Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

El hablador



                                                       I
                           Llega, y con tono magistral y grave
de la palabra al punto se apodera,
y empieza a disertar sobre cualquiera
materia, porque todas se las sabe.
   No habla más largo ni seguido el ave 5
que nuestro idioma imita vocinglera;
y aunque su voz apague la ronquera,
ni remota esperanza hay de que acabe.
   Crece en tanto el fastidio, el tiempo pasa,
a despedirse empieza ya la gente, 10
y a tanta reunión la antes escasa
   sala se desocupa, y solamente
con la infeliz señora de la casa
se queda el hablador impertinente.
                                                       II
   ¡Ay del que con Don Juan entra en disputa! 15
de aquel a quien siquiera se le escapa
la réplica menor, pues se reputa
más infalible que el romano Papa.
   Cuanto dice verdad es absoluta
que a la misma Verdad la boca tapa, 20
aunque diga que en Francia está Calenta
y a París ponga en África su mapa.
   Materia en todo para eterna plática
halla, a pesar de su apariencia tísica
y de su cruel respiración asmática; 25
   y desde rudimentos de gramática
hasta la más sublime metafísica
en todo su sentencia da, dogmática.

1857.               



ArribaAbajo

A Fray Luis de León



                           Cuando mundano anhelo
o triste vanidad mi pecho inquieta,
alivio pedir suelo
en estancia secreta
a tu divina musa, oh mi poeta. 5
   Siéntese el alma luego,
cual si saliera presurosa de éste,
en mundo de sosiego;
ni hay ya qué la moleste,
y va cobrando un no sé qué celeste. 10
   Su alta nobleza entiendo
y «en suerte y pensamientos me mejoro;»
de la fama el estruendo
desprecio, y el vil oro,
y de mis vicios y defectos lloro. 15
   Y de la «descansada
vida del que huye el mundanal rüido»
y mueve la pisada
por sendero escondido,
me enamora tu cántico sentido. 20
  Y « ¡oh feliz el viajero
humano, luego suspirando digo,
que sigue aquel sendero
al que Dios es amigo,
y desdichado yo que no le sigo!» 25
   Mas del mundo la ira
tú sentiste también, y un lustro entero
la envidia y la mentira
en calabozo fiero
te tuvieron sin culpa prisionero. 30
   Tu ingenio y vasta ciencia
tus solas culpas fueron, y tu pía
portentosa elocuencia,
y, mayor cada día,
el popular aplauso y nombradía. 35
   De ti el vïudo tracio,
tu canto al escuchar, se maravilla,
con Píndaro y Horacio:
tuya es la regia silla
entre líricos vates de Castilla. 40
   Fugaz tiempo y escaso,
antes de que tu luz resplandeciera,
la ocupó el dulce Laso,
y destronarte espera
Rïoja en vano y el divino Herrera. 45
   En tus cantos se hermana,
con tan estrecho nudo e igual parte,
la fuerza soberana
del numen: con el arte,
que no será jamás que de ellos me harte. 50
   Ni tan solo el divino
verso hispano por ti competir osa
con el griego y latino,
más fulgente y gloriosa
se alza por ti la castellana prosa. 55
   Tu frecuente lectura
es plática que tengo yo contigo,
y me es tanta dulzura
cual con estrecho amigo
estar hablando a solas sin testigo. 60
   Pues de los vates uno
eres, que por amigos he elegido,
y en mis lares aduno,
a quienes voy y pido
consuelo y de mis males el olvido; 65
   Por quienes a la lumbre
de vigilante, lámpara desdeño,
por antigua costumbre,
el tentador beleño
el reposo blandísimo del sueño. 70
   ¡Cuántas veces y cuántas
me sorprendió contigo el claro día!
¡Qué inspiraciones santas
a tu alta poesía
agradecida debe el alma mía! 75
   El cielo echabas menos,
como si antes en él morado hubieras,
y países ajenos
te eran estos, ni eras
amigo de las cosas pasajeras, 80
   y por eso, de llanto
despidiendo tus ojos larga vena,
desatabas el canto
de la «Noche serena»
para engañar así tu santa pena; 85
   o aquel donde interpretas
el ansia ardiente a tu Rüiz amado
de saber las secretas
leyes de lo creado;
o el que declara tu éxtasis sagrado, 90
   cuando, de tu Salinas
por la inspirada diestra gobernadas,
sonaban las divinas
músicas extremadas,
cual las que oyen las célicas moradas. 95
   Suspiros son continos
de quien del mundo en la prisión no cabe,
son lastimeros trinos
de dulce canora ave
que encierra en breve cárcel dura llave. 100
   También yo mis pesares
aliviar suelo si, pensando cuerdo,
hallo que son mis lares
otros cuyo recuerdo,
aunque antiguo, jamás del todo pierdo. 105
   Y, aunque afectos mundanos
me rigen, y son paro devaneo
mis pensamientos vanos,
también en mí el deseo
arde de contemplar lo que no veo. 110
   Y a las veces del cielo
me poseen vivísimos antojos,
y nada aquí en el suelo
ven entonces mis ojos,
que no me sea lágrimas y enojos. 115

1858.               



ArribaAbajo

A mi patria



                           De adverso signo mi existencia es hija:
o de naturaleza, o de fortuna,
¿qué fiero mal habrá que no me aflija?
Yo a mi padre perdí desde la cuna.
   Mi esquiva fiera condición, que en vano 5
quise vencer con imposible hazaña,
me destierra del dulce trato humano,
y del amor y la amistad me extraña.
   En nada logran encontrar remedio
y más y más se aumentan cada día 10
este mi universal profundo tedio
y entrañable genial melancolía.
   Jamás siquiera de placer asomos
a mi triste vivir dieron los cielos;
yo y la Tristeza inseparables somos, 15
y de la misma madre hijos gemelos.
   Misteriosa dolencia antigua y lenta,
que combatió la ciencia vanamente,
sin cesar me consume y atormenta,
y ni me mata ni vivir consiente. 20
   Ausente me ha tenido el crüel hado
la mitad casi de mi triste vida
del patrio suelo y del materno lado,
que ni un instante mi cariño olvida.
   La negra Envidia con traición me acecha; 25
y bañadas del Orco en el veneno,
la Calumnia feroz flecha tras flecha
lanzando está contra mi inerme seno.
   Y aunque me veis en juveniles años,
anticipada la experiencia amarga, 30
padecí más crüeles desengaños
que contar puede la vejez más larga.
   Y aún me falta tal vez el solo escudo
que me abroquela el combatido pecho,
pues humillado de mi ingenio dudo, 35
y del orgullo la ilusión sospecho.
   Y otra desgracia el corazón me abruma,
mas que todas fatal, extraña y grave,
que no puede al papel confiar la pluma
ni al viento el labio, y que ninguno sabe. 40
   Y mi ardiente aprensiva fantasía,
cual si de males muchedumbre tanta
no bastase, los dobla todavía,
y los prolonga todos y adelanta.
   Mas tantas penas que me afligen, nada 45
son comparadas al dolor de verte
tan infeliz, oh patria, y humillada,
y al punto no poder cambiar tu suerte.
   Sí, son los tuyos mis mayores males;
y si fuerte y dichosa y grande fueras, 50
los que a mí solo tocan, aunque tales,
sonrïendo mirara cual quimeras.
   Por ti a quien para ti sin fruto adoro,
mi sangre toda en hiel trueca la ira,
y me deshace la piedad en lloro, 55
y hasta turbada mi razón delira.
   Tú el pensamiento eterno de mis días,
y tú el desvelo de mis noches eres,
tú el más dulce placer me amargarías,
si posibles me fueran los placeres. 60
   Y héroe quisiera ser por ti romano,
y dejando el laúd que en vano agrada,
en tu defensa armar la fuerte mano
con la triunfante salvadora espada.
   Y en mi extremo amoroso desatino 65
de un dios a veces el poder anhelo
para cambiar la faz de tu destino
y hacerte reina del inmenso suelo.
   ¡Ah! ¡con mi sangre toda merecerte
pudiera al menos la piedad divina, 70
y como Curcio a Roma, con mi muerte
salvarte, oh patria, de inminente ruina!

1858.               



ArribaAbajo

A la música



                           Noble arte a quien la palma
otro arte en vano disputar procura,
por ti se engolfa mi alma
en un piélago inmenso de dulzura,
de donde no volviera 5
jamás a la tristísima ribera;
   mas antes, continuando
su viaje venturoso en presto vuelo
por piélago tan blando,
al fin llegara del distante cielo 10
a tranquila ensenada,
y en ella hiciera su inmortal morada.
   Tú manejas las llaves,
tú los senos más íntimos conoces
del corazón; tú sabes 15
templar mis penas y exaltar mis goces;
y si con vez frecuente
abres del lloro la profunda fuente,
   las gotas de mi llanto
mi faz refrescan, de dulzura llenas, 20
como rocío santo;
y si tal vez al corazón das penas,
no hay placer ni alegría
que más me halague que la pena mía.
   Apenas tu primera 25
nota me hiere, me transformo y mudo
todo yo en tal manera,
que soy otro hombre que espantarse pudo
con tu sin par hechizo,
maga divina, de lo que antes hizo. 30
   Como después me espanto
de lo que sentir me hizo tu inflüencia,
tu inflüencia que tanto
a mí mismo de mí me diferencia,
y aspecto tan diverso 35
a la vida le da y al universo.
                           Desdén cobra al pecado
mi alma, y de los suyos se arrepiente
por ti, y menospreciado
es de ella el metal vil que ansía la gente; 40
los deleites le apocas
y las mundanas diversiones locas.
   Tú su excelso divino
origen le recuerdas, la celeste
patria de donde vino 45
y a do, dejada la terrena veste,
volver aspira ahora
desde el triste destierro donde mora.
   Por ti desprecio noble
los insultos o halagos de la suerte, 50
y vida siento doble;
miro el martirio impávido y la muerte;
ni ya me son extrañas
de los mayores héroes las hazañas.
   A mi presente estado 55
presta me roba tu virtud amiga;
torna a ser lo pasado,
que con lazo tan fuerte a ti se liga,
que tan viva y fielmente
nada hay que como tú lo represente. 60
   De mis primeros años
las altas ilusiones infinitas
y sublimes engaños
en mi alma desolada resucitas;
mis ambiciones haces 65
y mis proyectos renacer audaces.
   Por ti confiado creo
en la engañosa voz de la Esperanza,
y presume el deseo
que alcanza ya lo que ninguno alcanza, 70
y aún lo imposible quiero,
que fácil me parece y hacedero.
   Clara sublime prueba
de la inmortalidad del alma humana,
que presiente su nueva 75
vida cuando te escucha, y de la arcana
celestïal delicia
mágica le anticipas la primicia.
   Del vivir sobrehumano
sensaciones me das, que gozar fío: 80
mas declarar en vano
procura con afán el labio mío
cuánto en mí puede y cuanto
la fuerza misteriosa de tu encanto.
   Mas ¿qué mucho que hieras 85
nuestras almas así tan hondamente,
si hasta las torpes fieras
sienten todas y entienden tu elocuente,
universal idioma,
que su crueldad nativa amansa y doma? 90
   No es ciego devaneo
ni de griega invención bella mentira,
que de Cadmo, y Orfeo
con el divino canto y con la lira,
fuiste a la estirpe nuestra 95
de la vida civil primer maestra.
   Ni es fábula que el canto
y laúd gemidor abrirle pudo
del sempiterno espanto
la 1óbrega mansión al tracio viudo, 100
haciendo a los precitos
olvidar sus tormentos infinitos;
   Ni que Plutón avaro
volvió al esposo fiel la dulce esposa,
que el aire no vio claro, 105
por inquieta mirada y amorosa,
del Oreo a la salida,
de nuevo y para siempre ya perdida.
   Las selvas y montañas
tuvieron para ti planta y oído; 110
criaturas extrañas
no hay al poder de músico sonido:
el fiero mar serenas
y al raudo río la corriente enfrenas.
   Manjar del alma mía, 115
néctar del corazón, como el beodo
más el licor ansía
mientras le bebe más, del propio modo
mi deleitado pecho
nunca de ti se siente satisfecho. 120
   Mas, aunque la dulzura
cese de tus acentos, no te pierdo,
pues en mi pecho dura
el celeste placer de tu recuerdo,
y sigue tu eco blando 125
en el fondo del alma susurrando.
   Cual santo monje, absorto
en éxtasis divino, a quien el día
es un instante corto,
tal yo la larga sucesión tardía 130
de las horas no siento,
y huyen (8) mis días cual fugaz momento.
   Y «si así en este globo
la música suspende y da consuelo,
clamo luego en mi arrobo, 135
¡Ah! ¿cuál sera la música del cielo;
y la angélica orquesta
que alegra del Señor la eterna fiesta?
»Y si tanto un concento
de Mozart o Rossini me extasía, 140
dime, oh mi pensamiento,
¿cuál te finges aquella melodía
que, como mar sonora,
hinche el alcázar que el Eterno mora?»
   Tú, Música, el ambiente 145
eres que allí respira el labio santo,
y de esa noble gente
es el idioma natural el canto;
pues sólo tus acentos
expresarán tan altos pensamientos. 150
   No allí cada voz rota
suena, cual en mortal idioma muerto,
mas es viviente nota
de melodioso universal concierto
que en consonancia plena 155
por la feliz eternidad resuena.
   ¡Ah! cuando llegue el fijo
plazo fatal que a mi vivir espera,
y el santo crucifijo
levanten a mi triste cabecera 160
sacras piadosas manos,
y lloren junto a mí madre y hermanos;
   en tan terrible trance,
cumplido logre este postrer anhelo!
Tu acento oír yo alcance 165
cual dulce voz con que me llame el cielo,
para que de la vida
con menos sentimiento me despida.

1858.               



ArribaAbajo

A mi madre



                           Como en la dura guerra
del océano y huracán tonante,
recuerda el navegante
el quieto asilo de la dulce tierra;
tal yo, madre querida, 5
sola dulzura de mi triste vida,
en este mar tempestüoso, inmenso
de tedio y amargura,
me vuelvo a ti y en tu cariño pienso,
como en puerto de amor y de ventura. 10
   Y cuando más la pena me castiga,
t al peso del tormento
parece que se rinde el sufrimiento:
¡Ay! ¿dónde, dónde estás, mi única amiga,
exclamo gemebundo, 15
que a tu Clemente a consolar no vienes,
tú que eres para mí todo en el mundo
y cifras para mí todos sus bienes?
Tú que eres de mi suerte en los rigores
padre, amigos y amores, 20
pues de todo me tiene despojado
la fiereza del hado.
¿Adónde, adónde estás, para contarte
mis desventuras mil parte por parte?
Que mal podré, si a ti no lo confío, 25
confiar a nadie el sentimiento mío;
y años ha que me dijo la experiencia
que no hay quien del que sufre, con espanto
y presurosa planta no se aleje,
cual católica turba del hereje 30
a quien persigue el anatema santo.
   Mas tú que eres mi madre,
que con ojos serenos
nunca pudiste oír malos ajenos,
que de dolor larga experiencia has hecho, 35
y a quien no hay alabanza que no cuadre
por tu sensible generoso pecho,
leerás sin hastío
los tristísimos versos que te envío
desde el lejano suelo donde moro; 40
antes los regará tu ardiente lloro,
y mirarme quisieras a tu lado
para darme el consuelo demandado,
y a mi lloroso rostro dulce abrigo
dar en tu seno amigo; 45
como allá en mis niñeces
cuando, en tu ausencia maltratado a veces,
a tu encuentro llorando veloz iba
a decirte mi agravio;
y tú me consolabas compasiva, 50
y mi oído halagabas con aquesos
dulces acentos de sin par terneza,
que sólo al dulce labio
de una madre enseñó naturaleza,
y mil me dabas regalados besos. 55
   Nací, y aún me arrullaban en la cuna,
cuando a mi padre me robó la fiera
enemiga Fortuna,
cual si darme a entender así quisiera
que a tan triste partida 60
correspondiera el viaje de mi vida.
   ¡Ay! madre, y el deceno
año apenas cumplí, cuando el malvado
destino me arrancó a tu dulce lado,
levándome a distante suelo ajeno! 65
Hoy es, y aún a recordar me aflijo
que, sin decir adiós a tu pobre hijo
ni estrecharle a tu seno,
del bajel con secreto te partiste,
temiendo el trance de un adiós tan triste. 70
¡Cuánto con voces, cuánto
no te llamé con alarido y llanto,
al verte de repente en la barquilla
que tornaba a la orilla,
el lloroso semblante 75
cubriendo, oh madre, con tu blanco lienzo!
Y en tanto la ligera resonante
nave iba ya rozando; San Lorenzo
pronto pasó, doblando su carrera;
y yo que contemplaba con ansiosa 80
vista la costa, al fin no vi do quiera
sino el cielo y la mar espacïosa.
   ¡Cuál entonces quedé, al pensar que a un tiempo
de mi madre y mi patria me alejaba!
¡Cuánto apuró de aquella doble ausencia 85
el profundo pesar! a mi presencia
la extraña gente, con mi llanto pía,
con blanda mano hiriéndome la frente,
«¡pobre niño, decía,
que de su dulce madre vive ausente!» 90
De pueril turba juguetona y leda
la bulliciosa rueda
abandonar usaba de repente;
y a llorar me apartaba,
a llorar sin consuelo, 95
que tu recuerdo y el del patrio suelo
súbito me asaltaba;
y recordaba los felices días
cuando en la tarde ociosa,
en el abierto corredor sentada, 100
jugar con mis hermanos me veías.
Y un lustro que duró tal pesadumbre
el estar triste y solo hizo costumbre
de sociedad esquivo
y taciturno siempre y pensativo; 105
pasó ya la tristeza
a ser naturaleza,
y la melancolía más profunda
de entonces fue mi condición segunda.
   Di al fin la vuelta a mi país nativo, 110
y de mi vida el júbilo más vivo,
que, en descuento de tantas aflicciones,
darme quiso la suerte,
fue el de volver, tras de la ausencia, a verte:
¿Quién dirá la dulzura de ese instante, 115
del largo abrazo estrecho
en que a tu pecho confundí mi pecho
y junté mi semblante a tu semblante;
y uno y otro deshecho
en dulcísimo llanto de alegría, 120
nada más murmuraron nuestros labios
que «hijo de mis entrañas», «madre mïa»?
   Y cuando de la patria la dulzura
y el amor de la familia y tu cuidado
a templar empezaban mi tristura, 125
de la vida en la más secreta fuente
me hirió con cruda saña
enfermedad extraña
que a la tumba me arrastra lentamente;
pues a tornarme la salud primera 130
vana la ciencia fue, como fue vano
de Lima la perenne primavera
abandonar por climas donde eterno
extrema sus rigores el invierno.
Mas con el dulce engaño 135
siempre me ha lisonjeado la Esperanza
de que, al nacer cada año,
le saludara mi feliz mudanza:
¡Ay! que los años huyen, y ya el quinto
empezó no distinto 140
para mí de sus tristes compañeros;
y otros tras él sucederán ligeros,
sin que ninguno en su fatal hüida,
me deje o traiga la salud perdida.
   Pero tales congojas, y mayores, 145
paciente tolerase, si pudiera
pábulo dar a mi afición innata
al arte que con voces por colores
creación retrata;
pero mi mal lo veda inexorable, 150
y, si sus leyes obstinado quiebro,
agudísima espada
atravesar parece mi cerebro,
envuelta en parda nube la mirada,
llenos de sordo estruendo los oídos, 155
y turbadas potencias sentidos:
tanto que pueden, dulce madre, apenas,
poetizando mis extrañas penas
y destino tirano,
idear la mente y escribir la mano 160
estos que a ti dedico versos rudos,
de primor y elegancia tan desnudos.
   Para mayor tormento, se imagina
donde quiera consuelos y divina
felicidad mi arrebatada mente, 165
que fácil se afervora y alucina,
y es en todo por ella divisada
la dicha que jamás encuentra en nada.
Como goloso infante, viendo henchido
de licor rubio el cristalino vaso 170
que de su audaz inquieta mano acaso
al alcance dejó servil olvido;
si engañado le coge y bebe ansioso,
en lugar de la miel apetecida
que imaginó gustar, gusta rabioso 175
el sabor de amarguísima bebida,
destinada al provecho
de enfermo preso en congojoso lecho;
tal engañada el alma, halla tan sólo
un sinsabor donde creyó un contento; 180
y aunque padece sin cesar el dolo
de suerte mofadora,
dolores no le excusa el escarmiento,
y en cada día un desengaño llora.
   Y ¡siempre así será! ¿de la ventura 185
nunca veré el semblante?
Y desde que del sol la lumbre pura
mis ojos alumbró hasta que en oscura
eterna sombra se hundan y alto sueño,
¿no habré de ser feliz ni un sólo instante? 190
¿Perenne desamor es mi destino?
¿Eterna soledad es mi camino?
¡Ay! tú mi adiós postrero
sola recibirás, si ya no muero,
para mi mayor daño, 195
de ti distante y en país extraño;
y solitario partiré del mundo,
cual de grande ciudad triste extranjero
parte, sin que de nadie se despida,
ni brazos le den fieles 200
el abrazo postrer de la partida
de su breve morada en los dinteles,
ni el usado lenguaje
de labio alguno amigo
oiga, que del vïaje 205
como augurio feliz lleve consigo.
   ¡Cuántas veces, como él, solo me alejo
de alguna gran metrópoli europea,
y en largo lloro mis mejillas baño,
al ver que a otras ciudades me encamino 210
donde nadie me espera ni desea,
donde será, como en aquélla, extraño
el triste peregrino!
Y este viaje que ignora
dulce saludo y tierna despedida 220
es una imagen fiel y dolorosa
del viaje solitario de mi vida.
   Mas no me niegue el hado
siquiera este consuelo
de morir en mi patria y a tu lado, 225
y en el regazo amado
donde durmió mil veces pequeñuelo,
incline tu hijo y hunda
su pálida cabeza moribunda.
   Cuando, en muerte próxima y temprana, 230
en la vecina iglesia triste doble
de los agonizantes la campana; inmoble
cuando sin alma esté mi cuerpo
y cual cera amarillo;
cuando, al sonoro impulso del martillo 235
el postrer clavo mi ataúd taladre;
cuando por fin con indolente priesa
escondan mi cadáver en la huesa;
me llorarás tú solamente, madre.

1858.               



ArribaAbajo

Tristeza de Lauro



                           «Es tal mi tristeza
y melancolía,
la afición al llanto
en mí es tan nacida,
que, aunque he padecido 5
mil penas prolijas,
padecer quisiera
aún mas todavía:
trabajos de aquellos
que al mundo lastiman, 10
extrañas miserias,
grandes, inauditas,
por que se emplease
la tristeza mía,
que objeto hoy no tiene 15
bastante, en sentirlas,
y estarlas llorando
de noche y de día:
a Orestes, a Edipo,
a Job tengo envidia, 20
al famoso Hebreo
que siempre camina,
y a cuantos pasaron
tremendas desdichas:
y, así como algunos 25
al laurel aspiran
entre los guerreros
que el clarín publica
de la Fama, y otros
entre los artistas, 30
o entre los que pulsan
melodiosa lira;
así yo deseo
con ansia encendida,
merecer la gloria 35
y alta nombradía
del más desgraciado
varón cuyas cuitas
relatan historias
modernas y antiguas 40
   «Bien sé que es locura
esta conocida,
ni dudo que a muchos
parezca mentira;
mas no está en mi mano, 45
y es vana porfía
querer que se cambie
mi condición misma:
porque siempre extraña
me fue la alegría, 50
ni a mi alma se amolda
como su enemiga;
triste por esencia,
cual nuestra raza india,
soy; todo lo alegre 55
me cansa y hastía,
y solo en lo triste
hallo mis delicias.»
   Esto muchas veces
Lauro me decía, 60
el hombre más triste
que traté en mi vida,
en quien la tristeza
pasaba a manía,
y aun era corpórea 65
dolencia prolija,
que en su abril lozano
sepultó sus días.

1858.               



ArribaAbajo

Al sueño



                           ¿Por qué, citando con voz mas dolorosa
en llamarte me empeño,
mientras la inmensa creación reposa,
de mis cansados ojos más te alejas,
hijo de la tranquila Noche umbrosa, 5
blando, plácido Sueño?
¿Por qué tan sólo a mis dolientes quejas
negando oído, a los vivientes todos
en profunda quietud sumidos dejas,
de tu licor dulcísimo beodos? 10
¿Por qué, por qué no vienes
con ala lisonjera
a cobijar mi ardiente cabecera
y a refrescar mis abrasadas sienes?
Harto estoy de la vida, cuyo peso 15
mis fuerzas vence con inmenso exceso;
ven, pasajera muerte,
y en tu hondo seno dándome acogida,
el alma torna vigorosa y fuerte
para volver o recibir la vida. 20
   A todos nos igualas
bajo la sombra de tus negras alas,
y espíritus extraños
a la ventura no hay de tus engaños;
el triste amante sueña 25
que, grata y halagüeña,
paga su ardiente llama
la hermosa que despierto le desama;
libre se sueña el que suspira preso
en calabozo lóbrego y profundo; 30
poseer imagina el vil mendigo
de Midas los tesoros y de Creso,
y dueño ser y emperador del mundo;
en su patria se sueña el desterrado,
de su consorte al lado 35
y entre los brazos de su fiel familia:
mas, mientras, gracias a tu error piadoso,
es cada desgraciado
el curso de una noche, venturoso,
yo tan solo, en durísima vigilia, 40
siento crecer en las nocturnas horas
mis ansias y congojas veladoras.
   Ve y lleva mi desvelo al centinela
que, sin salir del puesto,
al crudo hielo de la noche vela, 45
llevando al hombro su fusil molesto;
o al que en el mar oscuro, de la nave
donde cien vidas en tus brazos yacen,
el timón rige a solas,
y ya a tu halago resistir no sabe, 50
pues hasta el ronco arrullo de las olas
a saborear le brinda
el licor de tus blandas amapolas;
o a la humilde doncella, que, aunque linda,
guarda la flor de su pureza, y gana 55
el pan escaso de su madre anciana,
moviendo diligente hasta la aurora
la aguja voladora;
o a la viuda casta,
que, como a su, trabajo el sol no basta, 60
es bien que tu ley viole
para sustento, de su tierna prole,
y en su santa tarea
también las horas de la noche emplea.
De estos y de otros tales, 65
a quienes el deber o la enemiga
pobreza suma a desvelarse obliga,
dame el reposo y mi desvelo dales.
   Apiádate de mí, que a moribundo
en la congoja que me aflige copio, 70
y dejándome henchido de tu opio
largo reposo envíame y profundo;
que si favor tan alto me concedes
y repites constante tus mercedes,
coronas de tus flores 75
mi agradecida mano a tus altares
suspenderá a millares,
y extenderá mi lira tus loores.
   ¿Cuándo será que, cual beldad ingrata,
no huyas de aquel que te convida y ruega, 80
ni a cuantos te rechazan diligentes
sities, halagues, tientes,
hasta quedar de sus sentidos dueño?
¿por qué te muestras tan crüel y esquivo
a mí que tanto te codicio, sueño, 85
y tan dulce placer de ti recibo?
Mas ¿cómo desëoso
no viviré de tu feliz reposo,
si, como cuando vivo,
de alma y cuerpo a la vez no gimo enfermo 90
cuando en tus brazos amorosos duermo?
   Siempre anhelado llegas: ora seas,
sin visiones ni ideas,
hondo desmayo, como
el sueño eterno de pesado plomo 95
que en el sepulcro dormiremos; ora
te acompañe de ensueños voladores
la turba, encantadora,
tejiendo danzas y regando flores.
Tu a las riberas de mi patrio río, 100
por sobre montes e interpuestos mares,
me llevas blando y pío;
por ti penetro mis remotos lares,
y a mi madre querida
mis dulces hermanos reunido, 105
La doméstica vida
ufano vivo en mi dichoso nido.
   Por ti tal vez visito
una región tan bella como el cielo,
en la cual hallar suelo 110
con júbilo infinito
dulces seres amados
por muerte o por distancia separados,
y en hermanable sociedad con ellos
hallo otros puros nunca vistos seres, 115
tan divinos y bellos,
que dejan de ser bellas a su lado
las terrenas mujeres.
Goce pues ya de nuevo dicha tanta,
y de este triste valle 120
a mi dichoso cielo me levanta
do mis ausentes y difuntos halle.
Mas, cuanto más te llama mi gemido,
más apartas de mí tu raudo vuelo,
y el encendido anhelo 125
con que a venir en vano te convido
más exacerba mi tenaz desvelo.
   Depón al cabo tu crueldad avara,
dolido de mis cuitas,
excelso dios, que con potente vara 130
al cansado mortal tornas difunto,
y cual mago después le resucitas:
vénzate al fin mi ruego: ven al punto,
que del reloj vecino el suspendido
y dilatado golpe sonoroso 135
cuatro veces hirió mi atento oído;
y si más tu reposo
en venir se demora
a mi rendido pecho,
habré de abandonar el triste lecho, 140
duro potro sin ti, cuando el brillante
tálamo deje la rosada Aurora,
sin merecer siquiera
tan sólo breve instante
disfrutar de tu blanda adormidera. 145


ArribaAbajo

A Elena



                           ¡Cuán vivamente anhelo
contigo hallarme a solas, sin testigo!
Mas apenas ¡ay cielo!
un instante consigo
quedarme solo faz a faz contigo; 5
   Súbitamente olvido
¡cuanto decirte mi pasión quería;
en lánguido gemido
fenece la voz mía;
y tú me ves indiferente y fría! 10
   Empaña negra nube
mis ojos, con tu luz deslumbradora;
ora a mi rostro sube
roja vergüenza, y ora
amarillez de muerte lo colora; 15
   Me ahoga la congoja;
tiemblo como del cierzo a los furores
tiembla la débil hoja,
o cual las leves flores
se doblan en los tallos tembladores. 20
   A compasión mi estado
te ha de mover o a risa: ¡trance impío!
y maldiciendo airado
el poco valor mío,
confuso de tu lado me desvío. 25
   De mi amoroso fuego
por señales clarísimas testigo,
si con la voz lo niego,
búrlase algún amigo
porque nunca cobarde te lo digo. 30
   Cual suele, lo murmura
hasta la extraña maliciosa gente:
   mi amorosa locura
a todos es patente:
Tú, su causa, la ignoras solamente. 35
   o si la sabes, muestra
tu indiferente rostro que la ignoras:
¿No sintió ayer tu diestra
mis manos tembladoras?
¿No habla de amor mi faz a todas horas? 40
   ¿Harto no te declara
mi palidez y súbitos sonrojos?
Aunque la voz callara,
¿no dije mis enojos
con el idioma mudo de los ojos? 45
   Hermoso ramillete,
matizado de vívidos colores,
fue tal vez el billete
donde escribí con flores
la vana confesión de mis amores. 50
   ¡Y en sus alas ligeras
usurpándome glorias y alegrías,
sin que entenderme quieras,
huyendo van los días
que tú encantarme con tu amor podrías! 55

1858.               



ArribaAbajo

A una viuda



                           En su gruta la fiera, y en su nido
reposa el ave; yace el mar sin olas;
vierte el Sueño do quier sus amapolas
y de los males el sabroso olvido.
   Pero, por más que asalte tu sentido, 5
cerrar no logra tus pupilas solas;
tú solamente su precepto violas,
dando al trabajo lo que suyo ha sido.
   Mas de ti vanamente se querella;
con tan crecida prole, sin esposo, 10
es bien que veles sin cesar por ella;
   y el insomnio prefieras al reposo
con que, viéndote aún joven y bella,
te convida opulento voluptuoso.


ArribaAbajo

A Dios



                                                 I
   Despierta, y apercibe
la llama toda que en tu pecho vive;
tu esfuerzo dobla y tu valor, oh Musa,
por que con canto más sublime y grave
Hoy a cantar a tu Señor te atrevas: 5
¡Quién a mi labio enseña voces nuevas
dignas de su poder, con que le alabe,
y cantos no escuchados todavía!
¡Quién en su vuelo audaz venciendo al ave
que mas lejos se encumbra 10
del cielo azul por la infinita vía,
y, atrás dejando la inflamada esfera
del alto luminar que nos alumbra,
en Sión parara la veloz carrera,
y, oyendo allí a los célicos cantores, 15
del Eterno aprendiera los loores!
   O ¡quién hay que la cítara me preste
con que el real profeta
las obras del Señor magnificaba
en número celeste, 20
que de igualar soberbio no se alaba
osado acento de mortal poeta,
por que también mi verso
magnificar pudiera tu universo!
   Pero ¿cuál, entre tantas que mis ojos 25
miran, competidoras maravillas,
hijas, Señor, de tu creadora mano,
celebrará mi labio la primera?
¿Retrataré el vastísimo Océano,
que ya lame tranquilo sus orillas, 30
ya se hincha y se revuelve y ruge insano,
amagando cubrir la tierra entera?
¡Inútil amenaza! ¡vano miedo!
que, como de diamante alta barrera,
bien le aprisiona la invencible raya 35
que tu potente dedo
a sus furores señaló en la playa.
   Y ¿qué inmenso guarismo
abarcar jamás pudo
el escamoso mudo 40
vulgo que habita su insondable abismo?
desde el pintado pececillo leve
hasta el tremendo Leviatán gigante,
a viviente navío semejante
o a isla que se mueve: 45
arde, a su paso, el piélago, y se altera
como hirviente caldera,
y en riza espuma se dilata cano
como la cabellera de un anciano.
   ¡Cuán sublime la mar! ¡Cuál, a su abierta 50
ancha llanura, en términos incierta,
de tu inefable inmensidad, Dios mío
el sin igual concepto se despierta!
Y siempre que del puerto me arrebata
el vuelo del alígero navío, 55
cuando derrama su creciente velo
la vasta lejanía, y por doquiera
me circunda la doble
azul inmensidad de mar y cielo;
el interior reposo 60
¿Quién describir pudiera
y el hondo sentimiento misterioso
de que me siento todo poseído?
Pues entonces, Señor, en tu recuerdo
cual pez en ancho piélago, me pierdo, 65
y del mundo y de mí me ocupa olvido.
   ¡Quién como tú, Señor! pues, aunque sea
grande y ancha la mar a maravilla,
entre sus playas cabe;
y toda entorno mídela y pasea 70
el hombre osado con la aguda quilla
de leve frágil nave,
que a su ribera aborda más remota;
mas en tu inmensa idea,
Océano sin fondo y sin orilla, 75
con quien es breve gota
el anchuroso reino de Neptuno,
naufraga del pensar la navecilla.
   Mas ¿de qué material tu mano labra,
Señor, tales portentos? De ninguno 80
has menester: fecunda tu palabra
el seno oscuro de la Nada inerte,
que de su seno vierte
mundos tras mundos, hasta
que sonar oiga tu imperioso basta. 85
Como, al soplo del viento,
saltan sin cuento mínimas centellas
de las ardientes brasas,
así a tu soplo el vasto firmamento
se tachonó de estrellas 90
y fulgentes luceros que no tasas.
   Con ellos en el sol creó tu diestra
tu más sublime espléndido traslado,
que a nuestros ojos hechizados muestra
de tus divinas obras la armonía; 95
alma, vida, placer de lo criado.
Y la luna creó, del sol hermana,
quieta callada lámpara nocturna,
que en alumbrar la humana
mansión terrena con su hermano turna: 100
al caminante grata
y a triste solitario peregrino,
que, en nocturno camino,
su hermosa faz de plata
sin cesar considera, 105
y la juzga celeste compañera.
¡De arrobo cuántas horas y consuelo
mi corazón la debe!
¡Cuánto mirarla pláceme sin velo,
de la mitad del cielo enseñoreada, 110
vistiendo el llano con su luz de nieve,
y derramando luminoso hielo
que penetra hasta lo íntimo del alma
y del día el ardor serena y calma!
                         II
   Y así como crear no fue tarea 115
para tu omnipotencia descansada
y bastar pudo de tu labio un sea
para que el mundo fuese,
así fuerza será que de la nada
al hondo seno maternal regrese, 120
cuando falte decir fuere tu agrado;
pues sólo tu querer omnipotente
lo creado sustenta eternamente,
y dél el universo esta colgado.
   Como mirar entretenido suelo 125
vano aéreo palacio
que tal vez el acaso caprichoso
edifica de nubes en el cielo,
y repentino viento en breve espacio
lo deshace veloz y desordena; 130
o cual frágil arena
con que levanta torres un infante
que derriba su mano en el instante,
así tú el día del final jüicio
del orbe destruirás el edificio. 135
   Pestes y hambres serán, y universales
asoladoras guerras,
de tan tremendo día las señales;
y, cubriéndose sol y estrellas puras,
se quedará la Creación a oscuras; 140
sus olas empinando como sierras,
tan horrendos bramidos
levantará la mar embravecida,
que de pueblos distantes
con espanto mortal serán oídos, 145
y al fin los lindes le darán salida
que no salvaron sus furores antes;
y, en continuo vaivén, de polo a polo
el globo temblará como un navío
en mar airada que alborota Eolo; 150
y todo habrá de ser horror y asombros,
hasta que aquel que aquí profetizolo
baje en toda su gloria y poderío
del incendiado mundo a los escombros,
a juzgar a los vivos y a los muertos, 155
con la trompeta del querub despiertos.
¿Quién entonces podrá del juez augusto
sin mortales desmayos
el rostro contemplar? de sus giradas
iracundas miradas 160
¿Quién resistir los deslumbrantes rayos?
A su presencia temblara hasta el justo
cuya vida jamás manchó pecado,
y el mártir temblará, de espanto lleno;
y, si aun él temblará, ¿cuál del malvado 165
habrá de ser la confusión y susto,
cuando a é1 se vuelva tu furor y le hable
de aquella voz el espantoso trueno,
y le lance tu fallo inapelable
al vengador abismo, cuyas puertas 170
jamás serán por tu perdón abiertas?
   Mas, mientras llega el postrimero día,
de tus justicias el rigor tremendo
tal vez recuerdos suyos nos envía:
como cuando al ruinoso terremoto 175
mandas, que desalado de repente
llega con sordo subterráneo estruendo,
cubriendo el alma de pavor ignoto:
el suelo como el mar se hunde y levanta;
el polvo entenebrece el aire todo; 180
de la cima a la planta,
cual gigante beodo,
tiembla y vacila la encumbrada torre;
huye del muro y suspendido techo
y a las plazas y campos rauda corre, 185
en confuso tropel, la triste gente,
que, de espanto amarilla,
y con rápida mano hiriendo el pecho,
dobla en tierra la trémula rodilla:
   O como cuando sueles 190
recorrer los espacios celestiales
en tu ligero reluciente coche
que arrebatan sonantes vendavales,
tus alados prestísimos corceles.
En repentina noche 195
cambiar se mira el refulgente día;
sordo retumba cual cañón el trueno,
los relámpagos brillan cual espadas;
rasga el cielo y vacía
sus hondas cataratas; guarda el seno 200
de la tierra a las fieras espantadas;
mira el villano, de defensa ajeno,
anegadas, deshechas
las futuras cosechas,
que cual presentes la esperanza goza, 210
mientras el techo frágil y pajizo
de su desnuda choza
apedrean las nubes con granizo.
Mas, deponiendo tu irritado ceño,
con la luz nos devuelves la esperanza, 215
y en los aires descoges el risueño
arco listado de colores siete,
que, recordando la feliz alianza
que con Noé ya hiciste, nos promete
que nunca otro segundo 220
diluvio de agua ha de inundar el mundo.
                         III
   Tuya es, Señor, la tarde,
cuando, al tocar la cotidiana meta,
entre las olas arde
el rojo disco del mayor planeta: 225
entonces de la sacra Ave María
la lenta melancólica campana
llorar parece el moribundo día;
cesa el duro trabajo, y al reposo
se da y al suello la familia humana, 230
y queda el orbe oscuro y silencioso:
tuya es también la aurora,
cuando del sueño el mundo resucita
y el santo bronce con su voz sonora
el hombre llama a tu mansión bendita, 235
a darte humildes gracias en tal hora,
pues en la dulce vida
aún conservarnos bondadoso quieres.
y con nuevo vigor a la faena,
por la pasada noche interrumpida, 240
ya torna cada cual; y do quier suena
el rumor de oficinas y talleres.
   Tú en altos montes nuestro globo elevas,
cual gigante sostén del firmamento,
y ya en valles le bajas y quebradas, 245
por que así con escenas siempre nuevas
y bellezas sin cuento
se deleiten del hombre las miradas;
tú, en las alpestres rocas,
capaces grutas y profundas cuevas 250
abres, cual negras bostezantes bocas:
tú con puro inexhausto licor frío
las hondas fuentes cebas;
por ti nunca de andar se cansa el río
que viaja sin cesar al océano, 255
y nuestra vida rápida retrata;
por ti, cual sierpe de brillante plata,
por el herboso suelo
va jugueteando músico arroyuelo:
Tú das a las montañas 260
marmóreas y metálicas entrañas,
y alta cimera de perenne hielo:
tú cubres de la tierra la ancha espalda
con rico manto de verdor y flores;
tú el rubí leonado y la esmeralda 265
escondes en su seno, y el diamante
que al sol hurta sus claros resplandores,
rey de las otras piedras arrogante;
y cuantas piedras bellas,
uniendo el resplandor a los colores, 270
son rivales en luz de las estrellas
y en los ricos matices de las flores.
   ¿A quién, Señor, sino a tu diestra sola
debe el ave la armónica garganta,
con que hinche de dulzura la arboleda, 275
cuando el alba los cielos arrebola?
Mas al bello pavón, porque no canta,
vistes con fina matizada seda,
y pintas de su cola,
sembrada de ojos mil, la vasta rueda, 280
que se abre cual magnífico abanico
de pedrería salpicado y rico.
Mas, aunque tan hermoso, no presuma
la palma merecer de beldad suma:
al picaflor la ceda, 285
al picaflor que abeja o mariposa
imita por lo breve y, al par de ellas
del néctar se sustenta de las flores,
y en esmaltada pluma
es, como la menor, la más hermosa 290
entre las aves do la tierra bellas.
   Por ti, Señor los euros voladores
el águila soberbia desafía,
que tan veloz hasta los cielos sube,
cual baja el rayo de la negra nube; 300
y a sus felices ojos solamente
su faz deslumbradora
el sol radioso contemplar consiente:
mas ya cedió el imperio de los vientos
al cóndor peruviano; 305
que a la misma región donde tu mano
la menor ave cría,
dar así también sabes
el gigante monarca de las aves.
   Tú armas de agudas astas 310
la frente dura del valiente toro,
a quien provoca el hombre y amenaza
y vence y mata, de la llena plaza
entre el tumulto y aplaudir sonoro;
y entre torcidos cándidos colmillos 315
dobla por ti su dilatada trompa
el enorme elefante,
que, sustentando torres y castillos,
de las bélicas marchas en la pompa,
semeja viva fábrica ambulante. 320
   Das a la hiena temerosos ojos,
en viva sangre rojos;
al viajero camello,
nave de los desiertos, largo cuello,
y breve monte en prominente giba; 325
del tigre y la pantera tus pinceles
pintan a manchas las hermosas pieles;
y a ti debe el león su frente altiva,
y su roja melena,
de su cabeza natural corona 330
que por rey de las fieras le pregona,
y que, airado, sacude y desordena;
y a los roncos rugidos
con que la selva atruena
tiemblan los animales pavoridos. 335
Ligera diste voladora planta
y de ramosa cornamenta el alto
adorno al vividor medroso ciervo,
que de su propia sombra huye y se espanta;
paciencia de que nunca se vio falto 340
en su eterna tarea,
al torpe asno, del hombre humilde siervo,
y valor al caballo y hermosura,
en cuya espalda aquél viaja y pasea,
y le acompaña en la marcial pelea, 345
al freno dócil y a la espuela dura.
¿Mas qué diré del can, entre animales,
de tu bondad clarísimo testigo,
espejo de leales,
del hombre fiel inseparable amigo, 350
y valiente guardián de sus umbrales;
última compañía
del solitario mísero mendigo
y de la noche de sus ojos guía?
   Tu poder y sin par sabiduría 355
resplandecen do quiera; y a porfía,
desde el humilde lirio
que en el valle se oculta hasta el fulgente
astro remoto, y desde el vil insecto
al alado cantor del cielo empíreo, 360
narrándolas están en elocuente
sempiterno pregón todos los seres,
contentos igualmente de tus dones:
mas tales perfecciones
la demás perfecciones de que lleno 365
estás no eclipsa; y, pues no menos eres
que poderoso y sabio, dulce y bueno,
débate mi dolor que escuches pío
la ferviente oración del labio mío.
                         IV
   Los ojos vuelve a mi adorada tierra, 370
mansión antigua de fraterna guerra:
desventurada madre cuyo seno,
como de sierva ruin, hiere y maltrata
la torpe mano de su prole ingrata:
de la Discordia insana pronto freno 375
pon a las iras; el Orgullo loco
e hidrópica Ambición nunca contenta,
a quien la sed el refrigerio aumenta,
en este suelo humilla,
donde la igual República igualmente 380
a todos todo ambicionar consiente;
tu diestra ensalce a la suprema silla
modesto ciudadano
que ame la patria con amor romano.
Con tu ciencia y doctrina 385
nuestros legisladores ilumina,
y santifica con vigor su pecho,
por que del mando injusto
al despótico gusto
no los rinda temor o vil provecho; 390
de parecer se afrente compra y venta
la Justicia avarienta;
no de las mismas manos desleales
en que es mengua mayor tanto delito,
con descaro inaudito 395
presa sean los públicos caudales;
no, como en pueril juego,
cambie de enseña y parte
una vez y otra el seguidor de Marte;
ni, de tu, santa Religión en mengua, 400
destruya tu ministro con su ejemplo
cuanto en el sacro templo
al pueblo predicó su indigna lengua.
   Y, pues fue la familia
el fundamento siempre del Estado, 405
de las mujeres la flaqueza auxilia,
en que de aquélla el peso esta fundado:
no, el lecho conyugal amancillando,
incierta el adulterio haga la prole;
de la virgen sencilla 410
el pudor arrebole
la modesta mejilla
a una sola mirada menos casta;
huya del peligroso galanteo
y vano juego de vulgar Cupido, 415
que la virginidad, del alma gasta
que celoso reclama el Himeneo;
y pueda, esposa, recordar un día
que a un acento amoroso
jamás abrió el oído 420
sino del labio de su dulce esposo.
   No al hijo la materna idolatría
con el regalo engría
que postra el cuerpo y afemina el alma,
ni el exceso enemigo 425
de su ternura impune deje ahora
la falta, de otras mil engendradora
sin el justo benéfico castigo.
Y, si en el labio maternal aduna
la dulce persuasión todo su encanto, 430
inspírele con él desde la cuna
el amor de la patria sacrosanto;
y con las madres de la antigua Esparta
la alabanza comparta,
y aun les gane de fuertes la corona, 435
cada peruana varonil matrona.
   Tú quisiste que grande entre Naciones
la hermosa tierra de los Incas fuera:
¿Mas, di, no la colmaste de tus dones
que otra cualquier región del Nuevo Mundo, 440
y aún de la tierra entera?
¿Claro ingenio no diste a sus varones?
¿El suelo no blasona más fecundo
que el sol en ambos mundos considera?
¿do quier antigua fama no relata 445
que inundó su opulencia el universo
con ríos de oro y piélagos de plata?
¿No la privilegiaste con tesoro
que le tributan de la mar las aves
y cuyo humilde nombre al grave verso 450
veda decir poético decoro?
Mas de tales presentes
y otros mil, A que el labio viene escaso
que contarlos procura, ¿te arrepientes?
¿Cambiarse pudo tu designio acaso? 455
De nuestro llanto y aflicción te apiada,
y compasivo mira
cuán larga edad el peso de tu ira
la dejara a sí sola abandonada:
alárgale, Señor, la diestra fuerte, 460
y del profundo abismo
do la infeliz perece, la levanta;
deja que cumpla la gloriosa suerte,
que le quisiste señalar tú mismo,
al darla dones con largueza tanta. 465
                         V
   Y, si después de haber alzado el ruego
por la patria infeliz, sin desacato
me es dado por mí propio alzarlo luego,
de la muerte, Señor, vivo retrato
mírame, cuando apenas 470
de la mitad primera me despido
del lustro quinto de mi vida; grato
tiempo para otros, al amor debido,
mas, como la vejez, lleno de penas
para el que lento mal mina y devora: 475
de Hipócrates al arte
demandé en vano mi remedio; en vano
Lisonjera esperanza engañadora
me hizo surcar el húmedo océano;
ni así consigo que de mí se aparte 480
mi extraño mal; para tornarme sano,
dame tu voluntad, sola bebida
que me pudiera devolver la vida.
   Baje a mis preces tu piedad su oído,
y la salud infúndame tu aliento; 485
mas que para mí propio y mi contento,
para mi cara patria te la pido.
No me dejes morir tierno mancebo
que nada hacer en su provecho pudo,
y en mí, robusto pon un hombre nuevo, 490
que en juventud activa
para el servicio de la patria viva.
   Bien sé que estás, Señor, de mí ofendido,
y son tan numerosos mis pecados,
vuelta en naturaleza la costumbre, 495
que es fuerza que en el seno del olvido
los sepulte su misma muchedumbre;
mas ¿qué gran pecador que, arrepentido,
a ti volviera, halló jamás cerrados
los brazos que en el áspero madero 500
abriste a recibir al mundo entero?

1858.               



ArribaAbajo

Noche serena en el mar



                           A que admires extático conmigo
de estiva noche la beldad extraña,
con presta planta sube
al techo de la nave, dulce amigo:
en la mitad del cielo, que no empaña 5
la más delgada transparente nube,
brilla la blanca luna,
y en la mar que parece ancha laguna,
por sosegada y lisa,
mayor su rostro copia; fresca brisa 10
roza apenas la faz, pura y suave,
como el húmedo aliento de la noche;
ondas divide la sonante nave
con ruedas que alzan espumosa nieve,
como marino gigantesco coche 15
que sin caballos por el mar se mueve.
Al ver tan s o mar y firmamento
que limitan a vista por do quiera,
¿no sientes dilatarse tu alma, dime,
y henchirse del profundo sentimiento 20
que engendran lo infinito y lo sublime?
¿De tu pocho no huyó la pena fiera
con que tu corazón en tierra gime?
de nuestra móvil casa de madera,
apenas el vaivén la planta siente: 25
¡Tan rauda a un tiempo y blanda
sobre las olas adormidas anda!
Aquí pues, platicando suavemente,
nos halle el nuevo día
en dulce compañía, 30
que a desdeñar del sueño
el reposo halagüeño
la noche nos convida,
por mirar su hermosura esclarecida;
y aún ser puede que en noche tan serena, 35
según relatan los parleros viejos
marineros, oigamos a lo lejos
el canto dilatado en el espacio
de la dulce Sirena,
que del divino son con la cadena 40
llevar nos quiera a su húmedo palacio.

1858.               



ArribaAbajo

A Clorinda



                           Siempre que miro, Clorinda,
tu hermosura, te cotejo
con el indio tominejo,
por lo pequeña y lo linda:
   por su pequeñez graciosa, 5
entre las flores semeja,
aún más que pájaro, abeja
o brillante mariposa.
   Es su pico fina aguja,
dos puntos sus ojos son; 10
mas con tanta perfección
el Creador la dibuja,
   que en hermosura rival
no conoce esta avecilla,
y a su plumaje se humilla 15
el soberbio pavo real.
   Hermosura tan extrema
adorna al pájaro mosca,
que fuera sin lustre y tosca
joya de imperial diadema, 20
   que innumerable caudal
a su noble dueño cuesta,
comparada con aquesta
viva joya natural,
   do las plumas verdes, gualdas, 25
azules y carmesíes,
topacios son y rubíes
y zafiros y esmeraldas.
   Se esmeró Natura en ella,
y juzgar así se debe 30
que sólo la hizo tan breve
para formarla, más bella.
   Pues, si en el ave menor
ostentó su mejor obra,
a la que en belleza sobra 35
lo que le falta en grandor,
   no te pese no ser alta,
oh graciosa criatura,
si te sobra en hermosura
lo que en tamaño te falta. 40

1858.               



ArribaAbajo

Retrato de Elena



                           ¿Dónde, Elena, en qué parte
del tan vario universo,
hallar podrá mi verso
bellezas a que pueda asemejarte?
¿Con qué esfuerzo del numen o del arte 5
acertaré a formar tu fiel traslado?
Entre imágenes tantas que, de aquellos
y estos objetos bellos
que ofrece a los sentidos lo creado,
en sus inmensos senos cada día 10
la memoria riquísima atesora,
¿Cuál tan sublime imagen y tan pura
elegirá la amante fantasía,
para pintar ahora
tu milagrosa y única hermosura? 15
   Cedan de hoy más la palma y alabanza
los pardos, negros y celestes ojos
a los divinos tuyos, que colora
con su verdor alegre la Esperanza:
la mejilla lozana 20
de la rosada Aurora
iguala apenas la lustrosa grana
que en tu fresca mejilla
aun de la rosa el rosicler humilla;
humilde tributario 25
es de tu blanca tez el mármol pario;
y al oro envidia diera
tu riza y abundosa cabellera;
merecedora de adornar un día,
coronada de estrellas, 30
la vasta frente de la Noche umbría.
   De la Ciprina Diosa
la más bella afamada estatua griega,
de que hace alarde el orgulloso Louvre,
a la vista dichosa 35
del que anhelante a contemplarla llega,
más puras bellas formas no descubre
que las que sufre tu pudor sin velo;
sirviéranle tus brazos de modelo,
a escultor que quisiera 40
devolver, completando su hermosura,
a esta de Venus copia verdadera
los que hoy llora perdidos la Escultura;
y afrenta son de los rosados dedos
con que el Alba rïente 45
abre las puertas del dorado Oriente
al sol que vuelve a los mortales ledos,
los que rematan tu pequeña mano,
tu linda mano de rosada nieve
bajo la cual apenas 50
el néctar puro a azulëar se atreve
de las delgadas transparentes venas.
   Mas ¿quién dirá la gracia soberana
que aumenta tus hechizos
y que en tu acto menor luce patente? (9) 55
Cuando, al volver tu majestuosa frente,
mueves los blondos rizos,
o las miradas giras suavemente,
o tu boca risueña
perlas entre corales nos ensena, 60
abierto el mismo cielo se divisa.
No con tan dulce celestial sonrisa,
donde aún templar parece Amor su dardo,
se esta riendo la divina Lisa
en el lienzo inmortal de Leonardo (10). 65
   Tu voz tan blanda suena,
que semeja tu hablar un dulce canto;
Mas, si cantas, vencida la Sirena
envidiosa te escucha con espanto;
y arroja, ardiendo en ira, 70
la menos dulce lira,
cuando, animado por tu diestra mano,
brota sublimes mágicos acentos,
y es el rey el piano
de músicos sonoros instrumentos. 75
   Es tu andar tan airoso y elegante,
que parece que fueras, escuchando
de música incesante
el süave son blando,
con el que vas acompasando cada 80
movimiento y pisada:
irresistible gracia en todo muestras:
de cuanto dices o haces las divinas
gracias te son maestras,
a ti siempre vecinas; 85
la perfección en fin nos pasma y ciega
que tu persona bienhadada enjoya,
y la beldad recuerda de la Griega,
cantada ruina de la excelsa Troya;
te adora reverente 90
quien de mirarte alcanza la ventura,
como imagen de Dios, que al bajo suelo
tu beldad estupenda
conceder quiso, en generosa prenda
de las que encierra el prometido cielo. 95

1858.               



ArribaAbajo

Sueño de un malvado



                           Durmiose; y al profundo abismo luego
le parece que baja despeñado,
donde castiga inextinguible fuego
a cuantos mueren en mortal pecado,
   y donde son las penas tan atroces, 5
que las mayores penas terrenales
son ilusiones y parecen goces
junto a aquellos tormentos inmortales.
   Él, a quien enseñó Filosofía
que mueren alma y cuerpo juntamente, 10
él, que del fuego eterno se reía,
ya, ya se mira en la ciudad doliente.
   ¡Ay! ¡qué voces extrañas! ¡ay! ¡qué lloro
desesperado hiere sus oídos!
¡Ay! ¡qué confuso ensordeciente coro 15
de gritos, de blasfemias y gemidos!
   De hirsuta cola y retorcido cuerno,
ya lo circunda enjambre numeroso
de los feos señores del Infierno,
más feroces que toros en el coso. 20
   Prueba de ellos a huir; y a cualquier lado
un furioso demonio ve delante;
crudos hieren su cuerpo desdichado
con saetas de fuego penetrante,
cuyo incendio con tal viveza siente, 25
que súbito del sueño se recuerda,
dando por el terror diente con diente,
temblando todo cual vibrada cuerda.

1858.               



ArribaAbajo

A la luna



                           Duerme el anchuroso suelo;
mas con tristeza importuna
yo solo gimiendo velo;
y tú, solitaria luna,
velas también en el cielo. 5
   Y me parece que, en tanto
que los ojos fijo en ti,
tú me miras desde allí,
y al ver mi copioso llanto,
te compadeces de mí. 10

1858.               



ArribaAbajo

A Elena



                                                 I
   Contemplando callaba embelesado,
feliz visitador, a dos doncellas,
tan puras y graciosas como bellas,
y bellas ambas en el mismo grado:
   mas, apenas llegaste, y el estrado 5
alto asiento te diera en medio de ellas,
como ante el sol se apagan las estrellas,
así se oscurecieron a tu lado.
   que, como el mismo sol humanas teas,
así tú, Elena, a las demás mujeres 10
cubres con tu luz fúlgida y afeas.
   Cesan contigo varios pareceres,
y aunque la sola en ignorarlo seas,
tú la beldad de las beldades eres!
                         II
   Cuando contemplo el delicado velo 15
que a tu alma bella da digna morada,
y pienso que beldad tan extremada,
de ideal perfección tipo y modelo,
   ha de sentir de la vejez el hielo,
y que la Muerte con su mano airada 20
ha de sumirla en espantosa nada,
de ley tan dura con horror me duelo.
   Mas ¿qué diciendo está mi Musa impía?
¿Alta revelación no me asegura
que, gloriosa y mas bella todavía, 25
   la de mí tan amada vestidura
ha de resucitar el postrer día
para unirse de nuevo a tu alma pura?

1858.               

Arriba