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Ayuda a Chile

Versos escritos cuando la escuadra española bloqueaba los puertos de esta república



                           No ausencia de entusiasta simpatía
de un pueblo hermano por la causa santa
enmudece la voz en la garganta
de Musa que el peligro desafía
y la verdad y la justicia canta. 5
   Entusiasmo y amor al pecho sobra
para que el labio a ardientes himnos abra;
mas ya el tiempo pasó de la PALABRA,
el tiempo es ya llegado de la OBRA
contra quien yugo a nuestros cuellos labra. 10
   Harto ya resonó la lira airada;
no más la lengua en gritos se desate:
hablen los hechos; y, soldado el vate,
la lira abandonando por la espada,
vuele con planta intrépida al combate. 15
   Sitiada así por el empeño loco
del vencido en Maipú y en Ayacucho,
no hablar con vana lengua a Chile escucho:
esa nación intrépida HABLA POCO;
esa nación intrépida HARÁ MUCHO. 20
   ¿Y será que mi patria en dar vacile
la noble ayuda que su hermana diola?
Si provocó la cólera española,
por venir a su voz, la heroica Chile,
¿Dejarla puede abandonada y sola? 25
   ¡Ah! si no por amor, por su decoro
y por lavar la afrenta que lo enloda,
hoy que la asedia la venganza goda,
darle el Perú sus naves, su tesoro
debe, y sus hijos y su sangre toda! 30

1865.               



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Imitado del quichua



                           No más respondas incierto,
y pues que tus padres crudos
se oponen a nuestros nudos,
huye conmigo al desierto.
   ¡Eres hombre y del temor 5
te dejas así vencer!
Yo no temo, y soy mujer,
que audacia me da el amor.
   A la hora en que el sol más arde
yo tenderé mis cabellos, 10
toldo formando con ellos
que de sus rayos te guarde.
   Cuando el cansancio prolijo
mover no te deje el pie,
yo en brazos te llevaré, 15
cual madre amorosa al hijo.
   Si sed te abrasa encendida,
yo lloraré tanto y tanto,
que pueda mi triste llanto
darte copiosa bebida; 20
   y serán los ojos míos
dos inagotables fuentes,
donde tus labios ardientes
beban del dolor los ríos.
   Y, si te empieza a acosar 25
del hambre el fiero aguijón,
mi arrancado corazón
te ofreceré por manjar.

1865.               



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A la señorita D.ª Enriqueta Eléspuru



                           Bien parece que, al crearte,
no te dio la suma diestra
tan celestial hermosura
y gracia tan halagüeña,
   sino por negarte dichas 5
y alegres horas serenas,
de éstas así descontando
lo que prodigó en aquéllas:
   pero, ¿cuándo, dime, cuándo
no fue infeliz la belleza? 10
¿Cuándo no fueron las gracias
blanco de la suerte adversa?
   Tu dulce hermana lo diga,
aquella Emilia hechicera
que en el abril de su vida 15
sepultó la oscura huesa.
   Tú de tu clara familia,
de Lima ornato y presea,
tan bella cuanto infeliz,
tan infeliz cuanto buena, 20
   la más desgraciada fuiste,
como fuiste la más bella,
pues era fuerza que iguales
desgracia y beldad midieras.
   Sólo alumbraron tu llanto 25
las tristes nupciales teas,
y donde otras hallan dichas
tú sólo lutos y penas:
   y por que ni perdonados
tus mismos encantos fueran, 30
hoy abate tu hermosura
horrible extraña dolencia,
   que de tus ojos divinos
los soles radiantes ciega
y el cuerpo airoso y flexible 35
a eterna calma condena.
                           ¡Ay! ¡cuán otra mis recuerdos
te ven en mi edad primera,
cuando un ángel semejabas
recién bajado a la tierra 40
   y rivales no oponía
a tus once primaveras
la patria ciudad que sólo
beldades por hijas cuenta!
   ¡Cuán otra te vi más tarde 45
en Nápoles y en Florencia
y en las tumultuosas calles
de la capital eterna;
   cuando el altivo romano,
admirando a la extranjera, 50
su belleza anteponía
a la romana belleza,
   y parándose a mirarte,
seguía con vista atenta,
hasta perderlo distante, 55
tu abierto coche que vuela!
   Y al visitar a tu lado
las galerías soberbias
que, cual población marmórea,
millares de estatuas llenan, 60
   con atónitas miradas,
te vi, divina Enriqueta,
competir en hermosura
con las hermosuras de ellas,
   y parecer viva estatua 65
y animada efigie griega,
entre deidades de mármol
y entre mujeres de piedra.
   De las tres ínclitas Diosas
que al bello raptor de Elena 70
árbitro hicieron en Ida
de su insigne competencia,
   te comparaban mis ojos
con las efigies perfectas,
y adunar te vi de todas 75
las perfecciones diversas:
   que en la majestad a Juno,
en la pureza a Minerva,
y en la gracia te igualabas
a la dulce Citerea. 80
   Doquier que fuiste, el Hispano,
el Anglo, el Francés, el Belga
en ti prefirió a las patrias
la rara beldad limeña:
   coral que perlas abrían 85
era tu boca pequeña,
y tu frente y tus mejillas
rosas blancas y bermejas;
   tus ojos resplandecían
cual las hermanas estrellas 90
de Géminis luminoso,
en luz y en beldad gemelas;
   tu cuello hermoso y flexible
el ave envidiar pudiera
en cuyo disfraz fue Jove 95
furtivo esposo de Leda;
   no hay flor que al beso del aura.
con tanta gracia se meza,
cual tu talle se mecía
al mover tus blandas huellas; 100
   y del castaño cabello
la derramada madeja
toda entera te envolvía,
como el manto de una reina.
   ¡Ay! que para mí ese tiempo 105
ni para ti feliz era,
aunque sus horas fugaces
el alma de menos echa;
   porque siempre lo pasado
con deseo se recuerda, 110
aunque triste y doloroso
como lo presente fuera.
   Cierto que más infelices
somos hoy, cara Enriqueta,
dando el hado inexorable 115
a más años más miserias.
   Yo, enferma la débil carne
y el alma aún más enferma,
arrastro una triste vida
que larga muerte semeja; 120
   y entre tantas desventuras
no es la que menos me aqueja
el que hoy viviente cadáver
mis tristes ojos te vean.
   Mas tu mal no sobrepuja 125
de tu espíritu las fuerzas,
a padecer enseñado
desde juventud tan tierna:
   y cual roble a quien no abate
el furor de la tormenta, 130
cuanto más aquél se ensaña
crece más tu resistencia;
   sin que arranquen tus dolores,
cuando más fieros arrecian,
ni una lágrima a tus ojos 135
ni a tus labios una queja.
   A los más fuertes varones
tú, débil mujer enseñas
a sufrir, y de constancia
eres sublime maestra: 140
   del propio mal olvidada,
ajenos malos consuelas;
y cuando oyes de los tuyos
los ayes y las querellas,
   con relatos apacibles 145
con donaires los alegras,
y queja y llanto prohíbes
y regocijos ordenas:
   siendo el último prodigio
de la humana fortaleza 150
que todos sientan tus males
y tú sola no los sientas.
   Y yo aprender de tu ejemplo
tan alta virtud debiera,
mostrando menos al mundo 155
mis lágrimas y mis quejas,
   y oponer a las desgracias
el broquel de la paciencia,
imitándote en sufrirlas,
pues te imito en padecerlas. 160

1865.               



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Al doctor don Celso B***



                           Si abarca fácil tu preclara mente
científicas verdades, ¿por qué, ciega
a la verdad, de las verdades fuente,
a Dios no mira, y los fulgores niega
de ese sol de las almas refulgente? 5
   No es hijo tal error de tu deseo,
ni el vicio te arrastró, pues considera,
dolido de tu insano devaneo,
en ti hoy el mundo por la vez primera
resplandecer virtud en el ateo. 10
   Alma perversa, más que mente oscura,
borrar logra la fe en el Infinito;
y siempre del ateo la locura
fue a la par desventura y fue delito;
pero en ti solo ha sido desventura. 15
   ¿Y a ver, oh dulce amigo, a Aquel no alcanzas
a quien canta una esfera y otra esfera
en reverentes armoniosas danzas,
y de quien no es la creación entera
sino un cántico vivo de alabanzas? 20
   Todo en la vasta creación le nombra:
¿No oyes, dime, cantar a las estrellas:
«Nosotras somos en azul alfombra
»de sus pisadas las lucientes huellas»,
y al sol: «yo soy su deslumbrante sombra»? 25
   El monte excelso que de huella humana
su virgen cima hasta los cielos sube:
«soy, dice, de su planta la peana»;
y «yo su carro soy», dice la nube,
«que le llevo a la estrella más lejana». 30
   «Soy su tremenda voz» retumba el trueno
«y yo» responde el rayo «soy su espada»;
«voy», ruge el Austro «de sus iras lleno»;
«soy de su alcázar la imperial portada»
proclama el arco de la paz sereno. 35
   Y desde el astro que la frente en oro
y llamas ciñe hasta la flor del valle,
en la ancha creación, templo sonoro,
no hay criatura que su nombre calle
y voz no sea del inmenso coro. 40
   Y este inmortal acento no aprendido,
y estas voces de todos escuchadas,
y este idioma de todos entendido,
¿será que no hablen sólo a tus miradas,
que tan sólo no suenen en tu oído? 45
   Mas, aunque el mundo con eterno grito
no me pregone tan augusto nombre,
esa voz exterior no necesito,
que en el amante corazón del hombre
con hondos caracteres le hallo escrito. 50
   Grabole él mismo con su santa diestra;
y esa profunda aspiración y vaga
que enciende sin cesar el alma nuestra,
sin que nada la alivie y satisfaga
en la tierra jamás, a Dios demuestra. 55
   Dios es Aquello que nuestra alma anhela,
mal contenta de todo lo terreno;
el blanco eterno a que, cual dardo, vuela;
el infinito mar en cuyo seno
perder ansiara su ambiciosa vela. 60
   Sí, Dios es todo: es la verdad secreta
que busca el sabio con tenaz porfía,
de toda ciencia cual postrera meta;
y es Dios lo que la ardiente fantasía
y el corazón persigue del poeta: 65
   lo que busca el amante en los amores,
lo que busca el artista en la belleza,
y busca el ambicioso en los honores,
y el avariento busca en la riqueza,
y en el claro laurel los triunfadores: 70
   lo que en la orgía buscan los beodos,
y en el torpe deleite el libertino;
que aún por indignos insensatos modos
van los humanos ese bien divino
con insaciable sed buscando todos. 75
   ¡Siempre, do quiera Dios! la humana gente
desde su origen y remota cuna
dobló a sus aras la sumisa frente,
y todas las edades una a una
a él inclinan su vuelo reverente. 80
   Bárbaro pueblo, en el desierto oculto,
si áureos palacios le levanta Roma,
en toscas aras le consagra culto;
y al par le nombra que el más rico idioma
el idioma más áspero e inculto. 85
   Sin ese ser tan grande y tan perfecto,
de nadie el universo comprendido
fuera alcázar real sin arquitecto,
libro fuera de frases sin sentido,
fuera sin causa solitario efecto. 90
   Mas de Dios clara prueba eres tú mismo:
tu ingenio, tu alma generosa y pía,
tu honradez, tu romano patriotismo,
y ese instinto feliz que al bien te guía,
vencedor de tu estéril ateísmo. 95
   ¡Quién palpable a tu mente hacer pudiera
que sólo la terrestre vestidura
muere de la divina pasajera,
y que la tenebrosa sepultura
es del hombre la cuna verdadera! 100
   ¡Dichosos dogmas! ¡esperanzas ciertas!
¡Anticipado Tártaro sería
nuestra vida misérrima, si abiertas
no esperase nuestra última agonía
de la profunda Eternidad las puertas! 105
   Di, ¿cómo puedes disfrutar de calma,
di, cómo algo en la vida te recrea,
di, cómo aspiras a gloriosa palma,
si abrigas, Celso, la terrible idea
de que fenece con el cuerpo el alma? 110
   Cuando partir para la eterna ausencia
ves a persona que te fue querida,
y a quien, postrada por mortal dolencia,
no pudo dilatar la dulce vida
todo el esfuerzo de tu vasta ciencia; 115
   ¿Qué alivio entonces quedará a tu duelo,
al pensar que al que acaba de dejarte
no volverás a ver ni aún en el cielo,
cuando la fe de que el que muere parte
es en tal trance el único consuelo? 120
   ¿Y tú mismo podrás, en la fijada
hora infalible de ese trance fuerte,
sostener con intrépida mirada
el aspecto terrible de la Muerte
y el más terrible de la eterna Nada? 125
   ¿Y podrás en tu lecho, moribundo,
recibir los adioses de la esposa
que te amó con cariño sin segundo,
sin la dulce esperanza religiosa
de volverla a encontrar en otro mundo? 130
   ¿Y ver podrás el doloroso llanto
que por ti viertan sus pupilas claras,
y oirás sus gemidos sin espanto,
si piensas que por siempre te separas
de quien tanto te amó y amaste tanto? 135
   Si fue tan dolorosa la partida
que os impuso una ausencia pasajera,
¿cuál será la postrera despedida?
¿Cuál será la partida que no espera
dulce regreso en la segunda vida? 140
   ¡Serán qué tristes los supremos vales,
si del mundo en que dices que termina
todo a la vez, sin la esperanza sales
que tu amor y el amor de Carolina
traspongan del sepulcro los umbrales! 145
   ¡Ni que reúna un día Dios clemente
en su dorado alcázar luminoso,
con nuevo lazo que su amor aumente,
la esposa amada y el amante esposo,
para no separarse eternamente! 150

1865.               



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A la amistad

(En el álbum de una amiga)



                           Aunque de corte innúmera seguido,
el orgulloso Amor, tu bello hermano,
contigo aspira a competir en vano:
es grande, milagroso su poder;
mas, con poder igual, mayor pureza 5
asegura tu triunfo esclarecido,
que él no rompe los lazos del Sentido
ni las dulces cadenas del Placer.
   Mas nunca logra en ti, divino afecto,
el Sentido mezclar impura parte; 10
y desde aquí el mortal al contemplarte,
comprende cómo, en la ciudad de Dios,
se ama la noble angelical familia,
que, creada sin sexo diferente,
de un sólo afecto en la pureza siente 15
lo que siente el mortal partido en dos.
   Con la más lenta dilatada vida
tu duración y tu firmeza igualas,
que tú no tienes las inquietas alas
con que Amor siempre fugitivo fue: 20
cual clava de alta cumbre en dura roca
hondísima raíz roble gigante,
en base de granito o de diamante
así tú arraigas el inmóvil pie.
   Cual tal vez al Amor, duda no enturbia 25
a ti jamás, ni veladores celos;
tú, inmóvil y tranquila cual los cielos,
él, mudable o inquieto como el mar:
tú, siempre en un semblante permaneces,
y él, cambiando a cada hora de semblante, 30
es tal vez aún al Odio semejante
que también, al morir, suele engendrar.
   Ya de ilusión y de esperanzas lleno,
di al crudo Amor mis juveniles años;
mas amarguras sólo y desengaños 35
en su pérfida corte coseché:
harto por larga prueba escarmentado
de sus ansias y celos y pesares,
vengo, oh Diosa, a tus plácidos altares
a ofrecerte mis votos y mi fe. 40

1865.               



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Al coronel D. Mariano Ignacio Prado

Dictador del Perú



                           ¿Y a los mismos que ayer de grave yugo
libertaron la patria, hoy de las leyes
la augusta voz enmudeciendo, plugo
darte un poder mayor que el de los reyes?
   El más audaz espíritu vacila 5
entre uno y otro parecer opuesto,
viendo que empuñas el poder de Sila,
si fausto alguna vez, ¡cuántas funesto!
   Suspensa entre el temor y la esperanza,
no sabe el alma si suspire o ría: 10
haz que incline y que rinda la balanza
el peso vencedor de la alegría.
   Firmes advierte el mundo los primeros
pasos que imprimes: más la senda es larga;
do quier la rompen precipicios fieros; 15
y tu hombro oprime ponderosa carga.
   De haber fiado su destino a un hombre
no hagas que gima un pueblo arrepentido:
tu blando imperio, bajo duro nombre,
el alma alegre, si ofendió el oído. 20
   Nombre al pueblo más dulce haz que te cuadre,
y en el Indio postrero abraza un hijo:
haz qua la patria te apellide padre:
prueben los hechos lo que el labio dijo,
   cuando, desde el balcón de tu morada, 25
cual vivo mar que enmudeciera atento,
inmensa multitud, alborozada
hablar te oyó con paternal acento:
   ¡muestra a la patria «que el peruano escudo
está en tu amante corazón impreso» (43); 30
yo te escuchaba pensativo y mudo,
y que lloré, al oírlo, te confieso!
   Mas, aunque afecto tal tu voz nos muestra,
con prudente temor empero viendo
que hoy no usado poder arma tu diestra, 35
necesario tal vez, pero tremendo,
   la voz del bardo impávida te grita
que, aunque enmudezca ahora y sea vana
mudable ley en el papel escrita,
hay otra ley eterna y soberana: 40
   ley que borrar no puede dedo humano
y que al monarca y al jüez sentencia,
porque la escribe la divina mano
en su invisible libro: la conciencia.
   De esa ley inmortal siempre obediente 45
sé a las eternas prescripciones santas:
¡Ay de ti, si la olvidas indolente,
o si con torpe mano la quebrantas!
   No, así al hablarte, te demando excusa,
ni teme el alma que mi voz te hiera; 50
digno te juzga la severa Musa
de oír la voz de la verdad sincera.
   Tu alma, prendada de la gloria, tema,
el nombre tema de opresor nefario,
y de la justa Historia el anatema 55
que al vencedor te igualará de Mario.
   Pronto de Sila al usurpado imperio
vio suceder la tierra, ya latina,
la infame tiranía de Tiberio
y del hijo demente de Agripina. 60
   ¿Qué vale, dime, que el tirano muera,
si vive su memoria aborrecida
y si, para execrarle justiciera,
le da la Historia perdurable vida?
   Mas no a castigo tan remoto apelo: 65
cercano te le anuncio y vaticino,
si no cumples la ley que el Patrio suelo
llama a glorioso singular destino.
   Cuando a la dada fe no correspondas,
tome las justas iras populares 70
muy más terribles que las ciegas ondas
que airados alzan tempestuosos mares.
   No te envanezca peligroso mando,
ni el esplendor de pasajera pompa;
ni con su halago tan oculto y blando 75
el postrador deleite te corrompa.
   ¡Ah!, no te fíes en grandeza humana:
lo que hoy iluso dueño eterno nombra,
sin dejar huellas, pasará mañana,
rauda nave, humo leve, vana sombra. 80
   ¡El jefe vil que la suprema silla
sólo ayer mancillaba, te recuerde
cómo la inestable suerte nos humilla,
un prestado poder cómo so pierde!
   ¡Cuántos la patria nuestra semejante 85
de un gran teatro a la mudable escena,
vio nacer y morir en el instante,
torres alzando en movediza arena!
   Y fuera aquí delirio tan insano
firme esperar y duradero asiento, 90
como pedir firmeza al océano,
como constancia demandar al viento.
   No tan fieros los Ábregos y Notos
el mar revuelven, ni de ruinas tantas
cubren los espantables terremotos 95
este suelo que huellan nuestras plantas,
   cual de revoluciones agitada
es nuestra triste patria, y combatida;
fijo y en pie no persevera nada:
todo es mudanza y súbita caída. 100
   Mas no siempre será: mintió mi verso,
si predijo inmortal hado tan crudo;
y, si tú no eres a tu estrella adverso,
podrás tú solo lo que nadie pudo.
   Componer de discordes elementos 105
la antigua confusión y la pelea,
calmar las olas y adormir los vientos,
a ti da el cielo que posible sea.
   Tú del rugiente tenebroso seno
de un caos tan inquieto y tan profundo, 110
sacar pudieras, de armonía lleno,
de luz, de paz y de ventura, un mundo;
   mundo feliz que, libre de tiranos,
locas Revueltas con su voz no asorden,
y donde unidos, como dos hermanos, 115
reinen sin fin la Libertad y el Orden.
   Mas escucha: primero que el Estado
sobre inmóviles bases constituyas,
al aleve extranjero escarmentado
dejen por siempre las hazanas tuyas. 120
  De Bolívar la fausta dictadura
Ayacucho nos dio, tumba de hispanos (44):
tú segundo Bolívar ser procura,
y otro Ayacucho glorïoso danos.
   El regocijo y el clamor presento 125
en tu alma encienda, de la gloria amante,
la sed de dar a la peruana gente
júbilo igual en día semejante.
   ¡Ah! ¡no en vano en tu pecho mi voz siembre,
y traiga el año otro glorioso día, 130
claro rival del nueve de Diciembre,
y nuevo orgullo do la patria mía!
   Del negro oprobio que su lustre empaña
del Sol a la Matrona tú redime,
y de la injuria que nos hizo España 135
alcanza ser el vengador sublime.
   Y pues «la patria bicolor bandera»
dices que «el tierno corazón te envuelve»
su mengua siente, y su beldad primera
y su candor perdido le devuelve. 140
   Al vivo afán con que lavarla intentes
sus aguas todas te darán en vano
claros arroyos, cristalinas fuentes,
lagos y ríos, mares y océano.
   Devolverle su prístina blancura 145
sólo un baño pudiera, una agua sola:
sólo una agua de mancha tan impura
la pudiera limpiar: sangre española.
   Si tanto alcanzas, y al Ibero trono
escarmienta tu enojo y tu castigo, 150
de dictador el nombre te perdono,
y a ti me postro y tu poder bendigo.
   Pulsando entonces armoniosa lira,
mi generoso numen abrasado
del entusiasmo en la Celeste pira, 155
e nombre al cielo encumbrará de Prado;
y audaz hollando solitaria senda,
desatará con labio resonante
sublimes cantos que la Fama aprenda
y en su trompeta sonorosa cante. 160

Diciembre, 9 de 1865.               



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Al sol



                           Glorioso te proclaman las auroras
cuando naces, cual vástago imperial
y enciendes con tus luces y coloras
el dilatado pórtico oriental.
   Huye la fría lóbrega tiniebla, 5
huye el sueño tu alegre rosicler,
y el orbe todo de rumor se puebla
de luz y de colores por do quier.
   Te ensalzan los ardientes mediodías,
cuando desde el cenit abrasador 10
sobre la tierra fatigada envías
mares de luz y de insufrible ardor.
   Y te enaltecen las purpúreas tardes
cuyo rostro coloras de carmín,
cuando del cielo como el rey aún ardes, 15
y es el de un dios tu esplendoroso fin.
   Y aun las noches, calladas pregoneras
de tu grandeza y de tu gloria son,
que el brillo de sus pálidas lumbreras
es de tu ausencia generoso don. 20
   Mueren a tu glorioso nacimiento,
náufragas en el mar de tu fulgor;
y en el vasto desierto firmamento
dominas, solitario emperador.
   Sólo reinar sin compañía alguna 25
a tu inmensa grandeza le está bien,
desdeñando el cortejo que a la luna
forman claras estrellas cien y cien.
   Ni de luciente corte necesitas,
que, solo, al día más fulgores das 30
que, juntas, sus estrellas infinitas
dan a la noche que se enciende más.
   ¿Qué mucho, si tan bello y tan fulgente
y tan fecundo y bienhechor te ve,
que dios te juzgue la sencilla gente 35
que el sol no alumbra de celeste fe?
   Y esta región que sobre todas amas
y en quien viertes tus dones sin cesar,
¿Qué mucho fue que a tus divinas llamas
en áureo templo consagrase altar? 40
   Todo süave fruto le sazona
y toda mies lo enrubia tu calor,
y por ti a su magnífica corona
ni hermosa falta ni fragante flor.
   No más puro zafir cobija al hombre, 45
ni en más verde jardín estampa el pie:
ella entre todas mereció tu nombre,
y tuyo el nombre de sus hijos fue.
   ¡Cuántos siglos tu luz la contemplaba
ser del Sur la triunfante emperatriz! 50
Mas la viste después vencida esclava
a quien hollaba Iberia, la cerviz.
   Y de su redención fuiste testigo;
mas ¡ay! de bien tan único a pesar,
la viste insana combatir consigo, 55
y sus propias entrañas desgarrar:
   imprimiendo, alentado, a su bandera
el mismo crudo y bárbaro opresor
el torpe ultraje de que el mundo espera
el sangriento, castigo vengador. 60

1865.               



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A***



                           No de tu eterna soledad te espantes
ni del dolor que te devora insano,
que esta suerte les cabe a los gigantes
que atrás dejaron el nivel humano.
   Mira crecer, y con desdén la tierra 5
dejando profundísima a su planta,
aislarse más la solitaria sierra
cuanto se encumbra más y se agiganta:
   ronco grito de cóndor altanero
es sola voz que de la tierra siente, 10
y sin fin lanza el huracán guerrero
dardos de fuego en su desnuda frente.
   Mas nunca do su noble desventura,
nunca de su destino se lamenta,
pues sabe que pagar debe su altura 15
con soledad, con rayo, con tormenta.
   Sufre pues mudo tu dolor profundo,
y halla, como las cimas, el consuelo
de estar tan lejos del ruidoso mundo,
en tu gloriosa vecindad al cielo. 20


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A España



                           En vano, con palabras que desmiente
tu porte que alevoso nos maltrata,
tal vez te escucha la peruana gente
Hija llamarla, a tu cariño ingrata.
   Que, aunque a nombrarte nuestra tierna madre, 5
cambiando estilo, tu interés te arrastra,
nombre te damos que mejor te cuadre:
nombre de perversísima madrastra.
   Tenemos, es verdad, sangre española
con que a tus propios vicios nos condenas; 10
pero esa sangre, España, no es la sola
que circula por dicha en nuestras venas.
   Mas tú deliras, si blasonas única
sangre que impura mezcla no desdora,
que, entre mil, la fenicia, celta y púnica 15
tu sangre forman, con la hebrea y mora.
   Y, si hora nuestra, madre ser te agrada,
madre es tuya la gente sarracena,
que ayer no más al filo de tu espada
bañó en su sangre la africana arena. 20
   Mas de pasados males a despecho,
y aún cuando tuyos son nuestros resabios,
perdonarte pudiera nuestro pecho,
respetarte pudieran nuestros labios,
   si no fuera la tierra fiel testigo 25
de que, no ya como nación extraña,
mas cual linaje odiado y enemigo
siempre nos tratas, orgullosa España.
   No pueden perdonarnos tus enconos
el que tu yugo ya no padezcamos, 30
y en nosotros más siervos que colonos
no tengan ya tus coronados amos.
   Ya ser no nos perdonas libre gente
que gente planta mortal nunca se humilla,
y que sólo ante Dios dobla la frente 35
y sólo a Dios prosterna la rodilla.
   Si, ocultando tal vez tu negra saña,
bañas en miel la lengua ponzoñosa,
a nadie, a nadie tu león engaña
convertido en la pérfida raposa. 40
   Tu antiguo sueño sacudiste apenas,
y ya intentaste por la vez segunda
echar a nuestros brazos tus cadenas,
uncir a nuestras frentes tu coyunda.
   Ávida ayer y torpe y traicionera, 45
(no pienses que el castigo mucho diste)
del Perú pisoteaste la bandera,
y las peruanas islas invadiste.
   Y hoy a la noble Chile, que indignada
contempló tan horrenda alevosía, 50
sitia y bloquea tu feroz armada
que no arredra su heroica valentía:
   que, en encadenamiento así infinito
que a tu rüina y perdición te lleva,
cada delito engendra otro delito, 55
cada injusticia es fuente de otra nueva.
   Y mientras a tan bárbaros extremos
te arrojes y nos trates de tal suerte,
¿cómo quererte, di, cómo podremos,
cómo podremos, di, no aborrecerte? 60
   Y nuestra mengua no es, sino tu mengua,
que a España insultos y a su gente agravios
escuche el mundo en española lengua
crudos volar de americanos labios.
   Ni mi culpa sera, sino tu culpa 65
y de tus hechos torpes y perversos,
que su memoria la justicia esculpa
en mis acerbos castellanos versos.
   Harto ya tu codicia y tu arrogante
impía condición que nada doma 70
en el idioma resonó de Dante,
sonó de Shakespeare en el idioma;
   y en la francesa lengua y alemana,
y sueca y rusa, y en las lenguas todas
harto sonará la crueldad hispana, 75
harto sonarán las, infamias godas.
   Y ya los vicios de tu estirpe rancia,
y la codicia y corrupción de Iberia,
fanatismo, pereza o ignorancia,
moral atraso y material miseria, 80
   mal que le pese al español soberbio
que luz de gentes a su patria llama,
son en el mundo universal proverbio,
y eterna voz de la parlera Fama.
   Y así de lenguas en tan rica copia, 85
que pregoneras son de tus maldades,
sólo faltaba ya tu lengua propia,
y hoy, España, tú misma, tú la añades.
   Pronto habrán de aprender nuestros infantes,
si no reprimes tu insolencia extraña, 90
el idioma pomposo de Cervantes
para ofender y maldecir a España.
   Ni de ello te lamentes; lo has querido:
pero tiempo es aún, y si mañana
cambias tu porte, en generoso olvido 95
te alargará el Perú su diestra ufana.
   Si no, el labio estará siempre dispuesto,
y dispuesta estará siempre la espada
a contestar denuesto con denuesto,
a oponer cuchillada a cuchillada. 100

1866.               



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Versos leídos en el teatro

En la noche del día 14 de enero de 1866, en que se declaró la guerra a España y alianza con Chile



                           Desde el día que vio la audacia ibera,
¡cuantas noches cerrar, cuántas auroras
miró lucir nuestra congoja fiera,
sin que el continuo vuelo de las horas
la hora de la venganza nos trajera! 5
   Vio el peruano a su amada patria bella
con ojos de rubor, en su mejilla
mirando aún purpurëar la huella
que la insolente mano de Castilla
con inicua traición estampó en ella. 10
   Mas ya llegó de la venganza el día
La hora sonó por el honor ansiada;
no más llanto y suspiros, patria mía:
alza al cielo la fúlgida mirada,
y en la justicia de tu musa fía. 15
   No vengas, patria, tus afrentas solas:
la deuda pagas a tu heroica hermana
que provocó las iras españolas
por darte ayuda, y que a la flota hispana
sulcar hoy mira de su mar las olas. 20
   Y ya, mirando la amenaza ibérica,
como una patria, como un pueblo solo,
la libre independiente Sur-América
desde el golfo de Méjico hasta el polo
Indignada levántase y colérica: 25
   y en natural indestructible alianza
y poderosa formidable liga,
clamando en fiera voz: «Guerra y Venganza»
se arma contra su pérfida enemiga,
y a la pelea impávida se lanza. 30
   Deja ya, Iberia, tu esperanza vana,
y a saber tu arrogancia se disponga
que de las naves que mandaste ufana
la suerte que ayer cupo al Covadonga
cabrá también a las demás mañana. 35
   Si en esa nave al pabellón hispano
ha sucedido el tricolor chileno,
pronto verá tal vez el océano
la Villa de Madrid por su ancho seno
pasear triunfante el pabellón peruano. 40
   Mas... peruano, chileno, ¡vano modo
de hablar! si en igual roto nos reünes,
blancos iguales del insulto godo,
glorias y triunfos nos serán comunes,
será común entre nosotros todo. 45
   No esperes de las naves el retorno
que a nuestras playas en mandar te afanes,
que, para gloria nuestra y tu bochorno,
ninguna volverá de Magallanes
e1 estrecho a pasar ni el cabo de Horno. 50

1866.               



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A José Ayarza

Con motivo de la muerte de la señora doña Dominga Ayarza de Amunategui



                           Crezca sin tasa el doloroso llanto
que las mejillas férvido te inunda,
y que das a la muerte
de tu madre segunda,
que con inmenso amor supo quererte: 5
llora, sin tregua llora,
desde que luce el rayo de la aurora
hasta que duerme el día
entre los brazos de la noche fría:
¡que en tan amargos duelos, 10
en tan hondos pesares,
tener el desgraciado anhelaría
por ojos las estrellas de los cielos
y por llanto las ondas de los mares!
   ¿Y es posible, posible ¡oh dura suerte! 15
que la que ayer sentía,
que la que ayer pensaba,
la que ayer os amaba,
hoy tronco sea de materia inerte,
que ni oye la voz nuestra 20
ni el tacto siente de la usada diestra?
¿Qué fue del pensamiento?
¿Qué se hizo el sentimiento?
¿En dónde está la luz de la mirada?
¿En dónde, en dónde la expresión amante 25
que animaba el semblante?
¿Dónde el alma sensible, inteligente,
por entre el claro cuerpo contemplada,
como al través de vidrio trasparente?
   ¿Hay vigorosa mente 30
que la crüel necesidad comprenda,
de separarnos ¡ay! eternamente
del ser idolatrado
a cuyo dulce lado
fue do la vida la difícil senda 35
menos áspera y larga;
que con nosotros compartió la carga,
y que por tantos años, día a día,
fue nuestra inseparable compañía?
Eterno adiós ya dijo 40
al esposo ya hijo;
ya partió a la morada
por los tristes difuntos habitada;
allí duerme en estrecho
oscuro frío lecho 45
en donde es dura piedra su almohada;
y en donde solamente
su sombra silenciosa
de vez en cuando escuchará su nombre
leído por la voz indiferente 50
del que fije los ojos en su losa
al visitar el mudo cementerio:
¡Oh destino misérrimo del hombre!
¡Oh de la muerte lóbrego misterio!
   Era la vida en vano 55
de la que lloras un dolor perenne;
que el corazón humano
jamás la muerte en su dolor desea,
y eterno apego a la existencia tiene,
por infeliz que la existencia sea. 60
   Es igual nuestra vida
a una hermosa querida
que con desdén constate nos maltrata,
y más amada cuánto más ingrata.
   ¡Crüel alternativa! ¡trance fuerte! 65
O la vida, o la muerte:
la vida despedaza,
crucifica, atormenta sin medida,
y apurar hace del dolor la taza;
la invierte nos arredra e intimida, 70
y su recuerdo sólo nos espanta,
y erízase el cabello
y se hiela la voz en la garganta:
si es proceloso el mar en que navega
la humana estirpe ciega, 75
y está de escollos por do quier cubierto,
es más horrible y temeroso el puerto
donde su nave destrozada llega.
   Del mortal el destino,
entre la vida y muerte, semejante 80
es al del navegante
que, náufrago y asido a débil pino,
en medio del mar vasto,
su único asilo y esperanza viera
en islas, de antropófagos manidas, 85
donde de humanos vientres será pasto,
y que sólo evitara la mar fiera
abordando a sus playas homicidas.
   ¡Y el que se queda, en tanto
suelta a rienda al llanto 90
y se queja de Dios y desespera,
y nada ven sus ojos
que no irrite su pena y sus enojos!
La creación entera
de su mismo dolor vestir quisiera: 95
pero la creación indiferente
su desventura y su dolor no siente;
y, como cada día,
a su infortunio y aflicción ajeno,
derrama el sol sereno 100
a torrentes la luz y la alegría;
y ríe la floresta,
y ríe el prado ameno,
el dolor insultando con su fiesta;
y leda canta el ave, 105
y de aromas derraman un tesoro,
con él enriqueciendo el aura pura,
flores de nieve y escarlata y oro;
y en el vasto universo nada sabe
ni de saber se cura 110
¡cuál es la fuente de tan largo lloro,
cuál el objeto de dolor tan grave!
   Así, triste hijo, tu dolor quisiera
que hallasen tus miradas
en todos los semblantes, por doquiera, 115
las penas que te afligen retratadas:
y yo que te amé siempre con ternura,
y a quien unen contigo
desde tus tiernos días
mas que lazos de deudo los de amigo, 120
a sentir te acompaño tu amargura
y mezclo con tus lágrimas las mías:
solo y triste consuelo
que darte pueda en tan amargo duelo.
   Otra voz a enjugar te invitaría 125
el llanto acerbo que tu pena vierte
y a distraer dolor tan desmedido:
yo a más pena y más llanto te convido;
y ojalá que muy tarde a poseerte,
muy tarde venga el tenebroso olvido, 130
que es la segunda muerte.

1866.               



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Al señor don Manuel Amunátegui

Con motivo de la muerte de su esposa



                            Ya cerraste los ojos que fueron
tus estrellas, oh mísero esposo:
ya escuchaste del labio amoroso
¡el postrero tiernísimo adiós!
Y padeces, de aquélla privado 5
que te fue tan leal compañera,
los dolores que el alma sintiera,
si partirla pudieran en dos.
   ¡Ay! ¡cuán mudas las solas estancias!
¡Ay! ¡cuán vasta la casa desierta! 10
¡De la aurora la luz te despierta,
y a tu lado tu esposa no ves;
ves a su hijo, le abrazas, sollozas,
y recuerdas que en íntimos lazos
otros dulces y tiernos abrazos 15
os ligaron un día a los tres!
   Ya con alas movidas apenas,
silenciosas, eternas, vacías
van midiendo sus horas tus días
en la triste quietud de tu hogar: 20
el dolor en la mesa te aguarda,
el dolor en el lecho te espera,
y te aguarda el dolor donde quiera,
y te hiere el dolor sin cesar.
   Una dulce ilusión de tus sueños 25
te la pinta tal vez a tu lado,
y oír piensas su acento adorado
que te dice: «despierta, Manuel»:
mas despiertas, los brazos extiendes,
y hallas mudo y vacío tu lecho, 30
y tu suerte maldices, deshecho
en tristísimo llanto de hiel.
   Ocho lustros la dulce costumbre
con sus lazos unió vuestras vidas,
que, en un cauce mezcladas y unidas, 35
ríos fueron que corren a par:
del consorte raudal despojado,
hoy, cual pobre arroyelo de estío,
tristemente doliéndose un río
solitario camina a la mar. 40
   De los años que sólo viviste
ocupaba tu mente el olvido,
cual si juntos hubierais nacido,
cual si juntos debierais morir:
y sin esa mitad tan querida, 45
sin su amor y perenne cuidado,
para ti jamás hubo pasado,
ni jamás para ti porvenir.
   Mas aquel que imposible creías,
que sin ella llegaras a verte, 50
Lo demuestra implacable la muerte
y le arranca a tu llanto la fe:
a tus ojos las Horas futuras
tristes doblan la pálida frente,
aumentando la pena presente 55
la ventura del tiempo que fue.
..... ..... ..... ..... ..... .....
..... ..... ..... ..... ..... .....
   Pues quedasteis aquí solitarios,
pobre huérfano y triste vïudo,
estrechad más y más vuestro nudo,
acreced más y más vuestro amor: 60
ese sólo consuelo te resta,
pobre esposo, en tan único duelo;
hijo triste, ese sólo consuelo
hoy te queda en tu inmenso dolor.

1866.               



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Aniversario



                           Sigue un día a otro día,
oh dulce patria, y el rubor los cuenta;
que, impune todavía
injuria tan sangrienta,
son dos años la edad de nuestra afrenta. 5
   Como el hijo que llora
de la madre la pública mancilla,
bañe tu prole ahora
en llanto la mejilla,
al ver, patria, la mengua que te humilla. 10
   No en brazos de Amor duerma
el buen peruano, ni descanse o ría,
estando tu honra enferma:
destierre la alegría
hasta que llegue de tu triunfo el día. 15
   Tal día en fin cercano
contemplas, patria; que la armada ibera
ya surca el océano,
pidiendo tu ribera
do el escarmiento y el baldón la espera. 20
   Oh Abril, oh Abril, tú viste
el ultraje del pérfido enemigo
y nuestro oprobio triste:
sé tú también testigo
de la justa venganza y del castigo. 25

14 de Abril de 1866.               



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España

Soneto escrito al recibir la noticia del bombardeo de Valparaíso



                           Juntó la Muerte ante su trono un día
a los ministros do su furia aciaga,
por dar la palma al que, de todos, haga
mas fiero el cargo que a su saña fía.
   Fue la sangrienta Guerra a la porfía, 5
el Terremoto que ciudades traga,
Incendio y Hambre y Peste, y cuanta plaga
sirve del mundo a la señora impía.
   El premio horrendo cada cual espera,
indecisa la negra Soberana 10
sus méritos iguales considera;
   mas viene España, y los laureles gana,
que es ella de las plagas la más fiera
y el gran azote de la estirpe humana.


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El Garibaldi y la carta



                           Rosana, tierna hermosura,
hechizo y lustre de Lima,
en su estancia solitaria,
con mano diestra y prolija,
mueve la aguja ligera 5
por una roja camisa,
de esas que el insigne nombre,
deben al héroe de Niza.
Para su novio la labra
a quien puro amor la liga, 10
artillero que guarnece
de Junin la batería;
ya su preciosa tarea
la bella virgen termina;
en blanco paño la envuelve 15
a todo con rojas cintas;
y en tierno amoroso llanto
inundadas las mejillas,
estos renglones escribe
al que ni un instante olvida: 20
   «Bien quisiera, oh mi dueño, tu Rosana
que el Garibaldi por sus manos hecho,
en vez de ser de tan delgada lana
que mal bastara a proteger tu pecho,
   fuera de mano de potente hada, 25
de impenetrable mágico tejido,
semejante a la túnica sagrada
de que ángel lidiador está vestido.
   Cuando en los riesgos de la lucha pienso
y crudos tiros de la Muerte ciega, 30
me oprime el corazón dolor inmenso,
y mi semblante en lágrimas se aniega.
   Quisiera que tornaras a mi lado
para escapar a tan feroz tormento...
Perdona: soy mujer: te habré enojado: 35
mas ya recojo mi cobarde acento.
   Y aunque te mire mi cariño expuesto
al ciego golpe de homicida bala,
oprobio fuera abandonar el puesto
que el honor, que la patria te señala. 40
   Por la patria es la lid: con pecho fuerte
lucha, y vuelve a mis brazos victorioso:
pero, si encuentras en el campo muerte,
allá en el cielo te diré mi esposo».
   Esto al guerrero adorado 45
escribe la hermosa niña,
casi en el papel borrando
con sus lágrimas la tinta:
dobla la carta, y solloza,
escribe el sobre, y suspira; 50
llorando sella, y llorando
papel y presente envía:
ante imágenes sagradas
a su devoción queridas,
juntando las blancas manos, 55
cae luego de rodillas;
y a Dios sus preces eleva
y a la Virgen sin mancilla,
y a la que hoy del cielo es Rosa
y un tiempo lo fue de Lima, 60
para que en las olas hundan
los bajeles de Castilla
los valerosos guerreros
que por nuestros lares lidian,
y que, tornando el que adora 65
con gloria, pero con vida,
ella que llorar no tenga
de la patria en la alegría.

30 de Abril de 1866.               



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A la guerra

                           No ya, no ya, cual las aciagas veces
en que hermanos armaste contra hermanos,
las almas afligidas estremeces
      de los buenos peruanos.
   De Sur a Norte, de Ocaso al Este, 5
armado se levanta el Perú entero,
como una sola e impaciente hueste,
      como un solo guerrero.
   Que no eres hoy el execrable horrendo
monstruo maldito cuyo nombre espanta: 10
hermosas apariencias revistiendo,
      hoy eres justa y santa:
   santa para la patria y quien derrame
su sangre y por tal madre dé la vida;
mas para el torpe Ibero eres infame 15
      e injusta y maldecida.
   Hoy doble faz ostentas: una bella,
otra feroz que el corazón aterra:
ésta conviertes a la mar, aquélla
      conviertes a la tierra. 20
   Una faz a mi patria alborozada
alto honor y victoria vaticina:
presagia la otra a la española armada
      derrotada, oprobio, ruina.

19 de Mayo.               



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Versos escritos

En la noche del dos de mayo



                           ¡Oh entusiasmo sagrado!
Padre ardiente de mártires y fuertes,
que a los guerreros invencibles haces:
de provocar y padecer mil muertes
los pechos que te sienten son capaces; 5
del número te ríes,
y en héroe al pusilánime conviertes.
¡Eres licor divino
con que el humano espíritu embriagado
se llena de un glorioso desatino, 10
de una sublime celestial locura:
por ti los riesgos de la lid no cura,
y magnánimo olvida
que en frágil cuerpo mora,
sujeto al rasgo de mortal herida; 15
desafiando la lluvia atronadora
de ardientes proyectiles,
cual si le fuera invulnerable veste
el duro cuerpo del tremendo Aquiles
o de impasible lidiador celeste! 20
   Para aquel que, en defensa de sus lares,
en bélico ardimiento se entusiasma,
víctima de la patria en los altares,
no, no es la Muerte el hórrido fantasma
que ve en su lecho el infeliz doliente; 25
no es esa reina de terror y saña,
de huecos ojos, de amarilla frente,
y mano, armada de voraz guadaña:
es alada doncella,
de faz resplandeciente, 30
como el semblante de la Gloria bella:
es celestial esposa
que a placeres eternos nos convida,
mil veces más hermosa
y más dulce y risueña que la Vida. 35
   ¡Bien en tan fiero desigual combate
lo probasteis, ilustres campeones
del honor de la patria y sus derechos,
que a la muerte opusisteis vuestros pechos
y caísteis al pie de los cañones! 40
¡Y tú, Gálvez heroico,
de Libertad amante inmaculado,
que en tan alta encumbrada jerarquía
pereciste lidiando cual soldado!
No la patria en tu losa 45
derrame vulgar llanto,
que a vida tan gloriosa
un tan glorioso fin correspondía:
eterno tema de sublime canto
serás a la peruana poesía; 50
su más insigne página y más clara
a tu nombre dará la patria Historia,
y ya un himno mi Musa te prepara,
digno quizá de tu divina gloria.
   ¡Oh tú, del quinto mes día segundo, 55
si al altivo contrario
eras grande glorioso aniversario,
selo también de hoy más a todo un mundo!
El Español te empaña,
torpe eligiendo de tu sol el rayo 60
para que alumbre tan inicua hazaña:
mas, cual brillante ensayo
de cuanto hacer aguarda contra España,
el Perú tiene ya su Dos de Mayo.
   Que esta lucha no es lucha pasajera, 65
que se decide en única pelea,
que a una generación tan sólo alcanza;
esta es lucha inmortal: quien de paz hable
por cobarde y traidor tenido sea;
odio irreconciliable, 70
ira, rencor, venganza,
como preciosa herencia
de América los hijos legaremos
a nuestra más remota descendencia...


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Octavas



                           ¡Ay! que han llegado a tan horrible punto
mi desesperación y negro hastío,
que parece que encierra todo junto
del infierno el horror el pecho mío:
envidio el sueño eterno el difunto, 5
sin que se sienta el corazón con brio
para vibrar la cortadora espada
que en el seno me abisme de la nada.
   Noches insomnes paso, hora tras hora,
cual la noche que pasa el desdichado 10
que sabe con certeza que a la aurora
será del nuevo día ajusticiado;
miro por fin la luz despertadora,
que en nada cambia mi anterior estado,
y un día añade a mi vivir amargo, 15
cual noche triste, como siglo largo.
no me dejó de mis felices días
el destino implacable ni despojos:
merecen mis eternas agonías
eterno llanto de raudales rojos: 20
aunque fuerais el mar, lágrimas mías,
y fuerais las estrellas, oh mis ojos,
en tanto duelo, en infortunio tanto,
ojos faltaran y faltara llanto.
   La fiel memoria, contra mí ensañada, 25
y que ninguna desventura olvida,
ofrece de la mente a la mirada
cuantas desgracias lamentó mi vida:
en vasto mar de pesadumbres nada
el alma triste sin hallar salida, 30
ni divisar, cual náufrago, la playa
donde anhelante a refugiarse vaya.
   Y en tanto que sin término me aflijo,
escucho, dulce patria, la algazara
que levantas en justo regocijo, 35
solemnizando tu victoria clara:
bien sabes, patria, que no tienes hijo
a quien más seas que a este triste cara,
y si un consuelo mi dolor consiente,
el de verte feliz es solamente. 40
   Sé feliz, oh mi patria, sé gloriosa;
ciñan tu noble sien nuevos laureles,
mientras mi pecho de dolor rebosa,
mientras apuro del dolor las hieles;
yo cantaré tu gloria esplendorosa 45
aun sintiendo las ansias más crüeles,
y con el corazón despedazado
celebraré tu venturoso estado.
   Yo, patria, te daré una poesía
que ardiente, noble, vigorosa y fuerte, 50
te arme contra extranjera alevosía
y apacigüe tus bandos y concierte;
mas a veces también lágrima pía
pueda tu hijo afligido merecerte,
si con el canto de tu gloria alterna 55
la triste voz de su congoja eterna.

Mayo de 1866.               



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Versos que se suponen dichos

Por Segismundo al fin de «la vida es sueño»



                                                    ¿Qué os admira? ¿Qué os España?                
Si fue mi maestro un sueño
y estoy temiendo en mis ansias
que he de despertar y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión.
     (Calderón: «La vida es sueno»)


                           No os asombréis tanto, no,
si en la templanza que muestro
tan otro de mí soy yo;
un sueño ha sido el maestro
que tal cambio me enseñó. 5
   Temo, fiel a su lección,
que, cuando más la altivez
levante mi corazón,
me he de encontrar otra vez
en mi lóbrega prisión. 10
   Yo con mi ejemplo te enseño,
raza de Adán engañada,
que toda la vida es sueño,
y el mayor bien es pequeño
y la mayor gloria es nada. 15
   Nadie con dichas se engría,
cual se engrió el alma mía,
ni abatido desespere,
por más que hollado se viere
de adversa fortuna impía. 20
   Sufra su injusto poder,
y de la pena mayor
consuélese con saber
que es sólo un sueño el dolor,
como es un sueño el placer. 25
   Como, durmiendo, la mente,
dichas o desgracias sueña,
así, despiertos, nos miente
o triste vida o risueña
una ilusión más potente. 30
   Pues del más grande al menor
sólo es soñar nuestra ley,
decid, ¿qué importa en rigor
el que uno sueñe ser rey
y otro pobre pastor? 35
   ¿Y a mí qué me ha de valer
soñar que monarca soy,
yo que preso soñé ser?
Tan vano es mi cetro de hoy
como mi prisión de ayer. 40
   Y adversa o feliz la suerte,
opulenta o desvalida,
es forzoso que la muerte
venga al fin y nos despierte
de este sueño de la vida. 45
   Viva pues la humana gente
viendo que es fuerza que muera,
viva como solamente
dormida, y como si fuera
a despertar de repente. 50
   Quien me vio proceder ciego
del orgullo con la venda,
al fin de este caso atienda
y en mí considere luego
el escarmiento y la enmienda. 55
   Míreme entre tanta gloria,
humilde, templado, blando,
tratarla como ilusoria
y usar de mi alta victoria,
generoso perdonando. 60
   Y atentos todos estén
a obrar bien y huir el mal,
pues en vida un sueño igual
es tan sólo el hacer bien
lo verdadero y rëal. 65


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A Prometeo



                           ¿Por qué padeces tan enormes penas?
¿Por cuál empresa tan audaz y loca
de Júpiter las iras desenfrenas,
y yaces circundado de cadenas
sobre desnuda solitaria roca? 5
   ¿A los hijos seguiste de la Tierra
que, aconsejados por la fiera Diosa,
al cielo hicieron temeraria guerra,
y amontonando sierra sobre sierra,
Pelion alzaron sobre Olimpo y Osa? 10
   Mas tu ayuda no obtuvo la quimera
con que intentaba su demencia osada
alzar empinadísima escalera
que hasta el cielo llegase, y donde fuera
cada montaña una gigante grada. 15
   Compadecerte del linaje humano
de los dones de Júpiter proscrito,
y al hombre dar con generosa mano
el radioso elemento de Vulcano:
¡ese fue tu magnánimo delito! 20
   Le igualaba del cielo la sentencia
de ciegos brutos a la abyecta plebe:
y si la luz del arte y de la ciencia
hoy hace menos triste su existencia,
a tu enseñanza, a tu piedad lo debe. 25
   Mas vanamente al Caúcaso lejano
con eternas fortísimas amarras
te hizo ligar el celestial tirano
y el águila en tu pecho clava en vano
su pico agudo y sus tajantes garras. 30
   En vano irrita su furor hambriento
el siempre vivo renaciente pasto
del palpitante corazón sangriento;
y en vano abrasa el sol y azota el viento
la atada mole de tu cuerpo vasto. 35
   Tan injusto cuán hórrido castigo
con sufrimiento indómito padeces,
sin que nunca el dolor pueda contigo
acabar que a tu bárbaro enemigo
Humi de engrías con cobardes preces. 40
   Nunca vendrá para su orgullo el día
que te arrepientas del robado fuego;
y, aunque es rey de los mundos, todavía
un contento le falta a su ufanía:
mirar tu humillación, oír tu ruego. 45


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A un amigo



                           Como en la soledad de su conciencia
retirado mortal habla consigo,
así mi vida sin disfraz te digo
y te muestro hasta el fondo el corazón:
y el tuyo me descubres, y engolfados 5
en ese blando platicar estrecho
que cual cristal nos transparenta el pecho,
horas y días cual instantes son.
   La ausencia, tumba de menor afecto,
los ciegos cambios de la Suerte impía 10
y la mano del Tiempo, desafía
una amistad tan verdadera y fiel;
y cuando intente con su aguda espada
nudo romper tan enlazado y fuerte,
verá con ira la sedienta Muerte 15
sus duros filos embotarse en él.
   ¿Qué es para el alma, que al unirse a otra alma
del raudo tiempo el suceder olvida,
qué es la más lenta dilatada vida
sino un instante que pasará ya? 20
En mí tú sientes, como en ti yo siento,
que, a pesar de la Muerte y su crudeza,
la amistad nuestra que en el mundo empieza
en el cielo por siempre durará.
   Me verá lamparilla vigilante 25
altas verdades indagar contigo,
y un libro ser nuestro tercer amigo
que más estreche nuestro lazo aún.
Yo al arte consagrado, tú a la ciencia,
siguiendo cada cual su propio instinto, 30
aspiraremos a laurel distinto,
mas con esfuerzo idéntico y común.
   Mas no sólo del ansia de la gloria
en nuestros pechos arderá la llama
para que así los labios de la Fama 35
altos loores sin cesar nos den:
gloria ansiaremos para que esta gloria
también la gloria del Perú acreciente,
siendo siempre nuestra ansia más ardiente
de nuestra patria el esplendor y el bien. 40
   ¡Ah! ¡mil veces nosotros venturosos,
si por nuestra obra grande y bienhechora
lucir la patria la risueña aurora
viera de glorioso porvenir!
¡Mas felices aún, si siempre juntos, 45
así ganando la mayor corona,
como un tiempo La-Rosa y Taramona,
por la patria lográramos morir!
   ¡Y juntos nuestros restos guardaría
un sólo monumento que, cual ara 50
de amistad y de gloria, visitara
religiosa la fiel posteridad!
Y oyeran nuestras sombras consoladas
decir con pío reverente labio:
«¡Héroes amigos! ¡oh poeta! ¡oh sabio! 55
De la Patria los votos aceptad!»


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Lo bueno de este mundo



                           No es justo que viva el alma
siempre acongojada y triste,
que, aunque el mejor este mundo
no es de los mundos posibles,
cosas tiene todavía, 5
entre mil que nos afligen,
para solaz y consuelo
de los hombres infelices:
hay aromáticas flores
que esmaltan ricos matices; 10
pájaros que dulces cantan,
aguas que sonando ríen;
noches de luna; mujeres
con rostros de querubines;
de amistad dulces coloquios 15
y de amor indefinible;
tiernas y amorosas madres
que sin cesar nos bendicen;
hay el poema de Dante
y los de Homero sublimes, 20
y hay cuadros de Rafael
y hay música de Rossini.

1866.               



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El eco y la sombra



                           Dios con el hombre a quien ama
siempre liberal y bueno,
un eco le dio a su voz
y dio una sombra a su cuerpo;
   queriendo así que, aunque huelle 5
los más desnudos desiertos,
del todo solo no vaya
y lleve dos compañeros.
   Al uno mudo contempla
ir a sus pies en el suelo, 10
su movimiento ajustando
a su mismo movimiento.
   Al otro invisible escucha
que responde a sus acentos,
repitiendo a la distancia 15
sus sonidos postrimeros.
   La sombra a los ojos sirve
de compañía y consuelo,
y es consuelo y compañía
de los oídos el eco. 20
   De la sombra se imagina
el solitario viajero
que sus pasos acompaña
taciturno esclavo negro;
   y del eco se figura 25
que amigo invisible genio
con él a solas conversa,
su largo viaje siguiendo.

1866.               



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A la flor del chirimoyo



                           ¡Oh flor del trópico ardiente,
flor cuyo aroma divino
embriaga cual dulce vino
que hace delirar la mente:
   ¿qué importa, di, que no muestres 5
los deslumbrantes colores
de tantas altivas flores,
brillantes joyas campestres?
   Si ricos matices Flora
rehúsa a tu verde estrella, 10
de las fragancias en ella
la más divina atesora.
   Y a blancas flores y rojas
puedes disputar la palma
por el aroma que es alma 15
de tus balsámicas hojas.
   Más perfumas un retrete
o vastísimo aposento
que de cien flores y ciento
espléndido ramillete; 20
   y en los ardores del día
haces que lejos trascienda
como magnífica tienda
de varia perfumería.
   Entre flores decir puedes 25
que el alto lugar disfrutas
que merece entre las frutas
la que anuncias y precedes;
manjar que sólo debía
servirse en regio convite 30
y cuyo gusto compite
con la celeste ambrosía.
   Tal vez, en su ardiente seno
la beldad te anida, como
rico cristalino pomo 35
de esencia fragante lleno.
   Mis sentidos, flor del cielo,
no hartas ni ofendes jamás,
y cuanto te aspiro más,
aún más aspirarte anhelo. 40
   Y juzgo, cuando te siento,
que en ti la Diosa de amor
guardó la más pura flor
de su celestial aliento.

1866.               



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A una ciega



                           ¡Cómo hasta el alma me llega
mirar el llanto tenaz
con que tu pupila ciega
silenciosamente riega
lo marchito de tu faz! 5
   Para la vista y el llanto,
mezclando el mal con el bien,
ojos nos dio el cielo santo:
mas ¡ay! tus ojos no ven,
¡ellos que lloraron tanto! 10
   Fuentes de mar encendido,
muertos a luz y color,
vanos son para el sentido;
sólo sirven al dolor
que puso en ellos su nido. 15
   Despertando a la natura,
en vano el brillante día
sucede a la noche oscura:
para ti, muy más sombría,
noche sempiterna dura. 20
   ¡Qué de gozos tienes menos
y que de bellezas pierdes!
Cielos limpios y serenos,
frescos valles, campos verdes,
y prados de flores llenos. 25
   ¿Cómo será que concibas
lo que son excelsos montes,
aguas bullentes y vivas,
infinitos horizontes
y lejanas perspectivas? 30
   ¡Infeliz, que el elocuente
rostro humano no conoces,
y hablar no ves juntamente
la faz de aquel cuyas voces
tu oído entre sombras siente! 35
   En vano la creación
allá en lo alto y a tus plantas
ostenta su perfección:
para ti bellezas tantas
como si no fueran son. 40
   Para tu muerta mirada
que nunca la luz alegra
la creación enlutada
es una página negra
del gran libro de la Nada. 45
   Mas, si a tus ojos faltar
pudo el oficio de ver,
¡con cuánto exceso el pesar
cumplir les hizo el deber
y el oficio de llorar! 50
   Para la vista y el llanto,
mezclando el mal con el bien,
ojos nos dio el cielo santo:
mas ¡ay! tus ojos no ven,
ellos que lloraron tanto! 55

1866.               



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A la felicidad



                           Yo vi que no eran tu mansión mis lares,
amada entre las Diosas, y por ti
surqué extranjeros procelosos mares,
y apartadas regiones recorrí.
   Y cada orilla que tocó mi prora 5
con labio ansioso preguntar me oyó:
¿Aquí, decidme, la Ventura mora?
Mas ¡ay! doquier me respondieron: ¡no!
   Id más allá: no mereció este suelo
que su áurea planta se imprimiera en él: 10
y sin cesar su arrebatado vuelo
sigue de playa en playa mi bajel.
   Y nunca abordo a la feliz ribera
donde me digan: La encontraste ya:
antes hiere mi oído donde quiera 15
ese eterno terrible ¡más allá!
   Así del mundo infante en el misterio,
anhelando tu asilo encantador,
las islas de Fortuna y el hesperio
jardín buscaba el hombre soñador. 20
   Mas, viendo que en las playas no resides
de su natal Mediterráneo mar,
mas allá de los términos de Alcides
tus islas bellas se lanzó a buscar.
   Y en el remoto piélago de Atlante 25
intrépido guïando su timón,
una siempre, esperando más distante
el fugitivo umbral de tu mansión.
   Y en el vasto Pacífico océano,
tras siglos largos, penetró también; 30
pero, sus playas recorriendo en vano,
no halló en ninguna el suspirado Edén.
   Mas siempre en lo ignorado todavía
su fe cifraba y su ilusión tenaz;
y más lejos, más lejos repetía, 35
y nunca daba a su carrera paz.
   Holló comarcas donde reina sólo
de eterno estío el implacable ardor,
y hasta los hielos últimos del polo
lanzó el audaz bajel explorador. 40
   Y hoy que el nativo globo descubierto
por donde quiera el desdichado ve,
¿A qué mar, se pregunta, y a qué puerto
para encontrar a la Ventura iré?
   Mas, aunque nunca a poseerte alcanza, 45
y a todos ve su decepción común,
no se rinde y fallece su esperanza,
y persevera su deseo aún.
   Que otra playa lo queda donde vaya
de tu hermosura misteriosa en pos, 50
y es la del cielo esa postrera playa
adonde puso tu morada Dios.
   Gozando allí lo que región alguna
le dio del mundo, encontrará por fin
las islas verdaderas de Fortuna, 55
de las Hesperias el rëal jardín.
y sois vosotras esas islas bellas
donde el hombre infeliz ha de abordar,
refulgentes altísimas estrellas,
doradas islas del celeste mar. 60

1866.               



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A la mitad de mi alma



                           ¿Cundo será que los cielos
a ti piadosos me junten,
mitad ausente del alma,
beldad misteriosa y dulce?
   Tú que tan bella y perfecta 5
concibe mi ardiente numen,
sin que una sombra ligera
tantas bellezas anuble.
   ¿Quién me dirá donde moras,
qué extraña región te encubre, 10
qué isla de aquellas que cantan
los poéticos laudes?
   Quizá en la opulenta Europa,
incógnito transeúnte,
en rumorosos paseos, 15
entre inmensa muchedumbre,
   con miradas distraídas
a tu lado pasar pude;
¡y nada me dijo el alma
y tu presencia no supe! 20
   ¡Quizá en pública morada,
junto a ti hospedaje tuve,
do sólo delgado muro
de tu beldad me desune!
   ¡O tal vez cuando surcaba 25
del mar los campos azules,
te llevaba a opuesta orilla
veloz divisado buque!
   A veces la ilusa mente
a otra contigo confunde; 30
mas, presto desengañada,
ve que no hay quien te simule:
   ve que a ninguna te iguala
sin que tu beldad injurie,
y que ninguna fue digna 35
de que mi amor la tribute.
   Tras los floridos Abriles
van los nublosos Octubres,
y no te hallo, dueño mío,
y tu ausencia me consume. 40
   Acaso también me buscan
tus ardientes inquietudes,
y es, como el mío, el anhelo
con que me llamas inútil.
   ¡Ah! quién sabe si tú moras 45
por encima de las nubes
en esas islas brillantes
que la noche nos descubre,
   más cerca de los palacios
donde Dios sin sombras luce 50
a las miradas absortas
de los ardientes querubes.
   O quizá siendo este suelo
el que mereció tu lumbre,
ha ya infinitas edades 55
que frío mármol te cubre;
   y admiró tu claro ingenio
y tus divinas virtudes
y tu celestial belleza
otro siglo más ilustre. 60
   O quizá quieren los cielos
que tu nacimiento alumbre
futuro remoto día
que la mente no descubre.
   Tal vez será que el cuidado 65
el pecho entonces no turbe
y que de dolor y vicios
la humanidad esté inmune.
   ¡Ah! ¡por qué no quiso el cielo
que fueran las horas dulces 70
de tan venturosos días
a entrambas vidas comunes!

1866.               



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El año y la vida humana



                           El cano Invierno con rigor impera
sobre campiñas desoladas ya;
mas de nuevo la joven Primavera
con blandísimo cetro reinara.
   Es el Año una imagen de la vida 5
desde la infancia hasta la edad senil;
muere en tumba de hielo, y en florida
cuna renace en el risueño Abril.
   Mas si del Año en giro sempiterno
sucede nueva infancia a la vejez, 10
del hombre frágil tras el mustio invierno
no ríe Abril por la segunda vez.

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