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Acto Tercero



ERASISTRATO

 

El proscenio representa en este y los siguientes actos la misma decoración que en el primero

 

Escena I

 

ERASISTRATO y SELEUCO

 
SELEUCO    Con que juzgas que es amor
quien sus males ocasiona,
y más y más cada día 650
tu opinión se corrobora?
ERASISTRATO    Imposible es ya la duda:
son de amor sus penas todas.
Sólo saber el objeto
de su pasión resta ahora. 655
SELEUCO    Y ¿cómo saberlo, si él
oculta su pasión loca,
y aun a confesar se niega
que es amor lo que le agovía?
ERASISTRATO    Le venderán las señales 660
por más que su amor esconda,
mostrándonos el semblante
lo que recata la boca.
Por eso es bien que el sarao,
como os dije, se disponga 665
adonde de vuestra corte
asistan las damas todas.
SELEUCO    Ya está dispuesto el sarao:
pronto mil damas hermosas
vendrán, y entre ellas acaso 670
la beldad que le enamora.
Fue la idea como tuya,
Erasistrato, ingeniosa.
ERASISTRATO    Mucho fío de esta prueba.
SELEUCO    ¡Dichoso yo, si se logra! 675
Que no tan sólo de un hijo
a quien adoro y me adora
siente el corazón paterno
la dolencia como propia,
sino que también me abraso 680
en la beldad seductora
de la reina, y cada día
más me enciende y apasiona:
y el alma con tales ansias
ni un breve instante reposa, 685
anhelando siempre el día
venturoso de sus bodas.
¡Qué bien me dijiste, amigo,
que, si era bella la copia
que tanto ya me encendía, 690
era más bella mi esposa!
Y así más ufano vivo
siendo dueño de esa joya,
que si de la tierra entera
me ciñeran la corona. 695
A tu amistad y a tu ciencia
el aliviarme les toca,
a dos enfermos sanando
que igual pasión acongoja.
¡Y ojalá que, hoy descubierta 700
de mi hijo la misteriosa
pasión, para ambos mañana
luzca la nupcial antorcha!
 

Escena II

 

SELEUCO, ERASISTRATO y ANTIOCO

 

Van entrando músicos

 
SELEUCO    Caro Antioco, este sarao
ordené que se disponga 705
por si se templa con él
melancolía tan honda:
ven pues, y un instante al menos
tus pesares desahoga,
de la música escuchando 710
las vivas alegres notas.
Pronto todas las beldades
vendrán, que mi corte adornan
para que el sarao empiece.
ANTIOCO    Y vendrán, ¿oh padre, todas? 715
SELEUCO    Sí, todas, hasta la reina.
ANTIOCO ¿También la reina?
SELEUCO                                 Ella propia.
ERASISTRATO    (Siempre es mayor mi sospecha,
pues sólo de ella se informa.) 720
ANTIOCO    Gracias te doy, padre mío,
por las muestras amorosas
que, en alivio de mis males,
tus ternuras eslabonan.
(Hoy quiero por vez postrera 725
beber la dulce ponzoña
que el alma apura en los ojos
de mi bella matadora.)
SELEUCO    Ya van viniendo las damas
(A ERASISTRATO) Alejarme de aquí importa 730
porque el príncipe a mi vista
no se reprima y componga.
(A ANTIOCO) Hijo, por breves instantes
mi cariño te abandona,
pues a otra parte me llaman 735
cuidados de mi corona.
 

Escena III

 

ANTIOCO, ERASISTRATO, y damas que van entrando

 
ERASISTRATO    (Sobre él mis ojos agoten
su atención indagadora.)
 

Las damas van llegando de dos en dos: al pasar delante del príncipe, le hacen un saludo

 
DAMA PRIMERA    ¡Qué triste está, qué cambiado!
¡Y cómo, en la faz hermosa, 740
sucedió pálido lirio
de la salud a las rosas!
DAMA SEGUNDA    ¡Quién creyera que es el mismo
cuya beldad portentosa
pudo mirar con envidia 745
el casto hijo de Latona!
Dicen que un amor secreto
es el que así le devora.
DAMA PRIMERA    ¿Y por qué no se declara,
si de amor es su congoja? 750
DAMA SEGUNDA    Temerá quizá desdenes.
DAMA PRIMERA   Esa es necedad notoria:
¿Quién con el amor del príncipe
no se juzgara dichosa?
DAMA SEGUNDA    Apenas nos ha mirado, 755
y sin embargo, memoria
no guardo de haberte visto
nunca tan bella y donosa.
DAMA PRIMERA    La lisonja te devuelvo,
aunque en ti ya no es lisonja. 760
ANTIOCO   (No ha venido todavía:
me asesina su demora.)
ERASISTRATO    (Distraídas sus miradas
han visto a las más hermosas,
y parece que impacientes 765
aguardan y buscan otra:
¿Quién esa otra ser podría
sino Estratonice sola?
Ya la miro que se acerca
mas observémosle ahora.) 770
 

Escena IV

 

Dichos, ESTRATONICE y OLIMPIA

 
ESTRATONICE    (¡Quién avisarle pudiera!
¡Ay!)
OLIMPIA           Disimulad, Señora,
que hay muchos ojos que estén
fijos en vuestra persona.
ESTRATONICE    Dices bien: alma, valor. 775
 

ANTIOCO se ha demudado todo al ver a la reina: ERASISTRATO no aparta ni un punto los ojos de él. Al pasar la reina, todas las damas se inclinan profundamente

 
ESTRATONICE    Príncipe. (Tiemblo.)
ANTIOCO                                      Señora.
(Al verla, al oír su acento
todo mi ser se transforma.)
DAMA SEGUNDA    Bella es sin duda la reina.
DAMA PRIMERA    Es bella como una diosa; 780
mas yo no sé que tristeza
en su semblante se nota.
DAMA SEGUNDA La habrá contagiado el príncipe
de su pasión melancólica.
DAMA PRIMERA No parece que le halagan 785
mucho las cercanas bodas.
DAMA SEGUNDA Si con el príncipe fueran,
estaría más gustosa.
ESTRATONICE    Bien vuestro padre dispuso
esta fiesta, pues no hay cosa 790
que los pesares alivie
cual la música.
ANTIOCO                          Señora
ERASISTRATO    (¡Cómo la mira!)
ANTIOCO                                 (¡Qué hechizo!
Qué beldad deslumbradora!
¡Y que no haya de ser mía! 795
¡Oh fortuna rigorosa!)
ERASISTRATO    ¿No os halagan y cautivan
tantas damas seductoras
que rara belleza ostentan
e ilustre sangre blasonan? 800
¿No hay alguna que os parezca
más hechicera entre todas?
ANTIOCO    Todas son a la par bellas.
(Solamente ella es hermosa)
ERASISTRATO    ¿Y vos no juzgáis también, 805
(A la reina) Como yo juzgo, Señora,
que amantes lazos templaran
el mal que al príncipe agobia?
ESTRATONICE    Lo juzgo así, y ya o oyó
El príncipe de mi boca. 810
ANTIOCO    (¡Oh crüel!)
ESTRATONICE                         Y oyó también
lo que le, repito ahora,
y es que con pecho valiente
a su mal se sobreponga.
(¡Ah! ¡quién valor le infundiera 815
porque su amor no conozcan!)
ANTIOCO    Lucho, Señora, y confío
(Dominándose) Que alcanzaré la victoria.
ERASISTRATO    (Veamos si con tal medio
más su pasión le traiciona.) 820
(A ESTRATONICE) ¡Ya nuestro príncipe amado
logra notable mejora,
de modo que el nuevo día
verá vuestras altas bodas,
que más dilación no sufre 825
del rey la pasión furiosa.
ANTIOCO (Fuera de sí)
   ¡Qué oigo! ¡Oh cielos! ¿Y es posible?
¿Mañana os casáis, Señora?
¡Hablad! ¡yo muero!
ERASISTRATO                                   ¡Qué miro!
(Aplica la mano al pulso y corazón)
Ya su accidente le torna: 830
vuela el pulso, y los latidos
de su corazón le ahogan.
Ya es la sospecha evidencia,
y es la reina la que adora.
 

El príncipe cae desmayado: ERASISTRATO y los criados se le llevan

 
ESTRATONICE ¡Ay de ti, príncipe amado, 835
y ay de mí!
OLIMPIA                    Venid, Señora,
adonde sólo a mi vista
vuestro ardiente llanto corra
 
Vanse
 

Las damas y músicos se van yendo y quedan sólo las dos damas que hablan.

 

Escena V

 
DAMA PRIMERA    ¡De qué espantoso secreto
hemos sido sabedoras! 840
En tan juveniles años
¡cómo ya el amor le postra!
DAMA SEGUNDA    También de la reina, dime
¿no advertiste la congoja
y mal reprimido llanto? 845
DAMA PRIMERA    Fueron lágrimas piadosas.
DAMA SEGUNDA    ¿La piedad también explica
su salida presurosa?
DAMA PRIMERA    Pues ¿qué piensas?
DAMA SEGUNDA                                         Pienso, amiga,
que ha tiempo que ambos se adoran. 850
 

Vanse y vuelve ERASISTRATO

 

Escena VI

 

ERASISTRATO

 
   Al fin mi ardid le arrancó
al príncipe su secreto,
y sé cuál es el objeto
del amor que le venció:
mas poco en saberlo gano, 855
y aun pienso que era mejor
ignorar siempre el amor
que he sabido tan en vano.
Si el rey, ha un momento, aquí,
comunicaba conmigo 860
su pasión, ¿cómo le digo
la verdad que descubrí?
Cómo, si a la reina bella
me dijo que amaba loco,
¿cómo le digo que Antíoco 865
se muere también por ella?
Si su boda apetecida
me confía, ¿de qué suerte
le tengo de dar la muerte
a quien me pidió la vida? 870
¿Qué haré en tal trance, qué haré?
Si decirlo cierto escojo,
yo de Seleuco el enojo
el primero arrostraré.
Mas, si la verdad recato, 875
el príncipe morirá:
¡Ah! cese tal duda ya,
y en ti vuelve, Erasistrato.
¿Cómo en tal caso atender
puedes del rey a las iras? 880
¿Cómo a tu deber no miras,
cuando cumples tu deber?
Mi conciencia vigilante
me habla así, y su voz oyendo,
cómo pude no comprendo 885
vacilar un sólo instante.
Si pierdo, hablando, el favor
de un rey airado y violento,
sé que a la verdad contento,
que es el monarca mayor. 890
al ciego temor se doble
el médico vil que ignora
cuánto su arte salvadora
es entre las artes noble:
¡use silencio o falsía 895
el siervo del interés
para quien la ciencia no es
sino torpe granjería,
no quien, el propio negocio
desdeñando, como yo, 900
siempre su arte profesó
como un alto sacerdocio!
   Mas, para ver si aprovecho
del príncipe al ansia extrema,
una noble estratagema 905
me inspira el prudente pecho.
Y quién sabe si quizás...
la acción es sin duda estoica,
pero el rey tiene alma heroica
y es padre suyo además. 910
Medio tan juicioso y lento
menguará también su ira:
sin duda el cielo me inspire
tan piadoso pensamiento.
 

Escena VII

 

ERASISTRATO y SELEUCO

 
SELEUCO    Ya vengo, amigo, impaciente 915
de saber el resultado
de tu experiencia prudente.
ERASISTRATO    Ya el mal está averiguado.
SELEUCO    Heme de tu voz pendiente.
ERASISTRATO    ¡Ay! que la causa, Señor, 920
de sus congojas es tal,
que ignorar fuera mejor
cuál es el blanco fatal
de su desdichado amor.
SELEUCO    ¿Qué oigo? ¿Es acaso el objeto 925
de su amorosa locura
un imposible sujeto?
ERASISTRATO    Es tal, que a vuestra ternura
quise tenerlo secreto;
reputando conveniente 930
en el silencio y olvido
sepultar eternamente
lo que después de sabido
ningún remedio consiente.
SELEUCO    Si es una humana mujer 935
a la que el príncipe ama,
¿cuál tan esquiva ha de ser
que se resista a su llama,
o se niegue a mi poder?
Juzgo que no habrá ninguna 940
que enlace tan eminente
no tenga por gran fortuna
aunque en sumo grado ostente
belleza o ilustre cuna.
ERASISTRATO    ¿Quién ha de ser tan insano 945
que esa verdad evidente
ose negar?
SELEUCO                    Luego es llano
ERASISTRATO    Mas en el caso presente
Todo eso, Señor, es vano;
que no siempre...
SELEUCO                              Acaba pues: 950
No más de misterios lleno
al ver mis ansias estés,
ni con tan lento veneno
así la muerte me des.
ERASISTRATO    Pues vuestro labio lo ordena, 955
sabed que no admite cura
de Antioco la amante pena,
pues quiso su desventura
que amase a mujer ajena.
SELEUCO    ¡Tan extraño amor le acosa! 960
ERASISTRATO    Por eso a nadie confiesa
jamás su llama amorosa.
SELEUCO    Mas di, ¿qué mujer es esa?
ERASISTRATO    Es, Señor, mi propia esposa.
SELEUCO    ¡Tu esposa, tu esposa! ¡oh hado 965
funesto! ¡oh signo importuno!
¡Oh príncipe desdichado!
ERASISTRATO    Ya veis, Señor, que su estado
no tiene remedio alguno.
SELEUCO    No le tiene... uno tuviera, 970
uno solamente.
ERASISTRATO                           ¿Cuál?
SELEUCO    Bien me entiendes.
ERASISTRATO                                   ¿Y quién fuera
capaz de heroísmo tal?
SELEUCO    ¿Dejarás que mi hijo muera?
Si a ti mi cariño fía 975
lo que amo en el mundo más,
si en su vida está la mía,
pudiendo ¿no aliviarás
mi tormento y su agonía?
ERASISTRATO    ¿Qué me proponéis, Señor? 980
¡Que a la que idolatro pierda,
cediéndola a ajeno amor!
SELEUCO    Lo que mereces recuerda
a mi amistad y favor:
ve que eres padre también 985
de ese hijo a quien desde niño
en la verdad y en el bien
aleccionó tu cariño:
de él y de mí piedad ten.
ERASISTRATO    Grande, Señor, es la acción. 990
SELEUCO    No mayor de lo que vales;
tienes de héroe el corazón,
y de tu ciencia rivales
tus altas virtudes son.
ERASISTRATO    ¿Habéis el valor medido 995
del sacrificio exigido
por vuestro ruego tenaz?
¿Vos mismo fuerais capaz
de lo que me habéis pedido?
Y si yo os dijese ahora 1000
que es la reina la que adora,
¿qué os tocaba responder?
SELEUCO    ¡Pero eso no puede ser!
(¡Oh sospecha matadora!)
ERASISTRATO    Pues es, Señor, la verdad, 1005
y fue lo primero engaño
que fingió mi lealtad
para hacer menor el daño:
mi artificio perdonad.
y el que aconsejarme pudo 1010
un sacrificio tan crudo,
viendo que en su mano está
y a menos costa, no dudo
que él mismo lo cumplirá.
SELEUCO    ¡Con qué tu ardid me engañó 1015
hasta aquí! ¡Luego no quiere
Antioco a tu esposa!
ERASISTRATO                                    No.
La reina es quien le prendó,
y por la reina se muere.
SELEUCO    ¿Y cómo lo has descubierto? 1020
ERASISTRATO    Eso bien claro lo vi.
SELEUCO    ¿Lo que me dices es cierto?
ERASISTRATO    Cierto, Señor.
SELEUCO                            Sal de aquí,
que tus palabras me han muerto.
Sal de aquí, pues considero, 1025
si al punto no te retiras,
que habrás de ser el primero
en quien mis súbitas iras
descarguen su ímpetu fiero.
Vete, y a ese hijo malvado 1030
aquí al instante me envía.
ERASISTRATO    Pensad, Señor, en su estado.
SELEUCO    Todo lo tengo pensado.
ERASISTRATO    Ved que quizá no podría,
tan abatido y doliente, 1035
sufrir la fiera batalla
de vuestra saña furente.
SELEUCO    Basta: obedéceme y calla.
Al ver que se va ERASISTRATO
Erasistrato, detente.
Por última vez me di 1040
si estás seguro de que arda
por Estratonice?
ERASISTRATO                              Sí.
SELEUCO    Pues anda y dile que aquí
su rey y padre le aguarda.
 

Erasistrato hace ademán de replicar: el rey le impone silencio y le despide

 

Escena VIII

 

SELEUCO

 
   ¡Qué supe! ¡mi hijo se atreve 1045
a levantar la esperanza
a quien mi esposa ser debe!
¡Teme mi justa venganza,
hijo desleal y aleve!
¿Cuándo pude imaginar 1050
que, con audacia sin par,
un hijo que amaba tanto
osase el deber más santo
de sus deberes hollar?
¡Yo por mi esposa le envío, 1055
yo mi honra y mi amor le fío,
y a mis confianzas infiel
como a mis respetos, él
codicia un amor que es mío!
Y Yo su mal lamentaba, 1060
y con tormento infinito
sin cesar me desvelaba,
y entonces no sospechaba
que aún su mal era un delito.
Salvado su vida habría 1065
aun a costa de la mía
mi tierna solicitud:
¡Oh inaudita ingratitud!
¡Espantosa alevosía!
Apenas llego a creer 1070
ingratitud tan extraña
y tan torpe proceder:
crece a su vista la saña
que inflama todo mi ser.
 

Escena IX

 

SELEUCO y ANTIOCO

 
ANTIOCO    Señor, a tus preceptos obediente, 1075
vengo (mas ¿qué mudanza a mirar llego?
¡Nubes envuelven su ceñuda frente,
sus ojos lanzan centellante fuego!)
SELEUCO    Príncipe, yo a llamar os he enviado
ANTIOCO    (¡Cuán severa su voz truena en mi oído! 1080
¡Ah! Sin duda, sin duda ha penetrado
mi culpable pasión: yo soy perdido!)
SELEUCO    ¿Por qué, con turbación anticipada,
os miro estar temblando de ese modo?
mas, si mi labio aún no os ha dicho nada, 1085
vuestra conciencia os lo habrá dicho todo.
Ella os dirá que vuestro padre sabe
vuestro infame secreto vergonzoso:
nunca temí de vos culpa tan grave;
con razón la ocultabais receloso. 1090
¿Sabéis lo que debisteis haber hecho
antes que dar en vuestro pecho entrada
a tan torpe pasión? El propio pecho
rasgar mil veces con aguda espada.
¿Qué nombre habrá que a la perfidia cuadre 1095
de una acción tan osada y delincuente?
Como rey, como amigo, como padre,
príncipe, me ofendisteis juntamente.
Para enviar por mi esposa yo os elijo,
digno entre todos de tal honra os hallo: 1100
¡y a la esposa del padre aspira el hijo!
¡Y a su reina y señora ama el vasallo!
Mas, si amor o deber no os retenía,
¿No os arredró el justísimo castigo
que a vuestro triple crimen guardaría 1105
vuestro rey, vuestro padre, vuestro amigo?
¿Pues no había en el mundo otras mujeres,
que os atrevisteis a mi real esposa?
Para haceros hollar tantos deberes,
sólo ella era mujer, sólo ella hermosa? 1110
Ella, entre todas, era la vedada
a vuestra osada llama incestuosa,
y ser debió, de vuestro padre amada,
sagrada para vos, como una diosa.
El solo pensamiento era un agravio, 1115
un agravio mortal sólo el deseo;
y quien sabe también si con el labio...?
ANTIOCO    Nunca, padre, jamás.
SELEUCO                                       ¡Ah! bien lo creo;
y si creyera que la culpa vuestra
llegara hasta tener atrevimiento 1120
de hacer de amor ante ella alguna muestra
o murmurar de amor un solo acento,
vive Dios que a mis furias homicidas
entonces no bastara el que mis brazos
arrancaros pudieran tantas vidas 1125
como os hiciera mi furor pedazos.
ANTIOCO    Echándose a los pies del rey
   Ya estoy, Señor, a vuestras plantas puesto,
y aunque bien veis que por instantes muero
de mi existencia el miserable resto
lo rindo y sacrifico a vuestro acero. 1130
Vos me disteis la vida, y el despecho
tenéis vos de quitarla: no vacilo
en ofreceros el desnudo pecho
de vuestra espada vengadora al filo.
Acabad pues, y os dé fácil despojo, 1135
oh padre mío, este vivir funesto
que hoy que merezco vuestro fiero enojo
mas que nunca maldigo y lo detesto.
SELEUCO (Al alma sus acentos me han llegado,
y al escucharle demandar la muerte 1140
y contemplar su doloroso estado,
en compasión mi saña se convierte.
Si sus congojas por instantes crecen,
¿he de abreviarle un fin, ya tan vecino?
Mis entrañas de padre se estremecen: 1145
más que suya, es la culpa del destino.)
Alza, hijo mío, y d tu estancia vuelve;
allí un instante mi llamada espera.
(Veamos si mi pecho se resuelve
a que viva su amor y el mío muera.) 1150





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Acto Cuarto



SELEUCO

 

Escena I

 

SELEUCO

   ¡Ah! ¡cuánto el combate dura
que estoy lidiando conmigo!
¡Y aun renunciar no consigo
a su divina hermosura!
Mis esfuerzos, que hasta aquí 1155
son tan vanos e infelices,
dicen cuán hondas raíces
ha echado este amor en mí.
Mas, si amor mi pecho hiere,
¿el de mi hijo no traspasa? 1160
¿Si yo ardo, él no se abrasa?
¿Si yo padezco, él no muere?
Y si, aunque morir se viera,
su amor ocultaba mudo,
¿qué más, qué más hacer pudo 1165
aun la virtud mas severa?
¿Qué, más puedo exigir de él,
si se mostró tan mi amigo,
que por ser leal conmigo,
consigo ha sido crüel? 1170
Si su estrella le arrastró
a amar a la reina bella,
culpa será de su estrella,
pero de su pecho no.
¡Quién sabe si ella ha entendido 1175
del príncipe el amor ya,
y si por ella quizá
es su amor correspondido!
¿Qué mucho que ya le amara,
si aunque yo no me lo diga, 1180
cuanto al príncipe la liga
tanto de mi la separa?
jóvenes y hermosos ellos,
todo a adorarse los mueve;
y de los años la nieve 1185
blanquea ya mis cabellos.
Tiempo ha que entender debí,
abandonando ilusiones,
que la edad de las pasiones
ha pasado para mí. 1190
Mas me dice esta pasión
que en vano apagar anhelo,
que de mis canas hielo
no bajó a mi corazón.
Quizás, hablando con ella, 1195
su pasión se mostrará.
Viene allí: ¡qué hermosa está!
Nunca la miré más bella.
 

Escena II

 

SELEUCO, ESTRATONICE y OLIMPIA

 
ESTRATONICE    (Por mi suerte y la del príncipe
inquieta estoy de continuo: 1200
el rey aquí: ¡qué semblante
tan agitado y sombrío!
¿Si será ya sabedor
se todo lo sucedido?
Tiemblo.)
SELEUCO                  Princesa.
ESTRATONICE                                  Señor. 1205

El rey hace una seña a OLIMPIA

ESTRATONICE    Vete, Olimpia.
OLIMPIA                             Me retiro.
 

Escena III

 

SELEUCO y ESTRATONICE

 
ESTRATONICE    Más cuidadoso y suspenso
que nunca, Señor, os miro.
SELEUCO    Sí, princesa; y mi cuidado
nace de grave motivo. 1210
ESTRATONICE ¿Podrá merecer mi afecto
que os dignéis, Señor, decirlo?
SELEUCO    Antes, Señora, os buscaba,
pues comunicar ansío
con vuestra amistad tan sólo 1215
este tormento prolijo.
ESTRATONICE Decid pues, y ojalá pueda
daros mi amistad alivio.
   Es el caso más funesto
que sucederme ha podido: 1220
bien sabéis que a nuestro enlace
el único estorbo ha sido
ver a una ignota dolencia
postrado mi único hijo.
Yo de su salud a un tiempo 1225
y de mi dicha solícito,
averiguaba constante
la causa de su martirio.
Al fin la supe, Señora;
pero mi desgracia quiso 1230
que, si el mal era ya grande,
fuese mayor, conocido
su salud y nuestras bodas
se excluyen, y ya es preciso
o que a su vivir renuncie, 1235
o en vuestras bodas al mío.
ESTRATONICE    (¡Ya todo lo sabe!) En vano
por entenderos porfío.
SELEUCO Sabed que vos sois, Señora,
la cansa de sus suspiros. 1240
ESTRATONICE    ¡Yo la causa! absorta os oigo.
SELEUCO    Pues la verdad os he dicho.
Cuando lo supe, os confieso
que, en saña fiera encendido,
me pareció hasta la muerte 1245
corta pena la su delito.
Mas le vi, le hablé; a mis plantas
cayó doliente y sumiso;
y en piedad troqué la ira
y en tierno halago el castigo. 1250
Mas, si al mirar su congoja
mi enojo se ha suspendido,
un largo y crudo combate
sostengo conmigo mismo.
Soy padre y amante a un tiempo, 1255
y aun no sé si a vos de mi hijo
o a mi hijo de vos Señora,
haga el duro sacrificio.
Y así en tan dudoso trance
a haceros me determino 1260
juez a vos misma: elegid
vos entre el padre y el hijo.
ESTRATONICE    (¿Será un ardid para ver
si amor al príncipe abrigo?)
Mal podéis, Señor, hacerme 1265
juez en tan grave litigio,
pues de mí disponer debo
si entre vosotros elijo,
y disponer de mi mano
a mí, Señor, no me es lícito: 1270
desde que trató con vos
mis bodas el padre mío,
ya yo albedrío no tengo,
que en vos está mi albedrío.
Vos sois mi dueño, vos solo 1275
sobre mí tenéis dominio:
vos podéis darme o guardarme
a vuestro placer y arbitrio.
No me pidáis pues que elija,
Decidid, Señor, vos mismo, 1280
que a mí obedecer me toca
lo que hubiereis decidido.
 

Escena IV

 

SELEUCO

 
   En vano con tal prudencia
y decoro ha respondido,
que sus palabras desmiente 1285
la turbación que le he visto.
Sin duda el amor del príncipe
ha tiempo que ella ha entendido,
sin duda le ama: ¡es Antioco
de ser amado tan digno! 1290
Todo, todo me persuade
Este crüel sacrificio,
y ya la pasión de amante
cede del padre al cariño.
 

Escena V

 

SELEUCO y ERASISTRATO

 

Viendo a ERASISTRATO que vacila en entrar

 
SELEUCO    Ven sin temor, fiel amigo, 1295
y perdona si, ha un momento,
mi injusto enojo violento
probó su rigor contigo.
De mis acerbas razones
ya pesaroso y corrido, 1300
que las olvides te pido
y a tu monarca perdones.
ERASISTRATO    Colmarais mi regocijo,
si cual, conmigo aplacado,
ya vuestro enojo ha cesado, 1305
cesara con vuestro hijo.
Y ojalá, si fuera así
posible salvarle a él,
que vuestra saña crüel
recayera toda en mí. 1310
SELEUCO    No te afanes, noble pecho,
amigo leal y firme,
no te afanes en pedirme
lo que está del todo hecho:
vencer mi enojo, al usado 1315
halago y amor volviendo,
es lo menos que pretendo
hacer por mi hijo adorado.
ERASISTRATO    ¿Qué hazaña no es natural,
por más que esfuerzos demande, 1320
a esa alma elevada y grande,
verdaderamente real?
Pasajera indignación
otro os hizo parecer,
pero no tardó en vencer 1325
vuestra noble condición.
SELEUCO    Como padre y como amante,
harto conmigo he luchado:
mas ya la lucha ha cesado,
y el padre quedó triunfante. 1330
Si de ti exigió mi error
la hazaña dificultosa
de ceder tu propia esposa
al que moría de amor,
¿Cuánto más justo, pues vi 1335
que hacerlo a mí me tocó,
que hiciera lo mismo yo
que antes exigí de ti?
¿Qué menos hacer podía
en este trance, y más viendo 1340
que él es mi hijo, no siendo
mi esposa ella todavía?
Al sacrificio costoso
ya pues decidido estoy,
y sin mas aguardar, hoy 1345
será de la reina esposo.
Es mi hijo, mi sucesor
en quien nueva vida espero,
de mi corona heredero,
y también de mi valor. 1350
Si a ambos la reina prendo,
con ambos cumpliendo así,
debo quitármela a mí
para darla a mi otro yo
y su alta felicidad 1355
mirando como común,
Poseeré a la reina aún
en mi más dulce mitad.
Hazle al instante llamar,
estoy de hablarle impaciente, 1360
ni quiero mas largamente
su ventura dilatar.
ERASISTRATO (que va y vuelve)
   Dejad que exprese, Señor,
la admiración entusiasta
que el pecho a sentir no basta 1365
al ver tan alto valor.
El sacrificio era tal,
que aun yo que os lo aconsejaba,
aun yo lo dificultaba
de todo esfuerzo mortal. 1370
¡Cuánto la alta idea gana
que tuve siempre de vos,
pues hoy os iguala a un dios
esta hazaña sobrehumana!
Grandes las victorias son 1375
que de vos cuenta la historia,
«Pero es más grande victoria
vencer la propia pasión.»
Y de Persia el vencedor,
con extremado heroísmo, 1380
hoy, vencedor de sí mismo,
logra su triunfo mayor.
Vedle cuál llega doliente,
y abatido: ¡qué contento
a ese triste abatimiento 1385
va a suceder de repente!
De su dolencia crüel
le va a librar breve rato.
SELEUCO    Noble y fiel Erasistrato,
déjame solo con él. 1390
 

Escena VI

 

SELEUCO Y ANTIOCO

 
SELEUCO    Hijo amado.
ANTIOCO                        (¿Qué oigo?) Padre.
Ven, hijo, más no a mis plantas,
ven a mis brazos amantes
que ya anhelosos te aguardan.
No receles, hijo mío, 1395
que de mis iras pasadas
en el corazón paterno
ni una reliquia quedara.
Pasó mi saña del todo,
y si alguna el pecho guarda, 1400
sólo conmigo la tengo
porque la tuve sin causa.
¡Y en tu doloroso estado
te lancé fieras miradas,
y te agravio el labio mío 1405
con iracundas palabras!
¡Ah! perdona, hijo querido,
esas palabras airadas
las primeras que escuchaste
en mis labios.
ANTIOCO                        No así añadas 1410
más extremos amorosos;
basta ya, padre del alma.
Tus acentos me penetran,
me confunde bondad tanta:
si tus iras me abatieron, 1415
tus piedades me restauran,
y tu perdón me da vida,
si me mató tu amenaza.
Con volverme tu cariño
quedan mis ansias colmadas, 1420
que al que tu perdón merece
esa ventura le basta.
SELEUCO    Pues a una nueva ventura
hoy tu corazón prepara
y se abra ese triste pecho 1425
finalmente a la esperanza.
Algo por tu vida y mía
es bien que tu padre haga,
que en volverte mi cariño
claro esta, que no hice nada. 1430
Yo moribundo te miro;
y si al inquirir la causa,
hallo que agonizas presa
de ardiente amorosa llama,
en vez de dejar vencerme 1435
por la sed de la venganza,
debí dar a la alegría
en mi corazón entrada,
al contemplar que la suerte,
en esto menos contraria, 1440
quiso poner en mis manos
el alivio de tus ansias.
Digno de castigo fueras,
si con tu amor no lucharas;
mas si con tu amor violento 1445
eternamente batallas,
si, a mis respetos atento,
miro que aun muriendo callas,
debo premiar tus virtudes
y remediar tu desgracia. 1450
ANTIOCO    ¿Qué quieres, padre, decirme?
SELEUCO Que de himeneo a las aras
hoy conducirá tu, diestra
a la beldad que idolatras.
ANTIOCO    ¿A quién, Señor? 1455
SELEUCO                                ¿Lo preguntas?
A la reina: yo la amaba
y mucho, pero tu amor
al fin rindió la balanza.
ANTIOCO (¡Qué escucho! a mi padre debó 1460
cariño y fineza tanta
que por dar a mi amor vida
el suyo sofoca y mata!
¡Y tan crüel sacrificio
de mi padre un hijo aceptara! 1465
No; la tentación es grande,
mas no excede mi constancia,
responder que no me toca,
aunque la vida me vaya,
que su generoso porte 1470
el mío a mí me señala.)
De mi silencio, Señor,
ha sido el asombro causa,
al escuchar de tus labios
que con la reina me casas. 1475
SELEUCO    ¿Pues no es de amor tu dolencia?
¿A Estratonice no amas?
ANTIOCO    ¿Yo a la reina? te repito
que tus acentos me pasman.
SELEUCO    Pues, ¿cómo aquí mis enojos 1480
te turbaron, y a mis plantas
te derribaste confuso,
si a Estratonice no amabas?
ANTIOCO    Porque tanto te respeto
y tanto temo tu saña, 1485
que, aun sintiéndome inocente,
me es fuerza, Señor, temblarla.
Si siempre con un cariño
casi materno me tratas,
¿cómo resistir podía 1490
tan repentina mudanza?
SELEUCO    Luego tu mal no es de amor,
y Erasistrato se engaña?
ANTIOCO    No se ha engañado al decirte
que es amor el que me abrasa, 1495
mas sí en creer que es la reina
el objeto de mi llama,
SELEUCO    Pues ¿quién es?
ANTIOCO                              Es Cleonice,
De Estratonice la hermana.
SELEUCO ¿Y cómo no la dijiste 1500
La pasión que te inspiraba?
ANTIOCO    Porque va está prometida
al amor a otro monarca,
y el mirarla de otro dueño
al silencio me obligaba. 1505
SELEUCO    Pero, ¿cómo Erasistrato
creyó que a mi esposa amabas?
ANTIOCO El vería que a su vista
más mis ansias se agravaban,
porque a su hermana recuerda 1510
con perfecta semejanza.
SELEUCO    Mira que no engañes, hijo,
al que darte vida trata.
ANTIOCO Señor, la verdad te digo:
recuerda que a mi llegada 1515
partir de nuevo quería,
porque su amor me llamaba.
Pues, si es verdad lo que dices
pienso que remedio aún haya.
¡Pero deja que de nuevo 1520
maldiga la injusta rabia
con que te ofendió mi labio
cuando tan sin culpa estabas!
Sólo te culpo en que tanto
decírmelo dilataras. 1525
Mas aún abriga mi pecho
justa dichosa confianza
de que esas tratadas bodas
por mí Demetrio deshaga.
Mucho Demetrio me debe: 1530
a mí su interés le enlaza,
y se alegrará de ver
que mas vínculos nos atan.
Como me dio a Estratonice,
así te dará a su hermana, 1535
ufano si a padre e hijo
ver logra unidas entrambas.
ANTIOCO    ¡Ojalá que aun tiempo sea!
Y por que veas que te habla
la verdad el labio mío, 1540
te pido que su tardanza
hoy con la reina celebres
tus bodas tan dilatadas,
y yo a buscar a mi esposa
ledo partiré mañana. 1545
SELEUCO    Corro a escribir a Demetrio:
después veré a mi adorada
esposa: ¡ah! ¡cuánto me alegra
ver que no es ella quien amas!
Ven a mis brazos de nuevo; 1550
hijo, me devuelves el alma,
pues, al darte a Estratonice,
el alma misma te daba.
 

Escena VII

 

ANTIOCO

 
   ¡Ah! ¡que yo mismo me espanto
de lo que acabo de hacer! 1555
¡Apenas llego a creer
que fuera capaz de tanto!
Y, puesto ya en el dintel,
yo propio a entender no acierto,
¡como viendo el cielo abierto, 1560
no he querido entrar en él!
¿Mi padre no me ofreció
a la que mi amor provoca?
Pues ¿cómo la falsa boca
pudo responder que no? 1565
¡Quién desdecirse pudiera
de esa crüel negativa,
que de la dicha me priva
y que mi fin acelera!
Mas, ¿no es tiempo todavía? 1570
A mi padre ir no podré
y decirle: «Te engañé;
»pues me la cedes, es mía.
»Fuerza es que tu hijo reciba
»de tu mano liberal 1575
»la hermosura sin la cual
»es imposible que viva.»
Pero ¿qué digo? ¿qué intento?
¡Mi heroica filial hazaña
así deslustra y empaña 1580
un vil arrepentimiento!
Por ella, cual nunca, debo
estar de mí satisfecho:
no me pese después de hecho
lo que aún haría de nuevo. 1585
Ya del combate la palma
al padre ha ganado el hijo:
yo doy la vida, si él dijo
que en ella me daba el alma.





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Acto Quinto



ESTRATONICE

 

Escena I

 

ESTRATONICE y OLIMPIA

 
OLIMPIA    Cesad los hondos suspiros, 1590
enjugad el lloro amargo,
que vuestra suerte, Señora,
dichosamente ha cambiado;
el amor que decoroso
ocultó vuestro recato 1595
aun a su objeto, pues era
vuestro deber contrario,
mostrar podéis sin rebozo
como legítimo y santo,
pues en deber lo convierten 1600
los castos nupciales lazos.
Ya vuestro nuevo himeneo
no es de ninguno ignorado,
ni ya más plática se oye
en el alegre palacio: 1605
vengo de oírlo yo propia
de boca de Erasistrato
a quien confiárselo digna
del mismo Seleuco el labio.
Mas a entender no os lo dio, 1610
en lo que me habéis contado,
a vos el rey?
ESTRATONICE                       Cara amiga,
De creer aún no acabo
Esta dicha; y es posible
que, después de sufrir tanto, 1615
hoy me vea al fin unida
a mi príncipe adorado?
Persuadirme apenas puedo
la felicidad que alcanzo,
cuando brillar no veía 1620
de esperanza un débil rayo.
Y este amante corazón,
tanto tiempo lacerado,
no resiste la alegría
de tan repentino cambio. 1625
¡Y es cierto!
OLIMPIA                      ¿Admitir podéis
en Erasistrato engaño?
Os digo que oí yo misma
el fiel relato el sabio. 1630
Él al príncipe dejaba
con el rey su padre hablando:
¿Quién duda que ya le dijo
que le cede vuestra mano?
Es vuestra dicha segura. 1635
ESTRATONICE    Ven, dulce amiga, a mis brazos;
deja que en tu seno vierta
este placentero llanto.

(Aquí llega ANTIOCO y al oír su nombre, se detiene)

¡Y tú idolatrado Antioco,
las congojas y cuidados 1640
que te he causado, no dudo
que me los perdones, cuando
sepas que a este triste pecho
igual amor inspirando,
las mismas penas me cuestas 1645
que a ti mi amor te ha costado!
 

Escena II

 

DICHAS y ANTIOCO

 
ESTRATONICE    ¡Qué miro! ¡el príncipe aquí!
Sin duda escuchó.
ANTIOCO                               Escuché:
Pero más valiera a fe
que no oyera lo que oí, 1650
señora, pues, si primero
moría desconsolado,
sabiendo que soy amado
ya desesperado muero.
ESTRATONICE    Morir, ¡Señor! ¿Pues diciendo 1655
no os ha estado el rey ahora
que consiente...?
ANTIOCO                            Sí, Señora.
ESTRATONICE    Pues entonces no os entiendo.
ANTIOCO    Ni yo me entiendo tampoco,
ni sé lo que he dicho u hecho: 1660
¡Ah princesa! yo sospecho
que me estoy volviendo loco.
Mas el tiempo finalmente
huye en que hablaros es dable;
y es fuerza que villa vez hable 1665
y que calle eternamente.
Ya sabéis si os amo; pero
no podéis ni imaginar
cuánto este amor singular
es grande, profundo, fiero. 1670
Pues bien, amándoos así,
mi padre a m os ofreció,
y dije a mi padre no
y a tal dicha resistí.
ESTRATONICE    ¿Qué escucho? 1675
ANTIOCO Diréis ¿por qué?
Porque os cedió a su pesar,
y yo que le gano a amar,
a ser noble le gané.
Él os ama y os cedía, 1680
señora, a mi amor ardiente
por remediar solamente
mi tormento y agonía.
Mas yo no pude aceptar
sacrificio tan impío, 1685
y, aunque era mayor el mío,
el suyo debí estorbar.
Le aseguré que no amaba
vuestra beldad hechicera,
y que vuestra hermana era 1690
la que mi amor inspiraba.
Él me escuchó como quien
alivio notable siente,
creyéndome fácilmente
lo que le estaba tan bien; 1695
y el excesivo placer
que al oírme demostró
más y más me persuadió
que cumplía mi deber.
Hoy pues gozará felice 1700
vuestra beldad soberana,
y yo partiré mañana
en busca de Cleonice.
ESTRATONICE    ¡Atónita me dejáis!
¡Y tanto valor tuvisteis! 1705
Dos vidas a un tiempo heristeis
y también me asesináis.
Tal vez extrañar pudierais
que os hable así; pero ya
sabido el secreto está, 1710
y aun cuando no lo supierais,
me es fuerza hablar finalmente,
antes que, en tanta aflicción,
comprimido el corazón
dentro del pecho reviente.
Sí, la ciega idolatría
que por mí sentís yo siento, 1715
padezco el mismo tormento,
lucho con igual porfía.
El silencio que os ataba
ataba más mi decoro,
y mi reprimido lloro 1720
aquí se trocaba en lava.
Y así imposible os sería,
vuestras penas al decirme,
una sola referirme
que también no sea mía. 1725
Y hoy que ¡destino crüel!
salgo apenas del abismo
de tantos males, ¡vos mismo
me hundís nuevamente en él!
ANTÍOCO    Princesa, por compasión 1730
calle vuestra amante boca,
pues en lo infinito toca
esta desesperación.
Vuestro afecto me asesina
y acrece mi horrible mal: 1735
¡yo soy el blanco fatal
de la cólera divina!
¡Celeste venganza fiera,
saña atroz que te diviertes
en matarme con cien muertes, 1740
mándame al fin la postrera!
Pronto me será forzoso
mi suplicio presenciar
cuando os conduzca al altar
vuestro enamorado esposo; 1745
y el regocijo paterno
en el semblante copiando,
iré en el pecho ocultando
los tormentos del Infierno,
ESTRATONICE    Y así partiréis mañana 1750
dejándome en tal dolor,
y no teniéndola amor,
¿os casaréis con mi hermana?
¡Y querrán también los cielos,
tras estar tan congojada, 1755
que, a mis tormentos se añada
el tormento de los celos!
ANTIOCO    No temáis que tal partida
pueda efectuarse, Señora,
ni que hasta la nueva aurora 1760
dure siquiera mi vida;
después de prueba tan fuerte
es imposible que viva,
y hoy cerrará compasiva
mis tristes ojos la muerte, 1765
ESTRATONICE    Yo a la tumba os seguiré,
ANTIOCO    No, vivid, vivid, Señora,
de un esposo que os adora
pagad la amorosa fe:
pues yo mismo a él os cedí, 1770
hacedlo feliz, amadlo,
de mi muerte consoladlo.
ESTRATONICE    ¿Y quién me consuela a mí?
Todo lo pierdo, si os pierdo.
ANTIOCO    El tiempo consolador 1775
trocará el fiero dolor
en apacible recuerdo.
Pedir, para hacer cumplido
el sacrificio, os debiera
que al fin del todo me diera 1780
vuestra memoria al olvido.
ESTRATONICE    ¡Daros al olvido! en vano
me lo pidierais.
ANTIOCO                           ¡Ah! sí:
Pensad sin rubor en mí,
cual se piensa en un hermano. 1785
Vuestra compasión invoco,
y una lágrima piadosa
verted tal vez en la losa
del desventurado Antioco.
Mas ya de vos me despido, 1790
para no perder aun esta
poca fuerza que le resta
a mi pecho combatido.
¡Adiós, adiós, que mientras más, princesa,
miro vuestra hermosura, 1795
más renunciar me pesa
a la vida, al amor, a la ventura!
 

Escena III

 

ESTRATONICE y OLIMPIA

 
ESTRATONICE    ¡Príncipe, oíd!... ¡se aleja
y con el corazón despedazado
muriendo aquí me deja! 1800
¿Quién hubiera pensado
que a tan viva alegría
tan terrible dolor sucedería?
OLIMPIA    ¡Qué nuevo cambio el hado os reservaba!
ESTRATONICE    Antes al menos, del deber esclava, 1805
cual víctima al suplicio,
marchaba resignada al sacrificio.
Mas, después que abro el pecho a la esperanza
después que esposa ya me considero
de mi adorado Antioco, 1810
tras tanta dicha de repente toco
¡el desengaño más terrible y fiero!
OLIMPIA    ¡Cuánto más os valiera
que no abrigaseis la esperanza amada
que os había de hacer más desgraciada, 1815
y no ganarais a tan dulce amante
sólo para perderlo en el instante!
ESTRATONICE    ¡Oh ley de la mujer dura y acerba!
¡Siempre del hombre sierva,
nunca manda en su pecho y en su mano, 1820
y es su destino odioso
el que un padre tirano
la entregue al lecho de un odiado esposo!
OLIMPIA    Callad, Señora: serenad el rostro,
lágrimas enjugad, cesad suspiros, 1825
y reprimid congojas y pesares;
que pronto vuestro esposo a conduciros
vendrá del himeneo a los altares.
ESTRATONICE    ¡Deja que el labio mi tormento diga,
que harto tiempo callé; déjame, amiga, 1830
que al reprimido lloro
suelte por fin la rienda largamente!
Pues este llanto que a los ojos niego
y en silencio devoro,
torna de nuevo a su profunda fuente, 1835
trocado en mar de devorante fuego.
OLIMPIA    Por aliviar vuestro crüel quebranto,
diera la vida la que os ama tanto
ESTRATONICE    ¡Ah! si de veras me amas, en mi seno
clava puñal agudo, 1840
o dame, amiga, un rápido veneno
que me liberte del odiado nudo.
Si, enamorada de otro,
con el rey me casaba a mi despecho,
hoy que a Antioco enlazada me creía, 1845
ya de Seleuco el lecho
me es más odioso que la tumba fría.
OLIMPIA Mas recordad, Señora, que el monarca
al príncipe os cedía
por libertarle de la fiera parca, 1850
y que solo del príncipe engañado
hoy vuelve al himeneo abandonado.
ESTRATONICE    Verdad, amiga, dices:
sólo quejarme puedo del destino:
Sí, todos somos del furor divino 1855
las víctimas sin culpa e infelices.
El cielo, el crudo cielo se recrea
en inspirarnos este amor demente,
para que nunca satisfecho sea
y sin cesar tres almas atormente. 1860
OLIMPIA    Recobraos un tanto,
secad, secad el llanto
que nubla ardiente vuestra faz divina
que aquí el rey sus pisadas encamina.
 

Escena IV

 

DICHAS y SELEUCO

 
SELEUCO    ¡Con qué placer, dulce esposa, 1865
a vuestra presencia vuelvo
y vuestros encantos miro
sin el temor de perderlos!
Si antes os dije, Señora,
que batallaba suspenso 1870
entre guardaros o daros
a un hijo de amor enfermo,
ya por él desengañado,
a mi destino agradezco
que no se oponga mi dicha 1875
a la del que tanto quiero.
Todo era falso, y él mismo
me desengañó al momento,
diciendo que vuestra hermana
era de su amor el dueño. 1880
Ya pues de escribir acabo
mis cartas al padre vuestro,
la mano de Cleonice
para mi Antioco pidiendo.
Él quiso que hoy sin tardanza 1885
nuestras bodas celebremos,
a fin de partir mañana
en busca de otro himeneo.
ESTRATONICE (A OLIMPIA)
   ¡Quién hablar pudiera, amiga, 1890
y descubrirle lo cierto!
OLIMPIA    Disimulad vuestras ansias
pues ya no tienen remedio.
SELEUCO    No me respondéis siquiera
señora: ¿pero qué veo? 1895
Recientes huellas de llanto
en vuestro rostro contemplo.
¿Qué súbito mal, qué causa
nubla así ese rostro bello?
Romped al fin las prisiones 1900
de ese obstinado silencio:
Decid, ¿qué tenéis, Señora?
ESTRATONICE    Yo, Señor, yo nada tengo.
SELEUCO    Vuestra voz, vuestro semblante
todo, os está desmintiendo. 1905
¿quizá me seguís al ara,
señora, a despecho vuestro?
ESTRATONICE    ¿Qué decís? Señor, vos solo
sobre mí tenéis derecho:
del padre que a vos me dio 1910
en vos acato el imperio,
mandad: que tan solamente
me toca a mí obedeceros.
SELEUCO    ¡Así sólo a la obediencia
vuestra esclava mano debo, 1915
y como víctima triste,
vais al altar de himeneo!
¡Qué es esto, cielos tiranos!
¡Apenas me considero
de una confusión ya libre, 1920
nueva confusión padezco!
¿Dónde está el príncipe? Importa
que con él hable de nuevo:
Llamadle al punto, que acaso
él aclare este misterio. 1925
 

Escena V

 

DICHOS y ERASISTRATO

 
ERASISTRATO    Presa del mal tirano,
que como nunca le asaltó violento,
al príncipe infeliz dejo cercano
a dar, Señor, el postrimer aliento.
SELEUCO    ¿Qué dices?
ESTRATONICE                        (¡Ay de mí! su fin me mata.) 1930
SELEUCO    Ha un breve instante que le dejo ufano.
ERASISTRATO    Muriendo queda, y es su amor insano
el que la tierna vida le arrebata.
SELEUCO Pues ¿qué amor?
ERASISTRATO                            El que os dije.
SELEUCO                                                Y por qué, cuando
a la reina yo mismo le brindaba, 1935
¿por qué me respondió que no la amaba,
con otro amor sus penas explicando?
ERASISTRATO    Allí, Señor, se muestra
su heroico esfuerzo y su virtud sublime,
pues su pasión reprime 1940
por dar vida a la vuestra.
Él vio que vos la amabais,
que al suyo vuestro amor sacrificabais,
y mostrándose digno de tal padre,
al devolveros la cedida esposa, 1945
os compitió la palma generosa.
SELEUCO ¡Ah! no perdamos tiempo tan precioso,
y vos, Señora, suspended el llanto,
porque a traeros voy a vuestro esposo.
 

Escena VI

 

ESTRATONICE y OLIMPIA

 
OLIMPIA    Parece en fin que el hado, 1950
que ya se mostró crudo, ya piadoso,
dar quiere a vuestro duelo dilatado,
tras tantas ansias, el final reposo.
ESTRATONICE    ¡Ay! que en la duración de un solo día
tantas mudanzas me previno el cielo, 1955
que con justo recelo
aún en tal dicha el corazón no fía;
y no sé si este cambio lisonjero
será de tantos cambios el postrero.
¿Mas qué digo? Quién sabe 1960
si en este instante, el de su muerte toca
mi príncipe adorado?
¡Oh triste objeto de mi llama loca!
¡Volar pudiera de tu lecho al lado,
y a la vida volverte 1965
con el aliento de mi amante boca
o morir en tus brazos de tu muerte!
OLIMPIA Venir al rey y a Erasistrato miro,
y con ellos al príncipe.
ESTRATONICE                                       Respiro.
 

Escena VII

 

DICHAS, SELEUCO, ANTIOCO y ESTRATONICE

 
SELEUCO    Llega a su dulce presencia 1970
con ella casado estás;
y por que no opongas más
una inútil resistencia,
y aun quieras negar tu llama
por guardar a un padre fe, 1975
fuerza es que sepas que sé
que la reina también te ama.
Bien comprenderás ahora
cuán imposible ha de ser
casarme yo con mujer 1980
de quien sé que a otro hombre adora.
Con tus crüeles dolencias,
congojas, silencio y llanto,
harto me probaste cuánto
me amas y me reverencias. 1985
Hoy en la reina mirando
tu vida, dicha y sosiego,
que me la aceptes te ruego,
y si no basta, lo mando.
ANTIOCO    Venciste, padre del alma: 1990
pudiste al fin más que yo,
y tu mano me arrancó,
de la victoria la palma.
Acepta el alma rendida
la ventura que le ofreces, 1995
y confieso que dos veces
te debo, oh padre, la vida.

(Cae a los pies del rey)

ESTRATONICE (Arrodillándose también)
   A vuestras plantas dejad
que agradezcamos los dos,
como ante el ara de un dios, 2000
tanta magnanimidad.
SELEUCO    Alzad, alzad, hijos caros;
venid, que con nudo estrecho
ansían a mi amante pecho
mis brazos encadenaros. 2005
mucho me costó vencer,
no os lo niego, tanto amor;
mas se pierde mi dolor
en un celestial placer.
Al mirar vuestra alegría, 2010
yo también feliz me siento
y me digo: este contento,
esta dicha es obra mía.
Y para hacer más patente
el cariño con que os miro, 2015
hoy la corona de Tiro
ciño a vuestra noble frente.
ANTIOCO ¡Padre!
ESTRATONICE              ¡Señor!
ANTIOCO                          ¿Quién pagar
podrá?
SELEUCO             No se hable más de esto:
vamos hijos, vamos presto, 2020
pues os espera el altar.
(A ERASISTRATO) Y a mi buen Erasistrato,
cuya ciencia y lealtad
me descubrió la verdad,
¿Qué le dará un pecho grato? 2025
ERASISTRATO    Por mérito tan pequeño,
otra merced no pretendo
que la de seguir sirviendo
a tan generoso dueño.

1869.               





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Apéndice



Discurso pronunciado en el entierro de D. José Gálvez



               Señores:

     Todas las causas justas y santas necesitan para su triunfo de una víctima: la nuestra, que no podía ser más justa ni más santa, necesitaba también de una gran víctima; y el ciudadano D. José Gálvez estaba destinado a serlo. No podía en efecto la celestial justicia haber escogido otra más noble, otra más insigne. ¿Quién podrá enumerar sus virtudes y merecimientos? Varón digno, no temo asegurarlo, de los mejores tiempos de Grecia y Roma, reunía la justicia de Arístides, la inflexibilidad de alma de Catón y Bruto al valor de Milciades y Leonidas, y a la constancia y perseverancia de los héroes en quienes más hayan resplandecido tan raras y admirables virtudes. Agregad un clarísimo entendimiento, un recto y sólido juicio y el don de la elocuencia y persuasión. Agregad aún todas las virtudes del hombre privado; habiendo sido, en todo el rigor de la letra y no con la falsedad o exageración con que de tantos se dice, fiel amigo, excelente esposo y padre inmejorable, como es notorio y como no podrán negarlo ni sus mismos enemigos.

     Porque no le faltaron enemigos y aun calumniadores: muchos, como el Ateniense de la Historia, estaban cansados de oír llamar justo a este Arístides peruano. Una virtud como la de Gálvez y unos merecimientos como los suyos no podían carecer de odio y envidia. Hay más: aquella espartana austeridad, aquella inflexibilidad catoniana, era natural que en nuestros muelles tiempos fuesen tenidas por inhumanidad y dureza, como así mismo había de confundirse por los malévolos y aun por los indiferentes con el encono y la venganza aquella hambre y sed de justicia que le poseía.

     No es nuestro ánimo, ni el tiempo ni el lugar lo consienten, narrar la vida de este varón singular desde su nacimiento en Cajamarca, ciudad entre todas la más propia para infundir al que en ella nace odio profundo contra la crueldad española, (como que fue teatro de la más horrible maldad que ejecutaron los españoles en América) hasta su gloriosa muerte en el puerto del Callao, peleando en defensa de su patria contra la feroz armada de esa misma inicua nación. Sólo diremos que, considerando la vida entera de Gálvez, la influencia que ejerció en la juventud liberal de nuestro tiempo, de la que era el jefe, y los eminentes servicios que hizo a su patria, parece que tal hombre no debía haber muerto jamás; pero, pues ni los más grandes están exentos de la ley común, pues era fuerza que Gálvez muriese; ¿qué otra muerte podéis vosotros designarme para coronar tal vida, que la de morir en defensa de su patria y peleando como un simple soldado el que era Ministro de la Guerra?

     Él mismo no hubiera elegido otra muerte. ¡Muerte digo! ¡Vano modo de hablar! vida, vida inmortal debí decir. Este desfigurado cadáver donde apenas te reconocerían los ojos de tu esposa, no eres tú, José Gálvez: ya, ya miro a lo que verdaderamente te constituía, ya miro a tu glorioso espíritu recibir el premio debido a tus virtudes en la morada de los héroes, de los justos y de los mártires, que merecías habitar por héroe, por justo y por mártir. Y no sólo alcanzas la celeste inmortalidad; alcanzas también la inmortalidad terrena, pues, mientras haya Perú y Peruanos, vivirá tu nombre, objeto de la gratitud más tierna, del amor más ardiente y de la veneración más profunda. Deshágase y consúmase en buen hora tu cuerpo, que tu alma allá en los cielos y tu recuerdo aquí en la tierra te hacen doblemente inmortal. No bañe pues la Patria en lágrimas tu sepulcro: el verdadero modo de honrar tu memoria es imitar tus virtudes y el heroico ejemplo que nos has dado, que hoy más que nunca necesita la patria de hijos que te imiten.

     Y tú, amante esposa, a quien los estrechos lazos con la ilustre víctima tienen ausente de esta solemne ceremonia, no tan ciegamente te abandones a la desesperación y al llanto; sosténgante en tan dolorosa prueba las virtudes que te hicieron merecedora de que tal hombre te escogiese por compañera: consuélate con pensar que no hay ninguna mujer peruana cuya gloria pueda compararse con la tuya; tú verás pronto con un legítimo orgullo coronar la cúspide del monumento consagrado a las víctimas de Mayo la estatua de tu esposo, a cuyas plantas bullirá sin cesar todo un pueblo idólatra de su memoria: y siempre que dejes el santo recogimiento de tus hogares, los peruanos te señalarán con el dedo al extranjero y le dirán: «Esa enlutada matrona es la viuda de D. José Gálvez, muerto heroicamente el 2 de Mayo en defensa de su patria». Y vosotros, oh tiernos hijos suyos, pensad desde temprano en los deberes que os impone tan gloriosa ascendencia, procurando ser herederos de sus virtudes, como lo sois de su apellido.

1866.               



A Italia

     ¡Yo te saludo, Italia, región del Destino, patria de la Gloria, antiquísima tierra siempre joven, fecunda engendradora de inmortales, madre de sabios y filósofos, de poetas y artistas, de guerreros y héroes, de mártires y santos! ¡Tú que, sola, has dado más grandes hombres que, juntas, todas las demás naciones de la tierra!

     ¡Yo te saludo, patria de Cicerón y de Plinio, de Livio y Tácito, de Lucrecio y Virgilio, de Cincinato y Fabricio, de Régulo y Escipión, de Catón y César!

     ¡Yo te saludo patria del Alighieri y del Petrarca, de Miguel Ángel y Rafael, de Palestrina y Rossini, de Guicciardini y Machiavelo, de Galileo y Vico, de Colón y Buonaparte!

     Yo te amé y admiré desde la infancia; desde que, abriendo los ojos de la mente a la luz de la enseñanza y la verdad, comencé a estudiar la historia de Roma, señora del mundo: creció mi afecto, cuando aprendí tus dos idiomas y estudié tus dos literaturas, latina y toscana, que, con la griega, son y serán la fuente de toda belleza, de toda sublimidad; llegando a su colmo mi amor, cuando hollé tus riberas y tu suelo feliz que el sol acaricia con sus más blandos rayos, que la Naturaleza y el Arte hermosearon a porfía y que los recuerdos de la historia han consagrado; cuando visité tus ciudades, rivales en hermosura y grandeza: ¡Nápoles la risueña y dulce, como la llamó Virgilio, cuyas cenizas reposan en su seno, Florencia la artística y elegante, Génova la soberbia y magnífica, Roma la eterna; cuando me paseé con reverente planta por tus majestuosas y venerables ruinas donde me parecía conversar melancólicamente con las sombras de tus héroes!

     ¿Quién no anhela con ardor conocerte? ¿Quién no te visita con amor y veneración? ¿Quién no te extraña y suspira después por ti con dolor? ¡A cuántos viajeros has hecho olvidar sus patrias y los más dulces lazos de familia y amistad! ¡A cuántos que sólo fueron a tu suelo por días, encadenaste con tu belleza largos años, hasta que al fin murieron en tu seno! ¡Ah! yo nunca te recuerdo, ni oigo siquiera pronunciar o veo escrito tu magnífico nombre sin sentir una profunda pena, semejante a la pena de la ausencia, cual si tú fueras mi segunda patria.

     Tú eres en efecto, ¡oh Italia! para todos los hombres, cualquiera que sea su nación y raza, una como segunda patria, y puedes con verdad ser llamada la patria común de las inteligencias humanas. En todas las naciones que se precian de civilizadas, los entendimientos de los niños despiertan con las obras clásicas de Grecia y más aún con las de Roma, en todos los colegios del mundo las almas comienzan a educarse latinamente, esto es, italianamente: y cada nación estudia primero tu historia que su propia historia, conoce primero a tus héroes que a sus propios héroes.

     Y esta vida, esta inmortalidad del pensamiento jamás te ha faltado, ¡oh Italia! cualquiera que fuese por otra parte tu condición política; aun esclava de otras gentes que te a sujetaron por las armas, reinaste sobre ellas por la doctrina y el pensamiento. ¡Destinada estás, oh misteriosa tierra, a renovarte eternamente, y a renacer, verdadero Fénix, de tus propias cenizas! Tuvieron las demás naciones una sola época, más o menos larga, de esplendor y poderío, pero sólo una vez fueron grandes y prepotentes, y, si cayeron, cayeron para siempre Cartago, Egipto, los imperios de Asia y aun la misma Grecia, veneranda madre tuya.

     Solo tú, oh tierra fatal, como exenta de la ley común de las naciones, has tenido varias épocas de grandeza y preponderancia, cayendo siempre para tornarte a levantar. Si la vez primera fuiste señora del mundo por las armas, lo fuiste la segunda por la Religión que te eligió por asiento, y por las ciencias y artes bellas de que fuiste maestra a los pueblos de Europa; pero ahora que te levantas por la vez tercera, reinarás con la mente y la espada a la par:



                                    Col senno e colla spada,                                    


como dice Dante. ¡Qué espectáculo vas a ofrecer al mundo! Aunque es tan grande y tan glorioso tu pasado, mayor y más glorioso será tu porvenir, de manera que lo que a cualquiera otra nación sería imposible, sólo para ti será hacedero; que tú sola puedes excederte a ti misma.

     Volverás a sostener en tus robustas manos la balanza de los destinos de Europa; y ¡cuánto podrás también influir en la futura suerte de América!

     América, esta gran patria nuestra, está llena de tus recuerdos, porque tú, oh Italia, llenas el espacio, como llenas los tiempos, y donde quiera que vaya el pie o la mente del hombre, allí te encuentra. ¿De dónde era sino hijo tuyo el hombre inmenso, superior a toda alabanza, cuyo genio, como no cabiendo en la prisión del continente antiguo, descubrió este nuevo continente que habitamos? Colón es el lazo eterno que contigo nos une; siendo muy de notarse que, si la suerte fue injusta con Colón, al quitar a esta parte del mundo el nombre de Colombia que le pertenecía, no lo fue contigo pues, llamándola América, le dio el nombre de otro hijo tuyo, del florentino Américo Vespucci, para que ese solo nombre bastase a despertar tu recuerdo.

     ¡Y cuánto tus memorias, oh Roma libre, no influyeron en la gran alma y altos intentos del joven Bolívar, futuro libertador de un mundo! ¡Cuántas veces se paseaba silencioso y pensativo por tus ruinas y melancólicas campiñas! ¡Cuántas horas y días se le huían en tu vasto Coliseo, abismado en profundas meditaciones! ¡Cuánto se inflamaba con los ejemplos de tu historia! Y allí donde viste por dos veces afianzarse los sacrosantos derechos del pueblo, en ese Monte Sacro de inmortal memoria, allí fue donde un día, después de un sublime coloquio con su ayo Rodríguez, poniendo sus manos en las de éste, pronunció el solemne juramento, que pronto vio realizado el mundo de libertar a América del yugo español!

     Y el héroe de estos tiempos y digno de los antiguos, el gran Garibaldi, no es también americano en cierto modo? ¿No quiso esgrimir su vencedora espada y derramar su generosa sangre por una República de América? ¿No fue americana su primera esposa, aquella animosa Anita, tan digna compañera suya? También Lima conoce al héroe, vio su noble figura y mereció el honor de hospedarle algún tiempo en su seno.

     Jamás hemos dejado, oh Italia, los hijos de esta República de simpatizar con tu causa que es la nuestra porque es la causa de la Justicia y de la Libertad; siempre te hemos amado y admirado, y tú también nos has dado frecuentes muestras de simpatía y amor. En nuestra presente lucha con España, la más feroz y bárbara entre tus bárbaras y feroces opresoras, y por quien hasta el Austria es excedida, un hijo tuyo que ha vestido el uniforme de oficial peruano, levantó en tu parlamento su elocuente y agradecida voz en favor nuestro; y han sido tus hijos; los intrépidos Bomberos Italianos los que más nos ayudaron entre los que antes se llamaban extranjeros, y han dejado de serlo el Dos de Mayo.

     Por eso ahora lamentamos como nuestros tus reveses, y acompañamos a nuestros hermanos en sus patrióticas y santas lágrimas. Espera sin embargo y consuélate: que bien ha visto el mundo que, si te ha faltado fortuna, te ha sobrado valor; y sobrándote también justicia, tarde o temprano vencerás.

     Sí, vencerás, a despecho de cuantos, sobre no perdonarte tu grandeza pasada, temieron tu grandeza venidera y se empeñaron en mantenerte sierva, entendiendo que para ti no había medio entre las cadenas y el trono, y que de esclava pasarías a reina.

1866.               



Al 9 de diciembre

     ¡No con acentos de regocijo te saluda mi voz, solemne día que recuerdas a mi patria y a América la mayor de sus victorias!

     Triste y conforme al duelo presente de mi patria habrá de ser el saludo que te envíe: y tú también, al ver con qué furor están desgarrando su seno sus propios hijos, vístete de luto y de dolor.

     Bello y alegre habías de lucir siempre d nuestros ojos, como cuando, en los campos inmortales de Ayacucho, las miradas de Sucre vencedor te saludaron cual aurora de una nueva edad. Sí, tú nos prometiste ser padre fecundo de largos días de ventura, de paz y de progreso; y el universo entero contempló nuestras repúblicas nacientes con esperanza y con amor.

     Mas ¡ay! ¡qué suerte tan diversa de tu promesa y su esperanza nos ha cabido! ¡Cuánto hemos desengañado a las gentes! Ser debimos su admiración, somos su lástima. Y adonde quiera que llega nuestro nombre, allí se escucha decir que no éramos merecedores de la libertad, y que nuestra condición debió ser siempre la de colonos, como aquellos infelices faltos de juicio y a quienes, a pesar de la edad, una infancia perpetua condena a una perpetua tutela.

     ¡Oh sublime independencia! no seré yo, no seré yo ciertamente quien se atreva a blasfemar tu nombre santo, ni a poner jamás en duda tus infinitos o incomparables beneficios. Si pueblos insensatos los desaprovechan y estragan, tuya no es la culpa. Tú eres y serás siempre el primero de los bienes. ¿Qué mente tan ciega no alcanza tus divinos resplandores? ¿Qué pecho tan servil, qué labio tan

abyecto te negarán su gratitud y sus bendiciones?

     Pero también, qué corazón no abominará, qué lengua no maldecirá el horrendo mal, el monstruoso vicio que basta para hacer inútil tan alto bien?

     Apenas la tierra nos saludó libres, cuando la espada victoriosa enrojecida aún con sangre española se empapó en nuestra propia sangre. ¡Cuántos, para mayor baldón y desventura, cuántos de los que nos conquistaron patria o independencia se valieron del acero con que levantaran el edificio para mïnarlo y destruirlo! Y en casi nueve lustros de vida propia e independiente que contamos, ¿qué espectáculo hemos ofrecido al mundo en vez de las hazañas y virtudes que de nosotros esperaba? ¡Envidias, venganzas, sed insaciable de mando; desenfrenada codicia; las leyes pisoteadas; dilapidada la hacienda pública; paralizados el comercio y la industria; un puñado de vulgarísimos caudillos arrastrando a la muerte a las ilusas muchedumbres; constante desasosiego y universal inseguridad; guerras injustas por ambos lados, y tras batallas sangrientas, triunfos más vergonzosos y lamentables que las mismas derrotas; la autoridad suprema escalada a cada instante por salvajes motines de cuartel; llamados ¡oh vergüenza! los ejércitos extranjeros a nuestro territorio por los que no veían otro medio de recobrar o conservar el poder que se les escapaba; y manchada en fin la banda bicolor tanto como los mantos imperiales, y la silla presidencial no menos que los tronos de los reyes!

     España en tanto, nuestra eterna enemiga, se alegraba al escuchar nuestras discordias, y atisbaba ansiosa la ocasión propicia para recuperar su perdido imperio y uncirnos de nuevo a su coyunda. Y alentada por tantos desórdenes, y juzgándonos exhaustos de fuerzas, recursos, vino al fin y con traición micua invadió nuestras islas y holló nuestra bandera.

     El Perú entonces sintió profundamente tan cobarde insulto: olvidando sus disensiones y recordando su antigua grandeza, fue otra vez grande; y vencedor de España, hizo que el 2 de Mayo fuera el glorioso e inmortal hermano del 9 de Diciembre.

     Tornó el mundo civilizado a esperar en nosotros, formando por el triunfo del Callao los mismos felicísimos presagios que había formado por la victoria de Ayacucho.

     Mas ¡ay! ¡cuán pronto habíamos de desmentir los segundos, como desmentimos los primeros! ¿De qué nos ha valido la nueva y espléndida victoria? ¿Quién pudo creer que tan pronto íbamos a vengar en nosotros mismos la derrota y afrenta de España? Volvía a lucir tan glorioso aniversario, y ya se maquinaba y preparaba por todas partes la guerra civil: luce hoy el 9 de Diciembre, y encuentra ya envuelta en ella a la República entera. Tan impía guerra después de tan glorioso triunfo bien bastara a quitar las ilusiones al más obstinado optimismo, y a confirmar en su desesperanza a los que piensan que este desdichado país está condenado a perpetuas discordias en lo político, como en lo físico a continuos terremotos.

     Y ¡cómo se presenta esta revolución! ¡Horribles y espantosos asesinatos nos la hacen mirar armada más que de la espada del puñal! ¡Cuántas ilustres víctimas han sido ya inmoladas, cuántas se siguen y seguirán inmolando cada día!

     Ya por todas partes con denuedo digno de mejor causa, se derrama por manos peruanas la sangre peruana: ejércitos peruanos sitian a ciudades peruanas: ¡y hermanas, hijas, esposas y madres, lloran unas, temen otras, la muerte de sus hijos, esposos hermanos y padres!

     ¡Y puede la demencia humana ser causa, de tan horribles males, de tan atroces dolores! Pueden los hombres aumentar así la suma de sus miserias, como si el común destino no les hubiera impuesto bastantes!

     Yo he sido testigo del dolor desesperado de una madre que acaba de perder el más amado de sus hijos en el sitio que contra el ejército Constitucional sostiene el funesto valor de Arequipa. No tiene el lenguaje humano palabras que digan lo que decían aquellos profundos sollozos, aquellos agudos alaridos, aquellos ojos enrojecidos por un llanto de fuego, aquellas facciones demudadas en tan breve tiempo, aquellas manos que se contorcían; aquellos gestos, gritos y ademanes que formaban como un nuevo idioma del dolor cien veces más elocuente que el de la palabra; aquel negarse finalmente a todo consuelo. Vox in Rama audita est, ploratus e ululatus multus: Rachel plorans filios suos; et noluit consolari, quia non sunt. Una voz ha sido oída en Rama, y gran llanto alarido; es Raquel que llora a sus hijos y no quiere ser consolada porque ya no son. ¡Ah! ¿cuál de los trastornadores del orden público, cuál de los atizadores de las llamas civiles, no renunciaría a sus criminales intentos en presencia de tamaño dolor?

     Y sin embargo, ¡cuánto más desgraciada que esta madre, cuánto más desgraciada que todas las madres peruanas es otra madre de la que nadie se duele! ¡Oh matrona del Sol, oh patria mía, Oh madre desventuradísima que te ves reducida a envidiar el dolor de tus hijas! Tú sola sientes el dolor de todas; cada hijo que ellas pierden, también le pierdes tú, y al dolor de perderlos se añade el mucho más horrible todavía de verlos perecer a manos unos de otros. Tu suerte, oh patria, como la de la antigua Jocasta, ha sido dar la vida a hijos impíos que se aborrezcan y destrocen. Si un tiempo, mísera y encadenada esclava, te atormentaba la tiranía de tus injustos señores, aun más te atormenta ahora ver que tu propia prole es la que causa tus desdichas. Nadie se cuida de tus dolores, nadie escucha tus querellas, nadie enjuga tus venerandas lágrimas.

     «Paz, paz,» gritas a tus hijos los fratricidas; pero los impíos, lejos de dar oído a tus voces, se vuelven todos contra ti y te insultan y vilipendian, hiriendo, cual no lo hicieran tus más encarnizados enemigos, el seno que los concibió.

     ¿De qué te sirven, en tan fiera pesadumbre, tu belleza, tu opulencia y los innumerables presentes que le plugo a Dios hacerte? La hermosura y magnificencia de la morada que habitas, palacio de América, Edén del universo; el esplendor tropical del firmamento, que te cubre, donde duplica su brillo el astro amante cuyo nombre mereciste, y cuyas noches alumbran todas las lámparas celestiales, como la iluminación de una fiesta inmensa; las portentosas riquezas que, como erarios naturales, guardan tus montañas; tanta pompa y sonrisa de la naturaleza que te circunda: todo, todo te parece una amarga ironía del destino. Tú anhelaras que fuera tu mansión desnudísimo desierto, y que te cobijara, un cielo nebuloso y oscuro, donde el sol brillara, apenas cual cirio funerario, y donde un huracán gemidor lamentara eternamente tu incomparable desventura y tus dolores inconsolables.

1867.               



A Agustín Zubiaga

muerto de la fiebre amarilla en mayo de 1868

     Hace pocos días que algunos de los amigos que formamos como una familia unida por los más lazos del corazón, nos lisonjeábamos con el pensamiento de que ninguno de cuántos la componen había sido víctima de la tremenda plaga que hoy diezma a Lima.

     Pero decretado estaba que perdiéramos uno de los más amados, y tú has sido ése, Agustín; tú en quien competían la nobleza del corazón y la altura de la inteligencia; tú a quien nadie podía ver sin sentirsete inclinado, ¡tan retratada estaba en tu simpático rostro la bondad y dulzura de tu alma! Tú a quien nadie podía tratar sin estimarte y quererte!

   El dolor general que parecía gastado con tantas muertes se ha avivado para ti. ¡Tenías tantas esperanzas! ¡Dabas tantas! ¡Recién llegado de un largo viaje emprendido para completar tu educación científica y literaria, mueres en vísperas de recoger el laurel debido a tus afanes para colocarlo a los pies de la patria!

     ¡Oh patria una y mil veces desgraciada! No sé qué estrella enemiga hace perecer en flor a tus mejores hijos y eternizarse a los perversos. Muere el sabio y honrado Pacheco, muere Agustín Zubiaga; mueren, lejos de su patria y familia, tantos industriosos y útiles extranjeros, y viven... ¡cien y cien que no debieran haber nacido!

     Adiós, Agustín; ya no te volveremos a ver en este mundo: ya no oiremos tu dulce voz desenvolver hermosos conceptos o expresar nobles y patrióticos sentimientos: -ya, cuando apuremos la copa de la amistad, tú no estarás entre nosotros: cuando el campo nos reúna, cuando celebremos el natalicio o algún fausto suceso de alguno de nosotros, ya no te veremos a nuestro lado: ya no nos acompañarás, cuando sintamos juntos el entusiasmo sublime que infunde la lectura de los grandes poetas, o las profundas y misteriosas emociones que producen la música y el canto; la música y el canto que son ¡ay! como las voces de otros tiempos y de otros mundos y que tanto recuerdan a los ausentes y a los muertos. Ya una memoria de dolor se mezclará a todas nuestras reuniones: de hoy más habrá en ellas un asiento vacío, el primero que ha hecho desocupar la muerte. Mas no temas, oh incomparable amigo, que otro ninguno ocupe jamás ese asiento, como ninguno ocupará el lugar que tuviste y tienes en nuestro corazón.

     Y tu madre, tu respetable y excelente madre, que te amaba tanto, a quien tanto amabas; ¡tu madre de quien eras el único consuelo, la sola esperanza! No hace aún un año que, al abrazarte tras tan larga ausencia, se consideraba la más feliz de las mujeres; ¡y hoy que su Agustín no existe, envidia los vientres que nunca concibieron y los pechos que jamás amamantaron! ¡Pobre madre! el dolor la desesperaría, si no fuera tan cristiana.

     ¡Sí: sólo la religión de Cristo puede librar de la desesperación en tales pérdidas! venga, venga a consolarnos esa sublime maestra: venga a decirnos que la muerte no es una extinción, sino una tras formación, no el fin del viaje sino una partida a otro viaje más largo; que la tumba es la puerta de otro mundo y que los muertos son los viajeros de la eternidad.

     «Adiós, Agustín; hasta tu vuelta» te dijimos en la escalera de la nave que te llevaba a Europa. «Adiós, Agustín; hasta nuestra ida» te decimos ahora al borde de tu sepulcro.

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