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Querellas



                            Aun estoy en la aurora de mi día
y de mi año en la dulce primavera;
mas la luz no veré del mediodía
ni a mi verano llegaré siquiera.
   ¡Un siglo viven otros, y yo muero, 5
cual flor nacida apenas y marchita!
¡Y a otras vidas añade el hado fiero
tal vez los años que mi vida quita!
   Flor que se, abre a la risa de la aurora
prolongar a lo menos debería 10
su frágil existencia voladora
la corta edad de un fugitivo día.
   Más ¡ay! tal vez la cortador reja
O mordedura de reptil aleve
cumplir siquiera a la infeliz no deja 15
ni el curso entero de vivir tan breve.
   Pedí a Europa el alivio para el grave
oculto mal que lento me devora:
¡Ay! que remedio para mí no sabe
su ciencia, para tantos salvadora. 20
   ¡Oh amores y placeres de la vida!
otro os goce y apure largamente,
que la borde yo de vuestra copa henchida
apenas puse el de mi labio ardiente.
   ¡Mágicos sueños de mi infancia leda! 25
¡Cuánto me habéis, cuánto me habéis mentido!
Solo al desierto corazón le queda
dolor y llanto, soledad y olvido,
   dichas, amores, lauros inmortales,
¡Ay! me pintó vuestra falaz promesa: 30
¡y en vez de glorias y venturas tales
me aguarda el seno de temprana huesa!
   Y es mi dolencia cada vez más fuerte,
y me siento fallecer de modo,
que poco esfuerzo costará a la Muerte 35
para acabarme de vencer del todo.
   No te pido vivir, tan sólo espera
que al seno torne de mi madre amada,
y descarga después, oh Muerte fiera,
el golpe postrimero de tu espada. 40

1856.               



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A Lope de Vega



                            ¡Salve, gran Lope, de la tierra espanto,
de España eterno honor, oh el más fecundo
de cuantos vates vio jamás el mundo
y la Gloria endiosó en su templo santo!
   Si a tu tan fácil vena, a caudal tanto, 5
arte correspondiera más profundo,
sin par te declarara, y sin segundo
el dios augusto que preside al canto.
   ¡Cuántas veces tu rica fantasía
las tres jornadas animó de un drama 10
en el pasmoso término de un día! (3)
   Y aunque imperfectos la Razón los llama,
bástele de tu patria a la ufanía
que de ti sólo lo contó la Fama.



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Despedida de un indio

al partir a la guerra civil



                            Adiós, madre, adiós, esposa,
hijos de mi vida, adiós;
¿Os volveré a ver? Lo sabe
tan solamente el Señor.
El corazón se me arranca, 5
y sin vida y alma estoy,
no por mí, más por vosotros,
prendas de mi corazón.
Mal haya la odiosa leva
que, al blanco ilustre color 10
respetando, prende solo
a la triste sucesión
de la gran gente que un día
estas tierras señoreó,
o al que arrancado a las playas 15
que abrasa africano sol,
con nosotros a ser vino
compañero de opresión!
¡A mis hogares me arranca
ella con violencia atroz, 20
y por homicidas armas
que jamás mi mano usó,
me hace trocar el arado
y la pacífica hoz!
   Oh vos, Señor, que mirando 25
estáis, mi inmenso dolor,
vos que de los desvalidos
tierno común padre sois,
vele de lo alto del cielo
vuestra dulce compasión 30
sobre las prendas amadas
cuyo único amparo soy,
y a quienes pan y sustento
faltará, Señor, sin vos.
                           Si de la patria en defensa, 35
contra extranjera Nación,
a combatir nos llevaran,
¡cuán gozoso fuera yo!
nada me arredrara entonces
morir; celeste favor 40
antes juzgara mil vidas
perder de la patria en pro,
y con más vivo deseo,
con regocijo mayor
fuera entonces a la guerra 45
que a esperada fiesta voy.
¡Ah! ¡feliz, feliz mil veces
el soldado que peleó,
bajo el mando de Bolívar,
contra ejército español! 50
Entonces sí que se daba
empleo digno al valor;
pero sólo contra hermanos
a pelear vamos hoy,
y Peruanos con Peruanos, 55
sin sospechar la ocasión,
que nos matemos es fuerza
en bárbara lid feroz.
Mas ¿cómo sentir podré
ciego bélico furor, 60
si sé que en cada contrario
la muerte a un hermano doy?
¡No da, no, en contiendas tales
el triunfo satisfacción,
y tanto como al vencido 65
llorar cumple al vencedor,
porque fue a común patria
quien siempre las lamentó!
Y entretanto al extranjero,
a quien la fama veloz 70
va a contar nuestras discordias,
de regocijo le son,
si piensa que nuestras fuerzas
tesoros, gente, valor
estarán exhaustos, cuando 75
le dé la suerte ocasión
de invadir la moribunda
antigua tierra del Sol.

1857.               



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Noticias de la patria



                            Es dulce a quien habita tierra ajena
nuevas sabe su país nativo,
que engaña de la ausencia la gran pena;
   mas yo, que ausente de mi patria vivo,
consuelo ni alegría sentir suelo 5
con lo que a todos es grato y festivo.
   Antes me oprime grave desconsuelo;
llanto vierten los ojos, hechos fuente,
y me lamento al poderoso cielo.
   Pero ¿cómo alegrarme? ¿cómo ardiente 10
no derramar inconsolable lloro?
Si es fuerza siempre que la fama cuente
   que el dulce patrio suelo a quien adoro,
y de quien sus miradas Dios aparta,
hijos pierde, virtud, honra y tesoro; 15
   sin que jamás un punto de él se parta
la atroz Discordia, como siempre ayuna,
nunca de presas y de estragos harta.
   Tal vez, por excusar tan importuna
pena, estar anhelé do no pudiera 20
de mi patria saber nueva ninguna.
   ¡Dichoso el hombre que la luz primera
ver alcanzó de la bondad divina
en tierra que en sosiego y paz prospera,
   ni a sí propia se labra la rüina! 25

1857.               



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Yaraví



                                                Cuando doblen las campanas,                
no preguntes quien, murió:
quien, de tus brazos distante,
¿quién puede ser sino yo?


                           Harto tiempo, bellísima ingrata,
sin deberte ni en sombra favores,
padecí tus crüeles rigores
y lloré como débil mujer;
ya me rinde el dolor y me mata, 5
acabárseme siento la vida;
ya te doy mi final despedida,
y ya escuchas mi queja postrer.
   ¡Cuántas veces riendo me has dicho
que en el mundo de amor nadie ha muerto! 10
¡Ya verás, ya verás si no es cierto
que hay quien muere de pena y amor!
Ya verás que tu duro capricho
¡Oh tirana! la vida me cuesta,
y bien pronto la queja molesta 15
cesará de tu odiado amador.
   Cuando el doble de lenta campana
vibrar oigas en son plañidero,
no preguntes qué humano viajero
de la vida las playas dejó: 20
quién, esclavo de suerte tirana,
blanco triste de tu odio y tu tedio,
¿quién, enfermo de mal sin remedio,
quién ser puede, mi bien, sino yo?
   Mas si el largo rigor de tu fiera 25
esquivez llega un día a dolerte,
si al pensar en mi trágica muerte
y en mi amor y mi inútil afán,
compasivos derraman siquiera
una gota de llanto tus ojos, 30
en la tumba mis yertos despojos
de placer y de amor temblarán.

1857.               



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A la Virgen



                                                       I
                        ¿Qué loor hay que te cuadre,
reina de la empírea corte,
hija del eterno Padre,
del Paráclito consorte,
y del Verbo virgen madre? 5
   Tú a quien, aunque hija de Adán,
de emperatriz nombre te dan
los nobles hijos del cielo,
y atentos en santo celo
a tus preceptos están; 10
   Tú que eres ¡en tal manera
de Dios la gracia en ti abunda!
la criatura primera
de la creación entera,
y a Dios tan sólo segunda; 15
   sublime María, nueva
mayor mejorada Eva,
segunda madre del hombre,
¿Qué honores hay que a tu nombre
agradecido no deba? 20
   Rompiendo antiguo contraste,
tú con Dios emparentaste
al hombre abatido y siervo,
hermano por ti del Verbo
a que fue tu seno engaste. 25
   Por especial gracia y acto
de la paloma celeste,
entra el Verbo a tomar veste
humana en tu vientre intacto,
sin que tu candor te cueste; 30
   como, dejándola entera,
y sin teñirla siquiera,
el puro rayo solar
entra a cerrado lugar
por trasparente vidriera. 35
   De la tartárea serpiente
la dura soberbia frente
en triunfo glorioso fue
quebrantada eternamente
por tu delicado pie; 40
   pagando así el fiero mal
que irreparable en Edén
hacernos quiso, y del cual
supo sacar mayor bien
la clemencia celestial. 45
   de ti la mujer se alaba
que del hombre vil esclava
y de sus antojos era,
y por ti de compañera
derechos recuperaba. 50
   Con Dios piadosa nos vales,
si justamente se aíra:
por tantas gracias y tales,
toda boca, toda lira
te celebren perennales! 55
                                                       II
   De los hombres abogada,
clementísima Señora,
hasta nuestra postrer hora,
a la Trinidad sagrada
por todos nosotros ora. 60
   Nunca a ti se alzan en vano
nuestras afligidas voces,
que los más duros y atroces
modos del dolor humano
por larga prueba conoces. 65
   Tu ruego, madre, socorra
a los que, lejos del grato
humano consorcio y trato,
en negra húmeda mazmorra,
del hondo Averno retrato, 70
   viven años prisioneros;
a los nocturnos viajeros
que no dan con su camino,
y del ladrón o asesino
temen los asaltos fieros; 75
   a los huéspedes del mar
que, a punto de naufragar,
al cielo trémulas manos
y agudos clamores vanos
alzan todos a la par; 80
   al que desde playa ajena
mira llorando la nave
que zarpa a la patria arena,
a donde destierro grave
a no volver le condena; 85
   a los pacientes soldados
que, alegres y denodados,
en defensa de su tierra,
van a morir a la guerra
a millares y olvidados; 90
   Al que en su instante final
teme del Juez inmortal
la pavorosa presencia,
y escucha ya la sentencia
del último tribunal; 95
   al alma que, acrisolada
del purificante fuego,
espera allí que la entrada
a la celestial morada
le abrevie el humano ruego. 100
   No te olvides de la viuda,
de crecida prole ayuda,
que, en medio a pobreza acerba,
casto su lecho conserva
y el antiguo amor no muda; 105
   ni del padre a quien están,
con voz y ansioso ademán,
la consorte y el enjambre
de hijuelos, pálidos de hambre,
pidiendo un trozo de pan. 110
   Ruega por el ternezuelo
infante que aún por el suelo
con manos y pies se arrastra,
y por rigor de madrastra
trueca materno desvelo; 115
   Por la simple niña hermosa,
burlada de amante aleve,
y que madre, más no esposa,
ante el mundo no se atreve
a mostrarse vergonzosa; 120
   Por el triste a quien condena
un delito, tal vez falso,
a la irreparable pena,
y que ya sube al cadalso
en plaza de gente llena; 125
   por el pueblo donde impera
la voluntad altanera
de coronado verdugo,
y por el que oprime el yugo
de una nación extranjera. 130
   Débante preces constantes
las repúblicas infantes,
de que mi patria ¡ay! es una,
víctimas desde la cuna
de discordias incesantes. 135
   Pues todos tus hijos son,
ruega por los de nación,
color y culto diversos,
por los justos y perversos,
por todos sin excepción. 140
   Todos en igual empleo
merecen tu ruego pío:
el inocente y el reo
el cristiano y el judío,
el apóstol y el ateo. 145
                                                       III
   Puerta de los cielos ancha,
de toda virtud dechado,
a quien el Terno increado
sola exentó de la mancha
del original pecado; 150
   Pura fuente cristalina
de nuestra vida en los yermos,
santa alegría divina
de los tristes, medicina
y salud de los enfermos: 155
   mi viciosa juventud
enmienda, y haz que me inflame
el amor de la virtud;
contento y paciencia dame,
y vuélveme la salud. 160
   Mas tu piadosa oración,
si muero en edad tan tierna,
me dé el divino perdón,
y dulce morada eterna
en los palacios de Sión. 165

1857.               



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En Nápoles



                           Entre cien luces y ciento,
tan clara del firmamento
resplandece en la mitad
la blanca hermana de Febo,
que es la noche día nuevo, 5
de más suave claridad.
   Tiempo ha que la hermosa fiesta
no vi de noches como ésta:
Las noches de mi país,
rivales del día ufanas, 10
Oh noches napolitanas,
a mi recuerdo mentís.
   De las brisas al halago,
¿No semeja el mar un lago,
de tormentas incapaz, 15
en cuyas aguas serenas
moran hermosas sirenas,
amigas de calma y paz?
   Se está dormida quedando
Parténope bella, al blando 20
vago arrullo de la mar:
¡Qué quietud! vosotras solas
murmuráis, continuas olas,
apenas, al expirar.
   No; que la brisa sonora 25
la canción me trae ahora
de fino amador que al píe
del usado balcón vela,
y al son de blanda vihuela
canta su amorosa fe, 30
   El fresco nocturno ambiente
todo empapado ¡se siente
en el aroma sutil,
que hurta a vecinos jardines,
de azahar, mirto, jazmines, 35
y olorosas flores mil.
   Cuanto siento, escucho y veo
es deleites; el deseo
anhelar no puede más;
¿Por qué pues, dime, alma mía, 40
llena de melancolía
aquí y en tal noche estás?
   ¡Ah! porque ningún amigo
o amada goza conmigo
de tal noche la beldad, 45
y aun en sitios tan amenos
mi corazón echa menos
su otra no hallada mitad.

1857.               



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Castigo



                           «¿No oyes? la aguda cántiga temprana
del ave conocida en la ventana,
oh amado, nos avisa
que torna la mañana
con importuna desusada prisa. 5
   »¡Ay! ya de tu partir llegó la hora:
¡Cuán presurosa fue de la traidora
breve noche la fuga!
La diligente aurora
Hoy ¡qué temprano en nuestro mal madruga! 10
   »Mas deja el lecho, y tus disfraces viste;
y, aunque me miras congojada y triste,
parte ya, dulce amigo,
secreto cual viniste:
nadie de tu salir sea testigo. 15
   »Mas ni hablas, ni respiras» ¡ay! que nada,
nada responde el joven; espantada,
ella le toca y mueve,
e inmoble inanimada
masa siente, más fría que la nieve. 20
   ¡Ay! ¡qué gritos arroja de hondo espanto!
¡Qué alaridos! ¡qué voces! ¡y qué llanto!
La familia despierta
y acude a rumor tanto,
y es de todos su infamia descubierta. 25
   Y la culpada que a sus padres mira
llenos de asombro y de vergüenza y de ira,
y al que amaba difunto,
solo a morir aspira,
que honra, dicha y amor perdió en un punto. 30

1857.               



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A Londres



                           En vano, altiva Londres, a porfía
te enriqueces, te ensanchas y te pueblas,
si en una nueva atmósfera sombría
te envuelve el humo y tus eternas nieblas;
si no difiere lo que llamas día 5
de las nocturnas lóbregas tinieblas,
o, como triste pasajera tarde,
entre dos noches dilatadas arde.
   ¿Qué vale tu grandeza y poderío
y la corona azul del océano, 10
Si tiembla en ti junto al hogar el Frío
tendiendo al fuego la aterida mano,
si en tus vastos palacios el Hastío,
roído el pecho de tenaz gusano,
gime y suspira y sin cesar bosteza, 15
sin que el sueño le rinda la cabeza.
   Tú no conoces esa indefinida
dulce tristeza, soñadora y vaga,
encanto y poesía de la vida
que en otro clima el corazón halaga; 20
sólo conoces el Esplín suicida
que todo bien con su veneno estraga
y que o corta la vida o la convierte
en una lenta prolongada muerte.

1857.               



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A Elena



                           Labios tienes cual púrpura rojos,
tez de rosa y de fresco azahar,
y rasgados dulcísimos ojos
del color de los cielos y el mar.
   Oro es fino la riza madeja 5
que hollar puede el brevísimo pie,
y flor tierna tu talle semeja
que temblar al favonio se ve.
   La hija bella del Cisne y de Leda,
te pudiera envidiar cuerpo tal; 10
pero en él más bella alma se hospeda,
Que no empaña ni sombra de mal.
   Prole augusta tal vez me pareces
de himeneo entre dios y mujer:
¡ah! ¡dichoso, dichoso mil veces 15
quien amado de ti logre ser!
   No yo, indigno de tanta ventura,
a cuya alma pesó, cada vez
que te viera, no ser ya tan pura
cual lo fue en su primera niñez. 20

1857.               



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El temblor



                           «Temblor» sonó; con subterráneo ruido
velocísimo llega de repente;
moverse el suelo, cual bajel, se siente,
y crujir techo y muro sacudido.
   Con voladora planta sin sentido 5
la calle ocupa la espantada gente,
que se humilla confusa y se arrepiente
y a Dios clama en altísimo alarido.
   Pasa el peligro y rápido se olvida;
al saludable espanto reemplaza 10
la viciosa costumbre de la vida.
   Mas teme, oh Lima, teme a tu enemigo
que, si hoy sólo pasó cual amenaza,
vendrá tal vez mañana cual castigo.

1857.               



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El juicio final



                           Ya en el postrero universal jüicio
del Juez supremo a la presencia me hallo,
y aguardo el justo inapelable fallo
que eterno espera a la virtud y al vicio.
   Mas ¡ay! ¿adverso me será o propicio? 5
¿de Cristo o de Satán seré vasallo?
En duda tan crüel, temblando callo,
mas digno que de premio de suplicio.
   Ya las turbas el Juez ha separado,
y el rostro favorable o enemigo 10
al diestro vuelve y al siniestro lado:
   pero yo, justo Dios ¿a quienes sigo,
cuando a la Virtud abras y al Pecado
los palacios del premio y del castigo?

1857.               



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El picaflor y la florecilla



                           De un pintado picaflor,
de los campos maravilla,
una incauta florecilla
se prendó con loco amor.
   Mas, como es aquél al par 5
de mariposa inconstante,
no tardó la flor amante
su esquivez en lamentar.
   Y al verle pasar a veces,
en tristes voces así 10
se le quejaba: «¡Ay de mí!»
¿Por qué, mi bien, me aborreces?
   ¿Qué te hice? ¿Estos desdenes
te ha merecido mi fe?
¿Por qué en mis hojas, por qué 15
a columpiarte no vienes?
   ¿Has olvidado que apenas
abrí mi tierno capullo
de las auras al arrullo
que me halagaban serenas, 20
   viniste a posar en él,
y a besarme, de amor lleno,
hasta apurar de mi seno
la sustentadora miel?
   ¡Ay! no supe qué inconstante 25
eras y mudable y leve
como el aura que me mueve
y que cambia en cada instante.
   No supe que tus amores
multiplicabas sin cuento, 30
y que, más falso que el viento,
engañabas a las flores.
   Hoy de tu odio en el exceso,
a todas besando vas,
y a mí triste, a mí no más 35
me exceptúas de tu beso.
   Deja ya tanto desdén,
no me des pena tan fuerte,
y aunque hubieres de volverte
luego al punto, al menos ven. 40
   Pero desoyes crüel
mis quejas y vivo anhelo,
siguiendo tu raudo vuelo
por el florido vergel.
   ¡Ah! ¡quién, de hojas en lugar 45
alas como tú tuviera
para seguirte doquiera
que te pluguiera volar!
   ¡Mas ay! que tengo infeliz
inmóvil clavado el pie, 50
y aprisionada se ve
del suelo mi honda raíz.
   Cuando me maten congojas,
¡lleve el viento noche y día
haciéndote compañía 55
mis enamoradas hojas!»
   Así la flor se querella
con modo tierno y sencillo,
más el crüel pajarillo
no tornó a acordarse de ella. 60
   Doncella incauta en amor,
bella y simple cual las flores,
cuenta, con que te enamores
de algún galán picaflor,
   que, volando sin cesar 65
de flor en flor con fortuna,
sin detenerse en ninguna,
burla de todas al par.

1857.               



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Adela a Carlos



                           Apenas el billete
recibas, Carlos, de tu amante Adela,
incansable jinete,
clava la aguda espuela
a tu caballo y a mis brazos vuela. 5
   Siglos me son las horas,
de tu lado distante; considera
que, si venir demoras,
de congoja tan fiera
es fuerza, es fuerza que tu Adela muera. 10
   Que enferma estoy de muerte,
y mi remedio el físico no sabe;
mi remedio es el verte,
y tu beso süave
será el elixir que mi mal acabe. 15
   Ni un punto a tu violento
curso descanso des, brutos desboca;
sus alas roba al viento;
a mi impaciencia loca
mira que toda rapidez es poca. 20

1857.               



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L... a E...



                           No siempre triste al contemplarme y serio
en los verdores de mi edad florida,
intentes, bella joven, de mi vida
penetrar el tristísimo misterio.
   De horrendos males cuyo antiguo imperio 5
padece un alma que jamás olvida
sólo me ha de librar la apetecida
profunda eterna paz del cementerio.
   Sí, soy bien desgraciado; más no quieras
tan extraños pesares roedores 10
y desventuras conocer tan fieras:
   es bien que para siempre las ignores,
ni de ellas consolarme tú pudieras,
que consuelo no admiten mis dolores.

1857.               



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Visión



                                                       I
                           Iba la más oscura taciturna
y triste Hora nocturna
moviendo el tardo soñoliento vuelo
por el dormido cielo,
cuando, dejando mi alma 5
en brazos del hermano de la Muerte
a su cansado compañero inerte,
libre de su cadena,
voló a su patria desde el turbio Sena.
   Y toda en breve punto recorriola, 10
desde el postrero linde Ecuatoriano
hasta la gran laguna,
de los hijos del sol sagrada cuna,
y desde el océano
hasta el inmenso río 15
que entre todos merece el señorío:
así en el breve Mapa retratada,
la recorre la rápida mirada.
Mas ¡ay! que por do quiera
que el vuelo dirigiera, 20
de pasadas contiendas las señales
y aprestos encontraba
de futuras contiendas fraternales,
y de discordia que jamás acaba.
   Al fin rendido me senté y doliente 25
en un profundo valle que, a la falda
de los Andes tendido, en noche doble
se envolvía a la sombra de su espalda:
de aquel salvaje natural retiró
era el silencio dueño, 30
y sólo de mi pecho algún suspiro
tal vez interrumpía con son blando
de la naturaleza el hondo sueño.
   En tal estado ignoro
cuanto tiempo pasé, mi faz regando 35
con encendido lloro,
cuando llegó a mi oído
desde el confín del cielo
como el rumor que alzara de distante
ejército de cóndores el vuelo: 40
los ojos alzo, y miro tan radiante
blanca figura descender ligera,
cual si astro rutilante
despeñado bajase a nuestra esfera;
las débiles pupilas, deslumbrado, 45
fuerza cerrar me fue, y cuando las hube
de nuevo abierto, ya encontré a mi lado
a celestial querube.
   Tan alta remontaba su estatura,
que ni cerca del Ande 50
se olvidaban los ojos de su altura;
no de la Tierra la soberbia prole
que al magno Jove pudo dar asombros
alzaba al cielo tan gigante mole;
aún tremolaban en sus altos hombros 55
sonantes alas, en grandeza tales,
que con alas rivales
nunca los ojos míos
volar miraron sobre el mar navíos (4).
Era su cuerpo deslumbrante nieve, 60
Y de su rostro la beldad tan rara,
Que mi estro no se atreve
de su pintura a acometer ensayos;
y cual del Sol la rutilante cara
en la mitad del día, 65
derramaba ancho círculo de rayos,
sol portentoso de la noche umbría.
   A vista tal, lleno de asombro y miedo,
con las manos cubriéndome los ojos,
caí sin voz, helado, fiel remedo 70
de mortales despejos;
entonces a mi oído aquestas voces
llegan, cual si del cielo descendieran:
«Yo soy el genio del Perú, el arcángel
a quien el sumo rey del Universo 75
encargó de esta tierra la custodia;
yo, a pesar del perverso
ángel que la verdad y la luz odia,
ciego rey de las indias muchedumbres,
a los míseros Incas 80
de la fe verdadera di vislumbres:
yo vi, como falange del Averno,
inundar las riberas perüanas
negra nube de iberos asesinos,
y mis ojos divinos 85
verter pudieron lágrimas humanas;
yo acompañaba al mísero Atahualpa,
al último suplicio,
donde, a la luz que le mostré propicio,
la vanidad de sus creencias palpa; 90
yo, desatando de su error la venda,
el agua santa que las culpas lava
y del glorioso cielo abre la senda,
hice que recibiera, y consolaba
del imperio perdido la amargura 95
con la promesa del que nunca acaba;
yo en las heroicas vengadoras lides
de Junin y Ayacucho
estuve con los libres, y delante
de los dos inmortales adalides, 100
iba sus nobles pechos resguardando
con el escudo de tenaz diamante
que en los combates embrazaba, cuando
en los campos celestes
desbaratamos de Luzbel las huestes. 105
Mas tú ¿por qué a estas horas
en tan desiertas soledades lloras?
Desata el labio, y sin tardanza dime
qué congoja te oprime.»
   Alcé a estas voces la abatida frente, 110
y, mirando al arcángel cara a cara,
que el fulgor igualó que despedía
con la flaqueza de la vista mía,
respondí de esta suerte,
que, al solo nombre de la patria cara, 115
se despejó mi corazón de miedo:
   «Celeste ciudadano», ¿cómo puedo
no penar y gemir constantemente,
cuando el hado consiente
tantos desastres a la patria mía, 120
de la Discordia y Ambición teatro?
Como el inquieto imperio en que a los cuatro
elementos indómitos gobierna
la Discordia bëoda,
mírala en honda confusión eterna, 125
segundo caos, agitarse toda.
Cual se disputan en porfiada riña,
con pico agudo y garra carnicera,
hambrienta turba de aves de rapiña
el gran cadáver de enemiga fiera, 130
así un puñado de ávidos caudillos
por los despejos de la patria triste
esgrimen los sacrílegos cuchillos.
   «Mas ¿qué digo un puñado?
Si ya no hay ruin soldado, 135
ni vil cabeza de más vil pandilla,
que a la suprema silla
no ambicione subir, y al más indigno
tal vez da el triunfo nuestro adverso signo;
y en vano de la insignia blanca y roja 140
el uno al otro sin cesar despoja;
que nunca, por cambiar eternamente,
fue mejor nuestro estado;
antes siempre nos hizo lo presento
extrañar, cual dichoso, lo pasado; 145
ni porvenir aguardo diferente;
que entre cuantos la atenta
mirada en torno a divisar alcanza,
ni uno, ni uno tan sólo se presenta
en quien ponga la patria su esperanza. 150
   «¿Cuándo el Señor nos enviará piadoso
el heroico varón, digno del Tibre,
amador de la patria verdadero,
que por solo su amor el noble acero
do quier triunfante vibre, 155
y cuando de famélicos millares
de pretendientes nuestro suelo libre,
volver anhele a sus modestos lares?
Mas, ¿qué profiero insano?
¡Hechos espero de valor romano 160
adonde sombra no hay de patriotismo,
sino abyecto interés, duro egoísmo!
Bailes, palacios, coches, pingüe mesa,
esa, de cada cual la patria es ésa;
la patria, el bien primero, 165
el dios universal es el dinero,
que aún por infames modos
alcanzan muchos y codician todos.
La Justicia comprada
deja dormir la vengadora espada, 170
sin que supla siquiera
su venganza, con oro adormecida,
el castigo del público desprecio;
antes a aquel que el robo no enriquece,
y a quien en vano la ocasión convida 175
con risa infame lo apellidan necio:
y lo que escapa a tan rapaces manos
de mar y tierra la milicia sorbe,
y hambriento enjambre de empleados vanos.
Y en tanto ¡cuánta aldea, 180
sumergida en tinieblas de ignorancia,
la luz primera del saber anhela,
sin que a su tierna infancia
abra sus puertas solitaria escuela!
   Y en tanto, ¡entre las penas del camino, 185
por montañas y selvas y el desierto,
para el viajero, de su senda incierto,
o del bruto a merced vaga sin tino!
Y echando menos el seguro puente,
¡tienta el difícil peligroso vado, 190
do perece tal vez, arrebatado
del ímpetu veloz de la corriente!
Y en tanto ancho arenal, cuya encendida
sed no alivia ni el llanto del rocío,
¡espera en vano que distante río 195
venga a llenarle de verdor y vida!
   «De los jueces la hidrópica codicia
convierte en compra y venta la justicia;
no Jesucristo, Satanás modela
el vivir del indigno sacerdote; 200
y es la milicia de traición escuela
y de la patria el más crüel azote;
el tierno joven en la mente abriga
torpes sofismas, y en el pecho bajo
el ardiente deseo, 205
(Pues el paterno ejemplo es bien que siga,)
no de honroso trabajo,
sino del sueldo y del ocioso empleo;
y ansiando todos del Estado oficios,
la industria nacional yace desierta, 210
y a objetos que fomentan lujo y vicios
abre solo el Comercio fácil puerta;
las ciencias y las nobles liberales
artes que el mundo acata, aquí de franco
menosprecio son blanco; 215
y a los hijos de Apolo,
que la presencia de tamaños males
a sacrosanta indignación provoca,
torpe escarnio y baldón les cabe solo.
   «Por eso ¡ay Dios! con arrogante boca, 220
bien como a gente bárbara o inculta,
nos befa el extranjero y nos insulta;
y los Peruanos defender no pueden
en ajenas orillas
a su patria afrentada, y sus mejillas, 225
(Pues fuerza es siempre que verdad tan clara
sus amorosos argumentos venza,)
se tiñen del color de la vergüenza;
y así de nuestras armas la divisa
que a mísera, discorde, débil gente 230
Feliz y firme por la unión declara
es un sarcasmo que provoca a risa...
Pero de nuestros males ¿quién contarte
podrá jamás más que una breve parte?
en turba tan crecida, 235
por uno que relata cien olvida
el labio, y aún mil bocas
con que hablarte pudiese fueran pocas.
   «Y a tal estado, celestial mancebo,
dime, ¿hasta cuándo nos condena el hado? 240
¿O es maldito de Dios nuestro linaje,
que en él castiga sin piedad, cual nuevo
original pecado,
la inaudita traición que cometieron
esos que un día al crédulo hospedaje 245
del Inca generoso respondieron
con robo, estupro, llamas y matanza
y cuanto daño a imaginar se alcanza?
¿Y nosotros, remotos descendientes
de tan bárbaras gentes, 250
de sus delitos fieros
y del castigo somos herederos?
   «¡Con que (5) no hay de esperanza luz alguna!
Y, sin vivir, perecerá mi patria,
niña a quien sirve de ataúd la cuna! 255
Naciones mil la Fama nos recuerda
que sepultó en su ocaso la Fortuna;
mas murieron decrépitas ancianas,
de más lauros cubiertas que de canas:
mas ¿cuál hubo jamás como la nuestra 260
que, ayer no más nacida,
dando está clara muestra
que se le acaba la doliente vida?
Y, como muchos de sus propios hijos,
niños de edad y en corrupción ancianos, 265
ningunos vicios ya le son extraños
de cuantos manchan en crecida tropa
de Asia las sociedades y de Europa,
ya mayores en siglos que ella en años.
   «¿Y a quién pues que esto mira 270
del hondo corazón lágrimas rojas
no exprimen sus fierísimas congojas,
su generosa cuanto inútil ira?
Dadme, dadme la lira
con que el triste profeta Jeremías 275
de Sión cantaba los postreros días,
y vierta en cantos de tristeza suma
el duelo inmenso que mi pecho abruma,
viendo a fatal inevitable ruina
mi infortunada patria ya vecina!» 280
                                                       II
Así dije, y el llanto y los sollozos
mi discurso acabaron, mas el hijo
del cielo esto me dijo:
   «Hombre de poca fe, bien sé que es cierto
cuanto con voces de dolor me dices; 285
mas no por eso es bien que llores muerto
el último consuelo de infelices;
que, aunque el mal, en tan hondo desconcierto,
echara profundísimas raíces,
para la fuerte voluntad sagrada 290
es el mayor impedimento nada.
   «Dios del abismo de la negra pena
sacar la dicha y el contento sabe,
y el mal más fiero, si morir le ordena,
antes fenece que su voz acabe; 300
corta de su ira y su furor la vena,
y ya en la palma de un infante cabe
el mar que, derramado y furibundo,
bajo sus ondas sepultaba el mundo,
   «Aquel en cuyo pecho halla cabida 305
la desesperación cobarde y ciega,
mientras aún dura la mudable vida,
no merece la dicha, que al fin llega:
la merece tan sólo quien anida
la fe en el suyo, y siempre espejea y ruega; 310
que todo, todo del Señor se alcanza
con oración, con fe, con esperanza.
   «Abrigad firme fe; ved que sin ella
todo falta, con ella todo sobra;
y quien la abriga, mientras más le huella 315
el hado, más aliento y fuerzas cobra;
vence el influjo de contraria estrella
y maravillas o imposibles obra;
manda al sol que al ocaso no descienda,
y abre en el océano enjuta senda. 320
   «De esperanzas, oh jóvenes, colmaos,
que como al huracán cuya pujanza
hunde o estrella las endebles naos
sucede placidísima bonanza,
como al confuso alborotado caos 325
siguió la creación, tened confianza
que, madre de mil bienes, la paz leda
a la discordia bárbara suceda.
   «Concordia tal, de la del cielo emblema,
ha de enlazar a todos los Peruanos, 330
que de sus armas ya no mienta el lema,
y sean todos con verdad hermanos
firme estado fundando que no tema
extranjeros audaces ni tiranos,
cuya amistad y alianza Europa pida, 335
hoy con él tan injusta y engreída.
   «Del negro Averno a los profundos senos
volverá de los vicios la cohorte
que a cada estado, y a ninguno menos,
visiblemente hoy amancilla el porte; 340
de esa feliz república de buenos
será la santa ley único norte,
y la Justicia romperá su espada,
en sola su balanza confïada.
   «Las que hoy son espantosas soledades, 345
océano de plantas o de arenas,
serán grandes magníficas ciudades
de población y de bullicio llenas;
y el que desierto fue tantas edades
podrá en sus senos abrigar apenas 350
la gente innumerable pobladora
que abunde entonces cual arenas hora.
   «Los monstruos, del espacio vencedores,
que del vapor el alma inquieta mueve,
escalarán del Ande las mayores 355
cumbres que ciñe sempiterna nieve;
recorrida de carros voladores,
tan inmensa región ya será breve,
y rival el vapor del pensamiento,
difundirá sus luces al momento. 360
   «El mar, hoy de bajeles tan escaso,
de tantas naves se verá cubierto
que manden Norte, Sur, Este y Ocaso,
que ostente dos ciudades cada puerto;
y abriéndose en las ondas libre paso 365
vuestros bajeles hasta el polo yerto,
sin que su hielo, perennal lo estorbe,
descubrirán los límites del orbe.
   «De Europa abandonando las orillas,
donde siglos su luz resplandeciera, 370
las Artes nobles sus doradas sillas
trasladarán a esta feliz ribera:
y pródigas, aquí de maravillas,
audaces moles hasta en alta esfera
verán erguirse los nocturnos soles 375
que venzan griegas o italianas moles.
   «Las ornará la pródiga Escultura
de estatuas que parezcan animadas,
y de frescos y telas la Pintura
que persuadan vivir a las miradas; 380
y se verán do quier con tal hartura
estatuas y pinturas derramadas,
que parezcan artísticos museos
palacios, templos, plazas y paseos.
   «De tan sublimes vuelos Poesía, 385
digno amor tuyo, entonces hará muestra,
que igualar mi logre su osadía
el alto numen de la estirpe nuestra;
no se disputen ya la primacía
Roma, Florencia y quien les fue, maestra, 390
y a la Atenas mayor del Mundo Nuevo
concordes rindan el laurel de Febo.
   «Y con artistas sumos y poetas
florecerán filósofos y sabios,
que ahonden las verdades más secretas 395
y eternos hagan al error agravios;
y en espaciosas academias quietas
verás colgada de sus doctos labios
inmensa juventud, cuya impaciente
sed de saber con el saber aumente. 400
   «Ni en extranjero labio ya el idioma
molestará, Peruanos, vuestro oído,
por el que ardiente a vuestro rostro asoma
de la amarga vergüenza e1colorido;
y, como el hijo de la antigua Roma 410
con patria tan magnánima engreído,
así vosotros donde quier ufanos
ya podréis exclamar: somos Peruanos.
   «Y, como hoy vais, llevados del deseo,
de Europa a visitar las capitales, 415
os vendrá a visitar el Europeo
a quien la sed hoy trae de caudales.
vencer en fin por todas partes veo
futuros bienes a pasados males,
y ser tu patria, en hado tan diverso, 420
modelo, asombro, luz del Universo.»
 
Así decía el celestial gigante,
y de extraña alegría
que renueva el recuerdo a cada instante,
me colmaba la dulce profecía 425
de tiempo tan glorioso y tan risueño;
y mientras nuevamente hablarle fío,
en menos que lo dice el labio mío,
se van juntos el ángel y mi sueño.

1857.               



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A una espada



                           Un tiempo, oh insigne espada,
en defensa del honor
y la libertad sagrada,
te esgrimió el mismo Valor
con mano jamás domada. 5
   Desde tu primer ensayo,
fuiste por siniestra lumbre
relámpago que desmayo
dio a la opuesta muchedumbre,
y al herir certero rayo. 10
   Desde el ocaso a la aurora
celebrada por do quiera,
Iberia tus danos llora,
y la Fama pregonera
te llamó la Vencedora. 15
   Diga su eterno clarín
cuánta portentosa hazaña
ejecutaste en Junin,
y allí do el poder de España
tuvo ara siempre fin. 20
   Cual degüella inermes reses
de ayuno león la saña,
como en los ardientes meses
del segador la guadaña
corta las espesas mieses; 25
   regida por mano fuerte,
asimismo tú veloz
cuellos segabas de suerte,
que la misma fatal hoz
pareciste de la Muerte: 30
   Y de tu sedienta hoja
era la sangre enemiga
una nueva vaina roja,
sin que sintiera fatiga
la diestra que así te moja. 35
   ¿Ni esto, espada, ni el ser hija
de las fraguas de Toledo
bastar pudo a que te aflija,
dando ya pena y no miedo,
fortuna menos prolija? 40
   De tu heroico dueño el fin
te condena a olvido oscuro,
y en ocio torpe y rüin,
pendiente de servil muro,
te envuelven polvo y orín. 45
   Y la ingrata incuria deja
que en tus embotados filos
y dorado pomo teja
t extienda Aracne sus hilos;
mas quien tan poco semeja 50
   a su padre esclarecido
y más que al virtuoso Marte
sigue a Baco y a Cupido,
es bien que de sí te aparte
y te condene al olvido; 55
   Y que de verte se ofenda
quien solo de fácil juego
lidia en infame contienda,
en donde, demente y ciego,
pierde la heredada hacienda. 60

1857.               



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Reto al destino



                           No más supliques, corazón, ni llores:
¿de qué tu llanto te valdrá? de nada;
de nada humildes ruegos: tus dolores
sufre de hoy más con altivez callada:
¿No sabes, di, que el Hado sus rigores 5
nunca remite ni jamás se apiada,
y cuán en vano su nobleza humilla
quien dobla ante sus aras la rodilla?
   De la dura paciencia los diamantes
te abroquelen el pecho, que no pudo 10
quebrantar en sus golpes incesantes
la clava del destino tal escudo:
su saña y su tesón se rindan antes
que tu orgulloso sufrimiento mudo,
que halle más firme sin cesar y grande 15
cada mayor desdicha que te mande.
   Del añoso, arraigado, excelso roble
que crece de una sierra en la alta cumbre
emblema fiel de la Constancia noble,
imita la magnánima costumbre; 20
al cual nunca hace que la frente doble
de los vientos la airada muchedumbre
que nunca aplaca su tremenda guerra
contra el monarca altivo de la sierra.
   Sé como firme escollo cuya planta 25
azota el océano eternamente,
mientras el huracán, si se levanta
hiere tronando su desnuda frente
con saetas de fuego; y él aguanta,
sin parecer siquiera que la siente, 30
del mar y el cielo la batalla doble,
eternamente tácito e inmoble.
   Sí, que de hoy mas sin las cobardes preces
y llantos de la humana criatura,
que tú siempre o desoyes o escarneces, 35
ah Destino crüel, de la amargura
apuraré la copa hasta las heces:
tu saña pues en mi constancia apura,
y contra mí asestándolas, acaba
de agotar las saetas de tu aljaba. 40
   Dispuesto a todo estoy; desde este día
entra en combate singular conmigo:
haz tan extrema la miseria mía,
que envidia sienta del más vil mendigo;
me devore en larguísima agonía, 45
sin que me dé la caridad abrigo,
horrible mal, espanto de la gente,
que aún a la misma Compasión ahuyente.
   De mí se aleje la Amistad esquiva
y me nieguen sus labios desleales; 50
como a extraño, mi patria me reciba,
y ciérreme sus brazos maternales;
de mí afrentada, mi familia altiva
me arroje con baldón de sus umbrales,
y en pos corriendo de mi huella, impía 55
la plebe vil de mi infortunio ría.
   De la Calumnia pérfida me acierte
cada tiro traidor; todos estimen
que por maldad, no por adversa suerte,
desgracias tantas mi existencia oprimen; 60
pena parezcan corta, aunque, tan fuerte,
a tanto horrendo nunca oído crimen,
merecedor de justiciera llama,
con que mancille mi virtud la fama.
   Haz por fin que me ponga la Fortuna 65
en la parte más baja de su rueda;
sobre mi frente miserable aduna
cuanta desdicha imaginar se pueda;
de ellas no falte a mi aflicción ninguna;
aún del bien de esperar me deshereda: 70
y males para mi tu saña invente
cuales no puede adivinar la mente.
   Ya verás, oh Destino, que mi alma,
más sufrida que el justo de Idumea,
de su constancia te opondrá la calma, 75
que nunca esperes que domada sea;
y, aunque no pueda merecer la palma
en tan tremenda desigual pelea,
me quedará el consuelo todavía
de la invencible resistencia mía. 80

1857.               



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La transfiguración



                           Ya la gloriosa cumbre del Tabor
atrás dejaron los divinos pies;
nieve la veste, un astro la faz es
que del sol avergüenza el resplandor.
   Así, del alto cielo oh morador, 5
a la diestra del Padre arder lo ves;
y en los aires Elías y Moisés
ciñen un lado y otro del Señor;
   Mientras yacen por tierra, en ademán
de asombro, de pavor y adoración, 10
Pedro, Santiago y el amado Juan:
   ¡Cuándo, oh Señor, en la celeste Sión
sin velo así mis ojos te verán,
si de verte mis ojos dignos son!

1857.               



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A Jesucristo



                           ¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
en busca de remedio y de consuelo,
si no a ti, que comprendes nuestro duelo,
del que experiencia tan crüel hiciste,
   Cuando la mortal carne que nos viste, 5
te vio vestir el asombrado cielo,
y las miserias del mezquino suelo
todas por larga prueba conociste?
   Me espanta de tu Padre soberano
la majestad tremenda; más contigo, 10
que te muestras tan dulce y tan humano,
me es dado hablar cual con estrecho amigo,
o cual pudiera hermano con hermano,
y mis dolores íntimos te digo.

1857.               



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A Dios



                           Tal vez a celebrarte
me arrastra ardiente irresistible afecto:
mas, vanos numen y arte,
remeda mi imperfecto,
canto el zumbido de volante insecto. 5
   En corto labio humano
mal el loor de tus grandezas cabe;
en Sión y a ti cercano,
el serafín te alabe;
mas ni él loarte dignamente sabe. 10
   Loores y armonías
dignas de ti no tiene lo creado;
solo de ti podrías
en suficiente grado,
pues en él te conoces, ser loado. 15
   Mas de tu crïatura,
que en destierro que alivia la esperanza,
de tu santa luz pura
tenue vislumbre alcanza,
sea humilde silencio la alabanza. 20

1857.               



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A Elena



                           Dulcísima virgen, eres
bella entre cuantas mujeres
de rara belleza vi;
ni en el bajo suelo hay cosas
dignas, por puras y hermosas, 5
de que las compare a ti.
   Jamás estrellas rivales
de tus ojos celestiales
en la tierra contemplé,
ni les hallo semejantes 10
entre los ojos distantes
con que la Noche nos ve.
   Más blanca eres que la luna,
y no es dado en flor ninguna
tan fresca púrpura ver, 15
que de tu lozana cara,
que la Salud envidiara,
no la venza el rosicler.
   Si sonríe tu bermeja
boca, que engañada abeja 20
por flor pudiera picar,
enseñas entre corales
perlas más blancas e iguales
que las de rico collar.
   Tu dorada cabellera 25
que te cubre toda entera,
suelta al céfiro feliz,
ya es diadema de tu frente,
ya te viste un manto ardiente
de gloriosa emperatriz. 30
   De frente en igual decoro,
no parte y destrenza el oro
marfil dentado o carey;
ni tal ser pudo el cabello
del tan (6) vano cuanto bello 35
hijo del profeta rey.
   No a Venus formas envidias,
ni las ideó tales Fidias;
ni tanto el gran Rafael
voló con su ingenio y arte, 40
que presuman igualarte
las hijas de su pincel.
   La tierra toca tan blando
tu breve pie, cual si hollando
frágil piso de cristal 45
con timidez estuvieras,
o como si a volar fueras
a tu patria celestial.
   Tal, antes de darse al vuelo,
por sobre el herboso suelo 50
andando un pájaro va
con tan airosa manera,
que a cada instante se espera
Verle que se encumbre ya.
   Si de beldad tan subida 55
es tu cuerpo, en él se anida
hermosura superior:
una alma tan noble y pura,
que recrearse en su hechura
debió el divino Hacedor. 60
   Luce en ti tan manifiesto
tu virtuoso ánimo honesto,
que el mismo impío Don Juan
hubiera dicho a tu vista:
«Es imposible conquista 65
al más obstinado afán.»
   Si a loarte alguien comienza,
tu faz modesta vergüenza
tiñe en más vivo carmín;
y, bajando la mirada, 70
muda ruegas y turbada
de tus loores el fin.
  Cuando bordas, sobrepuja
a diestro pincel tu aguja,
y en su tarea menor 75
representas a Minerva,
cuando de la gente sierva
presides a la labor.
   Tus músicas y canciones
aquietan de las pasiones 80
el tumulto y fiera lid,
como de Saúl la ira
apaciguaban la lira
y los cantos de David.
   Nada dices, no haces cosa 85
que no te muestre graciosa,
y tenga secreto imán;
la Gracia misma te enseña
hasta la acción más pequeña
y descuidado ademán. 90
   No hay matrona que no quiera
y solicite tal nuera,
ni tierno noble garzón
que su esperanza y empeño
no ponga todo en ser dueño 95
de tu mano y corazón.
   Por ti el extranjero olvida
su dulce patria querida,
y alarga su estancia aquí;
y en vano de allá le llama 100
o madre, o amante dama
que echó en olvido por ti.
   ¡Ah! ¡feliz tu noble padre!
Y tu envanecida madre
¡Feliz cien veces y cien! 105
Y ¡felices tus hermanos,
y cuantos te están cercanos
y siempre te oyen y ven!
   ¡Y tus amigos y amigas,
y aquellos a quienes digas, 110
adiós, al pasar, siquier!
Y ¡más que todos dichoso
quien ser el amado esposo
alcance de tal mujer!

1857.               



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A París



                           Nada presta tu ruido a mi contento,
París, de gente y de placeres lleno:
¡Vasta y altiva capital! no cuento
ni un solo amigo en tu gigante seno.
   Gozan en ti os ojos y la mente 5
con lo grandioso y opulento y vario:
mas siempre gime el corazón doliente,
en ti sin alimento y solitario.
   Con tus fiestas y pompas y placeres
y vasta agitación que nunca calma, 10
Babel segunda a mis sentidos eres,
pero eres un desierto para mi alma.


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La virgen María



                           ¿Qué digna lengua la alabanza entona
de la que, siendo madre, fue doncella?
La adora el ángel, y se mira en ella
cada divina liberal Persona.
   Es diamante sin par de su corona 5
cada más pura rutilante estrella;
luna y sol su triunfante planta huella,
y es el arco Iris su listada zona.
   Alégrate y espera, estirpe humana
que Ésta, del cielo reina poderosa, 10
de los nobles querubes soberana;
   Esta, madre de Dios, de Dios esposa,
no ángel, nació mujer y nuestra hermana,
y en rogar por nosotros no reposa.

1857.               



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A la virgen



                           Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
a la tuya su faz junta risueño,
o goza entre tus brazos blando sueño,
cubre grave tristeza tu semblante?
   ¡Ay! que ya de tu mente está delante 5
de sus verdugos el airado ceño,
y ya pendiente del infame leño
le ve morir tu corazón amante.
   Que es de tu claridad nube sombría
y a tus placeres todos mezcla duelo 10
de Simeón la triste profecía;
   mas mirarle te dé justo consuelo
resucitar en el tercero día,
y en gloria excelsa remontarse al cielo.

1857.          



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La tarde a orillas del mar



                                                                 

A ***

                    



                        ¡Oh melancólica virgen!
Cuando el sol se hunde en las olas,
ve con paso lento a solas
a la playa a meditar:
que siempre al incierto rayo 5
del agonizante día,
está la Melancolía
sentada orillas del mar.
   Hela allí -el ebúrneo codo
apoyado en la rodilla, 10
y en la palma la mejilla,
en pensativa actitud;
suelto el dorado cabello,
grave el rostro, la mirada
en el vasto mar clavada, 15
y toda en muda quietud.
   Allí soledad, oh virgen,
allí el sosiego y la calma
que son tan gratos al alma,
allí silencio hallarás: 20
silencio que sólo turba
de la onda el lento murmullo,
y al alma aduerme su arrullo
y monótono compás.
   Cruza las ondas tranquilas, 25
que parecen otro cielo,
el rápido barquichuelo
del nocturno pescador;
y al son del pausado remo,
por aliviar su faena, 30
alza en la tarde serena
un canto consolador.
   Más allí donde se juntan
el cielo y el océano,
ya busca la vista en vano 35
del sol el rayo postrer;
un crepúsculo dudoso
de luz y sombra formado,
como un velo delicado,
se difunde por doquier. 40
   Goza esta hora indefinible,
en que con vago lamento
la tierra y el mar y el viento
parecen de amor gemir;
y en que en abrazo amoroso, 45
que tan presto ¡ay! se deshace,
se dan la Noche que nace
y el Día que va a morir.
   Y muere al fin, y se apaga
su indecisa luz postrera, 50
y sola en el orbe impera
la callada Noche ya;
y como reina africana,
en la vasta negra frente
su corona refulgente 55
de estrellas llevando va.

1857.               



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Lamento de David

Por la muerte de Saúl y Jonatás



                           ¡Oh montes de Gelboe, nunca caiga
sobre vosotros celestial rocío,
mas vuestros campos un eterno estío
esterilice con sediento ardor!
que en ellos ¡ay dolor! el rey guerrero 5
al par cayo del último soldado,
como si no le hubiera consagrado
          el óleo del Señor.
   ¡Cuántas hijas y esposas de Filiste
huérfanas y en viudez dejo su espada, 10
que nunca se envainó sino empapada
en sangre de los hijos de Belial!
¿Cuándo exterminador tan formidable
tendrá la gente de Jehová maldita?
¿Y a tener volverá el Israelita 15
          otro caudillo tal?
   Y tú, mi amigo fiel, tierno hermano,
que en la mañana de tu vida mueres,
más dulce que el amor de las mujeres
érame tu amistad, oh Jonatás; 20
yo, cual ama una madre a su hijo único
que alivia, amante, su viudez llorosa,
o ama un esposo a su novel esposa,
          así te amé, ¡y aun más!
   Eras amable en la paterna corte 25
cual noble virgen que agradar desea;
mas fuiste como tigre en la pelea,
y te daba la Muerte su furor:
jamás partió tu flecha silvadora
del arco resonante, que certera 30
en pecho hostil a terminar no fuera
          el vuelo matador.
   ¡Saúl y Jonatás! ¡como lëones
fuertes, raudos cual águilas! -Tan triste
muerte callad a la crüel Filiste 35
y a las plazas de Geth y de Ascalon:
Por que las hijas y consortes fieras
de la culpada gente incircuncisa
no cambien luego en orgullosa risa
          su llanto y aflicción. 40
   ¡Saúl y Jonatás! en esta vida
los enlazaba tan estrecho nudo,
de mutuo amor, que ni la Muerte pudo
unión partir tan amorosa y fiel:
tus vestes rasga, con ayuno y llanto 45
tan acerba desgracia solemniza,
y cubra tu cabeza vil ceniza,
          ¡Oh mísero Israel!

1857.               



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Rosaura



                           Luce del alba el resplandor primero,
y ya ante el claro tocador se aliña
Rosaura, hermosa, presumida niña
que el día en ataviarse gasta entero;
y, como enamorada de sí propia, 5
en su beldad se ufana y se recrea,
y en el cristal luciente que la copia
atenta ve el peinado y la presea
que más el blanco rostro le hermosea:
De frente ora contempla su hermosura, 10
ora entre dos espejos
su espalda o su perfil mirar procura,
de cerca ya se mira, ya de lejos;
y cuanta (7) airosa artística postura
y ademán elegante 15
la Trinidad enseña de las Gracias
su vanidad ensaya y los apura
ante el amigo espejo
adulación pidiéndole y consejo.
Al verla así, creyeras 20
lector, que enamorada está de veras
de la hermosa que dentro
habita del espejo y al encuentro
le sale alegre y presta
siempre que a verse llega, y la saluda, 25
y con amor y con lisonja muda
sus miradas y risas le contesta.
   La Elegante voz pública la llama,
pues no hay en Lima dama,
o casada o soltera, 30
que le usurpe la fama
de ser en el vestirse la primera.
y como entre aves de pintada pluma
el pavón altanero
despliega de su falda la ancha rueda 35
de piedras salpicada, que remeda
deslumbrante vidriera de joyero;
como entre flores mil que del verano
pinto la rica mano
se mece al soplo de la plácida aura, 40
la presumida rosa, o entre estrellas
su luz ostenta la serena luna;
tal descuella Rosaura
entre mil y mil bellas
que iluminado ancho salón aduna. 45
   ¡Oh doncella feliz, cuyo cariño
único son las cintas, los encajes,
las joyas y los trajes
y los demás ministros de su aliño;
su afán estar al cabo de las modas 50
que nuevas cada día
al sexo encantador París envía,
y en Lima ser quien las estrene todas;
y que, cuando se case, su desvelo
mayor será el vestido y blanco velo 55
que ha de ponerse el día de sus bodas!
   Nunca mayor desgracia la molesta
que dejar de asistir al baile ansiado,
por no haber acabado el prometido
esperado vestido 60
la modista traidora;
pero lo que más lágrimas le cuesta
es que esa noche su rival Aurora
haya de ser la reina de la fiesta.

1857.               

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