Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Delante del cuadro de Rafael Sancio

Conocido con el nombre de «Pasmo de Sicilia»



                           ¡Al fin te miro, oh del divino Sancio
cuadro sublime, ni al Tabor segundo (11),
Pasmo, no de Sicilia, mas del mundo;
donde rendido al humanal cansancio,
se ve doblar en tierra la rodilla 5
al Dios de quien espántase el profundo
y a quien la suya el querubín humilla!
¡Ved al peso doblarse del madero
al que sustenta el universo entero:
asida o dura piedra la sagrada 10
y creadora diestra omnipotente
que sacó las estrellas de la nada:
de espina punzadora
ved coronada la divina frente
que a los cielos suspensos enamora! 15
   Allí la amante madre congojada,
Por Juan y Magdalena sostenida,
Con sus brazos abiertos le convida
Y le envía ternísima mirada:
¿Qué corazón tan duro no se apiada 20
y se derrite en llanto
al ver, oh madre, tan atroz quebranto?
Esta es aquella dolorosa espada
que a tu materno pecho
el inspirado Simëón predijo: 25
este el tormento insano
que acibaró a tu amor desde temprano
la gloria de ser madre de tal hijo.
   Mas no miro, oh Jesús, dolor terreno
en tu rostro sereno; 30
y claro muestra tu mirar divino
que si las agrias postrimeras heces
del hondo cáliz del dolor apuras,
voluntario padeces,
y que eres aquel Dios que al mundo vino 35
a salvar a sus tristes criaturas.
   Mas tú, ¿cómo pudiste, ángel de Urbino,
copiar así el semblante, fiel traslado,
vivo espejo del Padre enamorado?
solo tu alma podría 40
de un Dios interpretarnos la agonía;
y como si, doliente
pío testigo entre la cruda gente,
el sublime holocausto hubieras visto,
nos representas el dolor de Cristo. 45
   Do quier se mira respirar la escena,
de tanta vida y movimiento llena,
que hasta parece a quien, al ver tan rara
verdad, se indigna y se estremece y llora,
que la memoria fiel la retratara 50
y no la fantasía creadora.
   Ni grito o voces a los labios pido,
que en cada rostro da tu viva tabla
más la expresión a las miradas habla
que hablaran las palabras al oído. 55

1859.               



ArribaAbajo

En Cádiz



                           Cuando el sol, al ocaso ya vecino,
alumbra el mundo con fulgor incierto,
mis pasos solitarios encamino
al vasto muro del hercúleo puerto;
que, triste e ignorado peregrino, 5
en Cádiz vivo como en un desierto,
y de la ausencia la aflicción no engaña
ciudad tan bella de la bella España,
   Y el codo en la muralla y en la palma
la faz, mirando el océano inmenso, 10
que ya sus ondas y murmullos calma,
en patria y madre enternecido pienso;
y traspasando arrebatada el alma
del postrer horizonte el velo denso,
vuela al suelo natal, y con la mente 15
a mi dulce familia estoy presente.
   Al contemplarte, Atlántico océano,
mas el amante corazón extraña
las dulces playas del Perú lejano;
que, aunque el mar tú no seas que las baña, 20
eres al menos mar americano,
y senda me será tu azul campaña
para tornar a su adorado seno
por el que lloro y sin descanso peno.
   Y no miro jamás rápida vela 25
Tus ondas navegar hacia occidente,
Que no imagine que a los puertos vuela
del dulce suelo que suspiro ausente:
copioso llanto mis miradas vela,
y envidia tengo a la dichosa gente 30
que a tus orillas anheladas parte
y en breve, oh patria, logrará mirarte.
   Y tú que te despides, a la fría
luna dando lugar, y al hemisferio
opuesto occidental llevas el día, 35
fulgente rey del celestial imperio,
saluda, oh sol, por mí a la patria mía,
y dí que un hijo desde suelo iberio
tierna memoria le envïó contigo
y te hizo de sus lágrimas testigo. 40

1859.               



ArribaAbajo

A la srta. D.ª Juana Y***



                           Adiós, dulce amiga mía,
mas que mi amiga mi hermana,
que, aunque hace aún breve tiempo
que logré la dicha rara
de conocerte, me debes 5
tal cariño, amistad tanta,
como si te conociera
desde mi primer infancia;
si bien el cielo sus dones
te concedió tan sin tasa 10
y en tan alto extremo tel hizo
afable, modesta, casta,
de tan süave prudencia
y agudo ingenio adornada,
que para adorarte siempre 15
verte una vez sola basta:
omitiendo el verso mío
tu beldad, aunque extremada,
pues le sobra el ser hermosa
a la que prendas y gracias 20
en sí atesora, que en vano,
por ser tales y ser tantas,
quiere sumar el guarismo
ni ponderar la alabanza.
   Adiós, Juana; acaso nunca 25
torne yo a tu bella España;
tal vez nunca en esta vida,
la crüel fortuna avara
me dará que a verte torne
triste suerte del que viaja. 30
Mas cierta está que tu imagen,
entre las más gratas grata,
vivirá en mí, vencedora
del tiempo y de la distancia;
y cuando mi planta errante 35
halle reposo en mi patria,
con mi idolatrada madre
y mis hermanos y hermana,
de ti hablaré muchas veces,
de ti, y de tu madre cara, 40
que el postrer eterno sueño
duerme ya en la tumba helada.
Y les diré que mil veces
con vosotras largas pláticas
tuve de ellas, y que siempre 45
por ellas me preguntabais;
que largamente la historia
de mi familia os contaba,
y que tal vez de mi madre
me oísteis las tiernas cartas, 50
en bello piadoso llanto
las pupilas arrasadas.
   ¡Cuánto tengo de acordarme
de vosotras! ¡Cuantas, cuántas
veces, al sentir los tiros 55
de la fortuna contraria,
los desengaños del mundo
y de la envidia la saña,
a lo pasado volviendo
las anhelosas miradas 60
en busca de algún consuelo
a mi presente desgracia,
habré de acordarme que hubo
dos nobles piadosas damas
que con el triste extranjero 65
fueron benéficas hadas;
que, indulgentes con mi extraño
genio y condición extraña,
cual madre y hermana pueden,
disimulaban mis faltas; 70
a quienes mis tristes quejas
debieron preciosa lástima,
y que, si entonces me vieran,
de mis penas apiadadas,
como en un tiempo solían, 75
afables me consolaran:
una digo, que la otra
es presa ya de la Parca.
   Mas perdona, dulce amiga,
si renuevan mis palabras 80
en tu tierno filial pecho
la triste memoria amarga
de tu antigua compañera
de tu madre idolatrada,
que te dejó con su ausencia 85
en el mundo solitaria.
si yo que la traté apenas
como un hijo llegué a amarla,
¡Cuánto has de llorar sensible
a madre tan buena y santa, 90
tú que desde que naciste
nunca de ella te apartaras;
que nunca con dulce esposo
quisiste, aunque codiciada,
partir el inmenso afecto 95
que en ella sola cifrabas;
que, lejos del mundo vano
y de sus fiestas y galas,
otra fiesta no tenías
que estar con tu madre cara, 100
para quien ella era todo
y sin ella todo nada!
   ¡Cuál me quedé, cuando supe
de su muerte inesperada
la noticia que me dieron 105
cuando con ligera planta,
de abrazaros impaciente,
me acercaba a vuestra estancia!
¡Qué ajeno mi pensamiento
del fatal suceso estaba! 110
¡Qué alegre día y dichoso
en la sociedad de entrambas
a mi amistad prometía
la lisonjera esperanza!
Pero le pasé ¡cuan triste! 115
contigo y sin ella, Juana.
Avivose a mi presencia
de tu dolor la honda llaga,
y fueron nuestros saludos
ayes, gemidos y lágrimas, 120
¡Cuánto te hallaron mis ojos
en breve tiempo cambiada!
¡Cómo tus dolientes quejas
me traspasaban el alma
¡Qué suspiros te salían 125
de lo hondo de las entrañas!
De consuelo y sufrimiento
voces mi labio no hallaba,
que no pareciesen todas
en tan grande duelo vanas. 130
   Y cuando, variar queriendo
nuestra tristísima plática,
a hablarte empezé del viaje
que he de hacer presto a mi patria,
y te encarecí lo recio 135
que el paso de la mar vasta
el pensamiento le pinta
a mi enferma salud flaca,
aunque término dichoso
sean del Perú las playas, 140
y dulce madre me espere
y prendas que adora el alma,
llorosa me respondiste
con voz así entrecortada:
«¡Ojala yo hacer pudiera 145
»otro largo viaje, para
»volver a ver en la tierra
»viva a mi madre adorada!
»¡Pluguiera a Dios, aunque fuese
»doble, triple la distancia: 150
»aunque fuese al fin del mundo;
»aunque sola, a pie, descalza,
»enferma y mendiga, hubiera
»de hacer la larga jornada,
»y cuantos fieros trabajos 155
»puede sufrir la constancia
»fuerza padecer me fuese,
»con tal que a ver la tornara!»
Y cuantos asuntos iba
cambiando piadosa maña 160
en tu querida difunta
todos así remataban;
como en sabia sinfonía,
una juntamente y varia,
donde en el tema que reina 165
se convierten y rematan
todos los nuevos concentos
con insensible mudanza;
o como en aquellas tristes
canciones en donde cada 170
estrofa es fuerza que acabe
con unas mismas palabras.
   Ni fue menos triste día
el que contigo pasara,
cuando me brindó tu mesa 175
tu suave cortés instancia:
¡Ah! ¡qué fiesta tan alegre
la amistad y la confianza
hubieran tenido entonces,
si ella nos acompañara! 180
Como allá en Madrid un día
en nuestra común morada,
do para su dulce Cádiz
me convidó veces hartas.
¡Ah! ¡qué placenteras tardes! 185
¡Ah! ¡qué agradables mañanas!
Ah! ¡qué pláticas sabrosas
sin término prolongadas!
   Tú de tu madre quisiste
cumplirme el convite, Juana; 190
pero más valido hubiera
que tal convite excusaras.
Pues ¿cómo, dime, pudimos
tener de manjares gana,
cuando crüeles recuerdos 195
el pecho nos lastimaban,
viendo el asiento vacío
de nuestra cara Doña Ana?
Pudo nuestro labio apenas
balbucir voces escasas, 200
pues el dolor nos ponía
un dogal en la garganta;
y, vanos nuestros esfuerzos
para gustarlas, intactas
quitó la afligida sierva 210
cuantas exquisitas viandas
fueron por tus manos mismas
con esmero preparadas;
y nos levantamos hartos
sólo de tristeza y lágrimas. 215
   ¡Ah! si consuelo en el mundo
hay para pena tamaña,
¡Dilatártele no quiera
la clemencia soberana!
Yo se lo pido; o al menos 220
suave y lentamente vaya
el tiempo desenconando
tan viva profunda llaga;
torne a florecer un día
el abril de tu esperanza; 225
dete el Señor el esposo
que tú mereces; y en larga
vida apacible y tranquila,
de venturas rodëada,
tan querida esposa y madre 230
sé, como fuiste hija cara.
   Mi dulce esperanza es ésta;
éstas mis más vivas ansias;
y que de mí algunas veces
te acuerdes, y tus plegarias 235
al cielo devota eleves
para que de mi desgracia
el fiero rigor se temple,
y halle al fin salud y calma.
Mas, si te llegó la nueva 240
de que fallecí en temprana
edad, a manos de antigua
honda enfermedad extraña,
que mi juventud florida
en odiosa vejez cambia, 245
de Clemente a la memoria
piadoso llanto derrama,
y de tu difunto amigo,
allá en la noche callada,
cuando por tu madre reces, 250
reza, Juana, por el alma.

1859.               



ArribaAbajo

A mi alma



                           Alma que en cadenas graves
vives triste o infeliz,
y ya en tu prisión no cabes,
como el ave, de las aves
coronada emperatriz, 5
   que, aprisionada, no deja
su altivo instinto rëal,
y aletëando forceja
por romper la dura reja
de su cárcel de metal: 10
   de tu triste hermano, a quien
casi moribundo han puesto
tu inquietud y tu desdén,
piedad generosa ten,
ni quieras romper tan presto 15
   la misteriosa lazada
con que la mano de Dios,
al enviarte desterrada
a esta doliente morada,
un ser formó de los dos. 20
   Calma ese encendido anhelo,
sufre esa angustia mortal;
de Dios aguarda el consuelo
de desplegar libre vuelo
a la patria celestial. 25

1859.               



ArribaAbajo

Santa Teresa



                           Con voladora pluma que no cesa,
y ardiente estilo que las almas doma,
la divina Teresa
los conceptos altísimos expresa
que le dicta la célica Paloma. 5
   Y sobre los sublimes inflamados
renglones, suspendidos tras la silla,
dos ángeles callados
inclínanse curiosos a ambos lados,
leyendo con placer y maravilla. 10
   Y, cual de aplauso y de contento en muestra,
se miran sonriendo entre sí a veces,
con la inclinada diestra
mostrando de la mística maestra
cada alto rasgo, los divinos jueces. 15

1859.               



ArribaAbajo

A eco



                                «Infeliz enamorado,
de la ciudad el estruendo
vengo solitario huyendo
a este triste despoblado,
   donde tú solo a mi acento 5
y alto gemido doliente,
respondes con balbuciente
lengua sonora de viento;
                           repitiendo la postrera
sílaba de cuanto digo, 10
como invisible testigo,
que remedándome fuera.
   Y como en su soledad
compañía necesita
mi alma a quien decir su cuita, 15
cual histórica verdad
   a admitir mi fantasía
la hermosa fábula llega
que de ti fingió la griega
risueña Mitología. 20
   Ni te reputo ya un vano
compuesto de aire y sonido,
sino un errante afligido
viviente espíritu humano.
   Sí, tú fuiste ninfa bella 25
de locuaz habla ingeniosa,
a quien de Jove la esposa
privó para siempre de ella,
   cuando, yendo de su infiel
esposo en busca, su curso 30
detuvo tu hábil discurso,
mientras se escapaba él.
   Mas tu desdicha mayor
no fue tan dura mudez;
que el que en eterna niñez 35
vive, crudísimo Amor,
   tu pecho acertó a prender
en la beldad de Narciso,
del que a sí mismo se quiso,
como un hombre a una mujer, 40
   cuando por la vez primera,
de una fuente en el cristal,
terso espejo natural,
vio su figura hechicera.
   En mirarse embebecido, 45
con clavado inmóvil pie,
al cabo trocado fue
en la flor de su apellido:
   Del Olimpo vengador
justo con digno castigo 50
al rigor que usó contigo
y con el vulgo amador.
   ¡A cuántas ninfas y cuántas
robado la paz había,
que iban en pos noche y día 55
de sus adoradas plantas!
   Mas lo que en ti su desaire
en ninfa ninguna pudo,
que te adelgazó el agudo
dolor trocote en aire. 60
   Desde entonces moradora
eres de las soledades,
de Narciso las crueldades
lamentando a cada hora.
   Por la voz tan solo viva, 65
con rubor eternamente
huyendo vas de la gente,
de todo consorcio esquiva.
   Y, si alguien con pie veloz
por alcanzarte se afana, 70
siempre igualmente lejana
oye tu imperfecta voz.
   Pero tus pasos detén
a mi ruego; sólo intento
contigo hablar un momento, 75
quizá por tu propio bien.
   Que, si mis penas crüeles,
ninfa infeliz, escuchares,
de tus antiguos pesares
podrá ser que te consueles. 80
   «Como tú, yo amo también,
y a una bella el alma di,
como Narciso a ti,
me paga a mí con desdén.
   Como tu ingrato doncel, 85
de sí misma enamorada,
de la turba no se apiada
en idolatrarla fiel.
   Y a su constante rigor
no es escarmiento y aviso 90
el ejemplo de Narciso
trocado, por vano, en flor.
   Ni, ya que esquive la dura
pena del que amó su imagen,
teme que los años ajen 95
y marchiten su hermosura;
   que cual si toda la vida
debiera ser bella y moza,
simple no aprovecha y goza
su risueña edad florida.» 100
   Así lamenta sus males
un desdichado mancebo,
a quien paga hermosa dama
con desvíos sus obsequios;
y a sus lastimeros ayes 105
con humano triste acento,
como de oírle apiadada,
sólo tú respondes, Eco.

1859.               



ArribaAbajo

A España



                           ¡Con cuán fiel semejanza, dulce España,
tú sobretodo, bella Andalucía
me representas a la patria mía,
cuyo recuerdo siempre me acompaña!
   Tanto tu idioma al peregrino engaña, 5
de tus hijas la gracia y gallardía
y de tu puro cielo la alegría,
que tal vez no se juzga en tierra extraña.
   Mas presto el llanto a su pupila asoma,
y se aflige de nuevo el pecho amante, 10
cuando, advirtiendo en breve su error vano,
ve que, aunque en claro cielo, dulce idioma
y bellas hijas ¡ay! tan semejante,
no es este suelo al fin el peruano.

1859.               



ArribaAbajo

A una señorita bellísima

Que conocí en un baile la noche antes de partir de...



                           Hermosísima reina del sarao,
con quien apareciera menos bella
la esposa desleal de Menelao,
como al rayo del sol la última estrella;
¡Ay! que mañana voladora nao, 5
mientras imprima aún su leve huella
en la blanda almohada tu mejilla,
me apartará por siempre de esta orilla.
   ¡Dichosa danza que tu talle estrecho
enlazar con na brazo me consiente, 10
y que lata de amor mi ardiente pecho
junto a tu pecho cándido y turgente,
y que tu aliento beba en quien sospecho
que Amor respira su vital ambiente!
¡Ah! de felicidad tan soberana 15
solo el recuerdo quedará mañana.
   Apenas te conozco, ya te pierdo,
cuando en mi corazón y en mi memoria
ha de durar eterno tu recuerdo:
así tal vez ensueños, transitoria 20
visión endiosa el alma que, en su acuerdo
volviendo al despertar, llora su gloria;
y yo así lloraré cuando despierte
sin esperanza de volver a verte.
   ¡Injustas quejas! vale más que, apenas 25
vista, te oculte a mí la suerte avara;
que por siempre cautivo en tus cadenas,
si más tiempo te viera, me quedara;
y, habitando por ti playas ajenas,
familia, patria, todo lo olvidara, 30
y aún la ambición perdiera y sed de fama
que a grandes cosas mi destino, llama.

1859.               



ArribaAbajo

A la muerte de D. Pío de Tristán



                           Padre segundo de mi madre y mío,
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:
   tu fin, temprano al mundo, a ti tardío, 5
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!
   Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia, 10
su gozo en llanto perennal convierte;
   y a mayor duelo el hado me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí solo adelantó la ausencia.

1859.               



ArribaAbajo

Ansia del cielo



                           Tal vez el cielo, que por noble patria
confiesa el alma, y sin cesar la llora,
doloroso contemplo y pensativo,
desde este triste valle de miseria
do prisionero vivo; 5
cual desde orilla mora,
en encendidas lágrimas deshecho,
mirar solía el Español cautivo
os verdes campos de su dulce Iberia,
al otro lado del hercúleo estrecho; 10
y, cual sus lazos destrozar ansiaba
para volver nadando a sus hogares,
las cadenas romper de la materia
así entonces anhela el alma esclava,
desnudándose fuerte 15
del natural espanto de la muerte.


ArribaAbajo

A un recuerdo



                           ¿Por qué do quiera sin cesar me veo
de ti, triste recuerdo, perseguido,
en vano renovándome el deseo
de volver a gozar el bien perdido?
   ¡Quién las aguas me diera del Leteo 5
donde la paz se bebe del olvido!
¿De qué horrendo delito me hice reo
para dolor tan largo y desmedido?
   Dulce felicidad desvanecida,
de mi memoria perenal castigo, 10
pues me diste tu eterna despedida,
y lejana esperanza ya no abrigo
de que te goce aún mi triste vida,
tu recuerdo perder debí contigo.

1859.               



ArribaAbajo

A la naturaleza



                           Que fiel logre mi verso retratarte
consiénteme, inmortal Naturaleza,
tú que de la verdad y la belleza
eres madre en la ciencia y en el arte.
   Por poco que el mortal de ti se aparte, 5
en su profunda ceguedad tropieza;
mas, nunca escarmentada su flaqueza,
no cesa en todo tiempo de dejarte.
   ¡Cuántos vanos errores a porfía
reinar ves en tus locas criaturas, 10
muertos y renacientes cada día!
   Pasan ellos: tú sola eterna duras,
siempre brindando al Arte y a Sofía
de belleza y verdad las fuentes puras.

1859.               



ArribaAbajo

Al amor

(Habla una joven)



                           Oh de la triste humanidad verdugo,
de todo mal origen, Amor ciego,
¿Por qué, di, al que me abrasa en vivo fuego
no amarraste conmigo al mismo yugo?
   ¡Ingrato! un tiempo mi beldad le plugo; 5
mas por otra mujer me olvidó luego
y hoy desdeña crüel mi humilde ruego,
mi ardiente llanto que jamás enjugo.
   Y en vano esfuerzos y promesas hago
de olvidar a tan bárbaro enemigo 10
por otro que a mi amor de digno pago.
   ¡Ay! que adorarle menos no consigo:
antes le ruego más y más le halago
mientras más desdeñoso está conmigo.

1859.               



ArribaAbajo

Pigmalión



                           Duélese Pigmalión, la vista fija
sin cesar en su amada efigie hermosa,
de que espíritu humano no la rija,
y a Venus que la anime pedir osa.
   De una pasión tan nueva y tan prolija 5
dolida al fin, le concedió la Diosa
que muerta estatua, de sus manos hija,
a sus brazos descienda, viva esposa.
   Así la imagen que mi mente crea,
única a quien adora el alma altiva 10
y que no hay perfección que no posea,
   Divinidad permita compasiva
que, el ser dejando de impalpable idea,
en humana mujer se encarne y viva.

1859.               



ArribaAbajo

A ***



                           Si de cristal transparente
Fuera el hombre, y si se viera
por esa viva vidriera
cuanto quiere, piensa y siente;
   ¡Cuán crecida turba impía 5
de males varios, ahora
del mundo reina y señora,
entonces ser no podría!
   No hubiera boca embustera,
ni hubiera hipócrita cara, 10
siendo fuerza que igualara
lo de adentro a lo de afuera.
   No fuera un nombre el deber,
ni fuera el amor un nombre,
ni fuera juguete el hombre 15
de la pérfida mujer.
   Ni de su amante cohorte
se burlara la coqueta,
ni diera entrada secreta
al vil galán la consorte. 20
   Ni, como suyo, a su seno,
erradamente amoroso,
el triste crédulo esposo
estrechara al hijo ajeno.
   Ni tantos amigos Judas 25
prendieran de paz con beso:
acabáranse con eso
las sospechas y las dudas.
   Fama y vulgar opinión
no fueran, para ensalzar 30
y deprimir a la par,
tan injustas como son.
   De libertad no engañara
con el nombre y el abuso
al mísero pueblo iluso 35
quien cadenas le prepara.
   Ni del culpado la pena
padeciera el inocente
que por delito aparente
el juez a muerte condena. 40
   Y en fin, preciando el mortal
tanto el parecer ajeno,
fuerza le fuera ser bueno
sólo por parecer tal.
   Y ¡cuántos también que son 45
hoy de nuestra envidia objeto,
al ver su dolor secreto,
nos causaran compasión!
   Entonces, mortal, supieras
quién te odia y envidia, quién 50
finge que te quiere bien,
y quién te quiere de veras.
   Entonces tu alma desnuda
mirara yo, prenda mía;
entonces se apuraría 55
esta amarga mortal duda
   Con que tal vez deslëal
y engañosa te sospecho;
pues, mirando de tu pecho
por el diáfano cristal, 60
   al punto supiera yo,
con cuanta certeza sé
que te adoro y guardo fe,
si tú me quieres o no.

1859.               



ArribaAbajo

La estatua de Niobe

(Imitación)



                           De un dios el rigor tremendo
cambió en piedra a una mujer;
pero del arte el poder,
carne la piedra volviendo,
la restituye a su ser. 5


ArribaAbajo

A mi madre



                           Cuando empieza el mundo
a gozar quietud:
en aquellas horas
en que incierta luz
viste mar y tierra 5
aire y cielo azul,
y no es ya de día
ni de noche aún:
yo, triste viajero
que de Norte a Sur 10
y de Oriente a Ocaso
lleva su inquietud,
como el que a andar siempre
condenó Jesús,
que sólo me veo, 15
solo con mi cruz,
sin ningún consuelo
ni amigo ningún:
entonces recuerdo
mi patrio Perú, 20
hermanos, parientes,
leda juventud
amiga, y aquellos
que ya la segur
hirió de la fiera 25
contraria común.
ero mi más tierna
memoria eres tú,
madre idolatrada,
de mis ojos luz; 30
y soy de tu vida
venturoso augur,
y cantos te envía
mi amante laúd:
¡llevarte éste quiera 35
afable querub
al limeño suelo
desde el andaluz!

1860.               



ArribaAbajo

Anhelo



                           Cual de su sombra con locura rara
va huyendo un niño en rápida carrera,
mas nunca de la sombra se separa,
que tras él va, como su pie ligera,
hasta que al fin, de su tesón cansado, 5
se para el niño con la sombra al lado:
tal con vana porfía
y malogrado empeño
huyo de la Tristeza, sombra mía;
y nunca, nunca de burlar acabo 10
a quien me sigue como avaro dueño
tenaz persigue a fugitivo esclavo.
   ¡Ay! en vano me trajo mi deseo
de mi nativo suelo al europeo;
mi enemiga crüel el océano 15
pasó conmigo: en vano
de ciudad en ciudad voy peregrino,
y sus nombradas maravillas veo:
a mí entre absorta multitud curiosa,
en su hermoso palacio cristalino, 20
me vio la grande Londres populosa:
y en su seno me dio larga morada
la ciudad celebrada
que baña el Sena y parte,
la que en laceres sin cesar rebosa: 25
ya visité el divino
bellísimo país, templo del Arte,
que el mar circunda y parte el Apenino,
y que a mi enamorada fantasía
más que el resto del orbe sonreía: 30
Nápoles habité, cuyas amenas
playas, y de su golfo aguas serenas,
la antigua Poesía
morada imaginó de las Sirenas;
y la ceniza santa 35
de la ciudad, del mundo ya señora,
¡Ay! ¡tan mudada ahora!
con sagrado pavor holló mi planta;
y Pisa vi, y artística Florencia;
y hoy el hispano paraíso moro, 40
suspiro eterno del vencido Moro:
¡Ay! no se diferencia,
en cuanto ciñe el mar y alumbra el día,
¡por feliz tierra alguna de la mía!
   O ¿será que es acaso la ventura 45
fruto de un clima solo?
¿Ni avara ha consentido la Natura
del uno al otro polo
mas que un pueblo dichoso, de manera
que es buscarla locura 50
de esa región privilegiada fuera?
   Mas dónde habita aquella
afortunada gente?
¿Qué viajador de tan benigna estrella,
errante de la Aurora al Occidente, 55
en su suelo feliz posó la huella?
O ¿qué bajel, en mar desconocido
por su dicha perdido,
de ella nos trajo la gloriosa nueva?
¡Ah! quién habrá que otra región me muestre 60
como el bello jardín, cielo terrestre,
que habitaron mis padres Adán y Eva?
   Oh Sol, ojo del cielo,
que con tu alta mirada
todo lo abarcas en el ancho suelo; 65
¿Región alguna ignota y apartada,
isla alguna desierta
miras, aún negada
a la humana codicia y encubierta;
Ángulo ves de nuestro globo donde 70
la ventura se esconde
con el dulce Contento y el Reposo?
Dímelo, si lo sabes,
por que vuele en su busca presuroso.
   Y vosotras, viajeras 75
del espacio infinito, vagas aves,
que voláis a riberas
donde nunca llegaron nuestras naves,
decidme si sabéis dónde la ansiada
felicidad ha puesto su morada; 80
y por el aire leve,
sobre montañas que corona el hielo
y mar y selvas, vuestro raudo vuelo
a sus reinos incógnitos me lleve.

Granada, 1860.               



ArribaAbajo

A Magdalena

Mi nodriza



                           No, porque la noche fría
tu africana faz vistiera
con el color que la blanca
altiva estirpe desprecia,
fue menor nunca el afecto 5
con que te amé, Magdalena,
(que cual la tez no escondías
el alma por dentro negra,)
ni es menor mi pena ahora,
o el llanto es menos que riega 10
mi mejilla, y que me arranca
de tu fin la triste nueva:
tu fin que un lustro a tu amante
hijo adelantó la ausencia,
sin que pudiera volverte 15
así en tus horas postremas
los amorosos cuidados
que te debí en mis primeras;
sin que tus amados restos
a la mansión sempiterna 20
acompañara, o en llanto
bañara tu humilde huesa.
   Tú también eres mi madre,
tú que mi niñez enferma
sustentaste un año entero 25
con la sangre de tus venas;
tú que, partiendo conmigo
el amor de tu hija mesma,
a ella y a mí nos amabas
con igualdad tan perfecta, 30
que tan sólo declaraba
del color la diferencia
ser ella hija de tu sangre,
yo sólo de tu terneza;
tú, que de la noble y santa 35
caridad imagen eras,
cuando su blanco sustento
a un pecho yo, mientras ella
al otro pecho, exprimía
con boca asida y sedienta, 40
o cuando del diestro brazo,
dándote amor fortaleza,
era yo peso querido,
y del otro tu hija lo era.
   ¡Cuántas veces con mi llanto 45
te despertaste inquïeta!
¡Cuántas de mi cuna al lado
pasaste la noche entera,
sin dar al sueño un instante
tu fatigada cabeza; 50
o tal vez entre tus brazos,
cuna más blanda que aquélla,
me arrullabas y mecías,
y antiguas canciones tiernas
con baja voz me cantabas, 55
hasta que yo me adurmiera;
sin que jamás se agotase
el caudal de tu paciencia!
  Tan solícitos cuidados,
tal ternura, tantas penas, 60
¿Con qué premio jamás pude
en parte corresponderlas?
ni ¿qué valió el que la dulce
libertad luego te diera,
(que aún afrentaba o mi patria 65
de la esclavitud la mengua)
Si, siendo libre cual todos,
por ley de naturaleza,
te volví lo que era tuyo,
dejando intacta mi deuda? 70
estimar tan sólo pudo
excesiva recompensa
lo que solo era justicia
tu gratitud lisonjera.
   Ni, porque quisiste un tiempo 75
dejar a casa materna,
de mí te olvidaste nunca,
ni me faltaron las muestras
de tu amor: aún me parece
que con raudos pasos entras, 80
y que yo a tu encuentro vuelo,
y que a tu seno me estrechas
y me das mil dulces nombres
que aún hoy en mi oído suenan;
y luego a mi ansiosa vista 85
aún me parece que enseñas,
ya gracioso juguetillo
que mis miradas alegra,
ya sabrosa golosina,
de menos dulzura llena 90
que las caricias y extremos
con que la das y presentas.
¡Oh corazón generoso!
Vez ninguna se me acuerda
en que, de dones desnuda, 95
a tu Clemente a ver fueras,
que del óbolo postrero
se privara tu pobreza,
antes que el presente usado
faltara a tu larga diestra. 100
   Perdona, oh madre, perdona,
si mi condición soberbia,
por tu ternura engreída,
pudo en su cólera ciega
olvidar favores tantos 105
con la ofensa más pequeña;
perdona, si tal vez pudo
la injuriosa fácil lengua
ser ocasión de tu llanto
y de tus humildes quejas. 110
Sabe el cielo, sabe el cielo
con cuánto dolor me pesa;
él es testigo del hondo
desconsuelo que me aqueja,
al ver que negarme quiso 115
de mis hados la crudeza
el que, postrado de hinojos
a tu humilde cabecera,
te pidiera arrepentido
el perdón de mis ofensas; 120
y de tus amantes labios
escucharle mereciera,
de esos labios que no espero
que jamás a hablarme vuelvan.
   Mas, ya que consuelo tanto 125
me negó la suerte adversa,
blandos reciban tus manes
de aqueste canto la ofrenda:
él por mi perdón te pida,
él por mi perdón merezca; 130
la antigua deuda del hijo
pague siquiera el poeta;
y, si han de pasar mis cantos
a las gentes venideras,
en ellos, oh mi nodriza, 135
tu humilde nombre se lea.

1860.               



ArribaAbajo

Safo a Faón



                           ¡En amor convirtieras el desvío,
si acertara a pintarte
del inmenso amor mío,
bellísimo Faón, pequeña parte!
¡Enseñárame Febo 5
modo de canto nuevo,
muy más eficaz arte,
para expresar pasión tan nueva y rara
que con pasión ninguna se compara;
y las penas tan bárbaras y atroces 10
que sin descanso siento,
al ver que con desdén la desconoces!
Para amor tanto y tan feroz tormento
fáltanme las imágenes y voces,
y es helado y escaso 15
aún el celeste idioma del Parnaso.
¡Por qué no sale el fuego
del furibundo, ciego,
desesperado amor con que te adoro
envuelto en mis palabras, 20
por que tu alma al amor o piedad abras!
¡No en licor negro, en encendido lloro,
o de mi corazón en tinta roja,
menester fuera humedecer la pluma,
para decirte la sin par congoja, 25
el duelo inmenso que por ti me abruma:
violento usurpador de mi albedrío
que, apenas te miré, ya no fue mío,
quedando de improviso en tanto grado
la voluntad de tu belleza sierva, 30
cual si me hubieras pérfido hechizado,
con el veneno de amorosa yerba!
   Y ¡si con la voz viva yo siquiera
significarte tal pasión pudiera,
y tan prolijas penas! 35
Mas llego apenas a tu dulce lado,
los ojos alzo por mirarte apenas,
(bien los tuyos lo saben, despiadado)
cuando la voz me falta y el aliento,
al paladar mi lengua se encadena, 40
y se entorpece tardo el pensamiento:
cunde llama sutil de vena en vena;
desampara la sangre mi mejilla
y al corazón agolpase que el pecho
rasgar ya quiere, a su latir estrecho; 45
negra nube a mis ojos amancilla
el puro sol; mi oído
llena sordo zumbido
un helado sudor toda me inunda;
me da apenas sostén mi débil planta, 50
y difunta semejo o moribunda:
y es fuerza así que tanta
furia de amor remita,
aunque tan muerta, a la palabra escrita.
Y ¡ojalá que tu mano no se afrente 55
de abrir, oh mi Faón, el triste pliego
de la que siempre te causara enojos,
ni de leerlo afréntense tus ojos,
si leer a tus ojos lo consiente
el piélago de llanto en que lo aniego! 60
   ¡Ah! como al viento el humo,
como al sol nieve, como al fuego cera,
del amor a las llamas me consumo,
sin que de cuerpo ni alma se preserve
mínima parte de la horrible hoguera 65
que más y más desesperada hierve.
No es amor, es la misma Citerea,
que ya de toda mí se enseñorea,
y Gnido deja y Amatunta y Pafo
por el ardiente corazón de Safo. 70
No en fuego tan funesto
ardió la triste furibunda Mirra
que al burlado Ciniro, en torpe incesto
gozó, agitada de mortal espanto,
y aún hoy, trocada en árbol, atestigua 75
su desventura antigua
e infausto amor con oloroso llanto;
no amaba tanto Fedra al desdeñoso
casto hijo de su esposo,
ni la maga de Colcos al perjuro 80
robador del dorado vellocino;
ni Eco al garzón divino,
de su propio traslado,
que vio del agua en el espejo puro,
por celestial castigo enamorado: 85
ni con mi ciego loco desatino
parangonar es dado
exceso alguno de amorosa llama
de que se acuerda con horror la Fama...
   Y esa que a mí prefieres ninfa bella, 90
¿Piensas que amarte sabe? el amor de ella
junto al amor de Safo es sombra vana,
apariencia, ilusión, juego, mentira...
Mas, si a pintarte aspira
en vano el labio mi pasión insana, 95
¿cómo pintar podré mis celos e ira,
al mirarte en los brazos de otro dueño?
Cuando de noche en solo lecho y frío,
de donde vivo desterrado el sueño
y que humedece de mi llanto el río, 100
revolviéndome inquieta a todos lados
en los ásperos linos; las almohadas
teniendo entre mis brazos enlazadas,
cual no puedo tus miembros adorados,
espantosa memoria de repente 105
viene a asaltar mi mente
de que en el punto mismo en que me abraso
con solitario amor no satisfecho,
y los suplicios del infierno paso,
os guarda blando lecho 110
unificados en abrazo estrecho,
y que otra goza lo que yo no gozo;
las negras furias todas del Cocito
apoderarse siento de mi pecho
y dél hacer fierísimo destrozo: 115
contra las duras gélidas paredes
que en el rigor excedes,
alzando ronco dilatado grito,
mi frente miserable precipito;
meso mi cabellera; con frecuente 120
diestra mi pecho despedazo, muerdo
entrambas manos con rabioso diente,
y con blasfemias ásperas irrito
a los Dioses, perdido todo acuerdo.
No hay en el Orco mísero precito 125
cuyo tormento compararse pueda
con el que apuro en tan tenaz recuerdo:
no aquel a quien dentada aguda rueda
rompe y asierra el cuerpo palpitante;
ni el que jamás a humedecer alcanza 130
su labio en la bullente
agua que mira sin cesar delante
y apeteciendo está sin esperanza;
ni el condenado al perennal trabajo
de subir a alto monte grave roca 135
que, siempre que la cumbre casi toca,
rueda de nuevo rápida hacia abajo;
ni el otro de cuyo hígado sangriento,
inmortal alimento
que sin cesar renace, 140
hambriento buitre sin cesar se pace:
ninguna de estas penas mi alma arredra,
mayor que todas ellas es la mía;
y, si trocarlas diéranos la suerte,
tu sed, Tántalo, alegre admitiría; 145
Yxión, tu rueda; Sísifo, tu piedra;
y el buitre que no se harta de roerte
las entrañas, oh Ticio, noche y día!
Todos juntos tomara vuestros duelos
como pena ligera, 150
y entre vosotros todos repartiera
el sin igual tormento de mis celos.
   ¿Cuál encarecimiento habrá expresivo
de la vida misérrima que vivo?
Siento en la más secreta 155
parte del corazón como escondida
honda aguda saeta,
o que mano de bronce, dél asida,
con sus tenaces garras me le aprieta;
duéleme el alma, duéleme la vida: 160
reposo no me da lugar alguno;
el manjar aborrece el labio ayuno;
y, si a gustarle a veces me violento,
cansada de sufrir ruego importuno,
me es acíbar y tósigo el sustento; 165
en perenne vigilia
consumo de la noche el giro lento;
los cuidados y amor de mi familia,
de mis amigas el sincero trato
donde las almas liga la confianza, 170
la placentera danza,
las femeniles galas y el ornato,
la variada belleza
de la naturaleza,
y cuanto me halagaba y complacía, 175
hoy en el dolor fiero
de no corresponderme a quien yo quiero,
todo en rostro me da, tolo me hastía.
Ni a consolarme parte
es del divino Homero 180
la excelsa poesía,
ni las bellezas mágicas del arte:
mi ingenio mismo entorpecido duerme;
mas, aunque a su primera
lozanía volviera, 185
¡ni aún él pudiera en mi dolor valerme!
   ¡Ay! en vano es insigne el nombre mío
entre los claros nombres
que celebra y pregona
en áurea trompa por do quier la Fama; 190
en vano con la délfica corona
que circunda mis sienes, a los hombres,
de mi sexo honra y luz, envidia causo:
¡Ah! ¿qué me importa la apolínea rama,
ni qué me importa el lisonjero aplauso 195
que ufana rinde la concorde Grecia
a su gran poetisa,
si Faón me desprecia
y los laureles que le ofrezco pisa?
¡Más me valiera ser hermosa y necia, 200
que hospedar alma grande y numen alto
en cuerpo humilde, de belleza falto!
   ¡Oh dichosa rival! por tu hermosura
que en adorada red tiene cautivo
a mi Faón esquivo, 205
Safo su dulce lira te daría
y su creciente gloria perdurable:
sí, que no aplaca la congoja mía
imaginar que en tanto
que haya en el mundo amor y poesía, 210
siglos sin fin después que ya no se hable
la melodiosa lengua en que los canto,
en idiomas diversos
resonarán mis amorosos versos.
De la gloria el fulgor no me compensa, 215
y no pudiera compensarme nada
la desventura inmensa
de no haber sido por Faón amada.
¡Ah! si penar debía como peno,
¡Por qué, por qué piadosa la Fortuna 220
no me dio muerte en el materno seno,
o mi tumba también no fue mi cuna!
   ¿Cuándo tu encono contra mí se aplaca,
Citerea crüel? ¿Qué desacato
a tu deidad soberbia jamás hice? 225
¿Con qué tremendo crimen esta flaca
mortal de tu rigor merecer pudo
amor tan insensato
por un esquivo corazón ingrato?
¿Por qué, cuando mi pecho 230
Cupido traspasó con dardo agudo,
no hirió con igual dardo
el pecho del mancebo por quien ardo?
Nunca mi labio las debidas preces
ni las ofrendas olvidó mi mano 235
que a tus aras consagra sacro rito...
Mas, ya que mis plegarias escarneces,
y el castigo me das sin el delito,
y en mi mal te recreas,
¡maléfica deidad, maldita seas! 240
   Bien se declara en mi tormento grave
que tu bárbaro pecho amar no sabe;
que, si no, mi dolor te condoliera:
a ti, insensible Diosa,
a ti, que madre le eres, 245
jamás cautivó Amor a la manera
que cautiva y acosa
a nosotras las débiles mujeres,
atenta solo, oh celestial ramera,
a tus carnales gustos y placeres. 250
no de tus negros cíclopes, Vulcano,
a la rápida mano
y golpear redoblado aumentes prisa:
deja ya, deja el ígneo Mongibelo;
tiempo es que mofa y risa 255
te avergüences de ser a tierra y cielo;
y, pues miras que Jove,
en premio de forjarle el rayo ardiente,
débil sufre y consiente
que su hija infame así el honor te robe, 260
tiempo es que sin tardanza
ejecutes tú mismo tu venganza;
tiempo es que, airado justiciero esposo,
el universo asombres,
escarmentando con terrible pena 265
el torpe adulterar escandaloso
de la vil que al oprobio te condena,
y ayuntada con dioses y con hombres,
cielos y tierra de bastardos llena.
   Y tú, Cupido, de tan mala madre 270
hijo peor aún, fiero verdugo,
antigua peste del linaje humano
que airado el cielo sujetó a tu yugo,
de sus miserias todas primer fuente;
tú a quien tu mismo padre, horrendo Marte 275
de quien tiembla la tierra,
en lo sangriento y bárbaro y furente,
no pudo aventajar, ni aún igualarte,
siendo sombra la suya de tu guerra,
sé maldito también: siempre a tu oído 280
la música más dulce y dulce canto
fue de odiados amantes el gemido
y el sollozo y el llanto;
y el más grato espectáculo a tus ojos,
y a tus feroces aras 285
las víctimas más caras,
los helados despojos
son de cuantos con fuerte
mano, armada de hierro o de veneno,
puerta abren a su espíritu indignado, 290
o hallan temprana voluntaria muerte
del ancho mar en el profundo seno.
   A trance tal tu crüeldad me lleva;
pronto, víctima nueva,
aumentaré tus triunfos, oh Cupido, 295
que el sufrimiento a resistir no alcanza
dolor tan desmedido,
y es ya la muerte mi única esperanza.
A mi desesperada furia loca
ya la pena fatal tienta y provoca, 300
de amantes desamados visitada:
pronto, pronto será que, de su altura
con intrépido pie precipitada,
halle en el océano sepultura.
   Y tú, Faón, cuando te diga alguno: 305
«Duerme en los negros senos de Neptuno
la triste Safo, por tu amor suicida»
Merézcate siquiera a la partida
cortés piadoso llanto
la desgraciada que te quiso tanto. 310
No te lo vedará tu amante esposa,
que, si hora me odia viva,
con Safo que en la tumba ya reposa
ha de ser generosa y compasiva.

1860.               



ArribaAbajo

Último canto de Safo



                           La excelsa roca pisa,
de amantes desamados visitada,
con planta no indecisa,
la lesbiana divina poetisa
del ingrato Faón enamorada. 5
   Escucha en lo hondo y mira,
impávida, agitarse en son horrendo
del mar la indócil ira;
y por última vez pulsa la lira,
al aire estos lamentos esparciendo: 10
   «Adiós por siempre, oh vida;
adiós, oh mundo; sin dolor ni llanto
os doy mi despedida,
que bien sé que en vosotros no se anida
para Safo infeliz sino quebranto. 15
»Muerte anhelo y cualquiera
la pena sea que al mayor pecado
en el Averno espera,
jamás las ansias igualar pudiera
de un furibundo amor menospreciado. 20
   »A los males sin cuento
con que os abruma el que su eterna fiesta
halla en vuestro tormento,
es, oh mortales, único descuento,
sola ventura que gozáis es ésta: 25
   »que, si del hado impío
fue decreto fatal el nacimiento,
es rey vuestro albedrío
de acelerar, como acelero el mío,
de vuestras vidas el final momento; 30
   »y que, si fue la entrada
a la prisión oscura de la vida
forzosa e ignorada,
dogal, y salto, y tósigo, y espada
siempre libre encontraron la salida. 35
   »Tú que las crudas penas
que lloro lloras, yo a romper te enseño
tus odiosas cadenas;
a padecer tú mismo te condenas,
sabiendo que eres de tu muerte dueño. 40
   »Usa tu alto derecho;
y o da veneno a la callada boca,
o el cuello a lazo estrecho,
o con agudo acero abre tu pecho,
o ven conmigo a la Leucadia roca. 45
   »No más tu pena aguarde:
Mas, si escoges vivir, lloro no viertas,
cesa queja cobarde:
culpa tuya será que se abran tarde,
cautivo vil, de tu prisión las puertas. 50
   »Vive, vive, tolera
tus fieros males, cada vez mayores,
y la vejez postrera
haga que apures tu desgracia entera,
que mal ninguno de la vida ignores. 55
   »Morir, morir escojo,
y rebelde al tirano omnipotente,
me burlo de su enojo,
y de la vida con desdén le arrojo
El falso funestísimo presente. 60
   »Y tú, mancebo ingrato,
a quien desesperadamente adoro,
tú a quien con insensato
furor mil veces convidé a mi trato,
pospuesto el casto femenil decoro: 65
   »Vive feliz, si pudo
Consentirlo a mortal el negro encono
del destino sañudo:
tu eterno desamor, tu desdén mudo,
y mis tormentos todos te perdono. 70
   »No fue amarme en tu mano:
tuya no fue la culpa; el rigor lo hizo
de Júpiter tirano
que, con avara diestra, velo humano
me dio, desnudo de beldad y hechizo. 75
   »El alma que era bella
no pudiste mirar; si la miraras,
te enamoraras de ella,
menospreciando la beldad de aquella
por quien a Safo triste desamparas. 80
   «Oh ponto, cuyo asalto
la excelsa roca azota, hirviente espuma
arrojando a lo alto,
no del mortal irrevocable salto
arredrarme tu cólera presuma. 85
   »Tu amenaza o insulto
mirando estoy impávida, que calma
es el ciego tumulto
de tus olas, al lado del que oculto
amoroso huracán dentro del alma.» 90
   Dice la triste amante,
y se arroja veloz: la mar hinchada
se abre y cierra sonante,
y, de las ondas a merced errante,
aquí y allí la leve lira nada. 95

1860.               



ArribaAbajo

A Consuelo

Que se quejaba de que nadie la retrataba bien



                           Razón, consuelo, has tenido
al decir que tu traslado
ningún artista ha logrado
que te salga parecido.
   Pero no es justo que estés 5
demostrando airado pecho
con ellos, por no haber hecho
lo que posible no es:
   ya que cincel y pinceles
en tu rostro soberano 10
probado hubieran en vano
el claro Fidias y Apeles.
   Y si ves de las demás
los parecidos retratos,
que a sus modelos son gratos, 15
por mejorados quizás,
   Es que de la tuya dista
mucho su beldad, y así
quéjate sólo de ti,
pues de que ningún artista 20
   que tu retrato hacer osa
le pinte bien o le esculpa,
no tiene el arte la culpa
sino el ser tú tan hermosa.

1860.               



ArribaAbajo

Juventud eterna

A ***



                           Para tu belleza rara
vana es del tiempo la fuga:
que aún no con sus sulcos ara
la fea enojosa ruga
tu hermosa frente y tu cara; 5
   De tu purpúrea mejilla
aún el nativo carmín
vence al mentido y humilla,
y la reina del jardín
de verle se maravilla; 10
   aún no hay blancura tan rara,
cuajada trémula leche,
puro mármol, nieve clara,
que la vista no deseche,
si con tu albor los compara; 15
   aun en estos años tardos,
tus hermosos ojos pardos
despiden por rayos flechas
que al corazón van derechas,
como del Amor los dardos. 20
   Aún no al oscuro cabello
por quien ya no se celebra
el de Berenice bello,
se le argenta una sola hebra,
ni ningún odioso sello 25
   que imprime el tiempo crüel
tu altiva beldad desdora:
tu retrato aún copias fiel
que no ha envejecido una hora
desde que lo hizo el pincel. 30
   Dice la Envidia que diez
lustros cuentas si no más;
y verdad será tal vez;
mas, si tan joven estás,
y al mundo pongo por juez; 35
   ¿qué vale, di en casos tales
nacer antes o después?
Inciertos son tus natales:
lo cierto tu beldad es
y tus gracias sin rivales. 40
   Calle pues, y de ofender
te cese la Envidia osada,
que es la edad de la mujer
la que dice a la mirada
su faz y su parecer. 45

1860.               



ArribaAbajo

Vanitas vanitatum



                           En un tiempo envidié la suerte ajena,
juzgándome yo solo desdichado;
mas sé que a todos a gemir condena
la inexorable voluntad del hado:
arrastra cada cual de la cadena 5
que envuelve y aprisiona lo creado
un eslabón, y por diversos modos,
todos padecen y suspiran todos.
   ¿Quién conoció jamás un venturoso?
Es máscara la dicha solamente; 10
el rostro más sereno y más radioso,
tristeza esconde, regocijo miente;
como tal vez entre el rosal frondoso
se anida venenosa la serpiente,
o al lindo fruto de color lozano 15
le roe el corazón negro gusano.
   ¡Cuántos felices reputé primero,
por gloria, por riquezas y boato,
cuyo tedio profundo y dolor fiero
me descubrió después estrecho trato! 20
Oye, oh mortal, mi verso verdadero,
ni ajena suerte envidies insensato,
que por diverso modo desgraciado
fueras quizá, más en el mismo grado.
   Es el Dolor un rey, cuyo tirano 25
maldecido poder menos no abarca
que cuanto rige con sangrienta mano
la universal inevitable Parca:
a entrambos cuanto el mísero aldeano
tributo paga el vencedor monarca, 30
y hasta hoy las duras inflexibles leyes
nadie burló de tan tremendos reyes.
Si no mintiera el rostro, o fuera el hombre
de trasparente cuerpo cristalino,
se viera que es la dicha un vano nombre, 35
y buscarla en la tierra es desatino:
ya no habrá desventura que me asombre;
a la coyunda del común destino
mi frente doblo, y de anhelar sin seso
terrenas dichas para siempre ceso. 40
   Los bienes a que da tan halagüeña
bella faz la distancia engañadora,
¡Cuán distintos de cerca los enseña
la verdad que su lustre descolora!
Siempre la hastiada Posesión desdeña 45
lo que el Deseo y la Esperanza adora;
y cuanto más ansió mi desvarío,
lo envidio, ajeno, lo desprecio, mío.
   Oh Salomón, Jehová con larga mano
te dio infusa sin par sabiduría, 50
riqueza, amor, poder, cuanto el humano
deseo en fin imaginar podría;
mas de que tanto don a dar es vano
la ventura, la paz y la alegría,
con esa triste voz me persüades: 55
Es todo vanidad de vanidades.
   Y si feliz tú, Salomón, no fuiste,
y si, cercado de grandeza suma,
eternamente suspirabas triste,
¿quién hay que serlo tras de ti presuma? 60
Ser vanidad cuanto en la tierra existe
fue la verdad que tu doliente pluma
legó a los siglos, cual final sentencia
de tantas glorias, de tan vasta ciencia.
   Tú viste que el saber sólo era viento, 65
carga el poder, la majestad vestido,
El amor la quimera de un momento,
las riquezas temor, la fama ruido,
llanto la risa y el placer tormento;
y que cuanto, con ansia apetecido, 70
de lejos nos deslumbra y nos agrada,
era de cerca dolorosa nada.
   Si oro me dan, y gloria, y poderío,
si dueño me hacen de la tierra vasta,
se quedará mi corazón vacío, 75
que cuanto alcanza, sin llenarse, gasta;
a lo infinito del anhelo mío
Dios infinito es quien tan solo basta:
y hasta que logre su divino objeto,
suspirará mi corazón inquieto. 80
   Gota sin él en ancho mar vertida
fueran bienes celestes y terrenos:
y a Dios es fuerza que sedienta pida
el alma que le copia, y que con menos
que con Aquel que la hizo a su medida 85
henchir no puede sus inmensos senos;
y a esa capacidad tan vasta y honda
es bien que un Dios entero corresponda.
¿Cuándo será, mi Dios, que, al contemplarte,
en tus inmensos piélagos, sin tasa 90
la sed eterna de mis ansias harte
y el amor infinito que me abrasa?
¿Cuándo será que tu rigor no aparte
del santo umbral de tu divina casa
al que, nacido para estar en ella, 95
el ancho mundo desdeñoso huella?

1860.               



ArribaAbajo

A Faetón



                                                             Pudo quitarte el nuevo atrevimiento,                     
hijo bello del sol, la dulce vida,
la memoria no pudo que extendida
dejó la fama de tan alto intento.

ARGUIJO.



                           Atrevimiento tan nuevo
con espantosa caída
pudo quitarte la vida,
hijo glorioso de Febo.
   Mas la pregonera Diosa 5
en edad ninguna cesa
de encarecer tal empresa,
cuanto infeliz generosa.
que, pues la envidia altanera
negó tu origen divino, 10
acreditarlo convino
por tan singular manera.
   Y por las abiertas sendas
de los celestiales llanos
fueron rigiendo tus manos 15
del sol las doradas riendas.
   Y aunque, por la omnipotente
diestra fulminado, el Po
helado sepulcro dio
a tu cadáver ardiente, 20
probó al mundo tu carrera
que hijo eras del mismo Apolo,
pues de él un hijo tan solo
tanto favor mereciera.
   No con tus tiernas hermanas 25
tu amante madre Climene
siempre sin consuelo pene,
quejas despidiendo vanas:
   Fin a su lamento triste
pongan, y a aliviarlas baste 30
ver que el lauro que ganaste
excede al bien que perdiste.

1860.          



ArribaAbajo

Risa y lágrimas



                           Como, al rayar primaveral aurora
derramando levísimo rocío,
el cielo juntamente ríe y llora;
así la que gobierna mi albedrío
que, triste por mi ausencia, 5
perlas desperdiciaba cristalinas,
que rodaban copiosas
por sus tersas mejillas purpurinas,
émulas de las rosas;
al mirarme de súbito a su lado 10
volver enamorado,
si de placer reía,
lágrimas derramaba todavía,
de que mi amante corazón se engríe:
así en niño también se ve la risa 15
al llanto sucederse tan aprisa,
que llorando se ríe,
cuando su tierna madre y amorosa,
cuyo piadoso pecho no resiste
ver a la lumbre de sus ojos triste, 20
por que su llanto aquiete,
le acaricia extremosa,
y al fin le da el bellísimo juguete,
ocasión de su llanto,
que tanto ansiara y le pidiera tanto. 265

1860.               



ArribaAbajo

A una cabellera



                           ¿Qué castaña madeja, negra, o de oro,
loor merece de tan rica y luenga,
que justa envidia a tu beldad no tenga,
cabellera feliz de la que adoro?
Ya desatada caigas, y el pequeño 5
pie besando a tu dueño,
toda la cubras como regio manto,
y tu dorada seda que envilece
la que el gusano artífice nos hila
el aura desordene juguetona; 10
ora su frente cándida y tranquila,
en primorosas trenzas,
circundes a manera de corona,
y de las reinas las coronas venzas;
ya en parte oculta quedes 15
en áurea red, juntas así dos redes,
ya, sembrada de perlas
y de las ricas piedras del Oriente,
logres con tu fulgor oscurecerlas;
ora campestre flor en ti se vea 20
por única presea;
ora te adorne tu hermosura sola
y el brillo natural con que la aureola
de un querubín semejas,
eres la reina tú de las madejas. 25
   No más la fama tu cabello cante,
aunque del oro del Ofir afrenta,
Absalón arrogante,
que en él tuviste inagotable renta,
y a las damas judías 30
sus anuales despojos les vendías;
mas ¡ay! que, caballero fugitivo,
perseguido del cielo vengativo,
árbol copado te retuvo preso
por las doradas hebras voladoras 35
enmarañadas con las altas ramas;
do, hallándote las huestes vencedoras,
aquel mismo bellísimo decoro
que te envidiaban las hebreas damas,
¡Oh no prevista suerte! 40
¡Fue la ocasión de tu temprana muerte
y del paterno inconsolable lloro!


ArribaAbajo

El desahuciado



                           ¡Ay! que ya el alma conoce,
por manifiestos indicios,
que pronto el último sueño
dormiré en el mármol frío;
   que, aunque del sabio piadoso, 5
cual tierno padre solícito,
aún no me lo dijo el labio,
el rostro ya me lo dijo.
   En vano tal vez procura
hacer con engaño pío 10
que dé a la dulce esperanza
en el corazón abrigo:
que sus palabras desmiente
el semblante dolorido,
ahuyentador de esperanza 15
que muestra al mirar el mío.
   Y aquella expresión le vende
que mal su grado le espío,
cuando avecina a mi pecho
el atento hábil oído, 20
mi pecho para el que fiera
lanzada es cada respiro
y por donde huye mi vida
de sangre en copiosos ríos.-
   ¡Oh Dios mío! ¿qué te hice, 25
para que así en lo florido
de mis verdes años quieras
cortar de mi vida el hilo?
   Si del hado inexorable
era ya decreto antiguo 30
que años tan cortos viviera
este desdichado niño,
   Mas valido a fe me hubiera
el no haber jamás salido
de los senos de la Nada 35
donde dormía tranquilo,
   hasta que tu omnipotencia
sacarme a la vida quiso,
sin que yo te lo pidiera
¡ni pudiese consentirlo! 40
   ¿Por qué cumplir no me dejas,
oh rey del cielo, el destino
que, al ponerme en este mundo,
me señalaste tú mismo?
   ¿Para qué, di, me creaste, 45
si para vivir no ha sido?
Aún no he vivido: consienta
que viva tu poderío.
   No parezca que, insensible
a mis dolientes gemidos, 50
sólo para darme muerte
me animaron tus caprichos...
   Mas de querellarse cese
mi vano labio atrevido:
tus juicios, Señor, acato; 55
pues lo quisiste, convino;
en mí tu querer se cumpla,
cual tuyo, siempre benigno,
aunque de crudo rigor
tal vez con disfraz vestido.- 60
   ¡Cuánto con la soledad
y hondo silencio continuo
de mis estancias, contrasta
de la ciudad el bullicio!
   Desde mis altos balcones 65
pasar a mis plantas miro,
barajándose confusos,
mares de alegre gentío:
   galas ostentan de fiesta,
pues con ocio y regocijo 70
de seis días el trabajo
hoy paga el día festivo:
   De mis ventanas en frente
se encuentran ya dos amigos,
y palma a palma juntando 75
con pronto mutuo cariño,
   traban con risueños labios
rápido coloquio vivo,
de que sólo rotas frases
y sueltas voces distingo. 80
   Mas, si el idioma no alcanzan
de sus labios mis oídos,
ven mis ojos el idioma
de sus rostros expresivos.
   Ya numerosa familia 85
pasa: de la mano asidos,
van delanteros dos bellos
graciosos rientes niños;
   uno de pecho en el hombro,
durmiendo sueño tranquilo, 90
lleva la fuerte nodriza,
pendiendo a un lado el bracito;
y al fin, del brazo enlazados,
pasan esposa y marido,
en su idolatrada prole 95
los atentos ojos fijos:
y ese gallardo mancebo,
lleno de lozanos bríos,
cuyo aspecto bien declara
que cuenta mis años mismos; 100
   ¡Cuanto me alegro al mirarle!
¡Y cómo después me aflijo,
cuando con él me comparo,
y su lozanía envidio!
   Con un báculo en la mano, 105
pasa ya corvo mendigo,
que, aunque debió precederme
en el eterno camino,
   verá mis yertos despojos
llevar al postrer asilo, 110
y Dios le dará que sumen
sus lentos años un siglo.-
   Pero ¿qué miran mis ojos?
¡Valor, oh cielos, os pido!
Luciendo gracia, belleza 115
y virginal atavío,
   una hechicera doncella
alza acaso el rostro lindo,
de la salud en la viva
alegre púrpura tinto, 120
   y me mira; mas, al verme
retrato de aparecido,
y al ver mis hundidos ojos
y enjuto rostro amarillo,
   los ojos aparta al punto 125
en pronto ademán esquivo,
donde al espanto se mezclan
de la compasión los visos.
   La crüeldad inocente
de tu horror irreflexivo 130
te perdono, bella joven,
y mi bendición te envío:
   Sé feliz, y digno esposo,
amante amado, contigo
la excelsa ventura goce 135
¡que yo gozar no he podido!
   En lloro ardiente deshecho,
del balcón el pie retiro,
y mi solitario lecho
de nuevo angustiado oprimo; 140
   que cuantos miro de pena
y envidia me son motivo,
y exacerba mi desgracia
el ajeno regocijo.-
   Nunca como ya que al trance 145
de la muerte me avecino,
pareció tan halagüeña
la vida a los ojos míos;
   nunca la lumbre del sol
tan dulce de ver se me hizo, 150
ni tan hermosa la luna
cruzó el celeste zafiro;
   nunca tuvieron las flores
tan ledos colores vivos,
tan bellas graciosas formas, 155
aromas tan exquisitos;
ni en la humana compañía
hallé jamás tanto hechizo,
ni tanto mundanas fiestas
sedujeron mi albedrío. 160
   ¡Ah! sí, la tierra es ameno
encantado paraíso,
de amores, fiestas, placeres
y felicidades rico:
   ¡Felices cuanto; se quedan 165
en tan deleitoso sitio,
y triste de mí que, apenas
al llegar, adiós le digo!
  Mas ¿qué profiero insensato?
¡Así la alta suerte olvido 170
que la Religión promete
a sus bautizados hijos!
   En tan profunda aflicción,
en tan horrendo martirio,
tú sola, Religión santa, 175
ser puedes mi dulce alivio.
   ¡Ay de mí! si verdad fuera
el insensato delirio
de los que matan el alma
con el cuerpo fugitivo, 180
   ¡que niegan que torne el alma
a su celestial principio,
y no consienten más mundo
que el mundo de los sentidos!
   ¿Qué fuera de mí en tal trance, 185
si a tan triste error impío
entrada en la ciega mente
hubiera yo concedido?
   ¡Desesperado, demente,
y de mí propio enemigo, 190
dando furiosos bocados
en mis miembros doloridos,
   con altos gritos muriera,
ya desde el mundo precito,
cual del venenoso diente 200
de rabioso can mordido!-
   Mas es felizmente un sueño,
tan mentido como inicuo,
y tú la verdad eterna,
sublime dogma de Cristo: 205
   ven pues, y al doliente lecho,
donde le aguardo contrito,
del perdón divino envía
al consolador ministro;
   la dulce imagen celeste, 210
de moribundos alivio,
del que, tomando en sus hombros
nuestras culpas y delitos,
   enclavado en un madero,
lanza el postrero suspiro, 215
de su fin con el recuerdo,
temple y dulcifique el mío.
   Consuélame, si del mundo
tan temprano me despido,
con la infalible promesa 220
de aquel alto globo empíreo;
   con ese mundo tan bello
que, aunque lo es tanto el que piso,
es, si con él se compara,
estéril yermo sombrío: 225
   Háblame de la celeste
Sión, y del gozo infinito
que será mirar a tantos
dichosos justos espíritus
irradiar como soles 230
con resplandor inextinto,
siendo de un sol más fulgente
amantes planetas vivos;
   y contemplar rostro a rostro
al Padre Eterno, y al Hijo, 235
del Padre animada imagen
y fiel espejo purísimo;
   y a la celestial Paloma
que en alas de albor divino
el único dosel abre 240
de tan altas frentes digno;
   Y a la Esposa y Madre Virgen,
a diestra del Uno, y Trino,
en trono que ornan estrellas,
no diamantes ni zafiros; 245
sonriendo a los loores
y ferventísimos himnos
que los angélicos coros,
en su hermosura encendidos,
   rendidamente le cantan, 250
mariposas de su brillo,
dando de su silla en torno
perennes rápidos giros.

1860.          

Arriba