con otro sentimiento, que es en todo de san Pablo) cuando decía:


Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero;
Que muero porque no muero.


(Galat. 2, v. 29)                


Porque con este afecto enamorado, a vista de la gloria que esperaba su alma dichosa, decía, que le era la vida muerte, y le era la muerte vida, y que era muerte su vida, por la ausencia; porque era vida su muerte, con la presencia que esperaba de su Amado, y que el vivir le era pena, porque el morir le era gloria. Al fin en este primero número padecía la Santa, con san Pablo, en la prisión, como san Pablo, y con los afectos de san Pablo penaba con alegría, como penaba san Pablo.

4. Vuelve otra vez en el número segundo a recrearse en los trabajos, y a saborearse en sus penas, diciendo: ¿Hay (mi hijo, y padre) hay mayor gusto, mi más regalo, ni más suavidad que padecer por nuestro buen Dios? ¡Qué palabras estas! ¡Qué dulzura! ¡Qué gracia! ¡Qué fervor de espíritu, y devoción! Palabras le faltaban a la Santa para explicar el gusto de sus trabajos, porque no basta a explicar la lengua el gozo del corazón. ¡Qué gusto, qué regalo, qué suavidad es padecer por Dios! ¡Qué gusto, aun para esto sensitivo del cuerpo! ¡Qué regalo, en la parte racional del alma! ¡Qué suavidad, en lo más superior del espíritu! ¿Quién habrá que con esto no se aficione a los trabajos por Dios, pudiendo en todo ofrecerle sus trabajos? ¿Quién habrá que esto oiga, que no tome la cruz sobre sus hombros, y no parta luego a seguir a Jesús? ¿Quién lo ve delante con la cruz sobre sus divinos hombros, que no ame la penitencia, y la mortificación? ¿Quién habrá que no desee con la Santa, o padecer, o morir? Ea, almas dichosas, ea, siervos del Señor, ea, esposas de Jesucristo, oíd, y oigamos a esta maestra celestial, enseñando desde la cárcel, y la prisión, padeciendo, o morir, o padecer.

5. ¡Oh qué elocuente, y persuasiva doctrina, para enseñar la doctrina de la cruz, padecer, y enseñar desde la cruz! Padeciendo enseñaba lo que hacía, padecía enseñando lo que obraba. Y así como su Esposo nunca mejor enseñó a padecer, que desde la cátedra de la cruz; así la Santa desde la cátedra de su prisión, y sus penas. Y como el Señor murió con sed de trabajos, y más trabajos, y faltaron penas a su sed; mas no sed a sus trabajos, y por eso dijo: Sitio (Joan. 29, v. 28), tengo sed; así también en su cárcel la esposa tenía sed de más penas con san Pablo; y enseñaba, no sólo a penar, sino a tener sed de penar, y padecer trabajos, y más trabajos. ¡Ay de los que no tenemos, ni hemos tenido trabajos! ¡Aquí sí, oh almas devotas, que podemos, y debemos soltar el raudal de las lágrimas, al no padecer trabajos! ¡Aquí sí, que debemos penar, el no llegar a penar! ¡Aquí sí, que debemos tener por nuestro mayor trabajo, el no padecer trabajos! ¡Aquí sí, que debemos tener por la mayor cruz, vivir sin cruz, por nuestro mayor tormento, vivir sin penas, y sin tormentos! Nadie quiera vivir sino con la cruz a cuestas, como vivió el buen Jesús desde el pesebre a la cruz. Nadie quiera morir sino en cruz, como murió el buen Jesús.

  —139→  

6. Esta doctrina enseñaba santa Teresa desde la cátedra de su cárcel, y con tan gran suavidad, que hace dulces los trabajos, y suaves las afrentas. Esta enseñó el Señor desde la cruz. Esta san Pedro, y san Pablo, con la doctrina, y ejemplo. Esta enseñaron los Apóstoles sagrados. Esta enseñaron los santos grandes (en cuyo día escribo esto) san Ignacio mártir, obispo de Antioquía, que al entrar en el teatro de sus penas, y coronas, y ver venir los leones a tragarlo, decía: Trigo soy de Jesucristo; venid a hacerme harina de Cristo con vuestras muelas, porque quiero ser pan sacrificado, y consagrado por Cristo. Y san Pionio, un sacerdote eruditísimo, y santísimo, que llevándolo a ser coronado en el martirio, pidió a sus discípulos, que las cadenas con que padeció en la cárcel, las enterrasen con su santo cuerpo en la sepultura; porque las amaba tanto, que quiso tener en ella a las que le dieron tan grande gloria en la cárcel. Que cierto es que todo esto hiciera santa Teresa, si como padeció en una angosta prisión por la caridad, padeciera en el teatro del mundo por la fe.

7. Al fin de este número la Santa dice unas palabras, que es menester que las oigan todos sus hijos, e hijas, y aun todos los que lo son de la Iglesia, de rodillas, y con grande, y profunda atención, y devoción, porque dice: Padre mío, cruz busquemos, cruz deseemos, trabajos abracemos, y el día que nos falten, ¡ay de la religión Descalza! ¡Y ay de nosotros! Yo estoy considerando, que entonces estaban oyendo tan segura profecía, y doctrina celestial, y soberana de la Santa, no sólo la religiosa, que la asistía en la cárcel, no sólo el religioso, a quien secretamente le escribía estas razones, sino toda la innumerable multitud de hijos, e hijas, que después han seguido, y siguen este espíritu seguro de la Santa. Porque de tal manera han grabado en el alma estas razones, que no dejan de la mano la penitencia, la aflicción, las mortificaciones, las penas, la cruz. ¿Pues sobre qué se funda, ni qué otros ejes sustentan, sino esa doctrina santísima, a la rueda espiritual repetida de penar todos los días, día, y noche sin cesar? Rueda, que como la de la santa Catalina iba lastimando su santo cuerpo; así está, por Dios, va atribulando sus almas.

8. ¡Oh cómo se podría discurrir del amor de los trabajos! Pero no es para decirlo en las notas, sino para que se practique en el alma. Comentos enteros hacen los santos del amor a los trabajos, y así sería inútil, y aun imposible el reducirlo a las notas. ¿Y qué hay que decir más que leer, y volver a leer lo que dice esta Santa en esta carta? ¿Y qué hay que decir más que ver a la Virgen, y a los santos con ansia de penas, y de trabajos? ¿Y qué hay que decir, sino ver a Jesús en una cruz, y con sed ardiente de dolores y trabajos?

9. En el número tercero dice el decreto que salió, de que no se funden conventos de Descalzos, y lo que siente la persecución, no por sus penas, sino por las de sus hijos, y por lo que se retarda el servicio de Dios. ¡Qué propio penar de alma de Dios, no sentir las propias, sino las ajenas penas! ¡No sentir lo que padece, sino lo que Dios en sus siervos padece!

10. No deja de consolar en este número a los que padecen por Dios, y de dar gran luz lo que refiere la santa, que decía della el que ejecutó   —140→   estos decretos contra la santa reforma: Está (dice) enojadísimo contra mí, diciendo, que soy una mujer inquieta, y andariega. Y lo diría el juez en todo su juicio, y es tal la bondad divina, que puede ser que mereciese al decirlo, porque lo entendía así, y no lo daba Dios luz para que viese aquello que censuraba.

¡Oh qué poco importan los juicios humanos! ¡Y cómo sólo importan los divinos! Que bien dijo el serafín de la tierra san Francisco: Nadie es más en este mundo de lo que fuere en el cielo. Si todos me alaban, pero Dios me reprueba, ¡ay de mí! Si todos me reprueban, pero Dios me aprueba, ¡dichoso yo! Si Dios reprueba, y condena, ¿qué importa que alabe el mundo? y si absuelve Dios, ¿qué importa que nos condene? ¿Qué importa que me condene a mí un soplo, si una eternidad me salva? La vida es un soplo leve, y breve, la gloria es una eternidad; busquemos aprobaciones de gloria, y no temamos reprobaciones de soplos.

11. Inquieta llama a la Santa. Tenía razón el juez; pero eran unas santas inquietudes por el amor de su Esposo. Inquieta, y andaba para quietar a las almas que en la inquietud de este mundo se perdían, y a costa de su inquietud les buscaba la eterna seguridad, y quietud. Inquietaba santa Teresa a este mundo, como a Jerusalén, y a Judea el Señor, con la humana reformación, y redención, cuando decían los Escribas: Commovet populum, incipiens a Galilæa (Lucæ 23, v. 5), como decíamos en la carta tercera.

12. Andariega la llamaba. ¿Cómo se había de fundar sin caminar? Pero los que eran pasos de gracia, y gloria en la Santa, eran en la censura del mundo pasos de reprobación. ¡Oh cómo hemos de buscar sólo la gloria de Dios, sin hacer caso de la gloria de este mundo!

13. En el número cuarto refiero cierta revelación que tuvo una religiosa (y es cierto que fue la misma Santa) de que dentro de veinte días cesaría toda aquella tempestad, y cesó; porque dormía el Señor en el navío, dando lugar a que padeciesen por su amor los navegantes. Despertáronle sus clamores, oraciones, y gemidos, y lo que es más, el mismo amor de Jesús, y mandó al mar que se quietase, a los vientos que cesasen, y cesó la tempestad.

14. En este número es muy de advertir: lo primero, que dice la Santa: Que la Virgen nuestra Señora rogaba a su Hijo por esta santa reforma; porque esta santa reforma es hija destinada al amparo de la Virgen. Lo segundo: Que san José rogaba también por ella. Porque siendo de su Esposa, era preciso que rogase por el dote, y los bienes de su Esposa. Lo tercero, que el día que en el suelo se decretó que se deshiciese, en el cielo se decretó (cuanto a la manifestación exterior) que se hiciese, y confirmase esta celestial reforma.

El día que se decretó en el suelo que cayese, se decretó en el cielo se levantase hasta el cielo. ¡Qué poco importan los decretos, y sentencias deste mundo, cuando está decretando todo lo contrario Dios! ¡Qué importan decretos de criaturas, cuando decreta lo contrario el eterno Criador!

15. Lo cuarto, que le dijo el Señor a la Santa: Que acudiesen al rey, que lo hallarían en todo como padre. Buena aprobación es esta, no sólo del señor rey Felipe II, que fue padre de todo lo bueno, y santo, y promovió   —141→   a la religión con fe tan ardiente, y constante, como es al mundo notorio, sino de todos los señores reyes sus sucesores, y de nuestro religiosísimo, y piísimo monarca, que como padres de sus reinos, mucho más que como reyes, procuran su defensa, y su remedio, y alivio, cuanto cabe el alivio odia defensa.

16. Lo quinto, que dice: Que la reforma descalza, desde aquel día iría subiendo. ¿A dónde Virgen santa? ¿A dónde sube, y subirá la Descalcez? Al cielo, por las virtudes, a la corona, por las penas, a la gracia, por los méritos, y por la gracia, a la gloria.

Alégrese esta santa Descalcez, fundada en penitencia, y en lágrimas, con esta santísima profecía, que hemos visto ejecutada. Vaya subiendo al gozar, por pasos del padecer; y esperen que será este subir, sin caer, y este caminar, sin acabar. Porque de la manera que para explicar el Evangelista las lágrimas de san Pedro, dijo: Cæpit flere, et flevit amare (Marc. 14, v. 72, Matth. 26, v. 75); comenzó a llorar sin cesar, y lloró amargamente sin parar, y no cesaron sus ojos de llorar, hasta que juntó las lágrimas con la gloria del gozar, por el penar; así aquí santa Teresa dice: Que subirá la reforma desde entonces, pero no dice, hasta cuándo ha de subir la reforma, porque siempre ha de subir, por el padecer, y subir con padecer, es subir sin caer, es vivir sin acabar. Juntará esta sagrada reforma estas penas temporales con aquellos gozos eternos, y mientras dure el mundo subirá, merecerá, crecerá, y llegará a gozar gustos eternos, la que está padeciendo por Dios estas penas temporales.

17. Luego en el número sexto le ofrece medios a su remedio en aquel trabajo. Porque Dios quiere que sude la humana naturaleza, para que vaya sobre eso obrando su gracia, aunque no podía sin la gracia comenzar a obrar la naturaleza.

18. Acaba en el número sexto, diciendo: Que quedaba buena, y gorda. Buena, cualquiera podía creerlo, siendo tan altas, y excelentes sus virtudes; pero gorda, sólo podía creerlo, quien sabía de su espíritu, que era su alegría, su gozo, y su alimento el penar, y padecer por su Esposo; y que así con padecer engordaba.

Concluye su carta, diciéndoles a sus hijos, que negocien en tiempo que de tanta tribulación con el Excelentísimo señor duque del Infantado. Lo cual advierten las corónicas de esta sagrada religión, y nota su verídico historiador, que en tiempos tan calamitosos tuvo su mayor refugio la reforma de santa Teresa en la ilustrísima, y excelentísima casa de Mendoza (Tom. 1, lib. 4, c. 35, n. 5).

Arrebatonos de suerte el amor de la Santa en sus trabajos, que nos hemos dilatado, y salido de la clausura en las notas, y pasado, si no mucho, un poquito de nota a comento.

19. Este santo religioso, a quien escribió santa Teresa, fue varón admirable en santidad, y de los primeros fundadores de la reforma sagrada; y la prisión de la Santa fue, cuando salió decreto, que se redujese a una celda la Santa, por el Capítulo general de Plasencia de Italia, estando la Santa en Sevilla, y se ejecutó en Toledo. Pero recurriendo a su Santidad, y a su majestad, y lo que es más, decretando otra cosa Dios en el cielo de aquello que se decretó en el suelo, en un instante se   —142→   echó por el suelo lo decretado en el suelo, contra aquello que se decretó en el cielo.






ArribaAbajoCarta XXVIII

Al padre fray Ambrosio Mariano de san Benito, Carmelita descalzo


Jesús, María

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra reverencia. Bien parece que no tiene vuestra reverencia entendido lo que debo, y quiero al padre Olea, pues en negocios que haya tratado, o trate su merced, me escribe vuestra reverencia. Ya creo sabe, que no soy desagradecida; y ansí le digo, que si en este negocio me fuera perder descanso, y salud, que ya estuviera concluido; mas cuando hay cosa de conciencia en ello, no basta amistad; porque debo más a Dios, que a nadie.

2. Pluguiera a Dios que fuera falta de dote, que ya sabe vuestra reverencia (y si no infórmese dello) las muchas que hay en estos monasterios sin ninguno, cuanto más que le tiene bueno, que le dan quinientos ducados, con que puede ser monja en cualquier monasterio. Como mi padre Olea no conoce las monjas destas casas, no me espanto esté incrédulo: yo que sé que son siervas de Dios, y conozco la limpieza de sus almas, no creeré jamás, que ellas han de quitar a ninguna el hábito, no habiendo muchas causas; porque sé el escrúpulo, que suelen tener en esto; y cosa en que ansí se determinan, debe de haber mucha: y como somos pocas, la inquietud que hacen, cuando no son para la religión, es de suerte, que a una ruin conciencia se le hiciera escrúpulo pretender esto, cuanto más a quien desea no descontentar en nada a nuestro Señor. Vuestra reverencia me diga, si no le dan los votos, ¿cómo puedo yo hacerles tomar una monja por fuerza, como no se las dan, ni ningún prelado?

3. Y no piense vuestra reverencia que le va al padre Olea nada, que me ha escrito que no tiene más con ella, que con uno que pasa por la calle; sino que mis pecados le han puesto tanta caridad en cosa que no se puede hacer, ni yo lo puedo servir, y me ha dado harta pena. Y cierto, aunque se pudiera ser, a ella no se la hacen en quedar con quien no la quiere. Yo he hecho en este caso más de lo que era razón, que se la hago tener otro año, harto contra su voluntad, para que se pruebe más, y por si cuando yo fuere a Salamanca, voy por allí, informarme mejor de todo. Esto es por servir al padre Olea, y porque más se satisfaga;   —143→   que bien veo, que no mienten las monjas, que aun en cosas muy livianas sabe vuestra reverencia cuán ajeno es destas hermanas esto.

4. Y que no es cosa nueva irse monjas destas casas: que es muy ordinario, y ninguna cosa pierde en decir, que no tuvo salud para llevar este rigor; ni he visto ninguna, que valga menos por esto. Escarmentada desto, he de mirar mucho lo que hago de aquí adelante; y ansí no se tomará la del señor Nicolao, aunque a vuestra reverencia más le contente; porque estoy informada por otra parte, y no quiero, por hacer servicio a mis señores, y amigos, tomar enemistad.

5. Extraña cosa es, que diga vuestra reverencia que ¿para qué se hablaba en ello? Desa manera no se tomaría monja. Porque deseaba servirle, y me dieron otra relación de lo que después he sabido: y yo sé que el señor Nicolao quiere más el bien destas casas, que de un particular: y ansí estaba allanado en esto.

6. Vuestra reverencia no trate más dello, por amor de Dios; que buen dote la dan, que puede entrar en otra parte, y no entre donde para ser tan pocas habían de ser bien escogidas. Y si hasta aquí no ha habido tanto extremo en esto con alguna, aunque son bien contadas, hanos ido tan mal, que le habrá de aquí adelante. Y no nos ponga con el señor Nicolao en el desasosiego, que será tornarla a echar.

7. En gracia no ha caído el decir vuestra reverencia que en viéndola la conocerá. No somos tan fáciles de conocer las mujeres, que muchos años las confiesan, y después ellos mesmos se espantan de lo poco que han entendido: y es porque ni aun ellas no se entienden para decir sus faltas; y ellos juzgan por lo que les dicen. Mi padre, cuando quisiere que le sirvamos en estas casas, denos buenos talentos, y verá como no nos desconcertaremos por el dote; cuando esto no hay, no puedo hacer servicio en nada.

8. Sepa vuestra reverencia que yo tenía por fácil tener ansí una casa, a donde se aposentaren los frailes, y no me parecía mucho, sin ser monasterio, que les dieran licencia para decir misa, como la dan en casa de un caballero seglar; y ansí lo envié a decir a nuestro padre. Él me dijo, que no convenía; porque era dañar el negocio: y páreceme, que acertó bien. Y vuestra reverencia sabiendo en voluntad, no había de determinarse a estar tantos, y como si tuvieran la licencia, aderezan la iglesia, que me ha hecho reír. Aún casa no compraba yo, hasta tenerla del ordinario. En Sevilla, que no hice esto, ya ve lo que costó. Yo dije a vuestra reverencia harto, que hasta tener letra del señor Nuncio, en que diese licencia, que no se haría nada.

9. Cuando D. Gerónimo me dijo que venía a rogarlo a los padres, me   —144→   quedé espantada; y por no parecerme a vuestras reverencias en fiar tanto dellos (al menos ahora) no estoy en hablar a Valdemoro: que tengo sospecha, que amistad para hacernos bien, no la terná, sino para ver si coge algo de que avisar a sus amigos: y esta mesma querría tuviese vuestra reverencia y no se fiase dél, ni por tales amigos quiera hacer ese negocio. Deje a cuyo es (que es de Dios) que su Majestad lo hará a su tiempo, y no se dé tanta priesa, que eso basta a estragarlo.

10. Sepa vuestra reverencia que D. Diego Mejía es muy buen caballero, y que él hará lo que dice: y pues que se determinan a decirlo, entendido debe de tener de su primo que lo hará: y crea, que lo que no hiciere por él, que no lo hará por su tía; ni hay para qué la escribir, ni a ninguna persona, que son muy primos, y el deudo, y amistad de D. Diego Mejía es mucho de estimar. Y también es buena señal decir el arcediano, que él daría la relación por nosotras; porque si no lo pensara hacer bien, no se encargara desto. El negocio está ahora en buenos términos, vuestra reverencia no lo bulla ahora más, que antes será peor. Veamos qué hace D. Diego, y el arcediano.

11. Yo procuraré por acá entender, si hay quien se lo ruegue; y si el deán puede algo, doña Luisa lo hará con él todo. Esto ha sido harto a mi gusto, y háceme más creer, que se sirve mucho Dios desta fundación; y ansí ni lo uno, ni lo otro ha estado en manos de nosotros. Harto bien es que tengan casa, que tarde, o temprano habremos la licencia. A haberla dado el señor Nuncio ya estuviera acabado. Plegue a nuestro Señor de darle la salud, que habemos menester. Yo le digo, que el Tostado, no está nada desconfiado, ni yo segura de que comenzará de hacer por él, quien lo comenzó.

12. En eso de Salamanca, el padre fray Juan de Jesús está tal con sus cuartanas, que no sé qué pueda hacer, ni vuestra reverencia se declara en lo que han de aprovechar. De lo que toca al colegio de allí, comenzaremos de lo que hace al caso, que es que el señor Nuncio dé licencia, y con esta que hubiese dado, ya estaría hecho; porque si los principios se yerran, todo va errado. Lo que el obispo pide, a mi parecer, es (como ha sabido que el señor Juan Díaz está ahí de la manera que está) quien allá pueda hacer otro tanto. Y no sé yo, si se sufre en nuestra profesión estar por vicarios: no me parece conveniente, ni qué harán al caso dos meses, cuando esto fuese, sino para dejar al obispo enojado. Ni sé cómo saldrán con ese gobierno esos padres; que querrán que lleven mucha perfección, y para esa gente no conviene, ni sé si el obispo gustará de frailes.

13. Yo digo a vuestra reverencia que hay más que hacer de lo que   —145→   piensa: y que por donde pensamos ganar, quizá perderemos. Ni me parece para autoridad de nuestra Orden, que entren con ese oficio de vicarios (que no los quiere para otra cosa) gente que cuando les viesen, los habían de mirar como ermitaños contemplativos, y no de aquí para allí con mujeres semejantes; que fuera de sacarlas de su mal vivir, no sé si parecerá bien. Pongo los inconvenientes, por que allá los miren, y hagan vuestras reverencias lo que les pareciere, que yo me rindo, y acertarán mejor. Léanlos al señor licenciado Padilla, y al señor Juan Díaz, que yo no sé más que esto que digo. La licencia del obispo siempre estará cierta. Sin eso no estoy tampoco muy confiada de ser gran negociador el señor D. Teutonio; de que tiene gran voluntad, sí; posibilidad, poca.

14. Yo aguardaba a estar allá para bullir ese negocio; que soy una gran baratona (si no dígalo mi amigo Valdemoro) porque no querría que se dejase de hacer por no acertar en los términos: que aquella casa es lo que mucho he deseado, y esa quitar, hasta que haya más comodidad (de la vecindad real) me he holgado; porque por ninguna manera hallo que se pueda salir bien. Harto mejor es en Malagón, mal por mal; que doña Luisa tiene gran gana, y hará buenas comodidades andando el tiempo, y hay muchos lugares grandes a la redonda: yo entiendo no les faltará de comer. Y por que llevase algún color el quitar desotra casa, la pueden pasar allí: y ahora no entienden que se deja del todo, sino que hasta tener hecha casa; porque parece poca autoridad hecha un día, y quitarla otro.

15. La carta para don Diego Mejía di a don Gerónimo, y él se la debió de enviar con otra que enviaba para el conde de Olivares. Yo le tornaré a escribir cuando vea que es menester: no le deje vuestra reverencia olvidar. Y otra vez digo, que si él dijo que lo daría llano; que lo trató con el arcediano, y que lo tiene por hecho, que es hombre de verdad.

16. Ahora me ha escrito por una monja, que pluguiera Dios tuvieran las que dejamos las partes que ella, que no las dejara de tomar. Su madre de el padre visitador se ha informado della. Ahora diciendo esto, me parece será bien, en achaque de decir algo a don Diego desta monja, hablarle desotro negocio, y tornárselo a encargar, y ansí lo haré. Mande vuestra reverencia darle esa carta, y quede con Dios, que bien me he alargado, como si no tuviera otra cosa en qué entender. Al padre prior no escribo, por tener ahora otras muchas cartas, y porque ésta puede tener su paternidad por suya. A mi padre Padilla muchas encomiendas. Harto alabo a nuestro Señor de que tiene salud. Su Majestad sea con vuestra reverencia siempre. Yo procuraré la cédula, aunque sepa hablar   —146→   a Valdemoro, que no lo puedo más encarecer; porque cosa no creo que hará por nosotros. Es hoy día de las Vírgenes.

Indigna sierva de vuestra reverencia.

Teresa de Jesús.

17. Otras cartas me han dado hoy de vuestra reverencia antes que viniese Diego. Con el primero envíe vuestra reverencia esa carta a nuestro padre, que es para unas licencias. Ninguna cosa le escribo de los negocios: por eso no se lo deje vuestra reverencia de escribir.

18. Porque vea si son para las más mis monjas, que vuestras reverencias, le envío ese pedazo de carta de la priora de Veas Ana de Jesús. ¿Mire si ha buscado buena casa a los de la Peñuela? En forma me ha hecho gran placer. Aosadas que no lo acabaran vuestras reverencias tan presto. Han recibido una monja, que vale su dote siete mil ducados. Otras dos están para entrar con otro tanto. Y una mujer muy principal tienen ya recibida, sobrina del conde de Tendilla; que va en más las cosas de plata, que ya ha enviado, de candeleros, vinagreras, y otras muchas cosas, relicario, cruz de cristal; sería largo de decir las cosas que ha enviado. Y ahora se les levanta un pleito, como verá en esas cartas. Mire vuestra reverencia lo que se puede hacer, que con hablar a ese don Antonio, sería lo que hiciese al caso; y decir cuán altas están las rejas, y que a nosotras nos va más; que a ellos no les dan pesadumbre. En fin, vea lo que se puede hacer. Su Majestad sea con vuestra reverencia siempre.


Notas

1. Esta carta, sobre ser muy discreta, y llena de la gracia, con que la Santa lo sazonaba todo, es utilísima; porque tiene extremados documentos de gobierno. Y respeto de que he cobrado miedo, el alargarme en las notas (como si no pudieran dejar de leerme, con que pudiera cesar su recelo) me ceñiré en esta lo más que sea posible.

2. El padre Mariano, a quien se endereza la carta, fue de los primeros fundadores Descalzos muy espiritual, y entendido, y de quien después se valió el señor rey Felipe segundo para diversas materias de su servicio.

3. Parece que le pedía con sobrada instancia, instado del padre Olea (que según he entendido, fue un religioso de la sagrada Compañía) que hiciese la Santa, que profesasen una novicia, que a las monjas de uno de sus conventos no pareció a propósito; y de más de veinte maneras le despide a este padre la Santa, y todas ellas con grandísima gracia al decirlo; pero con grande valor al negarlo.

4. Lo primero, con que no lo puede hacer en conciencia: y sobre   —147→   este principio sobraban todos los discursos, y todavía dio la Santa, no al negocio, sino a la quietud, y sosiego deste padre, lo que no se debía a la intercesión.

5. Lo segundo, porque ¿cómo puede quitar la libertad a las religiosas, si ellas no la quieren recibir? Y tiene razón, porque todo el año están las pobres sujetas, y sólo el día que votan priora, o reciben una novicia, tienen libertad. ¿Pues no es cosa sensible, y terrible, quitarles una prelada este día sólo que tienen de libertad? Y aun entonces no la tienen las pobres para todo, sino para aquel sólo negocio.

6. Lo tercero, porque a las monjas causa grandísima inquietud tener en su compañía la que no conviene, y más siendo tan pocas. Porque si fueran muchas, era más tolerable. Como si dijera la Santa: Pocas, y mal avenidas, ¿quién lo puede sufrir?

7. Lo cuarto, ni a la novicia le estaba bien entrar sin gusto de todas las religiosas; porque entrar donde no la querían, aunque sea entre santas, le ha de ser muy pesado, porque al fin son santas, que no quieren aquello, y aun el que es más santo, no obra bien al gusto del prójimo en lo que no quiere. Tan dificultoso es vencer el propio dictamen, y más cuando no se tiene por conveniente.

8. Lo quinto, porque ni al padre Olea le importaba cosa esto, sino que los grandes pecados de la Santa le habían puesto tanta caridad con esta novicia. Conque explica discretísimamente, cuán pesada es la caridad imperfecta, que quiere desterrar la perfecta caridad; la cual consiste en la conservación del común, y que no lo atropelle un antojo del particular.

9. Lo sexto, cuando se salga la novicia no pierde tanto, como no saliéndose, porque estando allí con desagrado, puede perder el alma, y el cuerpo, y saliendo con color de enfermedades, no perdía, ni aun el honor; y es terrible cosa aventurar aquella, sin arriesgar este.

10. Lo sétimo, déjase, si no vencer, por lo menos rogar, para suspender la novicia; aunque dice, que sabe que no mienten sus monjas en lo que dicen della; pero que la detendrán en el convento hasta que pase la Santa a Salamanca; dificultándole, y disuadiéndole siempre de la empresa, porque lo desea desengañado, en materia que desde el principio la tuvo por escrupulosa. Y que no saben mentir las monjas, no sólo lo sabe la Santa, sino yo, y todo el mundo; porque quien sirve con tal perfección a la eterna verdad, ¿cómo sabrá pronunciar por sus labios mentira?

11. Lo octavo, para prevenir con esta repulsa otra intercesión; y que cada momento no tomase a su cargo este padre la profesión de las novicias de la Orden, le dice, queda escarmentada la Santa para no recibir otra sin grande especulación. Y algunas réplicas, que le hacía el padre, le responde con este sentimiento, y le pide que no trate más dello.

12. Lo nono, dice discretamente en el número sétimo: No somos tan fáciles de conocer las mujeres, como le parece a vuestra reverencia. ¡Oh qué bien las conocía la Santa! Mucho mejor que ellas se conocen a sí mismas. Buen documento es este, y grande luz para que los padres no se arrojen luego a pensar que conocen a las madres, ni a las hijas, ni a su espíritu, ni su condición; sino que anden siempre, como el buen   —148→   piloto con la sonda en la mano, esto es, con fuerza reservada; de tal manera pensando que las conocen, que también estén recelando, que puede ser que no las conozcan. Y para todo género de padres de espíritu es buena esta máxima.

13. Lo décimo, concluye con un dictamen excelente de gobierno, diciendo: Mi padre, cuando quisiere que les sirvamos en estas casas, denos buenos talentos, y verá que no nos desconcertaremos por el dote; cuando esto no hay, no puedo hacer servicio en nada. Como si dijera: Novicia, que trae a casa dinero, y no trae talento, ni entendimiento, ni virtud, ni humildad, no es monja, sino dinero; y no buscamos dinero, sino religiosa. Con el dinero no hemos de tratar, ni contratar, sólo ha de ser para nuestro sustento; con la monja hemos de tratar, y comunicar; a ésta hemos menester con talento. El dinero luego se gasta, y la monja sin talento se nos queda en casa. El convento de Descalzas no recibe monjas con dinero, sino recibe el dote, si le dan buenas monjas; y si no trae talento, no quiere, ni dote, ni monjas donde hay talento, virtud, y quietud; porque sin ella nada importa el dinero.

Esta máxima de santa Teresa es utilísima, y santísima, no sólo para los desposorios espirituales de monjas, de que habla la Santa, sino aun para los sacramentales de los seglares. Porque si no tiene talento, y juicio la desposada, aunque traiga cincuenta mil ducados de dote, dentro de cuatro años, con su mal juicio, y poca virtud, gastarán todo el dote, y se quedará el pobre marido en casa con mujer sin juicio, y sin dote.

14. En el número octavo le advierte a este padre, cuán intempestivamente procuraba adelantar en Madrid (según se colige del contexto) la fundación de religiosos, antes de tener la licencia; enseñando, que en semejantes ocasiones, el camino real es conseguirla primero de los superiores; y que lo demás es hacer, y deshacer, o batallar.

15. En el número siguiente dice a este padre, que no se fíe tan presto de los que hasta allí no tenía por confidentes. En todo era esta virgen prudente. Porque no es santidad el dejarse engañar, antes lo es muy grande, obrar con el juicio presupositivo, recatándose de quien puede engañarnos.

16. La que desconfiaba de los unos en el número antecedente, en el siguiente confiaba de los otros; porque era raro su conocimiento de las condiciones, y sujetos. Y dice con gracia al padre Mariano: Vuestra reverencia no lo bulla más, que antes será peor. Debía ser el padre algo fervoroso, como parece por esta carta, y tirábale de las riendas la admirable discreción de la Santa.

17. En el número siguiente prosigue la misma materia con gran discreción, desconfiando en unos, y confiando en otros; y luego en el duodécimo trata de la fundación del religiosísimo colegio de Salamanca, ejemplo de aquella universidad; y de una proposición, que había hecho el señor obispo de Salamanca, de que fuesen vicarios aquellos padres primeros de un convento de Recogidas, de que cuidaba un sacerdote, llamado Juan Díaz, que como dice la Santa en este número, estaba detenido en Madrid; y ellos parece que se inclinaban a abrazarlo, para poner el pie en aquella ciudad, y hacer de paso ese servicio a Dios. No aprueba el modo la Santa, aunque como dice en el número decimocuarto,   —149→   deseaba mucho esta fundación, y con razones harto discretas se opone al intento, pareciéndole muy contrario a su vocación andar recogiendo mujeres de mala vida en la vida activa, los que todo su ejercicio debían poner en entregarse con la abstracción a la contemplativa.

18. Del señor D. Teutonio de Braganza, que como consta de la carta segunda, solicitaba esta fundación, y no debía de estar muy acomodado, dice discretamente la Santa: Sin eso no estoy tampoco muy confiada de ser gran negociador el señor D. Teutonio, de que tiene gran voluntad, sí; posibilidad, poca. Como si dijera: Negociador con mucha voluntad, y poca posibilidad, no es bastante para nuestra fundación.

19. Dice en el número siguiente: Que se holgara de hallarse allí, para bullir este negocio; porque es una gran baratona. Debía de ser frase de aquel tiempo, para significar una persona, que hace a poca costa las cosas. Y tenia razón la Santa de llamarse así; porque todo lo conseguía a costa propia, y no ajena, con su espíritu, sudor, oración, y trabajo.

20. Añade al fin deste número: Porque parece poca autoridad, hecha un día la fundación, y quitarla a otro. Dos, u tres veces habla la Santa de la autoridad en esta carta, y muchas en otras; y llama autoridad al crédito de prudencia, y constancia en las resoluciones; y esa no se compadece con la variedad de hacer, y deshacer, porque desacredita mucho las acciones, las personas, y las resoluciones.

21. Hasta el número décimo sétimo discurre en negocios; pero en el último, como quien despierta a los hijos, con la maña, y prudencia de las hijas, le escribe, que lea la carta de la madre Ana de Jesús, y verá cuánto mejor les negoció casa a los religiosos de la Peñuela, que los mismos religiosos: con que anima a los unos con el fervor, y buena maña de las otras.






ArribaAbajoCarta XXIX

Al señor Lorenzo de Cepeda y Ahumada, hermano de la Santa


Jesús

1. Sea el Espíritu Santo siempre con vuestra merced. Amén. Y páguenle el cuidado, que ha tenido de socorrer a todos, y con tanta diligencia. Espero en la majestad de Dios, que ha de ganar vuestra merced mucho delante dél; porque es ansí cierto, que a todos los que vuestra merced envía dineros, les vino a tan buen tiempo que para mí ha sido harta consolación. Y creo que fue movimiento de Dios el que vuestra merced ha tenido para enviarme tantos; porque para una monjuela, como yo, que ya tengo por honra (gloria a Dios) andar remendada, bastaban los que habían traído Juan, Pedro de Espinosa, y Varona (creo se llama el otro mercader) para salir de necesidad por algunos años.

2. Mas como ya tengo escrito a vuestra merced bien largo, por muchas   —150→   razones, y causas, de que yo no he podido huir, por ser inspiraciones de Dios, de suerte, que no son para carta, sólo digo, que a personas santas, y letradas les parece estoy obligada a no ser cobarde, sino poner lo que pudiere en esta obra: que es hacer un monasterio en donde ha de haber solas trece, sin poder crecer el número, con grandísimo encarecimiento, ansí de nunca salir, como de no ver sino con velo delante del rostro, fundadas en oración, y mortificación, como a vuestra merced más largo tengo escrito, y escribiré con Antonio Morán, cuando se vaya.

3. Favoréceme esta señora doña Guiomar, que escribe a vuestra merced. Fue mujer de Francisco de Ávila de los de la Sobralejo, si vuestra merced se acuerda. Ha nueve años que murió su marido, que tenía un cuento de renta: ella por sí tiene un mayorazgo sin el de su marido; y aunque quedó de veinte y cinco años, no se ha casado, sino dádose mucho a Dios. Es espiritual harto. Ha más de cuatro que tenemos más estrecha amistad, que puedo tener con una hermana. Y aunque me ayuda, porque da mucha parte de la renta, por ahora está sin dineros; y cuanto toca a hacer, y comprar la casa, hágalo yo con el favor de Dios. Hanme dado dos dotes, antes que sea: y téngola comprada, aunque secretamente; y para labrar cosas que había menester, yo no tenía remedio. Y es ansí, que sólo confiando (pues Dios quiere que lo haga) él me proveerá; concierto los oficiales (ello parcela cosa de desatino) viene su Majestad, y mueve a vuestra merced para que la provea. Y lo que más me ha espantado es, que los cuarenta pesos, que añadió vuestra merced me hacían grandísima falta: y san José (que se ha de llamar ansí) creo hizo no la hubiese: y sé que lo pagará a vuestra merced. En fin, aunque es pobre, y chica, más lindas vistas, y campo tiene, y aun esto se acaba.

4. Han ido por las Bulas a Roma; porque aunque es de mi mesma Orden, damos la obediencia al obispo. Espero en el Señor, será para mucha gloria suya, si lo deja acabar (que sin falta pienso será), porque van almas, que bastan a dar grandísimo ejemplo (que son muy escogidas) ansí de humildad, como de penitencia, y oración. Vuestra merced lo encomiende a Dios, que para cuando Antonio Morán vaya, con su favor estará ya acabado.

5. Él vino aquí, con quien me he consolado mucho: que me pareció hombre de suerte, y de verdad, y bien entendido; y de saber tan particularmente de vuestra merced que cierto una de las grandes mercedes, que el Señor me ha hecho es, que le han dado a entender lo que es el mundo, y se hayan querido sosegar, y que entiendo yo que llevan camino del cielo, que es lo que más deseaba saber; que siempre hasta   —151→   ahora estaba en sobresalto. Gloria sea al que todo lo hace. Plegue a él siempre vaya vuestra merced adelante en su servicio: que pues no hay tasa en el galardonar, no ha de haber parar en procurar servir al Señor, sino cada día (un poquito siquiera) ir más adelante, y con fervor, que parezca (como es ansí) que siempre estamos en guerra, y que hasta haber vitoria, no ha de haber descanso, ni descuido.

6. Todos los con quien vuestra merced ha enviado dineros, han sido hombres de verdad, aunque Antonio Morán se ha aventajado, ansí en traer más vendido el oro, y sin costa (como vuestra merced verá), como en haber venido con harto poca salud desde Madrid aquí a traerlo, aunque hoy está mejor, que era un accidente: y veo que tiene de veras voluntad a vuestra merced. Trajo también los dineros de Varona, y todo con mucho cuidado. Con Rodríguez vino también acá, y lo hizo harto bien. Con él escribiré a vuestra merced que por ventura será primero. Mostrome Antonio Morán la carta, que vuestra merced le había escrito. Crea, que tanto cuidado, no sólo creo es de su virtud, sino que se lo ponía Dios.

7. Ayer me envió mi hermana (Era su hermana doña María de Cepeda, mujer de Martín de Guzmán), doña María esa carta. Cuando la lleven estotros dineros, enviará otra. A harto buen tiempo le vino el socorro. Es muy buena cristiana, y queda con hartos trabajos; y si Juan de Ovalle le pusiese pleito, sería destruir sus hijos. Y cierto no es tanto lo que él tiene entendido, como le parece; aunque harto mal lo vendió todo, y lo destruyó. Mas también Martín de Guzmán llevaba sus intentos (Dios le tenga en el cielo), y se lo dio la justicia, aunque no bien: y tornar ahora a pedir lo que mi padre (que haya gloria) vendió, no me queda paciencia. Y lo demás como digo, tenía mal parado doña María mi hermana; y Dios me libre de interés, que ha de ser haciendo tanto mal a sus deudos. Aunque por acá está de tal suerte, que por maravilla hay padre para hijo, ni hermano para hermano. Ansí no me espanto de Juan de Ovalle; antes lo ha hecho bien, que por amor de mí, por ahora se ha dejado dello. Tiene buena condición; mas en este caso, no es bien fiarse della, sino que cuando vuestra merced le enviare los mil reales, vengan a condición, y con escritura, que el día que tornare el pleito, sean quinientos ducados de doña María.

8. Las casas de Juan de Centura, aún no están vendidas, sino recibidos trescientos mil maravedís Martín de Guzmán dellas, y esto es justo se le torne. Y con enviar vuestra merced estos mil pesos, se remedia Juan de Ovalle, y puede vivir aquí, y tiene ahora necesidad; que para vivir contino, no podrá, si de allá no viene esto, sino a tiempos mal.

  —152→  

9. Es harto bien casada. Mas digo a vuestra merced que ha salido (Era su hermana doña Juana de Ahumada), doña Juana mujer tan honrada, y de tanto valor, que es para alabar a Dios: y un alma de un ángel. Yo salí la más ruin de todas, y a quien vuestra merced no había de conocer por hermana, según soy: no sé cómo me quieren tanto. Esto digo con toda verdad. Ha pasado hartos trabajos, y llevádolos harto bien. Si sin poner a vuestra merced en necesidad, pudiere enviarla algo, hágalo con brevedad, aunque sea poco a poco.

10. Los dineros que vuestra merced mandó, se han dado, como verá por las cartas. Toribia era muerta, y su marido a sus hijos, que los tiene pobres, ha hecho harto bien. Las misas están dichas: (dellas creo antes que viniesen los dineros) por lo que vuestra merced manda, y de personas las mejores que yo he hallado, que son harto buenas. Hízome devoción el intento, porque vuestra merced las decía.

11. Yo me hallo en casa de la señora doña Guiomar en todos estos negocios, que me ha consolado, por estar más con los que me dicen de vuestra merced. Y digo más a mi placer, que salió una hija desta señora, que es monja en nuestra casa, y mandome el provincial venir por compañera, a donde me hallo harto con más libertad para todo lo que quiero, que en casa de mi hermana. Es a donde hay todo trato de Dios, y mucho recogimiento. Estaré hasta que me mande otra cosa, aunque para tratar en el negocio dicho, está mejor estar por acá.

12. Ahora vengamos a hablar en mi querida hermana la señora (Era doña Juana de Fuentes y Guzmán, mujer de su hermano el señor Lorenzo de Cepeda), doña Juana, que aunque a la postre, no lo está en mi voluntad: que es ansí cierto, que en el agrado que a vuestra merced la encomiendo a Dios. Beso a su merced mil veces las manos por tanta merced, como me hace. No sé con qué lo servir, sino con que al nuestro niño se encomiende mucho a Dios; y ansí se hace, que el santo fray Pedro de Alcántara lo tiene mucho a su cargo, que es un fraile Descalzo, de quien he escrito a vuestra merced y los Teatinos, y otras personas, a quienes oirá Dios. Plegue a su Majestad lo haga mejor que a los padres, que aunque son buenos, quiero para él más. Siempre me escriba vuestra merced del contento, y conformidad que tiene, que me consuela mucho.

13. He dicho que le enviaré, cuando vaya Antonio Morán, un traslado de la ejecutoria, que dicen no puede estar mejor; y esto haré con todo cuidado. Y si desta vez se perdiere en el camino, hasta que llegue la enviaré, que por un desatino no se ha enviado: que porque toca a tercera persona, que no la ha querido dar, no lo digo: y unas reliquias,   —153→   que tengo, también se enviarán, que es de poca costa la guarnición. Por lo que a mí envía mi hermano le beso mil veces las manos; que si fuera en el tiempo, que yo traía oro, hubiera harta envidia a la imagen, que es muy linda en extremo. Dios nos guarde a su merced muchos años, y a vuestra merced lo mesmo, y les dé buenos años: que es mañana la víspera del año de 1562.

14. Por estarme con Antonio Morán, comienzo a escribir tarde, que aun dijera más, y quiérese ir mañana, y ansí escribiré con el mi Gerónimo de Cepeda, mas como he de escribir tan presto, no se me da nada. Siempre lea vuestra merced mis cartas. Harto he puesto en que sea buena la tinta. La letra se escribió tan apriesa, y es como digo tal hora, que no la puedo tornar a leer. Yo estoy mejor de salud, que suelo. Désela Dios a vuestra merced en el cuerpo, y en el alma, como yo deseo. Amén. A los señores Hernando de Ahumada, y Pedro de Ahumada, por no haber lugar no escribo; harelo presto. Sepa vuestra merced que algunas personas harto buenas, que saben nuestro secreto (digo del negocio) han tenido por milagro el enviarme vuestra merced tanto dinero a tal tiempo. Espero en Dios que cuando haya menester dé más, aunque no quiera, le pondrá en el corazón, que me socorra.

De vuestra merced muy cierta servidora.

Doña Teresa de Ahumada.


Notas

1. Esta carta escribe la Santa a su hermano el señor Lorenzo de Cepeda, cuando asistía en las Indias Occidentales en la América, que llaman Meridional, que es el Perú, en la ciudad de los Reyes, por otro nombre Lima. Y parece que es la primera que le envió, después de muchos años de ausencia; porque le va dando cuenta de sus hermanas, como a quien no tenía noticia dellas. Estuvo allí mas de treinta y cuatro años, como la Santa lo dice en sus Fundaciones (lib. 4, c. 5).

2. Estaba la Santa en lo más vivo de la fundación del santo convento de San José de Ávila; y cuando se hallaba necesitada, vínole este socorro de Dios, y de su hermano. Como en todas partes está su divina Majestad, y es infinito, sabe socorrer unas manos con otras, por lejos que estén entre sí.

3. Dice: Que llegó a buen tiempo el dinero. Nunca este llega a mal tiempo, o para socorrerse, o para socorrer a los demás. Sólo llega a mal tiempo, si llega para guardarse; porque la avaricia lo cautiva, y no lo emplea. ¿Qué me importa tener dinero, si no lo gasto? Tanto es del vecino como mío; sólo que tengo yo de peor, el cuidado, y el guardarlo; porque como dice san Gregorio: El corazón del avaro, que buscaba el descanso en las riquezas, después halla su fatiga en el guardarlas: Quia dum anxiatur qualiter acquisita custodit, ipsa cum sua   —154→   satietas angustat: et qui ex abundantia requiem quæsierat, postea ad custodiam gravius laborat (D. Gre. Lib. l5, Moral).

4. Dale cuenta en este mismo número, de la fundación que hacía por inspiración divina (buen principio), y que la prosiguió con el consejo de hombres santos (buen medio) ella llegará, como llegó a buen fin, edificándose con buen principio, y buenos medios este altísimo, y soberano edificio de la Descalcez, que tanta gloria da a Dios, y tanto provecho al mundo.

5. Estaba haciendo la obra la Santa, y decía: Que le parecía cosa de desatino. ¡Qué espirituales reflejos! Siempre esta alma santa andaba dividida de sí misma; y la que conocía con la luz de Dios, que era alta obra, confesaba, que a los ojos de la naturaleza parecía desatino. Lo santo, a las luces de la gracia, es misterio; y a las del mundo, locura. La cruz, que es escándalo al hebreo, y necedad al gentil, es adoración al cristiano. Obraba con la fe, y vencía la Santa lo mismo que veía, con lo que creía. ¡Oh si nos dejásemos gobernar de Dios! ¡Qué de cosas nos parecen desatinos, que después las hallaremos santas, altas, y perfectas!

6. Entre las personas santas, que le encomiendan a Dios a su hermano, nombra al santo padre fray Pedro de Alcántara, varón del cielo, prodigio de santidad, y penitencia, luz clarísima de aquel tiempo, espejo de la recolección de los Descalzos de san Francisco, en quien se miran sus hijos, y son vivas imágenes suyas en las obras, y el espíritu.

7. Los Teatinos que nombra, son los padres de la Compañía de Jesús, a los cuales, cuando vinieron de Italia, por equivocación de otra fundación, que hizo el obispo de Teati, que después fue Paulo III, y tenían semejante profesión, llamaban en España Teatinos. Y bien se ve el espíritu grande, y santo con que obraban, pues los puso en una línea con el beato san Pedro de Alcántara.

8. Todo lo demás de la carta es de negocios de sus parientes, de los cuales nadie se puede apartar, por espiritual que sea. Ni era conveniente que la Santa se apartase, habiéndoles aprovechado tanto en el bien de las almas; pues a todos, de la vida de naturaleza, los pasó en la de la gracia, poniéndoles en oración, espíritu, y verdad. Pero siempre con lo dulce mezcla lo útil, y a todo lo da una sazón admirable; particularmente donde dice en el número quinto: Que pues no hay tasa en Dios al galardonar, no ha de haber parar las almas en procurarle servir. ¡Qué proposición tan santa, y espiritual! ¡Quién la grabará dentro de su corazón! ¡Oh qué sed habíamos de tener de servir a quien tan sin medida nos ha de premiar! ¡Y con qué tasa, y limitación servimos a quien tan sin tasa, respeto desto nos premia en la eterna vida!

¡Oh quién os pudiera servir, Dios mío, como vos sabéis premiar! ¡Quién pudiera ser infinito al serviros en el suelo, como sois infinito al premiar a las almas en el cielo! ¡Quién fuera infinito al agradaros, aunque después fuera finito al gozaros! ¡Quién fuera infinito para serviros a vos, aunque fuera muy finito para gozar el fruto, y gloria de agradaros, y serviros!

9. También es de notar lo que dice en el número quinto: Dios me   —155→   libre de interés, que ha de ser haciendo tanto mal a sus deudos; aunque por acá está de tal suerte el mundo, que por maravilla hay padre para hijo, ni hermano para hermano. Difinió al mundo la Santa; porque en llegando a intereses, cada uno tira para sí, y todo lo trae revuelto, como lo dice san Juan Crisóstomo: Meum, et tuum frigidum illud verbum (Tom. 3, Orat. de S. Phil.).

10. No es bien salir de esta carta, sin reparar en la censura, que hace santa Teresa de aquella santa, y noble señora doña Guiomar de Ulloa, que tanto le ayudó a hacer esta reforma, con dinero, con consejo, con valor. Que parece que depositó Dios en ella una gran parte de los tesoros, que después el mundo veneró en santa Teresa. Fue natural de la ciudad de Toro, y de una de las más nobles familias de aquella ilustre ciudad.